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Obras: diluvio

sexta-feira 2 de fevereiro de 2024

  

Esta última, por otra parte, situándose en una región que corresponde a la tarde en el ciclo diurno, debe ser mirada como perteneciendo a una de las últimas divisiones del ciclo de la humanidad terrestre actual, y pues, como relativamente reciente; y, de hecho, sin buscar dar precisiones que serían difícilmente justificables, puede decirse que la misma pertenece ciertamente a la segunda mitad del presente Manvantara (Pensamos que la duración de la civilización atlantiana debió ser igual a un «gran año» entendido en el sentido del semiperiodo de la precesión de los equinoccios; en cuanto al cataclismo que puso fin a la misma, ciertos datos concordantes parecen indicar que tuvo lugar siete mil doscientos años antes del año 720 del Kali-Yuga, año que es él mismo el punto de partida de una era conocida, pero de la cual aquellos que la emplean todavía actualmente no parecen ya saber el origen   ni la significación.). Además, como el otoño en el año corresponde a la tarde en el día, se puede ver una alusión directa al mundo atlantiano en lo que indica la Tradición hebraica (cuyo nombre es por otra parte de los que marcan el origen occidental), de que el mundo fue creado en el equinoccio de otoño (en el primer día del mes de Thishri, según una cierta transposición de las letras del término Bereshith); y quizás es ésta también la razón más inmediata (hay otras de un orden más profundo) de la enunciación de la «tarde» (ereb) antes que la «mañana» (boqer) en el relato de los «días» del Génesis (Entre los árabes igualmente, el uso es el de contar las horas del día a partir del maghreb, es decir, de la puerta del sol.). Esto podría encontrar una confirmación en el hecho de que la significación literal del nombre de Adam es «rojo», habiendo sido precisamente la Tradición atlantiana la de la raza roja; y parece también que el diluvio bíblico corresponde directamente al cataclismo en que desapareció la Atlántida, y que, por consecuencia, no debe ser identificado al diluvio de Satyavrata quien, según la Tradición hindú, salido directamente de la Tradición Primordial, precedió inmediatamente al comienzo de nuestro Manvantara (Por el contrario, los diluvios de Decaulion y de Ogygès, entre los griegos, parecen reportarse a periodos todavía más restringidos y a cataclismos parciales posteriores al de la Atlántida. ). Bien entendido que este sentido que uno puede llamar histórico no excluye de ningún modo los demás sentidos; es menester por otra parte no perder jamás de vista que, siguiendo la analogía que existe entre un ciclo principal y los ciclos secundarios en los cuales se subdivide, todas las consideraciones de este orden son siempre susceptibles de aplicaciones a grados diversos; pero lo que queremos decir, es que parece en efecto que el ciclo atlantiano haya sido tomado como base en la Tradición hebraica, y que la transmisión se haya hecho por lo demás por la mediación de los Egipcios, lo que al menos nada tiene de inverosímil, o por todo otro medio. 2503 Formas Tradicionales y Ciclos Cósmicos LUGAR DE LA TRADICIÓN ATLANTIANA EN EL MANVANTARA

Naturalmente, al hablar del papel de la elite, suponemos que nada vendrá a interrumpir bruscamente su acción, es decir, que nos colocamos en la hipótesis más favorable; podría ser también, ya que hay discontinuidades en los acontecimientos históricos, que la civilización occidental venga a zozobrar en algún cataclismo antes de que se cumpla esta acción. Si semejante cosa se produjera antes incluso de que la elite se haya constituido plenamente, los resultados del trabajo anterior se limitarían evidentemente a los beneficios intelectuales que habrían recogido aquellos que hubieran tomado parte en él; pero, por sí mismos, estos beneficios son algo inapreciable, y así, aunque no deba haber nada más, aún valdría la pena emprender este trabajo; sus frutos permanecerían entonces reservados a unos pocos, pero esos, por su propia cuenta, habrían obtenido lo esencial. Si la elite, aún estando ya constituida, no tuviera el tiempo de ejercer una acción suficientemente generalizada como para modificar profundamente la mentalidad occidental en su conjunto, habría algo más: esta elite sería verdaderamente, durante el