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Obras: milagro

sexta-feira 2 de fevereiro de 2024

  

Recordaremos también, a este propósito, la perfecta insignificancia de los fenómenos en sí mismos, puesto que puede ocurrir que fenómenos completamente semejantes exteriormente procedan de causas por completo diferentes y que ni siquiera son del mismo orden; así, es fácilmente concebible que el ser que posee un alto grado espiritual, si tiene que provocar ocasionalmente un fenómeno cualquiera, no actuará en eso de la misma manera que aquel que ha adquirido la facultad para ello a consecuencia de «entrenamientos» psíquicos, y que su acción se ejercerá según modalidades muy diferentes; la comparación de la «teúrgia» y de la «magia», que estaría fuera de propósito emprender aquí, daría lugar también a la misma precisión. Por lo demás, esta verdad debería ser reconocida sin esfuerzo incluso por aquellos que se quedan únicamente en el dominio esotérico, ya que, si pueden constatarse numerosos casos de «levitación» o de «bilocación», por ejemplo, en la historia de los santos, se encuentra ciertamente otro tanto en la de los brujos; las apariencias (es decir, precisamente los «fenómenos» como tales, en el sentido propio y etimológico de la palabra) son en efecto exactamente las mismas en los unos y en los otros, pero nadie concluirá de ahí que las causas sean también las mismas. Desde el punto de vista simplemente teológico, de dos hechos semejantes en todos sus puntos, uno puede ser considerado como un milagro mientras que el otro no lo será, y, para discernirlos, será menester recurrir forzosamente a marcas de un orden diferente independientes de los hechos mismos; podríamos decir, colocándonos naturalmente en otro punto de vista, que un hecho será un milagro si se debe a la acción de una influencia espiritual, y que no lo será si no se debe más que a la de una influencia psíquica. Es lo que ilustra concretamente, de una manera muy clara, la lucha de Moisés y de los magos del Faraón, que, además, representa también la de las potencias respectivas de la iniciación y de la contrainiciación, al menos en la medida y sobre el terreno donde una tal lucha es efectivamente posible; entiéndase bien que, como hemos tenido la ocasión de explicarlo en otra parte, la contrainiciación no puede ejercer su acción más que en el domino psíquico, y que todo lo que es del dominio espiritual le está, por su naturaleza misma, absolutamente prohibido (NA: Ver El Reino de la Cantidad y los Signos de los Tiempos, cap. XXXVIII y XXXIX. ). 621 APERCEPCIONES SOBRE LA INICIACIÓN EL RECHAZO DE LOS «PODERES»

El supuesto «milagro griego», como lo llaman sus admiradores entusiastas, se reduce en suma a muy poca cosa, o al menos, allí donde implica un cambio profundo, este cambio es una decadencia: es la individualización de las concepciones, la sustitución de lo intelectual puro por lo racional, del punto de vista metafísico por el punto de vista científico y filosófico. Importa poco, por lo demás, que los griegos hayan sabido dar mejor que otros un carácter práctico a algunos conocimientos, o que hayan sacado de ellos consecuencias que tienen un tal carácter, mientras que aquellos que les habían precedido no lo habían hecho; es permisible encontrar incluso que han dado así al conocimiento un fin menos puro y menos desinteresado, porque su manera de ver las cosas no les permitía quedarse sino difícilmente y como excepcionalmente en el dominio de los principios. Esta tendencia «práctica», en el sentido más ordinario de la palabra, es una de las que debían ir acentuándose en el desarrollo de la civilización occidental, y es visiblemente predominante en la época moderna; no se puede hacer excepción a este respecto más que en favor de la edad media, mucho más inclinada hacia la especulación pura. 3567 IGEDH El prejuicio clásico

