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Guénon Metafísica Dialética

quarta-feira 27 de dezembro de 2023, por Cardoso de Castro

  

Guénon — Iniciação e Realização Espiritual
METAFÍSICA Y DIALÉCTICA

Últimamente hemos tenido conocimiento de un artículo que nos ha parecido que merece retener un poco nuestra atención, porque en él aparecen algunas equivocaciones tanto más claramente cuanto más lejos se lleva la incomprensión [1]. Ciertamente, está permitido sonreír al leer que los que tienen «alguna experiencia del conocimiento metafísico (entre los cuales el autor se coloca manifiestamente, mientras que nos la niega con una sorprendente audacia, como si le fuera posible saber lo que es) no encontrarán en nuestra obra más que "distinciones conceptuales singularmente precisas", pero "de orden puramente dialéctico", y "representaciones que pueden ser preliminarmente útiles, pero que, bajo el punto de vista práctico y metodológico, no hacen avanzar un solo paso más allá del mundo de las palabras hacia lo universal». No obstante, nuestros contemporáneos están tan habituados a detenerse en las apariencias exteriores que es de temer que muchos de entre ellos cometan semejantes errores; cuando uno ve que los cometen efectivamente incluso en lo que concierne a las autoridades tradicionales tales como Shankarâchârya por ejemplo, no habría ciertamente lugar a sorprenderse de que, con mayor razón, hagan lo mismo a nuestro respecto, tomando así la «corteza» por el «núcleo». Sea como fuere, querríamos saber cómo la expresión de una verdad, de cualquier orden que sea, podría hacerse de otra manera que por palabras (salvo en el caso de las figuraciones puramente simbólicas que no están en causa aquí) y bajo la forma «dialéctica», es decir, en suma discursiva, que imponen las necesidades mismas de todo lenguaje humano, y también cómo una exposición verbal cualquiera, escrita o inclusive oral, podría ser, en vistas de lo que se trata, más que «preliminarmente útil»; sin embargo, nos parece haber insistido suficientemente sobre el carácter esencialmente preparatorio de todo conocimiento teórico, que es evidentemente el único que pueda ser alcanzado por el estudio de una tal exposición, lo que, por lo demás, no quiere decir en modo alguno que, a este título y en estos límites, no sea rigurosamente indispensable a todos los que quieran después ir más lejos. Agregaremos seguidamente, para descartar todo equívoco, que, contrariamente a lo que se dice a propósito de un pasaje de nuestro Apercepciones sobre la Iniciación, jamás hemos entendido expresar en ninguna parte nada de «nuestra experiencia interior», que no concierne y no puede interesar a nadie, ni tampoco de la «experiencia interior» de quienquiera, puesto que ésta es siempre estrictamente incomunicable por su naturaleza misma.

En el fondo, el autor apenas parece comprender qué sentido tiene para nos el término mismo de «metafísica», y todavía menos cómo entendemos la «intelectualidad pura», a la cual parece querer negar incluso todo carácter de «transcendencia», lo que implica la confusión vulgar del intelecto con la razón y que no carece de relación con el error cometido en lo que concierne al papel de la «dialéctica» en nuestros escritos (y podríamos decir también que en todo escrito que se refiere al mismo dominio). Uno se apercibe bien de ello cuando afirma que el «sentido último de nuestra obra», de la cual habla con una seguridad que su incomprensión no justifica apenas, reside en «una transparencia mental no reconocida como tal, y con límites todavía "humanos", que se ve funcionar cuando tomamos esta transparencia por la iniciación efectiva». En presencia de semejantes aserciones, nos es menester repetir una vez más, tan claramente como es posible, que no hay en absoluto ninguna diferencia entre el conocimiento intelectual puro y transcendente (que como tal, al contrario del conocimiento racional, no tiene nada de «mental» ni de «humano») o el conocimiento metafísico efectivo (y no simplemente teórico) y la realización iniciática, como tampoco la hay, por lo demás, entre la intelectualidad pura y la verdadera espiritualidad.

