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SC: Universal

quinta-feira 1º de fevereiro de 2024

  

La realización efectiva de los estados múltiples del ser se refiere a la concepción de lo que diferentes doctrinas tradicionales, y concretamente el esoterismo islámico  , designan como el "Hombre Universal" [NA: El "Hombre Universal" (en árabe El-Insânul-kâmil) es el Adam Qadmôn de la Qabbalah   hebraica; es también el "Rey" (Wang) de la tradición extremo oriental (Tao-te-king, XXV). — Existen, en el esoterismo islámico, un gran número de tratados de diferentes autores sobre El-Insânul-kâmil; aquí solo mencionaremos, como más particularmente importantes desde nuestro punto de vista, los de Mohyiddin ibn Arabi   y de Abdul-Karîm El-Jîli.)], concepción que, como lo hemos dicho en otra parte, establece la analogía constitutiva de la manifestación universal y de su modalidad individual humana, o, para emplear el lenguaje del hermetismo occidental del "macrocosmo" y del "microcosmo" [NA: Ya nos hemos explicado en otra parte sobre el empleo que hacemos de estos términos, así como de algunos otros para los cuales estimamos no tener que preocuparnos más del abuso que se ha podido hacer de ellos a veces (El Hombre y su devenir según el Vêdânta, cap. II y IV). — Estos términos, de origen   griego, tienen también en árabe sus equivalentes exactos (El-Kawnul-kebir y El-Kawnuç-çeghir), términos que se toman en la misma acepción.]. Por lo demás, esta noción puede considerarse a diferentes grados y con extensiones diversas, puesto que la misma analogía permanece válida en todos los casos (Se podría hacer una precisión semejante en lo que concierne a la teoría de los ciclos, que no es en el fondo más que otra expresión de los estados de existencia: todo ciclo secundario reproduce en cierto modo, a una escala menor, fases correspondientes a las del ciclo más extenso al cual está subordinado.): así, ella puede restringirse a la humanidad misma, considerada ya sea en su naturaleza específica, ya sea incluso en su organización social, ya que es sobre esta analogía donde reposa esencialmente, entre otras aplicaciones, la institución de las castas (Cf. el Purusha-Sûkta del Rig-Vêda, X, 90.). A otro grado, ya más extenso, la misma noción puede abarcar el dominio de existencia correspondiente a todo el conjunto de un estado de ser determinado, cualquiera que sea por lo demás ese estado (Sobre este punto, y a propósito del Vaishwânara de la tradición hindú, ver El Hombre y su devenir según el Vêdânta, capítulo XII.); pero esta significación, sobre todo si se trata del estado humano, incluso tomado en el desarrollo integral de todas sus modalidades, o de otro estado individual, no es todavía propiamente más que "cosmológica", y lo que debemos considerar esencialmente aquí, es una transposición metafísica de la noción del hombre individual, transposición que debe efectuarse en el dominio extraindividual y supraindividual. En este sentido, y si uno se refiere a lo que recordábamos hace un momento, la concepción del "Hombre Universal", se aplicará primero, y más ordinariamente, al conjunto de los estados de manifestación; pero puede hacérsela todavía más universal, en la plenitud de la verdadera acepción de esta palabra, extendiéndola igualmente a los estados de no manifestación, y por consiguiente a la realización completa y perfecta del ser total, entendiendo éste en el sentido superior que hemos indicado precedentemente, y siempre con la reserva de que el término "ser" mismo ya no puede tomarse entonces más que en una significación puramente analógica. 29 EL SIMBOLISMO DE LA CRUZ   II

Hay pues analogía, pero no similitud, entre el hombre individual, ser relativo e incompleto, que se toma aquí como tipo de un cierto modo de existencia, o incluso de toda existencia condicionada, y el ser total, incondicionado y transcendente en relación a todos los modos particulares y determinados de existencia, e incluso en relación a la Existencia pura y simple, ser total que designamos simbólicamente como el "Hombre Universal". En razón de esta analogía, y para aplicar aquí, siempre a título de ejemplo, lo que acabamos de indicar, se podrá decir que, si el "Hombre Universal" es el principio de toda la manifestación, el hombre individual deberá ser de alguna manera, en su orden, su resultante y como su conclusión; y por eso es por lo que todas las tradiciones concuerdan en considerarle como formado por la síntesis de todos los elementos y de todos los reinos de la naturaleza (Señalamos concretamente, a este respecto, la tradición islámica relativa a la creación de los ángeles y a la del hombre. — No hay que decir que la significación real de estas tradiciones no tiene absolutamente nada de común con ninguna concepción "transformista", o incluso simplemente "evolucionista", en el sentido más general de esta palabra, ni con ninguna de las fantasía modernas que se inspiran más o menos directamente en tales concepciones antitradicionales.). Es menester que ello sea así para que la analogía sea exacta, y lo es efectivamente; pero, para justificarla completamente, y con ella la designación misma del "Hombre Universal", sería menester exponer, sobre el papel cosmogónico que es propio al ser humano, consideraciones que, si quisiéramos darles todo el desarrollo que conllevan, se alejarían mucho del tema que nos proponemos tratar ahora más especialmente, y que quizás encontrarán mejor lugar en alguna otra ocasión. Así pues, por el momento, nos limitaremos a decir que el ser humano tiene, en el dominio de existencia individual que es el suyo, un papel que se puede calificar verdaderamente de "central" en relación a todos los demás seres que se sitúan igualmente en este dominio; este papel hace del hombre la expresión más completa del estado individual considerado, cuyas posibilidades se integran todas, por así decir, en él, al menos bajo una cierta relación, y a condición de tomarle, no en la modalidad corporal solo, sino en el conjunto de todas sus modalidades, con la extensión indefinida de la que son susceptibles (La realización de la individualidad humana integral corresponde al "estado primordial", del cual ya hemos tenido que hablar frecuentemente, y que es llamado "estado edénico" en la tradición judeocristiana.). Es ahí donde residen las razones más profundas entre todas aquellas sobre las cuales puede basarse la analogía que consideramos; y es esta situación particular la que permite transponer válidamente la noción misma del hombre, más bien que la de todo otro ser manifestado en el mismo estado, para transformarla en la concepción del "Hombre Universal" (Para evitar todo equívoco, recordaremos que siempre tomamos el término "transformación" en un sentido estrictamente etimológico, que es el de "paso más allá de la forma", y, por consiguiente, más allá de todo lo que pertenece al orden de las existencias individuales.). 31 EL SIMBOLISMO DE LA CRUZ II

