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Obras: templo

quinta-feira 1º de fevereiro de 2024

  

Hemos dicho que la persona «avatárica» del Mesías absorbió enteramente la doctrina monoteísta, lo que significa no sólo que Cristo debía ser el término del Judaísmo histórico, al menos bajo un cierto aspecto y en una cierta medida, sino por esto mismo el soporte del monoteísmo y el templo de la Presencia divina. Esta extrema positividad histórica de Cristo ha entrañado sin embargo a su vez una limitación de la forma tradicional, como había sido el caso para el Judaísmo, en que Israel representaba el papel preponderante que más tarde había de incumbir al Mesías, papel forzosamente restrictivo y limitativo en cuanto a la realización del monoteísmo integral; y es aquí donde interviene el Islam, cuya posición y significación en el ciclo monoteísta nos queda por precisar (NA: La perspectiva que acabamos de formular podría recordar la que describía Joachim de Flore, que atribuía a cada una de las Personas de la Trinidad una preponderancia particular para una cierta parte del ciclo tradicional de la perspectiva cristiana: el Padre dominaba la Ley Antigua, el Hijo la Ley Nueva y el Espíritu Santo la última fase del ciclo cristiano que comenzó con las nuevas órdenes monásticas fundadas por San Francisco y Santo Domingo. Se puede ver fácilmente lo que hay de asimétrico en estas correspondencias. El autor debía de ignorar, en la realidad o por la forma, la existencia del Islam, que corresponde perfectamente, según el dogma islámico, a este reino del Paráclito; pero no es menos cierto que la época de Joachim de Flore, situada bajo la influencia especial del Espíritu Santo, conoció una renovación de la espiritualidad en Occidente.). 343 DE LA UNIDAD TRASCENDENTE DE LAS RELIGIONES: VI

