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Coomaraswamy Hinduismo Via das Obras

quarta-feira 27 de dezembro de 2023, por Cardoso de Castro

  

Ananda Coomaraswamy  Hinduísmo e Budismo  
LA VÍA DE LAS OBRAS
El Sacrificio refleja el Mito; pero como todo reflejo, lo invierte. Lo que había sido un proceso de generación y de división, deviene ahora un proceso de regeneración y de composición. De los dos «sí mismos» que moran juntos, y que parten juntos de este cuerpo, el primero es nacido de mujer, y el segundo del Fuego sacrificial, de cuya matriz divina la simiente del hombre ha de nacer de nuevo como otro que el que era; y hasta que ha renacido así, el hombre no tiene más que un sí mismo, el «sí mismo» mortal. Sacrificar es nacer, y puede decirse que, «Ciertamente, el hombre que no sacrifica es como si todavía no hubiera nacido». Nuevamente, cuando el Progenitor, nuestro Padre, «ha expresado a sus hijos y habita amorosamente (prena, sneha vasena) en ellos, no puede juntarse a sí mismo de nuevo (punar sambhu) desde ellos»; y así proclama que «Florecerán quienes me edifiquen de nuevo (punar ci) desde aquí»: Los Dioses le edificaron, y florecieron; y así también, hoy, el sacrificador florece a la vez aquí y en el más allá. En su edificación del (altar del) Fuego, el sacrificador, «con todo su espíritu, con todo su sí mismo» — «Este Fuego sabe que ha venido a entregarse a mí» — «junta» (samdha, samskr) a uno y el mismo tiempo a la deidad desmembrada y a su propia naturaleza separada: pues estaría bajo un gran engaño y sería meramente un bruto si sostuviera que «Él es uno, y yo otro».

El sacrificio es algo que ha de hacerse; «Nosotros debemos hacer lo que los Dioses hicieron antaño» (en el comienzo). De hecho, a menudo se habla del sacrificio simplemente como «Trabajo» (karma). Así pues, lo mismo que en latín operare = sacra facere = hieropoiein (hacer sagrado), así en la India, donde el énfasis sobre la acción es tan fuerte, hacer bien las cosas es hacerlas sagradas; y sólo no hacer nada, o lo que habiéndose hecho mal equivale a nada (akrtam), es vano y profano. Será evidente cuan estrictamente análoga es la operación a toda otra labor profesional, si recordamos que los sacerdotes sólo han de ser remunerados cuando ofician en beneficio de otros, y que cuando los hombres sacrifican juntos en su propio beneficio está fuera de todo orden una recepción de dones. El Rey, en tanto que el Patrón supremo del Sacrificio en beneficio del reino, representa al sacrificador «in divinis», y es el tipo mismo de todos los demás sacrificadores.

Una de las más extrañas controversias en la historia del Orientalismo, ha girado en torno al «origen   de bhakti», como si la devoción hubiera sido en algún momento dado una idea nueva y de ahí en adelante una idea de moda. Habría sido más simple observar que la palabra bhakti significa principalmente una parte que se da, y, por consiguiente, también la devoción o el amor que toda liberalidad presupone; y así, en tanto que uno «da a Dios su parte» (bhagam), es decir, el sacrificio, uno es su bhakta. Así pues, en el himno, «Si tú me das mi parte» equivale a decir «Si tú me amas». A menudo se ha señalado que el Sacrificio se consideraba como un comercio entre los Dioses y los hombres: pero muy a menudo igualmente no se ha entendido que al introducir en las concepciones tradicionales del comercio, nociones derivadas de nuestras propias transacciones comerciales, mutuamente destructivas, hemos falsificado nuestra comprensión del sentido original de un tal comercio, que, de hecho, era del tipo potlatsh, a saber, una competición mucho más para dar, que como son nuestras competiciones mucho más para sacar. El sacrificador sabe que por todo lo que da, recibirá a su vez una medida plena; o más bien, una medida colmada, pues mientras su propio tesoro es limitado, el de la otra parte es inagotable. «Él es el Imperecedero (monosílabo, Aum), pues derrama a todos estos seres, y porque no hay ninguno que pueda derramar más allá de Él». Dios da tanto como podemos tomar de él, y eso depende de cuanto de «nosotros mismos» hayamos entregado. Lealtades feudales, más bien que obligaciones de negocios, es lo que implican las palabras de los himnos: «Tú eres nuestro y nosotros somos tuyos», «Oh Varuna, seamos nosotros tus propios íntimos amados» y «Tuyos podamos nosotros ser para que nos des el tesoro»: Estas son relaciones de barón a conde y de vasallo a señor, no de banqueros. El lenguaje del comercio sobrevive incluso en himnos tan recientes y profundamente devocionales como el de Mira Bai.

