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Guénon Doutrinas Tradicionais

quarta-feira 27 de dezembro de 2023, por Cardoso de Castro

  

LA CIENCIA PROFANA ANTE LAS DOCTRINAS TRADICIONALES
Bien que hemos precisado frecuentemente cuál debía ser normalmente, frente a la ciencia profana, la actitud de cualquiera que represente o más simplemente exponga una doctrina tradicional cualquiera que sea, parece, según ciertas reflexiones que se nos han participado desde sitios diversos en los últimos tiempos, que no todos lo han comprendido todavía perfectamente. Debemos además reconocer que hay para ello una excusa: y es que la actitud de que se trata es difícilmente concebible para aquellos que están más o menos afectados por el espíritu moderno, es decir, la inmensa mayoría de nuestros contemporáneos, al menos en el mundo occidental; raros son los que logran desprenderse enteramente de este espíritu, y que les ha sido impuesto por la educación que han recibido y por el medio mismo en el que viven. Ahora bien, entre esos prejuicios, uno de los más fuertes es ciertamente la creencia en el valor de la ciencia moderna, que es en realidad lo mismo que la ciencia profana: de ahí resulta inevitablemente, en muchos, una especie de voluntad más o menos inconsciente de no admitir que los resultados reales o supuestos de esta ciencia sean algo que pudiese no tenerse en cuenta.

Recordaremos primero que, en cualquier orden, es el punto de vista profano mismo el que es ilegítimo como tal; y este punto de vista consiste esencialmente en considerar las cosas sin vincularlas a ningún principio trascendente, y como si fueran independientes de todo principio, que ignora pura y simplemente, cuando no llega hasta a negarlo de manera más o menos explícita. Esta definición es igualmente aplicable al dominio de la acción y al del conocimiento; en este último, es bien evidente que tal es el caso de la ciencia moderna entera, y, por consiguiente, no tiene ningún derecho a ser considerada como un verdadero conocimiento, puesto que, incluso si llega a enunciar cosas que son verdaderas, la manera como las presenta no es menos ilegítima, y es en todo caso incapaz de dar la razón de ser de su verdad, que no puede residir más que en su dependencia con respecto a los principios. Entiéndase bien además que, desde el momento que hablamos de conocimiento, esto no concierne a las aplicaciones prácticas a las que da lugar; esas aplicaciones, en efecto, son totalmente independientes del valor de la ciencia como tal, y, consecuentemente, no nos interesan aquí. Por lo demás, los doctos mismos reconocen de bastante buena gana que utilizan fuerzas de las que ignoran completamente la naturaleza; en esta ignorancia está sin duda para muchos el carácter peligroso que tales aplicaciones presentan demasiado frecuentemente, pero ésa es otra cuestión sobre la cual no tenemos que insistir ahora.

Se podría preguntar si, a pesar de todo, una ciencia así no puede ser legitimada, restableciendo, para la parte de verdad que puede contener en un orden relativo, el lazo con los principios, único que permitiría comprender efectivamente esta verdad como tal. Sin duda, eso no es imposible en ciertos casos, pero entonces ya no se trataría en realidad de la misma ciencia, puesto que ello implicaría un cambio completo de punto de vista, y que, por eso mismo, un punto de vista profano sería sustituido por un punto de vista tradicional; no hay que olvidar que una ciencia no se define únicamente por su objeto sino también por el punto de vista bajo el cual ella lo considera. Si fuera así, lo que podría ser conservado debería ser cuidadosamente distinguido de lo que habría por el contrario que eliminar, es decir, de todas las concepciones falsas a las cuales la ignorancia de los principios ha permitido demasiado fácilmente introducirse; y la formulación misma de las verdades tendría lo más frecuentemente necesidad de ser rectificada, pues está casi siempre influida más o menos gravemente por esas concepciones falsas a las cuales las verdades en cuestión se encuentran asociadas en la ciencia profana. Nosotros mismos, en una de nuestras obras, hemos dado al respecto algunas indicaciones en lo que concierne a ciertas partes de las matemáticas modernas; y que no se nos venga a decir que, en un caso como aquel, la rectificación de la terminología tendría poca importancia en el fondo, incluso que no merecería el esfuerzo que exigiría, so pretexto que los matemáticos mismos no son engañados por los absurdos implicados en el lenguaje que emplean. Primero, un lenguaje erróneo supone siempre forzosamente alguna confusión en el pensamiento mismo, y es más grave de lo que se podría creer el obstinarse en no querer disipar esta confusión y tratarla como algo desdeñable o indiferente. Seguidamente, incluso si los matemáticos profesionales han terminado por percatarse de la falsedad de ciertas ideas, no es menos cierto que, continuando con las maneras de hablar que reflejan esas mismas ideas falsas, contribuyen a extender éstas o a mantenerlas entre todos los que reciben su enseñanza en una medida cualquiera, directa o indirectamente, y que no tienen la posibilidad de examinar las cosas tan de cerca como ellos. En fin, y esto es todavía más importante, el hecho de servirse de una terminología con la cual no se relaciona ya ninguna otra significación plausible no es otra cosa que una de las manifestaciones de la tendencia cada vez más acentuada de la ciencia actual a reducirse a un «convencionalismo» vacío de sentido, tendencia que es ella misma característica de la fase de "disolución" en los últimos períodos del ciclo. Sería verdaderamente curioso, y además bien digno de una época de desorden intelectual como la nuestra, que algunos, queriendo mostrar que las objeciones que hemos formulado contra su ciencia no son realmente aplicables en lo que les concierne, poniendo precisamente por delante un argumento que no hace al contrario ¡más que aportar a ello una confirmación aún más completa!

