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Míguez-Plotino: Primero

quinta-feira 1º de fevereiro de 2024, por Cardoso de Castro

  

Entonces, ¿cómo escapará uno a ellos? No locamente - dice - , sino adquiriendo virtud y separándose del cuerpo. Así se separará también de la materia. Porque quien vive en consorcio con el cuerpo, vive en consorcio con la materia. Lo de separarse o no, Platón mismo lo aclara. Lo de morar «entre dioses», quiere decir entre los inteligibles. Éstos son, efectivamente, inmortales. Mas la forzosidad del mal es posible comprenderla también de este modo: que, puesto que el Bien no existe solo, sigúese forzosamente que, en el proceso de salida originado por él, o si se prefiere, en ese continuo descenso y alejamiento, el término final después del cual ya no podría originarse cosa alguna, ése es el mal. Ahora bien, lo siguiente al Primero existe forzosamente; luego también lo último. Y esto es la materia, que ya no tiene nada de aquél. Y en esto consiste la forzosidad del mal. ENÉADA: I 8 (51) 7

En general, se equivocan en el modo de concebir la creación y en muchas otras cosas, y llevan por el lado peor las doctrinas de Platón, corno si ellos mismos hubiesen comprendido la naturaleza inteligible, cosa que aparecería vedada tanto a Platón como a los demás hombres divinos. Al enumerar una gran cantidad de inteligibles, piensan que podrá creerse que acaban de descubrir al fin la más rigurosa de las verdades. Sin embargo, con esta misma cantidad de inteligibles hacen que la naturaleza inteligible se parezca a la naturaleza sensible e inferior; cuando lo que realmente conviene en el mundo inteligible es perseguir el menor número posible de seres. Todos ellos habrá que atribuirlos a la Inteligencia que se sitúa a continuación del Primero, para liberarse así del número; en ella se dan todos los seres, y ella es también la primera inteligencia, la esencia y todo lo que hay de hermoso luego de la primera naturaleza. En el tercer rango colocaremos al alma, cuidando de descubrir en sus pasiones y en su naturaleza las diferencias que las almas ofrecen. Es claro que no debemos ridiculizar a esos hombres divinos, sino recibir con benevolencia sus opiniones, como hombres antiguos que son. Habremos de aceptar entonces todo lo que ellos califican rectamente: la inmortalidad del alma, el mundo inteligible, el primer Dios, la necesidad que siente el alma de huir de su trato con el cuerpo, la separación de una y de otro, que consiste en liberarse de la generación para dirigirse a la esencia. Hacen bien, desde luego, cuando emplean un lenguaje tan claro como el de Platón. No implica, sin embargo, malevolencia contra los que están en desacuerdo el decirles que no necesitan ridiculizar e injuriar a los griegos para lograr que arraiguen sus afirmaciones en el espíritu de sus oyentes; pues muy al contrario, tendrán que mostrar la rectitud de éstas en relación con las formuladas por los antiguos, y las opiniones de estos hombres, acogidas con solicitud y disposición filosófica, serán entonces expuestas en parangón con las opiniones propias, incluso, como es justo, si están en contradicción con ellas. Habrán de mirar a la verdad y no tratar de aumentar su honra con la reprobación de unos hombres que ya desde la antigüedad han sido distinguidos, y considerados como superiores, por otros hombres que no son realmente despreciables. Porque las doctrinas formuladas por los antiguos sobre los seres inteligibles son muy superiores a las de éstos; se las reconocerá como doctrinas sabias por todos aquellos que no han sido víctimas del error, tan fácilmente extendido entre los hombres. De aquellos han tomado las más de las cosas todos los que han venido después, limitándose a adiciones nada convenientes, con las que quisieron contradecirles. Para ello introdujeron en la naturaleza inteligible generaciones y corrupciones de todas clases, llenando de reproches el universo sensible, censurando la relación del alma con el cuerpo y vituperando al ser que gobierna el universo. Llegan en este aspecto a identificar el demiurgo con el alma, atribuyéndole las mismas pasiones que se dan en las almas. ENÉADA: II 9 (33) 6

