Página inicial > René Guénon > Obras: unidad

Obras: unidad

sexta-feira 2 de fevereiro de 2024

  

De lo que se trata, bajo cualquier designación que sea, es siempre de lo «exterior» (ez-zâher) y de lo «interior» (el-bâten), es decir, de lo aparente y de lo oculto, que por lo demás son tales por su naturaleza misma, y no por el efecto de convenciones cualesquiera o de precauciones tomadas artificialmente, ni siquiera arbitrariamente, por los detentadores de la doctrina Tradicional. Este «exterior» y ese «interior» son figurados por la circunferencia y su centro, que puede ser considerada como la sección misma del fruto evocado por el simbolismo precedente, al mismo tiempo que somos así llevado por otra parte a la imagen, común a todas las Tradiciones, de la «rueda de las cosas». En efecto, si se consideran los dos términos en cuestión en el sentido universal, y sin limitarse a la aplicación que de los mismos se hace lo más habitualmente en una forma Tradicional particular, puede uno decir que la shariyah, la «gran ruta» recorrida por todos los seres, no es otra cosa que lo que la Tradición extremo-Oriental denomina la «corriente de las formas», mientras que la haqîqah, la verdad una e inmutable, reside en el «invariable medio» (NA: se ha de precisar, a propósito de la Tradición extremo-Oriental, que se encuentran en ella los equivalentes muy claros de estos dos términos, no como dos aspectos exotérico esotérico de una misma doctrina, sino como dos enseñanzas separadas, al menos desde la época de Confucio   y de Lao-tsen; puede decirse en efecto, en todo rigor, que el confucianismo corresponde a la shariyah y el taoísmo a la haqîqah.). Para pasar de la una a la otra, y pues de la circunferencia al centro, es menester seguir uno de los radios: Es la tarîqah, es decir, el «sendero», la vía estrecha que no es seguida más que por un pequeño número (NA: los términos shariyah y tarîqah contienen uno y otro la idea de «marcha», y por consiguiente de movimiento (y es menester notar el simbolismo del movimiento circular para la primera y del movimiento rectilíneo para la segunda); hay en efecto cambio y multiplicidad en los dos casos, debiendo adaptarse la primera a la diversidad de las condiciones exteriores, y la segunda a la diversidad de las naturalezas individuales; solo el ser que ha alcanzado efectivamente la haqîqah participa por ahí mismo de su unidad y de su inmutabilidad.). Hay por lo demás una multitud de turuq, que son todos los radios de la circunferencia tomada en el sentido centrípeto, puesto que se trata de partir de la multiplicidad de lo manifestado para llegar a la unidad principal: Cada tarîqah, partiendo de un cierto punto de la circunferencia, es particularmente apropiada a los seres que se encuentran en ese punto; pero todas, cualesquiera que sea su punto de partida, tienden de modo parecido hacia un punto único (NA: esta convergencia es figurada por la de la qiblah (orientación ritual) de todos los lugares hacia la Kaabah, que es la «casa de Dios» (Beit Allah), y cuya forma es la de un cubo (imagen de estabilidad) que ocupa el centro de una circunferencia que es la sección terrestre (humana) de la esfera de la Existencia Universal.), todas finalizan en el centro y conducen así a los seres que las siguen a la esencial simplicidad del «estado primordial». 16 Apercepciones sobre el esoterismo islámico   y el taoismo LA CORTEZA Y EL NÚCLEO