Agregaremos todavía una precisión que es de las más importantes: es que el "Hombre Universal" no existe más que virtualmente y en cierto modo negativamente, a la manera de un arquetipo ideal, mientras la realización efectiva del ser total no le ha dado la existencia actual y positiva; y eso es verdadero para todo ser, cualquiera que sea, considerado como efectuando o debiendo efectuar una tal realización [NA: En un cierto sentido, estos dos estados negativo y positivo del "Hombre Universal" corresponden respectivamente, en el lenguaje de la tradición judeocristiana, al estado preliminar a la "caída" y al estado consecutivo a la "redención"; por consiguiente, bajo este punto de vista, son los dos Adam de los que habla San Pablo   (1ª Epístola a los Corintios, XV), lo que muestra al mismo tiempo la relación del "Hombre Universal" con el "Logos" (cf. Autoridad espiritual y poder temporal  , pág. 98, ed. francesa).]. Por lo demás, para disipar todo malentendido, decimos que una tal manera de hablar, que presenta como sucesivo lo que es esencialmente simultáneo en sí, no es válida sino en tanto que uno se coloca en el punto de vista especial de un estado de manifestación del ser, estado que se toma como punto de partida de la realización. Por otra parte, es evidente que expresiones como las de "existencia negativa" y de "existencia positiva" no deben tomarse al pie de la letra, allí donde la noción misma de "existencia" no se aplica propiamente más que en una cierta medida y hasta un cierto punto; pero las imperfecciones que son inherentes al lenguaje, por el hecho mismo de que está ligado a las condiciones del estado humano e incluso más particularmente a las de su modalidad corporal y terrestre, necesitan frecuentemente el empleo, con algunas precauciones, de "imágenes verbales" de este género, sin las cuales sería enteramente imposible hacerse comprender, sobre todo en lenguas tan poco adaptadas a la expresión de las verdades metafísicas como lo son las lenguas occidentales. 32 EL SIMBOLISMO DE LA CRUZ II

La mayoría de las doctrinas tradicionales simbolizan la realización del "Hombre Universal" por un signo que es por todas partes el mismo, porque, como lo decíamos al comienzo, es de aquellos que se vinculan directamente a la tradición primordial: es el signo de la cruz, que representa muy claramente la manera en que esta realización se alcanza por la comunión perfecta de la totalidad de los estados del ser, armónica y conformemente jerarquizados, en expansión integral en los dos sentidos de la "amplitud" y de la "exaltación" (Estos términos están tomados al lenguaje del esoterismo islámico, que es particularmente preciso sobre este punto. — En el mundo occidental, el símbolo de la "Rosa-Cruz" ha tenido exactamente el mismo sentido, antes de que la incomprensión moderna no diera lugar a toda suerte de interpretaciones bizarras o insignificantes; la significación de la rosa será explicada más adelante.). En efecto, esta doble expansión del ser puede considerarse como efectuándose, por una parte, horizontalmente, es decir, en cierto nivel o grado de existencia determinado, y por otra, verticalmente, es decir, en la superposición jerarquizada de todos los grados. Así, el sentido horizontal representa la "amplitud" o la extensión integral de la individualidad tomada como base de la realización, extensión que consiste en el desarrollo indefinido de un conjunto de posibilidades sometidas a algunas condiciones especiales de manifestación; debe entenderse bien que, en el caso del ser humano, esta extensión no está limitada de ningún modo a la parte corporal de la individualidad, sino que comprende todas las modalidades de ésta, puesto que el estado corporal no es propiamente más que una de estas modalidades. El sentido vertical representa la jerarquía, indefinida también y con mayor razón, de los estados múltiples, cada uno de los cuales, considerado del mismo modo en su integralidad, es uno de estos conjuntos de posibilidades, que se refieren a otros tantos "mundos" o grados, y que están comprendidos en la síntesis total del "Hombre Universal" [NA: "Cuando el hombre, en el "grado universal", se exalta hacia lo sublime, cuando surgen en él los otros grados (estados no humanos) en perfecta expansión, él es el "Hombre Universal". Tanto la exaltación como la amplitud han alcanzado su plenitud en el Profeta (que así es idéntico al "Hombre Universal")" (Epístola sobre la Manifestación del Profeta, por el Sheikh Mohammed   ibn Fadlallah El-Hindi). — Esto permite comprender esta palabra que fue pronunciada, hace una veintena de años, por un personaje que ocupaba entonces en el islam, incluso bajo el simple punto de vista exotérico, un rango muy elevado: "Si los cristianos tienen el signo de la cruz, los musulmanes tienen su doctrina". Añadiremos que, en el orden esotérico, la relación del "Hombre Universal" con el Verbo por una parte, y con el Profeta por otra no deja subsistir, en cuanto al fondo mismo de la doctrina, ninguna divergencia real entre el cristianismo y el islam, entendidos uno y otro en su verdadera significación. — Parece que la concepción del Vohu-Mana, en los antiguos persas, haya correspondido también a la del "Hombre Universal".]. En esta representación crucial, la expansión horizontal corresponde pues a la indefinidad de las modalidades posibles de un mismo estado de ser considerado integralmente, y la superposición vertical a la serie indefinida de los estados del ser total. 38 EL SIMBOLISMO DE LA CRUZ III

No hay que decir, por lo demás, que el estado cuyo desarrollo es figurado por la línea horizontal puede ser un estado cualquiera; de hecho será el estado en el que se encuentra actualmente, en cuanto a su manifestación, el ser que realiza el "Hombre Universal", estado que es para él el punto de partida y el soporte o la base de esta realización. Todo estado, cualquiera que sea, puede proporcionar a un ser una tal base, así como se verá más claramente después; si consideramos más particularmente a este respecto el estado humano, es porque éste, siendo el nuestro, nos concierne más directamente, de suerte que el caso que vamos a tratar sobre todo es el de los seres que parten de este estado para efectuar la realización; pero debe entenderse bien que, desde el punto de vista metafísico puro, este caso no constituye de ningún modo un caso privilegiado. 39 EL SIMBOLISMO DE LA CRUZ III

Se debe comprender desde ahora que la totalización efectiva del ser, al estar más allá de toda condición, es la misma cosa que lo que la doctrina hindú llama la "Liberación" (Moksha), o lo que el esoterismo islámico llama la "Identidad Suprema" (Sobre este punto, ver los últimos capítulos de El Hombre y su devenir según el Vêdânta.). Por lo demás, en esta última forma tradicional, se enseña que el "Hombre Universal", en tanto que es representado por el conjunto "Adam-Eva", tiene el número de Allah, lo que es en efecto una expresión de la "Identidad Suprema" [NA: Este número, que es 66, se da por la suma de los valores numéricos de las letras que forman los nombres Adam wa Hawâ. Según el Génesis hebraico, el hombre, "creado macho y hembra", es decir, en un estado androgínico, es "a la imagen de Dios"; y, según la tradición islámica, Allah ordenó a los ángeles adorar al hombre (Qorân, II, 34; XVII, 61; XVIII, 50). El estado androgínico original es el estado humano completo, en el que los complementarios, en lugar de oponerse, se equilibran perfectamente; tendremos que volver sobre este punto después. Aquí agregaremos solamente, que, en la tradición hindú, una expresión de este estado se encuentra contenida simbólicamente en la palabra Hamsa, donde los dos polos complementarios del ser están, además, puestos en correspondencia con las dos fases de la respiración, que representan las de la manifestación universal.]. A propósito de esto, es menester hacer una precisión que es en extremo importante, ya que se podría objetar que la designación de "Adam-Eva", aunque sea ciertamente susceptible de transposición, no se aplica, en su sentido propio, más que al estado humano primordial: es que, si la "Identidad Suprema" no está realizada efectivamente más que en la totalización de los estados múltiples, se puede decir que en cierto modo ya está realizada virtualmente en el "estado edénico", en la integración del estado humano llevado a su centro original, centro que, por lo demás, como se verá, es el punto de comunicación directa con los demás estados [NA: Los dos estados que indicamos aquí en la realización de la "Identidad Suprema" corresponden a la distinción que ya hemos hecho en otra parte entre lo que podemos llamar la "inmortalidad efectiva" y la "inmortalidad virtual" (ver El Hombre y su devenir según el Vêdânta, XVIII).]. 40 EL SIMBOLISMO DE LA CRUZ III

