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Obras: manos

sexta-feira 2 de fevereiro de 2024

  

Así mismo no es en punto ninguno a la acción exterior a la que el taoísmo acuerda importancia; la tiene en suma por indiferente en sí misma, y enseña expresamente la doctrina del «no-actuar», de la cual los occidentales tienen en general algún trabajo en comprender la verdadera significación, si bien que pueden ser ayudados en ello por la teoría aristotélica del «motor inmóvil», cuyo sentido es el mismo en el fondo, pero del cual no parecen haberse jamás aplicado a desarrollar las consecuencias. El «no-actuar» en punto ninguno es la inercia, es antes al contrario la plenitud de la actividad, pero es una actividad transcendente y enteramente interior, no manifestada, en unión con el Principio, y pues, más allá de todas las distinciones y de todas las apariencias que el vulgo toma sin razón por la realidad misma, cuando ellas no son más que un reflejo lejano de aquél. Por lo demás, es de destacar que el confucianismo mismo, cuyo punto de vista es sin embargo el de la acción, por ello no habla menos del «invariable medio», es decir, del estado de equilibrio perfecto, sustraído a las incesantes vicisitudes del mundo exterior; pero, para él, no puede haber ahí más que la expresión de un ideal puramente teórico, no puede apercibirse todo lo más, en su dominio contingente, que de una simple imagen del verdadero «no-actuar», mientras que, para el taoísmo, es cuestión de muy otra cosa, de una realización plenamente efectiva de ese estado transcendente. Colocado en el centro de la rueda cósmica, el sabio perfecto la mueve invisiblemente, por su sola presencia, sin participar en su movimiento, y sin tener que preocuparse de ejercer una acción cualquiera; su desligamiento absoluto le hace señor de todas las cosas, porque no puede ya ser afectado por nada. «Ha alcanzado la impasibilidad perfecta; la vida y la muerte le son igualmente indiferentes, el desfondamiento del universo no le causaría ninguna emoción. A fuerza de indagar, ha llegado a la verdad inmutable, al conocimiento del Principio universal único. Deja evolucionar a los seres según sus destinos, y se tiene, él, en el centro inmóvil de todos los destinos... El signo exterior de ese estado interior es la imperturbabilidad; no la del bravo que se abalanza solo, por el amor de la gloria, sobre un ejército dispuesto en batalla; sino la del espíritu que, superior al cielo y a la tierra, a todos los seres, habita en un cuerpo al cual no se atiene, no hace ningún caso de las imágenes que sus sentidos le proveen, conoce todo por conocimiento global en su universalidad inmóvil. Ese espíritu, absolutamente independiente, es señor de los hombres; si le placiera convocarlos en masa, en el día fijado todos acudirían; pero no quiere hacerse servir» (Tchoang-tseu  , V.). «Si un verdadero sabio hubiera debido, bien a su despecho, encargarse del cuidado del imperio, quedándose en el no-actuar, emplearía los ocios de su no-intervención en dar libre curso a sus propensiones naturales. El imperio se encontraría gustoso de haber sido remitido a las manos de ese hombre. Sin poner en juego sus órganos, sin usar de sus sentidos corpóreos, sentado inmóvil, vería todo desde su ojo transcendente; absorbido en la contemplación, quebrantaría todo como hace el trueno; el cielo físico se adaptaría dócilmente a los movimientos de su espíritu; todos los seres seguirían el impulso de su no-intervención, como el polvo sigue al viento. ¿Por qué ese hombre se iba a aplicar a la manipulación del imperio, cuando es que dejar ir basta?» (Tchoang-tseu, XI.). 127 Apercepciones sobre el esoterismo islámico   y el taoismo TAOÍSMO Y CONFUCIANISMO

En efecto, puesto que la religión es propiamente una forma de la tradición, el espíritu antitradicional no puede ser más que antireligioso; comienza por desnaturalizar la religión, y, cuando puede, acaba por suprimirla enteramente. El Protestantismo es ilógico porque, aunque se esfuerza en «humanizar» la religión, a pesar de todo deja subsistir todavía, al menos en teoría, un elemento suprahumano, que es la revelación; no se atreve a llevar la negación hasta el fondo, pero, al librar esta revelación a todas las discusiones que son la consecuencia de interpretaciones puramente humanas, pronto la reduce de hecho a no ser nada; y, cuando se ven gentes que, aunque persisten en llamarse «cristianos», no admiten ya siquiera la divinidad de Cristo, está permitido pensar que esos, sin sospecharlo quizás, están mucho más cerca de la negación completa que del verdadero Cristianismo. Por lo demás, semejantes contradicciones no deben sorprender demasiado, ya que, en todos los dominios, son uno de los síntomas de nuestra época de desorden y de confusión, del mismo modo que la división incesante del Protestantismo no es más que una de las numerosas manifestaciones de esa dispersión en la multiplicidad que, como lo hemos dicho, se encuentra por todas partes en la vida y en la ciencia modernas. Por otra parte, es natural que el Protestantismo, con el espíritu de negación que le anima, haya dado nacimiento a esa «crítica» disolvente que, en las manos de los pretendidos «historiadores de las religiones», ha devenido un arma de combate contra toda religión, y que así, aunque pretende no reconocer otra autoridad que la de los Libros sagrados, haya contribuido en una amplia medida a la destrucción de esta misma autoridad, es decir, del mínimo de tradición que conservaba todavía; la rebelión contra el espíritu tradicional, una vez comenzada, no podía detenerse a medio camino. 1163 LA CRISIS DEL MUNDO MODERNO CAPÍTULO V

Otro punto importante es el que concierne a las relaciones de los «Fieles de Amor» con los alquimistas: un símbolo particularmente significativo a este respecto se encuentra en los Documenti d’Amore de Francesco da Barberino. Se trata de una figura en la cual doce personajes dispuestos simétricamente, y que forman seis parejas representando otros tantos grados iniciáticos, rodean un único personaje situado en el centro; este último, que lleva en sus manos la rosa simbólica, tiene dos cabezas, una masculina y otra femenina, y es manifiestamente idéntico al Rebis hermético. La única diferencia notable con las figuras que se encuentran en los tratados alquímicos es que, en éstas, es el lado derecho el que es masculino y el lado izquierdo femenino, mientras que aquí encontramos la disposición inversa, esta particularidad parece haber escapado al Sr. Valli, no obstante le da una explicación, sin que parezca darse cuenta, puesto que dice que «el hombre con su intelecto pasivo está unido a la Inteligencia activa, representada por la mujer», mientras que generalmente es lo masculino lo que simboliza al elemento activo y lo femenino al elemento pasivo. Lo que es más remarcable es que esta especie de inversión de la relación habitual se encuentra igualmente en el simbolismo empleado por el tantrismo hindú; y su relación se impone todavía mucho más, cuando vemos a Cecco d’Ascoli decir: «onde io son ella», exactamente como los Shaktas, en lugar de So’ham, «Yo soy El». (NA: Ana Itoa del esoterismo islámico) dicen Sa’ham, «Yo soy Ella». Por otra parte, el Sr. Valli subraya que, al lado del Rebis representado en el Rosarium Philosophorum, se ve una especie de árbol que lleva seis parejas de rostros dispuestos simétricamente con los seis personajes de la figura de Francesco da Barberino, parece tratarse efectivamente en los dos casos, de una jerarquía de siete grados, estando caracterizado esencialmente el último grado por la reconstitución del Andrógino hermético, es decir en suma, la restauración del «estado primordial»; y esto concuerda con lo que hemos tenido la ocasión de decir sobre el significado del término «Rosa-Cruz», que designa la perfección del estado humano. A propósito de la iniciación de siete grados, hemos hablado, en nuestro estudio sobre El esoterismo de Dante  , de la escalera de siete peldaños; es cierto que éstos, generalmente más bien están en correspondencia con los siete cielos planetarios que se refieren a los estados suprahumanos; pero, en razón de la analogía, debe existir, en un mismo sistema iniciático, una similitud de repartición jerárquica entre los «misterios menores» y los «misterios mayores». Por otra parte, el ser reintegrado al centro del estado humano está por ello mismo preparado para elevarse a los estados superiores, y domina ya las condiciones de la existencia en este mundo del que se ha transformado en maestro; por eso el Rebis del Rosarium Philosophorum tiene bajo sus pies a la luna, y en el de Basile Valentin   el dragón; este significado ha sido completamente ignorado por el Sr. Valli, que no ha visto en ello más que símbolos de la doctrina corrompida o del «error que oprime al mundo», mientras que, en realidad, la luna representa el dominio de las formas (NA: el simbolismo es el mismo que el de «caminar sobre las aguas»); y el dragón es aquí la representación del mundo elemental. 1344 ESOTERISMO CRISTIANO EL LENGUAJE SECRETO DE DANTE Y DE LOS «FIELES DE AMOR»