Esto nos lleva directamente a una consideración de orden más general: sabemos que se nos reprocha a veces dar cuenta de teorías que los doctos mismos no admiten ya apenas actualmente, o sobre las cuales tienen al menos reservas que no hacían sus predecesores.

Para tomar un ejemplo, es exacto, en efecto, que el transformismo ha perdido mucho terreno en los "medios científicos", sin que se pueda con todo llegar hasta decir que ya no cuenta con partidarios, lo que sería una exageración manifiesta; pero no es menos exacto que continua exponiéndose como antes, y con la misma seguridad "dogmática", en los manuales de enseñanza y en las obras de vulgarización, es decir, en suma, en todo lo que es efectivamente accesible a los que no son "especialistas", si bien, en lo que concierne a la influencia que ejerce sobre la mentalidad general, no ha cambiado verdaderamente nada, y guarda siempre, si así puede decirse, la misma "actualidad" en este aspecto. Se debe además comprender bien que la importancia que atribuimos a ese hecho, que se puede comprobar también para todo tipo de teorías "periclitadas" o "sobrepasadas", según las expresiones a la moda, no quita para que dirijamos un interés particular a la masa del "gran público"; la verdadera razón de ello es que esas teorías afectan indistintamente a todos los que, como acabamos de decir, no son "especialistas", y entre los cuales hay seguramente algunos, por poco numerosos que sean, que, si no sufrieran tales influencias, tendrían posibilidades de comprehensión que, por el contrario, no se pueden encontrar entre los doctos irremediablemente encerrados en sus "especialidades".

A decir verdad, además, no estamos muy seguro de que, si muchos de esos doctos han renunciado por su propia cuenta a las formas groseras del transformismo, no sea simplemente para reemplazarlas por concepciones que, siendo más sutiles, no valen más en el fondo, y son incluso quizá más peligrosas; en todo caso, ¿por qué mantienen un fastidioso equívoco continuando con la palabra "evolución" como hacen siempre, si verdaderamente lo que ellos entienden por tal no tiene ya apenas relación con lo que habitualmente se designaba hasta ahora por esa palabra, y ¿hay que ver ahí una de las manifestaciones del "convencionalismo" científico actual, o simplemente un ejemplo de la tendencia que siempre tienen las palabras, en el uso corriente, a perder completamente su sentido normal? Como quiera que sea, lo que es bastante extraño es que, mientras que algunos nos reprochan no tomar lo suficientemente en consideración lo que se podría llamar la "actualidad" científica, hay también, en otros medios, gentes que, al contrario, no nos perdonan ciertamente el pensar y decir que el materialismo no es ya ahora el único peligro que proceda denunciar, ni incluso el principal o el más temible; hay que creer que es bien difícil satisfacer a todo el mundo, y además debemos decir que esa es una cosa de la cual, por nuestra parte, no nos hemos nunca preocupado mucho.

