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Míguez-Plotino: espíritu

quinta-feira 1º de fevereiro de 2024, por Cardoso de Castro

  

Pero ¿cuál de las cosas humanas es tan grande que no haya de ser desdeñada por quien se ha remontado por encima de todas ellas y no depende ya de ninguna de las de acá abajo? ¿Por qué no considera importantes los favores de la fortuna, por grandes que sean — como reinos, imperios sobre ciudades y pueblos, colonizaciones y fundaciones de ciudades, ni aunque las haya fundado él mismo — y ha de tener, en cambio, por cosa importante los derrocamientos de imperios y el arrasamiento de su propia ciudad? Y si los reputara por grandes males o por males en absoluto, haría el ridículo con semejante creencia y dejaría de ser hombre serio si reputara por cosa importante las vigas, las piedras y ¡por Zeus! las muertes de los mortales, cuando la creencia que decimos que debe abrigar sobre la muerte es que es preferible a la vida con el cuerpo. Y si él mismo muriera sacrificado, ¿pensaría que la muerte era un mal para él por haber muerto cabe el altar? Y si no fuera enterrado, al fin y al cabo su cuerpo se pudrirá lo mismo, yazga sobre tierra o bajo tierra. Y si es por no haber sido sepultado suntuosamente, sino anónimamente, sin ser considerado digno de un soberbio mausoleo, ¡qué pequenez de espíritu! Pero si lo llevaran prisionero, «bien a la mano tienes un camino» de salida, si no hay posibilidad de ser feliz. ENÉADA I 4 (46) 7

¿Y cuál es el modo? ¿Cuál es el medio? ¿Cómo va uno a contemplar una «Belleza imponente» que se queda allá dentro, diríamos, en su sanctasanctórum, y no se adelanta al exterior de suerte que pueda uno verla, aunque sea profano? Que vaya el que pueda y la acompañe adentro tras dejar fuera la vista de los ojos y sin volverse a los anteriores reverberos de los cuerpos. Porque, al ver las bellezas corpóreas, en modo alguno hay que correr tras ellas, sino, sabiendo que son imágenes y rastros y sombras, huir hacia aquella de la que éstas son imágenes. Porque si alguien corriera en pos de ellas queriendo atraparlas como cosa real, le pasará como al que quiso atrapar una imagen bella que bogaba sobre el agua, como con misterioso sentido, a mi entender, relata cierto mito: que se hundió en lo profundo de la corriente y desapareció. De ese mismo modo, el que se aferré a los cuerpos bellos y no los suelte, se anegará no en cuerpo, sino en alma, en las profundidades tenebrosas y desapacibles para el espíritu, donde, permaneciendo ciego en el Hades, estará acá y allá en compañía de las sombras. «Huyamos, pues, a la patria querida», podría exhortarnos alguien con mayor verdad». ENÉADA I 6 (1) 8

