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Guénon Escolas Espiritas

quarta-feira 27 de dezembro de 2023, por Cardoso de Castro

  

DIVERSIDAD DE LAS ESCUELAS ESPIRITISTAS
Antes de abordar el examen de las teorías espiritistas, debemos recordar que estas teorías varían considerablemente según las escuelas; lo que constituye el espiritismo en general, es solo la hipótesis de la comunicación con los muertos y de su manifestación por medios de orden sensible. Para todo lo demás, puede haber divergencias y las hay efectivamente, incluso sobre puntos tan importantes como la reencarnación, admitida por unos y rechazada por otros; y la constatación de estas divergencias sería ya una razón para dudar seriamente del valor de las pretendidas revelaciones espiritistas. En efecto, lo que hace el carácter enteramente especial del espiritismo, es que lo que presenta como su doctrina se basa enteramente sobre las enseñanzas de los «espíritus»; en eso hay una contrahechura de la «revelación», en el sentido religioso, que no es inútil subrayar, tanto más cuanto que los espiritistas no se privan de pretender que las religiones han debido su origen   a manifestaciones del mismo orden, y de asimilar sus fundadores a médiums muy poderosos, videntes y taumaturgos todo junto. En efecto, los milagros son reducidos por ellos a las proporciones de los fenómenos que se producen en sus sesiones, las profecías a las de los «mensajes» que reciben (NA: En un libro titulado Spirite et Chrétien, Alexandre Bellemare ha llegado a escribir esto: «Reducimos a los profetas de la antigua ley al nivel de los médiums; rebajamos lo que ha sido indebidamente elevado; rectificamos un sentido desnaturalizado. Y todavía, si nos fuera menester hacer una elección, daríamos con mucho la preferencia a lo que escriben diariamente los médiums actuales sobre lo que han escrito los médiums del Antiguo Testamento».), y las hazañas de sus «médiums curanderos», concretamente, se ponen de buena gana en paralelo con las curaciones que se cuentan en el Evangelio (NA: Ver Léon Denis, Christianisme et Spiritisme, pp. 89-91; Dans l’Invisible, pp. 423-439.); por encima de todo, estas gentes parecen querer «naturalizar lo sobrenatural». Por lo demás, tenemos el ejemplo de una pseudoreligión, el antonismo, fundada en Bélgica por un «curandero», antiguo jefe de un grupo espiritista, cuyas enseñanzas, piadosamente recogidas por sus discípulos, no encierran apenas más que una suerte de moral protestante expresada en una jerga casi incomprehensible; se puede decir casi otro tanto de algunas sectas americanas como la «Christian Sciencie», que, si no son espiritistas, son al menos «neoespiritualistas». Decimos también desde ahora, puesto que se presenta la ocasión, que los espiritistas se complacen en interpretar el Evangelio a su manera, según el ejemplo del protestantismo, cuya influencia sobre todos estos movimientos no podría ser negada: tanto es así que creen encontrar en él hasta argumentos en favor de la reencarnación. Por lo demás, si algunos espiritistas se dicen cristianos, no lo son más que a la manera de los protestantes liberales, ya que eso no implica que reconozcan la divinidad de Cristo, que no es para ellos más que un «espíritu superior»: tal es la actitud de los espiritistas franceses de la escuela de Allan Kardec (NA: hay inclusive una fracción que se autotitula expresamente «cristiana-kardecista»), y también la de aquellos que se adhieren más especialmente al «neocristianismo» imaginado por el vodevilista Albin Valabrègue, que, por lo demás, es israelita. Conocemos ocultistas que, en lugar de decirse cristianos como todo el mundo, prefieren calificarse de «crísticos», a fin de marcar con eso que no entienden adherirse a ninguna iglesia constituida; los espiritistas deberían encontrar también alguna palabra propia para evitar todo equívoco, ya que están ciertamente mucho más alejados del cristianismo real que los ocultistas a los que hacemos alusión.