"Todo indica, decía Joseph de Maistre  , que la Francmasonería vulgar es una rama desprendida y quizás corrompida de un tronco antiguo y respetable"7. Y es precisamente así como debe ser considerada la cuestión: con demasiada frecuencia se comete el error de no pensar más que en la Masonería moderna, sin pensar siquiera que esta última es simplemente la resultante de una desviación. Los primeros responsables de esta desviación fueron, al parecer, los pastores protestantes Anderson y Desaguliers, que redactaron las Constituciones de la Gran Logia de Inglaterra, publicadas en 1723, y que hicieron desaparecer todos los antiguos documentos que cayeron en sus manos, para que nadie se percatara de las innovaciones que introducían, y también porque tales documentos contenían fórmulas que juzgaban muy incómodas, como la obligación de "fidelidad a Dios, a la Santa Iglesia y al Rey", señal indiscutible del origen   católico de la Masonería. Esta obra de deformación fue preparada por los protestantes aprovechando los quince años que habían transcurrido entre la muerte de Christopher Wren, último Gran Maestre de la Masonería antigua (1702) y la fundación de la nueva Gran Logia de Inglaterra (1717). Sin embargo, dejaron subsistir el simbolismo, sin percatarse de que el mismo, para quien supiera comprenderlo, atestiguaba en su contra tan elocuentemente como los textos escritos, que además no habían podido destruir en su totalidad. He aquí, muy brevemente resumido, cuanto deberían saber quienes desean combatir eficazmente las tendencias de la Masonería actual. 2020 EMS V: A PROPÓSITO DE LOS SIGNOS CORPORATIVOS Y DE SU SENTIDO ORIGINAL

Comenzando pues por arriba, no hay para empezar dificultad ninguna en lo que concierne a la asimilación de sahasrâra, «localizado» en la coronilla de la cabeza, al Sephirah supremo, Kether, cuyo nombre significa precisamente la «corona». Vienen después el conjunto de Hokmah y Binah, conjunto que debe corresponder a âjn  â, y cuya dualidad podría ser representada inclusive por los dos pétalos del «loto» en cuestión; por lo demás, ambos tienen como «resultante» Daath, es decir, el «Conocimiento», y habíamos visto que la «localización» de âjnâ se refiere también al «ojo del Conocimiento» (NA: La dualidad de Hokmah y Binah puede por lo demás ser puesta en relación simbólica con los dos ojos derecho e izquierdo, es decir, con la correspondencia «microcósmica» del Sol y la Luna.). La pareja siguiente, es decir Hesed y Geburah, puede, según un simbolismo muy general que concierne a los atributos de «Misericordia» y de «Justicia», ser puesta, en el hombre, en relación con los dos brazos (Ver lo que hemos dicho, en El Rey del Mundo, del simbolismo de las dos manos, en relación precisamente con la Shekinah (NA: de la cual mencionaremos de pasada la relación con la Shakti hindú) y el «árbol sefirótico».); los dos Sephirot en cuestión se situarán consecuentemente en ambas mitades de la espalda, y por consiguiente al nivel de la región gutural, correspondiente de este modo con vishuddha (NA: Es también en las dos mitades de la espalda que se tienen, siguiendo la tradición islámica, los dos ángeles encargados de registrar respectivamente las acciones buenas y malas del hombre, ángeles que representan igualmente los atributos divinos de «Misericordia» y de «Justicia». Observaremos todavía a este propósito, que uno podría «situar» también de una manera análoga en el ser humano la figura simbólica de la «balanza» de la cual se habla el Siphra de-Tseniutha.). En cuanto a Thiphereth, su posición central se refiere manifiestamente al corazón, lo que conlleva inmediatamente su correspondencia con anâtha. La paradoja de Netsah y Hod se emplazará en las caderas, que son los puntos de vinculamiento de los miembros inferiores, como los de Hesed y Geburah, en las espaldas, son los puntos de vinculamiento superiores; ahora bien las caderas quedan al nivel de la región umbilical, y por consiguiente de manipûra. En fin, en lo que concierne a los dos últimos Sephiroth, parece que haya lugar a considerar una intervención, pues que Iesod, según la significación misma de su nombre, es el «fundamento», lo que responde exactamente a mûlâdhâra. Sería menester entonces asimilar Malkuth a swâdhishthâna, cosa que la significación de los nombres parece por lo demás justificar, pues que Malkuth es el «Reino», y swâdhishthâna significa literalmente la «propia mansión» de la Shakti. 2295 ESTUDIOS SOBRE HINDUISMO   KUNDALINÎ-YOGA (Publicado en V.J., octubre y noviembre de 1933)

Sea como fuere, es bien cierto que los Kabbalistas pueden, lo más frecuentemente, hablar en realidad de muy distinta cosa que aquello de lo que parecen hablar; y estos procedimientos no les son particulares, lejos de eso, ya que se los encuentra también en la Edad Media occidental; hemos tenido la ocasión de verlo al respecto de Dante y de los «Fieles de Amor», e indicábamos de los mismos entonces las principales razones, que no son todas de simple prudencia como los «profanos» pueden estar tentados de suponerlo. La misma cosa existe también en el esoterismo islámico, y desarrollada hasta un punto que nadie, creemos, puede sospechar siquiera en el mundo occidental; la lengua árabe, así como la lengua hebraica, se presta a ello por lo demás admirablemente. Aquí, uno no encuentra solamente ese simbolismo, el más habitual, que M. Luigi Valli, en la obra de que hemos hablado, ha mostrado ser común a los sufis y a los «Fieles de Amor»; hay mucho más todavía: ¿Es concebible, para los espíritus occidentales, que un simple tratado de gramática, o de geografía, hasta incluso de comercio, posea al mismo tiempo otro sentido que hace de él una obra iniciática de elevado alcance? La cosa es así empero, y éstos no son ejemplos dados al azar; esos tres casos son los de libros que existen muy realmente y que tenemos actualmente entre las manos. 2558 Formas Tradicionales y Ciclos Cósmicos EL SIPHRA DI-TZENIUTHA

