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Coomaraswamy Arte Imitativa

quarta-feira 27 de dezembro de 2023, por Cardoso de Castro

  

Ananda Coomaraswamy   — VISÃO NORMAL DA ARTE
Arte imitativa
Debido a que ya no podemos aprehender la idea de la verdad, sino solo la de verdades, hemos llegado a pensar en el arte como un sustituto de cosas, y esta aproximación materialista y sentimental es tan natural para nosotros que a menudo oímos decir del trabajo de los primitivos que «Eso era antes de que ellos supieran algo sobre anatomía». Esto no es meramente, como algunos podrían decir, un punto de vista popular, sino que se da por probado en todas nuestras historias de arte, en las cuales se asume la idea de un progreso o evolución, a pesar de los elogios verbales que se prodigan a las cualidades monumentales de los primitivos. De hecho, nuestra comprensión actual del arte es al mismo tiempo tan limitada, y tan satisfactoria para nosotros mismos, que actualmente consideramos el arte abstracto de los salvajes y primitivos como un esfuerzo más o menos estimable que tendía hacia nuestras propias capacidades imitativas; nosotros creemos realmente que los salvajes y primitivos «dibujaban así» porque nadie les había enseñado una manera mejor.

Nosotros concedemos, ciertamente, que todo arte es imitativo, es decir, imitativo de lo que el artista ve: pero ahora que nosotros entendemos por ver nada más que lo que se ve por la facultad intrínseca del ojo, olvidamos que aquellos otros pueden «no haber visto el mismo árbol que nosotros vemos», sino algo más parecido al Árbol real del que nosotros vemos solo ejemplos particulares. Suponer otra cosa es, ciertamente, ignorar toda la significación intelectual del iconoclasmo, olvidar que, como dice Tertuliano  , el Querubín y el Serafín del Arca «no se fundieron en esa forma de similitud en referencia a la cual se dio la prohibición (de idolatría)», ignorar que una cruz o una rueda pueden ser una pintura del universo más verdadera que cualquier panorama.

Debido a la citada sentimentalidad que ve en la obra de arte una realización esencialmente exhibicionista, nuestras modernas historias del arte se interesan también principalmente en las biografías de los artistas, o grupos de artistas, en sus peculiaridades, y en las influencias mutuas ejercidas entre ellos, y no en la motivación y el propósito de su obra. Nosotros sustituimos el estudio del arte mismo por el estudio del estilo, que es propiamente un accidente del arte, dependiente del hecho de que no puede conocerse, ni hacerse, ni decirse nada excepto de alguna manera. Las fuentes del estilo han de encontrarse, ciertamente, en la idiosincrasia del artista, pero de todo eso el artista normal no es consciente; únicamente el paranoico crea conscientemente un estilo suyo propio. Así pues, nosotros no podemos sorprendernos de que nuestra aproximación al arte se quiebre cuando llegamos a esos periodos normales en que los artistas consignaban sus nombres sólo muy raramente, y nadie escribía sus biografías. A nosotros no se nos ocurre que las artes normales estaban asociadas a una ideología que afirmaba, como una condición indispensable de la visión beatífica, o de la pura contemplación estética, que un hombre debe liberarse de sí mismo, como una parte se libera de su parcialidad, cuando se pierde o se encuentra a sí misma, —las dos expresiones significan lo mismo; ni que el «estilo» del Arquitecto Divino, que representaba en la tradición la condición límite de la operación artística perfecta, está desprovisto de toda idiosincrasia, de modo que, en Su pintura del mundo Él hace a un hombre y a una ameba de una y la misma manera, cada una según su tipo; justamente como en las sociedades normales y unánimes, un puente y una catedral, aunque cada uno sirve a sus fines propios, se hacen en uno y el mismo estilo.