Ahora nos queda todavía que tratar un último punto, al menos sumariamente: ¿por qué el budismo se ha extendido tanto fuera de su país de origen   y ha tenido un éxito tan grande, mientras que, en ese país mismo, ha degenerado bastante rápidamente y ha acabado por extinguirse, y no es precisamente en esta difusión hacia fuera donde residiría la verdadera razón de ser del budismo mismo? Lo que queremos decir, es que el budismo aparece como habiendo estado destinado realmente a pueblos no indios; no obstante, era menester que tomara su origen en el hinduismo mismo, a fin de que recibiera de él los elementos que debían ser transmitidos a otras partes después de una adaptación necesaria; pero cumplida esta tarea, era en suma normal que desapareciera de la India donde no tenía su verdadero sitio. A este respecto, se podría hacer bastante justamente una comparación entre la situación del budismo en relación al hinduismo y la del cristianismo en relación al judaísmo, a condición, bien entendido, de tener siempre en cuenta las diferencias de puntos de vista sobre las que hemos insistido. En todo caso, esta consideración es la única que permite reconocer al budismo, sin cometer ilogismo, el carácter de doctrina tradicional que es imposible negar al menos al Mahâyâna, al mismo tiempo que la heterodoxia no menos evidente de las formas últimas y desviadas de Hînayâna; y es ella también la que explica lo que ha podido ser realmente la misión del Buddha. Si éste hubiera enseñado la doctrina heterodoxa que le atribuyen los orientalistas, sería completamente inconcebible que numerosos hindúes ortodoxos no vacilen en considerarle como un Avatâra, es decir, como una «manifestación divina», de la que lo que se cuenta de él presenta, por lo demás, en efecto, todos los caracteres; es cierto que los orientalistas, que entienden descartar partidistamente todo lo que es de orden «no humano», pretenden que eso no es más que «leyenda», es decir, algo desprovisto de todo valor histórico, y que eso también es extraño al budismo primitivo, pero, si se descartan esos rasgos «legendarios», ¿qué queda del fundador del budismo en tanto que individualidad puramente humana? Eso sería ciertamente muy difícil de decir, pero la «crítica» occidental no se detiene por tan poco y, para escribir una vida del Buddha acomodada a sus opiniones, llega hasta establecer como principio, con Oldenberg, que los «Indogermanos no admiten el milagro»; ¿cómo guardar la seriedad ante semejantes afirmaciones? Esa supuesta «reconstitución histórica» de la vida del Buddha vale justamente tanto como la de su «doctrina primitiva», y procede toda entera de los mismos prejuicios; tanto en una como en la otra, se trata ante todo de suprimir todo lo que molesta a la mentalidad moderna, y es por medio de este procedimiento eminentemente «simplista» como esas gentes se imaginan alcanzar la verdad. 3756 IGEDH A propósito del budismo

Por otra parte, ya que el movimiento actual supone al tiempo y su coexistencia con el espacio, nos vemos obligados a formular la indicación siguiente: un cuerpo puede moverse siguiendo una u otra de las tres dimensiones del espacio físico, o siguiendo una dirección que combine estas tres dimensiones, pues, sea cual sea en efecto la dirección (fija o variable) de su movimiento, siempre puede reducirse a un conjunto más o menos complejo de componentes dirigidos según los tres ejes de coordenadas a los cuales se refiere el espacio considerado; pero, además, en todos los casos, este cuerpo se mueve siempre necesariamente en el tiempo. Por consiguiente, éste se entenderá como otra dimensión del espacio si se cambia la sucesión en simultaneidad; en otras palabras, suprimir la condición temporal equivale a añadir una dimensión suplementaria al espacio físico, del cual el nuevo espacio así obtenido constituye una prolongación o una extensión. Esta cuarta dimensión corresponde entonces a la "omnipresencia" en el dominio considerado, y por medio de esta transposición en el "no-tiempo" puede concebirse la "permanente actualidad" del Universo manifestado; también mediante ello se explican (subrayando por otra parte que no toda modificación es asimilable al movimiento, que no es más que una modificación exterior de un orden especial) todos los fenómenos a los que se considera vulgarmente como milagrosos o sobrenaturales (Hay hechos que parecen inexplicables simplemente porque no se sale de las condiciones ordinarias del tiempo físico para buscar su explicación; así, la reconstitución súbita de los tejidos orgánicos lesionados, que se comprueba en ciertos casos considerados "milagrosos", no puede ser natural, se dice, porque es contraria a las leyes fisiológicas de la regeneración de estos tejidos, la cual se opera por generaciones (o biparticiones) múltiples y sucesivas de las células, lo que necesariamente exige la colaboración del tiempo. En principio, no está demostrado que una reconstitución de este género, por súbita que sea, sea realmente instantánea, es decir, que no precise efectivamente de ningún tiempo para producirse, y es posible que, en ciertas circunstancias, la multiplicación de las células sea simplemente