periodo de trastorno y de agitación, el «arca» simbólica que flota sobre las aguas del diluvio, y, a continuación, podría servir de punto de apoyo a una acción por la que Occidente, aunque perdiendo probablemente su existencia autónoma, recibiría no obstante, de otras civilizaciones subsistentes, los principios de un nuevo desarrollo, esta vez regular y normal. Pero, en este segundo caso, habría que considerar también, al menos transitoriamente, enojosas eventualidades: las revoluciones étnicas a las que ya hemos hecho alusión serían ciertamente muy graves  ; además, sería muy preferible para Occidente, en lugar de ser absorbido pura y simplemente, poder transformarse para adquirir una civilización comparable a las de Oriente, pero adaptada a sus condiciones propias, transformación que le dispensaría, en cuanto a su masa, de asimilar más o menos penosamente formas tradicionales que no han sido hechas para él. Esta transformación, que se operaría sin choques y como espontáneamente, para restituir a Occidente una civilización tradicional apropiada, es lo que acabamos de llamar la hipótesis más favorable; tal sería la obra de la elite, con el apoyo de los detentadores de las tradiciones orientales, sin duda, pero con una iniciativa occidental como punto de partida; y se debe comprender ahora que esta última condición, incluso si no fuera tan rigurosamente indispensable como lo es efectivamente, por ello no aportaría menos una ventaja considerable, en el sentido de que eso es precisamente lo que permitiría a Occidente conservar su autonomía e incluso guardar, para su desarrollo futuro, los elementos válidos que puede haber adquirido, a pesar de todo, en su civilización actual. En fin, si esta hipótesis tuviera el tiempo de realizarse, evitaría la catástrofe que considerábamos en primer lugar, puesto que la civilización occidental, devenida nuevamente normal, encontraría su sitio legítimo entre todas las demás, y ya no sería, como lo es hoy día, una amenaza para el resto de la humanidad, un factor de desequilibrio y de opresión en el mundo. En todo caso, es menester hacer como si la meta que indicamos aquí debiera ser alcanzada, puesto que, incluso si las circunstancias no permiten que lo sea, nada de lo que se haya cumplido en el sentido que debe conducir a ella se perderá; y la consideración de esta meta puede proporcionar, a aquellos que son capaces de formar parte de la elite, un motivo para aplicar sus esfuerzos a la comprehensión de la pura intelectualidad, motivo que no habrá que desdeñar mientras no hayan tomado enteramente consciencia de algo menos contingente, queremos decir, de lo que la intelectualidad vale en sí misma, independientemente de los resultados que puede producir por añadidura en los órdenes más o menos exteriores. Así pues, la consideración de esos resultados, por secundarios que sean, puede ser al menos un «aliciente», y no podría ser un obstáculo si se tiene el cuidado de ponerla exactamente en su lugar y de observar en todo las jerarquías necesarias, de manera que no se pierda nunca de vista lo esencial ni se sacrifique a lo accidental; ya nos hemos explicado sobre esto suficientemente como para justificar, a los ojos de aquellos que comprenden estas cosas, el punto de vista que adoptamos al presente, y que, si no corresponde a todo nuestro pensamiento (y no puede hacerlo, desde que las consideraciones puramente doctrinales y especulativas están para nosotros por encima de todas las demás), representa no obstante una parte muy real de él. 5494 Oriente y Occidente CONSTITUCIÓN Y FUNCIÓN DE LA ÉLITE

Lo que sigue puede parecer más enigmático: Seth obtuvo entrar en el Paraíso terrestre y pudo así recobrar el precioso vaso; ahora bien, el nombre de Seth expresa las ideas de fundamento y de estabilidad, y, por consiguiente, indica en cierto modo la restauración del orden primordial destruido por la caída del hombre (Se dice que Seth permaneció cuarenta años en el Paraíso terrestre; este número 40 tiene también un sentido de «reconciliación» o de «retorno al principio». Los periodos medidos por este número se encuentran muy frecuentemente en la tradición judeocristiana: recordemos los cuarenta días del diluvio, los cuarenta años durante los cuales los Israelitas erraron en el desierto, los cuarenta días que Moisés pasó en el