«La salvación no es posible - dice San Dionisio el Areopagita - más que para los espíritus deificados, y la deificación no es más que la unión y la semejanza que uno se esfuerza en tener con Dios... Lo que es compartido uniformemente y, por así decir, en masa con las bienaventuradas Esencias que habitan los Cielos, nos es transmitido a nosotros como en fragmentos y bajo la multiplicidad de símbolos variados en los divinos oráculos. Porque son los divinos oráculos los que fundan nuestra jerarquía. Y por esta palabra hay que entender no solamente lo que nuestros Maestros inspirados nos han dejado en las Santas Cartas y en sus escritos teológicos, sino también lo que ellos transmitieron a sus discípulos mediante una especie de enseñanza espiritual y casi celeste, iniciándoles de espíritu a espíritu de una manera corporal, sin duda, puesto que ellos hablaban, pero que yo me atrevería a llamar también inmaterial, puesto que no escribían. Pero al tener que traducirse estas verdades en los usos de la Iglesia, los Apóstoles las expusieron bajo el velo de los símbolos y no en su sublime desnudez; porque no todos somos santos y, como dice la Escritura, la Ciencia no es para todos» (NA: Se nos permitirá citar también a un autor católico bien conocido, Paul Vulliaud  : «Hemos adelantado que el procedimiento de enunciación dogmática fue, durante los primeros siglos, el de la Iniciación sucesiva; en una palabra, que había un exoterismo y un esoterismo en la religión cristiana. Con perdón, historiadores, pero el vestigio de la «ley del arcano» se encuentra incontestablemente en el origen   de nuestra religión... Para captar con toda claridad la enseñanza doctrinal de la Revelación cristiana, es preciso admitir, como anteriormente hemos insistido, el doble grado de la predicación evangélica. La ley que ordenaba no revelar los dogmas más que a los Iniciados se perpetúa durante mucho tiempo para que los más ciegos y los más refractarios puedan sorprenderse ante sus huellas innegables. El historiador Sozomène escribió, a propósito del Concilio de Nicea, que él quería, en primer lugar, aportar detalles sobre él ’a fin de dejar a la posteridad un monumento público de verdad’. Se le aconseja callar ’lo que no debe ser conocido más que de los padres y de los fieles’. La ’ley del secreto’, por consiguiente, se perpetúa en algunos lugares después de la universal divulgación conciliar del Dogma... San Basilio, en su obra Sobre la verdadera y piadosa fe, cuenta que él se abstenía de utilizar términos como Trinidad y consubstancialidad, que no se encuentran en las Escrituras - decía él -, aunque las cosas que significan sí se encuentran en ella... Tertuliano  , contra Praxeas, dice que no hace falta hablar, en palabras claras, de la Divinidad de Jesucristo y que se debe llamar Dios al Padre y Señor al hijo... Tales locuciones, habituales, ¿no parecen de todo punto como los indicios de una convención, puesto que esta fórmula de lenguaje reticente se encuentra en todos los autores de los primeros siglos, que es de aplicación canónica?... La primitiva disciplina del cristianismo comportaba una sesión de examen en la que los componentes (NA: los que pedían el bautismo) eran admitidos a la elección. Esta sesión era llamada escrutinio. Se trazaba una señal de la cruz sobre las orejas del catecúmeno, pronunciando Ephpheta, lo que hacía que la ceremonia se llamara el ’escrutinio de la apertura de los oídos’. Los oídos eran abiertos a la recepción (NA: cabâlâh), a la tradición de las verdades divinas... El problema sinóptico-johánico... no puede resolverse más que recordando la existencia de la doble enseñanza, exotérica y acroamática, histórica y teológica-mística... Hay una teología parabólica. Ella formaba parte de ese patrimonio que Teodoreto llama, en el Prefacio de su Comentario al Cantar de los Cantares, la ’herencia paterna’, lo que significa la transmisión del sentido que se aplica a la interpretación de las Escrituras... El dogma, en su parte divina, constituía la revelación reservada a los Iniciados, bajo ’la disciplina del arcano’. Tenzelius pretendía remontar el origen de esta ’ley del secreto’ a fines del siglo IX... Emmanuel Schelstrate, bibliotecario del Vaticano, la constataba con razón en los siglos apostólicos. En realidad, el modo esotérico de transmisión de las verdades divinas y de interpretación de los textos existía entre los judíos como entre los gentiles y, en fin, más tarde, entre los cristianos... Si nos obstinamos en no estudiar los procedimientos iniciáticos de Revelación, no llegaremos jamás a tener una asimilación subjetiva inteligente del Dogma. Las antiguas liturgias no son suficientemente tenidas en consideración y, de la misma manera, la erudición hebraica es absolutamente descuidada... Los Apóstoles y los Padres conservaron en el secreto y el silencio la ’Majestad de los Misterios’; San Dionisio el Areopagita buscó con afectación el empleo de palabras oscuras; como Cristo fingía llamarse el ’Hijo del Hombre’, él llama al bautismo la Iniciación de la Teogenesia... La disciplina del arcano fue muy legítima. Los profetas y el propio Cristo no revelaron los divinos arcanos con una claridad que los hiciese comprensibles a todos» (NA: Paul Vulliaud: Etudes d’Esotérisme catholique). En fin, permítasenos citar también, y a pesar de la longitud del texto, a un autor de principios del siglo XIX: «En sus orígenes, el cristianismo fue una iniciación semejante a la de los paganos. Hablando de esta religión, exclama Clemente de Alejandría  : ’¡Oh misterios verdaderamente sagrados! ¡Oh luz pura! Al resplandor de las antorchas cae el velo que cubre a Dios y al cielo. Yo me convierto en santo desde que soy iniciado. El Señor mismo es el hierofante; El pone su sello al adepto que ilumina y lo recomienda eternamente a su padre. He aquí las orgías de mis misterios. Venid a haceros recibir’. Se podrían tomar estas palabras por una simple metáfora, pero los hechos prueban que es preciso interpretarlas al pie de la letra. Los evangelios están llenos de calculadas reticencias, de alusiones a la iniciación cristiana. En ellos se lee: ’El que pueda adivinar que adivine; el que tenga oídos que oiga.’ Al dirigirse a la muchedumbre, Jesús emplea siempre parábolas: ’Buscad, dice, y encontraréis; llamad y se os abrirá...’ Las asambleas eran secretas. No se era admitido a ellas más que en determinadas condiciones. No se llegaba al conocimiento completo de la doctrina sino después de franquear tres grados de instrucción. Los iniciados, pues, se repartían en tres clases. La primera era la de los auditores, la segunda la de los catecúmenos o competentes y la tercera la de los fieles. Los auditores constituían una especie de novicios a los que se preparaba, mediante ciertas prácticas e instrucciones, para recibir la comunicación de los dogmas del cristianismo. Una parte de estos dogmas era revelada a los catecúmenos, los cuales, después de las purificaciones ordenadas, recibían el bautismo, o la iniciación de la teogenesia (NA: generación divina), como la llama San Dionisio en su Jerarquía eclesiástica; se convertían desde ese momento en domésticos de la fe y tenían acceso a las iglesias. Nada había en los misterios de secreto u oculto para los fieles; todo se hacía en su presencia; ellos podían verlo y oírlo todo; tenían derecho a asistir a toda la liturgia; les estaba prescrito examinarse atentamente, a fin de que no se deslizara entre ellos ningún profano o iniciado de un grado inferior; y el signo de la cruz les servía para reconocerse unos a otros. Los misterios se dividían en dos partes. La primera era llamada misa de los catecúmenos, porque los miembros de esta clase podían asistir a ella; comprendía todo cuanto se dice desde el comienzo del oficio divino hasta la recitación del símbolo. La segunda se llamaba misa de los fieles. Comprendía la preparación del sacrificio, el sacrificio mismo y la acción de gracias que sigue. Cuando comenzaba esta misa, un diácono decía en alta voz: sancta sanctis; loris canes! (NA: ¡las cosas santas son para los santos; que se retiren los perros!). Entonces se expulsaba a los catecúmenos y a los penitentes, es decir, a los fieles que, teniendo alguna falta grave que reprocharse, habían sido sometidos a las expiaciones ordenadas por la Iglesia y no podían asistir a la celebración de los espantosos misterios, como los llama San Juan Crisóstomo. Una vez solos, los fieles recitaban el símbolo de la fe, a fin de estar seguros de que todos los asistentes habían recibido la iniciación y de que se podía hablar delante de ellos, abiertamente y sin enigmas, de los grandes misterios de la religión y sobre todo de la Eucaristía. Se mantenía la doctrina y la celebración de este sacramento en un secreto inviolable; y si los doctores hablaban de ellos en sus sermones o en sus libros no era sino con una gran reserva, a medias palabras, enigmáticamente. Cuando Diocleciano ordenó a los cristianos entregar a los magistrados sus libros sagrados, aquellos que, por temor a la muerte, obedecieron este edicto del emperador, fueron expulsados de la comunión de los fieles y considerados como traidores y apóstatas. En San Agustín se puede ver qué dolor conmovió a la Iglesia al ver las sagradas Escrituras en manos de los infieles. A los ojos de la Iglesia significaba una horrible profanación cuando un hombre no iniciado entraba en el templo y asistía al espectáculo de los misterios sagrados. San Juan Crisóstomo señala un hecho de este género al papa Inocencio I. Soldados bárbaros habían entrado en la iglesia de Constantinopla la víspera de Pascua: ’Las mujeres catecúmenas, que se habían desvestido para ser bautizadas, se vieron obligadas por el terror a huir completamente desnudas; aquellos bárbaros no les dieron tiempo a cubrirse. Entraron en los lugares en que se conservan con profundo respeto las cosas santas, y algunos de entre ellos, que no estaban todavía iniciados en nuestros misterios, vieron todo lo que había allí de sagrado.’ El número de los fieles, que aumentaba de día en día, llevó a la Iglesia, en el siglo VII, a instituir las órdenes menores, entre las que se encontraban los porteros, que sucedieron a los diáconos y a los subdiáconos en la función de guardar las puertas de las iglesias. Hacia el año 700, todo el mundo fue admitido a la visión de la liturgia, y de todo el misterio que rodeaba en los primeros tiempos el ceremonial sagrado, no se ha conservado más que la costumbre de recitar secretamente el canon de la misa. Sin embargo, en el rito griego el oficiante celebra, todavía hoy día, el oficio divino detrás de unas cortinas, que no es descorrida más que en el momento de la elevación; pero en este momento, los asistentes deben estar posternados o inclinados de tal forma que no pueden ver el santo sacramento.» (NA: F.-T..B. Clavel, Histoire pittoresque de la Franc-Maçonerie et des Sociétés secrètes anciennes et modernes.)). 457 DE LA UNIDAD TRASCENDENTE DE LAS RELIGIONES: VIII

