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Obras: teología

sexta-feira 2 de fevereiro de 2024

  

Ahora bien, por eso mismo de que se trata de esoterismo y de iniciación, no se trata de ninguna manera de religión, sino más bien de conocimiento puro y de «ciencia sagrada», que, aunque tiene este carácter sagrado (que no es ciertamente el monopolio de la religión como algunos parecen creerlo equivocadamente) (¡Hay quienes llegan tan lejos en ese sentido que pretenden que no hay más «ciencia sagrada» que la teología!), por eso no es menos esencialmente ciencia, aunque en un sentido notablemente diferente del que dan a esta palabra los modernos, que no conocen más que la ciencia profana, desprovista de todo valor bajo el punto de vista tradicional, y que procede más o menos, como ya lo hemos explicado frecuentemente, de una alteración de la idea misma de ciencia. Sin duda, y es eso lo que hace posible la confusión de que se trata, este esoterismo tiene más relaciones, y de una manera más directa, con la religión que con cualquier otra cosa exterior, aunque no sea más que en razón del carácter propiamente tradicional que les es común; en algunos casos, así como lo indicábamos más atrás, puede incluso tomar su base y su punto de apoyo en una forma religiosa definida; pero por eso no se refiere menos a un dominio completamente diferente del de la forma religiosa en cuestión, con la que, por consiguiente, no puede entrar ni en oposición ni en concurrencia. Por lo demás, eso resulta también del hecho de que ahí se trata, por definición misma, de un orden de conocimiento reservado a una elite, mientras que, por definición igualmente, la religión (así como la parte exotérica de toda tradición, incluso si no reviste esa forma específicamente religiosa), se dirige al contrario a todos indistintamente; puesto que la iniciación, en el verdadero sentido de esta palabra, implica «cualificaciones» particulares, no puede ser de orden religioso (NA: Se podría objetar a eso que, como lo decíamos más atrás, también se requieren «cualificaciones» para la ordenación sacerdotal; pero, en ese caso, no se trata sino de una aptitud para el ejercicio de algunas funciones particulares, mientras que, en el otro, las «cualificaciones» son necesarias no solo para ejercer una función en una organización iniciática, sino para recibir la iniciación misma, lo que es completamente diferente.). Por lo demás, sin examinar siquiera el fondo de las cosas, la suposición de que una organización iniciática pudiera hacer concurrencia a una organización religiosa es verdaderamente absurda, ya que, por el hecho mismo de su carácter «cerrado» y de su reclutamiento restringido, estaría muy desaventajada a este respecto (NA: Para la organización iniciática como tal, por el contrario, no hay más que ventajas en el hecho de mantener su reclutamiento tan restringido como sea posible, ya que, en este orden, una extensión demasiado grande es, bastante generalmente, una de las primeras causas de una cierta degeneración, así como lo explicaremos más adelante.); pero ese no es ni su papel ni su cometido. 369 APERCEPCIONES SOBRE LA INICIACIÓN ORGANIZACIONES INICIÁTICAS Y SECTAS RELIGIOSAS

Así pues, si se quiere, y para poner las cosas de la mejor manera, la filosofía es la «sabiduría humana», o una de sus formas, pero no es en todo caso más que eso, y es por eso por lo que decimos que es muy poca cosa en el fondo; y no es más que eso porque es una especulación completamente racional, y porque la razón es una facultad puramente humana, esa misma por la que se define esencialmente la naturaleza individual humana como tal. Así pues, tanto da decir «sabiduría humana» como «sabiduría mundana», en el sentido en el que el «mundo» se entiende concretamente en el Evangelio (NA: En sánscrito, la palabra laukika, «mundano» (adjetivo derivado de loka, «mundo»), se toma frecuentemente con la misma acepción que en el lenguaje evangélico, es decir, en suma, con el sentido de «profano», y esta concordancia nos parece muy digna de observación.); también podríamos decir, en el mismo sentido, «sabiduría profana»; todas estas expresiones son sinónimas en el fondo, e indican claramente que aquello de lo cual se trata no es la verdadera sabiduría, que como mucho no es más que una sombra de ella bastante vana, e incluso muy frecuentemente «invertida» (NA: Por lo demás, incluso para no considerar más que el sentido propio de las palabras, debería ser evidente que philosophia no es sophia, «sabiduría»; no puede ser normalmente, en relación a ésta, más que una preparación o un encaminamiento; se podría decir así que la filosofía deviene ilegítima desde que no tiene como meta conducir a algo que la rebasa. Por lo demás, es lo que reconocían los escolásticos de la edad media cuando decían: «Philosophia ancilla theologiae»; pero, en eso, su punto de vista era todavía muy restringido, ya que la teología, que no depende más que del dominio exotérico, está extremadamente lejos de poder representar la sabiduría tradicional en su integralidad.). Por lo demás, de hecho, la mayor parte de las filosofías no son siquiera una sombra de la sabiduría, por deformada que se la suponga; no son, sobre todo cuando se trata de las filosofías modernas, donde los menores vestigios de los antiguos conocimientos tradicionales han desaparecido enteramente, más que construcciones desprovistas de toda base sólida, amasijos de hipótesis más o menos fantasiosas, y, en todo caso, simples opiniones individuales sin autoridad y sin alcance real. 551 APERCEPCIONES SOBRE LA INICIACIÓN SIMBOLISMO Y FILOSOFÍA

