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Míguez-Plotino: alma racional

quinta-feira 1º de fevereiro de 2024, por Cardoso de Castro

  

Pero ¿cómo es que somos «nosotros» los que sentimos? Pues porque no nos hemos liberado del tal animal, no obstante la presencia en nosotros de elementos más valiosos en la formación de la sustancia total del hombre, constituida por una multiplicidad. Ahora bien, la potencia sensitiva del alma no debe ser perceptiva de las cosas sensibles, sino más bien de las impresiones originadas en el animal por la sensación. Porque éstas son ya inteligibles. De manera que la sensación exterior es una imagen de dicha percepción, y esa percepción, siendo más verdadera en esencia, es contemplación impasible de solas formas. Y precisamente de estas formas, de las que el alma recibe ya, ella sola, su señorío sobre el animal, es de donde provienen los razonamientos, las opiniones y las intelecciones. Y aquí es donde principalmente está nuestro yo. Los niveles preliminares son nuestros, pero «nosotros» somos lo ulterior y presidimos desde arriba al animal. Pero no habrá dificultad en llamar animal al conjunto, mixto en su parte inferior, mientras que lo de ahí para arriba coincide aproximadamente con el hombre verdadero. Aquello otro es «la parte leonina» y «la bestia abigarrada» en general. Porque como el hombre coincide con el alma racional, siempre que razonamos, somos «nosotros» quienes razonamos por el hecho de que los razonamientos son actos del alma. ENÉADA: I 1 (53) 7

Se dirá entonces que el alma universal es una unidad presente en todas partes, aunque con funciones diferentes. Si sus partes se conciben como las sensaciones, ninguna de ellas podrá pensar, lo cual corresponderá sólo al alma universal. Porque si cada parte tuviese su pensamiento propio, existiría realmente en sí misma. Siendo, además, el alma racional, y, según se dice, tan racional como universal, ha de ser idéntica al alma ya mencionada, pero no, en modo alguno, una parte del todo. ENÉADA: IV 3 (27) 3

Pero, ¿cómo influyen sobre el hombre sabio la magia y los brebajes? A su alma, desde luego, no llegan los efectos de la magia, puesto que su razón es impasible y no cambia en modo alguno de opinión. Sufrirá, no obstante, por medio de esa alma irracional que le viene del universo; o mejor aún, será esa alma la que sufra en él. Mas de los brebajes no se originará en él el amor, dado que el amor sólo tiene lugar si el alma racional aprueba la pasión del alma irracional. Y en el caso de que su alma irracional experimente encantamientos podrá liberarse de su poder por encantamientos de signo contrario, los primeros traerán para él la muerte, la enfermedad y otros males del cuerpo, porque lo que en él constituye una parte del universo tiene que sufrir la influencia de las otras partes, e incluso del mismo universo; pero él mismo, sin embargo, no experimentará daño alguno. ENÉADA: IV 4 (28) 43

Decimos que el alma de cada ser es única porque se encuentra presente toda ella en cualquier parte del cuerpo. Es, por tanto, realmente única, porque no tiene una parte en un lugar del cuerpo y otra en otro. Así, el alma sensitiva en los seres sensibles y el alma vegetativa en las plantas se encuentra toda ella en todo el cuerpo y, a la vez, en cada parte de él. ¿Pero es que, de igual manera, mi alma, la tuya y todas las demás almas constituyen un alma única? ¿Y es que hay, asimismo, en el universo un alma única, que no es divisible según la masa sino que se manifiesta idéntica en todas partes? Pues, ¿por qué si mi alma es única, no ha de serlo también el alma del universo? Ahí no se da ciertamente ni masa material ni cuerpo alguno. Por lo cual, si mi alma y la tuya provienen del alma del universo, convendrá que todas las almas sean una sola. Pero, ¿qué es entonces esa alma? Hemos de precisar antes de nada si hablamos con propiedad al decir que todas las almas son una sola, como cuando afirmamos, por ejemplo, que el alma de cada uno es única. Porque resulta absurdo que mi alma y la de un ser cualquiera sean un alma única. Sería preciso, en ese caso, que cuando yo experimento una sensación la experimentase igualmente ese ser, y que, cuando yo soy bueno, lo sea también él, sin mengua de que pueda desear cuando yo deseo y de que, en general, uno y otro, e incluso el universo, tengamos las mismas impresiones, de modo que la impresión que yo sufra la experimente conmigo el universo. Si en realidad no hay más que un alma, ¿cómo podremos hablar de un alma racional y de otra irracional, o de las almas que se dan en los animales y en las plantas? Si de nuevo no admitimos esto, no existirá la unidad del universo y no podremos encontrar un principio único para las almas. ENÉADA: IV 8 (6) 1

Ahora bien, si existe una sola alma, ¿cómo pueden darse un alma racional, un alma irracional y un alma vegetativa? Sin duda, porque la esencia indivisible del alma, que no se divide en los cuerpos, aparece ordenada según la razón, en tanto la esencia que se divide en los cuerpos y que, a pesar de todo, es una y la misma, produce en todas partes la facultad de sentir, como consecuencia de esa división. Esa será precisamente la primera facultad, y la segunda la capacidad que aquella esencia tiene para modelar y producir los cuerpos. Pero no porque tenga varias facultades deberá dejar de ser una. Porque en la simiente hay también más de una potencia, que es, sin embargo, una, aunque de esta unidad provenga una multiplicidad. Pero, si es así, ¿cómo no se dan todas las facultades en cualquier ser? Si nos fijamos en el alma individual que, según se dice, se encuentra en todas partes, comprobamos que la facultad de sentir no es la misma en todas ellas, y también que la razón no se halla en todo el cuerpo. En cuanto a la facultad vegetativa, se aparece en partes que no experimentan la sensación, aunque ello no impide que vuelva de nuevo a la unidad una vez que el cuerpo ha desaparecido. Pero si el alma tiene del universo la facultad vegetativa, también la tendrá del alma universal. ¿Por qué, entonces, esta facultad no puede proceder de nuestra alma? Pues sabido es que la facultad vegetativa del universo es la que sufre la sensación, en tanto en cada uno de nosotros la facultad de sentir, ayudada por la inteligencia, juzga de los objetos, pero en nada ayuda al poder de modelar el cuerpo que el alma recibe del universo. Y, ciertamente, podría hacerlo, si esta facultad no hubiera de encontrarse en el universo. ENÉADA: IV 8 (6) 3