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Míguez-Plotino: esencia del alma

quinta-feira 1º de fevereiro de 2024, por Cardoso de Castro

  

Concedamos que es el compuesto el que siente por la presencia del alma, no porque un alma de tal calidad se entregue al compuesto o al otro componente, sino porque es ella la que, de la unión de un cuerpo específico con una especie de luz emitida por ella, produce la naturaleza del animal como una entidad distinta; y esta entidad distinta es el sujeto de la sensibilidad y de todas las otras afecciones que hemos enumerado como propias del animal. ENÉADA: I 1 (53) 7

Pues bien, que cada uno se atenga a cualquiera de las dos doctrinas. No le será difícil descubrir cómo no están en desacuerdo. La doctrina que atribuye al alma la impecabilidad concibe el alma como una entidad una absolutamente simple, identificando el alma con la esencia del alma, mientras que la que admite que peca le enlaza y le añade la «otra especie de alma», la que está sujeta a «pasiones terribles». De este modo el alma misma se convierte en compuesta y en el resultado de todos los componentes. Está, pues, sujeta a pasiones en su conjunto, y el «compuesto» es quien peca y quien sufre el castigo según Platón, y no aquélla. Por eso dice: «Hemos considerado el alma como los que ven al marino Glauco», pero si uno desea «ver — dice — su naturaleza», es preciso «sacudirle» las adherencias y «ver su amor a la sabiduría, las cosas con las que está en contacto y por estar emparentada con cuáles» es lo que es. Hay, pues, en ella otra vida y otras actividades, y el castigado es distinto. Y el apartamiento y la separación no es sólo lejos de este cuerpo, sino también de todo lo que se le ha añadido. Y es que la añadidura se produce en la generación. O mejor, la generación es propia enteramente de la «otra especie de alma». El cómo de la generación ya lo hemos explicado: se produce con la bajada del alma, siendo otra cosa, derivada del alma, la que baja al inclinarse aquélla. ENÉADA: I 1 (53) 12

Nos preguntaremos también si es que no existe el agua caso de no contar con algo de tierra. ¿Y cómo podríamos decir que el aire, siendo tan sutil, participa de la tierra? ¿O es que el fuego, si tiene necesidad de la tierra, no posee por sí mismo una extensión continua de tres dimensiones? ¿No ha de corresponderle la solidez, no ya por ser extenso y poseer tres dimensiones, sino por contar con la resistencia, propia en verdad de un cuerpo físico? Sólo la dureza conviene a la tierra; y la consistencia compacta del oro, que es agua, no le pertenece porque se le añade tierra, sino por su característica densidad y solidificación. En cuanto al fuego, ¿no poseerá por si mismo, y en virtud de la presencia del alma, consistencia suficiente para que ésta le manifieste su poder? Es muy cierto que hay entre los demonios seres animados de naturaleza ígnea. Mas, ¿alteramos con ello el principio de que todo ser animado contiene la pluralidad de los elementos? Podrá afirmarse esto de los seres de la tierra, pero es contrario a su naturaleza y a su misma disposición el colocar la tierra a la altura del cielo. Y no parece presumible que los cuerpos terrestres lleven consigo el movimiento circular más rápido, porque la tierra serviría entonces de estorbo al resplandor y al brillo del fuego celeste. ENÉADA: II-I (40) 6

En lo que hemos investigado sobre la esencia del alma pudimos mostrar que no es un cuerpo, ni tan siquiera, entre los seres incorpóreos, lo que consideramos la armonía o la entelequia de un cuerpo. Esto último no es verdad, tal como se dice, ni tampoco nos indica lo que es el alma, cuya investigación nosotros hemos abandonado. Si afirmamos que el alma es de naturaleza inteligible y de rango divino, veremos algo más claro en lo que atañe a su esencia. Pero, aún así, conviene todavía ir más lejos. ENÉADA: IV 2 (4) 1

Hemos de averiguar ahora si el cuerpo que vive gracias a la presencia del alma tiene realmente algo de particular, o lo que tiene es solamente la naturaleza, única cosa que mantendría relación con él. Digamos, por lo pronto, que si hay en un cuerpo un alma y una naturaleza, el cuerpo mismo no es ya como un cuerpo inanimado, ni se parece tampoco al aire resplandeciente, sino que es como el aire caldeado por el calor. El cuerpo del ser animado y el de la planta tienen en sí como una sombra del alma y, por sus mismas características, experimentan dolores y placeres, los cuales llegan hasta nosotros y son también conocidos por nosotros, sin que verdaderamente nos afecten. ENÉADA: IV 4 (28) 18

El hombre no es, en modo alguno, un ser simple, sino que hay en él un alma e, igualmente, un cuerpo, ya sea éste un instrumento del alma, ya se refiera a ella de cualquier otro modo. Si damos por buena esta división, hemos de considerar entonces la naturaleza y la esencia del alma y del cuerpo. En cuanto al cuerpo, decimos que es algo compuesto, porque según la razón no puede subsistir, y la sensación, por su parte, lo ve descomponerse, disolverse y aceptar pérdidas de todas clases, con el retorno de sus mismos componentes al punto del que provienen. Así, un cuerpo destruye a otro, lo transforma y lo hace perecer, sobre todo cuando el alma, que establece los lazos de amistad, no se encuentra presente en sus masas. ENÉADA: IV 7 (2) 1