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Coomaraswamy (ASM:132-138) – Sacro-Ofício
quarta-feira 28 de setembro de 2022
La precedente interpretación del Sacrificio, como una serie exhaustiva de actos simbólicos que han de ser tratados como soportes de contemplación (dhiyalamba), refleja el postulado tradicional de que toda práctica (praxis) implica y entrana una teoría (theoria) correspondiente. La observación de Satapatha Brahmana IX.5.1.42 de que la construcción del (altar del) Fuego incluye «todos los tipos de trabajos» (visva karmani) asimila el sacrificador al sacrificador arquetípico, Indra, que es preeminentemente el «Omni-hacedor» (visvakarma). Debido justamente a que el Sacrificio, si ha de ser cumplido correctamente (y esto es completamente indispensable), requiere la diestra cooperación de todos los tipos de artistas, por ello mismo determina necesariamente la forma de la estructura social entera. Y esto significa que en una sociedad completamente tradicional no hay ninguna distinción real entre las operaciones sagradas y profanas; más bien, como lo expresaba el difunto A. M. Hocart, «cada ocupación es un sacerdocio» [1]; y es una consecuencia de ello que en tales sociedades, «las necesidades del cuerpo y las del alma se satisfacen juntas» [2]. En vista de esto, no nos sorprenderá encontrar lo que en toda investigación del «sistema de castas» nunca debe ser pasado por alto, a saber, que la aplicación y la referencia principales del verbo kr (creo, kraino), hacer u obrar, y del nombre karma, acción u obra, es a la operación sacrificial (cf. latín operan = sacra facere). Será tan verdadero para todo agente como lo es para el rey, que todo lo que hace por sí mismo, sin estar soportado por una razón espiritual, será para todos los fines y propósitos «una cosa no hecha» (akrtam). Lo que, de otro modo, podría parecer a nuestros ojos seculares un principio revolucionario, a saber, que el verdadero Sacrificio («hacer sagrado», «sacralizar», hieropoia) ha de hacerse diaria y horariamente en todas y cada una de nuestras funciones — [...], Taittiriya Samhita VI.1.4.5 — está realmente implícito en el concepto de acción (karma) mismo; en realidad es solo la inacción, lo que es no hecho, que puede considerarse como no sacro, y esto es explícito en el significado siniestro de la palabra krtya, la «potencialidad» personificada; el hombre perfecto es «el que ha hecho lo que hay que hacer» (krtakrytah), el [...]. La interpretación sacrificial de toda la vida misma, la doctrina karma marga de la Bhagavad Gita, está implícita en los textos ya citados, y explícita en muchos otros, por ejemplo, Jaiminiya Upanishad Brahmana IV.2, donde el hombre es el Sacrificio, y sus soplos, los poderes del alma, que actúan como Vasus, Rudras y Adityas, llevan a cabo por la manana, al mediodía y al atardecer los prensados (es decir, el sacrificio de Soma), durante sus primeros 24 anos, sus segundos 44 anos y sus últimos 48 anos, de una vida de 116 anos. Similarmente Chandogya Upanishad III.16, seguido por III.17, donde la privación se iguala con la iniciación, los goces con las sesiones y cantos sacrificiales, las virtudes con los galardones, la generación con la regeneración, y la muerte con la última ablución ritual. De la misma manera en la operación «de mil anos» de las deidades omni-emanantes (visvasrjah), «Muerte es el matador» (samitr, Pancavimsa Brahmana XXV.18, 4), que despacha la víctima resucitada a los dioses [3].