Agregaremos una última precisión en lo que concierne a la figuración de Fo-hi y de Niu-koua: en ella, el primero está situado a la izquierda y la segunda a la derecha (NA: En este caso, se trata naturalmente de la derecha y de la izquierda de los personajes mismos, y no de las del espectador.), lo que corresponde también a la preeminencia que la tradición extremo oriental atribuye más habitualmente a la izquierda sobre la derecha, preeminencia de la que ya hemos dado la explicación más atrás (NA: En la figura del Rebis, la mitad masculina está al contrario a la derecha y la mitad femenina a la izquierda; esta figura no tiene por lo demás más que dos manos, de las que la derecha tiene el compás y la izquierda la escuadra.). Al mismo tiempo, Fo-hi tiene la escuadra de la mano izquierda, y Niu-koua tiene el compás de la mano derecha; aquí, en razón de la significación respectiva del compás y de la escuadra en sí mismos, es menester acordarse de estas palabras que ya hemos mencionado: «La Vía del Cielo prefiere la derecha, la Vía de la Tierra prefiere la izquierda» (NA: Tcheou-li.). Así pues, se ve claramente, en un ejemplo como éste, que el simbolismo tradicional es siempre perfectamente coherente, pero también se ve que no podría prestarse a ninguna «sistematización» más o menos estrecha, dado que debe responder a la multitud de los puntos de vista diversos bajo los que pueden considerarse las cosas, y puesto que es por eso mismo por lo que abre posibilidades de concepción realmente ilimitadas. 2817 LA GRAN TRÍADA ENTRE LA ESCUADRA Y EL COMPÁS

En cuanto a la palabra indriya, significa propiamente "poder", lo que es también el sentido primero de la palabra "facultad"; pero, por extensión, su significación, como ya lo hemos indicado, comprende a la vez la facultad y su órgano corporal, cuyo conjunto se considera como constituyendo un instrumento, ya sea de conocimiento ( buddhi o jnâna, tomándose aquí estos términos en su acepción más amplia ), o ya sea de acción ( Karma ), y que se designan así con una sola y misma palabra. Los cinco instrumentos de sensación son: las orejas o el oído ( shrotra ), la piel o el tacto ( twach ), los ojos o la vista ( chakshus ), la lengua o el gusto ( rasana ), la nariz o el olfato ( ghrâna ), que son enumerados así en el orden del desarrollo de los sentidos, que es el de los elementos ( bhûtas ) correspondientes; pero, para exponer en detalle esta correspondencia, sería necesario tratar completamente las condiciones de la existencia corporal, lo que no podemos hacer aquí. Los cinco instrumentos de acción son: los órganos de excreción ( pâyu ), los órganos generadores ( upastha ), las manos ( pâni ), los pies ( pâda ) y finalmente la voz o el órgano de la palabra ( vâch ) ( Este término vâch es idéntico al latín vox. ), que se enumera el décimo. El manas debe considerarse como el undécimo, que comprende por su propia naturaleza la doble función, puesto que sirve a la vez a la sensación y a la acción, y que, por consiguiente, participa en las propiedades de los unos y de los otros, que centraliza en cierto modo en sí mismo ( Mânava-Dharma-Shâstra, 2 Adhyâya, shlokas 89 a 92. ). 3178 HDV VIII

Por lo demás, los arqueólogos y los orientalistas estarían muy desacertados al invocar contra nosotros una enseñanza oral, o incluso obras perdidas, puesto que el «método histórico», que estiman tanto, tiene como carácter esencial no tomar en consideración más que los monumentos que tienen bajo los ojos y los documentos escritos que tienen entre las manos; y es ahí, precisamente, donde se muestra toda la insuficiencia de ese método. En efecto, hay una precisión que se impone, pero que se pierde de vista muy frecuentemente, y que es la siguiente: si se encuentra, para una cierta obra, un manuscrito cuya fecha se puede determinar por un medio cualquiera, eso prueba que la obra de que se trata no es ciertamente posterior a esa fecha, pero eso es todo, y no prueba en modo alguno que no pueda ser muy anterior. Puede ocurrir muy bien que se descubran después otros manuscritos más antiguos de la misma obra, y, por lo demás, incluso si no se descubren, por eso no se tiene el derecho de concluir que no existen, ni con mayor razón que jamás hayan existido. Si, en el caso de una civilización que ha durado hasta nosotros, existen todavía, es al menos verosímil que, lo más frecuentemente, no se dejen al azar de un descubrimiento arqueológico como los que se pueden hacer cuando se trata de una civilización desaparecida, y no hay, por otra parte, ninguna razón para admitir que aquellos que los conservan se crean obligados un día u otro a desprenderse de ellos en beneficio de los eruditos occidentales, tanto más cuando puede darse a su conservación un interés sobre el que no insistiremos, pero, acerca del cual la curiosidad, incluso decorada con el epíteto   de «científica», es de muy poco valor. Por otra parte, en lo que concierne a las civilizaciones desaparecidas, estamos obligados a darnos cuenta de que, a pesar de todas las investigaciones y todos los descubrimientos, hay una multitud de documentos que no se encontrarán nunca, por la simple razón de que han sido destruidos accidentalmente; como los accidentes de este género han sido, en muchos de los casos, contemporáneos de las civilizaciones mismas de que se trata, y no forzosamente posteriores a su extinción, y como podemos constatar aún muy frecuentemente tales accidentes alrededor de nosotros, es extremadamente probable que el mismo hecho haya debido producirse también, más o menos, en las demás civilizaciones que se han prolongado hasta nuestra época; hay incluso tantas más posibilidades para que haya sido así cuanto que, desde el origen de esas civilizaciones, ha transcurrido una sucesión de siglos más larga. Pero hay todavía algo más: incluso sin accidente, los manuscritos antiguos pueden desaparecer de una manera completamente natural, normal en cierto modo, por desgaste puro y simple; en este caso, son reemplazados por otros que, necesariamente, son de una fecha más reciente, y los únicos cuya existencia se podrá constatar en adelante. Podemos hacernos una idea de ello, en particular, por lo que pasa de una manera constante en el mundo musulmán: un manuscrito circula y es transportado, según las necesidades, de un centro de enseñanza a otro, y a veces a regiones muy alejadas, hasta que está bastante gravemente dañado por el uso como para estar casi fuera de servicio; se hace entonces una copia suya tan exacta como es posible, copia que tendrá en adelante el lugar del antiguo manuscrito, que se utilizará de la misma manera, y que será ella misma reemplazada por otra cuando esté deteriorada a su vez, y así sucesivamente. Estos reemplazos sucesivos pueden ser ciertamente muy molestos para las investigaciones especiales de los orientalistas; pero aquellos que proceden a ello no se preocupan apenas de este inconveniente, e, incluso si tuvieran conocimiento de él, no consentirían cambiar sus hábitos por tan poco. Todas estas precisiones son tan evidentes en sí mismas que quizás no valdría la pena formularlas siquiera, si el partidismo que hemos señalado en los orientalistas no les cegara hasta el punto de ocultarles enteramente esta evidencia. 3589 IGEDH Cuestiones de cronología

