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Guénon Magia Cerimonial

quarta-feira 27 de dezembro de 2023, por Cardoso de Castro

  

René Guénon — APRECIAÇÕES SOBRE A INICIAÇÃO

VIDE: CERIMÔNIAS
A PROPÓSITO DE «MAGIA CEREMONIAL»
Los ocultistas estarían ciertamente poco dispuestos a admitir que esta «magia ceremonial», la única que conocen y que intentan practicar, no es más que una magia degenerada, y sin embargo es así; e incluso, sin querer asimilarla en modo alguno a la brujería, podríamos decir que está aún más degenerada que ésta bajo algunos aspectos, aunque de otra manera. Nos explicaremos más claramente sobre esto: el brujo cumple algunos ritos y pronuncia algunas fórmulas, generalmente sin comprender su sentido, sino contentándose con repetir tan exactamente como es posible lo que le ha sido enseñado por aquellos que se los han transmitido (esto es un punto particularmente importante desde que se trata de algo que presenta un carácter tradicional, como puede comprenderse fácilmente por lo que hemos explicado precedentemente); y estos ritos y estas fórmulas, que, lo más frecuentemente, no son sino restos más o menos desfigurados de cosas muy antiguas, y que no se acompañan ciertamente de ninguna ceremonia, por eso no tienen menos, en muchos casos, una eficacia cierta (no vamos a hacer aquí ninguna distinción entre las intenciones benéficas o maléficas que puedan presidir su uso, puesto que se trata únicamente de la realidad de los efectos obtenidos). Por el contrario, el ocultista que hace «magia ceremonial», no obtiene generalmente ningún resultado serio de ella, por mucho cuidado que ponga en conformarse a una multitud de prescripciones minuciosas y complicadas, que, por lo demás, no ha aprendido más que por el estudio de libros, y no por el hecho de una transmisión cualquiera; puede que llegue a veces a ilusionarse, pero ese en un asunto muy diferente; y se podría decir que hay, entre las prácticas del brujo y las suyas, la misma diferencia que entre una cosa viva, aunque esté en un estado de decrepitud, y una cosa muerta.

Esta falta de éxito del «magista» (puesto que ésta es la palabra de la que los ocultistas se sirven preferentemente, estimándola sin duda más honorable y menos vulgar que la de «mago») tiene una doble razón: por una parte, en la medida en que todavía puede tratarse de ritos en parecido caso, los simula más bien que cumplirlos verdaderamente, puesto que le falta la transmisión que sería necesaria para «vivificarlos», y a la que la simple intención no podría suplir de ninguna manera; por otra parte, esos ritos están literalmente asfixiados bajo el «formalismo» vacío de las ceremonias ya que, incapaz de discernir lo esencial de lo accidental (y, por lo demás, los libros a los que se remita estarán muy lejos de poder ayudarle en eso, ya que, ordinariamente, todo en ellos está mezclado inextricablemente, quizás voluntariamente en algunos casos e involuntariamente en otros), el «magista» se dedicará naturalmente sobre todo al lado exterior que más le toque y que es el más «impresionante»; y es eso, en suma, lo que justifica el nombre mismo de la «magia ceremonial». De hecho, la mayor parte de aquellos que creen así «hacer magia» no hacen en realidad más que autosugestionarse pura y simplemente; y lo más curioso que hay aquí es que las ceremonias llegan a imponerse, no solo a los espectadores, si los hay, sino a aquellos mismos que las cumplen, y, cuando son sinceros (no vamos a ocuparnos más que de este caso, y no de aquel donde interviene el charlatanismo), son verdaderamente, a la manera de los niños, engañados por su propio juego. Esos no obtienen pues y no pueden obtener más que efectos de orden exclusivamente psicológico, es decir, de la misma naturaleza que los que producen las ceremonias en general, y que, por lo demás, en el fondo, son toda la razón de ser de éstas; pero, incluso si han permanecido suficientemente conscientes de lo que pasa en ellos y alrededor de ellos como para darse cuenta de que todo se reduce a eso, están muy lejos de sospechar que, si ello es así, eso no se debe más que a su incapacidad y a su ignorancia. Entonces, se ingenian en edificar teorías, de acuerdo con las concepciones más modernas, y con ello incorporan directamente de grado o por la fuerza, las de la «ciencia oficial» misma, para explicar que la magia y sus efectos dependen enteramente del dominio psicológico, como otros lo hacen también para los ritos en general; lo desafortunado es que aquello de lo que hablan no es magia, desde el punto de vista de la cual semejantes efectos son perfectamente nulos e inexistentes, y que, al confundir los ritos con las ceremonias, confunden también la realidad con lo que no es más que una caricatura o una parodia suya; si los «magistas» mismos están en eso, ¿cómo sorprenderse de que semejantes confusiones tengan curso entre el «gran público»?

Estas precisiones bastarán, por una parte, para vincular el caso de las ceremonias mágicas a lo que hemos dicho primeramente de las ceremonias en general, y, por otra, para mostrar de dónde provienen algunos de los principales errores modernos concernientes a la magia. Ciertamente, «hacer magia», aunque sea de la manera más auténtica posible, no es una ocupación que nos parezca muy digna de interés en sí misma; pero debemos reconocer todavía que es una ciencia cuyos resultados, se piense lo que se piense de su valor, son tan reales en su orden como los de cualquier otra ciencia, y no tienen nada en común con ilusiones y delirios «psicológicos». Es menester al menos saber determinar la verdadera naturaleza de cada cosa y situarla en el lugar que le conviene, pero justamente es eso aquello para lo que la mayor parte de nuestros contemporáneos se muestran completamente incapaces, y lo que hemos llamado ya el «psicologismo», es decir, esa tendencia a reducirlo todo a interpretaciones psicológicas, de lo que tenemos aquí un ejemplo muy explícito, no es, entre las manifestaciones características de su mentalidad, una de las menos singulares ni de las menos significativas; por lo demás, en el fondo, no es más que una de las formas más recientes que haya tomado el «humanismo», es decir, la tendencia más general del espíritu moderno a pretender reducirlo todo a elementos puramente humanos.