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Obras: centros

sexta-feira 2 de fevereiro de 2024

  

Este libro, como los del mismo autor que han sido ya traducidos precedentemente (La Isla mágica y Los secretos de la jungla), se distingue ventajosamente de los habituales «relatos de viajeros»; sin duda que es porque tenemos presente aquí a alguien que no lleva por todas partes con él ciertas ideas preconcebidas, y que, sobre todo, no está persuadido de ningún modo de que los occidentales sean superiores a todos los demás pueblos. Hay, en efecto, a veces algunas notas de candidez, singulares extrañamientos ante cosas muy simples y muy elementales; pero eso mismo nos parece ser, en suma, una garantía de sinceridad. A la verdad, el título es un poco equívoco ya que el autor no ha estado en Arabia propiamente dicha, sino solo en las regiones situadas inmediatamente al norte de ésta. Digamos también, para acabar pronto con las críticas, que los términos árabes están a veces bizarramente deformados, como por alguien que intentara transcribir aproximadamente los sonidos que oye sin preocuparse de una ortografía cualquiera, y que algunas frases citadas están traducidas de una manera más bien fantástica. En fin, hemos podido hacer una vez más una precisión curiosa: es la de que, en los libros occidentales destinados al «gran público», la shahâdah jamás es por así decir reproducida exactamente; ¿es puramente accidental, o no se estaría antes tentado a pensar que algo se opone a que la misma pueda ser pronunciada por la masa de los lectores hostiles o simplemente indiferentes? — La primera parte, que es la más larga, concierne a la vida entre los beduinos y casi únicamente descriptiva, lo que no quiere decir ciertamente que carezca de interés; pero, en las siguientes, hay algo más. una de ellas, donde es cuestión de los derviches, contiene concretamente declaraciones de un sheikh Mawlawi cuyo sentido está, sin ninguna duda, fielmente reproducido: así, para disipar la incomprensión que el autor manifiesta al respecto de algunos turuq, este sheikh le explica que «no hay para ir a Dios una vía única estrecha y directa, sino un número infinito de senderos»; es lastimoso que no haya tenido la ocasión de hacerle comprender también que el sufismo nada tiene en común con el panteísmo ni con la heterodoxia... Por el contrario, hay muchas sectas heterodoxas, y más pasablemente enigmáticas, de las que son cuestión en las otras dos partes: los drusos y los Yézidis; y, sobre unos y otros, hay informaciones interesantes, sin pretensión ninguna de hacer conocerlo todo y de explicarlo todo. En lo que concierne a los drusos, un punto que queda particularmente obscuro, es el culto que pasan por rendir a un «becerro de oro» o a una «cabeza de becerro»; hay ahí algo que podría quizás dar lugar a muchas aproximaciones, de las cuales el autor solo parece haber entrevisto algunas; al menos ha comprendido que simbolismo no es idolatría... En cuanto a los Yézidis, se encontrará una idea de los mismos medianamente diferente de la que daba la conferencia de que hemos hablado últimamente en nuestras reseñas de las revistas (número de noviembre): aquí, ya no es cuestión de «mazdeísmo» a su propósito, y, desde esta relación al menos es seguramente más exacto; pero la «adoración del diablo» podría suscitar discusiones más difíciles de cortar, y la verdadera naturaleza del Malak Tâwûs permanece todavía un misterio. Lo que es quizás más digno de interés, sin conocerlo el autor que, a despecho de lo que ha visto, se rehusa a creerlo, es lo que concierne a las «siete torres del diablo», centros de proyección de las influencias satánicas a través del mundo; que una de estas torres esté situada entre los Yézidis, eso no prueba un ápice que estos sean ellos mismos «satanistas», sino solo que, como muchas sectas heterodoxas, pueden ser utilizados para facilitar la acción de fuerzas que ignoran. Es significativo a este respecto, que los prestres regulares yézidis se abstienen de ir a cumplir ritos cualesquiera a esa torre, mientras que especies de magos errantes vienen frecuentemente a pasar en la misma varios días; ¿qué representan con justeza estos últimos personajes? En todo caso, en punto ninguno es necesario que la torre esté habitada de una manera permanente, si la misma no es otra cosa que el soporte tangible y «localizado» de uno de los centros de la «contra-iniciación», en los cuales presiden los awliya es-Shaytân; y estos, por la constitución de esos siete centro pretenden oponerse a la influencia de los siete Aqtâb o «Polos» terrestres subordinados al «Polo» supremo, si bien que esta oposición no pueda por lo demás ser más que ilusoria, estando el dominio espiritual como está necesariamente cerrado a la «contra-iniciación». 141 Apercepciones sobre el esoterismo islámico   y el taoismo W. B. Seabrook. Aventuras en Arabia (Gallimard, París)

