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Coomaraswamy Juízo Arte
sexta-feira 29 de dezembro de 2023, por
Ananda Coomaraswamy — ARTIGOS SELETOS DE METAFÍSICA
Juízo da Obra de Arte
Pasamos ahora al juicio de la obra de arte, primero por el criterio del arte, y segundo con respecto a su valor humano. Como ya hemos visto, una obra de arte sólo puede juzgarse como tal, no por nuestras reacciones, agradables u otras, sino por su perfecta exactitud, belleza, o perfección, o verdad —en otras palabras, por la igualdad o proporción de la imagen hacia su modelo. Es decir, vamos a considerar sólo el bien de la obra que ha de hacerse, lo cual constituye esencialmente la tarea del artista. Pero también tenemos que considerar el bien del hombre para quien se hace la obra, ya sea que este «cliente» (chromenos) sea el artista mismo o algún otro patrón [1]. Este hombre juzga de otra manera, es decir, no, o no sólo, por esta verdad o exactitud, sino por la utilidad o aptitud (ophelia) del artefacto para servir al propósito de su intención original (boulesis), a saber, la necesidad (endeia) que fue la primera y que es también la última causa de la obra. La exactitud y la aptitud juntas constituyen la «entereidad» (hygieinon) de la obra, es decir, su rectitud última (orthotes) [2]. La distinción entre belleza y utilidad es lógica, pero no real (in re).
Así cuando se ha rechazado el gusto como un criterio para el arte, el Extranjero de Platón recapitula así, «El juez de algo que se ha hecho (poiema) debe conocer su esencia —cuál es su intención (boulesis) y qué es la cosa real de lo que ello es una imagen— o, en otro caso, difícilmente será capaz de diagnosticar si ello acierta o yerra el blanco de su intención». Y también, «El crítico experto de una imagen, ya sea en pintura, música, o en cualquier otro arte, debe conocer tres cosas, a saber, cuál era el arquetipo, y, en cada caso, si se hizo correctamente y si se hizo bien... ya sea que la representación fuera un dios (kalon) o no» [3]. El juicio completo, hecho por la totalidad del hombre, es en cuanto a si la cosa bajo consideración se ha hecho a la vez verdaderamente y bien. Sólo «para la turba lo bello y lo justo están separados» [4]; para la turba, diremos nosotros, de los «estetas», de los hombres que sólo «conocen lo que les gusta».
De los dos juicios, respectivamente por el arte y por el valor, sólo el primero establece la existencia del objeto como una obra de arte verdadera y no como una falsificación (pseudos) de su arquetipo: normalmente es un juicio que el artista hace antes de permitir que la obra deje su taller, y así es un juicio que se presupone realmente cuando nosotros, como patrones o usuarios, nos proponemos evaluar la obra. Sólo bajo ciertas condiciones, que son típicas de la manufactura y el comercio moderno, deviene necesario que el patrón o el cliente pregunten si el objeto que ha encargado o que se propone comprar es realmente una verdadera obra de arte. Bajo condiciones normales, donde el trabajo es una vocación y el artista se inclina a no considerar, y es libre para no considerar nada sino el bien de la obra que ha de hacerse, es superfluo preguntar, ¿Es esto una «verdadera» obra de arte? Sin embargo, cuando la pregunta debe formularse, o si nosotros queremos formularla para comprender completamente la génesis de la obra, entonces las bases de nuestro juicio, en este respecto, serán las mismas que para el artista original; nosotros debemos saber lo que la obra tiene intención de recordarnos, y si ella es igual a (es un «símbolo adecuado» de) este contenido, o si por falta de verdad traiciona este paradigma. En todo caso, cuando se ha hecho este juicio, o se da por establecido, podemos proceder a preguntar si la obra tiene o no un valor para nosotros, a preguntar si servirá a nuestras necesidades. Si nosotros somos hombres completos, no tales que vivamos de pan sólo, la pregunta se formulará con respecto a las necesidades espirituales y físicas que han de satisfacerse juntas; nosotros preguntaremos si el modelo se ha elegido bien, y si se ha aplicado al material de manera que sirva a nuestra necesidad inmediata; en otras palabras, «¿Qué dice?» y si «¿Funcionará?». Si nosotros hemos pedido un pan que alimente a todo el hombre, y recibimos una piedra, por muy fina que sea nosotros no estamos moralmente sujetos a «pagar el pato», aunque podamos estarlo legalmente. Todos nuestros esfuerzos para obedecer al Diablo y «mandar a esta piedra que se haga pan» están condenados al fracaso.