¿Cómo podremos explicar que las almas hayan olvidado a Dios, su padre, y que, siendo como son partes de él y que a él pertenecen por entero, se ignoren a sí mismas y le ignoren a él? Digamos que el principio del mal es para ellas la audacia, la generación, la diferenciación primera y el deseo de ser ellas mismas. Pues queriendo gozar de su independencia, se sirven del movimiento que ellas poseen para dirigirse al lugar contrario al que ocupa la divinidad. Llegadas a este punto, desconocen ya por completo de dónde provienen y, al igual que unos hijos arrancados a sus padres y educados por largo tiempo lejos de ellos, se ignoran verdaderamente a sí mismas e ignoran a quienes les dieron el ser. Como no ven (a Dios), ni siquiera se ven a sí mismas, estas almas se menosprecian por desconocimiento de su linaje. Estiman, por el contrario, todo lo demás y nada les llena en mayor grado que la admiración de sí mismas. Se dejan llevar de la admiración y de la pasión hacia todas las otras cosas, suspendidas como están de ellas, y, naturalmente, en cuanto les es posible rompen con todo aquello de lo que se alejaron en virtud de su menosprecio. De modo que acontece en realidad que la causa de su total desconocimiento de Dios es su misma estima de las cosas de aquí y su desdén por ellas mismas. Porque perseguir y admirar una cosa es, para el que la persigue y la admira, sentirse en todo inferior a ella. Y así, quien se sitúa por debajo de lo sujeto a generación y destrucción, por estimarse la cosa más despreciable y mortal de cuantas él distingue, no puede nunca imaginar en su espíritu cuál sea realmente la naturaleza y el poder de Dios. De ahí que debamos usar de un doble razonamiento si hemos de dirigirnos a los que se encuentran en esta disposición con el deseo de que retornen al lugar contrario y de que asciendan hacia los seres primitivos para alcanzar así el ser más alto, que es el Uno o el Primero. ¿Qué significa cada una de estas dos cosas? La una nos muestra la infamia de lo que ahora es honrado por el alma, según tendremos ocasión de probar más adelante; la otra alecciona al alma y le recuerda en cierto modo cuál es su linaje y su dignidad. Esta cuestión es, naturalmente, anterior a la primera y por su misma luz se obtiene la iluminación de la otra. Tratémosla, pues, ya que se encuentra próxima al objeto de la búsqueda y ha de ser muy útil a él. Porque quien busca, en definitiva, es el alma y lo que ha de conocer es qué clase de ser ella es para poder, antes de nada, conocerse a sí misma y saber igualmente si tiene posibilidad de realizar esa búsqueda y si cuenta con un ojo capaz de ello, o lo que es lo mismo, si le conviene tal investigación. Ya que si lo que busca, en realidad, es algo extraño, ¿qué provecho sacará de aquí? En tanto si lo que sea es algo afín a ella, no hay duda de que le convendrá buscarlo y que incluso podrá encontrarlo. ENÉADA: V 1 (10) 5

Tal es este dios múltiple, que existe en el alma unida estrechamente a estas regiones, y siempre que ella no quiera abandonarlas. Próxima como está a la Inteligencia y formando unidad con ella, trata naturalmente de preguntarse: ¿quién ha engendrado la Inteligencia y cuál es el término simple anterior a ella, la causa de su ser y la razón de su multiplicidad, a la que se debe el número? Porque el número no es lo primero, sino que la unidad precede a la dualidad, ya que ésta, como proveniente de la unidad, se encuentra limitada por ella, siendo como es por sí misma verdaderamente ilimitada. Nace el número, pues, cuando la dualidad se ve limitada; pero con el número surge también el ser. El alma, por su parte, es número, ya que los términos primeros de que hablamos ni son masas ni magnitudes, cosas todas ellas realmente macizas y posteriores, al amparo de cuya existencia cabe pensar en la sensación. Lo que tiene de valor en la simiente no es, desde luego, la humedad sino aquello que no se ve, esto es, un número y una razón seminal. Lo que llamamos número y dualidad indefinida en la región de los seres inteligibles son razones y una inteligencia. Primero se da la dualidad indefinida que viene a ser recibida por el sustrato de los inteligibles; luego, aparece el número, que nace de esta dualidad y del Uno, a la manera de una forma. Porque todas las cosas son informadas por formas nacidas en el número. De aquí que, si aquélla recibe en un sentido la forma del Uno, en otro también recibe la forma del Número. ENÉADA: V 1 (10) 5