Sinaí, los cuarenta días de ayuno de Cristo (la Cuaresma tiene naturalmente la misma significación); y sin duda se podrían encontrar otros todavía.). Así pues, se debe comprender que Seth y aquellos que después de él poseyeron el Grial pudieron por eso mismo establecer un centro espiritual destinado a reemplazar el Paraíso perdido, y que era como una imagen de éste; y entonces, esta posesión del Grial representa la conservación integral de la tradición primordial en un tal centro espiritual. Por lo demás, la leyenda no dice dónde ni por quién fue conservado el Grial hasta la época de Cristo; pero el origen céltico que se le reconoce debe dar a entender sin duda que los Druidas tuvieron una parte en ello y que deben ser contados entre los conservadores regulares de la tradición primordial. 5858 EL REY DEL MUNDO CAPÍTULO V

La pérdida del Grial, o de alguno de sus equivalentes simbólicos, es en suma la pérdida de la tradición con todo lo que ésta conlleva; por lo demás, a decir verdad, esta tradición es más bien ocultada que perdida, o al menos no puede estar perdida más que para algunos centros secundarios, cuando éstos cesan de estar en relación directa con el centro supremo. En cuanto a este último, guarda siempre intacto el depósito de la tradición, y no es afectado por los cambios que sobrevienen en el mundo exterior; tanto es así que, según diversos Padres de la Iglesia, y concretamente San Agustín, el diluvio no ha podido alcanzar el Paraíso terrestre, que es «La habitación de Henoch y la Tierra de los Santos» («Y Henoch marchó con Dios, y ya no apareció más (en el mundo visible o exterior), porque se lo llevo Dios» (Génesis, V, 24). Habría sido transportado entonces al Paraíso terrestre; eso es lo que piensan también algunos teólogos como Tostat y Cajetan. — Sobre la «Tierra de los Santos» o «Tierra de los Vivos», ver lo que se dirá más adelante.), y cuya cima «toca la esfera lunar», es decir, se encuentra más allá del dominio del cambio (identificado al «mundo sublunar»), en el punto de comunicación de la Tierra y de los Cielos (Esto es conforme al simbolismo empleado por Dante  , que sitúa el Paraíso terrestre en la cima de la montaña del Purgatorio, que se identifica en él a la «montaña polar» de todas las tradiciones.). Pero, del mismo modo que el Paraíso terrestre ha devenido inaccesible, el centro supremo, que es en el fondo la misma cosa, puede, en el curso de un cierto periodo, no estar manifestado exteriormente, y entonces se puede decir que la tradición está perdida para el conjunto de la humanidad, ya que no es conservada más que en algunos centros rigurosamente cerrados, y la masa de los hombres no participa ya en ella de una manera consciente y efectiva, contrariamente a lo que había tenido lugar en el estado original (La tradición hindú enseña que no había en el origen más que una sola casta, que era denominada Hamsa; eso significa que todos los hombres poseían entonces normal y espontáneamente el grado espiritual que es designado por este nombre, y que queda más allá de la distinción de las cuatro castas actuales.); tal es precisamente la condición de la época actual, cuyo comienzo, por lo demás, se remonta mucho más allá de lo que es accesible a la historia ordinaria y «profana». Así pues, la pérdida de la tradición, según los casos, puede ser entendida en este sentido general, o bien puede referirse al oscurecimiento del centro espiritual que regía más o menos invisiblemente los destinos de un pueblo particular o de una civilización determinada; es menester pues, cada vez que se encuentra un simbolismo que se refiere a su pérdida, examinar si debe ser interpretado en uno u otro sentido. 5859 EL REY DEL MUNDO CAPÍTULO V