En general, se equivocan en el modo de concebir la creación y en muchas otras cosas, y llevan por el lado peor las doctrinas de Platón, corno si ellos mismos hubiesen comprendido la naturaleza inteligible, cosa que aparecería vedada tanto a Platón como a los demás hombres divinos. Al enumerar una gran cantidad de inteligibles, piensan que podrá creerse que acaban de descubrir al fin la más rigurosa de las verdades. Sin embargo, con esta misma cantidad de inteligibles hacen que la naturaleza inteligible se parezca a la naturaleza sensible e inferior; cuando lo que realmente conviene en el mundo inteligible es perseguir el menor número posible de seres. Todos ellos habrá que atribuirlos a la Inteligencia que se sitúa a continuación del Primero, para liberarse así del número; en ella se dan todos los seres, y ella es también la primera inteligencia, la esencia y todo lo que hay de hermoso luego de la primera naturaleza. En el tercer rango colocaremos al alma, cuidando de descubrir en sus pasiones y en su naturaleza las diferencias que las almas ofrecen. Es claro que no debemos ridiculizar a esos hombres divinos, sino recibir con benevolencia sus opiniones, como hombres antiguos que son. Habremos de aceptar entonces todo lo que ellos califican rectamente: la inmortalidad del alma, el mundo inteligible, el primer Dios, la necesidad que siente el alma de huir de su trato con el cuerpo, la separación de una y de otro, que consiste en liberarse de la generación para dirigirse a la esencia. Hacen bien, desde luego, cuando emplean un lenguaje tan claro como el de Platón. No implica, sin embargo, malevolencia contra los que están en desacuerdo el decirles que no necesitan ridiculizar e injuriar a los griegos para lograr que arraiguen sus afirmaciones en el espíritu de sus oyentes; pues muy al contrario, tendrán que mostrar la rectitud de éstas en relación con las formuladas por los antiguos, y las opiniones de estos hombres, acogidas con solicitud y disposición filosófica, serán entonces expuestas en parangón con las opiniones propias, incluso, como es justo, si están en contradicción con ellas. Habrán de mirar a la verdad y no tratar de aumentar su honra con la reprobación de unos hombres que ya desde la antigüedad han sido distinguidos, y considerados como superiores, por otros hombres que no son realmente despreciables. Porque las doctrinas formuladas por los antiguos sobre los seres inteligibles son muy superiores a las de éstos; se las reconocerá como doctrinas sabias por todos aquellos que no han sido víctimas del error, tan fácilmente extendido entre los hombres. De aquellos han tomado las más de las cosas todos los que han venido después, limitándose a adiciones nada convenientes, con las que quisieron contradecirles. Para ello introdujeron en la naturaleza inteligible generaciones y corrupciones de todas clases, llenando de reproches el universo sensible, censurando la relación del alma con el cuerpo y vituperando al ser que gobierna el universo. Llegan en este aspecto a identificar el demiurgo con el alma, atribuyéndole las mismas pasiones que se dan en las almas. ENÉADA II 9 (33) 6

Mas, tal vez no ocurran las cosas de esta manera; quizá lo gobiernen todo la traslación del cielo y el movimiento de los astros, de acuerdo con las posiciones que adopten entre sí a su paso por el zenit, a su salida, a su puesta y en los momentos de su conjunción. Según esto, pues, los adivinos realizan la predicción de lo que acontecerá en el universo y están en condiciones de decir cuál será la suerte y el pensamiento de cada uno. Se ve perfectamente cómo los animales y las plantas tienden a aumentar, a disminuir y a experimentar todo lo que acontece a los astros, y así unas regiones de la tierra difieren de otras en razón a su disposición respecto al universo y, sobre todo, al sol. Consecuencia de la naturaleza de estas regiones son, no sólo las plantas y los animales, sino también las formas que revisten los hombres, su tamaño, su color, sus deseos, sus ocupaciones y sus costumbres. Señor, pues, de todo, es el movimiento de traslación universal. Pero a esto habría que argüir en primer lugar que esta doctrina atribuye a los astros lo que realmente es propio de nosotros, como por ejemplo nuestras voluntades y nuestras pasiones, nuestros males y nuestros impulsos. Al no concedernos nada, nos abandona en el estado de piedras que experimentan el movimiento, pero no como hombres que obrasen por sí mismos y de acuerdo con su naturaleza. Debe dársenos, sin embargo, lo que es privativamente nuestro; hasta nosotros y a lo que es propio de nosotros habrán de llegar los efectos del universo, pero distingamos, con todo, las cosas que nosotros hacemos de las que sufrimos necesariamente, sin atribuirlas por entero a los astros. De las distintas regiones y de la peculiar diferencia de lo que nos rodea viene hasta nosotros una especie de calor o de enfriamiento en la mezcla, pero, asimismo, otras cosas vienen de nuestros progenitores. Somos, en la mayor parte de los casos, semejantes a nuestros padres por nuestra manera de ser y por las pasiones irracionales del alma. Y, a la vez, hombres que son semejantes por el país de origen  , resultan ser diferentes por su carácter y por su espíritu, como si estas dos cosas proviniesen realmente de otro principio. Podríamos hablar aquí convenientemente de la oposición entre la constitución física de los cuerpos y la naturaleza misma de los deseos. Porque, si verdaderamente se predice los acontecimientos de acuerdo con la posición de cada uno de los astros, reconócese sin duda que son producidos por ellos, mas también podría decirse de igual modo que los pájaros y todos los demás seres de que se sirven los adivinos para sus predicciones son los autores reales de esas cosas que anuncian. ENÉADA III 1 (3) 5

