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Guénon PovosAntigos

sexta-feira 29 de dezembro de 2023, por Cardoso de Castro

  

Guénon — Introdução Geral ao Estudo das Doutrinas Hindus — As relações dos povos antigos

CAPÍTULO IV — Las relaciones de los pueblos antiguos
Se cree bastante generalmente que las relaciones entre Grecia y la India no han comenzado, o al menos no han adquirido una importancia apreciable, más que en la época de las conquistas de Alejandro; así pues, para todo lo que es ciertamente anterior a esta fecha, se habla simplemente de semejanzas fortuitas entre las dos civilizaciones, y, para todo lo que es posterior, o supuesto posterior, se habla naturalmente de influencia griega, como lo quiere la lógica especial inherente al «prejuicio clásico». Esa es una opinión que, como muchas otras, está desprovista de todo fundamento serio, ya que las relaciones entre los pueblos, incluso alejados, eran mucho más frecuentes en la antigüedad de lo que se imagina ordinariamente. En suma, las comunicaciones no eran mucho más difíciles entonces de lo que eran hace uno o dos siglos, y más precisamente hasta la invención de los ferrocarriles y de los barcos de vapor; se viajaba sin duda menos comúnmente que en nuestra época, menos frecuentemente y sobre todo menos deprisa, pero se viajaba de una manera más provechosa, porque se tomaba el tiempo de estudiar los países que se atravesaban, y a veces se viajaba justamente sólo en vista de ese estudio y de los beneficios intelectuales que se podían obtener de él. En estas condiciones, no hay ninguna razón plausible para tratar de «leyenda» lo que se nos ha contado sobre los viajes de los filósofos griegos, tanto más cuanto que estos viajes explican muchas de las cosas que, de otro modo, serían incomprehensibles. La verdad es que, mucho antes de los primeros tiempos de la filosofía griega, los medios de comunicación debían tener un desarrollo del que los modernos están lejos de hacerse una idea exacta, y eso de una manera normal y permanente, fuera de las migraciones de pueblos que no se han producido nunca, sin duda, más que de una manera discontinua y algo excepcional.

Entre otras pruebas que podríamos citar en apoyo de lo que acabamos de decir, indicaremos sólo una, que concierne especialmente a las relaciones de los pueblos mediterráneos, y lo haremos porque se trata de un hecho poco conocido o al menos en el que se repara poco, al que nadie parece haber prestado la atención que merece, y del que nadie ha dado, en todo caso, más que interpretaciones muy inexactas. El hecho del que queremos hablar es la adopción, en todo el entorno de la cuenca del Mediterráneo, de un mismo tipo fundamental de moneda, con variaciones accesorias que servían de marcas distintivas locales; y esta adopción, aunque apenas se pueda fijar su fecha exacta, se remonta ciertamente a una época muy antigua, al menos si no se tiene en cuenta más que el período que se considera más habitualmente en la antigüedad. No se ha querido ver en eso nada más que una simple imitación de las monedas griegas, que habrían llegado accidentalmente a regiones lejanas; esto es también un ejemplo de la influencia exagerada que siempre se ha querido atribuir a los griegos, y también de la enojosa tendencia de hacer intervenir el azar en todo lo que no se sabe explicar, como si el azar fuera otra cosa que un nombre que se da, para disimularla, a nuestra ignorancia de las causas reales. Lo que nos parece cierto, es que el tipo monetario común de que se trata, que conlleva esencialmente una cabeza humana por un lado, y un caballo o un carro por el otro, no es más específicamente griego que itálico o cartaginés, o incluso celta o ibérico; su adopción ha necesitado ciertamente un acuerdo más o menos explícito entre los diversos pueblos mediterráneos, aunque las modalidades de este acuerdo se nos escapan forzosamente. Ocurre con este tipo monetario como con algunos símbolos o con algunas tradiciones, que se encuentra que son los mismos en límites aún más extensos; y por otra parte, si nadie contesta las relaciones sostenidas que las colonias griegas mantenían con su metrópoli, ¿por qué se habrían de contestar entonces las que han podido establecerse entre los griegos y otros pueblos? Por lo demás, incluso allí donde una convención del género de la que acabamos de decir no haya intervenido nunca, por razones que pueden ser de órdenes diversos, que no vamos a buscar aquí, y que, por lo demás, sería quizás difícil determinar exactamente, no está probado en modo alguno que eso haya impedido el establecimiento de intercambios más o menos regulares; los medios para ello han debido ser simplemente otros, puesto que debían estar adaptados a unas circunstancias diferentes.

Para precisar el alcance conviene reconocer el hecho que hemos indicado, aunque no lo hemos tomado más que a título de ejemplo, es menester agregar que los intercambios comerciales no han debido producirse nunca de una manera sostenida sin ser acompañados más pronto o más tarde por intercambios de un orden diferente, y concretamente por intercambios intelectuales; e incluso puede ser que, en algunos casos, las relaciones económicas, lejos de tener el primer rango como lo tienen en los pueblos modernos, no hayan tenido más que una importancia más o menos secundaria. La tendencia a reducirlo todo al punto de vista económico, ya sea en la vida interior de un país, ya sea en las relaciones internacionales, es en efecto una tendencia completamente moderna; los antiguos, incluidos los occidentales, a excepción quizás de los fenicios únicamente, no consideraban las cosas de esta manera, y los orientales, incluso actualmente, no los consideran así tampoco. Ésta es la ocasión de repetir cuan peligroso es siempre querer formular una apreciación desde el propio punto de vista, en lo que concierne a hombres que, al encontrarse en otras circunstancias, con una mentalidad diferente, situados de modo diferente en el tiempo y en el espacio, no se han colocado nunca, ciertamente, en ese mismo punto de vista, y ni siquiera tenían ninguna razón para concebirle; sin embargo, este error es el que cometen muy frecuentemente aquellos que estudian la antigüedad, y es también, como lo decíamos desde el comienzo, el que nunca dejan de cometer los orientalistas.