En Kausitaki Upanishad II.5, en la versión de Hume apropiadamente titulada «La vida entera de una persona simbólicamente un sacrificio de Soma», se afirma con respecto a la Ofrenda a quemar Interior (antaram agnihotra) que nuestros soplos mismos adentro y afuera (pranapanau: los dos soplos o vidas principales, que incluyen y representan a todos los de la vista, el oído, el pensamiento y el habla, etc., Aitareya Aranyaka II.3.3) «son dos oblaciones ambrosíacas sin fin (nante amrtahuti) que, ya sea despierto o dormido, uno ofrece (juhoti) continuamente y sin interrupción; y cualesquiera otras oblaciones que haya, tienen un final (antavatyas tah), pues no equivalen a nada más que a una actividad como tal (karmmamayo hi bhavanti). Y, ciertamente, los Comprehensores de esto se abstenían, en los tiempos antiguos, de hacer ofrendas a quemar efectivas (agnihotram na juhuvam cakruh)». Es desde el mismo punto de vista como el Buddha, que encontró y siguió la antigua Vía de los Plenamente Despertados de antano (Samyutta Nikaya II.106, etc.) y que niega expresamente que haya ensenado una doctrina de su propia invención (Majjhima Nikaya I.77), pronuncia: «Yo no apilo lena alguna para los fuegos del altar; yo enciendo una llama dentro de mí (ajjhatam = adhyatmikam), el corazón es el hogar, la llama en él el sí mismo dominado» (atta sudanta, Samyutta Nikaya 1.169; es decir, saccena danto, Samyutta Nikaya 1.168 = satyena dantah). Hemos visto ya que el que ha matado a su Vrtra, es decir, dominado a su sí mismo, y que es así un autócrata verdadero (svaraj), está liberado de la ley según la cual el Sacrificio se cumple efectivamente (Taittiriya Samhita II.5.4.5); y de la misma manera en Aitareya Aranyaka III.2.6, los Kavaseyas, que (como en Kausitaki Upanishad II.5, cf. Bhagavad Gita IV.29) sacrifican el soplo entrante cuando hablan y el soplo saliente cuando permanecen silentes, preguntan, «¿Con qué fin deberíamos nosotros recitar el Veda (cf. Bhagavad Gita II.46), con qué fin deberíamos nosotros sacrificar externamente?» [4].
En la interpretación sacrificial de la vida, los actos de todo tipo se reducen a sus paradigmas y arquetipos, y se remiten así a Aquel de quien brota toda acción; cuando la «noción de que yo soy el hacedor» ([...]) ha sido vencida y los actos ya no son «nuestros», cuando nosotros no somos ya alguien (vivo autem, jam non ego sed Christus in me, Gálatas 2.20), entonces nosotros no estamos ya «bajo la ley», y lo que se hace ya no puede afectar a nuestra esencia más de lo que puede afectar a la Suya, de quien nosotros solo somos órganos. Solo en este sentido, y no intentando vanamente no hacer nada, puede ser «rota» la cadena causal del fatum (karma con sus phalani); no por una interferencia milagrosa en la operación de las causas mediatas, sino porque «nosotros» ya no somos parte de ellas. La referencia de todas las actividades a sus arquetipos (esencialmente una reductio artium ad theologiam) es lo que debemos entender cuando hablamos de «racionalizar» nuestra conducta; si no podemos dar una verdadera razón (ratio, logos) de nosotros mismos y de nuestros actos ello significará que nuestras acciones han sido «según el gusto» (vrtha), imprudentes (asamkhyanam) e informales (apratirupam) en vez de acertadas (sadhu) y en buena forma (pratirupam) [5].