Anaxágoras, al hablar de la simplicidad de la inteligencia, pura y sin mezcla, considera también al Uno como término primero y separado; pero, por su misma antigüedad, desdeñó la exactitud. Y Heráclito conoció el Uno eterno e inteligible, porque según él, los cuerpos están en un devenir y en un flujo constantes. Para Empédocles cuentan la Discordia, que separa, y la Amistad, identificada con el Uno. El Uno es también para él algo incorpóreo en tanto los elementos son considerados como la materia. Más tarde, Aristóteles dijo que el ser primero es algo "separado e inteligible", aunque al afirmar que "se piensa a sí mismo" hace nuevamente que no sea el primero. Aristóteles habla de diferente manera que Platón cuando admite tantos seres inteligibles como esferas celestes para que cada una de las esferas pueda ser movida pero no tiene razones que dar e invoca entonces la necesidad. Mas, aunque hablase con todo fundamento, podría objetársele que es más razonable que todas las esferas, puesto que colaboran en una misma ordenación, miren hacía el Uno y hacia el Primero. Podría, incluso, preguntársele si, para él, los seres inteligibles múltiples provienen de un solo y primer término, o si se dan varios principios en estos seres. Si ocurre lo primero, estará claro, por analogía con las esferas del cielo sensible, en donde una encierra a las demás y la esfera exterior domina a todas las otras que el ser primero de lo alto envuelve también todas las cosas y que, a su vez, existe realmente un mundo inteligible. Pero, lo mismo que aquí las esferas no están vacías, sino que la primera se encuentra llena de astros y las otras llevan igualmente el suyo, así también en el mundo inteligible los seres que actúan de motores encerrarán en sí mismos una multiplicidad y serán, sin duda alguna, los seres más verdaderos. Si ocurre lo segundo esto es, si cada motor es un principio, los distintos principios se regirán por el azar, y entonces ¿Cómo podrán reunirse y ponerse de acuerdo para producir esta obra única que es la armonía del cielo? ¿Cómo es posible, por otra parte, que los seres sensibles que hay en el cielo constituyan un número igual al de los motores inteligibles? ¿Y por qué estos motores son múltiples e incorpóreos y carecen de materia que les distinga? Así se explica que aquellos de los antiguos que siguieron a Pitágoras, a sus discípulos y a Ferécides se hayan mantenido firmemente con respecto a esta naturaleza; pero unos la hicieron explícita en sus escritos, otros la dieron a conocer en lecciones no escritas y otros, en fin, la desdeñaron completamente. ENÉADA: V 1 (10) 5

Está claro, por tanto, que todas las cosas son y no son el Primero. Lo son, en verdad, porque provienen de El, y no lo son porque éste subsiste en sí mismo y lo que hace es darles la existencia. Todas las cosas son como una larga vida que se extiende en línea recta. En esta línea todos los puntos son diferentes, pero la línea misma no deja por ello de ser continua. Y la diferencia que mantiene cada punto entre sí no implica la consunción del anterior en el siguiente. Pero, ¿no engendra realmente nada esa parte del alma que ha venido a las plantas? Engendra la planta en la que se encuentra. Extremo este que convendrá investigar, pero partiendo de otro principio. ENÉADA: V 2 (11) 5