Por otra parte, se podría decir también que la integración del estado humano, o de no importa cuál otro estado, representa, en su orden y a su grado, la totalización misma del ser; y esto se traducirá muy claramente en el simbolismo geométrico que vamos a exponer. Si ello es así, es porque se puede encontrar en todas las cosas, concretamente en el hombre individual, e incluso más particularmente todavía en el hombre corporal, la correspondencia y como la figuración del "Hombre Universal", puesto que cada una de las partes del Universo, ya se trate por lo demás de un mundo o de un ser particular, es por todas partes y siempre, análoga al todo. Así, un filósofo tal como Leibnitz tuvo razón, ciertamente, al admitir que toda "substancia individual" (con las reservas que hemos hecho más atrás sobre el valor de esta expresión) debe contener en sí misma una representación integral del Universo, lo que es una aplicación correcta de la analogía del "macrocosmo" y del "microcosmo" (Ya hemos tenido la ocasión de señalar que Leibnitz, diferente en eso de los demás filósofos modernos, había recibido algunos datos tradicionales, por lo demás bastante elementales e incompletos, y que, a juzgar por el uso que hace de ellos, no parece haber comprendido siempre perfectamente.); pero, al limitarse a la consideración de la "substancia individual" y al querer hacer de ella el ser mismo, un ser completo e incluso cerrado, sin ninguna comunicación real con nada que le rebase, se impidió pasar del sentido de la "amplitud" al de la "exaltación", y así privó a su teoría de todo alcance metafísico verdadero (Otro defecto capital de la concepción de Leibnitz, defecto que, por lo demás, está quizás ligado más o menos estrechamente a éste, es la introducción del punto de vista moral en consideraciones de orden universal donde no tiene nada que hacer, por el "principio de lo mejor", principio del que este filósofo ha pretendido hacer la "razón suficiente" de toda existencia. Agregaremos todavía, a este propósito, que la distinción de lo posible y de lo real, tal como Leibnitz quiere establecerla, no podría tener ningún valor metafísico, ya que todo lo que es posible es por eso mismo real según su modo propio.). Nuestra intención no es de ningún modo entrar aquí en el estudio de las concepciones filosóficas, cualesquiera que puedan ser, como tampoco en el de toda otra cosa que dependa igualmente del dominio "profano"; pero esta precisión se nos presentaba naturalmente, como una aplicación casi inmediata de lo que acabamos de decir sobre los dos sentidos según los cuales se efectúa la expansión del ser total. 41 EL SIMBOLISMO DE LA CRUZ III

Algunos escritores occidentales, con pretensiones más o menos iniciáticas, han querido dar a la cruz una significación exclusivamente astronómica, diciendo que es "un símbolo de la unión crucial que forma la eclíptica con el Ecuador", y también "una imagen de los equinoccios, cuando el sol, en su curso actual, cubre sucesivamente estos dos puntos" [NA: Estas citas están tomadas, a título de ejemplo muy característico, de un autor masónico bien conocido, J. –M. Ragon (Ritual del grado de Rosa-Cruz, pp. 25-28).). A decir verdad, si la cruz es eso, es porque, como lo indicábamos más atrás, los fenómenos astronómicos mismos pueden considerarse, desde un punto de vista más elevado, como símbolos, y porque, a este título, puede encontrarse en ellos, así como por toda otra parte, esta figuración del "Hombre Universal" a la que hacíamos alusión en el precedente capítulo; pero, si estos fenómenos son símbolos, es evidente que no son la cosa simbolizada, y que el hecho de tomarlos por ésta constituye una inversión de las relaciones normales entre los diferentes órdenes de realidades [NA: Es quizás bueno recordar también aquí, aunque ya lo hayamos hecho en otras ocasiones, que es esta interpretación astronómica, siempre insuficiente en sí misma, y radicalmente falsa cuando pretende ser exclusiva, la que ha dado nacimiento a la muy famosa teoría del "mito solar", inventada hacia el final del siglo XVIII por Dupuis y Volney, reproducida después por Max Müller, y todavía en nuestros días por los principales representantes de una supuesta "ciencia de las religiones" que nos es completamente imposible tomar en serio.]. Cuando encontramos la figura de la cruz en los fenómenos astronómicos u otros, tiene exactamente el mismo valor simbólico que la que podemos trazar nosotros mismos (Por otra parte, señalamos que el símbolo guarda siempre su valor propio, incluso cuando se traza sin intención consciente, como ocurre concretamente cuando algunos símbolos incomprendidos son conservados simplemente a título de ornamentación.); eso prueba solo que el verdadero simbolismo, lejos de ser inventado artificialmente por el hombre, se encuentra en la naturaleza misma, o, para decirlo mejor, que la naturaleza entera no es más que un símbolo de las realidades transcendentes. 48 EL SIMBOLISMO DE LA CRUZ IV