Se debe hacer observar, a este respecto, que, para la mayoría de los hombres, que se atienen inevitablemente a la ley exterior, ésta toma un carácter que es menos el de un límite que el de una guía: Es siempre un lazo que les impide extraviarse o perderse; sin esa ley que les sujeta y obliga a recorrer una ruta determinada, no solo no alcanzarían el centro, sino que se arriesgarían a alejarse indefinidamente de él, mientras que el movimiento circular les mantiene al menos a una distancia constante del mismo (NA: añadimos que esta ley debe considerarse normalmente como una aplicación o una especificación humana de la ley cósmica, que liga de modo parecido toda la manifestación al Principio, así como lo hemos explicado en otra parte a propósito de la significación de la «Ley de Manú» en la doctrina hindú.). Por ahí, los que no pueden contemplar directamente la luz reciben al menos un reflejo y una participación; y permanecen así vinculados en cierto modo al Principio, aún cuando que ellos no tienen y no podrían tener consciencia efectiva de éste. En efecto, la circunferencia no podría existir sin el centro, de quien procede en realidad entera, y, si los seres que están ligados a la circunferencia no ven en punto ninguno el centro y ni siquiera los radios, por ello cada uno de los mismos no se encuentra menos inevitablemente en la extremidad de un radio cuya otra extremidad es el centro mismo. Solo que es aquí donde la corteza se interpone y oculta todo lo que se encuentra en el interior, mientras que el que la haya horadado, tomando por ahí mismo consciencia del radio correspondiente a su propia posición sobre la circunferencia, estará franqueado de la rotación indefinida de ésta y no tendrá más que seguir ese radio para ir hacia el centro; ese radio es la tarîqah por la cual, partiendo de la shariyah, llegará a la haqîqah. Es menester por lo demás precisar que, desde que la envoltura ha sido penetrada, uno se encuentra en el dominio del esoterismo, siendo esa penetración, en la situación del ser en relación a la envoltura misma, una especie de vuelta atrás o de «volvimiento» que es en lo que consiste el paso de lo exterior a lo interior; es incluso más propiamente, en un sentido, a la tarîqah a quien conviene esta designación de esoterismo, puesto que, a decir verdad, la haqîqah está más allá de la distinción del exoterismo y del esoterismo, que implica comparación y correlación: El centro aparece efectivamente como el punto más interior de todos, pero, desde que uno ha llegado allí, ya no puede ser cuestión de exterior ni de interior, desapareciendo entonces, resolviéndose en la unidad principal toda distinción contingente. Es por lo que Allah, de igual modo que es el «Primero y el Último» (El-Awwal wa El-Akher) (NA: es decir, como en el símbolo del «alfa» y del «Omega», el Principio y el Fin.), es también «Lo Exterior y lo Interior» (El-Zâher wa El-Bâten) (NA: se podría traducir también por lo «Evidente» (en relación a la manifestación) y lo «Oculto» (en Sí mismo), lo que corresponde todavía a los dos puntos de vista de la shariyah (de orden social y religioso) y de la haqîqah (de orden puramente intelectual y metafísico), ello, aunque esta última pueda ser también dicha más allá de todos los puntos de vista, como comprendiéndolos a todos sintéticamente en sí misma.), puesto que nada de lo que es podría quedar o ser fuera de Él, y en Él solo está contenida toda realidad, porque Él es Él mismo la Realidad absoluta, la Verdad total: Hoa El-Haqq. 18 Apercepciones sobre el esoterismo islámico y el taoismo LA CORTEZA Y EL NÚCLEO

«Simplicidad» y «pequeñez» son aquí, en el fondo, equivalentes de la «pobreza», de la que es tan frecuentemente cuestión también en el Evangelio, y que se comprende generalmente muy mal: «Bienaventurados los pobres "en" espíritu, pues el Reino de los Cielos les pertenece» (San Mateo, 5:2.). Esa «pobreza» (en árabe El-Faqru) conduce, según el esoterismo musulmán, a El-fanâ, es decir, a la «extinción» del «yo» (NA: esta «extinción» no carece de analogía, incluso en cuanto al sentido literal del término que la designa, con el Nirvâna de la doctrina hindú; más allá de El-fanâ hay todavía Fanâ el-fanâi, la «extinción de la extinción» que corresponde del mismo modo al Parinirvâna.); y, por esta «extinción», se alcanza la «estación divina» (El-maqâmul-ilahi), que es el punto central donde todas las distinciones inherentes a los puntos de vista exteriores son rebasadas, donde todas las aposiciones han desaparecido y son resueltas en un perfecto equilibrio. «En el estado primordial, estas oposiciones no existían. Todas son derivadas de la diversificación de los seres (inherente a la manifestación y contingente como ella), y de sus contactos causados por la rotación universal (es decir, por la rotación de la «rueda cósmica» alrededor de su eje). Cesan de inmediato de afectar al ser que ha reducido su yo distinto y su movimiento particular a casi nada» (Tchoang-tsen, XIX.). Esta reducción del «yo distinto», que finalmente desaparece reabsorbiéndose en un punto único, es lo mismo que El-fanâ, y también que el «vacío» que hemos cuestionado un poco más atrás; es por lo demás evidente, según el simbolismo de la rueda, que el «movimiento» de un ser es tanto más reducido cuanto que ese ser está más próximo del centro. «Ese ser no entra más en conflicto con ningún ser, porque está establecido en lo infinito, borrado en lo indefinido (NA: la primera de estas dos expresiones se refiere a la «Personalidad» y la segunda a la «individualidad».). Ha llegado y se tiene en el punto de partida de las transformaciones, punto neutro donde no hay conflictos. Por concentración de su naturaleza, por alimentación de su espíritu vital, por reunión de todas sus potencias, se ha unido al Principio de todas las génesis. Estando su naturaleza entera (totalizada sintéticamente en la unidad principal), estando su espíritu vital intacto, ningún ser podría mermarle» (Ibid. La última frase se refiere todavía a las condiciones del «estado primordial»: Es lo que la Tradición judeo-cristiana designa como la inmortalidad del hombre antes de la «caída», inmortalidad recobrada por el que, vuelto al «Centro del Mundo», se alimenta del «Árbol de la Vida».). 32 Apercepciones sobre el esoterismo islámico y el taoismo Et-Faqru