Volvamos ahora a la cuestión de la legitimación de las ciencias modernas: si esta legitimación es posible para algunas de entre ellas como hemos dicho, sin embargo no es así para todas igualmente, pues hay para eso una condición necesaria, que es que una ciencia tenga un objeto que sea legítimo en sí mismo, si la manera como lo considera no lo es en razón de su carácter profano. Ahora bien, esta condición no es cumplida por las ciencias, que no son en realidad otra cosa que productos específicos de la desviación moderna; un caso totalmente típico en este género es el del psicoanálisis  , y no hay que buscar vincular a principios superiores lo que no es propiamente más que una aberración debida a la acción de influencias psíquicas del orden más bajo; sería como intentar legitimar el espiritismo o las divagaciones "surrealistas" que tienen en suma un origen   muy semejante, siendo la sola diferencia que esas cosas no son admitidas en los cuadros de la enseñanza "oficial". Por otra parte, en lo que concierne a aquellas ciencias modernas que tienen al menos un objeto legítimo, no hay que olvidar que, para muchas de entre ellas, habría que tener en cuenta el carácter de residuos que presentan con relación a ciertas ciencias antiguas, como hemos explicado en otras ocasiones, de modo que su legitimación equivaldría propiamente a una restauración más o menos íntegra de las ciencias tradicionales a las cuales corresponden así y de las que no son realmente más que vestigios degenerados tras el olvido de los principios; pero esta restauración misma no carecería de dificultades, pues, entre esas ciencias tradicionales, las hay, como la astrología por ejemplo, cuya verdadera "clave" parece bien perdida, y que en todo caso habría que guardarse de confundir con las deformaciones de fecha más o menos reciente que se encuentran hoy bajo el mismo nombre, y que están ellas mismas fuertemente afectadas por el punto de vista profano que invade todo cada vez más.

La cuestión que acabamos de examinar no tiene por lo demás actualmente más que un interés en cierto modo "teórico", pues, de hecho, la legitimación de que se trata no ha sido emprendida en ningún caso, de suerte que, cuando se trata de la ciencia moderna, nos encontramos siempre únicamente en presencia de la ciencia profana.

Esta no puede ser considerada, con relación a las doctrinas tradicionales, más que como puramente inexistente; en otros términos, no hay que preocuparse en absoluto por saber si se encuentra en acuerdo o en desacuerdo con esas doctrinas, con las cuales, en razón de su falta de principios, no podría tener ninguna relación efectiva. Si hay desacuerdo, se puede estar seguro que el error está forzosamente del lado de la ciencia profana, no pudiendo los datos tradicionales ser objeto de ninguna duda para cualquiera que comprenda su verdadera naturaleza; si por el contrario hay acuerdo, tanto mejor para esta ciencia, pero para ella solamente, pues eso muestra que ha llegado, aunque por vías muy desviadas e inciertas, a alcanzar la verdad sobre algunos puntos particulares. Este encuentro, que tiene un carácter totalmente accidental, en nada importa a las doctrinas tradicionales, pues no tienen necesidad de una "confirmación" exterior cualquiera; sería además una singular confirmación la que pretendiera obtenerse apelando a una ciencia para la cual las verdades de que se trata no pueden jamás, como todo el conjunto de sus teorías, aparecer más que como simples hipótesis más o menos probables. Tampoco ha lugar a asociar a datos tradicionales unas ideas tomadas de la ciencia profana o inspiradas por ella más o menos directamente; ésa es una empresa perfectamente vana, y que no pueden acometer sino los que, como los ocultistas por ejemplo, ignoran totalmente el alcance real de los elementos fragmentarios que han tomado en lo que han podido conocer de diversas tradiciones; hemos ya explicado bastante frecuentemente la inanidad de ese género de construcciones "sincréticas" e híbridas para que sea necesario extendernos de nuevo en ello.