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[1] «Un hombre es capaz de engendrar las producciones del arte, pero la capacidad de juzgar su utilidad (ophelia) o peligrosidad para sus usuarios pertenece a otro» (Fedro 274E). Los dos hombres están unidos en el hombre integral y conocedor completo, como lo están en el Arquitecto Divino cuyos «juicios» están registrados en Génesis 1:25 y 31.
[2] Leyes 667; para una necesidad como primera y última causa, ver República 369B En cuanto a la «entereridad», cf. Richard Bernheimer, en Art: A Bryn Mawr Symposium (Bryn Mawr, 1940), pp. 28-29: «Debe haber un profundo propósito ético en todo arte, del que la estética clásica era enteramente consciente... Haber olvidado este propósito ante el espejismo de los modelos y diseños absolutos es quizás la falacia fundamental del movimiento abstracto en el arte». El abstraccionista moderno olvida que el formalista Neolítico no era un decorador de interiores sino un hombre metafísico que tenía que vivir de su ingenio.
La indivisibilidad de belleza y uso se afirma en Jenofonte, Memorabilia III.8.8, «que la misma casa sea a la vez bella y útil era una lección en el arte de construir casas como deben ser» (cf. IV.6.9). «Omnis enim artifex intendit producere opus pulcrum et utile et stabile... Scientia reddit opus pulcrum, voluntas reddit utile, perseverantia reddit stabile» (San Buenaventura, De reductione artium ad theologiam 13; tr. de Vinck: «Todo hacedor intenta producir un objeto bello, útil y duradero... el conocimiento hace a una obra bella, la voluntad la hace útil, y la perseverancia la hace duradera»). Así, para San Agustín, el estilo es «et in suo genere pulcher, et ad usum nostrum accommodatus» (De vera religione 39). Filón define el arte como «un sistema de conceptos coordinados hacia un fin útil» (Congr. 141). Sólo aquellos cuya noción de utilidad es únicamente con referencia a las necesidades corporales, o, por otra parte, los seudomísticos que desprecian el cuerpo más bien que usarlo, propugnan la «inutilidad» del arte: así Gautier, «No hay nada verdaderamente bello excepto lo que no puede servir para nada; todo lo que es útil es feo» (citado por Dorothy Richardson, «Saintsbury and Art for Art’s Sake in England», PMLA, XLIX, 1944, 245), y Paul Valéry (Ver Coomaraswamy, Why Exhibit Works of Art?, 1943, p. 95). El cínico «todo lo que es útil es feo» de Gautier ilustra adecuadamente las palabras de Ruskin «la industria sin arte es brutalidad»; difícilmente podría imaginarse un juicio crítico más severo del mundo moderno, en el que las utilidades son realmente feas. Como dijo H. J. Massingham, «La combinación de uso y belleza es parte de lo que solía llamarse “la ley natural” y es indispensable para la autoconservación», y la civilización «está pereciendo» debido precisamente al olvido de este principio (This Plot of Earth, Londres, 1944, p. 176). El mundo moderno está muriendo de su propia mezquindad, debido a que su concepto de utilidad práctica está limitado a lo que «puede usarse directamente para la destrucción de la vida humana, o para la acentuación de las presentes desigualdades en la distribución de la riqueza» (Hardy, A Mathematician’s Apology, p. 120, nota), y sólo bajo estas condiciones sin precedentes los escapistas han podido proponer que lo útil y lo bello son opuestos.
[3] Leyes 668C, 669AB, 670E.
[4] Leyes 860C.