A kanh he comprado. El precio que pedía, di.
Algunos exclaman, «Es mucho», y otros sonríen, «Es poco» —
Yo di todo, pesado hasta el último grano,
Mi amor, mi vida, mi alma, mi todo

Si recordamos también, lo que vamos a tratar ahora, que la vida sacrificial es la vida activa, se verá que la conexión de la acción con la devoción está implícita en el concepto mismo de operación; y que todo lo que se hace perfectamente debe haberse hecho amorosamente, y que todo lo que se hace mal, se hace descuidadamente.

El Sacrificio, como las palabras de la liturgia que le son indispensables, debe comprenderse (erlebt) si ha de ser completamente efectivo. Los actos meramente físicos, como cualquier otra labor, sólo pueden asegurar ventajas temporales. De hecho, la celebración ininterrumpida del Sacrificio mantiene la «corriente de riqueza» sin fin (vasor dhara) que cae desde el cielo como la fertilizante lluvia, pasa a través de plantas y animales, deviene nuestro alimento, y se devuelve al cielo en el humo de la Ofrenda quemada; que la lluvia y este humo son los presentes nupciales en el matrimonio sagrado del Cielo y la Tierra, del Sacerdotium y el Regnum, eso está implícito en toda la operación. Pero se requiere más que los meros actos si ha de realizarse su propósito último, propósito del que los actos son sólo símbolos. Pues es explícito que «ni por la acción ni por los sacrificios puede Él ser alcanzado» (nakishtam karmana nasad...na yajñaih), Él, cuyo conocimiento, es nuestro bien supremo: y al mismo tiempo se afirma repetidamente que el Sacrificio se hace, no sólo en voz alta y visiblemente, sino también «intelectualmente» (manasa), es decir, silente e invisiblemente, dentro de vosotros. En otras palabras, la práctica es solo el soporte y la demostración externos de la teoría. Por consiguiente, se hace la distinción entre el verdadero sacrificador de sí mismo (sadyaji, satisad, atmayaji) y el que está meramente presente en un sacrificio (sattrasad) y espera que la deidad haga todo el trabajo real (devayaji). Se afirma incluso, en multitud de dichos, que «Quienquiera que, siendo un Comprehensor de ello, hace el buen trabajo, o es simplemente un Comprehensor (sin hacer efectivamente ningún rito), junta de nuevo a la deidad desmembrada, entera y completa»; es por la gnosis y no por las obras, como ese mundo es alcanzable. Tampoco puede pasarse por alto que el rito, en el que se prefigura el fin último del sacrificador, es un ejercicio de muerte, y, por consiguiente, una empresa peligrosa, en la que el sacrificador podría perder efectivamente su vida prematuramente; pero «el Comprehensor pasa de un deber a otro, como de una corriente a otra, o de un refugio a otro, para obtener su bien, a saber, el mundo celestial».

