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Guénon Kabbala Siphra

quarta-feira 27 de dezembro de 2023, por Cardoso de Castro

  

Guénon — EL SIPHRA DI-TZENIUTHA
EL SIPHRA DI-TZENIUTHA

M. Paul Vulliaud   acaba de dar, como comienzo de una serie de «textos fundamentales de la Kabbla», una traducción de Siphra di-Tzeniutha, precedido de una larga introducción, mucho más larga que la traducción misma, e incluso que las dos traducciones, ya que hay en realidad, en este volumen, dos versiones sucesivas del texto, una literal y la otra parafraseada. Esta introducción parece destinada sobre todo a mostrar que, incluso después del Zohar   de Jean de Pauly, un tal trabajo estaba lejos de ser inútil; así la mayor parte de la misma está consagrada a una histórica detallada de la dicha traducción francesa del Zohar, histórica que contiene, parece, casi todo lo que es posible saber de la vida del traductor mismo, personaje verdaderamente muy enigmático, y cuyos orígenes   no están todavía definitivamente esclarecidos. Toda esta historia es muy curiosa, y no es indiferente, para explicarse las lagunas y las imperfecciones de esta obra, saber en qué condiciones fue realizada y qué no menos extrañas dificultades tuvo el editor con el infortunado Jean de Pauly, algo tocado de la manía de la persecución. Empero, nos permitiremos reparar en que estos detalles tienen aquí un enorme lugar; ha faltado poco para que, leyéndolos, uno no se allegara a deplorar que M. Vulliaud no se haya consagrado a lo que se pueden denominar los pequeños lados de la historia, ya que seguramente hubiera aportado una intuición poco ordinaria; pero los estudios Kabbalísticos habrían perdido con ello enormemente.

Sobre el estado presente de esos estudios, la misma introducción contiene consideraciones generales en el curso de las cuales M. Vulliaud acomete, como el sabe hacerlo, a los «Doctores», es decir, a los «oficiales», a quienes había ya dicho duras verdades en su Qabbalah   judía, después a un Padre jesuita, el P. Bosirven, que algunos, parece, se esfuerzan actualmente en presentar como una autoridad incomparable en materia de judaísmo. Esta discusión es la ocasión de un cierto número de precisiones muy interesantes, concretamente sobre los procedimientos de los Kabbalistas y sobre la manera, juzgada «estupefaciente» por los críticos, en que los mismos citan los textos escriturarios; y M. Vulliaud agrega a este propósito: «La exégesis contemporánea se ha mostrado incapaz, concretamente, de analizar convenientemente las «citas» de los Evangelios, porque está resuelta a ignorar los procedimientos de la hermenéutica judía; es menester trasladarse a Palestina, dado que la bora evangélica se ha elaborado en aquella región». Esto parece concordar, en la tendencia al menos, con los trabajos de otro Padre jesuita, el P. Marcel Jousse; y es una pena que éste no sea mencionado, ya que hubiera sido picante ponerle así en frente de su confrere... Por otra parte, M. Vulliaud señala muy justamente que los católicos que toman a irrisión las fórmulas mágicas, o así dichas tales, contenidas en las obras kabbalísticas, y que se apresuran a calificarlas de «supersticiosas», deberían en efecto tener cuidado en que sus propios rituales están llenos de cosas del mismo género. De igual modo en lo que concierne a la acusación de «erotismo» y de «obscuridad» acarreada contra un cierto género de simbolismo: «Los críticos que pertenecen al Catolicismo deberían reflexionar, antes de unir su voz a la de los judíos y de los protestantes racionalistas, que la teología católica es susceptible, como la Qabbalah, de ser fácilmente tomada a su vez a irrisión a propósito de lo que nos ocupa». Es bueno que estas cosa sean dichas por un escritor que hace el mismo profesión de catolicismo; y, muy especialmente, algunos antijudíos y antimasónicos fanáticos deberían hacer su provecho de esta excelente lección.

Habría todavía muchas otras cosas que señalar en la introducción, concretamente sobre la interpretación cristiana del Zohar: M. Vulliaud hace justas reservas sobre algunas aproximaciones ante todo forzadas establecidas por Drach y aceptadas por Jean de Pauly. Vuelve también sobre la cuestión de la antigüedad del Zohar, que los adversarios de la Qabbalah se encarnizan en contestar con bien pésimas razones. Pero hay otra cosa que tenemos placer en señalar: M. Vulliaud declara que, «para traducir convenientemente algunos pasajes esenciales, sería necesario estar iniciado en los misterios del esoterismo judío», y que «de Pauly ha abordado la versión del Zohar sin poseer esta iniciación»; más adelante, anota que el Evangelio de San Juan, así como también el Apocalipsis, «se dirigían a iniciados»; y podríamos relevar todavía otras frases similares. Hay pues, en M. Vulliaud, un cierto cambio de actitud del cual no podemos sino felicitarle, ya que, hasta aquí, parecía gustar un extraño escrúpulo a pronunciar el término de «iniciación», o al menos, si lo hacía, apenas sí era más que para mofarse de ciertos «iniciados» que habría debido, para evitar toda confusión enojosa, calificar ante todo de «pseudo-iniciados». Lo que escribe ahora es la exacta verdad: Es en efecto de «iniciación» de lo que se trata, en el sentido propio del término, en lo que concierne a la Qabbalah tanto como en todo otro esoterismo verdaderamente digno de este nombre; y debemos agregar que eso va mucho más lejos que el desciframiento de una especie de criptografía, que es lo que M. Vulliaud parece tener sobre todo en vista cuando habla como acabamos de ver. Eso existe también sin duda, pero no es todavía más que una cuestión de forma exterior, que está por lo demás lejos de ser descuidable, dado que es menester pasar por ahí para llegar a la comprensión de la doctrina; pero sería menester no confundir los medios con el fin, ni ponerlos sobre el mismo plano que éste.

