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Secret Pico

segunda-feira 28 de março de 2022

  

Excertos da tradução espanhola de Ignacio Gómez de Liaño e Tomá Pollán

LOS «ANCESTROS» DE LA KABBALA   CRISTIANA
Juan Pico de la Mirándola (1463-1494) el «Fénix de su tiempo», el «príncipe encantador del Renacimiento», ha entrado demasiado pronto en la leyenda. Cuando nació, un globo de fuego apareció en la alcoba de su madre. Su memoria era tal que podía, después de leer un poema, recitarlo comenzando incluso por el último verso, y antes de que su caso ilustrase la teoría de la metempsicosis, Poste!, que se miraba en él, hablaba «del divino o verdaderamente angélico y más humano espíritu que habitó dentro del señor Pico de la Mirándola» [1]. A la edad de catorce años abandona el derecho canónico por la filosofía y las lenguas, y es bien conocida la fulgurante carrera que le lleva de Bolonia a Ferrara, a Padua, a París, a Florencia. Avido de conocerlo todo, griegos y latinos, árabes y judíos, propone, a la edad de veintitrés años, sus 900 tesis «de omni scibili». Su prestigio fue tal que un historiador como L. Febvre llegó a escribir «que desplegaba sus ensueños en tantos y grandes volúmenes» [2], si bien la parte de Juan Pico de la Mirándola constituye el menor de los infolios que reúnen las obras del tío y del sobrino, Juan-Francisco, con el que a menudo se le confunde todavía. Así es como la tradición atribuyó a Pico de Mirándola la gloria de haber introducido la kabbala en la heredad humanista. Es verdad que el joven Conde había declarado en la Apología, escrita en defensa de las tesis que acababan de alarmar a la opinión romana: «Yo creo ser el primero que ha mencionado de una manera explícita la kabbala» [3]. Desde el 1516, Juan Reuchlin, en su tratado del Arte de la kabbala, hacía decir al interlocutor principal del diálogo, el judío Simeón, que «aquellos a los que se les llama en hebreo Mekablim, se les designa en latín con los términos de Cabalistas o Cabálicos, desde Juan Pico de la Mirándola, antes del cual este nombre era desconocido en la lengua de los Romanos»FOONOTE()>De arte cabalística, en J. Pistorius, Artis cabalisticae..., tomus I, Basilea, 1587, p. 629. La palabra Meqabbel está formada sobre el mismo verbo que da kabbala. Frecuentemente se hallará «Mecubale», con el mismo sentido. Reuchlin intentó lanzar tres vocablos latinos para traducir los matices, en De arte..., p. 620; los «Cabalici» que tienen la inspiración divina, los «cabalei», sus discípulos, y los «Cabalistae» que tratan de imitarlos.]]. En 1517, en un tratado de kabbala dedicado al cardenal de Médicis, futuro Clemente VII, el cardenal Egidio de Viterbo, que sin embargo admiraba menos la ciencia de Pico que la de Reuchlin, le reconocía su primacía en kabbala [4], y esto mismo es lo que repetía el franciscano Pedro Galatino en el tratado De los secretos de la verdad católica [5], escrito en defensa de Reuchlin, y publicado en 1518. El largo éxito de que gozaron las obras de Reuchlin y de Galatino, reeditadas a menudo conjuntamente, fijó la tradición.

Aunque por muchos conceptos Pico de la Mirándola merezca seguir siendo el héroe de la kabbala cristiana, con todo, mal se comprendería, de hecho, la aparición de la kabbala en el entorno humanista y su evolución, si no ponemos atención en el contexto de la famosa declaración de Pico, y en el entorno dentro del cual el propio Pico desarrolló su pensamiento.

Cuando en su Apología hablaba el joven Conde de kabbala implícita, buen cuidado que ponía en buscarse ancestros. Entre las trece tesis suspectas, examinadas por la comisión reunida a instancias de Inocencio VIII, figuraba, en efecto, la novena de la serie de las Conclusiones mágicas según su propia opinión: «No hay ciencia que más certidumbre nos dé sobre la divinidad de Cristo que la magia y la kabbala» [6]. Según lo refiere Reuchlin, después de Pico de la Mirándola, «el solo nombre de cábala les ha parecido tan horrible a los oídos de los doctores que han podido pensar, con sólo escuchar esta palabra de cabalistas, que se trataba no de hombres, sino más bien de hircocervos, de centauros o de monstruos de esta especie. Como en una conversación alguien se preguntase qué era eso de la cábala, se le respondió que era un cierto hombre pérfido y diabólico que había escrito mucho contra el Cristo, y que a sus discípulos se les llamaba cabalistas». «¿Podréis contener la risa?», exclamaba Pico, con Horacio [7]. Pero no dejaba por eso de entrar en largas explicaciones, anticipando que «quien los lea demasiado deprisa hallará en ellos en vez de un Edipo, misterios y enigmas» [8].

