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Robin Realidade

sexta-feira 29 de dezembro de 2023, por Cardoso de Castro

  

Jean Robin   — Resposta de Nostradamus
Excerto do Capítulo VI
Realidade
En verdad todo ese tejido de incoherencias tiene una única causa: la ignorancia del hombre moderno, del ser individual que se alza frente al Creador y reivindica unos derechos ilusorios, por no haber reconocido que su «individualidad» precisamente, no es sino una modalidad —entre otras, en número indefinido— de un solo y mismo Ser. No hay un foso, una solución de continuidad entre el «Creador» y la «criatura». Hay una Realidad única que manifiesta sus posibilidades en todos los niveles del Universo. Hay el yo individual y el Sí, del que saca toda su realidad y del que sólo está ilusoriamente separado. Puesto que todas las posibilidades que manifiestan de modo distintivo los seres individuales están contenidas principial y sintéticamente en ese Sí; «fundidas pero no confundidas», como decía Maitre Eckhart  , que sabía de todo esto un poco más que los clérigos de hoy.

«Fundidas», pues según la doctrina hindú de la Liberación, o la doctrina musulmana de la Identidad Suprema, la Existencia es Una en su principio y todos los seres, actualmente en un estado individual y privados de esta conciencia universal, pueden y deben reintegrar ese Principio que es su Origen   y su Fin, en una palabra su Realidad Última. De él han emanado y a él retornan según el simbolismo omnipresente de la peregrinación, del viaje iniciático, de la Busca del Graal.

«Pero no confundidas», pues no existen dos seres idénticos, y sus diferencias están también virtualmente contenidas en el estado no manifestado, en el Principio. En otros términos, el Principio es Uno, pero contiene en germen todas las posibilidades destinadas a manifestarse. ¿Cómo ilustrar esta unicidad de la Existencia donde se borran las nociones religiosa y «exotéricas» de Creador, de criatura (por siempre separados), de libertad, de determinismo, etc.? Sencillamente con este sueño de un sabio taoista: «En otro tiempo, cuenta Tchoang-Tseu  , una noche fui

una mariposa que revoloteaba contenta de su suerte; luego me desperté siendo Tchoang-Tseu, ¿Quién soy en realidad? ¿Una mariposa que sueña que el Tchoang-Tseu, o Tchoang-Tseu que se imagina que fue mariposa? En mi caso, ¿existen dos individuos reales? ¿Ha habido transformación real de un individuo en otro? Ni lo uno ni lo otro; ha habido dos modificaciones irreales del ser único, de la norma universal en la que todos los seres en todos sus estados son uno».

Así sucede con las posibilidades manifestadas por el Sí que, cualquiera que sea la modalidad —humana u otra— según la cual se expresan, no dejan nunca de estar vinculados a su Principio por ese hilo (el señor Anatrella no creía hablar tan bien) que los hindús llaman el sutratma. Lejos de reducir el ser al humillante papel de marioneta manipulada por un Creador retorcido, cruel e inicuo, le permite por el contrario incorporarse a su origen, a través de los estados múltiples del Ser. Sabiendo esto, el hombre interpreta su papel en esta tierra —como un actor que conoce el argumento de la obra— con convicción, pero sin ilusionarse estúpidamente por la calidad y la importancia del traje que se ha puesto... Pues si aplicamos a este actor (consciente de ser infinitamente menos e infinitamente más de lo que imaginan sus contemporáneos) la fórmula de san Juan: la Verdad le ha hecho libre, la conciencia que tiene en adelante de la Unicidad de la Existencia le permite ver todas las cosas sub specie aeternitatis, y determinarse propiamente, en tanto que Sí, y conciencia de Sí. El fin propuesto al hombre es en efecto liberarse de su individualidad, de su yo, para reunirse con su Sí eterno; y no adorar sus propios límites, confrontado así a los falsos problemas del orgullo y de la humildad, que no podrían por lo demás existir el uno sin el otro y que se alimentan recíprocamente.

Así queda resuelto el problema del determinismo y del libre albedrío: libertad total al nivel del Sí, determinismo absoluto al nivel del mí... Y al no haber ni Dios celoso de sus prerrogativas, ni trémula criatura eternamente exilada de su «patria celeste», el mí puede identificarse con el Sí, no —repitámoslo— conservando sus limitaciones, sino liberándose de ellas, como de otros tantos velos que le ocultaran la Última verdad. Ahí reside la razón de ser de la busca espiritual que emprendieron los hombres de todos los tiempos y de todos los países, habiendo los «Liberados» jalonado el camino para los que les seguirán.

Añadamos de inmediato que si Nostradamus hubiera sido uno de estos Liberados vivientes, para usar de la terminología hindú, no se habría ocupado en absoluto de los detalles infinitesimales de la Historia humana, y considerando todas las cosas en su Principio, no se habría visto obligado a recurrir a la astrología judiciaria para poner en orden el caos de imágenes que se balanceaban ante sus ojos. No, el mago provenzal se ha limitado a levantar el velo que nos separa de un mundo más sutil. Podría decirse también que tuvo acceso a las causas segundas de los acontecimientos, pero no a la Causa primera.