Para volver de nuevo a nuestro punto de partida, nadie está autorizado por el hecho de que los filósofos griegos más antiguos han precedido en varios siglos a la época alejandrina, a concluir que no han conocido nada de las doctrinas hindúes. Para citar un ejemplo, el atomismo, mucho tiempo antes de aparecer en Grecia, había sido sostenido en la India por la escuela de Kanâda, y después por los jainas y los budistas; puede ser que haya sido importado a Occidente por los fenicios, como algunas tradiciones lo dan a entender, pero, por otra parte, diversos autores afirman que Demócrito, que fue uno de los primeros entre los griegos en adoptar esta doctrina, o al menos en formularla claramente, había viajado a Egipto, a Persia y a la India. Los primeros filósofos griegos pueden haber conocido incluso, no sólo las doctrinas hindúes, sino también las doctrinas budistas, ya que no son, ciertamente, anteriores al budismo, y, además, éste se extendió muy pronto fuera de la India, en regiones de Asia más cercanas a Grecia, y, por consiguiente, relativamente más accesibles. Esta circunstancia fortificaría la tesis, muy sostenible, de traspasos, no por cierto exclusivamente, pero sí principalmente, provenientes de la civilización búdica. Lo que es curioso, en todo caso, es que las aproximaciones que se pueden hacer con las doctrinas de la india son mucho más numerosas y más llamativas en el periodo presocrático que en los periodos posteriores; ¿qué ocurre entonces con el papel de las conquistas de Alejandro en las relaciones intelectuales de los dos pueblos? En suma, no parecen haber introducido, en cuanto a hechos de influencia hindú, más que lo que se puede encontrar en la lógica de Aristóteles, y a lo cual hacíamos alusión precedentemente en lo que concierne al silogismo, así como en la parte metafísica de la obra del mismo filósofo, para la que se podrían señalar también semejanzas demasiado precisas como para ser puramente accidentales.

Si se objeta, para salvaguardar a pesar de todo la originalidad de los filósofos griegos, que hay un fondo intelectual común a toda la humanidad, por eso no es menos cierto que este fondo es algo muy general y muy vago para proporcionar una explicación satisfactoria de semejanzas precisas y claramente determinadas. Por lo demás, la diferencia de las mentalidades va mucho más lejos, en muchos de los casos, de lo que creen los que no han conocido nunca más que un sólo tipo de humanidad; entre los griegos y los hindúes, particularmente, esta diferencia era de las más considerables. Una explicación semejante no puede bastar más que cuando se trata de dos civilizaciones comparables entre sí, que se desarrollan en el mismo sentido, aunque independientemente la una de la otra, y que producen concepciones idénticas en el fondo, aunque muy diferentes en la forma: este caso es el de las doctrinas metafísicas de la China y de la India. También sería quizás más plausible, incluso en estos límites, ver en eso, como se está forzado a hacerlo por ejemplo cuando se constata una comunidad de símbolos, el resultado de una identidad de las tradiciones primordiales, lo que supone unas relaciones que, por lo demás, pueden remontarse a épocas mucho más remotas que el comienzo del periodo llamado «histórico»; pero esto nos llevaría demasiado lejos.

Después de Aristóteles, los rastros de una influencia hindú en la filosofía griega devienen cada vez más raros, si no completamente nulos, porque esta filosofía se encierra en un dominio cada vez más limitado y contingente, cada vez más alejado de toda intelectualidad verdadera, y porque este dominio es, en su mayor parte, el de la moral, que se refiere a preocupaciones que han sido siempre completamente ajenas a los orientales. Es únicamente en los neoplatónicos donde se verán reaparecer las influencias orientales, y es inclusive ahí donde se encontraran por primera vez, en los griegos, algunas ideas metafísicas, como la del Infinito. Hasta entonces, en efecto, los griegos no habían tenido más que la noción de lo indefinido, y, rasgo eminentemente característico de su mentalidad, acabado y perfecto eran para ellos términos sinónimos; para los orientales, al contrario, es el Infinito el que es idéntico a la Perfección. Tal es la diferencia profunda que existe entre un pensamiento filosófico, en el sentido europeo de la palabra, y un pensamiento metafísico; pero tendremos la ocasión de volver de nuevo sobre ello más ampliamente a continuación, y estas pocas indicaciones bastan por el momento, ya que nuestra intención no es establecer aquí una comparación detallada entre las concepciones respectivas de la India y de Grecia, comparación que, por lo demás, encontraría muchas dificultades en las que no piensan apenas aquellos que la consideran demasiado superficialmente.