Debemos precisar también otro punto, que se refiere directamente a la consideración del "Hombre Universal": hemos hablado más atrás de éste como constituido por el conjunto "Adam-Eva", y hemos dicho en otra parte que la pareja Purusha-Prakriti, ya sea en relación a toda la manifestación, ya sea más particularmente en relación a un estado de ser determinado, puede considerarse como equivalente al "Hombre Universal" (Ver El Hombre y su devenir según el Vêdânta, capítulo IV.). Por consiguiente, desde este punto de vista, la unión de los complementarios deberá considerarse como constituyendo el "Andrógino" primordial del que hablan todas las tradiciones; sin extendernos más sobre esta cuestión, podemos decir que lo que es menester entender aquí, es que, en la totalización del ser, los complementarios deben encontrarse efectivamente en un equilibrio perfecto, sin ningún predominio de uno sobre el otro. Por otra parte, hay que destacar que a este "Andrógino" se le atribuye en general la forma esférica (A este respecto, se conoce el discurso que Platón, en el Banquete  , pone en boca de Aristófanes, y cuyo valor simbólico, no obstante evidente, la mayoría de los comentadores modernos desconocen casi por completo. Se encuentra algo completamente similar en un cierto aspecto del simbolismo del yin-yang extremo oriental, que vamos a tratar más adelante.), que es la menos diferenciada de todas, puesto que se extiende igualmente en todas las direcciones, y que los pitagóricos consideraban como la forma más perfecta y como la figura de la totalidad universal (Entre todas las líneas de igual longitud, la circunferencia es la que envuelve la superficie máxima; del mismo modo, entre los cuerpos de igual superficie, la esfera es el que contiene el volumen máximo; desde el punto de vista puramente matemático, esa es la razón por la que estas figuras se consideraban como las más perfectas. Leibnitz se ha inspirado en esta idea en su concepción del "mejor de los mundos", que define, entre la multitud indefinida de todos los mundos posibles, como el que encierra más ser o realidad positiva; pero, como ya lo hemos indicado, la aplicación que hace así de esta idea está desprovista de todo alcance metafísico verdadero.). Para dar así la idea de la totalidad, así como ya lo hemos dicho, la esfera debe ser indefinida, como lo son los ejes que forman la cruz, y que son tres diámetros rectangulares de esta esfera; en otros términos, debido a que la esfera, está constituida por la irradiación misma de su centro, no se cierra jamás, puesto que esta irradiación es indefinida y llena el espacio entero por una serie de ondas concéntricas, cada una de las cuales reproduce las dos fases de concentración y de expansión de la vibración inicial [NA: Esta forma esférica luminosa, indefinida y no cerrada, con sus alternativas de concentración y de expansión (sucesivas desde el punto de vista de la manifestación, pero en realidad simultáneas en el "eterno presente"), es, en el esoterismo islámico, la forma de la Rûh muhammadiyah; es a esta forma total del "Hombre Universal" a la que Dios ordenó a los Ángeles adorar, así como se ha dicho más atrás; y la percepción de esta misma forma está implícita en uno de los grados de la iniciación islámica.]. Estas dos fases son por lo demás, ellas mismas, una de las expresiones del complementarismo [NA: Hemos indicado más atrás que esto, en la tradición hindú está expresado por el simbolismo de la palabra Hamsa. Se encuentra también en algunos textos tántricos, puesto que la palabra aha simboliza la unión de Shiva y Shakti, representados respectivamente por la primera y la última letra del alfabeto sánscrito (del mismo modo que, en la partícula hebraica eth, el aleph y el thau representan la "esencia" y la "sustancia" de un ser).]; si, saliendo de las condiciones especiales que son inherentes a la manifestación (en modo sucesivo), se las considera en simultaneidad, ambas se equilibran una a la otra, de suerte que su reunión equivale en realidad, a la inmutabilidad principial, del mismo modo que la suma de los desequilibrios parciales por los cuales se realiza toda manifestación constituye siempre e invariablemente el equilibrio total. 73 EL SIMBOLISMO DE LA CRUZ VI

El punto que realiza toda la extensión, como acabamos de indicarlo, se hace su centro, al medirla según todas sus dimensiones, por la extensión indefinida de los brazos de la cruz en las seis direcciones, o hacia los seis puntos cardinales de esta extensión. Es el "Hombre Universal", simbolizado por esta cruz, pero no el hombre individual (puesto que éste, en tanto que tal, no puede alcanzar nada que esté fuera de su propio estado de ser), el que es verdaderamente la "medida de todas las cosas", para emplear la expresión de Protágoras   que ya hemos recordado en otra parte (El Hombre y su devenir según el Vêdânta, cap. XVI.), pero, bien entendido, sin atribuir al sofista   griego mismo la menor comprehensión de esta interpretación metafísica [NA: Si nuestra intención fuera librarnos aquí a un estudio más completo de la condición espacial y de sus limitaciones, tendríamos que mostrar cómo, de las consideraciones que se han expuesto en este capítulo, puede deducirse una demostración de la absurdidad de las teorías atomistas. Diremos solamente, sin insistir más en ello, que todo lo que es corporal es necesariamente divisible, por eso mismo de que es extenso, es decir, sometido a la condición espacial (cf. Introducción general al estudio de las doctrinas hindúes, pp. 239-240, ed. francesa).]. 187 EL SIMBOLISMO DE LA CRUZ XVI

El eje vertical representa entonces el lugar metafísico de la manifestación de la "Voluntad del Cielo", y atraviesa a cada plano horizontal en su centro, es decir, en el punto donde se realiza el equilibrio en el que reside precisamente esta manifestación, o, en otros términos, la armonización completa de todos los elementos constitutivos del estado del ser correspondiente. Como lo hemos visto más atrás, es eso lo que es menester entender por el "Invariable Medio" (Tchoung-young), donde se refleja, en cada estado de ser (por el equilibrio que es como una imagen de la Unidad principial en lo manifestado), la "Actividad del Cielo", que, en sí misma, es no actuante y no manifestada, aunque debe ser concebida como capaz de acción y de manifestación, sin que, por lo demás, eso pueda afectarla o modificarla de ninguna manera, e incluso, a decir verdad, como capaz de toda acción y de toda manifestación, precisamente porque está más allá de todas las acciones y manifestaciones particulares. Por consiguiente, podemos decir que, en la representación de un ser, el eje vertical es el símbolo de la "Vía Personal" (Recordamos todavía que la "personalidad" es para nos el principio transcendente y permanente del ser, mientras que la "individualidad" no es más que una manifestación transitoria y contingente del mismo.), que conduce a la Perfección, y que es una especificación de la "Vía Universal", representada precedentemente mediante una figura esferoidal indefinida y no cerrada; con el mismo simbolismo geométrico, esta especificación se obtiene, según lo que hemos dicho, por la determinación de una dirección particular en la extensión, dirección que es la de este eje vertical [NA: Esto acaba de precisar lo que hemos indicado ya sobre el tema de las relaciones de la "Vía" (Tao) y de la "Rectitud" (Te).]. 252 EL SIMBOLISMO DE LA CRUZ XXIII

Observemos todavía de pasada, y simplemente para indicar, como lo hacemos cada vez que se presenta la ocasión para ello, la concordancia que existe entre todas las tradiciones, que, según lo que acabamos de exponer sobre la significación del eje vertical, se podría dar una interpretación metafísica de la palabra bien conocida del Evangelio según la cual el Verbo (o la "Voluntad del Cielo" en acción) es (en relación a nosotros) "La Vía, la Verdad y la Vida" [NA: A fin de prevenir todo error posible, dadas las confusiones habituales en el occidente moderno, tenemos que especificar que aquí se trata exclusivamente de una interpretación metafísica, y de ningún modo de una interpretación religiosa; entre estos dos puntos de vista, hay toda la diferencia que existe, en el islamismo, entre la haqîqah (metafísica y esotérica) y la shariyah (social y exotérica).]. Si retomamos por un instante nuestra representación "microcósmica" del comienzo, y si consideramos sus tres ejes de coordenadas, la "Vía" (especificada al respecto del ser considerado) será representada, como aquí, por el eje vertical; de los dos ejes horizontales, uno representará entonces la "Verdad", y el otro la "Vida". Mientras que la "Vía" se refiere al "Hombre Universal", al cual se identifica el "Sí mismo", la "Verdad" se refiere aquí al hombre intelectual, y la "Vida" al hombre corporal (aunque este último término sea también susceptible de una cierta transposición) [NA: Estos tres aspectos del hombre (de los que, hablando propiamente, solo los dos últimos son "humanos") son designados respectivamente en la tradición hebraica por los términos de Adam, de Aish y de Enôsh.]; de estos dos últimos, que pertenecen uno y otro al dominio de un mismo estado particular, es decir, a un mismo grado de la Existencia universal, el primero debe ser asimilado aquí a la individualidad integral, de la cual el segundo no es más que una modalidad. Por consiguiente, la "Vida" será representada por el eje paralelo a la dirección según la cual se desarrolla cada modalidad, y la "Verdad" lo será por el eje que reúne todas las modalidades atravesándolas perpendicularmente a esta misma dirección (eje que, aunque igualmente horizontal, podrá considerarse como relativamente vertical en relación al otro, según lo que hemos indicado precedentemente). Esto supone por lo demás que el trazado de la cruz de tres dimensiones se refiere a la individualidad humana terrestre, ya que es en relación a ésta solamente como acabamos de considerar aquí la "Vida" e incluso la "Verdad"; este trazado figura la acción del Verbo en la realización del ser total y su identificación con el "Hombre Universal". 256 EL SIMBOLISMO DE LA CRUZ XXIII