Pensamos haber dicho bastante al respecto para mostrar, tan claramente como es posible hacerlo, la necesidad de la transmisión iniciática, y para hacer comprender bien que en eso no se trata de cosas más o menos nebulosas, sino al contrario de cosas extremadamente precisas y bien definidas, donde el delirio y la imaginación no podrían tener la menor parte, como tampoco todo lo que se califica hoy día de «subjetivo» y de «ideal». Nos queda todavía, para completar lo que se refiere a esta cuestión, hablar un poco de los centros espirituales de los que procede, directa o indirectamente, toda transmisión regular, centros secundarios vinculados ellos mismos al centro supremo que conserva el depósito inmudable de la tradición primordial, de la que todas las formas tradicionales particulares se derivan por adaptación a tales o a cuales circunstancias definidas de tiempo y de lugar. Hemos indicado, en otro estudio (NA: El Rey del Mundo.), cómo estos centros espirituales están constituidos a la imagen del centro supremo mismo, del que son en cierto modo como otros tantos reflejos; así pues, no vamos a volver sobre ello aquí, y nos limitaremos a considerar algunos puntos que están en relación más inmediata con las consideraciones que acabamos de exponer. 349 APERCEPCIONES SOBRE LA INICIACIÓN DE LOS CENTROS INICIÁTICOS

Por otra parte, importa destacar que una organización iniciática puede proceder del centro supremo, no directamente, sino por la intermediación de centros secundarios y subordinados, lo que es incluso el caso más habitual; como hay en cada organización una jerarquía de grados, así hay también, entre las organizaciones mismas, lo que se podría llamar grados de «interioridad» y de «exterioridad» relativa; y es evidente que aquellas que son las más exteriores, es decir, las más alejadas del centro supremo, son también aquellas donde la conciencia del vinculamiento a éste puede perderse más fácilmente. Aunque la meta de todas las organizaciones iniciáticas sea esencialmente la misma, las hay que se sitúan en cierto modo a niveles diferentes en cuanto a su participación en la tradición primordial (lo que, por lo demás, no quiere decir que, entre sus miembros, no pueda haber algunos que hayan alcanzado personalmente un mismo grado de conocimiento efectivo); y no hay lugar a sorprenderse de ello, si se observa que las diferentes formas tradicionales mismas no derivan todas inmediatamente de la misma fuente original; la «cadena» puede contar un número más o menos grande de eslabones intermediarios, sin que por eso haya ahí ninguna solución de continuidad. La existencia de esta superposición no es una de las menores razones entre todas aquellas que constituyen la complejidad y la dificultad de un estudio algo profundo de la constitución de las organizaciones iniciáticas; es menester agregar aún que una tal superposición puede reencontrarse también en el interior de una misma forma tradicional, así como se puede encontrar un ejemplo de ello particularmente claro en el caso de las organizaciones que pertenecen a la tradición extremo oriental. Este ejemplo, al que no podemos hacer aquí más que una simple alusión, es quizás incluso uno de los que permitirán comprender mejor cómo la continuidad está asegurada a través de los múltiples escalones constituidos por otras tantas organizaciones superpuestas, desde aquellas que, comprometidas en el dominio de la acción, no son más que formaciones pasajeras destinadas a jugar un papel relativamente exterior, hasta aquellas del orden más profundo, que, aunque permaneciendo en el «no actuar» principial, o más bien por eso mismo, dan a todas las demás su dirección real. A este propósito debemos llamar la atención especialmente sobre el hecho de que, incluso si algunas de estas organizaciones, entre las más exteriores, se encuentra que a veces están en oposición entre ellas, eso no podría impedir en nada que la unidad de dirección exista efectivamente, porque la dirección en cuestión está más allá de esta oposición, y no en el dominio donde ésta se afirma. En suma, en eso hay algo comparable a los papeles jugados por diferentes actores en una misma obra de teatro, y que, aunque se opongan, por eso no concurren menos a la marcha del conjunto; cada organización juega del mismo modo el papel al que está destinada en un plan que la rebasa; y esto puede extenderse incluso al dominio exotérico, donde, en tales condiciones, los elementos que luchan unos contra otros, no por eso obedecen menos todos, aunque inconsciente e involuntariamente, a una dirección única cuya existencia no sospechan siquiera (NA: Según la tradición islámica, todo ser es natural y necesariamente muslim, es decir, sometido a la Voluntad divina, a la que, en efecto, nada puede sustraerse; la diferencia entre los seres consiste en que, mientras que unos se conforman consciente y voluntariamente al orden universal, otros le ignoran o incluso pretenden oponerse a él (ver El Simbolismo de la Cruz  , p. 187, ed. francesa). Para comprender enteramente la relación de esto con lo que acabamos de decir, es menester destacar que los verdaderos centros espirituales deben ser considerados como representado la Voluntad divina en este mundo; así, aquellos que están vinculados a ellos de manera efectiva pueden ser considerados como colaborando conscientemente a la realización de lo que la iniciación masónica designa como el «plan del Gran Arquitecto del Universo»; en cuanto a las otras dos categorías a las que acabamos de hacer alusión, los ignorantes puros y simples son los profanos, entre los que es menester, bien entendido, comprender a los «pseudoiniciados» de todo tipo, y aquellos que tienen la pretensión ilusoria de ir contra el orden preestablecido dependen, a uno u otro título, de lo que hemos llamado la «contrainiciación».). 353 APERCEPCIONES SOBRE LA INICIACIÓN DE LOS CENTROS INICIÁTICOS