Es eso, muy exactamente, lo que tiene lugar en la India, y es lo que expresa la palabra sánscrita dharshana, que no significa propiamente nada más que «vista» o «punto de vista», ya que la raíz verbal drish, de la que deriva, tiene como sentido principal el de «ver». Así pues , los darshanas son los puntos de vista de la doctrina, y no son, como se imaginan la mayoría de los orientalistas, «sistemas filosóficos» que se hacen la competencia y que se oponen los unos a los otros; en toda la medida en que estas «vistas» son estrictamente ortodoxas, no podrían entrar naturalmente en conflicto o en contradicción. Hemos mostrado que toda concepción sistemática, fruto del individualismo intelectual tan querido por los occidentales modernos, es la negación de la metafísica, que constituye la esencia misma de la doctrina; hemos dicho también cuál es la distinción profunda entre el pensamiento metafísico y el pensamiento filosófico, y que este último no es más que un modo especial, propio de Occidente, y que no podría aplicarse válidamente al conocimiento de una doctrina tradicional que se ha mantenido en su pureza y en su integralidad. Por consiguiente, no hay «filosofía hindú», como tampoco «filosofía china» por poco que se quiera guardar a esta palabra de «filosofía» una significación un poco clara, significación que se encuentra determinada por la línea de pensamiento que procede de los griegos; y por lo demás, considerando sobre todo lo que ha devenido la filosofía en los tiempos modernos, es menester confesar que la ausencia de este modo de pensamiento en una civilización no tiene nada de particularmente lamentable. Pero los orientalistas no quieren ver en los darshanas más que filosofía y sistemas, a los que, por lo demás, pretenden imponer las etiquetas occidentales: todo eso se debe a que son incapaces de salir de los cuadros «clásicos», y a que ignoran enteramente las diferencias más características de la mentalidad oriental y de la mentalidad occidental. Su actitud, bajo el aspecto de que se trata, es completamente comparable a la de un hombre que, no conociendo nada de la civilización europea actual, y habiendo caído por azar en sus manos los programas de enseñanza de una universidad, sacará de ello la singular conclusión de que los sabios de Europa están divididos en varias escuelas rivales, de las que cada una tiene su sistema filosófico particular, y de las que las principales son las de los matemáticos, los físicos, los químicos, los biólogos, los lógicos y los psicólogos; está equivocación sería ciertamente muy ridícula, pero, no obstante, apenas lo sería más que la concepción corriente de los orientalistas, y éstos no deberían tener siquiera la excusa de la ignorancia, o más bien es su ignorancia misma la que es inexcusable. Por inverosímil que eso pueda parecer, es muy cierto que las cuestiones de principio, que parecen soslayar adrede, no se han presentado nunca a su espíritu, demasiado estrechamente especializado como para poderlas comprender y apreciar su alcance; se trata de un caso extraño de «miopía intelectual» en su último grado, y se puede estar bien seguro de que, con semejantes disposiciones, no llegarán a penetrar nunca el sentido verdadero del menor fragmento de una cualquiera de estas doctrinas orientales que se han atribuido la misión de interpretar a su manera, en conformidad con sus puntos de vista completamente occidentales. 3788 IGEDH Los puntos de vista de la doctrina

Se debe comprender por qué calificamos a un estudio de este género de «pretendida ciencia», y por qué nos es completamente imposible tomarla en serio; y es menester agregar también que, aunque afecte darse un aire de imparcialidad desinteresada, y aunque proclame incluso la necia pretensión de «dominar todas las doctrinas» (NA: E. Burnouf, La Science des Religions, p. 6.), lo que rebasa la justa medida en este sentido, esta «ciencia de las religiones» es simplemente, la mayor parte del tiempo, un vulgar instrumento de polémica entre las manos de gentes cuya intención verdadera es servirse de él contra la religión, entendida esta vez en su sentido propio y habitual. Este empleo de la erudición en un espíritu negador y disolvente es natural a los fanáticos del «método histórico»; es el espíritu mismo de este método, esencialmente antitradicional, al menos desde que se le hace salir de su dominio legítimo; y es por eso por lo que todos aquellos que dan algún valor real al punto de vista religioso son recusados aquí como incompetentes. No obstante, entre los especialistas de la «ciencia de las religiones», hay algunos que, en apariencia al menos, no van tan lejos: son aquellos que, pertenecen a la tendencia del «protestantismo liberal»; pero esos, aunque conservan nominalmente el punto de vista religioso, quieren reducirle a un simple «moralismo», lo que equivale de hecho a destruirle por la doble supresión del dogma y del culto, en el nombre de un «racionalismo» que no es más que un sentimentalismo disfrazado. Así, el resultado final es el mismo que para los no creyentes puros y simples, amantes de la «moral independiente», aunque la intención esté quizás mejor disimulada; y eso no es, en suma, más que la conclusión lógica de las tendencias que el espíritu protestante llevaba en él desde el comienzo. Se ha visto recientemente una tentativa, felizmente desmantelada, de hacer penetrar ese mismo espíritu, bajo el nombre de «modernismo», en el catolicismo mismo. Este movimiento se proponía reemplazar la religión por una vaga «religiosidad», es decir, por una aspiración sentimental que la «vida moral» bastaba para satisfacer, y que, para llegar a ella, debía esforzarse en destruir los dogmas aplicándoles la «crítica» y constituyendo una teoría de su «evolución», es decir, sirviéndose también de esa misma máquina de guerra que es la «ciencia de las religiones», que quizás no ha tenido nunca otra razón de ser. 3877 IGEDH La ciencia de las religiones

Qué la verdad tradicional no pueda expresarse en modo alguno bajo una forma sistemática, ese es un punto que ya hemos explicado bastante frecuentemente como para no tener que insistir de nuevo en él; por lo demás, la unidad aparente de un sistema, que no resulta más que de sus limitaciones más o menos estrechas, no es propiamente más que una parodia de la verdadera unidad doctrinal. Además, toda filosofía no es nada más que una construcción individual, que, como tal, no se vincula a ningún principio trascendente, y que, por consiguiente, está desprovista de toda autoridad; así pues, una filosofía no es una doctrina en el verdadero sentido de esta palabra, y diríamos más bien que es una pseudodoctrina, entendiendo con eso que tiene la pretensión de ser una doctrina, pero que esa pretensión no se justifica de ninguna manera. Naturalmente, los occidentales modernos piensan de manera muy diferente a este respecto, y allí donde no encuentran los cuadros pseudodoctrinales a los que están habituados, se hallan inevitablemente desamparados; pero, como no quieren o no pueden confesarlo, se esfuerzan a pesar de todo en hacer entrar todas las cosas, desnaturalizándolas, en esos cuadros, o bien, si no pueden lograrlo, declaran simplemente que lo que tienen entre manos no es una doctrina, por una de esas inversiones del orden normal a las cuales están acostumbrados. Además, como confunden lo intelectual con lo racional, confunden también una doctrina con una simple «especulación», y, como una doctrina tradicional es algo muy diferente de eso, no pueden comprender lo que es; ciertamente, no es la filosofía lo que les enseñará que el conocimiento teórico, puesto que es indirecto e imperfecto, no tiene en sí mismo más que un valor «preparatorio», en el sentido de que proporciona una dirección que impide errar en la realización, que es lo único por lo cual puede ser obtenido el conocimiento efectivo, cuya existencia y cuya posibilidad misma son algo que ni siquiera sospechan; así pues, cuando decimos, como lo hemos dicho más atrás, que la meta a alcanzar es el puro Conocimiento, ¿cómo podrían saber lo que entendemos por eso? 4075 Iniciación y Realización Espiritual DOCTRINA Y MÉTODO