Si consideramos la superposición de los planos horizontales representativos de todos los estados de ser, podemos decir todavía que, en relación a éstos, considerados separadamente o en su conjunto, el eje vertical, que los liga a todos entre ellos y al centro del ser total, simboliza lo que diversas tradiciones llaman el "Rayo Celeste" o el "Rayo Divino": es el principio que la doctrina hindú designa bajo los nombres de Buddhi y de Mahat [NA: Ver El Hombre y su devenir según el Vêdânta, cap. VII y también el capítulo XXI, para el simbolismo del "rayo solar" (sushuma).], "que constituye el elemento superior no encarnado del hombre, y que le sirve de guía a través de las fases de la evolución universal" (Simón y Theofano, Las enseñanzas secretas de la Gnosis, p. 10.). El ciclo universal, representado por el conjunto de nuestra figura, y "del que la humanidad (en el sentido individual y "específico") no constituye más que una fase, tiene un movimiento propio (También aquí, la palabra "movimiento" no es más que una expresión puramente analógica, puesto que el ciclo universal, en su totalidad, es evidentemente independiente de las condiciones temporal y espacial, así como de no importa cuáles otras condiciones particulares.), independiente de nuestra humanidad, de todas las humanidades, y de todos los planos (que representan todos los grados de la Existencia), la suma indefinida de los cuales la forma él (que es el "Hombre Universal") (Esta "suma indefinida" es hablando propiamente una integral.). Este movimiento propio, que tiene debido a la afinidad esencial del "Rayo Celeste" hacia su Origen, le encamina invenciblemente hacia su Fin (la Perfección), que es idéntico a su Comienzo, con una fuerza directriz ascensorial y divinamente benefactora (es decir, armónica)" (Simón y Theofano, Las enseñanzas secretas de la Gnosis, p. 50.), que no es otra que esa "fuerza atractiva de la Divinidad" de que se ha tratado en el capítulo precedente. 262 EL SIMBOLISMO DE LA CRUZ XXIV

El "Rayo Celeste" atraviesa todos los estados de ser, marcando, así como ya lo hemos dicho, el punto central de cada uno de ellos con su huella sobre el plano horizontal correspondiente, y el lugar de todos estos puntos centrales es el "Invariable Medio"; pero esta acción del "Rayo Celeste" no es efectiva más que si produce, por su reflexión sobre uno de estos planos, una vibración que, propagándose y amplificándose en la totalidad del ser, ilumina su caos, cósmico o humano. Decimos cósmico o humano, ya que esto puede aplicarse tanto al "macrocosmo" como al "microcosmo"; en todos los casos, el conjunto de las posibilidades del ser no constituye propiamente más que un caos "informe y vacío" [NA: Es la traducción literal del hebreo thotu va-bohu, que Fabre d’Olivet   (La Lengua hebrea restituida) explica por "potencia contingente de ser en una potencia de ser".], en el que todo es oscuridad hasta el momento en que se produce esta iluminación que determina su organización armónica en el paso de la potencia al acto (Cf. Génesis, 1, 2-3.). Esta misma iluminación corresponde estrictamente a la conversión de los tres gunas el uno en el otro que hemos descrito más atrás según un texto del Vêda: si consideramos las dos fases de esta conversión, el resultado de la primera, efectuada a partir de los estados inferiores del ser, se opera en el plano mismo de reflexión, mientras que la segunda imprime a la vibración reflejada una dirección ascensional, que la trasmite a través de toda la jerarquía de los estados superiores del ser. El plano de reflexión, cuyo centro, punto de incidencia del "Rayo Celeste", es el punto de partida de esta vibración indefinida, será entonces el plano central en el conjunto de los estados de ser, es decir, el plano horizontal de coordenadas en nuestra representación geométrica, y su centro será efectivamente el centro del ser total. Este plano central, donde se trazan los brazos horizontales de la cruz de tres dimensiones, desempeña, en relación al "Rayo Celeste" que es su brazo vertical, un papel análogo al de la "perfección pasiva" en relación a la "perfección activa", o al de la "substancia" en relación a la "esencia", al de Prakriti en relación a Purusha: es siempre, simbólicamente, la "Tierra" en relación al "Cielo", y es también lo que todas las tradiciones cosmogónicas están de acuerdo en representar como la "superficie de las Aguas" (Ver El Hombre y su devenir según el Vêdânta, cap. V.). También se puede decir que es el plano de separación de las "Aguas inferiores" y de las "Aguas superiores" (Cf. Génesis, 1, 2-3.), es decir, de los dos caos, formal e informal, individual y extraindividual, de todos los estados, tanto no manifestados como manifestados, cuyo conjunto constituye la Posibilidad total del "Hombre Universal". 264 EL SIMBOLISMO DE LA CRUZ XXIV