Esta tesis -lo sabemos muy bien, y está, por lo demás, en el orden natural de las cosas- no es aceptable en el plano de las ortodoxias exotéricas, (45) pero lo es en el de la ortodoxia universal, la misma de la que Muhyi-I-Dîn Ibn ’Arabî, el gran portavoz de la gnosis en el Islam, dio fe en estos términos: «Mi corazón se ha abierto a todas las formas: es un pasto para las gacelas (46) y un convento de monjes cristianos, un templo de ídolos y la Kaaba del peregrino, las tablas de la Tora y el libro del Corán. Practico la religión del Amor; (47) en cualquier dirección hacia la que sus caravanas (48) avancen, la religión del Amor será mi religión y mi fe» (Tarjumân al-ashwâq). (49) 653 CI 1

49. Del mismo modo, Jalal al-Din Rúmi dice en sus cuartetos: «Si la imagen de nuestro Bien Amado está en el templo de los ídolos, es un error absoluto el dar vueltas alrededor de la Kaaba. Si la Kaaba está privada de Su perfume, es una sinagoga. Y si sentimos en la sinagoga el perfume de la unión con ]el, ella es nuestra Kaaba». En el Corán este universalismo se expresa especialmente en estos versículos: «De Allâh son el Oriente y el Occidente: adondequiera que os volváis, allí está la Faz de Allâh » (11, 115). «Di: llamadle Alláh o llamadle Al-Rahmán; sea cual sea el nombre con el que lo llaméis, de Él son los más bellos Nombres» (XVII, 110). En este último versículo, los Nombres divinos pueden significar las perspectivas espirituales, es decir, las religiones. Éstas son como las cuentas del rosario; el cordón es la gnosis, la esencia que las atraviesa todas. 755 CI 1

«Dios habla sucintamente», como dicen los rabinos, y esto explica también las elipsis audaces, incomprensibles a primera vista, al igual que las superposiciones de sentidos, que se encuentran en las Revelaciones (6); además, y éste es un principio crucial, la verdad está, para Dios, en la eficacia espiritual o social de la palabra o del símbolo, no en la exactitud del hecho cuando ésta es psicológicamente inoperante o incluso nociva; Dios quiere salvar antes que informar, pone la mira en la sabiduría y la inmortalidad y no en el saber exterior, y menos aún en la curiosidad. Cristo llamó a su cuerpo «el Templo», lo cual puede sorprender cuando se piensa que esta palabra designaba a priori, y aparentemente con mayor razón, un edificio de piedra; pero el templo de piedra era mucho menos que Cristo receptáculo del Dios vivo -puesto que Cristo había venido- y en realidad el nombre «Templo» correspondía con mayor razón a Cristo que al edificio hecho de mano del hombre. Diremos incluso que el Templo, el de Salomón lo mismo que el de Herodes, era la imagen del cuerpo de Cristo, pues la sucesión temporal no interviene para Dios. Así es cómo las Escrituras sagradas desplazan a veces palabras e incluso hechos en función de una verdad superior que a los hombres se les escapa. Pero no sólo existen las dificultades intrínsecas de los libros revelados, existen también su lejanía en el tiempo y las diferencias de mentalidad de las distintas épocas, o, digamos, la desigualdad cualitativa de las fases del ciclo humano; en el origen -se trate de la época de los Rishis o de la de Muhammad  - el lenguaje era diferente de lo que es en nuestros días; las palabras no estaban gastadas, contenían infinitamente más de lo que podemos adivinar; muchas cosas que eran evidentes para el lector antiguo podían silenciarse, pero tuvieron que ser expresamente explicadas -y no «añadidas»- en una época posterior (7). 765 CI 2