Pero volvamos a las enseñanzas de los «espíritus» y a sus innumerables contradicciones: admitiendo que esos «espíritus» sean aquello por lo que se dan, ¿qué interés puede tener escuchar lo que dicen si no concuerdan entre ellos, y si, a pesar de su cambio de condición no saben más que los vivos? Sabemos bien lo que responden los espiritistas, que hay «espíritus inferiores» y «espíritus superiores», y que estos últimos son los solos dignos de fe, mientras que los otros, bien lejos de poder «iluminar» a los vivos, tienen frecuentemente necesidad al contrario de ser «iluminados» por ellos; ello, sin contar con los «espíritus farsantes» a los que se deben un montón de «comunicaciones» triviales o incluso obscenas, y que es menester contentarse con desecharlas pura y simplemente; ¿pero cómo distinguir estas diversas categorías de «espíritus»? Los espiritistas se imaginan tratar con un «espíritu superior» cuando reciben una «comunicación» a la que encuentran de un carácter «elevado», ya sea porque tiene un matiz de prédica, o ya sea porque contiene divagaciones vagamente filosóficas; pero, desgraciadamente, las gentes sin partido tomado no ven en ellas generalmente más que un entramado de simplezas, y si, como ocurre frecuentemente, esa «comunicación» está firmada por un gran hombre, tendería a hacer creer que éste ha hecho todo lo contrario que «progresar» después de su muerte, lo que pone en entredicho el evolucionismo espiritista. Por otra parte, estas «comunicaciones» son las que encierran enseñanzas propiamente dichas; como las hay contradictorias, todas no pueden emanar igualmente de «espíritus superiores», de suerte que el tono serio que afectan, no es una garantía suficiente; ¿pero a qué otro criterio se puede recurrir? Cada grupo está naturalmente admirado ante las «comunicaciones» que obtiene, pero desconfía fácilmente de las que reciben los demás, sobre todo cuando se trata de grupos entre los cuales existe una cierta rivalidad; en efecto, cada uno de ellos tiene generalmente su médium titulado, y los médiums hacen prueba de unos increíbles celos al respecto de sus colegas, ya sea pretendiendo monopolizar ciertos «espíritus», o ya sea contestando la autenticidad de las «comunicaciones» de otro, y los grupos al completo les siguen en esta actitud; ¡y todos los medios donde se predica la «fraternidad universal» son así más o menos! Cuando hay contradicción en las enseñanzas, todavía es peor: todo lo que los unos atribuyen a «espíritus superiores», los otros ven en ello la obra de «espíritus inferiores», y recíprocamente, como en la querella entre reencarnacionistas y antireencarnacionistas; cada uno hace llamada al testimonio de sus «guías» o de sus controles (NA: El primer término es el de los espiritistas franceses, el segundo el de los espiritas anglosajones.), es decir, de los «espíritus» en quienes ha puesto su confianza, y que, bien entendido, se apresuran a confirmarle en la idea de su propia «superioridad» y de la «inferioridad» de sus contradictores. En estas condiciones, y cuando los espiritistas están tan lejos de entenderse sobre la cualidad de sus «espíritus», ¿cómo se podría dar fe a sus facultades de discernimiento? E, incluso si no se discute la proveniencia de sus enseñanzas, ¿pueden éstas tener mucho más valor que las opiniones de los vivos, puesto que estas opiniones, incluso erróneas, persisten después de la muerte, según parece, y no deben desvanecerse o corregirse sino con una extrema lentitud? Es así como se quiere explicar, por ejemplo, que, mientras que la mayoría de las «comunicaciones», sobre todo en Francia, son de un «deísmo» que suena a finales del siglo XVIII, hay algunas que son francamente ateas, y las hay incluso materialistas, lo que es menos paradójico de lo que parece, dado lo que son las concepciones espiritistas de la vida futura. Por lo demás, «comunicaciones» de este género pueden encontrar también partidarios en algunos otros medios; Jules Lermina, el «vieux petit employé» de la Lanterne, ¿no aceptaba de buena gana la calificación de «espiritista materialista»? Ante todas estas incoherencias, es prudente, por parte de los espiritistas, reconocer que su doctrina no es en absoluto estable, que es susceptible de «evolucionar» como los «espíritus» mismos; y quizás, con su mentalidad especial, no estén muy lejos de ver en ello una marca de superioridad. Declaran en efecto «remitirse a la razón y al progreso de la ciencia, reservándose modificar sus creencias a medida que el progreso y la experiencia demuestren la necesidad de ello» (NA: Dr. Gibier, Le Spiritisme, p. 141. -Cf. Léon Denis, Christianisme et Spiritisme, p 282.); ciertamente, no se podría ser más moderno y más «progresista». Los espiritistas piensan probablemente, como Papus, que «esta idea de la evolución progresiva pone fin a todas las concepciones más o menos profundas de las teologías sobre el Cielo y el Infierno» (NA: Traité méthodique de Science occulte, p. 360.); las pobres gentes no sospechan que, al entusiasmarse por esta idea, son simplemente engañados por la más ingenua de todas las ilusiones.