Estas consideraciones hacen comprender también como, en el seno de una misma organización, puede existir en cierto modo una doble jerarquía, y esto más especialmente en el caso donde los jefes aparentes no son conscientes, ellos mismos, del vinculamiento a un centro espiritual; podrá haber en ella entonces, fuera de la jerarquía visible que éstos constituyen, otra jerarquía invisible, cuyos miembros, sin desempeñar ninguna función «oficial», serán no obstante aquellos que asegurarán realmente, por su sola presencia, la conexión efectiva con ese centro. Estos representantes de los centros espirituales, en las organizaciones relativamente exteriores, no tienen evidentemente por qué hacerse conocer como tales, y pueden tomar la apariencia que convenga mejor a la acción de «presencia» que han de ejercer, ya sea la de simples miembros de la organización, si deben jugar en ella un papel fijo y permanente, o bien, si se trata de una influencia momentánea o que debe transportarse a puntos diferentes, la de aquellos misteriosos «viajeros» de quienes la historia ha guardado más de un ejemplo, y cuya actitud exterior es escogida frecuentemente de la manera más propia para desorientar a los investigadores, ya sea que se trate por lo demás de llamar la atención por razones especiales, o por el contrario de pasar completamente desapercibidos (NA: Para este último caso, que escapa forzosamente a los historiadores, pero que es sin duda el más frecuente, citaremos solo dos ejemplos típicos, muy conocidos en la tradición taoísta, y de los cuales se podría encontrar el equivalente inclusive en occidente: el de los juglares y el de los tratantes de caballos.). Con esto se puede comprender igualmente lo que fueron verdaderamente aquellos que, sin pertenecer ellos mismos a ninguna organización conocida (y entendemos por eso una organización revestida de formas exteriormente aprehensibles), presidieron en algunos casos la formación de tales organizaciones, o, después, las inspiraron y las dirigieron invisiblemente; tal fue concretamente, durante un cierto período (NA: Aunque sea difícil aportar aquí grandes precisiones, se puede considerar este período como extendiéndose desde el siglo XIV al XVII; así pues, se puede decir que corresponde a la primera parte de los tiempos modernos, y es fácil comprender desde entonces que se trataba ante todo de asegurar la conservación de lo que, en los conocimientos tradicionales de la edad media, podía ser salvado a pesar de las nuevas condiciones del mundo occidental.), el papel de los Rosa-Cruz en el mundo occidental, y ese es también el verdadero sentido de lo que la Masonería del siglo XVIII designa bajo el nombre de «Superiores Desconocidos». 355 APERCEPCIONES SOBRE LA INICIACIÓN DE LOS CENTROS INICIÁTICOS