Malkuth es «el depósito donde se reúnen las aguas que vienen del río de arriba, es decir, todas las emanaciones (gracias o influencias espirituales) que ella difunde en abundancia» (P. Vulliaud  , La Kabbale   juive, tomo I, p. 509.). Este «río de arriba» y las aguas que descienden de él recuerdan extrañamente al papel atribuido al río celeste Gangâ en la tradición hindú: y se podría hacer observar también que la Shakti, de la que Gangâ es un aspecto, no deja de presentar algunas analogías con la Shekinah, aunque no fuera más que en razón de la función «providencial» que les es común. El depósito de las aguas celestes es naturalmente idéntico al centro espiritual de nuestro mundo: desde allí parten los cuatro ríos del Pardes, que se dirigen hacía los cuatro puntos cardinales. Para los Judíos, este centro espiritual se identifica a la colina de Sión, a la que aplican la denominación de «Corazón del Mundo», por lo demás común a todas las «Tierras Santas», y que, para ellos, deviene así en cierto modo el equivalente del Mêru de los hindúes o del Alborj de los persas (En los Samaritanos, es el monte Garizim el que desempeña el mismo papel y el que recibe las mismas denominaciones: él es la «Montaña bendita», la «Colina eterna», el «Monte de la Herencia», la «Casa de Dios» y el Tabernáculo de sus Ángeles, la mansión de la Shekinah; es identificado incluso a la «Montaña primordial» (Har Qadim) donde estuvo el Edén, y que no fue sumergido por las aguas del diluvio.). «El Tabernáculo de la Santidad de Jehovah, la residencia de la Shekinah, es el Santo de los Santos que es el corazón del Templo, que es, él mismo, el centro de Sión (Jerusalem), como la santa Sión es el centro de la Tierra de Israel, como la Tierra de Israel es el centro del mundo» (La Kabbale juive, tomo I, p. 509.). Se puede incluso llevar las cosas todavía más lejos: no solo todo lo que se enumera aquí, tomándolo en el orden inverso, sino también, después del Tabernáculo en el Templo, el Arca de la Alianza en el Tabernáculo, y, sobre el Arca de la Alianza misma, el lugar de manifestación de la Shekinah (entre los dos Kerubim), representan como otras tantas aproximaciones sucesivas del «Polo espiritual». 5882 EL REY DEL MUNDO CAPÍTULO VI

Hemos hablado más atrás de las alusiones hechas por todas las tradiciones a algo que se ha perdido o que se ha ocultado, y que se representa bajo símbolos diversos; esto, cuando se lo toma en su sentido general, el que concierne a todo el conjunto de la humanidad terrestre, se refiere precisamente a las condiciones del Kali-Yuga. Así pues, el periodo actual es un periodo de oscurecimiento y de confusión (El comienzo de esta edad esta representado concretamente, en el simbolismo bíblico, por la Torre de Babel y la «confusión de las lenguas». Se podría pensar bastante lógicamente que la caída y el diluvio corresponderían al final de las dos primeras edades; pero, en realidad, el punto de partida de la tradición hebraica no coincide con el comienzo del Manvantara. Es menester no olvidar que las leyes cíclicas son aplicables a grados diferentes, para periodos que no tienen la misma extensión, y que a veces se solapan los unos a los otros, de ahí las complicaciones que, a primera vista, pueden parecer inextricables, y que no es efectivamente posible resolver más que por la consideración del orden de subordinación jerárquica de los centros tradicionales correspondientes.); sus condiciones son tales, que mientras que persistan, el conocimiento iniciático debe necesariamente permanecer oculto, de donde el carácter de los «Misterios» de la antigüedad llamada «histórica» (que ni siquiera se remonta hasta el comienzo de este periodo) (No parece que se haya destacado nunca como convendría la imposibilidad casi general en que se encuentran los historiadores para establecer una cronología cierta para todo lo que es anterior al siglo VI antes de la era Cristiana.) y de las organizaciones secretas de todos los pueblos: organizaciones que dan una iniciación efectiva allí donde subsiste todavía una verdadera doctrina tradicional, pero que ya no ofrecen más que su sombra cuando el espíritu de esa doctrina ha cesado de vivificar los símbolos que no son más que su representación exterior, y eso porque, por razones diversas, todo lazo consciente con el centro espiritual del mundo ha acabado por ser roto, lo que es el sentido más particular de la pérdida de la tradición, el que concierne especialmente a tal o a cual centro secundario, que haya cesado de estar en relación directa y efectiva con el centro supremo. 5908 EL REY DEL MUNDO CAPÍTULO VIII