No podemos describir en detalle «los páramos y los vergeles» del Sacrificio, y sólo consideraremos esa parte, la más significativa de la Ofrenda quemada (agnihotra), en la que la oblación de Soma se vierte en el Fuego como dentro de la boca de Dios. ¿Qué es el Soma?. Exotéricamente, es una bebida embriagante, que se extrae de las partes jugosas de diversas plantas, que se mezcla con leche y miel, y que se filtra, y que corresponde a la carne o al vino o a la sangre de otras tradiciones. Sin embargo, este jugo no es el Soma mismo hasta que «por medio del sacerdote, de la iniciación y de las fórmulas», y «por medio de la fe» se le hace ser Soma, transubstancialmente; y «Aunque los hombres imaginan cuando machacan la planta que están bebiendo del verdadero Soma, de él que los Brahmanas comprenden por “Soma” nadie saborea, nadie saborea de los que moran en la tierra». Las plantas que se usan no son la planta del verdadero Soma, la cual crece en las rocas y montañas (giri, asman, adri), en las que está incorporada.

A la «pacificación» o matanza del Rey Soma, el Dios, se le llama acertadamente la Oblación Suprema. Sin embargo, no es Soma mismo lo que se mata, «sino sólo su mal»: en efecto, Soma es purificado sólo como preparación para su entronización y soberanía; y éste es un modelo que se sigue en los ritos de coronación (rajasuya) y una narrativa descriptiva de la preparación del alma para su propia autonomía (svaraj). Pues nunca debe olvidarse que «Soma era el Dragón» y que se extrae sacrificialmente del cuerpo del Dragón lo mismo que la savia viva (rasa) que se extrae de un árbol descortezado. La procesión de Soma se describe de acuerdo con la regla de que los «Soles son Serpientes» que han desechado y abandonado sus reptilianas pieles muertas: «Como la Serpiente de su piel inveterada, así (de los brotes machacados) brota el áureo chorro de Soma, como un brioso corcel». Justamente de la misma manera, la procesión y liberación de nuestro Sí mismo inmortal, de sus envolturas psico-físicas (kosa, griego endumata = vestiduras), es como un desvestirse de cuerpos, o como uno saca un junco de su vaina, o una flecha de su carcaj para encontrar su blanco, o como se muda una piel de serpiente; «como la serpiente desecha su piel, así uno desecha todo su mal».

Ahora podemos comprender más fácilmente la identificación del jugo de Soma con el Agua de la Vida, la de nuestra alma elemental compuesta (bhutatman) con los brotes de Soma de los que ha de extraerse el elixir regio, y cómo, y por quien, «lo que los Brahmanas comprenden por Soma», es consumido en nuestros corazones (hrtsu). Es la sangre de la vida del alma draconiana la que, dominados sus poderes, ofrece ahora a su Señor Soberano. El sacrificador hace la Ofrenda quemada de lo que es suyo y de lo que él es, y se vacía de sí mismo, deviniendo un Dios. Y cuando se abandona el rito vuelve a sí mismo, desde lo real a lo irreal. Pero, aunque al volver así, dice «Ahora yo soy quien yo soy», la afirmación misma muestra que él sabe que esto no es realmente, sino solo temporalmente, verdadero. Él ha nacido de nuevo del Sacrificio, y no está realmente engañado. «Habiendo matado a su propio Dragón» él ya no es realmente alguien; el trabajo se ha hecho, de una vez por todas; él ha llegado al fin de la senda y al fin del mundo, «donde el Cielo y la Tierra se abrazan», y en adelante puede «trabajar» o «jugar» según quiera; es a él a quien se dirigen las palabras, Lo tuo piacere omai prende per duce... per ch’io te sopra te corono e mitrio (Toma en adelante tu delectación por guía... porque yo te corono rey y papa de ti mismo).