La sabiduría de la naturaleza es afirmada numerosas veces en el Corán, que insiste en los «signos» de la creación «para aquellos que están dotados de entendimiento», lo que indica la relación existente entre la naturaleza y la gnosis; la bóveda celeste es el templo de la eterna sophia. 1497 CI 5

Sin embargo, incluso las situaciones invariables pueden atenuarse por desgaste: la masa de los parias de la India es favorecida por la ley cósmica de compensación a causa de su número y la homogeneidad que de éste resulta: el propio número actúa como una substancia absorbente, pues la masa como tal tiene algo de la inocencia niveladora de la tierra; así como, según el esoterismo musulmán, las llamas del infierno terminarán por enfriarse, siendo Dios «esencialmente» bueno - no «accidentalmente» -, así la transgresión congénita del paria, luego su «impureza», ha de atenuarse al final de los tiempos, e incluso reabsorberse completamente en muchos casos, pero sin abolir por ello la herencia, de la cual el individuo seguirá siendo eslabón o parte (NA: Según el Mânava-Dharma-Shâstra, «hay que reconocer por sus actos al hombre que pertenece a la clase vil... La falta de sentimientos nobles, la rudeza de palabras, la crueldad (NA: maldad) y el olvido de los deberes, denotan en este bajo mundo al nombre que debe el ser a una madre digna de desprecio». Con toda evidencia, estos criterios ya no pueden aplicarse tal cual a la masa de los parias, como tampoco, inversamente, todos los miembros de las castas superiores poseen las virtudes conformes con su dharma respectivo. Añadamos que este aspecto del problema es independiente de la cuestión de los templos; aun admitiendo que pueda suprimirse cierto formalismo social a causa de condiciones cíclicas nuevas, lo cual no podemos discutir, tal suavizamiento de las formas exteriores seguiría siendo independiente de la cuestión de saber si los parias han de tener acceso a los santuarios de los brahmanes. Un templo hindú es algo muy diferente de una iglesia o una mezquita; no es en absoluto un lugar de culto obligatorio, sino la morada de una presencia divina. El principio de exclusión sacral, con los derechos dogmáticos imprescindibles que implica, es, por lo demás, conocido por todas las religiones; recordemos tan sólo el atrio del templo de Jerusalén y el iconostasio de las iglesias ortodoxas.). Para esos individuos, el hecho de ser paria será un aspecto del karma - una consecuencia de «acciones anteriores» -, exactamente como una enfermedad o una desgracia cualquiera lo es para un miembro de una casta elevada; por otro lado, la «intocabilidad» - un poco como la condición de las viudas - tiene un valor religioso para los propios parias, lo cual explica la negativa de la mayor parte de ellos a salir de su condición abandonando el mundo hindú (NA: Es lo que Su Santidad el Shankarâchârya de Kanchi ha puesto de relieve en estos términos: «El sistema de las castas, aunque ejerciendo una disciplina rígida con vistas al bienestar de la sociedad, se ha neutralizado a sí mismo en el caso de personas altamente espirituales, como Nandanar, el santo paria, o Dharma Vyadha, o incluso Vidura en el Mahâbhârata. Nandanar se negó incluso en el estado de éxtasis espiritual a entrar en el recinto del templo, pero se sintió transportado de júbilo sólo con ver la torre del santuario; y el brahmán del templo veneraba a Nandanar como el brahmán de los brahmanes... La diversidad de las prescripciones de casta tiene su razón suficiente en sí misma, que aprovecha en el fondo a toda la humanidad. El shûdra de antaño se negaba a compartir su casa con un brahmán o un kshatriya. Y un chandâla se oponía con no menor obstinación a que un brahmán entrara en su barrio; y si alguna vez, por accidente, un brahmán entraba en el barrio de los chandâlas, éstos se veían en la obligación de proceder a ritos purificatorios. Esto muestra que la responsabilidad por la preservación de las prescripciones disciplinarias de determinada casta no eran asunto solamente de ésta, sino que incumbía a todos; descansaba en cada componente de la sociedad total.» (NA: Our Spiritual Crisis, citado en The Hindu, 1 de julio de 1956).); por regla general, todos están orgullosos de pertenecer a su «casta» particular de paria, aun los chandâlas. 1748 CASTAS Y RAZAS: EL SENTIDO DE LAS CASTAS