mucho más rápida de lo que lo es en los casos normales, hasta el punto de no exigir más que una duración menor a toda medida apreciable a nuestra percepción sensible. Después, admitiendo incluso que verdaderamente se trate de un fenómeno instantáneo, es posible que, bajo ciertas condiciones particulares, distintas a las ordinarias, pero no obstante no por ello menos naturales, este fenómeno se produzca en efecto fuera del tiempo (lo que implica la "instantaneidad" en cuestión, que, en los casos considerados, equivale a la simultaneidad de las biparticiones celulares múltiples, o al menos así se traduce en su correspondencia corporal o fisiológica), o, si se prefiere, en el "no-tiempo", mientras que, en condiciones ordinarias, se cumple en el tiempo. No habría ya ningún milagro para quien pudiera comprenderlo en su verdadero sentido y resolver esta cuestión, mucho más paradójica en apariencia que en realidad: "¿Cómo, viviendo en el presente, puede hacerse que un acontecimiento cualquiera que se ha producido en el pasado no haya tenido lugar?" Es esencial señalar que esto (que no es más imposible a priori que impedir en el presente la realización de un hecho en el futuro, puesto que la relación de sucesión no es una relación causal) no supone en absoluto un retorno al pasado en tanto que tal (retorno que sería una imposibilidad manifiesta, como igualmente lo sería un transporte al futuro en tanto que tal), puesto que evidentemente no existe ni pasado ni futuro con respecto al "eterno presente".), muy erróneamente, puesto que pertenecen todavía al dominio de nuestra individualidad actual (en una u otra de sus modalidades múltiples, ya que la individualidad corporal no constituye más que una muy pequeña parte), dominio cuya concepción del "tiempo inmóvil" nos permite englobar integralmente toda la indefinidad (A tal propósito, podemos añadir aquí una observación sobre la representación numérica de esta indefinidad (considerada aún como símbolo espacial): la línea es medida, es decir, representada cuantitativamente por un número a la primera potencia; como su medida se efectúa por otra parte según la división decimal tomada como base, puede plantearse que a= 10 n. Se tendrá entonces para la superficie: a2 = 100 n2, y para el volumen: a3 = 1.000 n3; para la extensión de cuatro dimensiones, será necesario añadir un nuevo factor a, de lo que resultará a4 = 10.000 n4. Por otra parte, se puede decir que todas las potencias de 10 están contenidas virtualmente en su cuarta potencia, al igual que el Denario, manifestación completa de la Unidad, está contenido en el Cuaternario.). 4884 MISCELÁNEA LAS CONDICIONES DE LA EXISTENCIA CORPORAL

Esta pretensión inverosímil no hace más que traducir la creencia que tienen los occidentales en su propia superioridad: incluso cuando consienten en tomar en consideración las ideas de los demás, se consideran tan sumamente inteligentes que deben comprender esas ideas mucho mejor que aquellos que las han elaborado, y que les basta mirarlas desde fuera para saber enteramente a qué atenerse a su respecto; cuando se tiene una tal confianza en sí mismo, se pierden generalmente todas las ocasiones que se podrían tener de instruirse realmente. Entre los prejuicios que contribuyen a mantener un tal estado de espíritu, hay uno que hemos llamado el «prejuicio clásico», y al cual ya hemos hecho alusión a propósito de la creencia en la «civilización» única y absoluta, de la que ese prejuicio no es en suma más que una forma particular: debido a que la civilización occidental moderna se considera como la heredera de la civilización grecorromana (lo que no es verdad más que hasta un cierto punto), no se quiere conocer nada fuera de ésta (En un discurso pronunciado en la Cámara de los Diputados por M. Bracke, en el curso del debate sobre la reforma de la enseñanza, hemos reparado en este pasaje característico: «Vivimos en la civilización grecorromana. Para nosotros, no hay otra. La civilización grecorromana es, para nosotros, la civilización sin más». Éstas palabras, y sobre todo los aplausos unánimes que las acogieron, justifican plenamente todo lo que hemos dicho en otra parte sobre el «prejuicio clásico».), y se está persuadido de que todo el resto no tiene interés o no puede ser más que el objeto de una suerte de interés arqueológico; se decreta que no se puede encontrar en otras partes ninguna idea válida, o que al menos, si se encuentran por azar, debían existir también en la antigüedad grecorromana; pero es aún más