Por la operación del "Espíritu Universal" (Âtma), que proyecta el "Rayo Celeste" que se refleja sobre el espejo de las "Aguas", se encierra en el seno de éstas una chispa divina, germen espiritual increado, que, en el Universo potencial (Brahmânda o "Huevo del Mundo"), es esta determinación del "No-Supremo" Brahma (Apara-Brahma) que la tradición hindú designa como Hiranhagarbha (es decir, el "Embrión de Oro") (Ver El Hombre y su devenir según el Vêdânta, cap. XIII.). En cada ser considerado en particular, esta chispa de la Luz Inteligible constituye, si se puede hablar así, una unidad fragmentaria (expresión por lo demás inexacta si se tomara al pie de la letra, puesto que la unidad es en realidad indivisible y sin partes) que, al desarrollarse para identificarse en acto a la Unidad total, a la que es en efecto idéntica en potencia (ya que contiene en sí misma la esencia indivisible de la luz, como la naturaleza del fuego está contenida entera en cada chispa) (Ver El Hombre y su devenir según el Vêdânta, cap. V.), se irradiará en todos los sentidos a partir del centro, y realizará en su expansión el perfecto florecimiento de todas las posibilidades del ser. Este principio de esencia divina involucionado en los seres (en apariencia solo, ya que no podría ser afectado realmente por las contingencias, y ya que ese estado de "envolvimiento" no existe más que desde el punto de vista de la manifestación), es también, en el simbolismo Vêdico, Agni [NA: Agni es figurado como un principio ígneo (del mismo modo, por lo demás, que el Rayo luminoso que le hace nacer), puesto que al fuego se le considera como el elemento activo en relación al agua, el elemento pasivo. — Agni en el centro del swastika, es también el cordero en la fuente de los cuatro ríos en el simbolismo cristiano (ver El Hombre y su devenir según el Vêdânta, cap. III; El esoterismo de Dante  , cap. IV; El Rey del Mundo, cap. IX).], manifestándose en el centro del swastika, que es, como lo hemos visto, la cruz trazada en el plano horizontal, y que, por su rotación alrededor de este centro, genera el ciclo evolutivo que constituye cada uno de los elementos del ciclo universal. El centro, que es el único punto que permanece inmóvil en este movimiento de rotación, es, en razón misma de su inmovilidad (imagen de la inmutabilidad principial), el motor de la "rueda de la existencia"; encierra en sí mismo la "ley" (en el sentido del término sánscrito Dharma) [NA: Ver Introducción general al estudio de las doctrinas hindúes, 3ª Parte, V, y El Hombre y su devenir según el Vêdânta, cap. IV. — Hemos indicado también en otra parte la relación que existe entre el término Dharma y el nombre sánscrito del Polo, Dhruva, derivados respectivamente de las raíces dhri y dhru, que tienen el mismo sentido y expresan esencialmente la idea de estabilidad (El Rey del Mundo, cap. I).], es decir, la expresión o la manifestación de la "Voluntad del Cielo", para el ciclo que corresponde al plano horizontal en el que se efectúa esta rotación, y, según lo que hemos dicho, su influencia se mide, o al menos se mediría si tuviéramos la facultad para ello, por el paso de la hélice evolutiva en el eje vertical [NA: "Cuando se dice ahora (en el curso de la manifestación) "el Principio", este término ya no designa el Ser solitario, tal como fue primordialmente; designa el Ser que existe en todos los seres, norma universal que preside la evolución cósmica. La naturaleza del Principio, la naturaleza del Ser, son incomprehensibles e inefables. Solo lo limitado puede comprenderse (en modo individual humano) y expresarse. Del Principio que actúa como el polo, como el eje de la universalidad de los seres, de él solo decimos que es el polo, que es el eje de la evolución universal, sin intentar explicarle" (Tchoang-tseu  , cap. XXV). Por eso es por lo que el Tao "con un nombre", que es "La Madre de los diez mil seres" (Tao-te-king, cap. I), es la "Gran Unidad" (Tai-i), situada simbólicamente, como lo hemos visto más atrás, en la estrella polar: "Si es menester dar un nombre al Tao (aunque no pueda ser nombrado), se le llamará (como equivalente aproximativo) la "Gran Unidad"? Los diez mil seres son producidos por Tai-i, modificados por yin y yang". — En occidente, en la antigua "Masonería operativa", una plomada, imagen del eje vertical, se suspendía de un punto que simbolizaba el polo celeste. Es también el punto de suspensión de la "balanza" de la que hablan diversas tradiciones (ver El Rey del Mundo, cap. X); y esto muestra que la "nada" (Ain) de la Qabbala hebraica corresponde al "no-actuar" (wou-wei) de la tradición extremo oriental.]. 265 EL SIMBOLISMO DE LA CRUZ XXIV

Hay en la doctrina islámica un punto interesante e importante en conexión con lo que acaba de decirse: El "camino recto" (Eç-çirâtul-mustaqîm) del que se habla en la fâtihah (literalmente "apertura") o primera sûrat del Qorân no es otra cosa que el eje vertical tomado en su sentido ascendente, ya que su "rectitud" (idéntica al Te de Lao-tseu), según la raíz misma del término que la designa (qâm, "levantarse"), debe considerarse siguiendo la dirección vertical. Desde entonces se puede comprender fácilmente la significación del último versículo, en el que este "camino recto" e define como "camino de aquellos sobre quienes Tú distribuyes Tu gracia, no de aquellos sobre quienes está Tu cólera ni de aquellos que están en el error" (çirâta elladhîna anamta alayhim, ghayri el-maghdûbi alayhim wa lâ ed-dâllîn). Aquéllos sobre quienes está la "gracia" Divina [NA: Esta "gracia" es la "efusión de rocío" que, en la Qabbalah hebraica, está puesta en relación directa con "El Árbol de la Vida" (ver El Rey del Mundo, cap. III).], son los que reciben directamente la influencia de la "Actividad del Cielo", y que son conducidos por ella a los estados superiores y a la realización total, puesto que su ser está en conformidad con el Querer universal. Por otra parte, puesto que la "cólera" está en oposición directa a la "gracia", su acción debe ejercerse también siguiendo el eje vertical, pero con el efecto inverso, haciendo que se recorra en el sentido descendente, hacia los estados inferiores (Este descenso directo del ser siguiendo el eje vertical se representa concretamente por la "caída de los ángeles"; cuando se trata de los seres humanos, esto no puede corresponder evidentemente más que a un caso excepcional, y a un tal ser se le llama Waliyush-Shaytân, porque en cierto modo es la inversa del "Santo" o Waliyur-Rahman.): es la vía "infernal" que se opone a la vía "celeste", y estas dos vías son las dos mitades inferior y superior del eje vertical, a partir del nivel que corresponde al estado humano. Finalmente, los que están en el "error", en el sentido propio y etimológico de esta palabra, son aquellos que, como es el caso de la inmensa mayoría de los hombres, atraídos y retenidos por la multiplicidad, erran indefinidamente en los ciclos de la manifestación, representados por las espiras de la serpiente enrollada alrededor del "Árbol del Medio" [NA: Estas tres categorías de seres podrían designarse respectivamente como los "elegidos", los "rechazados" y los "extraviados"; hay lugar a destacar que corresponden exactamente a los tres gunas: la primera corresponde a sattwa, la segunda a tamas y la tercera a rajas. — Algunos comentadores exotéricos del Qorân han pretendido que los "rechazados" eran los judíos y que los "extraviados" eran los cristianos; pero se trata de una interpretación estrecha, muy contestable incluso desde el punto de vista exotérico, y que, evidentemente, no tiene ninguna explicación según la haqîqah. — En cuanto a la primera de las tres categorías de las que se trata aquí, debemos señalar que el "Elegido" (El-Mustafâ) es, en el islam, una designación aplicada al Profeta y, bajo el punto de vista esotérico, al "Hombre Universal".]. 276 EL SIMBOLISMO DE LA CRUZ XXV