Esta preparación teórica, por indispensable que sea de hecho, no tiene en sí misma, sin embargo, más que un valor de un medio contingente y accidental; en tanto que uno se quede ahí, no se podrá hablar de iniciación efectiva, ni siquiera al grado más elemental. Si no hubiera nada más, no habría en eso, en suma, más que el análogo, en un orden más elevado, de lo que es una «especulación» cualquiera que se refiera a cualquier otro dominio (NA: Se podría comparar una tal «especulación», en el orden esotérico, no a la filosofía que no se refiere más que a un punto de vista completamente profano, sino más bien a lo que es la teología en el orden tradicional exotérico y religioso.), ya que un tal conocimiento, simplemente teórico, sólo es por la «mente», mientras que el conocimiento efectivo es «por el espíritu y el alma», es decir, en suma, por el ser todo entero. Por lo demás, por eso es por lo que, incluso fuera del punto de vista iniciático, los simples místicos, sin rebasar los límites del dominio individual, son, no obstante, en su orden, que es el de la tradición exotérica, incontestablemente superiores no sólo a los filósofos, sino incluso a los teólogos, ya que la menor parcela de conocimiento efectivo vale incomparablemente más que todos los razonamientos que no proceden más que de la mente (NA: Debemos precisar que esta superioridad de los místicos debe entenderse exclusivamente en cuanto a su estado interior, ya que, por otro lado, puede ocurrir, como ya lo hemos indicado más atrás, que, a falta de preparación teórica, sean incapaces de expresar nada de él de una manera inteligible; y, además, es menester tener en cuenta el hecho de que, a pesar de lo que han «realizado» verdaderamente, siempre corren el riesgo de extraviarse, por eso mismo de que no pueden rebasar las posibilidades del orden individual.). 789 APERCEPCIONES SOBRE LA INICIACIÓN LOS LÍMITES DE LA MENTE

Desde este punto de vista, se puede decir esto: el hecho de estar investido regularmente de algunas funciones permite, a él sólo y sin otra condición (NA: Desde que decimos regularmente, eso implica en efecto necesariamente la posesión de las cualificaciones requeridas.), cumplir tales o cuales ritos; de la misma manera, el hecho de estar investido regularmente de una función de enseñanza entraña por sí mismo la posibilidad de cumplir válidamente esta función, y, para eso, debe conferir necesariamente la infalibilidad en los límites en los que se ejerza esta función; y, en el fondo, la razón de ello es la misma en uno y otro caso. Esta razón, es, por una parte, que la influencia espiritual es inherente a los ritos mismos que son su vehículo, y es también, por otra, que esta misma influencia espiritual es igualmente inherente a la doctrina por eso mismo de que ésta es esencialmente «no humana»; por consiguiente, es siempre ella, en definitiva, la que actúa a través de los individuos, ya sea en el cumplimiento de los ritos, ya sea en la enseñanza de la doctrina, y es ella la que hace que estos individuos, cualesquiera que puedan ser en sí mismos, puedan ejercer efectivamente la función de la que están encargados (NA: Es esta acción de la influencia espiritual, en lo que concierne a la enseñanza doctrinal, lo que el lenguaje de la teología católica designa como la «asistencia del Espíritu Santo».). En estas condiciones, bien entendido, el intérprete autorizado de la doctrina, en tanto que ejerce su función como tal, no puede hablar nunca en su propio nombre, sino únicamente en el nombre de la tradición que representa entonces y que «encarna» de alguna manera, y que es la única realmente infalible; mientras ello es así, el individuo ya no existe, sino en calidad de simple «soporte» de la formulación doctrinal, que no desempeña en eso un papel más activo que el papel que desempeñan las hojas sobre las que se imprime un libro en relación a las ideas a las que sirve de vehículo. Por lo demás, si le ocurre hablar en su propio nombre, por eso mismo ya no está en el ejercicio de su función, y entonces no hace más que expresar simples opiniones individuales, en lo cual ya no es en modo alguno infalible, como tampoco lo sería otro individuo cualquiera; así pues, por sí mismo no goza de ningún «privilegio», ya que, desde que reaparece y se afirma su individualidad, deja de ser inmediatamente el representante de la tradición para no ser más que un hombre ordinario, que, como cualquier otro, bajo el aspecto doctrinal, vale solamente en la medida del conocimiento que posee realmente en propiedad, y que, en todo caso, no puede pretender imponer su autoridad a nadie (NA: Todo esto es estrictamente conforme a la noción católica de la «infalibilidad pontificial»; lo que puede parecer extraño en ésta, y lo que en todo caso le es particular, es solo que la infalibilidad doctrinal se considere en ella como concentrada toda entera en una función ejercida exclusivamente por un solo individuo, mientras que, en las demás formas tradicionales, se reconoce generalmente que todos aquellos que ejercen una función regular de enseñanza participan de esta infalibilidad en una medida determinada por la extensión de su función misma.). Por consiguiente, la infalibilidad de que se trata está vinculada únicamente a la función y no al individuo, puesto que, fuera del ejercicio de esta función, o si el individuo deja de desempeñarla por una razón cualquiera, ya no subsiste nada de esta infalibilidad en él; y nos encontramos aquí un ejemplo de lo que decíamos más atrás, a saber, que la función, contrariamente al grado de conocimiento, no agrega verdaderamente nada a lo que un ser es en sí mismo y no modifica realmente su estado interior. 1004 APERCEPCIONES SOBRE LA INICIACIÓN DE LA INFALIBILIDAD TRADICIONAL