Nosotros, que estábamos en guerra con nosotros mismos, estamos ahora reintegrados y auto-compuestos: el rebelde ha sido dominado (danta) y pacificado (santa), y donde había habido un conflicto de voluntades ahora hay unanimidad. Podemos aludir sólo muy brevemente a otro aspecto muy significativo del Sacrificio, aspecto que se ha puesto de relieve al señalar que la reconciliación de los poderes en conflicto, para la que se ofrece continuamente el Sacrificio, es también su matrimonio. Hay más de una manera de «matar» a un Dragón; y puesto que la flecha (vajra) del Matador del Dragón es un dardo de luz, y puesto que «la luz es el poder progenitivo», su significación no es sólo militar, sino también fálica. Es la batalla del amor lo que se ha ganado cuando el Dragón «expira». En tanto que Dragón, Soma se identifica con la Luna; en tanto que Elixir, la Luna deviene el alimento del Sol, por quien ella es tragada en las noches de su cohabitación (amavasya); y «lo que es comido se llama por el nombre del comedor y no por el suyo propio»; en otras palabras, la ingestión implica la asimilación. En palabras del Maestro Eckhart  , «Allí el alma se une con Dios, como el alimento con el hombre, el cual se cambia en ojo para el ojo, y en oído para el oído; así el alma en Dios se cambia en Dios»; pues «lo que me absorbe, eso soy, más bien que mi propio sí mismo». De la misma manera que el Sol traga a la Aurora, o devora a la luna, visible y exteriormente, diaria y mensualmente, tal es el «matrimonio divino» que se consuma dentro de vosotros, cuando las Personas solar y lunar de los ojos derecho e izquierdo, el Eros y la Psique, la Muerte y la Señora, entran en la caverna del corazón y allí se unen, lo mismo que un hombre y una mujer se unen en el matrimonio humano, y eso es su «beatitud suprema». En esa síntesis del rapto (samadhi), el Sí mismo ha recobrado su condición primordial, «como de un hombre y una mujer estrechamente abrazados», y sin consciencia de ninguna distinción entre un adentro y un afuera. «Ese Sí mismo eres tú».

Así pues, no hay que sorprenderse de que encontremos dicho que «Si uno sacrifica, sin conocer esta Ofrenda quemada interiormente, es como si pusiera a un lado las brasas e hiciera la oblación en las cenizas»; que éste no es un rito que haya de hacerse sólo en los tiempos fijados, sino cada uno de los treinta y seis mil días de toda una vida de cien años; y que, para el Comprehensor de esto, todos los poderes del alma edifican incesantemente su Fuego incluso mientras duerme.

Esta concepción del Sacrificio, como una operación incesante, y la suma del deber del hombre, encuentra su consumación en una serie de textos donde todas y cada una de las funciones de la vida activa, incluidos nuestra respiración, nuestra comida, nuestra bebida y nuestro descanso se interpretan sacramentalmente, y donde la muerte no es nada sino la catarsis final. Y esto es, finalmente, la famosa «Vía de las Obras» (karma marga) de la Bhagavad Gita, donde el cumplimiento de la propia vocación, determinada por la propia naturaleza de uno (svakarma, svabhavatas = to heautou prattein, kata phusin = atender a la propia práctica de uno, de acuerdo con su propia naturaleza), sin motivos auto-referentes, es la vía de la perfección (siddhi). Hemos completado así el círculo, no por una «evolución del pensamiento», sino por nuestra propia comprensión, desde la postura de que la perfecta celebración de los ritos es nuestra tarea, hasta la postura de que el perfecto cumplimiento de nuestras tareas, cualesquiera que sean, es la celebración del rito mismo. Comprendido así, el Sacrificio no es una cuestión de hacer cosas específicamente sagradas sólo en ocasiones particulares, sino de sacrificar (hacer sagrado) todo lo que hacemos y todo lo que somos; es decir, se trata de santificar todo lo que se hace naturalmente, por una reducción de todas las actividades a sus principios. Decimos «naturalmente» adrede, entendiendo la implicación de que todo lo que se hace naturalmente puede ser sagrado o profano dependiendo de nuestro propio grado de consciencia, y que todo lo que se hace in-naturalmente es esencial e irrevocablemente profano.