En las condiciones que acabamos de describir, se concibe que el espiritismo sea un poco anárquico y no pueda tener una organización bien definida; no obstante, en diferentes países, se han formado una suerte de asociaciones muy amplias, donde los diversos grupos espiritistas, o al menos la mayoría de entre ellos, se unen sin renunciar a su autonomía; se trata más bien de una entente que de una dirección efectiva. Tales son las «federaciones» como existen concretamente en Bélgica y en varios estados de la América del Sur; en Francia, ha sido fundada, en 1919, una «unión espiritista» cuyas pretensiones son mayores, ya que en su sede hay un «comité de dirección del espiritismo», pero no sabemos hasta qué punto se sigue esa dirección, y, en todo caso, es cierto que siempre hay disidentes (NA: En el Congreso espiritista que se tuvo en Bruselas en enero de 1910, se formó un proyecto más ambicioso todavía, el de una «Federación Espiritista Universal»; parece que jamás se le haya dado consecución, aunque se constituyera entonces una «Oficina Internacional del espiritismo», bajo la presidencia del caballero Le Clément de Saint-Marcq.). En el seno mismo de la escuela kardecista propiamente dicha, el acuerdo no es absolutamente perfecto: unos, como M. Léon Denis, declaran atenerse estrictamente al kardecismo puro; otros, como M. Gabriel Delanne, quieren dar al movimiento espiritista tendencias más «científicas». Algunos espiritistas afirman incluso que «el espiritismo-religión debe ceder el sitio al espiritismo-ciencia» (NA: Le Fraterniste, 19 de diciembre de 1913.); pero, en el fondo, el espiritismo, cualquier forma que revista, y cualesquiera que sean sus pretensiones «científicas», no podrá ser nunca otra cosa que una pseudoreligión. Podemos reproducir, como particularmente significativas bajo esta relación, las preguntas que se hicieron y se discutieron, en 1913, en el Congreso espiritista internacional de Ginebra: «¿A qué papel puede pretender el espiritismo en la evolución religiosa de la humanidad? ¿Es el espiritismo la religión científica universal? ¿Cuál es la relación entre el espiritismo y las demás religiones existentes actualmente? ¿Puede el espiritismo ser asimilado a un culto?». La declaración que acabamos de citar no emana de la escuela kardecista; está tomada del órgano de una secta denominada «fraternismo», que profesa teorías bastante particulares, y que ha adquirido un desarrollo considerable, sobre todo en los medios obreros del norte de Francia; volveremos sobre ella después, así como sobre algunas otras sectas del mismo género, que no están entre las menos peligrosas.