Los Cielos son los estados superiores del ser; los Infiernos, como su nombre mismo lo indica por lo demás, son los estados inferiores; y, cuando decimos superiores e inferiores, eso debe entenderse en relación al estado humano o terrestre, que se toma naturalmente como término de comparación, porque es el que debe servirnos forzosamente de punto de partida. Puesto que la iniciación verdadera es una toma de posesión consciente de los estados superiores, es fácil comprender que sea descrita simbólicamente como una ascensión o un «viaje celeste»; pero uno podría preguntarse por qué esta ascensión debe ser precedida de un descenso a los Infiernos. Para eso hay varias razones, que no podríamos exponer completamente sin entrar en desarrollos muy largos, lo que nos llevaría muy lejos del tema especial de nuestro presente estudio; diremos solo esto: por una parte, este descenso es como una recapitulación de los estados que preceden lógicamente al estado humano, que han determinado sus condiciones particulares, y que deben participar también en la «transformación» que va a cumplirse; por otra, permite la manifestación, según ciertas modalidades, de las posibilidades de orden inferior que el ser lleva todavía en él en el estado no desarrollado, y que deben ser agotadas por él antes de que le sea posible llegar a la realización de los estados superiores. Por lo demás, es menester precisar bien que no puede tratarse para el ser de retornar efectivamente a estados por los que ya ha pasado; no puede explorar esos estados más que indirectamente, tomando consciencia de las huellas que han dejado en las regiones más obscuras del estado humano mismo; y por eso es por lo que los Infiernos son representados simbólicamente como situados en el interior de la Tierra. Por el contrario, los Cielos son muy realmente los estados superiores, y no solo su reflejo en el estado humano, cuyos prolongamientos más elevados no constituyen más que la región intermediaria o el Purgatorio, es decir, la montaña en la cima de la cual Dante   coloca el Paraíso terrestre. La meta real de la iniciación, no es solo la restauración del «estado edénico», que no es más que una etapa sobre la ruta que debe conducir mucho más arriba, puesto que es más allá de esta etapa donde comienza verdaderamente el «viaje celeste»; esta meta, es la conquista activa de los estados «suprahumanos», ya que, como Dante lo repite según el Evangelio, «Regnum coelorum violenzie pate...» (Paradiso, XX, 94.), y esa es una de las diferencias esenciales que existen entre los iniciados y los místicos. Para expresar las cosas de otro modo, diremos que el estado humano debe ser llevado primero a la plenitud de su expansión, mediante la realización integral de sus posibilidades propias (y esta plenitud es lo que es menester entender aquí por el «estado edénico»); pero, lejos de ser el término, esto no será todavía más que la base sobre la que el ser se apoyará para «salire alle stelle» (Purgatorio, XXXIII, 145. — Es notable que las tres partes del poema se terminan todas por la misma palabra stelle, como para afirmar la importancia muy particular que tenía para Dante el simbolismo astrológico. Las últimas palabras del Infierno, «riveder le stelle», caracterizan el retorno al estado propiamente humano, desde donde es posible percibir como un reflejo de los estados superiores; las del Purgatorio son las mismas que explicamos aquí. En cuanto al verso final del Paraíso: «L’Amor che muove il Sole e l’altre stelle», designa, como término último del «viaje celeste», el centro divino que está más allá de todas las esferas, y que es, según la expresión de Aristóteles, el «motor inmóvil» de todas las cosas; el nombre de «Amor» que se le atribuye podría dar lugar a interesantes consideraciones, en relación con el simbolismo propio a la iniciación de las Órdenes de caballería.), es decir, para elevarse a los estados superiores, que figuran las esferas planetarias y estelares en el lenguaje de la astrología, y las jerarquías angélicas en el lenguaje de la teología. Así pues, hay que distinguir dos periodos en la ascensión, pero el primero, a decir verdad, no es una ascensión más que en relación a la humanidad ordinaria: la altura de una montaña, cualquiera que sea, es siempre nula en comparación de la distancia que separa la Tierra de los Cielos; en realidad, es pues más bien una extensión, puesto que es el completo florecimiento del estado humano. El despliegue de las posibilidades del ser total se efectúa así primero en el sentido de la «amplitud», y después en el de la «exaltación», para servirnos de términos tomados al esoterismo islámico  ; y agregaremos también que la distinción de estos dos periodos corresponde a la división antigua de los «misterios menores» y de los «misterios mayores». 1586 EL ESOTERISMO DE DANTE   CAPÍTULO VI