Uno se explica desde entonces por qué el autor ha creído deber hablar, e incluso con insistencia, de nuestro «pensamiento», es decir, de algo que en todo rigor debería ser tenido por inexistente, o al menos no contar para nada cuando se trata de nuestra obra, puesto que no es en lo más mínimo eso lo que hemos puesto en ésta, que es exclusivamente una exposición de datos tradicionales en la cual únicamente la expresión es nuestra; además, estos datos mismos no son en modo alguno el producto de un «pensamiento» cualquiera, en razón misma de su carácter tradicional, que implica esencialmente un origen   supraindividual y «no-humano». Donde su error a este respecto aparece quizás más claramente, es cuando pretende que hemos «alcanzado mentalmente» la idea de lo Infinito, lo que, por lo demás, es una imposibilidad; a decir verdad, no la hemos «alcanzado» ni mentalmente ni de ninguna otra manera, ya que esta idea (y todavía este término no puede emplearse en parecido caso sino a condición de desembarazarle de la acepción únicamente «psicológica» que le han dado los modernos) no puede ser aprehendida realmente más que de una manera directa por una intuición inmediata que pertenece, repitámoslo de nuevo, al dominio de la intelectualidad pura; todo lo demás solo son medios destinados a preparar para esta intuición a aquellos que son capaces de ella, y debe entenderse bien que, mientras no se dediquen más que a «pensar» a través de esos medios, no habrán obtenido todavía ningún resultado efectivo, de la misma manera que el que razona o reflexiona sobre lo que se ha convenido llamar comúnmente las «pruebas de la existencia de Dios» no ha llegado a un conocimiento efectivo de la Divinidad. Lo que es menester que se sepa bien, es que los «conceptos» en sí mismos y sobre todo las «abstracciones» no nos interesan lo más mínimo (y, cuando aquí decimos «nos», eso se aplica, por supuesto, a todos aquellos que, como nos mismo, entienden colocarse en un punto de vista estricta e integralmente tradicional), y que abandonamos de muy buena gana todas esas elaboraciones mentales a los filósofos y demás «pensadores» [2]. Solamente, cuando uno se encuentra obligado a exponer cosas que son en realidad de un orden completamente diferente, y sobre todo en una lengua occidental, no vemos verdaderamente como uno podría dispensarse de emplear palabras cuya mayor parte, en su uso corriente, no expresan de hecho sino simples conceptos, puesto que no se tienen otras a disposición para tal efecto [3]; si algunos son incapaces de comprender la transposición que es menester efectuar en parecido caso para penetrar el «sentido último», en eso no podemos nada desafortunadamente. ¡En cuanto a querer descubrir en nuestra obra marcas del «límite de nuestro propio conocimiento», eso no merece siquiera que nos detengamos en ello, ya que, además de que no es de «nos» de quien se trata, puesto que nuestra exposición es rigurosamente impersonal por eso mismo de que se refiere a verdades de orden tradicional (y, si no siempre hemos logrado hacer este carácter perfectamente evidente, eso no podría imputarse más que a las dificultades de la expresión) [4], eso nos recuerda enormemente el caso de los que se imaginan que uno no conoce o que uno no comprende todo aquello de lo que uno se ha abstenido voluntariamente de hablar!

En lo que concierne a la «dialéctica esoterista», esta expresión no puede tener un sentido aceptable más que si se entiende por ella una dialéctica puesta al servicio del esoterismo, como medio exterior empleado para comunicar de él lo que es susceptible de ser expresado verbalmente, y siempre bajo la reserva de que una tal expresión es forzosamente inadecuada, y sobre todo en el orden metafísico puro, por eso mismo de que está formulada en términos «humanos». La dialéctica no es en suma nada más que la puesta en obra o la aplicación práctica de la lógica [5]; ahora bien, no hay que decir que, desde que se quiere decir algo, uno no puede hacerlo de otro modo que conformándose a las leyes de la lógica, lo que no quiere decir ciertamente que, en sí mismas, las verdades que se expresan están bajo la dependencia de estas leyes, como tampoco el hecho de que un diseñador que está obligado a trazar la imagen de un objeto de tres dimensiones sobre una superficie que no tiene más que dos, prueba que él ignora la existencia de la tercera. La lógica domina realmente todo lo que entra en el campo de la razón, y, como su nombre mismo lo indica, ese es su dominio propio; pero, por el contrario, todo lo que es de orden supraindividual, y por tanto supraracional, escapa evidentemente por eso mismo a este dominio, ya que lo superior no podría estar sometido a lo inferior; al respecto de las verdades de este orden, la lógica no puede pues intervenir más que de una manera enteramente accidental, y en tanto que su expresión en modo discursivo, o «dialéctico» si se quiere, constituye una suerte de «descenso» al nivel individual, a falta del cual esas verdades permanecerían totalmente incomunicables [6].

