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Míguez-Plotino: alma única

quinta-feira 1º de fevereiro de 2024, por Cardoso de Castro

  

¿Nos encontramos tal vez con un alma única, que se extiende a través de todo y lo realiza todo? ¿Y será que cada ser es una parte, que se mueve al compás del universo? Si es así, ¿no resulta necesaria una continuidad entre todas las causas que aparecen seguidas y derivadas de la primera, continuidad verdaderamente sucesiva y enlace que se confunde con el destino? Podríamos tomar a este respecto el ejemplo de la planta, que tiene su principio en la raíz pero que, desde ahí, se extiende también a través de todas las partes de ella. Podría decirse que se da entre estas partes un enlace recíproco, acción y pasión, y cual un gobierno y un destino de la planta. ENÉADA: III 1 (3) 4

¿Qué hemos de pensar, por tanto, de estas cosas? Afirmaremos que la razón universal lo comprende todo, tanto los males como los bienes, pues unos y otros son partes de ella. Y no porque la razón los produzca, sino porque los tiene consigo. Las razones son el acto de un alma universal, y las partes (de estas razones) son el acto de las partes (de esta alma). Siendo así que esta alma única tiene partes, las razones también contarán con ellas e, igualmente, las obras de estas razones, que son los últimos seres provenientes de las mismas. Y como las almas están en reciprocidad armónica, otro tanto habrá que decir de sus obras. La armonía consiste en una unidad de todas ellas, incluso de las que son contrarias. Porque todas las cosas parten de una unidad y todas también se reúnen en ella por una necesidad natural; de modo que cosas diferentes y aun contrarias se ven llevadas a formar una unidad, como provenientes de un orden único. Así lo vemos en cada una de las especies animales: los caballos, por ejemplo, aunque gustan de rivalizar en la lucha y de morderse y batirse con ardor, forman, no obstante, lo mismo que los demás animales, una sola especie. Y otro tanto ocurre con los hombres. Convendrá, pues, referir todas las especies al género único de los animales; luego, deberá distinguirse por especies los seres que no son animales y, seguidamente, habrá que elevarse al género único de los no animales; de estos dos géneros, si se desea, remontaremos al ser, y, por último, llegaremos a la causa productora de este ser. Nuevamente, luego de haberlo anudado todo al ser, emprenderemos el descenso por un procedimiento de división; veremos así cómo el Uno se dispersa por alcanzar precisamente a todas las cosas y contenerlas también a todas en un orden único. Cuando el Uno se ha descompuesto es ya, realmente, un animal múltiple; cada una de sus partes actuará según su naturaleza, aunque siga permaneciendo en el universo. Así, el fuego quema y el caballo realiza sus funciones de caballo; pero también los hombres tienen su cometido propio, de acuerdo con su naturaleza, y sus actos, lo mismo que ellos, son realmente diferentes. De esta vida, conforme con la naturaleza y con los actos de cada uno, se siguen necesariamente el bien y el mal. ENÉADA: III 3 (48) 1

Con respecto a esto hemos de responder lo siguiente: admiten (quienes así hablan) que las almas individuales son homogéneas con las del universo, mostrando que alcanzan los mismos objetos y que son de su mismo linaje, lo que equivale a negar que sean partes de él. Mejor podríamos decir que la misma alma es un alma única y, a la vez, cada una de las almas. En este caso, la hacemos depender de un principio que, sin referirse a ningún otro ser, ni al mundo ni a ninguna otra cosa, (produce) lo que hay de animado en el mundo y en cualquier otro ser. Justamente, debe afirmarse que la totalidad del alma no es el alma de algo determinado, siendo como es una sustancia, sino que estas almas de algo que es determinado lo son precisamente por accidente. ENÉADA: IV 3 (27) 2

¿Entendemos el término "parte" como cuando hablamos del teorema de una ciencia y lo consideramos parte de ésta? Pero la ciencia no lo es menos, a pesar de esta división, con la que tan sólo se enuncia y actualiza cada una de sus partes. Cada teorema contiene, en efecto, en potencia la totalidad de la ciencia, pero no por ello deja de existir ésta. Si aconteciese así con el alma universal y las demás almas particulares, el alma universal, de la cual las otras son partes, no sería el alma de algo determinado, sino que existiría en sí misma; pero no sería entonces el alma del mundo, sino una cierta alma también de carácter particular. Las almas todas, si son de la misma especie, podrán ser partes de un alma única. Pero, ¿cómo una de ellas iba a ser el alma del mundo y las otras, en cambio, partes de él? ENÉADA: IV 3 (27) 2