La jerarquización de los estados múltiples en la realización efectiva del ser total es la única que permite comprender cómo es menester considerar, desde el punto de vista metafísico puro, lo que se llama bastante generalmente las «jerarquías espirituales». Bajo este nombre, se entienden de ordinario unas jerarquías de seres diferentes del hombre y diferentes entre ellos, como si cada grado estuviera ocupado por unos seres especiales, limitados respectivamente a los estados correspondientes; pero la concepción de los estados múltiples nos dispensa manifiestamente de colocarnos bajo ese punto de vista, que puede ser muy legítimo para la teología o para otras ciencias o especulaciones particulares, pero que no tiene nada de metafísico. En el fondo, nos importa poco en sí misma la existencia de seres extrahumanos y suprahumanos, que, ciertamente, pueden ser de una indefinidad de tipos, cualesquiera que sean por lo demás las denominaciones por las cuales se designe; si tenemos toda la razón para admitir esta existencia, aunque no sea sino porque vemos también seres no humanos en el mundo que nos rodea y porque, por consiguiente, debe haber en los demás estados seres que no pasan por la manifestación humana ( aunque no se tratara más que de los que son representados en éste por esas individualidades no humanas ), no tenemos, sin embargo, ningún motivo para ocuparnos de ellos especialmente, como tampoco de los seres infrahumanos, que existen igualmente y que se podrían considerar de la misma manera. Nadie piensa en hacer de la clasificación detallada de los seres no humanos del mundo terrestre el objeto de un estudio metafísico o supuesto tal; uno no ve bien por qué la cosa sería de otro modo por el simple hecho que se trate de seres que existen en otros mundos, es decir, que ocupan otros estados, que, por superiores que puedan ser en relación al nuestro, por eso no forman menos parte, al mismo título, del dominio de la manifestación universal. Únicamente, es fácil comprender que los filósofos que han querido limitar el ser a un solo estado, considerando al hombre, en su individualidad más o menos extensa, como constituyendo un todo completo en sí mismo, si se han dedicado no obstante a pensar vagamente, por una razón cualquiera, que hay otros grados en la Existencia universal, no han podido hacer de esos grados más que los dominios de seres que nos sean totalmente extraños, salvo en lo que puede haber de común a todos los seres; y, al mismo tiempo, la tendencia antropomórfica les ha llevado frecuentemente, por otra parte, a exagerar la comunidad de naturaleza, prestando a esos seres facultades no simplemente análogas, sino similares o incluso idénticas a las que pertenecen en propiedad al hombre individual ( Si los estados «angélicos» son los estados supraindividuales que constituyen la manifestación informal, uno no puede atribuir a los ángeles ninguna de las facultades que son de orden puramente individual; por ejemplo, como lo hemos dicho más atrás, no puede suponérseles dotados de razón, lo que es la característica exclusiva de la individualidad humana, y no pueden tener más que un modo de inteligencia puramente intuitivo. ). En realidad, los estados de que se trata son incomparablemente más diferentes del estado humano de lo que ningún filósofo del occidente moderno ha podido concebir jamás, ni siquiera de lejos; pero, a pesar de eso, esos mismos estados, cualesquiera que puedan ser por lo demás los seres que los ocupan actualmente, pueden ser realizados igualmente por todos los demás seres, comprendido el que es al mismo tiempo un ser humano en otro estado de manifestación, sin lo cual, como ya lo hemos dicho, no podría tratarse de la totalidad de ningún ser, puesto que, para ser efectiva, esta totalidad debe comprender necesariamente todos los estados, tanto de manifestación ( formal e informal ) como de no manifestación, cada uno según el modo en el que el ser considerado es capaz de realizarlo. Hemos hecho observar en otra parte que casi todo lo que se dice teológicamente de los ángeles puede decirse metafísicamente de los estados superiores del ser ( L’Homme et son devenir selon le Vêdânta, cap. X.- El tratado De Angelis de santo Tomás de Aquino   es particularmente característico a este respecto. ), del mismo modo que, en el simbolismo astrológico de la Edad Media, los «cielos», es decir, las diferentes esferas planetarias y estelares, representan esos mismos estados, y también los grados iniciáticos a los que corresponde su realización ( Ver L’Esotérisme de Dante, pp. 10 y 58-61 ( edic. francesa ). ); y, como los «cielos» y los «infiernos», los Dêvas y los Asuras, en la tradición hindú, representan respectivamente los estados superiores e inferiores en relación al estado humano ( Ver Le Symbolisme de la Croix  , cap. XXV. ). Bien entendido, todo esto no excluye ninguno de los modos de realización que pueden ser propios a otros seres, de la misma manera que los hay que son propios al ser humano ( en tanto que se toma su estado individual como punto de partida y como base de la realización ); pero esos modos que nos son extraños no nos importan más de lo que nos importan todas las formas que jamás seremos llamados a realizar ( como las formas animales, vegetales y minerales del mundo corporal ), porque son realizadas así por otros seres en el orden de la manifestación universal, cuya indefinidad excluye toda repetición ( Ver Le Symbolisme de la Croix, cap. XV. ). 1865 EMS LAS JERARQUÍAS ESPIRITUALES

Esto entraña todavía otra observación que hay que tener en cuenta para no cometer ninguna equivocación: como la palabra «razón», la palabra «consciencia» puede ser universalizada a veces, por una transposición puramente analógica, y nos mismo lo hemos hecho en otra parte para traducir la significación del término sánscrito Chit ( L’Homme et son devenir selon le Vêdânta, cap. XIV. ); pero una tal transposición no es posible más que cuando uno se limita al Ser, como era el caso entonces para la consideración del ternario Satchitânanda. Sin embargo, se debe comprender bien que, incluso con esta restricción, la consecuencia así transpuesta ya no se entiende en modo alguno en su sentido propio, tal como la hemos definido precedentemente, y tal como se le conservamos de una manera general: en este sentido, la consciencia no es, lo repetimos, sino el modo especial de un conocimiento contingente y relativo, como es relativo y contingente el estado de ser condicionado al que pertenece esencialmente; y, si se puede decir que la consciencia es una «razón de ser» para un tal estado, eso no es sino en tanto que es una participación, por refracción, en la naturaleza de ese intelecto universal y transcendente que es él mismo, final y eminentemente, la suprema «razón de ser» de todas las cosas, la verdadera «razón suficiente» metafísica que se determina a sí misma en todos los órdenes de posibilidades, sin que ninguna de esas determinaciones pueda afectarla en nada. Esta concepción de la «razón suficiente», muy diferente de las concepciones filosóficas o teológicas donde se encierra el pensamiento occidental, resuelve por lo demás inmediatamente muchas de las cuestiones ante las cuales éste debe confesarse impotente, y eso, al operar la conciliación del punto de vista de la necesidad y el de la contingencia; estamos aquí, en efecto, mucho más allá de la oposición de la necesidad y de la contingencia entendidas en su acepción ordinaria ( Decimos por lo demás que la teología, muy superior en eso a la filosofía, reconoce al menos que esta oposición puede y debe ser rebasada, aunque su resolución no se le aparezca con la evidencia que presenta cuando se considera desde el punto de vista metafísico. Es menester agregar que es sobre todo desde el punto de vista teológico, y en razón de la concepción religiosa de la «creación», por lo que esta cuestión de las relaciones de la necesidad y de la contingencia ha revestido desde el comienzo la importancia que ha guardado después filosóficamente en el pensamiento occidental. ); pero algunas aclaraciones complementarias no serán quizás inútiles para hacer comprender por qué esta cuestión no tiene que plantearse en metafísica pura. 1906 EMS CONOCIMIENTO Y CONSCIENCIA