Para el que ha realizado completamente las implicaciones sacrificiales de cada acción, para el que no está llevando una vida suya propia en este mundo sino una vida transubstanciada, no hay formas obligatorias. Esto no debe comprenderse en el sentido de que deba adoptar el papel de un no-conformista, un «debe» que sería enteramente incompatible con el concepto de «liberación». Si, en último análisis , el Sacrificio es una operación mental incluso para el Rg Veda, donde los actos rituales se cumplen mentalmente (manasa, passim), aunque de ello no ha de inferirse que no hay procedimiento manual, también es verdadero que un énfasis sobre la interioridad última de la Ofrenda a quemar, no implica necesariamente una depreciación de los actos físicos que son los soportes de la contemplación. La prioridad de la vida contemplativa no destruye la validez real de la vida activa, de la misma manera que en el arte la primacía del actus primus libre e imaginativo no excluye la utilidad del actus secundus manual. En la karma marga, karma retiene, como hemos visto, sus implicaciones sacrificiales. Un mero cumplimiento ignorante de los ritos hubiera sido considerado siempre como insuficiente ([...], Rg Veda Samhita VIII.70.3). Si el karma de la Bhagavad Gita es esencialmente (svabhavaniyatam, XVIII.47 = kata physin) un trabajo al cual uno es llamado por su naturaleza o natividad propia, esto había sido igualmente verdadero en el período védico cuando la operación sacrificial implicaba «todos los tipos de trabajos» y cuando los actos del carpintero, del médico, del flechero y del sacerdote habían sido considerados todos como «operaciones» rituales (vratani). Y así, como Bhagavad Gita IV. 15, recordándonos varios contextos citados arriba, afirma y prescribe, «Comprendiendo esto, los antiguos deseadores de la liberación hicieron el trabajo sacrificial ([...]); haz así tú tu trabajo (kuru karma) como hicieron los antiguos». Es cierto que, como el Vedanta mantiene consistentemente, el fin último del hombre es inalcanzable por ningún medio, bien sea sacrificial o moral, pero nunca se olvida que los medios son dispositivos hacia ese fin: «Este Sí mismo Espiritual no ha de ser aprehendido (labhyah) por el tibio, ni con arrogancia, ni con ardor sin su ratificación (de pobreza); pero el que siendo un Comprehensor trabaja (yatate) con estos medios (upaya), ese Sí mismo mora en la morada de Brahma» (Mundaka Upanishad III.2.4).
Hemos visto que la conquista de Ahi-Vrtra, la matanza y manducación [6] del Dragón, no es nada sino la dominación del sí mismo por el Sí mismo; y que la Ofrenda a quemar es el símbolo y debe ser el hecho de esta conquista. «El que hace la Ofrenda a quemar (agnihotram) rompe la red de la codicia, deshace el engano y disipa la cólera» (Maitri Upanishad VI.38); y así, «transcendiendo los poderes elementales y sus objetos... aquel cuya cuerda de arco es su vida solitaria [7] y cuya flecha es la falta de auto-orgullo por la existencia de sí mismo [8], abate al guardián de la primera de las puertas del palacio de Brahma, cuya corona es engano. y que mata a todos estos seres con la flecha de la ilusión», y puede entrar al palacio de Brahma, desde donde puede ver girar la rueda como el auriga puede ver girar las ruedas de su vehículo; «pero el que se agita e inflama por la obscuridad y la pasión, un morador del cuerpo atado a hijo o esposa o linaje, ¡no, nunca en absoluto!» (Kausitaki Upanishad I.4 y Maitri Upanishad VI.28) [9]. Este «guardián» es ciertamente el Dragón sobre la senda del Héroe y el Guardián del Árbol de la Vida; en otras palabras, la Muerte que todo Héroe Solar debe vencer. Esperamos mostrar en otra parte que la derrota de Ahi-Vrtra por Indra y la conquista de Mara por el Bodhisatta son relatos de uno y el mismo mito universal. Aquí solo nos hemos propuesto resaltar que el Dragón, o el Gigante —cualquiera que sea su nombre, ya le llamemos Ahi, Vrtra, Soma, Prajapati o Purusha, u Osiris o Dionysos o Ymir— es siempre, él mismo, el Sacrificio, la víctima sacrificial; y que el Sacrificador, ya sea divino o humano, es siempre, él mismo, esta víctima, o de otro modo no ha hecho ningún sacrificio real.