Sea como fuere, es bien cierto que los Kabbalistas pueden, lo más frecuentemente, hablar en realidad de muy distinta cosa que aquello de lo que parecen hablar; y estos procedimientos no les son particulares, lejos de eso, ya que se los encuentra también en la Edad Media occidental; hemos tenido la ocasión de verlo al respecto de Dante   y de los «Fieles de Amor», e indicábamos de los mismos entonces las principales razones, que no son todas de simple prudencia como los «profanos» pueden estar tentados de suponerlo. La misma cosa existe también en el esoterismo islámico  , y desarrollada hasta un punto que nadie, creemos, puede sospechar siquiera en el mundo occidental; la lengua árabe, así como la lengua hebraica, se presta a ello por lo demás admirablemente. Aquí, uno no encuentra solamente ese simbolismo, el más habitual, que M. Luigi Valli, en la obra de que hemos hablado, ha mostrado ser común a los sufis y a los «Fieles de Amor»; hay mucho más todavía: ¿Es concebible, para los espíritus occidentales, que un simple tratado de gramática, o de geografía, hasta incluso de comercio, posea al mismo tiempo otro sentido que hace de él una obra iniciática de elevado alcance? La cosa es así empero, y éstos no son ejemplos dados al azar; esos tres casos son los de libros que existen muy realmente y que tenemos actualmente entre las manos.

Esto nos conduce a formular una ligera crítica en lo que concierne a la traducción que M. Vulliaud da al título mismo del Siphra di-Tzeniutha: Escribe «Libro Secreto», y no «Libro del Secreto», y las razones que da para ello nos parecen poco concluyentes. Es seguramente pueril imaginarse, como lo han hecho algunos, que «este título recordaba la huida de Simeón ben Yohai, durante los tiempos de la cual este rabbí habría compuesto en secreto este opúsculo»; pero en punto ninguno es eso lo que quiere decir «Libro del Secreto», que tiene en realidad una significación mucho más elevado y más profunda que la de «Libro Secreto». Entendemos aquí hacer alusión a la función importante que juega en algunas Tradiciones iniciáticas, las mismas de las que nos ocupamos al presente, la noción de un «secreto» (en hebreo sôd, en árabe sirr) que nada tiene que ver con la discreción o la disimulación, sino que es tal por la naturaleza misma de las cosas; ¿debemos recordar a este propósito que la Iglesia cristiana misma, en sus primeros tiempos, tenía una «disciplina del secreto», y que la palabra «misterio», en su sentido original, designa propiamente lo inexpresable?

En cuanto a la traducción misma, hemos dicho que hay dos versiones, y las mismas no se contraponen, ya que la versión literal, por útil que sea para los que quieren dirigirse al texto y seguirle de cerca, es frecuentemente ininteligible. Ello es por lo demás siempre así, como lo hemos dicho en muchas ocasiones, cuando se trata de los Libros sagrados o de otros escritos Tradicionales, y, si una traducción debiera ser necesariamente «palabra a palabra» a la manera escolar y universitaria, uno debería declararles verdaderamente intraducibles. En realidad, para nos que nos colocamos en un diferente punto de vista que el de los lingüístas, es la versión parafraseada y comentada la que constituye el sentido del texto y la que permite comprenderle, allí donde la versión literal hace a veces el efecto de una especie de «logogrifo», como lo dice M. Vulliaud, o de divagación incoherente. Deploramos solamente que el comentario no sea más extenso y más explícito; las notas, aunque numerosas y muy interesantes, no son siempre suficientemente «aclaratorias», si puede decirse, y es de temer que las mismas no puedan ser comprendidas por aquellos que no tuvieran ya de la Qabbalah un conocimiento más que elemental; pero sin duda es menester esperar la continuación de estos «textos fundamentales», que, esperémoslo, completará felizmente este primer volumen. M. Vulliaud nos debe y se debe a sí mismo dar ahora un trabajo similar en lo que concierne al Iddra Rabba y al Iddra Zuta, que, con el Siphra di-Tzeniutha, como él lo dice, lejos de ser simplemente «anexos o apéndices» del Zohar, «son, al contrario, las partes centrales del mismo», las que encierran en cierto modo, bajo la forma más concentrada, todo lo esencial de la doctrina.