Es preciso ahora que señalemos que, si el espacio y el tiempo son condiciones necesarias del movimiento, no son en absoluto sus causas primeras; en sí mismos son efectos, por medio de los cuales se manifiesta el movimiento, otro efecto más (secundario con respecto a los anteriores, que en este sentido pueden ser considerados como causas inmediatas, ya que es condicionado por ellos) de las causas esenciales, que contienen potencialmente la integralidad de todos sus efectos, y que se sintetizan en la Causa total y suprema, concebida como la Potencia Universal, ilimitada e incondicionada (Esto está muy claramente expresado en el simbolismo bíblico: en lo que concierne a la aplicación cosmogónica especial del mundo físico, Qaïn ("el fuerte y potente transformador, aquel que centraliza y asimila") corresponde al tiempo, Habel ("el dulce y pacífico liberador, quien libra y sosiega, quien evapora, quien fue el centro"), al espacio, y Sheth ("la base y el fondo de las cosas") al movimiento (ver los trabajos de Fabre d’Olivet  ). El nacimiento de Qaïn precede al de Habel, es decir, la manifestación perceptible del tiempo precede (lógicamente) a la del espacio, al igual que el sonido es la primera de las cualidades sensibles; la muerte de Habel en manos de Qaïn representa entonces la destrucción aparente, en la exterioridad de las cosas, de la simultaneidad por parte de la sucesión; el nacimiento de Sheth es consecutivo a esta muerte, está como condicionado por aquello que representa, y no obstante Sheth, o el movimiento, no procede de Qaïn y Habel, o del tiempo y el espacio, aunque su manifestación sea una consecuencia de la acción del uno sobre el otro (considerando entonces al espacio como pasivo respecto al tiempo); como ellos, nace del propio Adam, es decir, procede tan directamente como ellos de la exteriorización de las potencias del Hombre Universal, quien, como dice Fabre d’Olivet, lo ha "generado por medio de su facultad asimiladora y su sombra reflejada". El tiempo, en sus tres aspectos de pasado, presente y futuro, une entre sí todas las modificaciones, consideradas en tanto que sucesivas, de cada uno de los seres a quienes conduce, a través de la Corriente de las Formas, hacia la Transformación final; así, Shiva, bajo el aspecto de Mahâdêva, con sus tres ojos y esgrimiendo el trishûla (tridente), se mantiene en el centro de la Rueda de las Cosas. El espacio, producido por la expansión de las potencialidades de un punto principial y central, hace coexistir en su unidad la multiplicidad de las cosas, que, consideradas (exterior y analíticamente) como simultáneas, están todas contenidas en él y penetradas por el Éter, que todo lo abarca; del mismo modo, Vishnú, en su aspecto de Vâsudêva, manifiesta las cosas, las penetra en su esencia íntima a través de múltiples modificaciones, repartidas en la circunferencia de la Rueda de las Cosas, sin que la unidad de su Esencia suprema sea alterada (cf. Bhagavad-Gita  , X). En fin, el movimiento, o de toda modificación o diversificación en lo manifestado, ley cíclica y evolutiva, que manifiesta Prajâpati, o Brahmâ considerado en tanto que "Señor de las Criaturas", al mismo tiempo que es "el Substanciador y el Sustentador orgánico".). Por otra parte, para que el movimiento pueda realizarse en acto, es preciso que algo sea movido, o, dicho de otro modo, una substancia (en el sentido etimológico de la palabra) (Y no en el sentido en el que lo entiende Spinoza  .) sobre la cual se ejerza; lo que es así movido es la materia, que no interviene en la producción del movimiento más que como una condición puramente pasiva. Las reacciones de la materia sometida al movimiento (puesto que la pasividad implica siempre una reacción) desarrollan en ella las diferentes cualidades sensibles, que, como ya hemos dicho, corresponden a los elementos cuyas combinaciones constituyen esa modalidad de la materia que conocemos (en tanto que objeto, no de percepción, sino de pura concepción) (Cf. el dogma de la "Inmaculada Concepción" (ver "Páginas dedicadas a Sahaïf Ataridiyah", por Abdûl-Hâdi, en La Gnose, enero de 1911, p. 35.) como el "substrato" de la manifestación física  . En este dominio, la actividad no es entonces inherente a la materia y espontánea en ella, sino que le pertenece, de una forma refleja, en tanto que esta materia coexiste con el espacio y con el tiempo, y es esta actividad de la materia en movimiento la que constituye, no la vida en sí misma, sino la manifestación de la vida en el dominio que consideramos. El primer efecto de esta actividad es el de dar forma a esta materia, ya que es necesariamente informe en tanto que está en el estado homogéneo e indiferenciado, que es el del Éter primordial; es solamente susceptible de tomar todas las formas que están potencialmente contenidas en la extensión integral de su posibilidad particular (Ver Le Démiurge, aquí mismo, cap. I, 1a parte (cita del Vêda).). Se puede decir entonces que es también el movimiento lo que determina la manifestación de la forma en modo físico o corporal; y, al igual que toda forma procede por diferenciación de la forma esférica primordial, todo movimiento puede reducirse a un conjunto de elementos de los cuales cada uno es un movimiento vibratorio helicoidal, que no se diferenciará del vórtice esférico elemental en tanto el espacio no sea considerado como isótropo. 4866 MISCELÁNEA LAS CONDICIONES DE LA EXISTENCIA CORPORAL

Había en Palmyra, en Vermont, un hombre joven de bastante mala reputación, llamado Joseph Smith; se había significado frente a sus conciudadanos, durante uno de esos períodos de entusiasmo religioso que los americanos llaman revivals, difundiendo el relato de una visión con la que pretendía haber sido favorecido; después se convirtió en "buscador de tesoros", viviendo del dinero que le remitían gentes crédulas a las que prometía indicar, gracias a ciertos procedimientos adivinatorios, las riquezas enterradas en el suelo. Es entonces cuando echó mano al manuscrito de Spalding, doce años después de la muerte de su autor; se cree que este manuscrito le fue dado por uno de sus colegas, Sydney Rigdon, que lo habría sustraído de una imprenta en la que hacía su aprendizaje; la viuda, el hermano y el antiguo socio de Spalding siempre reconocieron y afirmaron formalmente la identidad del Libro de Mormón con el Manuscrito Reencontrado. Pero el "buscador de tesoros" pretendía que, guiado por un ángel, había sacado el libro del lugar en que Mormón lo había enterrado, en forma de placas de oro cubiertas de caracteres jeroglíficos; añadió que el ángel le había hecho descubrir igualmente dos piedras traslúcidas, que no eran otras que el Urim y el Thummim que figuraban sobre el pectoral del Sumo Sacerdote de Israel (Éxodo, XXVIII, 30.- Estas dos palabras hebreas significan "luz" y "verdad".), y cuya posesión, que le procuraba el don de lenguas y el espíritu de profecía, le había permitido traducir las misteriosas placas. Una decena de testigos declararon haber visto esas placas; tres de ellos afirmaron incluso que también habían visto al ángel, que enseguida los había elevado y tomado bajo su guarda. Entre estos últimos estaba Martin Harris, que vendió su granja para ayudar a los costes de publicación del manuscrito, a pesar de los avisos del profesor Anthon, de New York, a quien había sometido una muestra de los pretendidos jeroglíficos, y que le había puesto en guardia contra lo que le parecía una vulgar superchería. Es de suponer que Smith se había procurado algunas placas de latón y había trazado en ellas caracteres copiados de diversos alfabetos; según el Sr. Anthon (Carta al Sr. Howe, 17 de Febrero de 1834.), había sobre todo una mezcla de caracteres griegos y hebreos, así como una grosera imitación del calendario mexicano publicado por Humboldt  . Por lo demás, es extremadamente difícil decir si los que se adhirieron a Smith al principio fueron sus víctimas o sus cómplices; en lo que respecta a Harris, cuya fortuna fue gravemente comprometida por el poco éxito que en principio tuvo el Libro de Mormón, no tardó en renegar de la nueva fe y en pelearse con Smith, éste pronto tuvo una revelación que dispuso su manutención a cargo de sus adherentes; después, el 6 de Abril de 1830, otra revelación vino a constituirlo profeta de Dios, con la misión de enseñar a los hombres una nueva religión y establecer la "Iglesia de los Santos de los Últimos Días" (Church of Latter-Day Saints), en la que debía entrarse por un nuevo bautismo; la iglesia sólo contaba entonces con seis miembros, pero, al cabo de un mes, tenía una treintena, entre los que estaban el padre y los hermanos de Smith. Esta Iglesia, en suma, no se diferenciaba mucho de la mayoría de sectas protestantes; en los trece artículos de fe que entonces fueron formulados por el fundador, cabe señalar solamente la condena del bautismo de los niños (articulo 4), la creencia "en que un hombre puede ser llamado por Dios mediante la profecía y la imposición de manos" (articulo 5), y que los dones milagrosos tales como la "profecía, revelación, visiones, curación, exorcismo, interpretación de lenguas", han sido perpetuados en la iglesia (artículo 7), el añadido del Libro de Mormón a la Biblia   como "palabra de Dios" (articulo 8), y por último la promesa de "que Dios revelará aún grandes cosas concernientes a Su Reino" (articulo 9). Mencionemos todavía el artículo 10, concebido así: "Creemos en la reunión literal de Israel y en la restauración de las diez tribus; creemos que Sión será reconstruida sobre este continente, que Cristo reinará personalmente sobre la tierra, y que la tierra será renovada y recibirá la gloría paradisíaca". El comienzo de este articulo recuerda curiosamente los proyectos de Noah; la continuación es la expresión de un "milenarismo" que no es absolutamente excepcional en las iglesias protestantes, y que, en esta misma región de Nueva Inglaterra, debía también dar nacimiento, hacia 1840, a los "Adventistas del Séptimo Día". Finalmente, Smith quiso reconstituir la organización de la iglesia primitiva: Apóstoles, Profetas, Patriarcas, Evangelistas, Ancianos, Diáconos, Pastores y Doctores, más dos jerarquías de pontífices, una según el orden de Aarón y otra según el orden de Melquisedec. 5036 MISCELÁNEA LOS ORÍGENES DEL MORMONISMO