Explicaba entonces: «Es preciso, pues, saber que, no sólo según Rabi Eleazar, Rabi Moisés de Egipto, Rabi Simeón ben Lagis, Rabi Ismael, Rabi Jodah y Rabi Nachiman [9] y otros innumerables sabios hebreos, sino incluso según nuestros propios doctores, como lo demostraré más adelante, Dios dio en el monte a Moisés, además de la Ley que fue recogida por escrito en el Pentateuco  , la explicación verdadera de la Ley, con la manifestación de todos los misterios que se contienen bajo la corteza y el haz grosera de las palabras. Respecto a esta doble ley literal y espiritual, Moisés recibió de Dios la orden de recoger por escrito la primera y de comunicársela al pueblo, pero que se guardase de escribir la segunda, y que la confiase sólo a los sabios en número de setenta, escogidos por Moisés por orden de Dios a fin de guardar la Ley. Moisés hizo a estos sabios la misma recomendación de no escribirla, sino de revelarla de viva voz a sus sucesores a fin de que éstos, a su vez, hiciesen otro tanto.»

Por haber sido transmitida a manera de herencia, es decir, recibiéndola de un maestro, se le ha dado a esta ciencia el nombre de kabbala, que significa recepción... Que esto ha sido así: que Dios dio a Moisés la Ley literal para que la consignase por escrito, y que Dios le reveló además los misterios contenidos en la Ley, tengo de ello cinco testimonios entre los nuestros: Esdrás, Pablo, Orígenes, Hilario y el Evangelio.

Para empezar, tenemos este texto de Esdrás (IV Esdrás XIV, 3-6), a quien el Señor se dirigió en estos términos: «He hecho mi revelación en la zarza, y he hablado a Moisés, cuando mi pueblo estaba esclavo en Egipto. Y le he hecho salir de Egipto. Y le he hecho subir al Sinaí, donde le he retenido junto a mí varios días. Y le he participado gran número de mis maravillas. Y le he manifestado los secretos y el fin de los tiempos. Y le he ordenado: ‘Estas palabras, decláralas; aquéllas, ocúltalas’.»

Tenemos, a continuación, la autorizada opinión de Orígenes, cuyo testimonio respecto a los asuntos en que la Iglesia lo acepta es muy poderoso, porque allí donde es bueno no hay nada mejor. Así, pues, Orígenes (Ed. Migue, 14, 4, col. 928), hablando sobre este pasaje de Pablo, III de la Epístola a los Romanos, declara: «¿Cuál es pues la ventaja de los judíos, o cuál es la utilidad de la circuncisión? Considerable de todo punto y por lo pronto: los oráculos de Dios (eloquia Dei) les han sido confiados.» Orígenes dice que hay que tomarlos en consideración, no porque son letra escrita, sino porque son los oráculos de Dios. De este texto de Orígenes nosotros sacamos que además de la Ley literal, a los judíos se les transmitió otra cosa, que Pablo llama los oráculos de Dios. La letra, es decir, la ley literal, nadie niega que les fuese revelada. Pero ésta no es en modo alguno una prerrogativa, porque la letra en sí misma mata; si no la vivifica el espíritu, es, en cuanto tal, algo completamente muerto. Pero además de esta ley, les fueron dados los oráculos de Dios, de los que con todo derecho se glorían, y que no son sino aquello que los hebreos llaman cábala, es decir, el verdadero sentido de la ley recibido de boca en boca. La expresión de «Torah scebealpe», que se encuentra en ellos, significa ley de boca, la cual, por ser recibida a manera de herencia, se denomina cábala.

Que esta ciencia recibida de Dios Moisés la haya en seguida comunicado a sólo setenta ancianos, Hilario (Ed. Migne, 9, 1, col. 262) da de ello un testimonio claro en su explicación del psalmo II: «Porque los pueblos se han estremecido...» Escribe: «Ya desde Moisés había setenta doctores antes de la institución de la Sinagoga. Pues el propio Moisés, que había consignado por escrito las palabras del Antiguo Testamento, confió aparte algunos de los más secretos misterios de los secretos de la Ley a los setenta ancianos y a sus sucesores. El propio Señor recuerda esta doctrina, cuando dice: «Los escribas y los fariseos se han sentado en la silla de Moisés. Haced, pues, y observad todo lo que dicen, pero no imitéis sus acciones» (Math., XXIII, 2). Su doctrina pasó a sus sucesores. Tales son las palabras de Hilario. Así, pues, según el expreso testimonio de este Padre, hubo además de la Ley escrita otra doctrina más secreta que Moisés había confiado a los setenta sabios.

Que esta doctrina más santa y más verdadera que explicaba los misterios de la Ley no fue publicada, sino solamente revelada a Moisés por Dios, y por Moisés a los setenta sabios, Orígenes lo atestigua en la continuación del pasaje que he citado. Es de Moisés, de los profetas y de aquellos que les son semejantes, de quienes hay que oír las palabras «a los cuales les fueron confiados los oráculos de Dios». Por estos consejeros admirables hay que entender aquellos que los hebreos llaman Senedrín, es decir, los setenta sabios que Moisés eligió por orden de Dios.

