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Guénon Mito Misterio

quarta-feira 27 de dezembro de 2023, por Cardoso de Castro

  

René Guénon — APRECIAÇÕES SOBRE A INICIAÇÃO

MITOS, MISTERIOS Y SÍMBOLOS (cont.)

Nos queda atraer la atención sobre el parentesco de las palabras «mito» y «misterio», salidas las dos de la misma raíz: la palabra griega mustêrion, «misterio», se vincula directamente, ella también, a la idea del «silencio»; y esto, por lo demás, puede interpretarse en varios sentidos diferentes, pero ligados unos a otros, y cada uno de los cuales tiene su razón de ser desde un cierto punto de vista. Destacamos primeramente que, según la derivación que hemos indicado precedentemente (de mueô), el sentido principal de la palabra es el que se refiere a la iniciación, y es así, en efecto, como es menester entender lo que se llamaban «misterios» en la antigüedad griega. Por otra parte, lo que muestra todavía el destino verdaderamente singular de algunas palabras, es que otro término estrechamente emparentado a los que acabamos de mencionar es, como ya lo hemos indicado, el de «místico», que, etimológicamente, se aplica a todo lo que concierne a los misterios: mustikos, en efecto, es el adjetivo de mustês, iniciado; así pues, originariamente equivale a «iniciático» y designa todo lo que se refiere a la iniciación, a su doctrina y a su objeto mismo (pero en este sentido antiguo, no puede aplicarse nunca a personas); ahora bien, en los modernos, esta misma palabra «místico», la única entre todos estos términos de cepa común, ha llegado a designar exclusivamente algo que, como lo hemos visto, no tiene absolutamente nada en común con la iniciación, y que tiene incluso caracteres opuestos bajo algunos aspectos.

Volvamos de nuevo ahora a los diversos sentidos de la palabra «misterio»: en el sentido más inmediato, y diríamos de buena gana el más grosero o al menos el más exterior, el misterio es aquello de lo que no se debe hablar, aquello sobre lo que conviene guardar silencio, o aquello que está prohibido hacer conocer al exterior; es así como se entiende más comúnmente, incluso cuando se trata de misterios antiguos; y, en la acepción más corriente que ha recibido ulteriormente, la palabra no ha guardado apenas otro sentido que ese. Sin embargo, esta prohibición de revelar ciertos ritos y ciertas enseñanzas, sin olvidar la parte de las consideraciones de oportunidad que ciertamente han podido jugar un papel a veces, pero que no tienen nunca más que un carácter puramente contingente, puede ser considerada en realidad sobre todo como teniendo, ella también, un valor simbólico; ya nos hemos explicado sobre este punto al hablar de la verdadera naturaleza del secreto iniciático. Como hemos dicho a este propósito, lo que se ha llamado la «disciplina del secreto», que era de rigor tanto en la primitiva Iglesia cristiana como en los antiguos misterios (y los adversarios religiosos del esoterismo deberían acordarse de ello), está muy lejos de aparecérsenos únicamente como una simple precaución contra la hostilidad, por lo demás muy real y frecuentemente peligrosa, debida a la incomprehensión del mundo profano; vemos en ella otras razones de un orden mucho más profundo, y que pueden ser indicadas por los otros sentidos contenidos en la palabra «misterio». Por lo demás, podemos agregar que no es una simple coincidencia el hecho de que haya una estrecha similitud entre las palabras «sagrado» (sacratum) y «secreto» (secretum): en uno y otro caso, se trata de lo que está puesto aparte (secernere, poner aparte, de donde el participio secretum), reservado, separado del dominio profano; del mismo modo, el lugar consagrado es llamado templum, cuya raíz tem (que se encuentra en el griego temnô, cortar, recortar, separar, de donde temenos, recinto sagrado) expresa también la misma idea; y la «contemplación», cuyo nombre proviene de la misma raíz, se vincula también a esta idea por su carácter estrictamente «interior» [1].

Según el segundo sentido de la palabra «misterio», que es ya menos exterior, designa lo que se debe recibir en silencio [2], aquello sobre lo que no conviene discutir; bajo este punto de vista, todas las doctrinas tradicionales, comprendidos ahí los dogmas religiosos que constituyen un caso particular de ellas, pueden ser llamadas «misterios» (extendiéndose entonces la acepción de esta palabra a dominios diferentes del dominio iniciático, pero en los cuales se ejerce igualmente una influencia «no humana»), porque son verdades que, por su naturaleza esencialmente supraindividual y supraracional, están por encima de toda discusión [3]. Ahora bien, para ligar este sentido al primero, se puede decir que difundir sin miramientos entre los profanos los misterios así entendidos, es inevitablemente librarlos a la discusión, procedimiento profano por excelencia, con todos los inconvenientes que pueden resultar de ello y que resume perfectamente esta palabra de «profanación» que ya hemos empleado precedentemente sobre otro punto, y que aquí debe tomarse en su acepción a la vez más literal y más completa; el trabajo destructivo de la «crítica» moderna, al respecto de toda tradición, es un ejemplo muy elocuente de lo que queremos decir como para que sea necesario insistir más en ello [4].

Finalmente, hay un tercer sentido, el más profundo de todos, según el cual el misterio es propiamente lo inexpresable, lo que no se puede sino contemplar en silencio (y conviene recordar aquí lo que decíamos hace un momento del origen   de la palabra «contemplación»); y, como lo inexpresable es al mismo tiempo y por eso mismo lo incomunicable, la prohibición de revelar la enseñanza sagrada simboliza, desde este nuevo punto de vista, la imposibilidad de expresar con palabras el verdadero misterio del que esta enseñanza no es, por así decir, más que la vestidura, que la manifiesta y que la vela todo junto [5]. De este modo, la enseñanza que concierne a lo inexpresable no puede, evidentemente, más que sugerirlo con la ayuda de imágenes apropiadas, que serán como los soportes de la contemplación; según lo que hemos explicado, esto equivale a decir que una tal enseñanza toma necesariamente la forma simbólica. Tal ha sido siempre, y en todos los pueblos, uno de los caracteres esenciales de la iniciación a los misterios, por cualquier nombre que, por lo demás, se la haya designado; así pues, se puede decir que los símbolos, y en particular los mitos cuando esta enseñanza se tradujo en palabras, constituyen verdaderamente, en su destino primero, el lenguaje mismo de esta iniciación.




[1Así pues, es etimológicamente absurdo hablar de «contemplar» un espectáculo exterior cualquiera, como lo hacen corrientemente los modernos, para quienes, en muchos casos, el verdadero sentido de las palabras parece estar completamente perdido.

[2Se podrá recordar también aquí la prescripción del silencio impuesta antaño a los discípulos en algunas escuelas iniciáticas, concretamente en la escuela pitagórica.

[3Esto no es otra cosa que la infalibilidad misma que es inherente a toda doctrina tradicional.

[4Este sentido de la palabra «misterio», que está igualmente vinculado a la palabra «sagrado» en razón de lo que ya hemos dicho más atrás, está marcado muy claramente en este precepto del Evangelio: «No deis las cosas santas a los perros, y no arrojéis las perlas a los puercos, por miedo de que las pisoteen, y que, revolviéndose contra vosotros, os despedacen» (San Mateo, VII, 6). Se destacará que los profanos son representados aquí simbólicamente por los animales considerados como «impuros» en el sentido propiamente ritual de esta palabra.

[5La concepción vulgar de los «misterios», sobre todo cuando se aplica al dominio religioso, implica una confusión manifiesta entre «inexpresable» e «incomprehensible», confusión que es completamente injustificada, salvo relativamente a las limitaciones intelectuales de algunas individualidades.