Se ha dicho ya en otra parte que conviene que haya después del Primero, porque el Uno es, absolutamente hablando, una potencia inmensa. Además, esto mismo nos lo confirman todas las cosas, porque no hay ninguna, ni siquiera entre las últimas, que no disponga del poder de engendrar. Añadamos ahora que los seres engendrados no pueden remontar hacia lo alto, sino que se dirigen siempre hacia abajo haciéndose cada vez más múltiples, lo que prueba que el principio de una cosa es mucho más simple ella. El ser que ha producido el mundo sensible no es mismo mundo sensible, sino una Inteligencia y un mundo inteligible. Y lo que se encuentra antes de él y lo ha engendrado no es ni una Inteligencia ni un mundo inteligible sino algo más simple que la Inteligencia y que el mundo inteligible. Porque lo que es múltiple no viene de lo que es múltiple, sino que lo múltiple viene de lo no múltiple. Y si esto mismo es todavía múltiple, entonces no constituye un principio, que habrá que buscarlo en algo anterior a él. Conviene, pues, retrotraerse hasta el Uno verdadero, que es ajeno a toda multiplicidad y disfruta de toda simplicidad, si es realmente simple. Pero, ¿cómo pudo salir de él un verbo que es múltiple y universal, cuando está claro que él no es un verbo? Y si no es un verbo, ¿cómo pudo provenir un verbo de algo que no lo es? ¿Cómo, por ejemplo, procede del Bien algo con apariencia de Bien? ¿Y qué es lo que tiene el Bien para que se diga que guarda apariencia con el Bien? Posee, sin duda, identidad consigo mismo. Pero, ¿qué relación tiene esto con el Bien? Porque nosotros buscamos la identidad cuando ya somos seres buenos. Y tratamos de alcanzar, antes de nada, algo de lo que no debamos separarnos, precisamente, porque es el Bien; si no lo fuese, mejor sería que lo abandonásemos. Pero, esa semejanza con el Bien, ¿consiste en vivir una vida inalterable, permaneciendo voluntariamente cerca de El? Si es esto lo que hace que la vida sea digna de estimación, resulta evidente que nada tiene ya que buscar, pues, según parece, permanece idéntica a sí misma porque le basta con las cosas presentes. Y, en efecto, la vida es estimable con las cosas presentes, y más todavía cuando estas mismas cosas no difieren de ella. Si una vida así es la vida que consideramos plena, la vida clara y perfecta, tiene que encerrar en sí toda alma y toda inteligencia, y nada de lo que hay en ella estará privado de la vida y de la inteligencia. Así, pues, se bastará a sí misma y ya no tratará de buscar nada; pero si no busca nada, es porque tiene en sí misma lo que ella debiera buscar, caso de que no lo poseyese. Tiene en sí misma el Bien o algo semejante al Bien, que es lo que nosotros llamamos la vida y la inteligencia, o alguna otra cosa deducida de éstas. Si se trata del Bien, nada más allá seria concebible; porque si ese más allá existe, es claro que la vida de la Inteligencia tenderá hacia El, se suspenderá de El, recibirá de El su existencia y, en fin, se dirigirá hacia El, porque El es su principio. ENÉADA: V 3 (49) 5

Si existen seres después del Primero, es necesario, que provengan inmediatamente de El, o que se reduzcan a El por medio de otros seres intermedios y que ocupen el segundo y el tercer rango, el segundo con referencia al primero y el tercero con referencia al segundo. Porque conviene que, antes de nada, exista una cosa simple y diferente de todas las demás que provienen de ella, la cual se dará en sí misma y sin mezclarse con las que la siguen, aunque, por lo demás, pueda encontrarse presente de alguna manera en las otras cosas. Esa cosa de que hablamos es realmente el Uno, al que no cabe considerar como ser y luego como Uno, porque ya encierra falsedad el decir que es Uno, "si no hay de él razón ni ciencia" y si se afirma, también, que está "por encima de la esencia" (Pues si no existiese una cosa simple, verdaderamente extraña a todo accidente y composición y realmente una, tampoco existiría principio alguno). Por ser simple se basta a sí misma y es la primera de todas las cosas; porque todo lo que no sea primero tiene necesidad de lo anterior a él, y lo que no es simple necesita de los términos simples de que está compuesto. Esa cosa, pues, que ser solamente una, dado que, si supusiese otra cosa, ambas tendrían también que ser una; porque no hablamos aquí de dos cuerpos, uno de los cuales se considerase como el primero. Un cuerpo, en efecto, no es nada simple, sino algo engendrado, y no es, por tanto, principio. "El principio es ingénito", y como no es nada corpóreo, sino realmente uno, es ciertamente el Primero de que hablamos. ENÉADA: V 4 (7) 5