Sobre el estado presente de esos estudios, la misma introducción contiene consideraciones generales en el curso de las cuales M. Vulliaud   acomete, como el sabe hacerlo, a los «Doctores», es decir, a los «oficiales», a quienes había ya dicho duras verdades en su Kabbala   judía, después a un Padre jesuita, el P. Bosirven, que algunos, parece, se esfuerzan actualmente en presentar como una autoridad incomparable en materia de judaísmo. Esta discusión es la ocasión de un cierto número de precisiones muy interesantes, concretamente sobre los procedimientos de los Kabbalistas y sobre la manera, juzgada «estupefaciente» por los críticos, en que los mismos citan los textos escriturarios; y M. Vulliaud agrega a este propósito: «La exégesis contemporánea se ha mostrado incapaz, concretamente, de analizar convenientemente las «citas» de los Evangelios, porque está resuelta a ignorar los procedimientos de la hermenéutica judía; es menester trasladarse a Palestina, dado que la bora evangélica se ha elaborado en aquella región». Esto parece concordar, en la tendencia al menos, con los trabajos de otro Padre jesuita, el P. Marcel Jousse; y es una pena que éste no sea mencionado, ya que hubiera sido picante ponerle así en frente de su confrere... Por otra parte, M. Vulliaud señala muy justamente que los católicos que toman a irrisión las fórmulas mágicas, o así dichas tales, contenidas en las obras kabbalísticas, y que se apresuran a calificarlas de «supersticiosas», deberían en efecto tener cuidado en que sus propios rituales están llenos de cosas del mismo género. De igual modo en lo que concierne a la acusación de «erotismo» y de «obscuridad» acarreada contra un cierto género de simbolismo: «Los críticos que pertenecen al Catolicismo deberían reflexionar, antes de unir su voz a la de los judíos y de los protestantes racionalistas, que la teología católica es susceptible, como la Kabbala, de ser fácilmente tomada a su vez a irrisión a propósito de lo que nos ocupa». Es bueno que estas cosa sean dichas por un escritor que hace el mismo profesión de catolicismo; y, muy especialmente, algunos antijudíos y antimasónicos fanáticos deberían hacer su provecho de esta excelente lección. 2556 Formas Tradicionales y Ciclos Cósmicos EL SIPHRA DI-TZENIUTHA

En efecto, la «operación del Espíritu Santo», en la generación de Cristo, corresponde propiamente a la actividad «no actuante» de Purusha, o del «Cielo» según el lenguaje de la tradición extremo oriental; la Virgen, por otra parte, es una perfecta imagen de Prakriti, que la misma tradición designa como la «Tierra» (NA: Esto es particularmente manifiesto en la figuración simbólica de las «Vírgenes negras», puesto que el color negro es aquí el símbolo de la indistinción de la materia prima.); y, en cuanto a Cristo mismo, es aún más evidentemente idéntico al «Hombre Universal» (NA: Recordaremos una vez más, a este propósito, que no entendemos contestar la «historicidad» de algunos hechos como tales, sino que, antes al contrario, consideramos los hechos históricos mismos como símbolos de una realidad de orden más elevado, y que es solo a este título como tienen para nos algún interés.). Así, si se quiere encontrar una concordancia, se deberá decir, empleando los términos de la teología cristiana, que la Tríada no se refiere a la generación del Verbo ad intra, que está incluida en la concepción de la Trinidad, sino más bien a su generación ad extra, es decir, según la tradición hindú, al nacimiento del Avatâra en el mundo manifestado (NA: La madre del Avatâra es Mâyâ, que es la misma cosa que Prakriti; no insistiremos sobre la aproximación que algunos han querido hacer entre los nombres Mâyâ y María, y no la señalamos más que a título de simple curiosidad.). Por lo demás, esto es fácil de comprender, ya que la Tríada, al partir de la consideración de Purusha y de Prakriti, o de sus equivalentes, no puede situarse efectivamente más que del lado de la manifestación, cuyos dos primeros términos son los dos polos (NA: Ver El Hombre y su devenir según el Vêdânta, cap. IV.); y se podría decir que la llena toda entera, ya que, así como se verá a continuación, el Hombre aparece en ella verdaderamente como la síntesis de los «diez mil seres», es decir, de todo lo que está contenido en la integralidad de la Existencia universal. 2650 LA GRAN TRÍADA TERNARIO Y TRINIDAD