Al sacrificarse a sí mismo en el comienzo, el Héroe Solar, habiendo sido uno, se hace a sí mismo —o es hecho ser— muchos, por amor de aquellos en quienes debe entrar si han de encontrar su Vía «de la obscuridad a la luz, de la muerte a la inmortalidad» (Brhadaranyaka Upanishad I.3.28). Él se divide a sí mismo, y «A no ser que comáis la carne del Hijo del hombre, y bebáis su sangre, no tenéis vida en vosotros» (San Juan 6.53); y, como hemos visto, él está tragado en nosotros, como un tesoro enterrado. El Sacrificio se «extiende» en esta crucifixión cósmica; y mientras nosotros pensamos y actuamos en los términos de los pares de opuestos, concibiéndole en el aspecto noumenal y fenoménico bajo el cual entra en el mundo (Satapatha Brahmana XI.2.3.4, 5), nosotros «le crucificamos diariamente». Si su sacrificio es un acto de gracia, y es a causa de su amor (prena) por sus hijos por lo que él entra en ellos (Taittiriya Samhita V.5.2.1), en quienes como único Samsarin (Transmigrante) (Brahma Sutra Bhasya I.1.5) se somete a repetidas muertes (Jaiminiya Upanishad Brahmana III.11.1 sig., cf. Rg Veda Samhita X.72.9), su sacrificio es también, por otra parte, un crimen que es cometido por quienquiera que, humano o divino, sacrifica a otro; de hecho, la matanza y desmembramiento de Vrtra es un pecado original (kilbisa) por parte de Indra, a causa del cual es excluido a menudo de la bebida del Soma, y por el cual debe hacerse expiación (Taittiriya Samhita II.5.3.6, Aitareya Brahmana VII.31, Kausitaki Brahmana XV.3; cf. Satapatha Brahmana I.2.3, III.9.4.17, XII.6.1.40, etc.) [10].
«Nosotros» somos agregados de los poderes funcionales que son los hijos (prajah) de Prajapati (Brahma, Atman, Prana, el Sol) y los nombres de sus actos; es el Sí mismo Universal el que opera en cada uno de nuestros muchos sí mismos, viendo, pensando, etc., en los cuales él está dividido; es este Sí mismo el que se recoge a sí mismo cuando morimos, y el que pasa a otros habitáculos, cuya naturaleza está predeterminada por sus propias actividades anteriores. Si «nosotros» sobrevivimos o no a este paso, ello dependerá de si nuestra consciencia de ser —que no ha de ser confundida con nuestros poderes de percepción «en el estado de vigilia», de los cuales no sobrevive nada a la transición [11]— está en él, o en «nosotros mismos». Aún queda, no obstante, que este Errante, y nosotros, si nosotros le hemos conocido a Él y no meramente a nosotros mismos, «se recoja y se junte» de una vez por todas y vuelva de esta ronda de devenires a sí mismo; habiendo sido muchos, debe devenir nuevamente uno; habiendo muerto una y otra vez, debe ser resucitado de una vez por todas. La segunda fase del Sacrificio, entonces, y, desde nuestra posición presente en la multiplicidad, su parte más esencial, consiste en juntar (samdha) nuevamente lo que había sido desmembrado, y en edificar (samskr) otro Sí mismo, un Sí mismo unitario, que será nuestro Sí mismo cuando este sí mismo presente ya no sea. Esta unificación y «entrada dentro del propio de uno» es a la vez una muerte, un renacimiento, una asimilación y un matrimonio.
Sin embargo, no debemos suponer que «nosotros» somos los héroes de este drama cósmico: hay solo un Único Héroe. Es el Dios el que «se atrapa a sí mismo por sí mismo como un pájaro en la red» puesta por el trampero Muerte, y es el Dios el que sale de la trampa [12], o, dicho de otro modo, el que cruza el torrente de la vida y de la muerte hasta la otra orilla por el puente que está hecho de su propio Espíritu, o el que escala a la cima del árbol para reposar sobre su copa o elevarse a voluntad. Él, y no este hombre, Fulano, es mi Sí mismo, y no es por ningún acto «mío», sino solo conociendo-Le (en el sentido en que conocer y ser son uno), solo conociendo Quien somos, como «nosotros» podemos ser liberados. Es por eso por lo que todas las tradiciones han insistido en la necesidad primordial del conocimiento de sí mismo: no en el moderno sentido del psicólogo, sino en el de la pregunta «¿Cuál sí mismo?», el del oráculo «Conócete a ti mismo», y el de las palabras Si ignoras te, egredere. «Con el Sí mismo uno encuentra el coraje, con la comprensión encuentra la inmortalidad; ¡grande es la destrucción si uno no Le ha encontrado aquí y ahora!» ([...], Jaiminiya Upanishad Brahmana IV.19.4, 5). «El que es un Comprehensor de ello, con el sí mismo mora en el Sí mismo» ([...], Vajasaneyi Samhita XXXII.2). «¡Lo que tú, Agni, eres, eso pueda yo ser!» (Taittiriya Samhita I.5.7.6).