Si esto es así, ¿por qué no hemos de conceder la sensación a la tierra? Y mejor, ¿qué sensaciones? ¿Por qué no hemos de otorgarle, en primer lugar el tacto, para que una de sus partes sienta por otra y se transmita al todo la sensación del fuego y de otras cosas semejantes? Porque si la tierra cuenta con un cuerpo difícil de mover, ello no quiere decir que este cuerpo sea inmóvil. Tendrá, pues, la sensación, si no de las cosas pequeñas, sí al menos de las cosas grandes. Pero, ¿por qué se dará en ella la sensación? Porque sin duda es necesario, en el caso de que tenga un alma, que sus movimientos más importantes no se le oculten. Nada impide, por lo demás, que posea sensaciones, al objeto de disponer lo mejor posible las cosas de los hombres en la medida en que estas cosas dependen de ella. Aunque bien pudiera ocurrir que su buena disposición sea consecuencia de la simpatía universal. Y si da oídos a nuestras súplicas y las aprueba, no lo hará, desde luego, a la manera como lo hacemos nosotros. Puede experimentar, en efecto, otras sensaciones, ya se vea afectada por ella misma o por otras cosas; así, por ejemplo, puede percibir los olores y los gustos para proveer a las necesidades de los animales y a la conservación de sus cuerpos. Pero esto no quiere decir que haya de exigir órganos como los nuestros, pues a todos los animales no corresponden los mismos órganos y algunos, que no tienen orejas, perciben sin embargo los ruidos. Más, ¿cómo atribuirle la visión, si para esto es necesaria la luz? Porque es claro que no vamos a concederle el disfrutar de ojos. A la tierra le atribuimos con razón la potencia vegetativa, por estimar que esta potencia se da en un espíritu y que es, además, en ella algo realmente primitivo. Pero si esto es así, ¿por qué dudar de su transparencia? Siendo un espíritu, es en mayor grado transparente, y si, por otra parte, está iluminado por la esfera celeste, será transparente en acto. De modo que no resulta extraño ni imposible que el alma de la tierra posea la sensación de la vista. Hemos de pensar que no es el alma de un cuerpo baladí, puesto que la tierra misma es algo divino; por lo cual, entera y absolutamente dispondrá siempre de un alma buena. ENÉADA IV 4 (28) 26

Pero no sólo favorecemos con el ejercicio el recuerdo de las cosas presentes en nuestra memoria, sino incluso el de muchas otras que persisten en nosotros gracias al hábito de los ejercicios de dicción, haciendo así más fáciles todos los restantes recuerdos. ¿Qué otra causa podríamos invocar para esto sino el redoblado vigor de la memoria? Porque la persistencia de las improntas sería señal de debilidad antes que afirmación de poder, ya que un cuerpo recibe mejor las improntas cuanto más fácilmente se abandona. Y siendo, además, la impronta algo pasivo, la recordaríamos tanto más cuanto más pasivos fuésemos. Pero, al parecer, es lo contrario lo que ocurre: el ejercicio no aumenta en ningún caso la pasividad, y en las mismas sensaciones no es el ojo poco hecho a la visión el que ve mejor, sino justamente el que ha desarrollado más actividad. Por eso, en los viejos corren parejas la debilidad de las sensaciones y la debilidad de la memoria. Pues la sensación, lo mismo que la memoria, ha de poseer un cierto vigor. De ahí que, si las sensaciones no son improntas, ¿cómo va a conservar la memoria algo que nunca permaneció en el alma, ni siquiera a título de principio? Si, por otra parte, la memoria es un poder y una disposición para algo, ¿por qué no recordamos las cosas al tiempo que las vemos, y sí, en cambio, más tarde, al reactivar las ideas en nuestro espíritu? Es, sin duda, porque hemos de asentar este poder y mantenerlo en buena disposición. Lo cual comprobamos también en los otros poderes, que no pueden realmente actuar si no se les dispone para ello; así, unas veces actúan al momento, y otras lo hacen luego de reunir sus propias fuerzas. ENÉADA IV 6 (41) 3

