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Gaffarel Escrituras

domingo 31 de dezembro de 2023, por Cardoso de Castro

  

Jacobo Gaffarel — PROFUNDOS MISTÉRIOS DA CABALA   DIVINA
Los Misterios Ocultos de la Divina Cábala, defendidos de los sofismas de los Filósofos.
Excertos da tradução em espanhol de Juli Peradejordi  

DE todos los beneficios, incluso los mayores, que Dios buenísimo y todopoderoso ha concedido a los hombres, estimo que nada hay más precioso que el conocimiento de los medios seguros, probados e inmutables, que permiten llegar a la Patria celeste, objeto de nuestros deseos.

Gracias a ellos, ardiendo de amor divino, languideciendo de amor, diría con la esposa, [1] se llega, por una feliz evolución, hasta este amor bendito, eterno, que no es sino Dios mismo. [2]

Por esta razón, los apóstoles afirman que la Santa Escritura inspirada por Dios nos ha sido transmitida como el camino seguro, como el camino directo que puede llevarnos a la salvación.

Gracias a ella discernimos claramente la inmutable voluntad divina. Discerniéndola, la observamos; observándola la amamos y, amándola, aseguramos nuestra felicidad.

¡Oh beatitud envidiable! ¡Oh amor delicioso! ¡Oh feliz sumisión! ¡Oh divinísima Escritura! ¡Nos conviertes en servidores de Dios, en herederos del Padre eterno, coherederos de Cristo, comensales de los Santos! ¡Nos consagras ciudadanos de la JERUSALÉN Celeste! ¡Aseguras nuestra felicidad por la Eternidad!

Tú, en este valle de lágrimas donde, sometidos a todo tipo de fatigas, condenados al dolor, nos arrastramos en una vida que más es una muerte lenta que una breve existencia, tú, nos consuelas con la esperanza de la Eternidad.

Tú, que elevas tantos justos, tantos santos a tan alta virtud, que se vuelven comparables a los Ângeles. Tú que, al decir de San Bernardo  , eres la enseñanza más elevada que tienen, les haces alcanzar los cielos, los haces semejantes a los Ângeles a los que igualan en pureza.

Tú, en medio de las más inaccesibles soledades, en las cavernas, en las cuevas, en los más horrorosos antros, tú los inundas con una alegría indecible, los recompensas y los sostienes con la esperanza de una felicidad eterna.

Y, yendo más lejos, fuiste tú también, asegurándoles el advenimiento del Mesías, el consuelo de los Antepasados que, tras la mancha original legada por nuestro primer padre, no dejaban de llorar y repetir en medio de sus lágrimas:

" ¡Cielos derramad sobre nosotros vuestro rocío, y que el justo descienda de las nubes, como una lluvia benefactora! ¡Qué la tierra se abra y dé a luz al Salvador!"

Y todos estos generosos, estos invencibles atletas de Cristo; estas Vírgenes tímidas que, sin desfallecer, con coraje sobrehumano afrontaban la hoguera, las espadas enrojecidas por el fuego, la rueda, el caballejo, el hacha del verdugo, así como todos los otros suplicios empleados por la tiranía, y todo esto para conquistar la palma de la gloria celeste. ¿No eras tú, en fin, quien tan feliz y poderosamente sostenía su generosa resolución?

Pero, si en los tiempos de miseria que atravesamos no hay otro medio mejor para asegurar la tranquilidad de nuestra vida, la paz de nuestro espíritu, que seguir escrupulosamente las enseñanzas de la Santa Escritura, la única verdadera cuando se regresa a las fuentes más puras, nada es, por el contrario, más pernicioso para nuestro espíritu, digo, nada puede alterar más profundamente nuestra alma, que esta Escritura, regla de nuestra vida, cuando ha sido alterada, corrompida, y no es ya posible seguirla, observarla, sin caer en la contradicción y el error.

Esto ocurrió, dicen, poco después de la Pasión de Cristo, nuestro Salvador. Obcecados, los judíos en su ignorancia desnaturalizaron hasta tal punto este texto sagrado, que casi todos los pasajes en los cuales los misterios de nuestra Redención estaban expuestos con claridad. se volvieron oscuros e incomprensibles.

Tales fueron los hechos, aunque algunos Padres protestan en sus escritos contra esta afirmación. Fue el primer ataque del mal y, desde entonces, gracias a la ambigüedad de las palabras, cada cual comenzó a interpretar a su manera la santísima palabra de Dios. Hubo tantas versiones como traducciones y, lo que es más deplorable, la fe varió según los individuos y la doctrina, según los usos de cada pueblo. Las cosas llegaron hasta un punto en el que, con derecho y razón, San Hilario prorrumpió en santos gemidos sobre la miseria de su época.

