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Míguez-Plotino: parte superior del alma

quinta-feira 1º de fevereiro de 2024, por Cardoso de Castro

  

Sin embargo, podría hablarse de la unidad como existente en sí misma y no precipitada en el cuerpo. De ella procederían todas las almas, tanto el alma del universo como las demás. En cierto modo, se presentarían reunidas y formando una sola alma, que no correspondería a ningún ser particular. Así, suspendidas por sus extremos y relacionadas entre sí, se lanzarían aquí y allá, cual una luz que, tan pronto se acerca a la tierra, se introduce en nuestras casas, aunque no por ello se divida y pierda algo de su unidad. El alma del universo permanece siempre por encima de nosotros, porque no desciende hacia la tierra ni se muestra solícita por las cosas de aquí abajo; nuestras almas, en cambio, no siempre se encuentran en ese estado, porque están limitadas por una porción del cuerpo en cuyo cuidado han de poner toda su atención. El alma del universo, por su parte inferior, se parece al alma de un gran árbol, que dirige la vida sin fatiga ni ruido alguno; la parte inferior de nuestra alma resulta algo así como los gusanos que nacen en las ramas podridas del árbol, pues eso y no otra cosa es el ser animado en el universo; pero, además de esa alma, hay otra alma semejante a la parte superior del alma del universo y comparable a un agricultor que, preocupado por los gusanos del árbol, dirigiese hacia él todos sus cuidados. Como si se dijese que un hombre que disfruta de buena salud, en unión de los otros hombres en sus mismas condiciones, se aplica a todo aquello que debe hacer o contemplar; en tanto, si se encuentra enfermo, aparece entregado a los cuidados de su cuerpo, atento y predispuesto hacia él. ENÉADA: IV 3 (27) 4

¿Diremos entonces que nuestra parte mejor es enteramente voluble? No, ciertamente, porque la incertidumbre y el cambio de opinión hay que atribuirlos a la variedad de nuestras facultades. La recta razón, que proviene de la parte superior del alma y se entrega a ella, no se debilite en su propia naturaleza sino en virtud de su mezcla con las otras partes. Viene a ser algo así como el mejor consejero entre el múltiple clamor de una asamblea; ya no domina con su palabra sino que lo hacen, como allí, el ruido y los gritos de los hombres inferiores, mientras él, que permanece sentado, nada puede ya y se siente vencido por el alboroto de los peores. En el hombre más perverso es la totalidad de sus pasiones la que domina; ese hombre es el resultado de todas estas fuerzas. En cambio, el hombre que está en medio puede ser comparado a una ciudad en la que domina un principio útil, conforme a un gobierno democrático que se mantiene puro. En su caminar hacia lo mejor, su vida se parece al régimen aristocrático por cuanto que huye del conjunto de las facultades y se entrega a los hombres más buenos. El hombre plenamente virtuoso separa de las demás la potencia directriz, que es única, y con ella ordena las restantes facultades. Ocurre así como si existiese una doble ciudad, la de los de arriba y la de los de abajo, gobernada según un orden superior. ENÉADA: IV 4 (28) 17

Si hemos de atrevemos a manifestar nuestra opinión, contraria a la de los demás, diremos que no es verdad que ningún alma, ni siquiera la nuestra, se hunda por entero en lo sensible, ya que hay en ella algo que permanece siempre en lo inteligible. Si domina la parte que está hundida en lo sensible, o mejor, si ella es confundida de alguna manera, no permitirá que tengamos el sentimiento de las cosas que contemplamos con la parte superior del alma. Porque lo que ella piensa sólo llega hasta nosotros cuando ha descendido hasta nuestra sensación. No conocemos, pues, todo lo que pasa en una parte cualquiera del alma, si no hemos llegado a la contemplación completa de la misma. Así, por ejemplo, si el deseo permanece en la facultad apetitiva, no puede ser conocido por nosotros, lo que sólo ocurre cuando se le percibe por el sentido interior, o por la reflexión, o por ambas facultades a la vez. ENÉADA: IV 8 (6) 8

Pero también nosotros alcanzamos la categoría de reyes cuando seguimos las huellas de la Inteligencia. Lo cual puede ocurrir de dos maneras: porque, o bien por sus mismos caracteres, que son como leyes escritas en nosotros, nos llenamos plenamente de ella, o bien podemos llegar a verla y a sentirla presente en nosotros. Entonces sí que nos conocemos a nosotros mismos, ya que con esta visión aprendemos todas las demás cosas. O acaso aprendemos a conocer el poder que conoce este objeto inteligible, valiéndonos para ello de este poder o haciéndonos, incluso, este poder mismo. De modo que se da un doble conocimiento de sí mismo, esto es: o se conoce la naturaleza de la razón discursiva del alma, o realmente se la sobrepasa, conociéndose uno así mismo como ser parejo de la Inteligencia. Pero quien así se conoce no lo hace ya como hombre, sino más bien como un ser completamente diferente que se ha elevado hasta lo alto arrastrando tan sólo consigo la parte superior del alma, que es la única que puede volar hasta el pensamiento para hacer confesión de lo que ha visto . ENÉADA: V 3 (49) 5

Todos los hombres, desde su comienzo, se sirven de los sentidos antes que de la inteligencia, recibiendo, por tanto, primeramente la impresión de las cosas sensibles. Unos se quedan aquí y, ya a lo largo de su vida, creen que las cosas sensibles son las primeras y las últimas; piensan, por ejemplo, que el dolor y el placer que de ellas deriva son el mal y el bien, por lo que estiman como suficiente continuar persiguiendo al uno y mantenerse alejados del otro. Los que de entre ellos reclaman para sí la razón, proponen esto como la sabiduría; se parecen a esos pesados pájaros que, teniendo encima mucha tierra y agobiados por su carga, son incapaces de elevarse hacia lo alto, aunque la naturaleza les haya dotado de alas. Los otros se limitan a elevarse un poco por encima de las cosas inferiores, debido a que la parte superior del alma les lleva de lo agradable a lo hermoso; no obstante, incapaces de mirar hacia lo alto y dado que no tienen otro punto en que fijarse se precipitan con su nombre de virtud en la acción práctica al elegir las cosas de aquí abajo, sobre las que, en un principio, habían querido elevarse. Pero una tercera raza de hombres, divinos por la superioridad de su poder y la agudeza de su visión; estos hombres ven con mirada penetrante el resplandor que proviene de lo alto, elevándose hacia allí sobre las nubes y las sombras de aquí abajo. Allí permanecen, contemplando desde arriba las cosas de este mundo y gozando de esa región verdadera que es la suya propia, como el hombre aquel que luego de una larga peripecia llegó por fin a su patria bien regida. ENÉADA: V 9 (5) 5