Por otra parte, hemos tenido también ocasión de hacer observar la debilidad, por no decir más, de la actitud que se ha convenido en llamar "apologética", y que consiste en querer defender una tradición contra ataques como los de la ciencia moderna discutiendo los argumentos de ésta sobre su propio terreno, lo que no deja casi nunca de entrañar concesiones más o menos molestas, y lo cual implica en todo caso un desconocimiento del carácter trascendente de la doctrina tradicional. Esta actitud es habitualmente la de los exoteristas, y se puede pensar que, muy frecuentemente, son impulsados por el temor de que un mayor o menor número de adherentes de su tradición se dejen disuadir por las objeciones científicas o sedicentemente tales que son formuladas contra ella; pero, además que esta consideración "cuantitativa" es ella misma de un orden bastante profano, esas objeciones merecen tanto menos que se le otorgue tal importancia cuanto que la ciencia de la cual se inspiran cambia continuamente, lo que debería bastar para probar su poca solidez. Cuando se ve, por ejemplo, a teólogos preocuparse por "concordar la Biblia   con la ciencia", es demasiado fácil comprobar cómo tal trabajo es ilusorio, puesto que hay que rehacerlo constantemente a medida que las teorías científicas se modifican, sin contar que siempre tiene el inconveniente de parecer solidarizar la tradición con el estado presente de la ciencia profana, es decir, con teorías que no serán quizás admitidas ya por nadie al cabo de algunos años, si es que no lo son incluso ya por los doctos, pues eso puede también ocurrir, siendo las objeciones que así se combaten lo más ordinariamente cosa de vulgarizadores más que de los doctos mismos. En lugar de rebajar torpemente las Escrituras sagradas a semejante nivel, esos teólogos harían sin duda mucho mejor en buscar profundizar tanto como sea posible su verdadero sentido, y exponerlo pura y simplemente para beneficio de los que son capaces de comprenderlo, y que, si lo comprendieran efectivamente, no serían ya tentados a dejarse influir por las hipótesis de la Ciencia profana, como tampoco por la "crítica" disolvente de una exégesis modernista y racionalista, es decir, esencialmente anti-tradicional, cuyos pretendidos resultados no tienen que ser ya tomados en consideración por los que tienen consciencia de lo que es realmente la tradición. Cualquiera que exponga una doctrina tradicional, exotérica tanto como esotérica, tiene no solamente el derecho más estricto, sino incluso el deber de guardarse del menor compromiso con el punto de vista profano, en el dominio que sea; pero ¿dónde están hoy, en Occidente, los que comprenden todavía que así debe ser? Algunos dirán quizá que, después de todo, eso es asunto de los teólogos, puesto que son ellos los que acabamos de tomar como ejemplo, y no nuestro; pero no somos de los que estiman que es posible desinteresarse de los ataques lanzados a una tradición cualquiera distinta de la de uno, y que incluso están prestos a felicitarse de los ataques que apuntan a una tradición distinta de la suya, como si se tratase de golpes dirigidos contra "competidores", y como si esos ataques no alcanzaran siempre, en definitiva, al espíritu tradicional mismo; y el género de "apologética" del que hemos hablado muestra demasiado hasta qué punto han logrado debilitar este espíritu tradicional en aquellos mismos que se creen sus defensores.

Ahora, hay todavía un punto que nos hace falta precisar bien para evitar todo malentendido: no habría ciertamente que pensar que aquel que pretende mantenerse en una actitud rigurosamente tradicional debe desde entonces prohibirse hablar jamás de las teorías de la ciencia profana; puede y debe al contrario, cuando ha lugar, denunciar sus errores y sus peligros, y ello sobre todo cuando se encuentran afirmaciones que van nítidamente contra los datos de la tradición; pero deberá hacerlo siempre de tal manera que ello no constituya de ningún modo una discusión "de igual a igual", que no es posible más que a condición de emplazarse a sí mismo sobre el terreno profano. En efecto, aquello de que se trata realmente en semejante caso, es un juicio formulado en nombre de una autoridad superior, la de la doctrina tradicional, pues entiéndase bien que es esta sola doctrina la que cuenta aquí y que las individualidades que la expresan no tienen la menor importancia en sí mismas; ahora bien, nunca se ha osado pretender, que sepamos, que un juicio podía ser asimilado a una discusión o a una polémica. Si, por un prejuicio debido a la incomprehensión y del cual la mala fe no está desgraciadamente siempre ausente, los que desconocen la autoridad de la tradición pretenden ver "polémica" allá donde no hay ni la sombra de ella, no hay evidentemente ningún medio para impedírselo, como tampoco se puede impedir a un ignorante o a un estúpido tomar las doctrinas tradicionales por "filosofía", pero a eso no vale la pena prestar la menor atención; igualmente, todos los que comprenden lo que es la tradición, y que son los únicos cuya opinión importa, sabrán perfectamente a qué atenerse; y, por nuestra parte, si hay profanos que querrían arrastrarnos a discutir con ellos, les advertimos de una vez por todas que, como no podríamos consentir en descender a su nivel ni a colocarnos en su punto de vista, sus esfuerzos caerán siempre en el vacío.