pintoresco cuando se llega a afirmar que esas ideas no pueden ser más que saqueos hechos a esta última. Aquellos mismos que no piensan expresamente así, por eso no sufren menos la influencia de este prejuicio: hay quienes, aunque proclaman una cierta simpatía por las concepciones orientales, quieren a toda costa hacerlas entrar en los cuadros del pensamiento occidental, lo que equivale a desnaturalizarlas totalmente, y lo que prueba que en el fondo no comprenden nada de ellas; algunos, por ejemplo, no quieren ver en Oriente más que religión y filosofía, es decir, todo lo que allí no se encuentra, y no ven nada de lo que existe en realidad. Nadie ha llevado nunca más lejos estas falsas asimilaciones que los orientalistas alemanes, que son precisamente aquellos cuyas pretensiones son más grandes, y que han llegado hasta monopolizar casi enteramente la interpretación de las doctrinas orientales: con su espíritu estrechamente sistemático, hacen de ellas, no sólo filosofía, sino algo enteramente semejante a su propia filosofía, mientras que se trata de cosas que no tienen ninguna relación con tales concepciones; evidentemente, no pueden resignarse a no comprender, ni evitar reducirlo todo a la medida de su mentalidad, mientras creen hacer un gran honor a aquellos a quienes atribuyen esas ideas «buenas para niños de ocho años». Por lo demás, en Alemania, los filósofos mismos se han mezclado en esto, y Schopenhauer  , en particular, tiene ciertamente una buena parte de responsabilidad en la manera en que Oriente es interpretado allí; ¡y cuántas gentes, incluso fuera de Alemania, siguen repitiendo, desde él y su discípulo von Hartmann  , frases hechas sobre el «pesimismo búdico», al que suponen incluso gustosamente que constituye el fondo de las doctrinas hindúes! Hay un buen número de europeos que se imaginan que la India es budista, tan grande es su ignorancia, y, como ocurre siempre en parecido caso, no se privan de hablar de ello sin ton ni son; por lo demás, si el público da a las formas desviadas del budismo una importancia desmesurada, la culpa de ello la tienen la cantidad increíble de orientalistas que se han especializado en ellas, y que han encontrado en eso un medio de deformar hasta esas desviaciones del espíritu oriental. La verdad es que ninguna concepción oriental es «pesimista», y que el budismo mismo no lo es; es cierto que tampoco hay en él «optimismo», pero eso prueba simplemente que esas etiquetas y esas clasificaciones no se le aplican, no más que todas aquellas que están hechas igualmente para la filosofía europea, y que no es de esa manera como se les plantean las cuestiones a los orientales; para considerar las cosas en términos de «optimismo» o de «pesimismo», es menester el sentimentalismo occidental (ese mismo sentimentalismo que empujaba a Schopenhauer a buscar «consolaciones» en las Upanishads  ), y la serenidad profunda que da a los hindúes la pura contemplación intelectual está mucho más allá de esas contingencias. No acabaríamos si quisiéramos reseñar todos los errores del mismo género, errores de los que basta uno solo para probar la incomprehensión total; nuestra intención no es dar aquí un catálogo de los fracasos, germánicos y otros, en los que ha desembocado el estudio de Oriente emprendido sobre bases erróneas y al margen de todo principio verdadero. Hemos mencionado a Schopenhauer porque es un ejemplo muy «representativo»; entre los orientalistas propiamente dichos, ya hemos citado precedentemente a Deussen, que interpreta la India en función de las concepciones de este mismo Schopenhauer; recordaremos también a Max Müller, que se esfuerza en descubrir «los gérmenes del budismo», es decir, al menos según la concepción que él se hacía, de la heterodoxia, hasta en los textos vêdicos, que son los fundamentos esenciales de la ortodoxia tradicional hindú. Podríamos continuar así casi indefinidamente, incluso no anotando más que uno o dos rasgos para cada uno; pero nos limitaremos a agregar un último ejemplo, porque hace aparecer claramente un cierto partidismo que es completamente característico: es el de Oldenberg, que descarta a priori todos los textos donde se cuentan hechos que parecen milagrosos, y que afirma que es menester no ver en ellos más que agregados tardíos, no solo en el nombre de la «crítica histórica», sino bajo pretexto de que los «indogermanos» (sic) no admiten el milagro; que hable, si quiere, en nombre de los alemanes modernos, que por algo son los inventores de la pretendida «ciencia