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Coomaraswamy Imagem

quarta-feira 27 de dezembro de 2023, por Cardoso de Castro

  

Ananda Coomaraswamy   — A Transformação da Natureza em Arte
EL ORIGEN   Y USO DE IMÁGENES EN LA INDIA
Puede decirse que las imágenes son para el hindú que les rinde culto lo que los diagramas son para el geómetra. Rao. Elementos de Iconografía hindú, II.28.

Pocos de aquellos que condenan la idolatría, o hacen de su supresión un propósito de actividad misionera, han considerado alguna vez seriamente el uso efectivo de las imágenes, en las perspectiva histórica y psicológica, o sospechado una posible significación en el hecho de que la vasta mayoría de los hombres de todas las razas, y en todas las edades, incluyendo la presente, en la que su principal excepción son los protestantes, hebreos y musulmanes, han hecho uso de imágenes más o menos antropomórficas como ayudas a la devoción. Por estas razones, puede no carecer de valor ofrecer una descripción del uso de las imágenes en la India, hasta donde es posible en los términos del pensamiento natural, a aquellos que de hecho hacen uso de tales imágenes. Esto puede al menos conducir a una comprensión de la verdad enunciada por una deidad india encarnada, Krsna, de que «el camino que los hombres toman desde cada lado es Mío».

Al explicar el uso de las imágenes en la India, donde el método se considera como edificante, no debe inferirse que los hindúes o budistas han de representarse, en masse, como menos supersticiosos que otros pueblos. Nos encontramos con todo tipo de historias acerca de imágenes que hablan, o se inclinan, o lloran; las imágenes reciben ofrendas y servicios materiales, que se dice que «disfrutan»; sabemos que la presencia real de la deidad es invitada en ellas con el propósito de recibir culto; cuando se acaba una imagen, sus ojos son «abiertos» con una ceremonia especial y elaborada1. Así, se indica claramente que la imagen ha de considerarse como si estuviera animada por la deidad.

Es evidente, sin embargo, que no hay nada peculiarmente indio aquí. Milagros semejantes se han relatado de imágenes cristianas; incluso la iglesia cristiana, como un templo indio, es una casa habitada por Dios en un sentido especial, aunque no se la considera como su prisión, ni sus muros confinan su omnipresencia, lo mismo en la India que en Europa.

Más aún, la superstición, o el realismo, es inseparable de la naturaleza humana, y sería fácil mostrar que éste es el caso siempre y por todas partes. La mera existencia de la ciencia no nos defiende de ello; la mayoría siempre concebirá los átomos y electrones como cosas reales, que serían tangibles si no fueran tan pequeños, y siempre creerá que la tangibilidad es una prueba de existencia; y están plenamente convencidos de que un ser, que se origina en un momento de tiempo dado, puede, no obstante, como ese mismo ser, sobrevivir eternamente en el tiempo. El que cree que los fenómenos representan necesariamente realidades sólidas existentes, o que puede existir una consciencia o individualidad empírica sin una base material (substancial), o que algo que ha venido a la existencia puede durar como tal siempre, es un idólatra, un fetichista. Aún si aceptáramos el punto de vista popular occidental sobre el hinduismo como un sistema politeísta, no podría mantenerse que el icono indio es en ningún sentido un fetiche. Como ha sido señalado por Guénon, «En la India, en particular, una imagen simbólica, que representa uno u otro de los “atributos divinos”, y que se llama pratîka, no es un “ídolo”, pues jamás ha sido tomada por otra cosa que lo que ella es realmente, un soporte de meditación y un medio auxiliar de realización» (Introducción génerale à l’étude des doctrines hindoues, p. 209). Una buena ilustración de esto puede encontrarse en el Divyâvadana Cap. XXVI, donde Upagupta obliga a Mara, que, como una yaksa, tiene el poder de asumir figuras a voluntad, a exhibirse en la figura del Buddha. Upagupta se inclina, y Mara, sorprendido por este aparente culto de sí mismo, protesta. Upagupta explica que él no está rindiendo culto a Mara, sino a la persona representada —«de la misma manera que las gentes que veneran imágenes de arcilla de los ángeles inmortales, no reverencian la arcilla como tal, sino a los inmortales representados en ella»3. Aquí tenemos el caso de un individuo que ha pasado más allá de la individualidad, pero que es representado, según las necesidades humanas, por una imagen. El principio es aún más claro en el caso de las imágenes de los ángeles; la imagen per se no es ni Dios ni un ángel, sino meramente un aspecto o hipóstasis (avastha) de Dios, que en último análisis   es sin semejanza (amurta), no determinado por la forma (arupa), trans-formal (para-rupa). Sus diferentes formas o emanaciones se conciben por un proceso de filiación simbólica. Concebir el hinduismo como un sistema politeísta es en sí mismo una ingenuidad de la que sólo un estudiante occidental, heredero de los conceptos greco-romanos del «paganismo», podría ser capaz; el punto de vista muhammediano de la cristiandad como politeísmo podría estar mejor justificado que esto.

De hecho, si consideramos la filosofía religiosa india como un todo, y examinamos la extensión en que sus concepciones más altas han pasado como dogmas a la circulación de la vida diaria, tendremos que definir la civilización hindú como una de las menos supersticiosas que el mundo ha conocido. Maya no es propiamente ilusión, sino estrictamente hablando poder creativo, shakti, el principio de manifestación; ilusión, moha, es concebir las apariencias como cosas en sí mismas, y apegarse a ellas como tales sin considerar su procesión.