Si hay, por tanto, algún otro ser después del Primero, no será ya un ser simple, sino una unidad múltiple. ¿De donde proviene? Sin duda alguna, del Primero; porque, si aquí interviniese el azar, no sería éste el principio de todas cosas. ¿Cómo, pues, proviene del Primero (esa unidad múltiple)? Si el Primero es un ser perfecto e, incluso, el perfecto de todos los seres, y si, además, es la potencia primera, debe ser también el más poderoso de todos los seres, con lo cual las otras potencias habrán de imitarle en la medida de lo posible. Ahora bien; vemos que cuando un ser alcanza su perfección engendra necesariamente y no soporta ya la permanencia en sí mismo sino que produce otro ser. Esto acontece no sólo con los seres que disponen de voluntad propia sino también con los otros seres que viven sin ella y con los seres inanimados que dan de sí mismos todo lo que ellos pueden. Ocurre, por ejemplo, que el fuego calienta y que la nieve enfría, o, igualmente, que los brebajes actúan sobre otro ser. Y todas las cosas, en tanto les es posible, imitan a su principio, tanto en eternidad como en bondad. ¿Cómo, pues, el ser más perfecto y el Bien primero podría permanecer inmóvil en sí mismo? ¿Acaso por envidia o por impotencia, él, precisamente, que es la potencia de todas las cosas? ¿Cómo, entonces, concebirlo como principio? Es necesario, sin duda, que algo provenga de él, puesto que los seres reciben de él el poder mismo de hacer existir otros seres, poder que, necesariamente, a él es debido. El principio generador deberá ser, pues, lo más venerable que exista. Y el ser engendrado por él y que ocupa el segundo rango estará, también, por encima de los demás seres. ENÉADA: V 4 (7) 5

Henos aquí, por tanto, ante esa naturaleza única, la Inteligencia, que es la totalidad de los seres y la verdad. Naturaleza única que es un gran dios, y mejor todavía, no un dios determinado, sino el dios universal que juzga digno el ser todas las cosas. Esta naturaleza es Dios, pero un dios de segundo rango, que se manifiesta con anterioridad al Primero y antes, incluso, de que veamos a Aquél. El Dios mas alto asienta y se mantiene sobre ella como sobre un bello trono, que aparece dependiente de El. Y, cuando avanza, no lo hace sobre un ser inanimado, y ni siquiera inmediatamente sobre el alma, sino que, delante de El ha de encontrar un ser extraordinariamente bello, al modo como, delante del gran rey y a manera de escolta, se sitúan primero los personajes inferiores, luego los hombres de más alta dignidad y, ya por último, los que están más próximos al rey y los que, después de él, reciben los máximos honores. A continuación de estos hombres se destaca la figura del gran rey, que es objeto de la súplica y la veneración de todos aquellos que no decidieron retirarse dándose cumplidamente por contentos con haber contemplado su escolta. Aquí, realmente, uno es el rey, y los otros muy distintos los que marchan delante de él. Y, con todo, el rey de que hablamos no ejerce poder sobre súbditos extraños, sino que tiene la soberanía más justa y la más adecuada a la naturaleza. Tiene, en efecto la realeza verdadera, porque es el rey de la verdad, que domina por naturaleza a todos los seres que ha engendrado y que alcanzan la condición de dioses. Con razón podrá llamársele rey de reyes y padre de los dioses. Zeus constituye entre nosotros una imitación suya, puesto que no se ha mantenido en la contemplación de su padre, sino que se ha unido al acto por el que su abuelo ha establecido el ser. ENÉADA: V 5 (32) 5