Las más de las veces la buena memoria y la vivacidad de espíritu no son una misma cosa, sino más bien dos facultades distintas. Ocurre otro tanto con un buen púgil que, con harta frecuencia, no es un fácil corredor; en cada cosa, una facultad constituirá carácter dominante. ENÉADA IV 6 (41) 3

¿Cómo podremos explicar que las almas hayan olvidado a Dios, su padre, y que, siendo como son partes de él y que a él pertenecen por entero, se ignoren a sí mismas y le ignoren a él? Digamos que el principio del mal es para ellas la audacia, la generación, la diferenciación primera y el deseo de ser ellas mismas. Pues queriendo gozar de su independencia, se sirven del movimiento que ellas poseen para dirigirse al lugar contrario al que ocupa la divinidad. Llegadas a este punto, desconocen ya por completo de dónde provienen y, al igual que unos hijos arrancados a sus padres y educados por largo tiempo lejos de ellos, se ignoran verdaderamente a sí mismas e ignoran a quienes les dieron el ser. Como no ven (a Dios), ni siquiera se ven a sí mismas, estas almas se menosprecian por desconocimiento de su linaje. Estiman, por el contrario, todo lo demás y nada les llena en mayor grado que la admiración de sí mismas. Se dejan llevar de la admiración y de la pasión hacia todas las otras cosas, suspendidas como están de ellas, y, naturalmente, en cuanto les es posible rompen con todo aquello de lo que se alejaron en virtud de su menosprecio. De modo que acontece en realidad que la causa de su total desconocimiento de Dios es su misma estima de las cosas de aquí y su desdén por ellas mismas. Porque perseguir y admirar una cosa es, para el que la persigue y la admira, sentirse en todo inferior a ella. Y así, quien se sitúa por debajo de lo sujeto a generación y destrucción, por estimarse la cosa más despreciable y mortal de cuantas él distingue, no puede nunca imaginar en su espíritu cuál sea realmente la naturaleza y el poder de Dios. De ahí que debamos usar de un doble razonamiento si hemos de dirigirnos a los que se encuentran en esta disposición con el deseo de que retornen al lugar contrario y de que asciendan hacia los seres primitivos para alcanzar así el ser más alto, que es el Uno o el Primero. ¿Qué significa cada una de estas dos cosas? La una nos muestra la infamia de lo que ahora es honrado por el alma, según tendremos ocasión de probar más adelante; la otra alecciona al alma y le recuerda en cierto modo cuál es su linaje y su dignidad. Esta cuestión es, naturalmente, anterior a la primera y por su misma luz se obtiene la iluminación de la otra. Tratémosla, pues, ya que se encuentra próxima al objeto de la búsqueda y ha de ser muy útil a él. Porque quien busca, en definitiva, es el alma y lo que ha de conocer es qué clase de ser ella es para poder, antes de nada, conocerse a sí misma y saber igualmente si tiene posibilidad de realizar esa búsqueda y si cuenta con un ojo capaz de ello, o lo que es lo mismo, si le conviene tal investigación. Ya que si lo que busca, en realidad, es algo extraño, ¿qué provecho sacará de aquí? En tanto si lo que sea es algo afín a ella, no hay duda de que le convendrá buscarlo y que incluso podrá encontrarlo. ENÉADA V 1 (10) 5

