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Paracelso Trindade

domingo 31 de dezembro de 2023, por Cardoso de Castro

  

PARACELSO   — TRINDADE
Excertos de C. del Tilo TEMAS CRISTIANOS
De los dones del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo

Si os hablo de la Trinidad es para que comprendáis todo lo que hemos recibido aquí, sobre la tierra, en materia de dones y talentos. Hemos recibido un don del Padre, otro del Hijo, otro del Espíritu. En consecuencia, todos los hombres tienen necesidad de la Trinidad; puesto que, quien necesita al Padre, necesita también al Hijo y al Espíritu Santo; y quien recibe del Hijo, recibe igualmente del Padre y del Espíritu Santo.

Sabemos que los hombres difieren entre sí. Algunos creen en Dios Padre, no como un padre sino como Creador. Sobre todo, son los no cristianos los que piensan así: ven en Dios Padre todo aquello que su fe les permite ver, es decir, al creador de quien proviene su naturaleza de criatura. Creen en Dios precisamente en la medida en que esperan y obtienen de él alimento, bienes, dinero. Tienen fe en lo que ven.

He aquí el primer don de Dios Padre que ha creado el cielo y la tierra para el bienestar del hombre. Al tomar conciencia de ello, el mundo entero cree en el creador del cielo y la tierra, cristianos y no cristianos, todos igual, con la diferencia, no obstante, que los cristianos reconocen en Dios al creador y también al Padre; el Padre de quien, por medio de una virgen, ha nacido un Hijo. Así, la fe en Dios se divide en dos: la fe en Dios creador y la fe en Dios creador y padre. Sin embargo, Dios deja lucir el sol sobre todos los hombres, tengan una fe completa o no. Aquellos que sólo creen en lo que ven, saben que tienen lo que tienen de Dios, el creador; no creen en el Hijo ni en el Espíritu Santo. No se benefician del reino del Hijo, ni de los dones del Espíritu Santo. En consecuencia, después de su muerte, no estarán entre el número de los elegidos, ya que la fe en el creador no es suficiente para volverlos bienaventurados; al contrario, los que creen en el Hijo, recibirán del Hijo la vida bienaventurada. Sabed pues que la fe en el creador es una fe justa, pero no una fe plena.

El otro don, que viene también de la Trinidad, pero que procede del Hijo, no concierne a los bienes sensibles ni perecederos, ni a ninguna otra cosa terrestre, aunque a Cristo le fuera dado alimentar a mil personas con unos pocos panes de cebada. Sin embargo, esto correspondía al poder del Padre, no al del Hijo; con ello solamente manifestó que el Padre también estaba en él, y él en el Padre, en tanto que creador del cielo y la tierra.

El don del Hijo es el advenimiento de la nueva criatura, el hombre nuevo, que disfruta de un cuerpo eterno e inmortal. Sabed que el don del Hijo es el del advenimiento de otro mundo, que es mucho más que el Paraíso, que fue creado antes del nacimiento del hombre nuevo —al igual que el mundo fue creado antes del nacimiento de Adán— y así como Adán fue creado en último lugar, igualmente el hombre nuevo ha sido creado en último lugar. He aquí pues el don del Hijo, que es el de abrirnos un mundo nuevo, un paraíso; dotarnos de un cuerpo angélico que no conoce la muerte ni la enfermedad; introducirnos en un mundo sin odio, sin pecado. Y es él, el Hijo, quien nos alimenta y nos da todo lo que necesitamos.

En el Pater Noster pedimos el pan cotidiano. El cristiano es quien lo pide y solo él; debido a que es a Dios, en tanto que Padre, a quien dirige la plegaria, Él nos lo da, no sólo como creador ¿como lo daría a los paganos e incrédulos? sino en tanto que Padre. Al contrario, Cristo ha dicho: «Bienaventurados aquellos que comen el pan en el reino de los cielos». Se trata de otro pan: es el pan que Cristo nos dio en su última Cena con los apóstoles, en el momento que les dijo: «De ahora en adelante no comeré ni beberé con vosotros hasta el fin de los tiempos, en el reino de los cielos». Es el pan que Cristo ha creado e instituido para la nueva criatura, un pan que no está incluido en el Pater Noster.

El don del Hijo sólo va a los que creen en el Hijo y que reciben de él el nuevo nacimiento, es decir, la beatitud, la redención, la resurrección y el reino eterno. Es en esto que difieren el don del Hijo y el del Padre.

Por lo que se refiere al Espíritu Santo, no es el creador de un tercer nacimiento, al igual que el Padre es el autor del nacimiento según el tiempo y el Hijo el que instaura el nacimiento por la eternidad. El don del Espíritu Santo es el de iluminar el antiguo y nuevo nacimiento.

Aquellos que tienen la inteligencia de ver en Dios al creador de todas las cosas reciben esta luz del Espíritu Santo; sin embargo, se trata sólo de una luz natural y no de una luz que conduce a la vida eterna, ya que procede del creador, no del Hijo. Así es como se encuentra un buen número de cabezas inteligentes y eruditas entre los no cristianos, iluminados por el Espíritu Santo, tales como Aristóteles, Platón, Virgilio, etc.

Pero el Espíritu Santo que emana del Hijo proporciona la luz eterna a quienes creen en el Hijo. Cuanto más fuerte es la fe, más intensa es la luz, más procura la sabiduría. No obstante, es el mismo y único Espíritu que procede del Padre y del Hijo, yendo del Dios creador a la criatura, y del Hijo a quienes poseen la fe cristiana.

En consecuencia, el Espíritu Santo es benéfico a los no cristianos puesto que les ilumina y les proporciona la inteligencia de la cosas de la naturaleza; cuanto más buscan, más disfrutan de la luz natural; sin embargo, no se benefician de la luz que da el Hijo. Así, a cada uno le es dado en proporción a su fe, tanto al cristiano como al no cristiano. La luz natural viene del Padre; pero la luz espiritual que viene del Hijo aumenta y fortifica la inteligencia que viene del creador.