Los primeros adherentes de la nueva Iglesia fueron gentes muy poco instruidas, pequeños granjeros o artesanos en su mayor parte; el menos ignorante de entre ellos era Sydney Rigdon, el que probablemente había puesto en manos de Smith el manuscrito de Spalding; él también, por una revelación, fue encargado de la parte literaria de la obra, y se le atribuye la primera parte del libro de las Doctrinas y Alianzas, publicado en 1846, y que es en cierta forma el Nuevo Testamento de los Mormones; por lo demás, no tardó en obligar al profeta, para el que se había vuelto indispensable, a tener otra revelación que llevase a compartir entre ambos la supremacía. Mientras tanto, la secta comenzaba a crecer y a darse a conocer hacia fuera: los irvingenistas ingleses, que creían también en la perpetuación de los dones milagrosos en la Iglesia, enviaron a Smith una carta firmada por un "concilio de pastores" expresándole su simpatía. Pero tanto éxito, suscitó hacia Smith adversarios que no dejaron de recordar su poco honorable pasado; también, desde 1831, el profeta juzgó prudente cambiar de residencia: de Fayette, en el condado de Seneca, Estado de New York donde había instituido su Iglesia, fue a establecerse a Kirtland, en Ohio; después hizo con Rigdon un viaje de exploración a los países del Oeste, y, a su vuelta, emitió una serie de revelaciones ordenando a los "Santos" establecerse en el condado de Jackson, Estado de Missouri, para construir una "Sión santa". En algunos meses, mil doscientos creyentes respondieron a esta llamada y se entregaron a trabajar por el desarrollo del país y en la erección de la "nueva Jerusalén"; pero los primeros ocupantes de la región les hicieron blanco de toda suerte de vejaciones, y finalmente los expulsaron de Sión. Durante este tiempo, Joseph Smith, permaneció en Kirtland, y fundó una casa de comercio y de banca, en cuya caja, como nos explica su propia biografía, él y su familia tenían un derecho ilimitado de disposición a manos llenas; en 1837, el banco quebró, y Smith y Rigdon, amenazados de persecución por estafa, debieron huir con sus fieles de Missouri. Cuatro años habían pasado desde que éstos habían sido expulsados de Sión, pero se habían retirado a las regiones vecinas, en donde habían adquirido nuevas propiedades; Smith, desde su llegada, les declaró que había llegado la hora de "someter a sus enemigos bajo sus pies". Los Missourianos, al conocer su actitud, se exasperaron y las hostilidades comenzaron casi inmediatamente; los Mormones, vencidos, debieron capitular y comprometerse a abandonar el país sin tardar; el profeta, librado a las autoridades, consiguió escapar de sus guardias y reunirse con sus discípulos en Illinois. Allí, los "Santos" se dedicaron a construir una villa, la ciudad de Nauvoo, sobre la ribera del Mississippi; llegaron más prosélitos, incluso de Europa, pues una misión enviada a Inglaterra en 1837 había dispensado diez mil bautismos, y una revelación conminó a estos nuevos convertidos a acudir a Nauvoo "con todo su dinero, su oro y sus piedras preciosas". El estado de Illinois acordó para la ciudad una carta de incorporación; Joseph Smith fue proclamado alcalde, y organizó una milicia de la que fue nombrado general; desde entonces, gustaba aparecer a menudo montado a caballo y de uniforme. Su consejero militar fue un cierto general Bennet, que había servido en el ejército de los Estados Unidos; el tal Bennet había ofrecido sus servicios a Smith en una carta en la que, profesando una completa incredulidad en cuanto a la misión divina de aquél, e incluso tratando de "divertida mascarada" al bautismo mormón que había recibido, prometía al profeta "una asistencia devota y las apariencias de una fe sincera". La prosperidad creciente de la secta llevó la vanidad de Smith a tal punto que osó, en 1844, presentar su candidatura a la presidencia de los Estados Unidos. 5040 MISCELÁNEA LOS ORÍGENES DEL MORMONISMO

Debemos añadir aún que los ocultistas de los que hemos hablado añaden a la doctrina geocéntrica su acompañamiento habitual, la creencia en la interpretación literal y vulgar de las Escrituras; no pierden ninguna ocasión de mofarse públicamente de los triples y séptuples sentidos de los esoteristas y de los kabalistas (Eso no les impide querer hacer algunas veces Kábala a su manera: es así como hemos visto que contaban hasta 72 Sephiroth; ¡y son esos los que osan acusar a otros de fantasear!). Luego, según su teoría, conforme a la traducción exotérica de la Biblia, en el origen, el hombre, "saliendo de las manos del Creador" (pensamos que no podrá negársenos que eso sea antropomorfismo) fue "situado sobre la Tierra para "cultivar su jardín", es decir, según ellos, para "evolucionar la materia física", supuestamente más sutil por entonces que ahora. Por el "hombre", hay que entender aquí la colectividad humana entera, la totalidad del género humano, de tal suerte que "todos los hombres", sin ninguna excepción, y en número desconocido, pero sin duda muy grande, fueron primero encarnados al mismo tiempo sobre la Tierra (Esa no es la opinión de algunas otras escuelas de ocultismo, que hablan de las "diferencias de edad de los espíritus humanos" con relación a la existencia terrestre, e incluso de los medios para determinarlas, hay también quienes buscan fijar el número de las encarnaciones sucesivas.). En esas condiciones, no podía evidentemente producirse ningún nacimiento, puesto que no había ningún hombre no encarnado, y fue así en tanto que el hombre no murió, es decir, hasta la "caída", entendida en su sentido exotérico, como un hecho histórico (Sobre la interpretación esotérica y metafísica de la "caída original" del hombre, véase "Le Démiurge".), pero que se considera sin embargo como "pudiendo representar toda una serie de acontecimientos que han debido desarrollarse en el curso de un período de varios siglos". Se consiente pues con todo en ampliar un poco la cronología bíblica ordinaria, en la que resulta difícil situar toda la historia, no solamente de la Tierra, sino del mundo, desde la Creación hasta nuestros días, en una duración total de un poco menos de seis mil años (algunos llegan sin embargo hasta cerca de diez mil) (No contradiríamos sin embargo la opinión que asignaría al Mundo una duración de diez mil años, si se quisiera tomar ese número "diez mil", no en sentido literal, sino como designando la indefinidad numérica. (Véase «Remarques sur la Notation mathématique»).). 5133 MISCELÁNEA LA GNOSIS Y LAS ESCUELAS ESPIRITUALISTAS