Si bien el templo hindú tiene algo de vegetativo, algo, pues, de vivo, a causa de esa especie de sensualidad espiritualizada que caracteriza al alma hindú - sensualidad que roza en todas partes la ascesis y la muerte y desemboca en el Infinito -, los templos griego y egipcio marcan, cada uno a su modo, un punto de vista opuesto. El templo griego depende de una perspectiva sapiencial, pero de una claridad ya demasiado racional sin duda; indica la mesura y el finito lógico. El empleo del mármol y la elección de temas profanos corren parejas con la decadencia de la estatuaria griega, que al principio utilizaba la madera y el metal y sólo representaba a los Dioses. En cuanto al templo egipcio, no se sitúa «en el espacio» como el templo griego, sino «en la eternidad»: sugiere el misterio de lo inmutable y da la impresión de ser del mismo orden que la bóveda estelar. 1958 CASTAS Y RAZAS: PRINCIPIOS Y CRITERIOS DEL ARTE UNIVERSAL

Por lo que se refiere a la arquitectura, los grandes edificios de los amarillos presentan las mismas curvas superpuestas que los pinos que las rodean; la forma amplia, irregular y en cierto modo vegetativa del tejado extremo-oriental - descansando todo ello, de ordinario, sobre columnas de madera -, aun cuando no tiene por prototipos las coníferas sagradas, describe, con todo, su vida a la vez dinámica y majestuosa. Cuando el amarillo entra en un templo o un palacio, entra en un «bosque» más bien que en una «caverna» (NA: La catedral gótica es un bosque petrificado que, por una parte, acoge, pero, por otra parte, permanece frío; añade a la idea de protección la de eternidad y mezcla así una frialdad celestial a la misericordia. Sus vidrieras son como el cielo que se entrevé a través de los follajes de un bosque de piedra.); su arquitectura tiene algo de vivo, vegetal y cálido, y hasta la intención mágica de las puntas encorvadas - que dan al tejado protector algo de defensivo -, nos devuelve a la relación entre el árbol y el relámpago, nos devuelve, pues, a la naturaleza virgen (NA: Hay una teoría según la cual el tejado chino representaría un barco invertido: según un mito malayo, el sol viene del Este en un barco; éste naufraga en el Oeste y, al volcarse, cubre el astro solar provocando así la noche; hay una relación, no sólo entre el barco invertido y la oscuridad nocturna, sino también, por vía de consecuencia, entre el tejado y el sueño que éste alberga. Otra fuente de la arquitectura extremo-oriental - en lo que concierne a las columnas de madera -, es la casa lacustre de los Sinomalayos primitivos (NA: cf. E. Fuhrmann: China, Hagen, 1921).). 1962 CASTAS Y RAZAS: PRINCIPIOS Y CRITERIOS DEL ARTE UNIVERSAL