Dícese que hay que remontarse hacia el Uno porque es lo que subsiste como Primero e idéntico, aunque otros seres unos provengan de El. Así, en el caso de los números, contamos con una unidad que permanece en sí misma y con otro ser que los produce, surgiendo el número con arreglo a esta misma unidad. Con mayor razón todavía, si se trata del Uno anterior a los demás seres, éste deberá permanecer en sí mismo; pero, aunque eso ocurra, no será una cosa diferente de El la que produzca los seres, sino que bastará con que El exista para que los seres sean engendrados. Pero, lo mismo que, en el caso de los números, la forma de la unidad podía tomarse como primera o segunda, porque cada una de las unidades que sigue a la unidad primera no participa en ella de igual manera, así también en lo que hace a las cosas posteriores al Primero podrá decirse que tienen algo de El, algo que debe considerarse como una forma. Allí, en los números, la participación en la unidad producía la cantidad; aquí, en cambio, la huella del Uno produce la esencia, de modo que el ser no es otra cosa que la huella del Uno. Si se dice, pues, que la palabra ser deriva de la palabra uno, hay grandes posibilidades de alcanzar la verdad. Porque el ser que llamamos el primero, tan sólo un poco se alejó del Uno y no quiso ya ir más adelante, volviéndose, entonces, hacia dentro y convirtiéndose así en la esencia y en el hogar de todos los demás seres. De modo que, quien habla del Uno apoyándose en el sonido mismo las palabras parece dar a indicar lo que procede de El, expresando la palabra ser en la medida de lo posible. En tal sentido, lo que proviene del Uno, es decir, el ser, conserva la imagen de la potencia de la que ha nacido. Y el lenguaje, movido por esta visión y este espectáculo, conserva en su imagen, pronunciando las palabras "ser, esencia hogar." Porque estas palabras quieren designar la existencia de lo que fue engendrado por el Uno, tratando de conservar así, en la medida de lo posible, la imagen de la generación del ser. ENÉADA: V 5 (32) 5

No debe, pues, preguntarse de dónde viene, porque hay lugar de donde pueda venir. Ciertamente, ni viene marcha a ningún lado, sino que se presenta y deja de presentarse. Por lo que no conviene perseguirla, sino esperar tranquilamente a que aparezca, lo mismo que se prepara el ojo en espera de la salida del sol; pues, el sol que se eleva en el horizonte - o que sale del Océano -, como dicen los se ofrece a nuestros ojos como objeto de contemplación. Pero, ¿de dónde se elevará Aquel a quien imita el sol? ¿Y a qué punto podrá adelantarse para hacerse realmente presente? Sin duda deberá elevarse por encima de la Inteligencia que lo contempla, y la Inteligencia, a su vez, permanecerá inmóvil en su contemplación, sin atender a otra cosa que a lo Bello. Ella misma se volverá hacia El y se le entregará por entero. Y, así dispuesta y saciada de EL, se verá taimen hermosa y resplandeciente en razón a su proximidad con el Primero. Pero El no vendrá, como podría esperarse. Vendrá, si acaso, como si no viniese. Y se hará presente sin estarlo realmente, ya que se encuentra por delante de todas las cosas, e incluso de la Inteligencia. Es la Inteligencia, precisamente, la que ha de ir y venir, porque desconoce dónde debe permanecer y dónde se encuentra el Primero, que no está verdaderamente en ninguna parte. Si fuese posible a la Inteligencia no permanecer en ninguna parte - no quiero decir en ningún lugar, porque la Inteligencia no ocupa ningún lugar y no se encuentra en absoluto en ninguna parte de él -, no dejaría de ver al Primero. Mejor dicho, no lo vería, sino que formaría una misma cosa con El. Pero, siendo como es Inteligencia, lo contempla, y lo contempla justamente por su parte no inteligente. ENÉADA: V 5 (32) 5

