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Míguez-Plotino: actividad del alma

quinta-feira 1º de fevereiro de 2024, por Cardoso de Castro

  

Mas he aquí una dificultad contra lo que ahora decimos: si la eternidad se da en la inteligencia y el tiempo en el alma — pues afirmamos que el tiempo sólo tiene existencia en relación con la actividad del alma y que, además, salió de ella —, ¿cómo la actividad del alma no se divide con el tiempo y, al volver sobre el pasado, no engendra a la vez la memoria en el alma del universo? Porque claro está que situamos la identidad en lo eterno y la diversidad en el tiempo; de otro modo, la eternidad y el tiempo, serian la misma cosa, si no atribuyésemos a las almas ningún cambio en sus actos. ¿Acaso se dará por bueno que nuestras almas admiten el cambio y cualquier otra falta que nosotros situamos en el tiempo, en tanto el alma del universo, que engendra el tiempo, queda colocada fuera de él? Pues bien; sea esto así. Pero, ¿cómo es que engendra el tiempo y no en cambio la eternidad? Lo que ella engendra, tendremos que contestar, no es realmente eterno, sino que está comprendido en el tiempo. Y las almas no se dan por entero en el tiempo, sino tan sólo sus afecciones y sus acciones. Todas las almas son eternas y el tiempo es algo posterior a ellas. Mas, lo que está en el tiempo es inferior al tiempo mismo, porque el tiempo debe abarcar necesariamente lo que se encuentra en él, como cuando se habla de lo que está en el lugar y en el número. ENÉADA: IV 4 (28) 15

El que una actividad provenga de un sujeto no hace suponer que termine en otro sujeto. Si éste se presenta, experimentará como tal sujeto una determinada afección. Pero así como la vida es una actividad del alma, que confluye en un cuerpo, si éste se presenta, pero que sigue existiendo aunque el cuerpo no esté a su alcance ¿qué impide que ocurra lo mismo con la luz, si ella es también la actividad de un cuerpo luminoso? Porque no es la oscuridad del aire la que engendra la luz, sino que es su misma mezcla con la tierra la que hace a la luz oscura y verdaderamente impura. Decir que el aire la produce es tanto como afirmar que una cosa es dulce por su mezcla con otra amarga. Si se dice, pues, que la luz es una modificación del aire, habrá que añadir además que esta modificación afecta también al aire, cuya oscuridad sufre una transformación y deja de ser ya oscuridad. El aire, cuando está iluminado, permanece tal cual es sin ser afectado por nada. La afección pertenece tan sólo al objeto en el que se da, bien entendido que el color no es una afección del aire, sino que existe por sí mismo; así, decimos del color que está presente en él. Y con esto se ha tratado bastante de la cuestión. ENÉADA: IV 5 (29) 6