Esta "transformación" (en el sentido etimológico de paso más allá de la forma), por la que se efectúa la realización del "Hombre Universal", no es otra cosa que la "Liberación" (en sánscrito Moksha o Mukti) de que ya hemos hablado en otra parte (El Hombre y su devenir según el Vêdânta, cap. XVII.); ella requiere, ante todo, la determinación preliminar de un plano de reflexión del "Rayo Celeste", de tal suerte que el estado correspondiente deviene por eso mismo el estado central del ser. Por lo demás, este estado, en principio, puede ser cualquiera, puesto que todos son perfectamente equivalentes cuando son considerados desde el Infinito; y el hecho de que el estado humano no se distingue en nada entre todos los demás conlleva evidentemente, para él tanto como para no importa cuál otro estado, la posibilidad de devenir ese estado central. Por consiguiente, la "transformación" puede alcanzarse a partir del estado humano tomado como base, e incluso a partir de toda modalidad de este estado, lo que equivale a decir que es concretamente posible para el hombre corporal y terrestre; en otros términos, y como lo hemos dicho en su lugar (El Hombre y su devenir según el Vêdânta, cap. XVIII.), la "Liberación" puede obtenerse "en vida" (jîvan-mukti), lo que no impide que implique esencialmente, para el ser que la obtiene así, como en todo otro caso, la liberación absoluta y completa de las condiciones limitativas de todas las modalidades y de todos los estados. 295 EL SIMBOLISMO DE LA CRUZ XXVII

Relacionando las últimas consideraciones con lo que hemos dicho al comienzo, uno puede darse cuenta fácilmente de que la concepción tradicional del "Hombre Universal" no tiene en realidad, a pesar de su designación, absolutamente nada de antropomórfico; pero, si todo antropomorfismo es claramente antimetafísico y debe ser rigurosamente descartado como tal, nos queda precisar en qué sentido y en cuáles condiciones un cierto antropocentrismo puede considerarse, por el contrario, como legítimo (Por lo demás, es menester agregar que este antropocentrismo no tiene ninguna solidaridad necesaria con el geocentrismo, contrariamente a lo que se produce en algunas concepciones "profanas"; lo que podría hacer cometer equivocaciones a este respecto, es que la tierra se toma a veces para simbolizar el estado corporal entero; pero no hay que decir que la humanidad terrestre no es toda la humanidad.). Primeramente, como lo hemos indicado, la humanidad, desde el punto de vista cósmico, juega realmente un papel "central" en relación al grado de la Existencia al que pertenece, pero solamente en relación a éste, y no, bien entendido, en relación al conjunto de la Existencia universal, en la cual este grado no es más que uno cualquiera entre una multitud indefinida, sin nada que le confiera una situación especial en relación a los demás. A este respecto, no puede tratarse pues de antropocentrismo más que en un sentido restringido y relativo, pero no obstante suficiente para justificar la transposición analógica a la que da lugar la noción del hombre, y, por consiguiente, la denominación misma del "Hombre Universal". 302 EL SIMBOLISMO DE LA CRUZ XXVIII

Siguiendo la tradición extremo oriental, el "hombre verdadero" (tchenn-jen), es el que, habiendo realizado el retorno al "estado primordial", y por consiguiente la plenitud de la humanidad, se encuentra en adelante establecido definitivamente en el "Invariable Medio", y escapa ya por eso mismo a las vicisitudes de la "rueda de las cosas". Por encima de este grado está el "hombre transcendente" (cheun-jen), que hablando propiamente ya no es un hombre, puesto que ha rebasado la humanidad y está enteramente liberado de sus condiciones específicas: es el que ha llegado a la realización total, a la "Identidad Suprema"; ese ha devenido pues verdaderamente el "Hombre Universal". Ello no es así para el "hombre verdadero", pero, no obstante se puede decir que éste es al menos virtualmente el "Hombre Universal", en el sentido de que, desde que ya no tiene que recorrer otros estados en modo distintivo, puesto que ha pasado de la circunferencia al centro, el estado humano deberá ser necesariamente para él el estado central del ser total, aunque no lo sea todavía de una manera efectiva [NA: La diferencia entre estos dos grados es la misma que entre lo que hemos llamado en otra parte la inmortalidad virtual y la inmortalidad actualmente realizada (El Hombre y su devenir según el Vêdânta, cap. XVIII): son los dos estadios que hemos distinguido desde el comienzo en la realización de la "Identidad Suprema". — El "hombre verdadero" corresponde, en la terminología árabe, al "Hombre Primordial" (El-Insâmul-qadîm), y el "hombre transcendente" al "Hombre Universal" (El-Insânul-Kâmil). — Sobre las relaciones del "hombre verdadero" y del "hombre trascendente", ver La Gran Triada, cap. XVIII.]. 304 EL SIMBOLISMO DE LA CRUZ XXVIII

Esto permite comprender en qué sentido debe entenderse el término intermediario de la "Gran Triada" que considera la tradición extremo oriental: los tres términos son el "Cielo" (Tien), la "Tierra" (Ti) y el "Hombre" (Jen), y este último desempeña en cierto modo un papel de "mediador" entre los otros dos, como si uniera en él sus dos naturalezas. Es verdad que, incluso en lo que concierne al hombre individual, se puede decir que participa realmente del "Cielo" y de la "Tierra", que son la misma cosa que Purusha y Prakriti, los dos polos de la manifestación universal; pero no hay ahí nada que sea especial al caso del hombre, ya que es necesariamente lo mismo para todo ser manifestado. Para que pueda desempeñar efectivamente, al respecto de la Existencia universal, el papel de que se trata, es menester que el hombre haya llegado a situarse en el centro de todas las cosas, es decir, que haya alcanzado al menos el estado del "hombre verdadero"; pero entonces todavía no le ejerce efectivamente más que para un grado de la Existencia; y es solo en el estado del "hombre trascendente" cuando esta posibilidad se realiza en su plenitud. Esto equivale a decir que el verdadero "mediador", en quien la unión del "Cielo" y de la "Tierra" está plenamente realizada por la síntesis de todos los estados, es el "Hombre Universal", que es idéntico al Verbo; y, notémoslo de pasada, muchos puntos de las tradiciones occidentales, incluso en el orden simplemente teológico, podrían encontrar en esto su explicación más profunda [NA: La unión del "Cielo" y de la "Tierra" es la misma cosa que la unión de las dos naturalezas divina y humana en la persona de Cristo, en tanto que éste es considerado como el "Hombre Universal". Entre los antiguos símbolos de Cristo se encuentra la estrella de seis puntas, es decir, el doble triángulo del "sello de Salomón" (cf, El Rey del Mundo, cap. IV); ahora bien, en el simbolismo de una escuela hermética a la que se vinculaban Alberto el Grande y Santo Tomás de Aquino  , el triángulo recto representa la Divinidad, y el triángulo inverso la naturaleza humana ("hecha a la imagen de Dios", como su reflejo en sentido inverso en el "espejo de las Aguas"), de suerte que la unión de los dos triángulos figura la de las dos naturalezas (Lâhût y Nasût en el esoterismo islámico). Hay que destacar, desde el punto de vista especial del hermetismo, que el ternario humano: "spiritus, anima, corpus", está en correspondencia con el ternario de los principios alquímicos: "azufre, mercurio, sal". — Por otra parte, desde el punto de vista del simbolismo numérico, el "sello de Salomón" es la figura del número 6, que es el número "conjuntivo" (la letra "vau" en hebreo y en árabe), el número de la unión y de la mediación; es también el número de la creación, y, como tal, conviene también al Verbo "per quem omnia facta sunt". Las estrellas de cinco y seis puntas representan respectivamente el "microcosmo" y el "macrocosmo", y también el hombre individual (ligado a las cinco condiciones de su estado, a las cuales corresponden los cinco sentidos y los cinco elementos corporales) y el "Hombre Universal" o Logos. El papel del Verbo, en relación a la Existencia universal, puede precisarse todavía por la agregación de la cruz trazada en el interior de la figura del "sello de Salomón": el brazo vertical liga los vértices de los dos triángulos opuestos, o los dos polos de la manifestación y el brazo horizontal representa entonces la "superficie de las Aguas". — En la tradición extremo oriental, se encuentra un símbolo que, aunque difiere del "sello de Salomón" por la disposición, le es numéricamente equivalente: seis trazos paralelos, llenos o quebrados según los casos (los sesenta y cuatro "exagramas" de Wen-wang en el Yi-King  , formado cada uno de ellos por la superposición de dos de los ocho koua o "trigramas" de Fo-hi), constituyen los "gráficos del Verbo" (en relación con el simbolismo del Dragón); estos "gráficos" representan también al "Hombre" como término medio de la "Gran Triada" (el "trigrama" superior corresponde al "Cielo" y el "trigrama" inferior a la "Tierra", lo que les identifica respectivamente a los dos triángulos recto e inverso del "sello de Salomón").]. 305 EL SIMBOLISMO DE LA CRUZ XXVIII