Posee la infinitud porque no es múltiple y porque no tiene nada que lo limite. Por ser uno no puede ser medido ni alcanza la condición de número. No es limitado, ni por otra cosa ni por sí mismo, ya que si así fuese, sería al menos dos. No tiene, pues, figura, ni partes, ni forma. No tratéis de verle con ojos mortales, como comúnmente se dice, ni creáis que se le pueda ver así, según piensan los que suponen que todas las cosas son sensibles, (negando) con ello la más alta realidad. Porque las cosas que estiman más altas, no son realmente las que ocupan ese lugar. El Primero es principio del ser y superior, incluso, a la esencia; de modo que es preciso mantener la opinión contraria, porque, en otro caso, quedaríais privados de Dios, al igual que aquellos que, en las fiestas sagradas, sólo se satisfacen con su glotonería , alimentándose de manjares que no es lícito tomar cuando se da en la morada de los dioses, aunque crean que se trata algo más cierto que la contemplación misma de Dios, a quien verdaderamente conviene festejar, cosa que en realidad hacen, ya que no participan en las ceremonias sagradas. Pues, como no ven a Dios en estas ceremonias, creen que no existe y sólo admiten como cosa segura la que contemplan con los ojos de su cuerpo; cual esos seres que, adormecidos durante su vida, tomasen sus sueños por realidades verdaderas, hasta el punto de que, si alguien les despertase, no creerían lo que ven con los ojos abiertos, sumiéndose de nuevo en el sueño. ENÉADA: V 5 (32) 5

Podría argüirse que nada impide que una sola y misma cosa tenga múltiples atributos. Pero, con todo, el sujeto de todos ellos habría de ser uno, porque no puede existir multiplicidad sin unidad de la que derive y en la que se dé, al menos, una de las cosas múltiples con las que contamos habrá de ser la primera de todas, pudiendo, entonces, tomarse en sí misma y aisladamente. Si se dijese que se da a la vez que las demás, convendría reunirla con ellas, y, aun considerándola diferente, permitir que vaya con esas cosas. Sería preciso, pues, buscar un sujeto que no estuviese en las otras cosas, sino tan sólo en sí mismo. Porque, aunque pudiese hablarse de un sujeto que se da en las otras cosas, sería un sujeto que se le pareciese, pero no este sujeto mismo, puesto que, si tal sujeto ha de poder verse en las otras cosas, él mismo tiene que estar aislado. Y, si se afirmase que sólo tiene existencia en las otras cosas, entonces, ese sujeto no existiría en estado simple, pero ello supondría que tampoco puede existir el compuesto. Porque, si no puede existir un ser en estado simple, la sustancia no tiene fundamento. Y, si lo simple no existe, menos podrá existir lo compuesto de lo simple. Porque no podría existir por separado cada uno de los términos simples, si no tiene realidad sustancial por sí mismo; y, supuesto esto último, no podría de ningún modo unirse a otro ser, puesto que no existe en absoluto ninguno de tales seres. ¿Cómo, por ejemplo, podría existir un ser compuesto y provenir de cosas que no poseen el ser? ¿Cómo podría provenir, no de cosas que no poseen el ser, sino de cosas que no lo poseen en absoluto? Si, pues, el ser pensante es algo múltiple, conviene que el pensamiento no se de en algo que no es múltiple. Esto es lo que ocurre con el Primero; por lo cual el pensamiento y la inteligencia se darán en los seres que vienen después de El. ENÉADA: V 6 (24) 5

Podríamos comparar el Primero con la luz, el ser que viene después de El con el sol, y el tercero con la luna, cuya recibida del sol. El alma, a su vez, tiene una inteligencia que le es extraña y que la ilumina superficialmente en efecto, inteligente. La inteligencia, en cambio, en sí misma una luz que es propia, aunque no se trate de la luz pura, sino de algo iluminado en su propia sustancia. El Uno le da la luz y El mismo no es otra cosa que la luz; una luz simple, que ofrece a la Inteligencia el poder de ser lo que ella es. ¿De qué, pues, iba a tener necesidad? Porque no es en sí mismo una cosa dé en otra; darse en otra cosa es algo muy diferente en sí mismo. ENÉADA: V 6 (24) 5