Primeramente, es menester subrayar bien que Dios, en este caso, no puede ser considerado como el Principio tal cual es en sí, ya que éste, al estar más allá de toda distinción, no puede entrar en correlación con nada, y la manera en que el ternario se presenta implica una cierta correlación, e incluso una suerte de complementarismo, entre Dios y la Naturaleza; así pues, se trata necesariamente de un punto de vista que se puede llamar más bien «inmanente» que «transcendente» en relación al Cosmos, del que estos dos términos son como los dos polos, y que, incluso si están fuera de la manifestación, no obstante no pueden ser considerados distintivamente más que desde el punto de vista de ésta. Por lo demás, en este conjunto de conocimientos que se designaba por el término general de «filosofía», según la acepción antigua de esta palabra, Dios era solo el objeto de lo que se llamaba «teología racional», para distinguirla de la «teología revelada», que, ciertamente, es también «no suprema», pero que representa al menos el conocimiento del Principio en el orden exotérico y específicamente religioso, es decir, en la medida en que es posible teniendo en cuenta a la vez los límites inherentes al dominio correspondiente y las formas especiales de expresión de las que la verdad debe revestirse para adaptarse a este punto de vista particular. Ahora bien, lo que es «racional», es decir, lo que no depende más que del ejercicio de las facultades individuales humanas, evidentemente no podría alcanzar de ninguna manera el Principio mismo, y, en las condiciones más favorables (NA: Estas condiciones son realizadas cuando se trata de un exoterismo tradicional auténtico, por oposición a las concepciones puramente profanas tales como las de la filosofía moderna.), no puede aprehender más que su relación con el Cosmos (NA: Relación de subordinación del Cosmos al respecto del Principio, bien entendido, y no relación de correlación; importa precisarlo para evitar hasta la menor apariencia de contradicción con lo que hemos dicho un poco más atrás.). Desde entonces, es fácil ver que, bajo la reserva de la diferencia de los puntos de vista que siempre hay que tener en cuenta en parecido caso, esto coincide precisamente con lo que es designado como Cielo por la tradición extremo oriental, puesto que, desde el Universo manifestado, el Principio, según ésta, no puede ser alcanzado de una cierta manera más que por y a través del Cielo (NA: Por eso es por lo que, según la «perspectiva» de la manifestación, el Principio aparece como el «techo del Cielo» (NA: Tien-ki), así como lo hemos dicho precedentemente. — Es bastante curioso observar que los misioneros cristianos, cuando quieren traducir «Dios» en chino, lo hacen siempre, ya sea por Tien, ya sea por Chang-ti, el «Soberano de arriba», que es, bajo otra denominación, la misma cosa que el Cielo; esto parece indicar, probablemente sin que tengan claramente consciencia de ello, que, para ellos, el punto de vista «teológico» mismo, en el sentido más propio y más completo de esta palabra, no va realmente hasta el Principio; por lo demás, en eso se equivocan sin duda, pero en todo caso, con ello muestran las limitaciones efectivas de su propia mentalidad y su incapacidad de distinguir los diferentes sentidos que la palabra «Dios» puede tener en las lenguas occidentales, a falta de términos más precisos como los que existen en las tradiciones orientales. — En relación con Chang-ti, citaremos este texto: «Cielo y Soberano, es todo uno: se dice Cielo cuando se habla de su ser; se dice Soberano cuando se habla de su gobierno. Puesto que su ser es inmenso, se le llama Espléndido Cielo; puesto que la sede de su gobierno está arriba, se le llama Sublime Soberano» (NA: Comentario de Tcheou-li).), ya que «el Cielo es el instrumento del Principio» (NA: Tchoang-tseu  , cap. XI.). 2859 LA GRAN TRÍADA «DEUS», «HOMO», «NATURA»