Todo esto permite entrever algunas posibilidades de acción de los centros espirituales, fuera incluso de los medios que pueden considerarse como normales, y eso sobre todo cuando las circunstancias son, ellas también, anormales, queremos decir, en condiciones tales que no permiten ya el empleo de vías más directas y de una regularidad más visible. Es así como, sin hablar siquiera de una intervención inmediata del centro supremo, que es posible siempre y por todas partes, un centro espiritual, cualquiera que sea, puede actuar fuera de su zona de influencia normal, ya sea en favor de individuos particularmente «cualificados», pero que se encuentran aislados en un medio donde el oscurecimiento ha llegado a tal punto que ya no subsiste casi nada tradicional en él y donde la iniciación ya no puede ser obtenida, o ya sea en vista de una meta más general, y también más excepcional, como la que consistiría en renovar una «cadena» iniciática rota accidentalmente. Al producirse una tal acción más particularmente en un período o en una civilización donde la espiritualidad está casi completamente perdida, y donde, por consiguiente, las cosas de orden iniciático están más ocultas que en ningún otro caso, nadie debería sorprenderse de que sus modalidades sean extremadamente difíciles de definir, tanto más cuanto que las condiciones ordinarias de lugar e incluso a veces de tiempo devienen en eso por así decir inexistentes. Así pues, no insistiremos más en ello; pero lo que es esencial retener, es que, incluso si ocurre que un individuo aparentemente aislado llega a una iniciación real, esa iniciación jamás podrá ser espontánea más que en apariencia, y que, de hecho, implicará siempre el vinculamiento, por un medio cualquiera, a un centro que existe efectivamente (NA: Algunos incidentes misteriosos en la vida de Jacob Boehme  , por ejemplo, no pueden explicarse realmente más que de esta manera.); fuera de un tal vinculamiento, en ningún caso podría tratarse de iniciación. 357 APERCEPCIONES SOBRE LA INICIACIÓN DE LOS CENTROS INICIÁTICOS

Pero, en realidad, hay una razón más profunda, basada precisamente sobre este carácter simbólico que acabamos de mencionar, y que hace que lo que se llama «medios de reconocimiento» no sea solo eso, sino también, al mismo tiempo, algo más: se trata verdaderamente de símbolos como todos los demás, cuya significación debe ser igualmente meditada y profundizada, y que forman así parte integrante de la enseñanza iniciática. Por lo demás, es igualmente así para todas las formas empleadas por las organizaciones iniciáticas, y, más generalmente todavía, para todas aquellas que tienen un carácter tradicional (comprendidas ahí las formas religiosas): en el fondo, son siempre otra cosa que lo que parecen desde afuera, y es incluso eso lo que las diferencia esencialmente de las formas profanas, donde la apariencia exterior lo es todo y no recubre ninguna realidad de otro orden. Desde este punto de vista, el secreto de que se trata es él mismo un símbolo, el del verdadero secreto iniciático, lo que es evidentemente mucho más que un simple medio «pedagógico» (NA: Si se quisiera entrar un poco en el detalle a este respecto, se podría destacar por ejemplo que las «palabras sagradas» que no deben pronunciarse nunca son un símbolo particularmente claro de lo «inefable» o de lo «inexpresable»; por lo demás, se sabe que algo semejante se encuentra a veces hasta en el exoterismo, por ejemplo para el Tetragrama en la tradición judaica. Se podría mostrar también, en el mismo orden de ideas, que algunos signos están en relación con la «localización», en el ser humano, de los «centros» sutiles cuyo «despertar» constituye, según algunos métodos (concretamente los métodos «tántricos» en la tradición hindú), uno de los medios de adquisición del conocimiento iniciático efectivo.); pero, bien entendido, aquí más que en cualquier otra parte, el símbolo no debe ser confundido de ninguna manera con lo que es simbolizado, y es esta confusión la que comete la ignorancia profana, porque no sabe ver lo que hay detrás de la apariencia, y porque no concibe siquiera que pueda haber ahí algo más que lo que cae bajo los sentidos, lo que equivale prácticamente a la negación pura y simple de todo simbolismo. 429 APERCEPCIONES SOBRE LA INICIACIÓN DEL SECRETO INICIÁTICO