La «simplicidad» que ha sido cuestión más atrás corresponde a la unidad «sin dimensiones» del punto primordial, en que finaliza el movimiento de retorno hacia el origen  . «El hombre absolutamente simple doblega por su simplicidad a todos los seres..., si bien nada se opone a él en las seis regiones del espacio, nada le es hostil, el fuego y el agua no le hieren» (Lie-Tsen, II.). En efecto, él se tiene en el centro, cuyas seis direcciones son salidas por radiación, y donde las mismas vienen, en el movimiento de retorno, a neutralizarse dos a dos, de suerte que, en ese punto único, su triple oposición cesa enteramente, y que nada de lo que se resulta de ellas o se localiza allí puede alcanzar al ser que permanece en la unidad inmutable. Este ser no oponiéndose a nada, tampoco nada podría oponerse a él, puesto que la oposición es necesariamente una relación recíproca, que exige dos términos en presencia, y que, por consiguiente, es incompatible con la unidad principal; y la hostilidad, que no es más que una consecuencia o una manifestación exterior de la oposición, no puede existir en un ser que esta fuera y más allá de toda oposición. El fuego y el agua, que son el tipo de contrarios en el «mundo elementario», no pueden herirle, pues, a decir verdad, ni siquiera existen ya para él en tanto que contrarios, habiendo vuelto a entrar, equilibrándose y neutralizándose el uno al otro por la reunión de sus cualidades aparentemente opuestas, pero realmente complementarias, en la indiferenciación del ether primordial. 33 Apercepciones sobre el esoterismo islámico y el taoismo Et-Faqru

Este punto central, por el cual se establece, para el ser humano, la comunicación con los estados superiores o «celestes», es también la «puerta estrecha» del simbolismo evangélico, y se puede desde ahora comprender lo que son los «ricos» que no pueden pasar por ella: Son los seres atados a la multiplicidad, y que, por consecuencia, son incapaces de elevarse del conocimiento distintivo al conocimiento unificado. Este vinculamiento (o atadura), en efecto, es directamente contrario al desligamiento (o desvinculamiento) que ha sido cuestión más atrás, como la riqueza es contraria a la pobreza, y encadena el ser a la serie indefinida de los ciclos de manifestación (NA: es el samsâra buddhico, la rotación indefinida de la «rueda de la vida» de la que el ser debe liberarse para alcanzar el Nirvâna.). El vinculamiento a la multiplicidad es también, en un cierto sentido, la «tentación Bíblica», que, haciendo gustar al ser el fruto del «Árbol de la Ciencia del bien y del mal», es decir, del conocimiento dual y distintivo de las cosas contingentes, le aleja de la unidad central original y le impide alcanzar el fruto del «Árbol de la Vida»; y es por ahí, en efecto, que el ser está sometido a la alternancia de las mutaciones cíclicas, es decir, al nacimiento y a la muerte. El recorrido indefinido de la multiplicidad es figurado precisamente por las espiras de la serpiente enrollada alrededor del árbol que simboliza el «Eje del Mundo»: Es el camino de los «extraviados» (Ed-dâllîn), de aquellos que están en el «error» en el sentido etimológico de esta palabra, por oposición al «camino recto» (Eç-çirâtul-mustaqîm), en ascensión vertical siguiendo el eje mismo, de quien se habla en la primera sûrat del Qorân (NA: este «camino recto» es idéntico al Te o Rectitud de Lao-tseu, que es la dirección que un ser debe seguir para que su existencia sea según la «Vía» (Tao), o, en otros términos, en conformidad con el Principio.). 34 Apercepciones sobre el esoterismo islámico y el taoismo Et-Faqru