Por otra parte, puesto que el "Cielo" y la "Tierra" son dos principios complementarios, uno activo y el otro pasivo, su unión puede representarse por la figura del "Andrógino", y esto nos lleva a algunas de las consideraciones que hemos indicado desde el comienzo en lo que concierne al "Hombre Universal". Aquí también, la participación de los dos principios existe para todo ser manifestado, y se traduce en él por la presencia de los dos términos yang y yin, pero en proporciones diversas y siempre con la predominancia del uno o del otro; la unión perfectamente equilibrada de estos dos términos no puede realizarse más que en el "estado primordial" [NA: Por eso es por lo que las dos mitades del yin-yang constituyen por su reunión la forma circular completa (que corresponde en el plano a la forma esférica en el espacio de tres dimensiones).]. En cuanto al estado total, en él no puede tratarse de ninguna distinción del yang y del yin, que han entrado entonces en la indiferenciación principial; aquí ni siquiera se puede pues hablar del "Andrógino", lo que implica ya una cierta dualidad en la unidad misma, sino solo de la "neutralidad" que es la del Ser considerado en sí mismo, más allá de la distinción de la "esencia" y de la "sustancia", del "Cielo" y de la "Tierra", de Purusha y de Prakriti. Es pues solo en relación a la manifestación como la pareja Purusha-Prakriti puede ser, como lo decíamos más atrás, identificada al "Hombre Universal" (Lo que decimos aquí del verdadero lugar del "Andrógino" en la realización del ser y de sus relaciones con el "estado primordial", explica el papel importante que esta concepción desempeña en el hermetismo, cuyas enseñanzas se refieren al dominio cosmológico, así como a las extensiones del estado humano en el orden sutil, es decir, en suma a lo que se puede llamar el "mundo intermediario", que es menester no confundir con el domino de la metafísica pura.); es también desde este punto de vista, evidentemente, como éste es el "mediador" entre el "Cielo" y la "Tierra", puesto que estos dos términos mismos desaparecen desde que se pasa más allá de la manifestación [NA: Con esto se puede comprender el sentido superior de esta frase del Evangelio: "El Cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán". El Verbo mismo, y por consiguiente el "Hombre Universal" que le es idéntico, está más allá de la distinción del "Cielo" y de la "Tierra"; permanece pues eternamente tal cual es, en su plenitud de ser, mientras que toda manifestación y toda diferenciación (es decir, todo orden de la existencia contingente) se han desvanecido en la "transformación" total.]. 306 EL SIMBOLISMO DE LA CRUZ XXVIII

Hay lugar, en todo esto, a tener en cuenta una ley general y elemental que ya hemos recordado en diversas ocasiones y que jamás se debería perder de vista, aunque algunos parezcan ignorarla casi sistemáticamente: es que, entre el hecho o el objeto sensible (lo que es en el fondo la misma cosa) que se toma como símbolo y la idea o más bien el principio metafísico que se quiere simbolizar en la medida en que puede serlo, la analogía es siempre inversa, lo que es por lo demás el caso de la verdadera analogía (A este propósito, uno podrá remitirse a lo que hemos dicho al comienzo sobre la analogía del hombre individual y del "Hombre Universal".). Así, en el espacio considerado en su realidad actual, y no ya como símbolo del ser total, ningún punto es ni puede ser centro; todos los puntos pertenecen igualmente al dominio de la manifestación, por el hecho mismo de que pertenecen al espacio, que es una de las posibilidades cuya realización está comprendida en este dominio, que, en su conjunto, no constituye nada más que la circunferencia de la "rueda de las cosas", o lo que podemos llamar la exterioridad de la Existencia universal. Hablar aquí de "interior" y de "exterior" es todavía, lo mismo que hablar de centro y de circunferencia, un lenguaje simbólico, e incluso de un simbolismo espacial; pero la imposibilidad de prescindir de tales símbolos no prueba otra cosa que esta inevitable imperfección de nuestros medios de expresión que hemos ya señalado más atrás. Si podemos, hasta un cierto punto, comunicar nuestras concepciones a otro, en el mundo manifestado y formal (puesto que se trata de un estado individual restringido, fuera del cual ya no podría tratarse de "otro" hablando propiamente, al menos en el sentido "separativo" que implica esta palabra en el mundo humano), no es evidentemente más que a través de las figuraciones que manifiestan estas concepciones en algunas formas, es decir, por correspondencias y analogías; ese es el principio y la razón de ser de todo simbolismo, y toda expresión, cualquiera que sea su modo, no es en realidad otra cosa que un símbolo (Ver Introducción general al estudio de las doctrinas hindúes, 2ª Parte, cap. VII.). Solamente, "guardémonos bien de confundir la cosa (o la idea) con la forma deteriorada bajo la cual podemos solamente figurarla, y quizás incluso comprenderla (en tanto que individuos humanos); ya que los peores errores metafísicos (o más bien antimetafísicos) han salido de la insuficiente comprehensión y de la mala interpretación de los símbolos. Y recordamos siempre al dios Jano, que es representado con dos caras, y que sin embargo no tiene más que una, que no es ni una ni otra de las que podemos tocar o ver" (Matgioi  , La Vía Metafísica, pp. 21-22.). Esta imagen de Jano podría aplicarse muy exactamente a la distinción de lo "interior" y de lo "exterior", así como a la consideración del pasado y del porvenir; y la cara única, que ningún ser relativo y contingente puede contemplar sin haber salido de su condición limitada, no podría compararse mejor que al tercer ojo de Shiva, que ve todas las cosas en el "eterno presente" (Ver El Hombre y su devenir según el Vêdânta, cap. XX, y también El Rey del Mundo, capítulo V.). 314 EL SIMBOLISMO DE LA CRUZ XXIX