Encontró primero, dice él, cerca del pueblo de Tumchuq, en el Turquestán chino, un grupo de ruinas casi enteramente sepultadas, en las cuales pudo dejar al descubierto esculturas búdicas que presentaban huellas muy claras de la influencia helénica. A continuación, en Kutchar, uno de los principales oasis del Turquestán chino, excavó "grutas artificiales, dispuestas como santuarios búdicos y decoradas con pinturas murales", y también templos al aire libre, "en el patio de uno de los cuales aparecieron un día unos manuscritos tendidos en una capa espesa, enredados, mezclados de arena y de cristales salinos", en suma, en bastante mal estado. "Para separar las hojas, hará falta mucho tiempo y los cuidados de manos expertas; además, estos documentos no están descifrados. Todo lo que se puede decir actualmente es que están escritos con la escritura hindú llamada brahmî, pero redactadas en su mayor parte en idiomas misteriosos de Asia central que la filología europea apenas comienza a interpretar". Así, Pelliot reconoce él mismo que los filólogos, de los que él no forma parte, no tienen de ciertos idiomas asiáticos más que un conocimiento muy imperfecto; es éste un punto de vista sobre el que volveremos después. Por el momento, señalemos solamente que se nos afirma por otra parte que el Sr. Pelliot "conoce perfectamente los antiguos idiomas chinos, brahmis, uigures y tibetanos" (Echo de París del 10 de diciembre); es cierto que no es él mismo quien lo dice, es sin duda demasiado modesto para ello. 5267 MISCELÁNEA A PROPÓSITO DE UNA MISIÓN EN ASIA CENTRAL?

En realidad, aparte de la muy notable traducción del Yi-king   y de sus comentarios tradicionales por M. Philastre, traducción desgraciadamente demasiado poco comprehensible para la intelectualidad occidental, es preciso reconocer que nada verdaderamente serio se había hecho desde ese punto de vista hasta los trabajos de Matgioi  ; antes de este último, la metafísica china era enteramente desconocida en Europa, se podría incluso decir que totalmente insospechada sin arriesgar ser acusado de exageración. La traducción de los dos libros del Tao y del Te por Matgioi habiendo sido revisada y aprobada, en Extremo Oriente, por los sabios depositarios de la herencia de la Ciencia taoísta, lo que nos garantiza su perfecta exactitud, es a esta traducción a la que deberemos comparar la de Stanislas Julien. Nos contentaremos con reenviar a las notas suficientemente elocuentes de las que está acompañada la traducción del Tao y del Te publicada en La Haute Science (2 año, 1894), notas en las cuales Matgioi señala cierto número de contrasentidos del género de éste: "Es bello tener ante sí una tablilla de jade, y montar sobre un carro de cuatro caballos", en lugar de: "Unidos en conjunto, van más rápido y fuerte que cuatro caballos". Podríamos citar al azar una multitud de ejemplos análogos, donde un término que significa "un parpadeo" deviene "el cuerno de un rinoceronte", donde la moneda se convierte en "un plebeyo" y su valor justo en "un carruaje", y así siguiendo; pero he aquí lo que todavía es más elocuente: es la apreciación de un letrado indígena, relatada en estos términos por Matgioi: Teniendo en las manos la paráfrasis francesa del Sr. Julien, tuve antaño la idea de retraducirla literalmente, en chino vulgar, al doctor que me enseñaba. Él se puso primero a sonreír silenciosamente, al modo oriental, después se indignó, y me declaró finalmente que: "Hacía falta que los Franceses fuesen muy enemigos de los Asiáticos, para que sus sabios se divirtiesen en desnaturalizar conscientemente las obras de los filósofos chinos, y en cambiarlas a fabulaciones grotescas, para librarlas a las risotadas de la masa francesa". Yo no he intentado hacer creer a mi doctor que el Sr. Julien se había imaginado haber hecho una traducción respetuosa, pues hubiese entonces dudado del valor de todos nuestros sabios; he preferido dejarle dudar de la lealtad del solo Sr. Julien; y es así como éste último ha pagado póstumamente la imprudencia que en vida, había cometido, acometiendo textos cuyo sentido y alcance debían escapársele inevitablemente". 5291 MISCELÁNEA A PROPÓSITO DE UNA MISIÓN EN ASIA CENTRAL?

Hemos tenido que señalar todas estas aproximaciones, pero tenemos que decir también que no nos convencen en modo alguno de la realidad del plagio; por lo demás, nuestra intención no es entrar aquí en una discusión que, en el fondo, no nos interesa más que mediocremente. Independientemente de los testimonios que M. Ossendowski nos ha indicado por él mismo, sabemos, por fuentes muy diferentes, que los relatos de este género son algo corriente en Mongolia y en toda el Asia central; y agregaremos a continuación que existe algo parecido en las tradiciones de casi todos los pueblos. Por otra parte, si M. Ossendowski hubiera copiado en parte la Mission de l’Inde, no vemos muy bien por qué habría omitido adrede algunos pasajes, ni por qué habría cambiado la forma de algunas palabras, escribiendo por ejemplo Agharti en lugar de Agarttha, lo que se explica al contrario muy bien si ha recibido de fuente mongola las informaciones que Saint-Yves había obtenido de fuente hindú (ya que sabemos que éste estuvo en relaciones con dos hindúes al menos) (Los adversarios de M. Ossendowski han querido explicar el mismo hecho pretendiendo que había tenido en sus manos una traducción rusa de la Mission de l’Inde, traducción cuya existencia es más que problemática, puesto que los herederos mismos de Saint-Yves la ignoran enteramente. — Se ha reprochado también a M. Ossendowski escribir Om mientras que Saint-Yves escribe Aum; ahora bien, si Aum es en efecto la representación del monosílabo sagrado descompuesto en sus elementos constitutivos, no obstante es Om el que es la transcripción correcta y el que corresponde a la pronunciación real, tal como existe tanto en la India como en el Tíbet y en Mongolia; este detalle es suficiente para permitir apreciar la competencia de algunos críticos. ); tampoco comprendemos por qué habría empleado, para designar al jefe de la jerarquía iniciática, el título de «Rey del Mundo», título que no figura en ninguna parte en Saint-Yves. Aunque se debieran admitir algunos plagios, por eso no sería menos cierto que M. Ossendowski dice a veces cosas que no tienen su equivalente en la Mission de l’Inde, y que son de las que ciertamente no ha podido inventar de ninguna manera, tanto más cuanto que, mucho más preocupado de política que de ideas y de doctrinas, e ignorante de todo lo que toca al esoterismo, ha sido manifiestamente incapaz de aprehender él mismo su alcance exacto. Tal es, por ejemplo, la historia de una «piedra negra» enviada antaño por el «Rey del Mundo» al Daläi-Lama, transportada después a Ourga, en Mongolia, y que desapareció hace cerca de cien años (M. Ossendowski, que no sabe que se trata de un aerolito, busca explicar ciertos fenómenos, como la aparición de caracteres en su superficie, suponiendo que era una suerte de pizarra.); ahora bien, en numerosas tradiciones, las «piedras negras» desempeñan un papel importante, desde la que era el símbolo de Cybeles hasta la que está engastada en la Kaabah de la Meca (Habría que hacer también una aproximación curiosa con el lapsit exillis, piedra caída del cielo y sobre la cual aparecían inscripciones igualmente en ciertas circunstancias, y que es identificada al Grial en la versión de Wolfram d’Eschenbach. Lo que hace a la cosa todavía más singular, es que, según esa misma versión, el Grial fue finalmente transportado al «Reino del Prestejuan», que algunos han querido asimilar precisamente a Mongolia, aunque, por lo demás, ninguna localización geográfica pueda ser aceptada aquí literalmente (ver El esoterismo de Dante  , ed. francesa de 1957, pp. 35-36, y ver también más adelante).). He aquí otro ejemplo: el Bogdo-Khan o «Buddha vivo», que reside en Ourga, conserva, entre otras cosas preciosas, el anillo de Gengis-Khan, sobre el cual hay grabado un swastika, y una placa de cobre que lleva el sello del «Rey del Mundo»; parece que M. Ossendowski no haya podido ver más que el primero de esos dos objetos, pero le habría sido bastante difícil imaginar la existencia del segundo: ¿no habría debido venirle naturalmente al espíritu hablar aquí de una placa de oro? 5796 EL REY DEL MUNDO CAPÍTULO I