Tula es llamada también la «isla blanca», y ya hemos dicho que este color es el que representa a la autoridad espiritual; en las tradiciones americanas, Aztlan tiene por símbolo una montaña blanca, pero esta figuración se aplicaba primero a la Tula hyperbórea y a la «montaña polar». En la India, la «isla blanca» (Shwêta-dwîpa), a la que se coloca generalmente en las lejanas regiones del Norte (El Shwêta-dwîpa es una de las dieciocho subdivisiones del Jambu-dwîpa.), se considera como la «morada de los Bienaventurados», lo que la identifica claramente a la «Tierra de los Vivos» (Esto recuerda igualmente las «Islas afortunadas» de la antigüedad occidental; pero estas islas estaban situadas al Oeste (el «jardín de las Hespérides»: hesper en griego, vesper en latín, son la tarde, es decir, el Occidente), lo que indica una tradición de origen atlante, y lo que, por otra parte, puede hacer pensar también en el «Cielo Occidental» de la tradición tibetana.). No obstante, hay una excepción notable: las tradiciones célticas hablan sobre todo de la «isla verde» como la «isla de los Santos» o la «isla de los Bienaventurados» (El nombre de «isla de los Santos», así como el de «isla verde», ha sido aplicado ulteriormente a Irlanda, e incluso a Inglaterra. — Señalamos igualmente el nombre de isla de Heligoland, que tiene la misma significación.); pero en el centro de esa isla se eleva la «montaña blanca», que no ha sido, se dice, sumergida por ningún diluvio (Ya hemos señalado las tradiciones similares que conciernen al Paraíso terrestre. — En el esoterismo islámico  , la «isla verde» (el-jezirah el-khadrah) y la «montaña blanca» (el-jabal el-abiod) también se conocen, aunque se habla muy poco de ellas en el exterior.), y cuya cima es de color púrpura (Se reencuentran aquí los tres colores herméticos: verde, blanco y rojo, de los que hemos hablado en El Esoterismo de Dante  .). Esta «montaña del Sol», como también se llama, es lo mismo que el Mêru: éste, que es también la «montaña blanca», ésta rodeado de un cinturón verde por el hecho de que está situado en medio del mar (Por otra parte, a veces se trata de un cinturón con los colores del arcoiris, que puede ser aproximado al echarpe de Iris; Saint-Yves hace alusión a él en su Mission de l’Inde, y la misma cosa se encuentra en las visiones de Anne-Catherine Emmerich. — A este respecto, uno se remitirá a lo que hemos dicho precedentemente sobre el simbolismo del arcoiris, así como sobre los siete dwîpas.), y en su cima brilla el triángulo de la luz. 5939 EL REY DEL MUNDO CAPÍTULO X

Sin extendernos sobre estas consideraciones que no se refieren más que indirectamente a nuestro tema, diremos también que un centro del género de aquellos de los que acabamos de hablar existía en Creta en la época prehelénica (El nombre de Minos   es por sí mismo una indicación suficiente a este respecto, como el de Ménès en lo que concierne a Egipto; remitimos también, en cuanto a Roma, a lo que hemos dicho de Numa, y recordaremos la significación del de Shlomoh para Jerusalem. — A propósito de Creta, señalamos de pasada el uso del Laberinto, como símbolo característico, por los constructores de la edad media; lo más curioso es que el recorrido del Laberinto trazado sobre el enlosado de algunas iglesias era considerado como reemplazando al peregrinaje a Tierra Santa para aquellos que no podían cumplirlo.), y que parece que Egipto haya contado con varios de ellos, probablemente fundados en épocas sucesivas, como Menfis y Thebas (Se ha visto también que Delfos había desempeñado este papel para Grecia; su nombre evoca el del delfín, cuyo simbolismo es muy importante. — Otro nombre destacable es Babilonia: Bab-Ilu significa «puerta del Cielo», lo que es una de las cualificaciones aplicadas por Jacob a Luz; por lo demás, puede tener también el sentido de «casa de Dios», como Beith-El; pero deviene sinónimo de «confusión» (Babel) cuando se pierde la tradición: es entonces la inversión del símbolo, la Janua Inferni que toma el lugar de la Janua Coeli.). El nombre de esta última ciudad, que fue también el de una ciudad griega, debe retener más particularmente nuestra atención, como designación de centros espirituales, en razón de su identidad manifiesta con el de la Thebah hebraica, es decir, con el del Arca del diluvio. Éste es también una representación del centro supremo, considerado especialmente en tanto que asegura la conservación de la tradición, en el estado de repliegue en cierto modo (Este estado es asimilable al que representa para el comienzo de un ciclo el «Huevo del Mundo», que contiene en germen todas las posibilidades que se desarrollarán