Por una singular inconsecuencia, el autor, al mismo tiempo que nos reprocha, por lo demás por incomprensión pura y simple, detenernos en la «mente» sin darnos cuenta de ello, parece estar particularmente molesto por el hecho de que hemos hablado de «renuncia a la mente». Lo que dice sobre este punto es muy confuso, pero, en el fondo, parece efectivamente que se niega a considerar que los límites de la individualidad puedan ser rebasados, y que, en hecho de realización, todo se limita para él a una suerte de «exaltación» de esta individualidad, si uno puede expresarse así, puesto que pretende que «el individuo en sí mismo, tiende a reencontrar la fuente primera», lo que es precisamente una imposibilidad para el individuo como tal, ya que, evidentemente, no puede rebasarse a sí mismo por sus propios medios, y, si esta «fuente primera» fuera de orden individual, sería también algo bien relativo. Si el ser que es un individuo humano en un cierto estado de manifestación no fuera verdaderamente más que eso, no habría para él ningún medio de salir de las condiciones de ese estado, y, mientras no ha salido de él efectivamente, es decir, mientras no es todavía más que un individuo según las apariencias (y es menester no olvidar que, para su conocimiento actual, esas apariencia se confunden entonces con la realidad misma, puesto que ellas son todo lo que puede alcanzar de aquella), todo lo que es necesario para permitirle rebasarlas no puede presentarse a él sino como «exterior» [7]; todavía no ha llegado al estado en el que una distinción como la de lo «interior» y lo «exterior» deja de ser válida. Toda concepción que tiende a negar estas verdades incontestables no puede ser nada más que una manifestación del individualismo moderno, sean cuales fueren las ilusiones que aquellos que la admiten puedan hacerse a este respecto [8]; y, en el caso del que nos ocupamos al presente, las conclusiones a las que se llega finalmente, y que equivalen de hecho a una negación de la tradición y de la iniciación, bajo el pretexto de rechazar todo recurso a medios «exteriores» de realización, no muestran sino harto completamente que ello es en efecto así.

Son esas conclusiones lo que nos queda todavía por examinar ahora, y aquí hay por lo menos un pasaje que nos es menester citar integralmente: «En la constitución interior del hombre moderno, existe una fractura que hace que la tradición se le aparezca como un corpus doctrinal y ritual exterior, y no como una corriente de vida suprahumana en la cual le sea dado sumergirse para revivir; en el hombre moderno vive el error que separa lo transcendente del mundo de los sentidos, de suerte que percibe éste como privado de lo Divino; por consiguiente, la reunión, la reintegración no puede advenir por medio de una forma de iniciación que precede a la época en la que un tal error ha devenido un hecho cumplido». Somos enteramente de la opinión, nos también, de que en esto hay en efecto un error de los más graves  , y también de que este error, que constituye propiamente el punto de vista profano, es de tal modo característico del espíritu moderno mismo que es verdaderamente inseparable de él, de suerte que, para aquellos que están dominados por este espíritu, no hay ninguna esperanza de liberarse de él; es evidente que, bajo el punto de vista iniciático, el error de que se trata es una «descualificación» insuperable, y es por eso por lo que el «hombre moderno» es realmente inapto para recibir una iniciación, o por lo menos para llegar a la iniciación efectiva; pero debemos agregar que hay sin embargo excepciones, y eso porque, a pesar de todo, existen todavía actualmente, incluso en occidente, hombres que, por su «constitución interior» no son «hombres modernos», hombres que son capaces de comprender lo que es esencialmente la tradición, y que no aceptan considerar el error profano como un «hecho cumplido»; es a esos a quienes hemos entendido dirigirnos siempre exclusivamente. Pero eso no es todo, y el autor cae después en una curiosa contradicción, ya que parece querer presentar como un «progreso» lo que primero había reconocido como un error; citamos de nuevo sus propias palabras: «Hipnotizar a los hombres con el espejismo de la tradición y de la organización "ortodoxa" para transmitir la iniciación, significa paralizar esta posibilidad de liberación y de conquista de la libertad que, para el hombre actual, reside propiamente en el hecho de que ha alcanzado el último escalón del conocimiento, de que ha devenido consciente hasta el punto de que los Dioses, los oráculos, los mitos, y las transmisiones iniciáticas ya no actúan». He aquí ciertamente un extraño desconocimiento de la situación real: jamás el hombre ha estado más lejos que actualmente del «último escalón del conocimiento», a menos que esto no quiera entenderse en el sentido descendente, y, si ha llegado en efecto a un punto en el que todas las cosas que acaban de ser enumeradas ya no actúan más en él, no es porque haya subido demasiado alto, sino al contrario porque ha caído demasiado bajo, como lo muestra por lo demás el hecho de que, por el contrario, sus múltiples contrahechuras más o menos groseras si que actúan enormemente bien para acabar de desequilibrarle. Se habla mucho de «autonomía», de «conquista de la libertad» y así sucesivamente, entendiéndolo siempre en un sentido puramente individual, pero se olvida o más bien se ignora que la verdadera liberación no es posible más que por la liberación de los límites inherentes a la condición individual; nadie quiere oír hablar ya de transmisión iniciática regular ni de organizaciones tradicionales ortodoxas, ¿pero que se pensaría del caso, completamente comparable a ese, de un hombre que, estando a punto de ahogarse, rehusara la ayuda que le quiere aportar un salvador porque éste es «exterior» a él? Se quiera o no, la verdad, que nada tiene que ver con una «dialéctica» cualquiera, es que, fuera del vinculamiento a una organización tradicional, no hay iniciación, y que, sin iniciación previa, ninguna realización metafísica es posible; aquí no se trata de «espejismos» o de ilusiones «ideales», ni de vanas «especulaciones del pensamiento», sino de realidades completamente positivas. Sin duda, nuestro contradictor dirá también que todo lo que escribimos no sale del «mundo de las palabras»; eso es por lo demás demasiado evidente, por la fuerza misma de las cosas, y se puede decir otro tanto de lo que escribe él mismo, pero hay sin embargo una diferencia esencial: es que, por persuadido que pueda estar el mismo de lo contrario, sus palabras, para quien comprende su «sentido último», no traducen nada más que la actitud mental de un profano; y le rogamos que crea que no se trata en modo alguno de una injuria de nuestra parte, sino más bien de la expresión «técnica» de un estado de hecho puro y simple.