En su celo por defender los derechos de la suprarracionalidad divina contra la lógica - de facto fragmentaria - de los racionalistas, algunos llegan hasta a reivindicar para el orden divino e incluso simplemente espiritual un derecho a la irracionalidad, luego al ilogismo, como si pudiera haber un derecho al absurdo intrínseco. Afirmar que Cristo anduvo sobre las aguas no es en absoluto contrario a la lógica o a la razón - aunque se pueda desconocer el fundamento del prodigio (NA: Queremos decir con esto que también los milagros tienen su mecanismo, pero el encadenamiento causal es entonces «vertical» y no «horizontal»: el rayo del desarrollo causal atraviesa varios planos existenciales en lugar de no operar más que en uno solo.)- porque la ley de la gravedad es algo condicional, relativo, lo sepamos o no; e incluso sin saberlo, podemos al menos adivinarlo o tenerlo por posible, visto el nivel del fenómeno. Pero afirmar que Cristo habría andado sobre las aguas sin andar sobre las aguas, o elevándose por los aires, sería con toda seguridad contrario a la razón, puesto que un fenómeno o una posibilidad no podría ser bajo un solo y el mismo aspecto otro fenómeno u otra posibilidad, o la ausencia de lo que son; Dios puede exigir la aquiescencia al milagro o al misterio, pero no puede exigir la aquiescencia al absurdo intrínseco, y por tanto lógico y ontológico a la vez (NA: Según Santo Tomás de Aquino  , los principios de la lógica residen en Dios, y es según ellos como debemos pensar, de manera que una contradicción entre nuestra inteligencia y la verdad fundada en Dios es imposible. Ciertamente los absurdos extrínsecos existen, pero en su caso no hay contrasentido más que por nuestra ignorancia o nuestra torpeza de espíritu. «La recta razón es el templo de Dios», dijo San Juan de la Cruz  .). 2146 El esoterismo como principio y como vía: I COMPRENDER EL ESOTERISMO

Podemos detenernos en este número siete, que es el de la irradiación divina a la vez centrífuga y centrípeta; por consiguiente, el de la proyección del Principio tanto como del retorno a él después del despliegue (NA: Según una doctrina hindú, un ciclo cósmico total - un Kalpa - comporta siete manvantaras «descendentes» y siete «ascendentes»; la fase manifestante es seguida por una fase reintegrante.): los «siete espíritus de Dios» o los «Angeles de la Paz», por una parte «se mantienen siempre dispuestos a penetrar cerca de la Gloria del Señor», según el Libro de Tobías, pero por otra parte están «en misión por toda la Tierra», según el Apocalipsis (NA: El «libro sellado por siete sellos» se refiere al mismo simbolismo con su doble sentido de ocultación y de revelación. En un orden simbólico completamente diferente en cuanto a la forma, la «danza de los siete velos» también combina el número siete con las dos fases de cubrimiento y descubrimiento, lo que indica su conexión fundamental con el misterio de Mâyâ, pudiendo tener cada una de las dos fases un sentido positivo o negativo en sí mismo o según el punto de vista de que se trate.). Es la divina Mâyâ que emerge de Dios y que retorna a Él, siendo este último sentido el que explica la santidad del séptimo día (NA: Siendo el siete el número de Mâyâ, no tiene nada de sorprendente que se le haya atribuido un significado de maternidad. Los siete gozos y los siete dolores de María expresan el aspecto maternal, tanto como la ambigüedad, de la Mâyâ o de la Shakti, residiendo precisamente la ambigüedad en la oposición de los dolores y los gozos.); aquí también están, para hablar con Zacarías, los «siete ojos de Yahve» que miran el mundo y que, añadiremos, vuelven a cerrarse sobre la Esencia (NA: El candelabro de siete brazos del templo de Jerusalén es una de las más expresivas figuraciones litúrgicas de los ángeles que se mantienen ante la Faz de Dios, o ante la Presencia real, la Shekhinah.). 2504 El esoterismo como principio y como vía: I NÚMEROS HIPOSTÁTICOS Y CÓSMICOS

«Conócete a ti mismo», decía la inscripción del templo de Delfos (NA: Formulada por Tales, y después comentada por Sócrates  .); es también lo que expresa este hadîth: «Quien conoce su alma, conoce a su Señor»; e igualmente el Veda  : «Tú eres Esto»; a saber, Atmâ, el Sí a la vez transcendente e inmanente, el cual se proyecta en miríadas de subjetividades relativas, que están sometidas a ciclos, así como a localizaciones, y que se extienden desde la más pequeña flor hasta esa Manifestación divina directa que es el Avatâra. 5571 TRAS LAS HUELLAS DE LA RELIGION PERENNE: ESCATOLOGÍA UNIVERSAL LA VÍA DE LA UNIDAD