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Míguez-Plotino: alma inferior

quinta-feira 1º de fevereiro de 2024, por Cardoso de Castro

  

¿Y qué otra causa, que no sea ninguna de éstas, podrá dejar nada incausado, con la vigilancia y el cuidado de la sucesión y el orden de los hechos? ¿Qué otra, en verdad, aceptará que seamos algo, sin destruir para ello las predicciones y adivinaciones? Conviene que introduzcamos el alma en las cosas como un principio distinto de ellas; y no se trata sólo del alma del universo, sino, juntamente con ella, del alma individual. Como principio que es, y no pequeño por cierto, el alma debe entrelazar todas las cosas, sin que por ello tenga que haber salido de unas semillas como todo lo demás, dada su condición de causa primera. Si verdaderamente no dispone de un cuerpo, es entonces la causa más soberana, la más libre e independiente de la causa cósmica; pero, contenida en un cuerpo, pierde ya el señorío de sí misma por estar ordenada a otros seres diferentes de ella. La fortuna enseñorea todo lo que se ofrece a su alrededor, todos los seres en medio de los cuales vino a caer el alma a su llegada a este mundo; el alma, a su vez, actúa unas veces según estos seres, otras, en cambio, los domina y los lleva a donde ella quiere. El alma superior tiene un poder más alto, y el alma inferior un poder menor. El alma sometida al cuerpo se ve precisada a desear, a irritarse, a hacerse humilde en la pobreza, orgullosa en la riqueza y tiránica en el ejercicio del poder. Aquella otra alma que es por naturaleza buena se mantiene firme en las mismas circunstancias y transforma las cosas más de lo que las cosas la transforman a ella; y así, a unas las altera, en tanto a otras las acepta, sin caer por esto en el vicio. ENÉADA: III 1 (3) 8

Conviene pensar que todos los demás demonios son así, e incluso los elementos de que están compuestos. Todo demonio, en el puesto que le ha sido asignado, puede procurarse y desear su bien, resultando por ello, afín a Eros, aunque, como él, no consiga darse satisfacción. Todo demonio desea una forma de bien, por lo que se explica que los seres buenos amen también, por Eros, el bien en absoluto y el bien real, pero no cualquier otro bien; los demás se colocan bajo la dependencia de otros demonios, cada uno en relación con un demonio diferente. Dejan así inactivo al Eros universal y actúan según el demonio que han escogido, de acuerdo con la parte del alma que es en ellos la más activa. Los seres que sólo tienden al mal, por los malos deseos originados en ellos, crean dificultades a los Eros de sus almas, lo mismo que a la recta razón, innata en ellos, por las malas opiniones que les sobrevienen. El amor es hermoso si es natural y acorde con su naturaleza; pero en un alma inferior es de dignidad y de poder inferior, siendo también superior en un alma que asimismo lo sea; siempre, sin embargo, se mantiene en su propia esencia. El amor contra naturaleza, que es el de las almas extraviadas, viene a ser realmente una disposición y no una esencia ni una hipóstasis sustancial; no ha de considerarse engendrado por el alma, sino corno coexistente con su vicio, que produce algo análogo en sus disposiciones pasajeras o duraderas. Parece, pues, que los bienes verdaderos, conformes con la naturaleza del alma, que actúa en los límites de su ser, son en general los bienes sustanciales; los otros bienes, que no provienen de un acto del alma, no son, en cambio, otra cosa que afecciones de ella. Del mismo modo, los pensamientos falsos no dicen relación a las sustancias, en tanto los pensamientos realmente verdaderos, eternos y definidos, exigen a la vez el acto de pensar, un objeto de naturaleza inteligible y la existencia de este mismo objeto, ya se trate del pensamiento en general o de un pensamiento determinado relativo a una forma de la inteligencia y a la inteligencia que hay en cada forma. Para cada una de éstas supondremos una noción y un objeto puros, que no se interfieran con ninguna otra cosa; los aceptaremos, pues, en toda su simplicidad. De ahí el amor que sentimos por las cosas simples: nuestros pensamientos van directamente hacia ellas, de tal modo que si pensamos en algo particular es tan sólo por accidente; vemos, por ejemplo, que un triángulo tiene sus ángulos iguales a dos rectos por la idea que tenemos del triángulo puro. ENÉADA: III 5 (50) 7

¿Y cómo recordamos a nuestros amigos, a nuestros hijos y a nuestra mujer? ¿Cómo también recordamos a nuestra patria y todo lo que un hombre inteligente puede recordar sin que el hecho resulte insólito? Digamos que el alma (inferior) recuerda con algún sentimiento, cosa que no ocurre al hombre, insensible en muchos de sus recuerdos. Porque, tal vez al principio el hombre experimente alguna emoción, junto con sus recuerdos; en tal caso, el alma superior misma podrá experimentar las más nobles de las emociones según la relación que mantenga con el alma inferior. Conviene, no obstante, que el alma inferior quiera actuar en sus operaciones lo mismo que el alma superior, y aun, sobre todo, adquirir los mismos recuerdos, si es un alma verdaderamente inteligente; porque, en principio, se hace uno mejor por la enseñanza que recibe de un ser superior. ENÉADA: IV 3 (27) 32

Pero el alma superior debe querer olvidar lo que viene a ella del alma inferior. Porque, siendo como es un alma inteligente, podrá contener por fuerza al alma de naturaleza inferior. Cuanto más intente elevarse hacia lo alto, más olvidará también las cosas de este mundo; salvo que toda su vida, ya aquí en la tierra, se aplique tan sólo a recordar las cosas mejores, pues es igualmente hermoso dar de lado en este mundo a las preocupaciones de los hombres, con lo cual, necesariamente, se prescindirá de sus recuerdos. Así podrá decirse, y con razón, que el alma buena es un alma olvidadiza; porque huye de todo lo que es múltiple, conduce lo múltiple a la unidad y repudia lo indeterminado. Esta alma no se acompaña de los recuerdos de aquí abajo, sino que es ligera y vive consigo misma. Incluso en este mundo, cuando quiere elevarse a lo inteligible, deja por esto todas las demás cosas. Muy pocos recuerdos se lleva consigo a la región de lo alto; algunos más, sin embargo, la acompañará en el cielo. Hércules (en el Hades) podría hablar todavía de su bravura; pero, con todo, la estimaría como algo de poco valor al encontrarse ya en un lugar sagrado y en el mundo inteligible, pues es claro que aquí dispondría de fuerzas superiores, semejantes a las de los sabios en sus luchas. ENÉADA: IV 3 (27) 32