Otra expresión que nos parece todavía más desafortunada que la de "brâhmanismo esotérico", es la de "teosofía brâhmanica", que ha sido empleada por M. Oltramare; y éste, por lo demás, confiesa él mismo que no la ha adoptado sin vacilación, porque parece "legitimar las pretensiones de los teósofos occidentales" a certificarse en la India, pretensiones que reconoce mal fundadas. En efecto, es verdad que es menester evitar todo lo que se arriesgue a mantener algunas confusiones de lo más fastidioso; pero hay todavía otras razones más graves   y más decisivas para no admitir la denominación propuesta. Si los pretendidos teósofos de los que habla Oltramare ignoran casi todo de las doctrinas hindúes y no les han tomado más que palabras que emplean a diestro y siniestro, tampoco se vinculan más a la verdadera teosofía, ni siquiera occidental; y es por eso por lo que tenemos que distinguir cuidadosamente "teosofía" y "teosofismo". Pero, dejando de lado el teosofismo, diremos que ninguna doctrina hindú, o incluso más generalmente ninguna doctrina oriental, tiene con la teosofía suficientes puntos comunes como para que pueda dársele el mismo nombre; eso resulta inmediatamente del hecho de que este vocablo designa exclusivamente concepciones de inspiración mística, y por tanto religiosa, e incluso específicamente cristiana. La teosofía es algo propiamente occidental; ¿por qué querer pues aplicar esta misma palabra a unas doctrinas para las que no está hecha, y a las que no conviene mucho más que las etiquetas de los sistemas filosóficos de occidente? Todavía una vez más, no es de religión de lo que aquí se trata, y, por consiguiente tampoco puede tratarse más de teosofía que de teología; estos dos términos han comenzado por ser casi sinónimos, aunque, por razones puramente históricas, hayan llegado a tomar acepciones muy diferentes ( Se podría hacer una precisión semejante para las palabras "astrología" y "astronomía", que eran primitivamente sinónimas, y cada una de las cuales, entre los griegos, designaba a la vez lo que una y otra han designado después por separado. ). Se nos objetará quizás que nos mismo hemos empleado más atrás la expresión de "Conocimiento Divino", que es en suma equivalente a la significación primitiva de las palabras "teosofía" y "teología"; eso es verdad, pero, primeramente, no podemos considerar estas últimas teniendo en cuenta solo su etimología, ya que son de aquellas para las cuales ha devenido completamente imposible hacer abstracción de los cambios de sentido que un uso demasiado largo les ha hecho sufrir. Después, reconocemos de buena gana que esta expresión de "Conocimiento Divino" misma no es perfectamente adecuada pero no tenemos otra mejor a nuestra disposición para hacer comprender de qué se trata, dada la inaptitud de las lenguas europeas para expresar las ideas puramente metafísicas; y por lo demás no pensamos que haya serios inconvenientes en emplearla, desde que nos tomamos el cuidado de advertir que no debe prestársele el matiz religioso que tendría casi inevitablemente si se refiriera a concepciones occidentales. A pesar de eso, todavía podría subsistir un equívoco, ya que el término sánscrito que puede traducirse menos inexactamente por "Dios" no es Brahma, sino Îshwara; solamente, el empleo del adjetivo "divino", incluso en el lenguaje ordinario, es menos estricto, más vago quizás, y así se presta mejor que el substantivo del que deriva a una transposición como la que efectuamos aquí. Lo que es menester retener, es que términos tales como "teología" y "teosofía", incluso tomados etimológicamente y fuera de toda intervención del punto de vista religioso, no podrían traducirse en sánscrito más que por Îshwara-Vidyâ; por el contrario, lo que traducimos aproximadamente por "Conocimiento Divino", cuando se trata del Vêdântâ, es Brahma-Vidyâ, ya que el punto de vista de la metafísica pura implica esencialmente la consideración de Brahma o del Principio Supremo, del que Îshwara o la "Personalidad Divina" no es más que una determinación en tanto que principio de la manifestación universal y en relación a ésta. La consideración de Îshwara es pues ya un punto de vista relativo: es la más alta de las relatividades, la primera de todas las determinaciones, pero por eso no es menos verdad que es "calificado" ( saguna ), y "concebido distintamente" ( savishêsha ), mientras que Brahma es "no calificado" ( nirguna ), "más allá de toda distinción" ( nirvishêsha ), absolutamente incondicionado, y que la manifestación universal toda entera es rigurosamente nula al respecto de Su Infinitud. Metafísicamente, la manifestación no puede considerarse más que en su dependencia al respecto del Principio Supremo, y a título de simple "soporte" para elevarse al Conocimiento transcendente, o también, si se toman las cosas en sentido inverso, a título de aplicación de la Verdad principial; en todo caso, es menester no ver, en lo que se refiere a ella, nada más que una suerte de "ilustración" destinada a hacer más fácil la comprehensión de lo "no manifestado", objeto esencial de la metafísica, y permitir así, como lo decíamos al interpretar la denominación de las Upanishads  , la aproximación al Conocimiento por excelencia ( Para más detalles sobre las todas las consideraciones preliminares que hemos debido limitarnos a indicar bastante sumariamente en este capítulo, no podemos hacer nada mejor que remitir a nuestra Introducción general al estudio de las doctrinas hindúes, donde nos hemos propuesto tratar precisamente estas cuestiones de una manera más particular. ) 2992 HDV I

Se observará que todo lo que concierne a este estado incondicionado de Âtmâ se expresa bajo una forma negativa; y es fácil comprender que ello sea así, ya que, en el lenguaje, toda afirmación directa es forzosamente una afirmación particular y determinada, la afirmación de algo que excluye otra cosa, y que limita así aquello de lo que se puede afirmar ( Es por la misma razón que este estado se designa simplemente como el "Cuarto", porque no puede ser caracterizado de ninguna manera; pero esta explicación, no obstante evidente, ha escapado a los orientalistas, y podemos citar a este propósito un curioso ejemplo de su incomprehensión: M. Oltramare se ha imaginado que este nombre de "Cuarto" indicaba que no se trataba más que de una construcción "lógica", y eso porque le ha recordado "la cuarta dimensión de los matemáticos"; he aquí una aproximación al menos inesperada, y que sería sin duda difícil de justificar seriamente. ). Toda determinación es una limitación, y por tanto una negación ( Spinoza   mismo lo ha reconocido expresamente: Onmis determinatio negatio est; pero apenas hay necesidad de decir que la aplicación que hace de ello recordaría más bien la indeterminación de Prakriti que la de Âtmâ en su estado incondicionado. ); por consiguiente, es la negación de una determinación lo que es una verdadera afirmación, y los términos de apariencia negativa que encontramos aquí, son, en su sentido real, eminentemente afirmativos. Por lo demás, la palabra "infinito", cuya forma es semejante, expresa la negación de todo límite, de suerte que equivale a la afirmación total y absoluta, que comprende o envuelve todas las afirmaciones particulares, pero que no es ninguna de éstas a exclusión de las demás, precisamente porque las implica a todas igualmente y "no distintivamente"; y es así como la Posibilidad Universal comprende absolutamente todas las posibilidades. Todo lo que puede expresarse bajo la forma afirmativa está encerrado necesariamente en el dominio del Ser, puesto que él mismo es la primera afirmación o la primera determinación, aquella de la que proceden todas las demás, del mismo modo que la unidad es el primero de los números y que éstos se derivan todos de ella; pero aquí, estamos en la "no-dualidad", y ya no en la unidad, o, en otros términos, estamos más allá del Ser, por eso mismo de que estamos más allá de toda determinación, incluso principial ( Aquí nos colocamos en el punto de vista puramente metafísico, pero debemos agregar que estas consideraciones pueden tener también una aplicación desde el punto de vista teológico; aunque éste último se mantiene ordinariamente en los límites del Ser, algunos reconocen que únicamente la "teología negativa" es rigurosa, es decir, que solo los atributos de forma negativa son los que convienen verdaderamente a Dios. — Ver San Dionisio el Areopaguita, Tratado de la Teología Mística, cuyos dos últimos capítulos se aproximan de una manera destacable, incluso en la expresión, al texto que acaba de ser citado. ). 3304 HDV XV