Se ha dicho, en efecto, que hay un alma única y muchas otras almas. Se ha afirmado igualmente que hay virtual diferencia entre las partes y el todo, y se ha hablado, en general, de la diferencia que comportan las almas. Pero debe añadirse ahora que las diferencias que manifiestan las almas en sus caracteres y en sus actos de pensamiento provienen realmente de sus cuerpos y de las vidas que han tenido anteriormente. Dice (Platón) que la elección de las almas se verifica de acuerdo con sus vidas anteriores. Ahora bien; si se considera la naturaleza del alma en general, se advierten entra las almas las diferencias de segundo y tercer rango de que ya se ha hablado; porque todas las almas abarcan todas las cosas, pero cada una de ellas se adapta a su privativa actividad. Así, por su misma acción, un alma aparece unida al mundo inteligible, pero otra lo está por el conocimiento, y una tercera por el deseo; cada una de ellas, aun contemplando cosas diferentes, es y se vuelve lo que ella misma contempla. ENÉADA: IV 3 (27) 8

Cuando un ser animado se corrompe y de él se originan muchos otros seres, el alma de aquél no se encuentra ya en el cuerpo, porque el cuerpo carece de disposición para recibirla; de otro modo, no habría conocido la muerte. Si las partes del cuerpo bien dispuestas por la corrupción para producir otros seres tienen realmente un alma, es que no hay ningún ser del que el alma universal este ausente; pero un ser podrá recibirla y otro, en cambio, no. Los seres animados así nacidos no aumentan el número de las almas, sino que dependen del alma única, que permanece también en su unidad. Lo mismo acontece en nosotros cuando nos vemos mutilados en algunas partes de nuestro cuerpo; ciertamente, otras partes sustituirán a aquéllas, pero el alma que desaparezca de las primeras se unirá necesariamente a las segundas en tanto un alma única subsista en nuestro cuerpo. En el universo subsiste siempre un alma única; sin embargo, algunas de las cosas que hay en él cuentan con un alma, y otras, por el contrario, la rechazan, sin que esto afecte para nada al alma misma, que permanece tal cual es. ENÉADA: IV 3 (27) 8

Si no atribuimos ni a causas corpóreas ni a una libre decisión las influencias del cielo que recaen sobre nosotros, sobre los demás seres animados y, en general, sobre las cosas de la tierra, ¿qué otra causa podríamos invocar? En primer lugar, este universo es un solo ser animado que contiene en sí mismo todos los demás seres animados; en él se encuentra también un alma única, que llega a todas sus partes en cuanto que todos los seres son asimismo partes de él. Pues todo ser es una parte en el conjunto del universo sensible; y lo es, en efecto, en tanto que tiene un cuerpo, ya que, en lo que respecta a su alma, es también una parte en tanto que participa en el alma del universo. Decimos de los seres que participan sólo en esta alma que son partes del universo, pero afirmamos de los que participan en otra alma que no son ya únicamente partes del universo. En este sentido, no dejan de sufrir igualmente las acciones de los otros seres, en cuanto que encierran en sí mismos una parte del universo y reciben de él, además, todo lo que ellos tienen. Este universo es, por consiguiente, un ser que comparte el sufrimiento. Y así como en un animal las partes más alejadas son realmente próximas, como ocurre con las uñas, los cuernos y los dedos, así también son próximas en él las partes que no se tocan; porque, no obstante el intervalo y aunque la parte intermedia no sufra, esas mismas partes sufren la influencia de las que no son próximas. Tenemos el ejemplo de las cosas semejantes y no contiguas, separadas por algún intervalo: es claro que esas partes simpatizan entre sí en virtud de su semejanza, puesto que, aun manteniéndose alejadas, tienen necesariamente una acción a distancia. Siendo como es el universo un ser que culmina en la unidad, ninguna de sus partes puede estar tan alejada que no le sea próxima, dada la tendencia natural a la simpatía que existe entre las partes de un solo ser. Si el sujeto paciente es semejante al agente, la influencia que pueda recibir no le parece extraña; en cambio, cuando no es semejante esa misma pasión le parece extraña y no se muestra dispuesto a sufrirla. No conviene admirarse de que la acción de una cosa sobre otra resulte verdaderamente perjudicial, aun siendo el universo (como decimos) un solo ser animado; porque incluso en nosotros mismos, por la actividad que ejercen nuestros órganos, una parte puede ser dañada por otra, y eso ocurre con la bilis y la cólera de ella resultante, que atormentan y fustigan a las otras partes. También en el universo se da algo análogo a la cólera y a la bilis; así, en las plantas unas partes se oponen a otras hasta el punto de agostar la propia planta. ENÉADA: IV 4 (28) 32