Reflexionemos sobre este mundo sensible, en el que cada una de sus partes permanece tal cual es y sin mezcla alguna, pero coincidentes todas en una unidad en la medida en que esto es posible, de tal modo que la aparición de una cualquiera de ellas, como por ejemplo la esfera exterior del cielo, se ofrece ligada inmediatamente a la imagen del sol y, a la vez, a la de los demás astros, viéndose así la tierra, el mar y todos los animales como en una esfera transparente en la que podrían contemplarse realmente todas las cosas. Tened, pues, en vuestro espíritu la imagen luminosa de una esfera, que contiene en sí misma todas las cosas, esto es, tanto les seres en movimiento como los seres en reposo, tanto los seres que no están en movimiento como los que no están en reposo. Y, con esta imagen en vosotros mismos, prescindid de su masa, e incluso de su extensión y de la materia contenida en la imagen. No imaginéis tampoco otra esfera de masa mucho más pequeña, invocad, si acaso, al dios que ha producido la esfera de la que tenéis la imagen y suplidle que se acerque hasta vosotros. Ya le tenemos aquí, trayendo consigo su mundo junto con todos los dioses que existen en él; porque es único y es a la vez todos los dioses, y cada uno de ellos son todos y todos son uno, pero todos también diferentes por sus potencias, aunque constituyan una unidad en medio de esta misma multiplicidad. Y mejor aún: uno es todos, porque nada tiene que perder cuando nacen ellos. Todos se dan a la vez, y cada uno por separado encuentra en un punto indivisible, al no poseer forma alguna sensible. De otro modo, uno se encontraría aquí, otro allí y cada uno no sería en sí mismo la totalidad de ellos. No contiene partes que sean diferentes entre sí respecto a las otras o a sí mismo, ni su totalidad se desgarra tantas veces cuantas sean las partes que hayan de ser medidas. Es, ciertamente, una potencia total que avanza hasta el infinito y que esta el infinito extiende su poder. Tan grande es que sus partes mismas son infinitas. Porque, ¿podría hablarse de algo a donde no alcance? Pues grande es este mundo y grandes son también las potencias que él encierra a la vez; pero todavía sería mayor y de una magnitud indecible si no tuviese que unirse a una potencia corpórea, por pequeña que ésta sea. Y en verdad que podrían llamarse grandes las potencias del fuego y de los otros cuerpos, ya que, en la ignorancia de la verdadera potencia, nos las imaginamos quemando, destruyendo, consumiendo y sirviendo asimismo al nacimiento de seres vivos. Pero es claro que si ellas destruyen es porque también son destruidas, y si engendran es porque a su vez ellas mismas son engendradas. En el mundo inteligible la potencia sólo posee el ser y la belleza; porque, ¿dónde podría encontrarse lo bello si se le privase del ser? ¿Y dónde estaría el ser si se le privase de la belleza? En el ser que ha perdido la belleza se da igualmente la pérdida del ser. Por ello, el ser es algo deseado, porque es idéntico a lo bello, y lo bello es a su vez amable precisamente porque es ser. ¿A qué viene buscar cuál de ellos es la causa del otro si solo existe una única naturaleza? Aquí, ciertamente, se da un ser engañoso, que tiene la necesidad de una belleza extraña y aparente para llegar a parecer bello e incluso para ser. Y lo es verdaderamente en tanto participa de la belleza de la forma, siendo también más perfecto cuanto más haya tomado de ella; porque la bella (esencia) está entonces más próxima a él. ENÉADA V 8 (31) 5

Porque hay quienes, viendo la belleza en un rostro, se sienten transportados al mundo inteligible, en tanto que otros, espíritus dominados por la pereza, no se sienten movidos por nada. Tienen bastante con admirar todas las bellezas del mundo sensible, toda su simetría, todo su buen orden y la apariencia visible de los astros, no obstante su alejamiento de nosotros. No se pararán a meditar, dominados por el temor religioso: "¿De dónde provendrá su belleza?". Es claro que no han llegado a comprender, ni a ver, los seres del mundo inteligible. ENÉADA II 9 (33) 16