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Guénon Cabeças Negras

quarta-feira 27 de dezembro de 2023, por Cardoso de Castro

  

René Guénon — SÍMBOLOS DA CIÊNCIA SAGRADA

OS CABEÇAS NEGRAS
El nombre de los etíopes significa literalmente "caras quemadas" (aithi-ôps) (de la misma raíz aith- deriva también el vocablo Aithèr, ya que el Éter puede considerarse en cierto modo como un fuego superior, el del "Cielo empíreo"), y, por consiguiente, "caras negras"; se lo interpreta comúnmente como la designación de un pueblo de raza negra, o cuando menos de tez oscura [1]. Empero, esta explicación demasiado "simplista" aparece poco satisfactoria desde que se advierte que los antiguos daban el mismo nombre de "Etiopía" a países muy diversos, entre ellos algunos a los cuales no convendría de ninguna manera, pues particularmente la Atlántida misma, se dice, fue llamada "Etiopía" también; al contrario, no parece que tal denominación haya sido aplicada jamás a los países habitados por pueblos pertenecientes propiamente a la raza negra. Debe, pues, haber otra cosa, y esto se hace más evidente aún cuando se comprueba en otras partes la existencia de palabras o expresiones similares, de modo que uno se ve naturalmente llevado a investigar qué significación simbólica pueden ellas tener en realidad.

Los chinos se designaban antiguamente a sí mismos como el "pueblo negro" (li-min); esta expresión se encuentra particularmente en el Shu King (reinado del emperador Shun, 2317-2208 antes de la era cristiana). Mucho más tarde, en los comienzos de la dinastía Tsing (siglo III antes de la era cristiana), el emperador dio a su pueblo otro nombre análogo [2], el de "cabezas negras" (kion-shou); y, cosa singular, se encuentra exactamente la misma expresión en Caldea (nishi salmat kakkadi), mil años por lo menos antes de esa época. Además, es de notar que los caracteres kien y hei, con la significación de ’negro’, representan la llama; así, el sentido de la expresión "cabezas negras" se aproxima más estrechamente aún al del nombre de los etíopes. Los orientalistas, que lo más a menudo ignoran deliberadamente todo simbolismo, quieren explicar esos términos de "pueblo negro" y "cabezas negras" como designaciones del "pueblo de cabellos negros"; desgraciadamente, si este carácter conviene en efecto a los chinos, no podría distinguirlo en modo alguno de las poblaciones vecinas, de suerte que tal explicación aparece en el fondo como enteramente insignificante.

Por otra parte, algunos han pensado que el "pueblo negro" era propiamente la masa del pueblo, a la cual se habría atribuido el color negro como lo está en la India a los çúdra, y con el mismo sentido de indistinción y anonimato; pero parece que en realidad todo el pueblo chino haya sido designado así, sin que se haya hecho a este respecto ninguna diferencia entre la masa y la minoría; y, si es así, el simbolismo de que se trata no es ya válido para el caso. Por lo demás, si se reflexiona en que no solamente las expresiones de ese género han tenido un uso tan extenso en el espacio y en el tiempo como lo hemos indicado (y es muy posible, incluso, que existan aún otros ejemplos), sino también los antiguos egipcios, por su parte, daban a su país el nombre de Kêmi o ’tierra negra’, se advertirá que es sin duda en extremo inverosímil que tantos pueblos diversos hayan adoptado, para sí o para su país, una designación que tuviera sentido peyorativo. Conviene referirse aquí, pues, no a ese sentido inferior del color negro, sino más bien a su sentido superior, puesto que, según lo hemos explicado en otras oportunidades, ese color presenta un doble simbolismo, exactamente como, por lo demás, el anonimato, al cual aludíamos poco antes con respecto a la masa del pueblo, tiene también dos significaciones opuestas [3].




[1Los habitantes del país conocido aún actualmente con el nombre de "Etiopía", si bien tienen tez oscura, no pertenecen a la raza negra.

[2Sabido es que en China la atribución a los seres y las cosas de sus "designaciones correctas" formaba parte tradicionalmente de las funciones del soberano.

[3Sobre el doble sentido del anonimato, ver Le Régne de la quantité et lés signes des temps, cap. IX.