Según los dones Tradicionales de la «ciencia de las letras», Allah creó el mundo, no por el alif que es la primera de las letras, sino por el ba que es la segunda; y, en efecto, aunque la unidad sea necesariamente el principio primero de la manifestación, es la dualidad que ésta presupone inmediatamente, y entre los dos términos de la cual será producida, como entre los dos polos complementarios de esta manifestación, figurados por las dos extremidades del ba, toda la multiplicidad indefinida de las existencia contingentes. Es pues el ba el que es propiamente el origen de la creación, y ésta se cumple por él y en él, es decir, que es a la vez el «medio» y el «lugar» de la misma, siguiendo los dos sentidos que tiene esta letra cuando se toma como la preposición bi (NA: es también por lo que el ba o su equivlaente es la letra inicial de los Libros sagrados: la Thorah comienza por Bereshith, el Qorân por Bismi’Llah y, aunque no se tenga actualmente el texto del Evangelio en una lengua sagrada, se puede al menos precisar que el primer término del Evangelio de San Juan, en hebreo, sería también Bereshith.). El ba, en ese papel primordial, representa Er-Rûh, el «Espíritu», que es menester entender como el Espíritu total de la Existencia universal, y que se identifica esencialmente a la «Luz» (En-Nûr); es producido directamente por el «mandato divino» (min amri’ Llah), y, desde que es producido, es en cierto modo el instrumento por el cual este «mandato» operará todas las cosas, que serán así «ordenadas» todas en relación a él (NA: es de la raíz amr que deriva en hebreo el verbo yâmer, empleado en el Génesis para expresar la acción creadora y representada como «palabra» divina.); antes de él, no hay pues más que el-amr, afirmación del Ser puro y formulación primera de la Voluntad suprema, como antes de la dualidad no hay más que la unidad, o como antes del ba no hay más que el alif. Ahora bien, el alif es la letra «polar» (qutbâniyah) (NA: como lo hemos indicado ya en otra parte, alif = qutb = III (un jeroglífico del Polo, n de mayo de 1937); añadimos que el nombre de Aâlâ, «Altísimo», tiene también el mismo número.), cuya forma misma es la del «eje» siguiendo el cual se cumple el «orden» divino; y la punta superior del alif, que es el «secreto de los secretos» (sirr el-asrâr), se refleja en el punto del ba, en tanto que este punto es el centro de la «circunferencia primera» (ed-dâirah el-awwaliyah) que delimita y envuelve el dominio de la Existencia universal, circunferencia que por lo demás, vista en simultaneidad en todas las direcciones posibles, es en realidad una esfera, la forma primordial y total de la cual nacerán por diferenciación todas las formas particulares. 38 Apercepciones sobre el esoterismo islámico y el taoismo Er-Rûh