NOTAS

[1Massimo Scaligero, Esoterismo moderno: L’opera e il pensiero di René Guénon, en el número primero de la nueva revista italiana Imperium (mayo de 1950).- En sí misma la expresión de «esoterismo moderno» es ya bastante significativa, primero porque constituye una contradicción en los términos mismos, y después porque, evidentemente, no hay nada de «moderno» en nuestra obra, que es por el contrario, bajo todas las relaciones, exactamente lo opuesto del espíritu moderno.

[2Para nos, el tipo mismo del «pensador» en el sentido propio de esta palabra es Descartes; el que no es nada más que «pensador» no puede desembocar en efecto más que en el «racionalismo», puesto que es incapaz de rebasar el ejercicio de las facultades puramente individuales y humanas, y puesto que, por consiguiente, ignora necesariamente todo lo que éstas no permiten alcanzar, lo que equivale a decir que no puede ser más que «agnóstico» al respecto de todo lo que pertenece al dominio metafísico y transcendente.

[3Hay que hacer excepción únicamente para las palabras que han pertenecido primeramente a una terminología tradicional, y a las cuales basta naturalmente con restituir su sentido primero.

[4A propósito de esto, decimos que siempre hemos lamentado que los hábitos de la época actual no nos hayan permitido hacer aparecer nuestras obras bajo la cubierta del más estricto anonimato, lo que al menos hubiera evitado a algunos escribir muchas necedades, y a nos mismo tener demasiado frecuentemente el trabajo de reseñarlas y de rectificarlas.

[5Entiéndase bien que tomamos la palabra «dialéctica» en su sentido original, el que tenía por ejemplo para Platón y para Aristóteles, sin tener que preocuparnos en modo alguno de las acepciones especiales que se le han dado con frecuencia actualmente, y que se derivan todas más o menos directamente de la filosofía de Hegel.

[6No insistiremos sobre el reproche que se nos dirige de hablar «como si la transcendencia y la realidad supuestamente exterior estuvieran separadas la una de la otra»; si el autor conociera concretamente lo que hemos dicho de la «realización descendente», o si lo hubiera comprendido, ciertamente hubiera podido dispensarse de eso; por lo demás, eso no impide que esta separación exista bien realmente «en su orden», que es el de la existencia contingente, y que no cese enteramente sino para el que ha pasado más allá de esta existencia y que se ha liberado definitivamente de sus condiciones limitativas; ¡se piense lo que se piense, es menester saber situar cada cosa en su sitio y en su grado de realidad, y, ciertamente, en eso no hay solo distinciones «de orden puramente dialéctico»!

[7Apenas creemos útil recordar aquí que la iniciación toma naturalmente el ser tal cual es en su estado actual para darle los medios de rebasarle; por eso es por lo que estos medios aparecen primeramente como «exteriores».

[8Hay actualmente muchas gentes que se creen sinceramente «antimodernas», y que sin embargo por eso no están menos afectadas por la influencia del espíritu moderno; por lo demás, no hay en eso más que uno de los innumerables ejemplos de la confusión que reina por todas partes en nuestra época.