en el curso del ciclo; el Arca contiene del mismo modo todos los elementos que servirán a la restauración del mundo, y que son así los gérmenes de su estado futuro.), en el periodo transitorio que es como el intervalo de dos ciclos y que está marcado por un cataclismo cósmico que destruye el estado anterior del mundo para hacer lugar a un estado nuevo (Es también una de las funciones del «Pontificado» asegurar el paso o la transmisión tradicional de un ciclo a otro; la construcción del Arca tiene aquí el mismo sentido que la de un puente simbólico, ya que ambos están destinados igualmente a permitir el «paso de las aguas», que tiene por lo demás significaciones múltiples.). El papel del Noah bíblico (Se observará también que Noé es designado como habiendo sido el primero que plantó la viña (Génesis, IX, 20), hecho que hay que aproximar a lo que hemos dicho más atrás sobre la significación simbólica del vino y su papel en los ritos iniciáticos, a propósito del sacrificio de Melquisedek.) es semejante al que desempeña en la tradición hindú Satyavrata, que deviene después, bajo el nombre de Vaivaswasta, el Manu actual; pero hay que destacar que, mientras que esta última tradición se refiera así al comienzo del presente Manvantara, el diluvio bíblico marca solo el comienzo de otro ciclo más restringido, comprendido en el interior de este mismo Manvantara (Una de las significaciones históricas del diluvio bíblico puede ser aproximada al cataclismo en el que desapareció la Atlántida.); no se trata del mismo acontecimiento, sino solo de dos acontecimientos análogos entre ellos (La misma observación se aplica naturalmente a todas las tradiciones diluvianas que se encuentran en un gran número de pueblos; las hay que conciernen a ciclos todavía más particulares, y es concretamente el caso, en los griegos, de los diluvios de Deucalion y de Ogygès.). 5952 EL REY DEL MUNDO CAPÍTULO XI

Lo que es también muy digno de ser notado aquí, es la relación que existe entre el simbolismo del Arca y el del arcoiris, relación que está sugerida, en el texto bíblico, por la aparición de este último después del diluvio, como signo de la alianza entre Dios y las criaturas terrestres (Génesis IX, 12-l7.). El Arca, durante el cataclismo, flota sobre el Océano de las aguas inferiores; el arcoiris, en el momento que marca el restablecimiento del orden y la renovación de todas las cosas, aparece «en la nube», es decir, en la región de las aguas superiores. Por consiguiente, se trata de una relación de analogía en el sentido más estricto de esta palabra, es decir, que las dos figuras son inversas y complementarias la una de la otra: la convexidad del Arca está vuelta hacia abajo, la del arcoiris hacia arriba, y su reunión forma una figura circular o cíclica completa, figura de la que son como las dos mitades (Estas dos mitades corresponden a las del «Huevo del Mundo» como las «aguas superiores» y las «aguas inferiores» mismas; durante el periodo de trastorno, la mitad superior ha devenido invisible, y es en la mitad inferior donde se produce entonces lo que Fabre d’Olivet   denomina el «amontonamiento de las especies». — Las dos figuras complementarias en cuestión, bajo un cierto punto de vista, pueden ser asimiladas también a dos crecientes lunares vueltos en sentido inverso (siendo uno como el reflejo del otro y su simétrico en relación a la línea de separación de las aguas), lo que se refiere al simbolismo de Janus, uno de cuyos emblemas es el navío. Se observará también que hay una suerte de equivalencia simbólica entre el creciente, la copa y el navío, y que la palabra «bajel» sirve para designar a la vez a estas dos últimas (el «Santo Bajel» es una de las denominaciones más habituales del Grial en la edad media).). Esta figura estaba en efecto completa en el comienzo del ciclo: es la sección vertical de una esfera cuya sección horizontal es representada por el recinto circular del Paraíso terrestre (Esta esfera es también el «Huevo del Mundo»; el Paraíso terrestre se encuentra en el plano que le divide en sus dos mitades superior e inferior, es decir, en el límite del Cielo y de la Tierra.); y éste está dividido por una cruz que forman los cuatro ríos salidos de la «montaña polar» (Los kabbalistas hacen corresponder a estos cuatro ríos las cuatro letras que forman en