"Prâjna cuya sede está en el estado de sueño profundo, es ( representado por ) M, la tercera mâtrâ, porque es la medida ( miti, de las otras dos mâtrâs, como, en una relación matemática, el denominador es la medida del numerador ), así como porque es la conclusión ( del monosílabo Om, considerado como encerrando la síntesis de todos los sonidos, y del mismo modo que lo no manifestado contiene, sintéticamente y en principio, todo lo manifestado con sus diversos modos posibles, y como esto, a su vez, puede considerarse como entrando en lo no manifestado, de lo que jamás se ha distinguido más que de una manera contingente y transitoria: la causa primera es al mismo tiempo la causa final, y el fin es necesariamente idéntico al principio ) ( NA: Para comprender el simbolismo que acaba de ser indicado, es menester considerar que los sonidos de A y de U se unen en el de O, y que éste llega a perderse en cierto modo en el sonido nasal final de M, sin ser destruido no obstante, sino prolongándose al contrario indefinidamente, hasta devenir indistinto e imperceptible. — Por otra parte, las formas geométricas que corresponden respectivamente a las tres mâtrâs son una línea recta, una semicircunferencia ( o más bien un elemento de espiral ) y un punto: la primera simboliza el despliegue completo de la manifestación; la segunda, un estado de envolvimiento relativo en relación a ese despliegue, pero no obstante todavía desarrollado o manifestado; la tercera, el estado informal y "sin dimensiones" o condiciones limitativas especiales, es decir, lo no manifestado. Se destacará también que el punto es el principio primordial de todas las figuras geométricas, como lo no manifestado lo es de todos los estados de manifestación, y que, en su orden, es la unidad verdadera e indivisible, lo que hace de él un símbolo natural del Ser puro. ). El que conoce esto mide en verdad este todo ( es decir, el conjunto de los "tres mundos" o de los diferentes grados de la Existencia universal, cuyo "determinante" es el Ser puro ) ( Si no estuviera fuera de propósito aquí, habría que desarrollar consideraciones lingüísticas interesantes sobre la expresión del Ser concebido como "sujeto ontológico" y "determinante universal"; diremos solamente que, en hebreo, el nombre divino El se refiere a ello más particularmente. — Este aspecto del Ser es designado por la tradición hindú como Swayambhû, "el que subsiste por Sí mismo"; en la teología cristiana, es el Verbo Eterno considerado como el "lugar de los posibles"; el símbolo extremo oriental del Dragón se refiere igualmente a él. ), y deviene la conclusión ( de todas las cosas, por la concentración en su propio Sí mismo o su personalidad, donde se encuentran, "transformadas" en posibilidades permanentes, todos los estados de manifestación de su ser )" ( NA: Es solamente en este estado de universalización y no en el estado individual, donde se podría decir verdaderamente que "el hombre es la medida de todas las cosas, de las que son en tanto que son, y de las que no son en tanto que no son", es decir, metafísicamente, de lo manifestado y de lo no manifestado, aunque, en todo rigor, no se pueda hablar de una "medida" de lo no manifestado, si se entiende por eso la determinación por condiciones especiales de existencia, como las que definen cada estado de manifestación. Por otra parte, no hay que decir que el sofista   griego Protágoras  , a quien se atribuye la fórmula que acabamos de reproducir transponiendo su sentido para aplicarla al "Hombre Universal", ha estado ciertamente muy lejos de elevarse hasta esta concepción, de suerte que, al aplicarla al ser humano individual, con ello no entendía expresar más que lo que los modernos llamarían un "relativismo" radical, mientras que, para nos, se trata evidentemente de algo muy diferente, como lo comprenderán sin esfuerzo los que saben cuáles son las relaciones del "Hombre Universal" con el Verbo Divino ( Cf. concretamente San Pablo  , I Epístola a los Corintios, XV ). ). 3328 HDV XVI

Debemos volver ahora a lo que se produce para el ser que, al no estar "liberado" en el momento mismo de la muerte, debe recorrer una serie de grados, representados simbólicamente como las etapas de un viaje, y que son otros tantos estados intermediarios, no definitivos, por los que le es menester pasar antes de llegar al término final. Importa destacar, por lo demás, que todos estos estados, que son todavía relativos y condicionados, no tienen ninguna común medida con el único que es absoluto e incondicionado; así pues, por elevados que puedan ser algunos de entre ellos cuando se les compara al estado corporal, parece que su obtención no acerca de ninguna manera al ser a su meta última que es la "Liberación"; y, puesto que al respecto del Infinito la manifestación toda entera es rigurosamente nula, las diferencias entre los estados que la constituyen evidentemente deben serlo también, por considerables que sean en sí mismas y en tanto que se consideran únicamente los diversos estados condicionados que separan unos de los otros. No obstante, por eso no es menos verdad que el paso a algunos estados superiores constituye como un encaminamiento hacia la "Liberación", que es entonces "gradual" ( krama-mukti ), de la misma manera que el empleo de algunos medios apropiados, tales como los del Hatha-Yoga, es una preparación eficaz, aunque no haya ciertamente ninguna comparación posible entre estos medios contingentes y la "Unión" que se trata de realizar al tomarlos como "sopor