Un iniciado musulmán de la Edad Media, Al-Qáshani, nos da a este respecto valiosas indicaciones sobre las transposiciones sucesivas que sufre la noción de tiempo, muy contingente y relativa, a medida que uno asciende en la jerarquía de la existencia.

«El mundo sensible o corporal, el de la manifestación ordinaria, es llamado en el tratado ’álam ash-shahádah, "mundo del testimonio", conocido también bajo el nombre de "mundo del Reino" (’álam al-mulk).

»En el "mundo de la Realeza" (’álam al-malaküt), el tiempo da paso a la perpetuidad del mundo psíquico o intermediario: es el dominio de la manifestación sutil, llamado también "mundo de los Modelos" (’álam al-mithál). Ahí es donde están inscritas las cosas de la Mesa Preservada del Destino (’alqadar).

»E1 dominio espiritual de la manifestación informal es llamado "mundo de la Omnipotencia" (’álam al-jabarüt): es el lugar del Decreto inmutable (’al-qadá), donde está fijado por la eternidad.»

Aunque Nostradamus no tuviera acceso al lugar del «Decreto inmutable», los acontecimientos que veía no dejaban por ello de tener una incontestable realidad en su orden —el «mundo de los Modelos»— y su manifestación terrena no era en absoluto condicional. Pues como dice René Guénon en Los estados múltiples del Ser: «El punto de vista de la sucesión cronológica no es en realidad más que la expresión simbólica de un encadenamiento lógico y causal».

Dicho en otros términos: la vida de un hombre está contenida en el Intelecto divino como un todo finito, y el individuo no hace más que realizar de modo sucesivo y de una manera analítica, lo que está escrito sintéticamente desde toda la eternidad en el Principio.

Pero, se replicará, ¿qué deviene el Mal en estas condiciones? ¿También es querido por el Sí? ¿Existe en Dios? Escándalo a los ojos de los agnósticos, ese problema del mal... De hecho, el mal en sí mismo es pura nada. No tiene realidad propia. Al nivel del ser, se trata sólo de una limitación de tal o cual posibilidad, destinada a asegurar la diferenciación y la jerarquización armónica de todas las cosas en el seno del Universo. Por ello todo desorden parcial concurre al Orden general. Y aun ahí, el mal es solamente sentido por el individuo que quiere limitarse a sí mismo sin tener en cuenta la posibilidad que tiene de escapar a cualquier limitación, a cualquier determinación, y en consecuencia a cualquier «mal». Así, si las posibilidades más inferiores y más «catastróficas» de un ciclo humano llegaran a manifestarse, acabando de hacer pasar de la potencia al acto (para usar la terminología escolástica) todos los «gérmenes» contenidos principalmente en el origen de ese ciclo, no se podría nunca asistir al fin de un mundo y, correlativamente, al nacimiento de esta tierra nueva y de esos cielos nuevos de que se habla en el Apocalipsis. Puesto que a toda muerte corresponde un nacimiento en otro estado.

Es por eso que el «Juicio Final», si bien marca el fin de un ciclo de la humanidad, no equivale en absoluto al fin del Universo manifestado, ya que subsisten aún —según la propia perspectiva religiosa— esos «cielos» y esos «infiernos» que corresponden a los estados superiores (o posteriores) e inferiores (o anteriores) con respecto al estado que acaba de desaparecer —si así cabe expresarse—. Pero esta doctrina de los ciclos es naturalmente ignorada por la perspectiva religiosa, cuya razón de ser es precisamente limitarse al orden individual humano —lo que la fuerza a adoptar una visión lineal, rectilínea, de la historia—. Se trata pues de una limitación y no de un progreso, como algunos parecen creer.

Mas no hay que caer entonces en el error del eterno retorno de Nietzsche  . Pues, y volviendo al esquema del helicoide cilindrico que habíamos utilizado ya para hablar de la astrología judiciaria, no puede haber punto de contacto entre las diferentes espiras, aun suponiendo que el paso que las separa sea infinitesimal. De este modo, en el proceso «ascensional» general de retorno al Principio de los mundos manifestados por el Espir divino, sólo pueden existir analogías entre las fases diferentes, y no similitudes.

Esta doctrina de los ciclos cósmicos implica que el verdadero «fin del mundo» sólo podría ser el pralaya de los hindús, la disolución universal, tras la cual no subsiste más que Brahma, es decir el Principio en el que se ha reabsorbido la Manifestación universal.

Cuando se ha comprendido esto, se contempla el «Juego divino» sin angustia —lo que sería absurdo— y sin odio —lo que lo sería más aún—. Pues según La Sabiduría (XI,24-25):

«Tú amas en efecto todo lo que existe y Tú no odias nada de lo que has hecho; pues si Tú hubieres odiado algo, Tú no lo habrías hecho. ¿Y cómo una cosa hubiese subsistido si Tú no la hubieras querido, cómo habría sido conservada si Tú no la hubieres llamado a la existencia?».