Pero vengamos ahora al alma humana, a esa alma que, según se dice, está por entero en el cuerpo, donde se ve sometida al mal y al sufrimiento, viviendo entonces en la aflicción y en el deseo, en el temor y en todos los demás males. ¿No es el cuerpo para ella una prisión y una tumba, y el mundo a su vez una caverna y un antro? ¿Y no difiere este pensamiento de las causas a que antes nos referíamos? Pero es que, verdaderamente, no se trata de las mismas causas que ahora tratamos. En realidad, tanto la inteligencia del todo como las otras inteligencias se hallan en esa región que llamamos el mundo inteligible, el cual contiene no sólo las potencias inteligibles sino también las inteligencias individuales, puesto que la inteligencia no es de hecho una sola sino una y múltiple. Las almas, pues, deben ser también unas y múltiples, y de un alma única podrán provenir almas unas y múltiples, al modo como de un género único provienen igualmente las distintas especies, tanto las superiores como las inferiores. Unas, cierto es, serán mucho más inteligentes, y otras, en cambio, dispondrán de menos inteligencia en acto. Porque en el mundo inteligible se da una inteligencia que, al igual que un gran ser viviente, contiene en su poder a todos los demás seres. Pero algunas inteligencias contienen en acto lo que otras inteligencias contienen en potencia. Como si una ciudad que posee un alma abarcase a su vez cuantos habitan en ella, dotados también de un alma. Es claro que el alma de la ciudad tendría que ser más perfecta y más poderosa, aunque nada impidiese que las otras almas fuesen de su misma naturaleza. Otro ejemplo sería el de la totalidad de un fuego, del que proviniesen un fuego grande y otros fuegos mucho más pequeños. Naturalmente, la esencia del fuego la constituye la totalidad del fuego, o mejor aún esa realidad de la que proviene el fuego todo. Del mismo modo, la ocupación del alma razonable se sitúa en el pensar, pero no tan sólo en el pensar, porque, en ese caso, ¿qué la diferenciaría de la inteligencia? Al añadir a su actividad intelectual algo que constituye su realidad más característica, el alma ya no permanece sólo como inteligencia sino que desempeña una función que, como todas las demás, la vincula a los otros seres. Mirando a la realidad que es anterior a ella, piensa; (mirando) hacia sí misma, se conserva, y dirigiéndose a lo que viene después de ella, ordena, gobierna y manda. Porque no es posible detenerse en lo inteligible, si realmente puede producirse algo posterior a él, algo que, aun siendo inferior, ha de existir necesariamente, si esa realidad anterior es igualmente necesaria. ENÉADA: IV 8 (6) 3

Decimos que el alma de cada ser es única porque se encuentra presente toda ella en cualquier parte del cuerpo. Es, por tanto, realmente única, porque no tiene una parte en un lugar del cuerpo y otra en otro. Así, el alma sensitiva en los seres sensibles y el alma vegetativa en las plantas se encuentra toda ella en todo el cuerpo y, a la vez, en cada parte de él. ¿Pero es que, de igual manera, mi alma, la tuya y todas las demás almas constituyen un alma única? ¿Y es que hay, asimismo, en el universo un alma única, que no es divisible según la masa sino que se manifiesta idéntica en todas partes? Pues, ¿por qué si mi alma es única, no ha de serlo también el alma del universo? Ahí no se da ciertamente ni masa material ni cuerpo alguno. Por lo cual, si mi alma y la tuya provienen del alma del universo, convendrá que todas las almas sean una sola. Pero, ¿qué es entonces esa alma? Hemos de precisar antes de nada si hablamos con propiedad al decir que todas las almas son una sola, como cuando afirmamos, por ejemplo, que el alma de cada uno es única. Porque resulta absurdo que mi alma y la de un ser cualquiera sean un alma única. Sería preciso, en ese caso, que cuando yo experimento una sensación la experimentase igualmente ese ser, y que, cuando yo soy bueno, lo sea también él, sin mengua de que pueda desear cuando yo deseo y de que, en general, uno y otro, e incluso el universo, tengamos las mismas impresiones, de modo que la impresión que yo sufra la experimente conmigo el universo. Si en realidad no hay más que un alma, ¿cómo podremos hablar de un alma racional y de otra irracional, o de las almas que se dan en los animales y en las plantas? Si de nuevo no admitimos esto, no existirá la unidad del universo y no podremos encontrar un principio único para las almas. ENÉADA: IV 8 (6) 1