He aquí primero el texto mismo del pasaje bíblico del que se trata: «Y Melki-Tsedeq, rey de Salem, hizo traer pan y vino; y era sacerdote del Dios Altísimo (El Élion). Y bendijo a Abram (El nombre de Abram todavía no había sido cambiado entonces en Abraham; al mismo tiempo (Génesis, XVII), el nombre de su esposa Saraï fue cambiado en Sarah, de suerte que la suma de los números de ambos nombres permaneció la misma.), diciendo: Bendito sea Abram del Dios Altísimo, poseedor de los Cielos y de la Tierra; y bendito sea el Dios Altísimo, que ha puesto a tus enemigos entre tus manos. Y Abram le dio el diezmo de todo lo que había tomado» (Génesis, XIV, 19-20.). 5874 EL REY DEL MUNDO CAPÍTULO VI

Volvamos ahora a la figuración que hemos tomado como punto de partida de estas observaciones: se ven en ella, decíamos, el cetro y la llave en las manos de Jano: lo mismo que la corona (que empero puede considerarse también como símbolo de potencia y elevación en el sentido más amplio, tanto en el orden espiritual como en el temporal, y que en este caso nos parece tener más bien tal acepción), el cetro es el emblema del poder real, y la llave, por su parte, lo es entonces, más especialmente, del poder sacerdotal. Debe señalarse que el cetro está a la izquierda de la figura, del lado del rostro masculino, y la llave a la derecha, del lado del rostro femenino; ahora bien; según el simbolismo empleado por la Cábala hebrea, a la derecha y a la izquierda corresponden respectivamente dos atributos divinos: la Misericordia (Hésed) y la Justicia (Dîn) (En el símbolo del árbol sefirótico, que representa el conjunto de dos atributos divinos, las dos "columnas" laterales son, respectivamente, las de la Misericordia y la Justicia; en la cúspide de la "columna del medio", y dominando las dos "columnas" laterales, está la "Corona" (Kéter); la posición análoga de la corona de Jano, en nuestra figuración, con respecto a la llave y al cetro, nos parece dar lugar a una vinculación que justifica lo que acabamos de decir en cuanto a su significado: sería el poder principal, único y total, de que proceden los dos aspectos designados por los otros dos emblemas), las cuales convienen también, manifiestamente, a Cristo, y más especialmente cuando se considera su papel de Juez de los vivos y los muertos. Los árabes, realizando una distinción análoga en los atributos divinos y en los nombres que a ellos corresponden, dicen "Belleza" (Djemâl) y "Majestad" (Djelâl); y podría comprenderse así, con estas últimas designaciones, que los dos aspectos hayan sido representados por un rostro femenino y otro masculino, respectivamente (En Le Roi du Monde hemos explicado más completamente el simbolismo de la izquierda y la derecha, de la "mano de justicia" y la "mano de bendición", señalado igualmente por diversos Padres de la Iglesia, San Agustín especialmente). En suma, la llave y el cetro, reemplazando aquí al conjunto de dos llaves, emblema quizá más habitual de Jano, no hacen sino poner aún más en claro uno de los sentidos de este emblema, que es el del doble poder procedente de un principio único: poder sacerdotal y poder real, reunidos, según la tradición judeocristiana, en la persona de Melquisedec, el cual, como dice San Pablo  , es "hecho semejante al Hijo de Dios" (Epístola a los Hebreos, VII, 3). 6840 SFCS   ALGUNOS ASPECTOS DEL SIMBOLISMO DE JANO

Acerca de esta cuestión, conviene señalar aún lo siguiente: el fuego y el agua son dos elementos opuestos; pero esta oposición, por lo demás, no es sino la apariencia exterior de un complementarismo y, más allá del dominio donde se afirman las oposiciones, deben, como todos los contrarios, conciliarse y unirse de algún modo. En el Principio mismo, del cual el sol es una imagen sensible, ambos se identifican de cierta manera, lo que justifica aún más cabalmente la figuración que acabamos de estudiar; e inclusive en niveles inferiores a ése, pero correspondientes a estados de manifestación superiores al mundo corpóreo al cual pertenecen el fuego y el agua en su aspecto "denso" o "burdo" que da lugar propiamente a su mutua oposición, puede haber entre ellos una asociación equivalente, por así decirlo, a una identidad relativa. Esto es verdad de las "Aguas superiores", que son las posibilidades de manifestación no-formal, y que en cierto sentido están simbólicamente representadas por las nubes, de donde la lluvia desciende sobre la tierra (La lluvia, en efecto, para representar los influjos espirituales, debe ser considerada como un agua "celeste", y sabido es que los Cielos corresponden a los estados no-formales; la evaporación de las aguas terrestres por el calor solar es, por otra parte, la imagen de una "transformación" (en el sentido de "paso más allá de las formas"), de modo que hay en ello como un tránsito alternativo de las "aguas inferiores" a las "aguas superiores", e inversamente) al mismo tiempo que son residencia del fuego bajo el aspecto del rayo (Esto debe ponerse en relación con la observación que hemos formulado antes respecto del relámpago, y justifica de modo aún más cabal la similitud existente entre la representación de éste y el símbolo del agua. En el antiguo simbolismo extremo-oriental, no hay sino una leve diferencia entre la figuración del trueno (lei-wen) y la de las nubes (yün-wen); ambas consisten en series de espirales, a veces redondeadas y a veces cuadradas; se dice habitualmente que las primeras son yün-wen y las segundas lei-wen, pero existen formas intermediarias que hacen esa distinción muy poco sensible en realidad; y, adernás, unas y otras están igualmente en conexión con el simbolismo del Dragón (cf. H. G. Creel, Studies in Early Chinese Culture, pp. 236-37). Notemos también que esta representación del trueno por espirales confirma lo que decíamos antes sobre la relación existente entre el símbolo de la doble espiral y el del vajra (La Grande Triade, cap. VI)); y lo mismo ocurre, en el orden de la manifestación formal, con ciertas posibilidades pertenecientes al dominio "sutil". Resulta particularmente interesante observar, a este respecto, que los alquimistas "entienden por aguas, los rayos y el resplandor de su fuego" y que dan el nombre de "ablución", no a "la acción de lavar algo con el agua u otro licor", sino a una purificación que se opera por el fuego, de modo que "los antiguos han ocultado esta ablución bajo el enigma de la salamandra, de la cual dicen que se nutre en el fuego, y del lino incombustible (Este "lino incombustible" (ásbestos) es en realidad el asbesto o amianto), que en el fuego se purifica y blanquea sin consumirse (Dom A.-J. Pernéty, Dictionnaire mytho-hermétique, p. 2). Puede comprenderse con esto que en el simbolismo hermético se aluda frecuentemente a un "fuego que no quema" y a una "agua que no moja las manos", y también que el mercurio "animado", o sea vivificado por la acción del azufre, se describa como una "agua ígnea" y a veces, inclusive, como un "fuego líquido" (Ver La Grande Triade, cap. XII). 7222 SFCS LA LUZ Y LA LLUVIA