Para pasar de ahí a la aplicación «microcósmica», basta recordar la analogía que existe entre el pinda, embrión sutil del ser individual, y el Brahmânda, o el «Huevo del Mundo» (NA: Yathâ pinda tathâ Brahmânda (NA: Ver El Hombre y su devenir según el Vêdânta, pp. 143 y 191, ed. francesa).); y este pinda, en tanto que «germen» permanente e indestructible del ser, se identifica en otras partes al «núcleo de inmortalidad» que es llamado luz en la tradición hebraica (NA: Ver El Rey del Mundo, pp. 87-91, ed. francesa. — Se puede notar también que la asimilación del «segundo nacimiento» a una «germinación» del luz recuerda claramente la descripción taoísta del proceso iniciático como «endogenia del inmortal».). Es verdad que, en general, el luz no está expresamente indicado como situado en el corazón, o que al menos éste no es más que una de las diferentes «localizaciones» de las que es susceptible, en su correspondencia con el organismo corporal, y que no es la que se refiere al caso más habitual; pero esta localización no se encuentra menos exactamente, entre las demás, ahí donde el luz está en relación inmediata con el «segundo nacimiento». En efecto, estas «localizaciones», que están también en relación con la doctrina hindú de los chakras o centros sutiles del ser humano, se refieren a otras tantas condiciones de éste, o a fases de su desarrollo espiritual, que son las fases mismas de la iniciación efectiva: en la base de la columna vertebral, es en el estado de «sueño» donde se encuentra el luz en el hombre ordinario; en el corazón, es la fase inicial de su «germinación», que es propiamente el «segundo nacimiento»; en el ojo frontal, es la perfección del estado humano, es decir, la reintegración al «estado primordial»; en fin, en la coronilla de la cabeza, es el paso a los estados supraindividuales, que debe conducir finalmente hasta la «Identidad Suprema». 1042 APERCEPCIONES SOBRE LA INICIACIÓN EL NACIMIENTO DEL AVATÂRA

Hay otros que quieren vincularse al «celtismo», y, porque hacen llamada así a algo que está menos alejado de nosotros, puede parecer que lo que proponen sea menos irrealizable; no obstante, ¿dónde encontrarían hoy día el «celtismo» en el estado puro, y dotado todavía de una vitalidad suficiente como para que sea posible tomar ahí un punto de apoyo? En efecto, no hablamos de reconstituciones arqueológicas o simplemente «literarias», como se han visto algunas; se trata de algo diferente. Que elementos célticos muy reconocibles y todavía utilizables hayan llegado hasta nosotros por diversos intermediarios, eso es verdad; pero estos elementos están muy lejos de representar la integralidad de una tradición, y, cosa sorprendente, ésta, en los países mismos donde vivió antaño, se ignora ahora más completamente aún que las de muchas civilizaciones que fueron siempre extranjeras a esos mismos países; ¿no hay algo ahí que debería hacer reflexionar, al menos a aquellos que no están enteramente dominados por una idea preconcebida? Diremos más: en todos los casos como ese, donde se trata de los vestigios dejados por civilizaciones desaparecidas, no es posible comprenderlos verdaderamente sino por comparación con lo que hay de similar en las civilizaciones tradicionales que están todavía vivas; y otro tanto se puede decir para la edad media misma, donde se encuentran tantas cosas cuya significación está perdida para los occidentales modernos. Esta toma de contacto con las tradiciones cuyo espíritu subsiste todavía es el único medio de revivificar aquello que todavía es susceptible de serlo; y, como ya lo hemos indicado muy frecuentemente, éste es uno de los mayores servicios que Oriente pueda prestar a Occidente. No negamos la supervivencia de un cierto «espíritu céltico», que todavía puede manifestarse bajo formas diversas, como lo ha hecho ya en diferentes épocas; pero cuando se llega a asegurarnos que existen todavía centros espirituales que conservan integralmente la tradición druídica, esperamos que se nos proporcione la prueba de ello, y, hasta nueva orden, eso nos parece muy dudoso, cuando no enteramente inverosímil. 1102 LA CRISIS DEL MUNDO MODERNO CAPÍTULO II