¡Dios inmortal! ¿Qué remedio radical y divino se imponía para subsanar un mal como éste?

Habiendo hecho falta que la Iglesia, inspirada y dirigida por el Espíritu, hubiera garantizado la autenticidad de las Escrituras, habría sido necesario, del mismo modo, que la Iglesia no hubiera dejado subsistir ninguna duda en lo que concierne a la interpretación de las Escrituras.

Pero no sé qué potestades infernales enviadas por Satanás vinieron a oscurecer el cielo, hasta entonces sin nubes, de la Iglesia. Dejando caer un engañoso velo sobre estas enseñanzas, provocaron una deplorable división, [3] origen   de todos los males. Abandonado el recto camino seguido hasta entonces, animados por un espíritu impío, resonando como la trompeta del Anticristo, suscitaron cismas espantosos que desolaron al mundo entero.

Habiendo perdido la tradición, los maestros de aquella época, semejantes a un miembro atacado por la gangrena, arrancado de su tronco, no propagaron más que una doctrina malsana y corrompida. Se entregaron a las mujeres, a los niños, a los ignorantes, los textos más ocultos de los libros santos sobre los cuales no había caído nunca una mirada indiscreta.

A raíz de un nuevo modo, no sólo de leer, sino también de interpretar la Escritura, se llegó a un punto en el que cualquier ignorante inventaba herejías.

San Jerónimo dibujó, gimiendo, un cuadro magistral de esta corrupción de los textos sagrados:

"No hay más que una ciencia de las Escrituras, exclama cada cual, y yo la poseo. Cualquier vieja charlatana, cualquier anciano de debilitado cerebro, cualquier orador campanudo, cualquiera, en una palabra, reivindica para el sólo la verdad, desnaturalizando los textos, enseñándolos antes de haber aprendido a conocerlos. Otros, grandilocuentes y majestuosos, disertan en medio de las mujeres sobre los libros santos. Otros, en fin, aprenden de las mujeres lo que enseñan a los hombres. Y, como si no fuera suficiente, otros, dotados de una cierta locuacidad y de una audacia mayor aún, pretenden enseñar a los demás lo que ellos mismos ignoran."

La mayoría de los Padres, con un espíritu íntegro, intentaron volver a buscar el sentido de las Escrituras en la tradición de los apóstoles; los herejes decretaron que había que separarse de ellos y, colmo de la imprudencia, acusaron a sus discípulos de falsificar y corromper los textos, declarando que para remediar un mal tan grande, era necesario remontarse hasta el origen mismo de la escritura hebrea y alejarse totalmente, según su expresión, de los arroyos tan turbios de la interpretación y de la tradición.

Esto lo reconocemos junto a San Jerónimo a quien estos inventores de fábulas quisieron dar una lección y de quien la Iglesia católica ha recibido la mayor parte de la traducción de los textos sagrados. Pero a ellos, los críticos de San Jerónimo, hay que evitarlos, pues están endurecidos en su error, como Faraón.

Y si me estuviera permitido exponer mi opinión en un debate de esta importancia, demostraría con más claridad que el sol a mediodía, apoyándome en el testimonio de los Rabinos, que la versión de San Jerónimo está en conformidad con el texto original.

En efecto, los relatos bíblicos tomados de esta fuente original son casi idénticos en los comentarios rabínicos y en los escritos de este gran doctor.

La gente sensata que ataca al verdadero sentido de las Escrituras (si conservan aún algún buen grano de sensatez en el seno de su sinrazón), apreciarán si es conveniente o no rechazar completamente las fuentes hebreas.


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[1Gaffarel hace referencia aquí a la esposa de El Cantar de los Cantares de Salomón, uno de los libros bíblicos que fueron objeto de más comentarios por parte de los kabbalistas. Ver Cant. IV-8.

[2La concepción de Dios como amor es típica del Nuevo Testamento; se encuentra especialmente en las Epístolas de San Juan. En la Kábbala corresponde al aspecto de Gracia, o sea, la columna de la derecha del árbol sephirótico.

[3Según algunas doctrinas kabbalísticas, la división es el origen de todos los males. El mito de la caída de Adán se traduce en ellas en el de la división de la unidad hombre/mujer del andrógino primordial. El Mensaje de nuevo encontrado (Op. cit. XXIII-1) habla también de "la división del pecado originar"