hebreo la palabra Pardés; ya hemos señalado en otra parte su relación analógica con los cuatro ríos de los Infiernos (Ver El Esoterismo de Dante, ed. francesa de 1957, p. 63).). La reconstitución debe operarse al final del mismo ciclo; pero entonces, en la figura de la Jerusalem celeste, el círculo está reemplazado por un cuadrado (Este reemplazo corresponde al del simbolismo vegetal por el simbolismo mineral, reemplazo cuya significación ya hemos indicado en otra parte (El Esoterismo de Dante, ed. francesa de 1957, p. 67). — Las doce puertas de la Jerusalem celeste corresponden naturalmente a los doce signos del Zodiaco, así como a las doce tribus de Israel; así pues, se trata de una transformación del ciclo zodiacal, consecutiva a la detención de la rotación del mundo y a su fijación en un estado final que es la restauración del estado primordial, cuando esté acabada la manifestación sucesiva de las posibilidades que éste contenía. El «Arbol de la Vida», que estaba en el centro del Paraíso terrestre, está igualmente en el centro de la Jerusalem celeste, y aquí tiene doce frutos; éstos presentan una cierta similitud con los doce Adityas, como el «Árbol de la Vida» mismo la tiene con Aditi, la esencia única e indivisible de la que han salido.), y esto indica la realización de lo que los hermetistas designaban simbólicamente como la «cuadratura del círculo»: la esfera, que representa el desarrollo de las posibilidades por la expansión del punto primordial y central, se transforma en un cubo cuando este desarrollo está acabado y cuando se alcanza el equilibrio final para el ciclo considerado (Se podría decir que la esfera y el cubo corresponden aquí respectivamente a los dos puntos de vista dinámico y estático; las seis caras del cubo están orientadas según las tres dimensiones del espacio, como los seis brazos de la cruz trazada a partir del centro de la esfera. — En lo que concierne al cubo, será fácil hacer una aproximación con el símbolo masónico de la «piedra cúbica», que se refiere igualmente a la idea de acabado y de perfección, es decir, a la realización de la plenitud de las posibilidades implicadas en un cierto estado.). 5953 EL REY DEL MUNDO CAPÍTULO XI

Para comprender bien de qué se trata, es menester ante todo recordar que Vishnu, manifestándose en la forma de pez (Matsya), ordena a Satyávrata, el futuro Manu Vaivásvata, construir el arca en la que deberán encerrarse los gérmenes del mundo futuro, y que, con esa misma forma, guía luego el arca sobre las aguas durante el cataclismo que marca la separación de los dos Manvántara sucesivos. El papel de Satyávrata es aquí semejante al de Seyyîdná Nû (Noé), cuya arca contiene igualmente todos los elementos que servirán para la restauración del mundo después del diluvio; poco importa, por lo demás, que la aplicación efectuada sea diferente, en el sentido de que el diluvio bíblico, en su significación más inmediata, parece señalar el comienzo de un ciclo más restringido que el Manvántara: si no es el mismo suceso, se trata al menos de dos sucesos análogos, en que el estado anterior del mundo se destruye para dejar lugar a un nuevo estado (Cf. Le Roi du Monde, cap. XI). Si ahora comparamos la historia de Jonás con lo que acabamos de recordar, vemos que la ballena, en vez de desempeñar únicamente el papel de pez conductor del arca, se identifica en realidad con el arca misma; en efecto, Jonás permanece encerrado en el cuerpo de la ballena, como Satyávrata y Noé en el arca, durante un período que es también para él, si no para el mundo exterior, un período de "oscurecimiento", correspondiente al intervalo entre dos estados o dos modalidades de existencia; también aquí, la diferencia es secundaria, pues las mismas figuras simbólicas son siempre de hecho susceptibles de una doble aplicación: "macrocósmica" y "microcósmica". Sabido es, además, que la salida de Jonás del seno de la ballena se ha considerado siempre como símbolo de resurrección, y por ende de paso a un estado nuevo; y esto debe ponerse en relación, por otra parte, con el sentido de "nacimiento" que, en la Cábala hebrea especialmente, se vincula con la letra nûn y debe entenderse en sentido espiritual, como un "nuevo nacimiento", es decir, como una regeneración del ser individual o cósmico. 6889 SFCS   LOS MISTERIOS DE LA LETRA NÛN