Página inicial > Termos e noções > hierogamos

hierogamos

quinta-feira 25 de janeiro de 2024

  

Perenialistas
Ananda Coomaraswamy  : HB - HINDUÍSMO E BUDISMO

La aplicación más pertinente de todo esto es al individuo, ya sea hombre o mujer: puesto que la individualidad exterior y activa de «este hombre o de esta mujer, Fulano», es naturalmente femenina y está sujeta a su propio Sí mismo interior y contemplativo. Por una parte, la sumisión del Hombre Exterior al Hombre Interior es todo lo que se entiende por las palabras «control de sí mismo» y «autonomía», y lo opuesto de lo que se entiende por «auto-afirmación»; y por otra, esto es la base de la interpretación del retorno a Dios en los términos de un simbolismo erótico, a saber, «Como uno abrazado por una querida esposa, no sabe nada de “yo” ni de “tú”, así, el sí mismo abrazado por el Sí mismo (solar) presciente, no sabe nada de un “mí mismo” adentro ni de un “tú mismo” afuera»; todo ello, como observa Sankara  , a causa de la «unidad». Es a este Sí mismo a quien el hombre que realmente se ama a sí mismo o a otros, ama en sí mismo y en ellos; «todas las cosas se quieren sólo por amor del Sí mismo». En este verdadero amor del Sí mismo la distinción entre el «egoísmo» y el «altruismo» pierde todo su significado. Él ve al Sí mismo, al Señor, igualmente en todos los seres, y a todos los seres igualmente en ese Sí mismo Señorial. «Amando a tu Sí mismo», en palabras del Maestro Eckhart  , «amas a todos los hombres como a tu Sí mismo». Todas estas doctrinas coinciden con el dicho shufi, «¿Qué es amor?. Lo sabrás cuando tú devengas mí mismo».

El matrimonio sagrado, consumado en el corazón, prefigura el más profundo de todos los misterios. Pues éste significa a la vez nuestra muerte y nuestra resurrección beatífica. La palabra «casar» (eko bhu, devenir uno) significa también «morir», de la misma manera que en griego, teleo es ser perfecto, estar casado, o morir. Cuando «Cada uno es ambos», ya no persiste ninguna relación: y si no fuera por esta beatitud (ananda), no habría vida ni felicidad en ninguna parte. Todo esto implica que lo que nosotros llamamos el proceso del mundo y una creación, no es nada sino un juego (krida, lila, paidia, dolce gioco) que el Espíritu juega consigo mismo, un juego como el de la luz del sol que «juega» en todo lo que ilumina y vivifica, aunque no es afectada por sus aparentes contactos. Nosotros, que jugamos tan desesperadamente el juego de la vida por apuestas temporales, podríamos jugar al amor con Dios por apuestas más altas — nuestros sí mismos, y el Suyo. Nosotros, que jugamos unos contra otros por las posesiones, podríamos jugar con el Rey, que apuesta su trono y lo que es suyo contra nuestras vidas y todo lo que nosotros somos: un juego en el que cuanto más se pierde, tanto más se gana.