Si se considera la forma vertical del alif y la forma horizontal del ba, se ve que su relación es la de un principio activo y un principio pasivo; y esto es conforme a los dones de la ciencia de los números sobre la unidad y la dualidad, no solamente en la enseñanza pitagórica, que es la más generalmente conocida a este respecto, sino también en la de todas las Tradiciones. Este carácter de pasividad es efectivamente inherente a la doble función de «instrumento» y de «medio» universal de que hablábamos hace un momento; es así que Er-Rûh es, en árabe, un término femenino; pero sería menester guardar bien que, según la ley de la analogía, lo que es pasivo o negativo en relación a la Verdad divina (El-Haqq) deviene activo o positivo en relación a la creación (el-khalq) (NA: este doble aspecto corresponde en un cierto sentido, en la Kabbala   hebraica, al de la Shekinah, femenina, y de Metatron, masculino, así como lo que sigue lo hará comprender mejor.). Es esencial considerar aquí estas dos caras opuestas, puesto que lo que se trata es precisamente, si puede expresarse así, del «límite» puesto entre El-Haqq y el-khalq, «límite» por el cual la creación es separada de su Principio divino y se le une a la vez, según el punto de vista bajo el cual se lo considere; es pues, en otros términos, el barzakh por excelencia (NA: consultar T. Burchkhardt, Del «barzakh» (número de diciembre de 1937).); y, de igual modo que Allah es «el Primero y el Último» (El-Awwal wa El-Akhir) en el sentido absoluto, Er-Rûh es «el primero y el último» relativamente a la creación. 39 Apercepciones sobre el esoterismo islámico y el taoismo Er-Rûh

Otra consideración que concuerda enteramente con esta interpretación es ésta: en la figuración del «Trono» (El-Arsh), Er-Rûh está colocado en el centro, y ese lugar es efectivamente el de Metatron; El «Trono» es el lugar de la «Presencia divina», es decir, de la Shekinah que, en la Tradición hebraica, es el «paredro» o el aspecto complementario de Metatron. Por lo demás, puede decirse inclusive que, de una cierta manera, Er-Rûh se identifica al «Trono» mismo, ya que éste, rodeando y envolviendo a todos los mundos (de donde el epíteto   El-Muhît que se le da), coincide por ahí con la «circunferencia primera» que hemos cuestionado más atrás (NA: sobre este punto del «Trono» y de Metatron, considerado bajo el punto de vista de la Kabbala y de la angeleología hebraicas, consultar Basilides, Notas sobre el mundo celeste (número de julio de 1934, p. 274-275), y Los Ángeles (n de febrero de 1935, p. 88-90).). Se reencuentran todavía aquí las dos caras del barzakh: del lado de El-Haqq, es Er-Rahmân quien reposa sobre el «Trono» (NA: según este versículo de la Sûrat Tohâ (XX, 5): «Er-Rahmânu al’ arshi estawâ».); pero, del lado de el-Khalq, no aparece en cierto modo más que por refracción a través de Er-Rûh, lo que está en conexión directa con el sentido de este hadîth: «El que me ve, ese ve la Verdad» (man raanî faqad raa el-Haqq). Queda ahí, en efecto, el misterio de la manifestación «profética» (NA: puede hacerse observar que por ahí se juntan de una cierta manera la concepción del Profeta y la del Avatâra, que proceden en sentido inverso la una de la otra, partiendo la segunda de la consideración del principio que se manifiesta, mientras que la primera parte de la consideración del «soporte» de esta manifestación (y el «Trono» es también el «soporte» de la Divinidad).); y se sabe que, según la Tradición hebraica igualmente, Metatron es el agente de las «teofanías» y el principio mismo de la profecía (NA: consultar El Rey del Mundo, p. 30-33 (Edición francesa).), lo que, expresado en lenguaje islámico, viene a decir que no es otro que Er-Rûh el-mohammediyah, en quien todos los profetas y los enviados divinos no son más que uno, y que tiene, en el «mundo de aquí abajo», su expresión última en el que es su «sello» (Khâtam el-anbiâï wa’l-mursalîn), es decir, en el que los reúne en una síntesis final que es el reflejo de su unidad principal en el «mundo de allá arriba» (donde es awwal Khalqi’ Llah, siendo lo que es lo último en el orden manifestado, analógicamente lo primero en el orden principal), y que es así el «señor de los primeros y de los últimos» (seyid el-awwalîna wa’l-akhirîn). Es por ahí, y por ahí solamente, que pueden realmente comprenderse, en su sentido profundo, todos los nombres y los títulos del Profeta, que son en definitiva los mismos del «Hombre Universal» (El-Insân el-Kâmil), totalizando finalmente en él todos los grados de la Existencia, como los contenía a todos en él desde el origen: alayhi çalatu Rabbil-Arshi dawman, ¡«Qué sobre él la plegaría del Señor del Trono sea perpetuamente»! 41 Apercepciones sobre el esoterismo islámico y el taoismo Er-Rûh