Sin embargo, conviene pensar que muchas cosas que acontecen en un cuerpo se ocultan a la realidad del todo, y tanto más cuanto más grande sea ese cuerpo. Traeríamos aquí a colación lo que se dice de los monstruos marinos, en los que el ser total no tiene sensación alguna de lo que experimenta una parte del cuerpo, cuando esta sensación es demasiado débil. De manera que no es necesario que la sensación sea perfectamente clara para el ser total cuando sólo es afectada una parte de su cuerpo. Pero, aun en este caso, no es ilógico admitir una simpatía en el conjunto, ni menos deberá desconocérsela, aunque no se produzca necesariamente la impresión sensitiva. Tampoco resulta absurdo que la virtud se dé en mí y el vicio se dé en otro ser, puesto que no es imposible que una misma cosa se encuentre en movimiento en un ser e inmóvil en otro. El hecho de que afirmemos que el alma es única no quiere decir de ningún modo que no participe en la pluralidad — esto, por ejemplo, habrá que concederlo a una naturaleza superior —, pues lo que indicamos en esa afirmación es no sólo que es una y múltiple sino que participa "de la naturaleza divisible en los cuerpos y, asimismo, de la naturaleza indivisible"; de modo que se trata de nuevo de un alma única. Y lo mismo que en mí la impresión producida en una parte del cuerpo no domina necesariamente su conjunto, sino que lo que acontece en la parte principal se proyecta luego sobre las otras partes, así también los efectos del universo sobre cada uno de los seres se hacen verdaderamente muy claros por la simpatía de todos los seres con el todo, aunque no resulte de toda evidencia si los efectos provenientes de nosotros mismos aprovechan realmente al todo. ENÉADA: IV 8 (6) 2

Todo lo que se ha dicho hasta ahora nos induce a no admirarnos respecto a la unidad de las almas. Pero esa misma razón nos exige que investiguemos cómo todas ellas forman una sola alma. ¿Acaso ocurre así porque todas las almas provienen de una sola? En ese caso, ¿es esa alma única la que se divide para dar lugar a las otras almas, o bien permaneciendo tal cual se produce, sin embargo, por sí misma la pluralidad de las demás almas? Pero, si permaneciese tal cual es, ¿cómo podría sacar de sí una pluralidad de seres? Tendremos que invocar en nuestra ayuda la autoridad de un dios para poder mostrar que, si hay muchas sustancias, hubo de existir antes una sustancia única, de la que necesariamente han de provenir aquéllas. Si esta alma única fuese un cuerpo, la multiplicidad de las otras almas provendría necesariamente de la división de este cuerpo en partes. Entonces el alma única sería la sustancia total que daría origen   a las demás almas. Siendo ella homogénea, todas las demás almas tendrían que serlo también, debiendo contar en totalidad con una sola y única esencia, lo cual haría que se diferenciasen tan sólo por su masa. Si las almas son tales almas por razón de sus masas, no hay duda alguna de que unas y otras son diferentes; si, en cambio, son lo que son gracias a su esencia, entonces componen todas una sola alma. O, lo que es igual, en los cuerpos múltiples se da una misma y única alma. Pero, antes de que esta alma se extienda por la multiplicidad de los cuerpos, otra alma existe fuera de ellos. Y, precisamente, el alma que se encuentra en los cuerpos múltiples es como una imagen que proviene de aquélla, cual reflejo multiplicado de un alma que sigue siendo una. No otra cosa ocurriría con varios trozos de cera que recibiesen la misma huella. De ser cierta la primera hipótesis, el alma se consumiría en múltiples puntos; de serlo, por el contrario, la segunda, el alma carecería de cuerpo y sería, todo lo más, la afección de un cuerpo, sin que debiese sorprendernos que esta cualidad única, proveniente de un cuerpo, existiese luego en muchos otros. Pero el alma podría ser también tal alma por una y otra causa, esto es, en razón de su masa y de su esencia; entonces, claro es, su división no podría resultarnos extraña. Sin embargo, nosotros hablábamos del alma como de una sustancia incorpórea. ENÉADA: IV 8 (6) 4