En América, el lazo entre todos los agrupamientos está constituido sobre todo por vastas reuniones al aire libre llamadas camp-meetings, que se tienen a intervalos más o menos regulares, y donde se escuchan durante varios días los discursos y las exhortaciones de los jefes del movimiento y de los médiums «inspirados»; es algo muy diferente de los congresos europeos. Por lo demás, es en su país de origen, como es natural, donde el espiritismo ha dado nacimiento a las asociaciones más numerosas y del carácter más variado; en ninguna parte se ha propuesto nunca más abiertamente como una religión que en algunas de estas asociaciones. En efecto, hay espiritistas que no han temido formar «iglesias», con una organización enteramente semejante a la de las innumerables sectas protestantes del mismo país: tal es por ejemplo, la «Iglesia del verdadero espiritualismo», fundada bajo la inspiración del «espíritu» del Rev. Samuel Watson, un antiguo pastor metodista que tiempo atrás se había convertido al modern spiritualism. Otros prefieren la forma de esas sociedades secretas o semisecretas que están tan en boga en los Estados Unidos, y que se decoran profusamente con los títulos más pomposos, los más impresionantes para los «profanos»; un americano podrá imponerse a aquellos que no saben de qué se trata, presentándose como miembro de la «antigua Orden de Melchisedek», llamada de otro modo «Fraternidad de Jesús» (NA: Esta Orden, bajo cuyos auspicios funciona la «Asociación de los Camp-Meeting de Sion-Hill», en Arkansas, está dirigida por un «Supremo Templo» que se reúne anualmente en esa misma localidad, y que está compuesto de delegados «escogidos por los Rayos de la Luz» (NA: sic).), o de alguna «Orden de los magos» (NA: hay varias con este nombre); y se sentirá muy sorprendido al descubrir después que se trata simplemente de un vulgar espiritista. Por lo demás, organizaciones de este género pueden también no ser especialmente espiritistas, pero contar con un gran número de espiritistas entre sus miembros; por otra parte, en las múltiples formas del «neoespiritualismo», hay algunas que no son apenas más que un espiritismo más o menos perfeccionado. Esto es así hasta tal punto que uno se pregunta a veces si la apariencia ocultista y las pretensiones esotéricas de tal o cual agrupación no son una simple máscara tomada por algunos espiritistas que han querido aislarse de la masa y operar una suerte de selección relativa; y, si los espiritistas en general repudian todo esoterismo, la presencia de algunos de entre ellos en los medios propiamente ocultistas prueba ya que puede haber acomodos y transiciones; la conducta de estas gentes no es siempre rigurosamente conforme a sus principios, si es que tienen principios. Es sobre todo en los espiritistas anglosajones donde se encuentran cosas del género de las que acabamos de mencionar: ya hemos hablado en otra parte de una Sociedad inglesa presuntamente rosicruciana, llamada «Orden de la rosa y de la luz», a la que las organizaciones con las que estaba en concurrencia acusaron de practicar la «magia negra» (NA: El Teosofismo, pp. 33-34 de la ed. francesa.); lo que hay de cierto, es que no tenía ninguna relación con la antigua Rosa Cruz de la que pretendía sacar su origen, que la mayoría de sus miembros eran espiritistas, y que, en realidad, allí se hacía más bien espiritismo que otra cosa. «Sus guías, leemos en efecto en una carta publicada por un órgano teosofista, son elementales: Francisco el monje, M. Sheldon, y Abdallah ben Yusuf, este último antiguo adepto árabe; sacrifican cabras; han querido formar un círculo para obtener informaciones de una manera prohibida. Hay también entre ellos astrólogos, y sectarios confesos de Hiram Buther» (NA: Lucifer, 15 de junio de 1889.). Este último personaje había fundado en Boston una «Fraternidad esotérica», que se daba como meta «el estudio y el desarrollo del verdadero sentido interno de la inspiración divina, y la interpretación de todas las escrituras»; las obras bastante numerosas que publicó no contienen nada serio. Sin embargo, en el ejemplo que acabamos de dar, no puede decirse que se trate de una escuela espiritista hablando propiamente; pero se puede suponer, ya sea que el espiritismo se haya infiltrado en una organización preexistente, o ya sea que no se trate más que un disfraz destinado a ilusionar por medio de un nombre usurpado; en todo caso, si verdaderamente no es más que espiritismo, eso querría afectar no obstante que es otra cosa. Si hemos citado este caso, es para mostrar mejor todas las formas que un movimiento como éste es susceptible de tomar; y, a este propósito, recordaremos todavía la influencia que el espiritismo ha ejercido manifiestamente sobre el ocultismo y el teosofismo, a pesar del antagonismo aparente en que se encuentra frente a estas escuelas más recientes, cuyos fundadores y jefes, habiendo sido primero espiritistas en su mayoría, guardaron siempre algo de sus primeras ideas.