[1] Les Castes, París, 1938, p. 27.
[2] R. R. Schmidt, Dawn of the Human Mind, London, 1936, p. 167. Que la manufactura sirviera a las necesidades del cuerpo y del alma a uno y el mismo tiempo era también un requerimiento de Platón; y dondequiera que no hay esta intención, el hombre está intentando vivir una existencia atrofiada, de «pan sólo».
[3] Sobre el «feliz despacho», cf. Apéndice I.
[4] No hay duda de que es en su carácter de no-sacrificadores como los Kavaseyas de Rg Veda Samhita VII.18.2 son enemigos de Indra, cuya razón de devenir misma es la operación sacrificial. Ellos, por su repudiación de la actividad divina e imitación de la vacancia divina, devienen nuevamente Asuras, y no son ya los súbditos leales del rey de este mundo.
[5] Cf. notas 55 y 61. La ofrenda justa es lo que no es ni excesivo ni defectivo en el Sacrificio (Satapatha Brahmana XI.2.3.9).
[6] La comida eucarística es de extrema importancia en el Sacrificio. La parte esencial y la única indispensable de la víctima es el corazón, pues este es la mente, el soplo de vida y el «verdadero sí mismo» de la víctima; es rociado con ghi sobre un asador, y así se le hace ser ese alimento vivo del que los dioses participan. En el Edda, Sigurd comprende el lenguaje de los pájaros («ángeles», cf. René Guénon, El Lenguaje de los pájaros) cuando saborea del corazón de Fafnir.
[7] La gesta del parivrajaka (monje mendicante) (una gesta del Grial, como la de los rsayah védicos) es estrictamente análoga a la del caballero errante y a la del héroe solar en nuestros cuentos de hadas. Era menester no mirar atrás (Satapatha Brahmana XII.5.2.15).
[8] Cf. Mundaka Upanishad II.2.3, donde la flecha es uno mismo y Brahma el blanco. («Un disparo ciego tal, con el agudo dardo del amor anhelante, jamás puede fallar el blanco, que es Dios», Epistle of Discretion, por el autor anónimo de la Cloud of Unknowing (cf. Edmund Gardner, ed., The Cell of Self-knowledge, Londres, 1910, para el texto de la Epístola.
[9] «Si algún hombre viene a mí, y no odia a su padre y madre, y esposa e hijos, y hermanos y hermanas, e incluso a su propia vida (psyche, alma) también, no puede ser discípulo mío» (San Lucas 14.26 — Odiar tua alma).
[10] De la misma manera que en la matanza de Soma, Mitra hace una «obra cruel» (Taittiriya Samhita VI.4.8.1).
[11] «Después de la muerte no hay ninguna consciencia» ([...], Brhadaranyaka Upanishad II.4.12): «los muertos no saben nada» (Eclesiastés 9.5).
[12] «La liberación es para los Dioses, no para los hombres» (A. H. Gebhard-L’Estrange, The Tradition of Silence in Myth and Legend, Boston, 1940, p. 7). En la Philosophia Perennis, esto es tan estrictamente ortodoxo como en el dicho de Sankara: «En verdad, no hay ningún otro transmigrante que el Senor» (Brahma Sutra Bhasya I.1.5).
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