Me parece que desempeñaron el papel que en nuestros días tienen los cardenales de nuestra Iglesia. Y según su número de setenta, como ahora lo declaramos, los misterios de la kabbala fueron redactados en 70 libros principales en tiempos de Esdrás. En efecto, hasta entonces, nada de esta doctrina se había recogido por escrito, la cual, como he dicho, era transmitida por recepción hereditaria, que ha dado lugar al término de cabalística. Cuando los judíos fueron liberados por Ciro del cautiverio de Babilonia, y el templo restaurado bajo Zorobabel, Esdrás, que presidía la Sinagoga, después de haber restablecido los textos del Antiguo Testamento, quiso asimismo redactar los secretos oráculos de Dios, para evitar que la tradición no se perdiese en el curso de las vicisitudes de la historia de su pueblo. Esdrás mandó, pues, que los setenta ancianos redactasen en 70 libros los misterios, que, sin embargo, no serían en lo sucesivo confiados sino a sólo los sabios. Estas son las propias palabras de Esdrás: «Después de cuarenta días, el Altísimo habló y dijo: ‘Las primeras cosas que has escrito dalas al público; que los dignos y los indignos las lean. Pero conservarás los setenta últimos libros para confiarlos a los sabios de tu pueblo, porque en estos libros se encuentran los veneros de la inteligencia, el manantial de la sabiduría y el río de la ciencia» (IV Esdrás, 45-47).

Pico de la Mirándola recogía ahí los términos de la Oratio, que debería pronunciar en la apertura de la discusión de sus 900 tesis, y por nuestra parte tendremos que volver sobre estos 70 libros que creyó haber reencontrado cuando compró los manuscritos de kabbala. A estas autoridades agregó otras, como la de San Jerónimo, a quien a menudo se refiere a la opinión de sus maestros hebreos [10]. A quienes objetaban que se podía tratar de otros autores judíos, respondía [11] : «No se puede dudar que Jerónimo habla de los doctores de la kabbala, lo cual se puede demostrar con razones evidentes. En efecto, toda la escuela de los hebreos se divide en tres sectas: filósofos, cabalistas y talmúdicos. No se puede creer que nuestros antiguos doctores hayan alegado a los talmudistas, ya que Clemente y otros muchos que alegan a los hebreos vivieron antes de la composición del Talmud, redactado ciento cincuenta años después de la muerte de Cristo, y puesto que la doctrina del Talmud los judíos, nuestros enemigos, la erigieron enteramente contra nosotros. Por consiguiente nuestros doctores no podían dispensar tal honor a esta doctrina. Ef igualmente cierto que no alegaron a los filósofos, porque aquellos que comenzaron a exponer la Biblia según la filosofía lo hicieror recientemente. El primero fue Rabi Moisés de Egipto, contemporá neo de Averroes   de Córdoba, muerto hace trescientos años...» Er el Heptaplus, Pico referirá una vez más esta regla de los antiguos hebreos, recordada por Jerónimo: que nadie podía tratar sobre h creación del mundo, el Ma’ase Beresith, antes de alcanzar la ma durez [12].


Notas

Ver online : Pico della Mirandola


[1E. Dermenghem, T. Morus et les utopistes de la Renaissance, Paris, 1927, p. 223, y sobre la metempsicosis, A. E. Waite, The doctrine and literature of the kabbalah, Londres, 1902, p. 331.

[2Le problème de l’incroyance au XVIe siècle, Paris, 1942, p. 489.

[3Conclusiones nongentae..., ed. París, 1532, p. 53.

[4Scechina e Libellus de litteris hebraicis, ed. Nazionale dei Classici, Roma, 1959, I, p. 24.

[5De arcanis catholicae veritatis (1.e ed. 1518), ed. 1550, p. 22.

[6Cf. L. Dorez y L. Thuasne; Pic de la Mirándole París, 1897, p. 51 y siguientes.

[7Apología, en Conclusiones, p. 43; De arte, p. 621.

[8Apología, p. 26.

[9Ibid., p. 43; para la identificación de estos nombres, cf. E. Anagnine, op. cit., p. 85 y ss.

[10Jean Morin, en Exercitationes biblicae, ed. París, 1633, p. 130 y ss., ha confeccionado una lista de los judíos conocidos por san Jerónimo.

[11Apología, p. 52. En la Conclusión 63 de la segunda serie, Pico hace de Maimónides un autor que se puede leer como si fuese un kabbalista, cf. L. G. Levy, Maimonide, p. 268; cf. F. Secret, Le Zohar chez les kabbalistes chrétiens, Paris, 1958, p. 41.

[12Heptaplus, ed. Garin, p. 176; cf. A. Franck, op. cit., p. 41 y ss.