Uno puede darse cuenta mejor de la manera en que el número 5995 se obtiene partiendo del alfabeto según otra división, en tres series de nueve letras más una letra aislada: la suma de los nueve primeros números es 45, valor numérico del nombre de Adam (1+4+40 = 45, es decir, bajo el punto de vista de la jerarquía esotérica, El-Qutb El-Ghawth en el centro, los cuatro Awtâd en los cuatro puntos cardinales, y los cuarenta Anjâb sobre la circunferencia); la suma de las decenas, de 10 a 90, es 45 x 10; el conjunto de las sumas de estas tres series nonarias es pues el producto de 45 x 111, el número «polar» que es el del alif «desarrollado»: 45 x 111 = 4995; es menester añadir ahí el número de la última letra, 1000, unidad de cuarto grado que termina el alfabeto como la unidad de primer grado le comienzo, y así se tiene finalmente 5995. 58 Apercepciones sobre el esoterismo islámico y el taoismo NOTA SOBRE LA ANGELEOLOGÍA DEL ALFABETO ÁRABE

Hemos dicho ya, por lo demás, que las dos doctrinas tienen una raíz común, que es la Tradición anterior; Kong-tseu, no más que Lao-tseu, jamás ha tenido la intención de exponer concepciones que no hubieran sido sino las suyas propias, y que, por eso mismo, estarían desprovistas de toda autoridad y de todo alcance real. «Soy, decía Kong-tseu, un hombre que ama a los antiguos y que pone todos sus esfuerzos para adquirir sus conocimientos» (Liun-yu, VII.); y esta actitud, que es la opuesta del individualismo de los occidentales modernos y de sus pretensiones a la «originalidad» a cualquier precio, es la única que es compatible con la constitución de una civilización Tradicional. El término de «readaptación», que empleábamos precedentemente, es pues, en efecto, el que conviene aquí; y las instituciones sociales que resultaron de la misma están dotadas de una destacable estabilidad, puesto que han durado desde hace veinticinco siglos y han sobrevivido a todos los periodos de perturbación que la China ha atravesado hasta aquí. No queremos extendernos sobre estas instituciones, que, por lo demás, son bastante conocidas en sus grandes líneas; recordaremos solamente que su rasgo esencial es tomar por base la familia, y extenderse de ahí a la raza, que es el conjunto de las familias vinculadas a un mismo tronco original; uno de los caracteres propios de la civilización china es, en efecto, el de fundarse sobre la idea de la raza y de la solidaridad que une a sus miembros entre ellos, mientras que las demás civilizaciones, que comprenden generalmente hombres pertenecientes a razas diversas o mal definidas, reposan sobre principios de unidad completamente diferentes de ese. 124 Apercepciones sobre el esoterismo islámico y el taoismo TAOÍSMO Y CONFUCIANISMO

Es por eso, y no por una especie de escepticismo que excluye evidentemente el grado de conocimiento al que ha llegado, que el sabio se queda enteramente fuera de todas las discusiones que agitan al común de los hombres; para él, en efecto, todas las opiniones contrarias son parejamente carentes de valor, porque, del hecho mismo de su oposición, son todas igualmente relativas. «Su punto de vista en él, es un punto desde donde estoy y eso, sí y no, aparecen todavía no distinguidos. Ese punto es el pivote de la norma; es el centro inmóvil de una circunferencia, sobre el contorno de la cual ruedan todas las contingencias, las distinciones y las individualidades; desde donde nada se ve más que un infinito, que no es ni esto ni eso, ni sí ni no. Ver todo en la unidad primordial todavía no diferenciada, o desde una distancia tal que todo se funda en uno, he ahí la verdadera inteligencia... No nos ocupamos de distinguir, pero vemos todo en la unidad de la norma. No discutimos para vencer, pero empleamos, con otro, el procedimiento del tenedor de monos. Ese hombre dijo a los monos que amaestraba: os daré tres cartas por la mañana, y cuatro por la tarde. Todos los monos quedaron descontentos. Entonces, dijo, os daré cuatro cartas por la mañana, y tres por la tarde. Todos los monos quedaron contentos. Con la ventaja de haberlos contentado, ese hombre no les dio en definitiva, por día, más que las siete cartas que primitivamente les había destinado. Así hace el sabio; dice sí o no, por el bien de la paz, y permanece tranquilo en el centro de la rueda universal, indiferente al sentido en el q la misma gira» (Tchoang-tseu  , II.). 129 Apercepciones sobre el esoterismo islámico y el taoismo TAOÍSMO Y CONFUCIANISMO