de las religiones»; pero que tenga la pretensión de asociar a los hindúes sus negaciones, que son las del espíritu antitradicional, he ahí lo que rebasa toda medida. Ya hemos dicho en otra parte lo que es menester pensar de la hipótesis del «indogermanismo», que no tiene apenas más que una razón de ser política: el orientalismo de los alemanes, como su filosofía, ha devenido un instrumento al servicio de su ambición nacional, lo que, por lo demás, no quiere decir que sus representantes sean necesariamente de mala fe; no es fácil saber hasta dónde puede llegar la ceguera que tiene como causa la intrusión del sentimiento en los dominios que deberían estar reservados a la inteligencia. En cuanto al espíritu antitradicional que constituye el fondo de la «crítica histórica» y de todo lo que se relaciona con ella más o menos directamente, es puramente occidental y, en Oriente mismo, puramente moderno; nunca insistiremos demasiado en ello, porque esto es lo que repugna más profundamente a los orientales, que son esencialmente tradicionalistas y que no serían nada si no lo fueran, pues todo lo que constituye sus civilizaciones es estrictamente tradicional; así pues, es de este espíritu del que importa deshacerse ante todo si se quiere tener alguna esperanza de entenderse con ellos. 5464 Oriente y Occidente TENTATIVAS INFRUCTUOSAS

Esta obra, pese al incontestable interés de algunas de las consideraciones que incluye, deja en conjunto una impresión algo heterogénea; ello puede deberse, en cierta medida, al empleo más bien molesto que en él se hace de la palabra "introspección", término de psicología profana que no puede en este caso sino prestarse a equívoco; pero, sobre todo, se pregunta uno constantemente en qué sentido entiende exactamente la autora la palabra "mística", e incluso si, en el fondo, realmente de mística se trata. De hecho, parece más bien tratarse de "ascesis" , pues se expone una tentativa de esfuerzo metódico difícilmente compatible con el misticismo propiamente dicho; pero, por otra parte, el carácter específico de esa misma ascesis está determinado con muy poca nitidez; no podría, en todo caso, considerársela de orden iniciático, pues no implica vinculación con tradición alguna, mientras que tal vinculación es condición esencial de toda iniciación, como lo exponemos en el artículo que se habrá leído en otra parte ( (El autor se refería así al artículo "Des Conditions de l’initiation", publicado en el mismo número de V. I. y retomado luego en forma nueva en Aperçus sur l’Initiation, cap. IV)). A esta ambigüedad, que no deja de producir cierto malestar, se agrega una falta de rigor en la terminología, donde se muestra con harta claridad la independencia de la autora con respecto a las doctrinas tradicionales, lo cual es quizá lo que tiene de más incontestablemente común con los místicos de toda categoría. Aparte de estos defectos, que no podíamos pasar por alto, lo más notable en este libro son las consideraciones referidas a los respectivas papeles del "corazón" y del "cerebro", o de lo que ellos representan, así como al "sentido vertical" y al "sentido horizontal" en el desarrollo interior del ser, consideraciones que coinciden con el simbolismo tradicional, tal como lo hemos expuesto en Le Symbolisme de la Croix  ; por otra parte, hace algunos años, habíamos señalado esta interesante concordancia en uno de nuestros artículos de Regnabit, pues el capítulo de que se trata había aparecido entonces separadamente en la revista Vers l’Unité (Es útil dejar aquí establecido un punto de historia literaria, para evitar alguna confusión con respecto a un asunto de fuente tradicional. El artículo de la señora Th. Darel aparecido en la revista Vers l’Unité, en 1926, donde enunciaba ideas tan próximas a las que expondría René Guénon en Le Symbolisme de la Croix, publicado en 1931, se inspiraba en realidad en un estudio aparecido con ese mismo título en La Gnose, en 1911, firmado por Palingénius, seudónimo de Guénon. Éste mismo explicó más tarde este punto en su correspondencia con Paul Chacornac (carta del 2 de agosto de 1931), precisando que en aquella época había conocido personalmente a dicha señora, suscriptora de La Gnose)). La autora ha agregado, como apéndices a su obra, la reproducción de dos opúsculos ya de larga data; uno de ellos contiene un ensayo de "racionalización" del milagro, interpretado "biológicamente"; no es ciertamente de aquellas cosas a las que mejor prestaríamos asentimiento. 7322 SFCS   CORAZON Y CEREBRO