Si uno quiere dirigirse a los pocos textos que hemos citado mas atrás a propósito del «no-actuar», se podrá comprender sin demasiada dificultad, al menos en principio, aún cuando no en las modalidades de aplicación, lo que debe ser la función del taoísmo, función de dirección invisible, dominando los sucesos en lugar de tomar una parte directa en los mismos, y que, para no ser claramente aparente en los movimientos exteriores, no es por ello sino más profundamente eficaz. El taoísmo desempeña, como lo hemos dicho, la función del «motor inmóvil»: no busca en punto ninguno mezclarse en la acción, incluso se desinteresa enteramente de ella en tanto que no ve en la acción más que una simple modificación momentánea y transitoria, un elemento ínfimo de la «corriente de las formas», un punto de la circunferencia de la «rueda cósmica»; pero, por otra parte, es como el pivote alrededor del cual gira esta rueda, la norma sobre la cual se regula su movimiento, precisamente porque él no participa en ese movimiento, y sin que ni siquiera haya de intervenir en él expresamente. Todo lo que es arrastrado en las revoluciones de la rueda cambia y pasa; solo permanece lo que, estando unido al Principio, se tiene invariablemente en el centro, inmutable como el Principio mismo; y el centro, al que nada puede afectar en su unidad indiferenciada, es el punto de partida de la multitud indefinida de las modificaciones que constituyen la manifestación universal. 133 Apercepciones sobre el esoterismo islámico y el taoismo TAOÍSMO Y CONFUCIANISMO

Por otra parte, puede suceder en muchos casos, que las asociaciones en cuestión, o al menos las más exteriores, estén en oposición e inclusive en lucha unas con otras; observadores superficiales no se privarían de sacar de ese hecho una objeción contra lo que acabamos de decir, y de concluir de ello que, en tales condiciones, la unidad de dirección no puede existir. Esos no olvidarían más que una cosa, y es que la dirección en cuestión está «más allá» de la oposición que constatan, y no en punto ninguno en el dominio donde se afirma esa oposición y para el cual solo la oposición en cuestión es válida. Si hubiéramos de responder a tales contradictores, nos limitaríamos a recordarles la enseñanza taoísta sobre la equivalencia del «sí» y del «no» en la indistinción primordial, y, en cuanto a la puesta en práctica de esta enseñanza, les remitiríamos simplemente al apólogo del tenedor de monos. 136 Apercepciones sobre el esoterismo islámico y el taoismo TAOÍSMO Y CONFUCIANISMO

Lo que constituye sobre todo el interés de esta recopilación de «cuentos populares» del Africa del Norte, bajo nuestro punto de vista, es la introducción y las notas que le acompañan, en las que son expuestas opiniones generales sobre la naturaleza del «folklore universal». El autor hace destacar muy justamente que el «verdadero interés de las literaturas populares está en otra parte que en las filiaciones, las influencias y las dependencias externas», que reside sobre todo en que las mismas testimonian «a favor de la unidad de las Tradiciones». Hace sobresalir la insuficiencia del punto de vista «racionalista y evolucionista» al cual se atienen la mayoría de los folkloristas y de los etnólogos, con sus teorías sobre los «ritos de temporada» y otras cosas del mismo orden; y recuerda, al respecto de la significación propiamente simbólica de los cuentos y del carácter verdaderamente «transcendente» de su contenido, algunas de las consideraciones que nos mismo y algunos de nuestros colaboradores hemos expuesto aquí mismo. Sin embargo es de deplorar que haya creído deber a pesar de todo hacer un lugar más o menos amplio a concepciones muy poco compatibles con esa: entre los pretendidos «ritos de temporada» y los ritos iniciáticos, entre la así dicha «iniciación tribual» y de los etnólogos y la verdadera iniciación, es menester necesariamente escoger; incluso si es verdad y normal que el esoterismo tenga su reflejo y su correspondencia en el lado exotérico de las Tradiciones,