El desorden moderno, lo hemos dicho, ha tenido nacimiento en Occidente, y, hasta estos últimos años, había permanecido siempre estrictamente localizado; pero ahora se ha producido un hecho cuya gravedad no debe ser disimulada: es que el desorden se extiende por todas partes y parece ganar hasta el Oriente. Ciertamente la invasión occidental no es una cosa reciente, pero hasta ahora se limitaba a una dominación más o menos brutal ejercida sobre los demás pueblos, y cuyos efectos estaban limitados al dominio político y económico; a pesar de todos los esfuerzos de una propaganda que reviste formas múltiples, el espíritu oriental era impenetrable a todas las desviaciones, y las antiguas civilizaciones tradicionales subsistían intactas. Hoy día, al contrario, hay orientales que se han «occidentalizado» más o menos completamente, que han abandonado su tradición para adoptar todas las aberraciones del espíritu moderno, y estos elementos desviados, gracias a la enseñanza de las Universidades europeas y americanas, devienen en su propio país una causa de perturbación y de agitación. Por lo demás, no conviene exagerar su importancia, por el momento al menos: en Occidente, uno se imagina de buena gana que esas individualidades ruidosas, pero poco numerosas, representan al Oriente actual, mientras que, en realidad, su acción no es ni muy extensa ni muy profunda; esta ilusión se explica fácilmente, ya que aquí nadie conoce a los verdaderos orientales, que por lo demás no buscan en modo alguno hacerse conocer, y ya que son los «modernistas», si se puede llamarlos así, los únicos que se muestran hacia afuera, que hablan, que escriben y se agitan de todas las maneras. Por eso no es menos verdad que este movimiento antitradicional puede ganar terreno, y es menester considerar todas las eventualidades, incluso las más desfavorables; el espíritu se repliega ya en cierto modo sobre sí mismo, los centros donde se conserva integralmente devienen cada vez más cerrados y difícilmente accesibles; y esta generalización del desorden corresponde bien a lo que debe producirse en la fase final del Kali-Yuga. 1218 LA CRISIS DEL MUNDO MODERNO CAPÍTULO VIII

La conclusión a sacar de estas consideraciones es que hay tantas «Tierras Santas» particulares como formas tradicionales regulares existen, puesto que representan los centros espirituales que corresponden respectivamente a esas diferentes formas; pero, si el mismo simbolismo se aplica uniformemente a todas esas «Tierras Santas», es que esos centros espirituales tienen todos una constitución análoga, y a menudo hasta en los detalles más precisos, porque son otras tantas imágenes de un mismo centro único y supremo, que es verdadera y únicamente el «Centro del Mundo» pero del que toman sus atributos, participando de su naturaleza por una comunicación directa en la cual reside la ortodoxia tradicional, y representándolo efectivamente de una forma más o menos exterior para tiempos y lugares determinados. En otras palabras, existe una «Tierra Santa» por excelencia, prototipo de todas las demás, centro espiritual al cual todos los demás centros están subordinados, sede de la Tradición primordial de la que todas las tradiciones particulares se derivan por adaptación a tales o cuales condiciones definidas, que son las de un pueblo o las de una época. Esta «Tierra Santa» por excelencia es la «región suprema» según el sentido del término sánscrito Paradesha, del que los Caldeos han hecho Pardes y los Occidentales Paradis; es en efecto el «Paraíso terrenal», que es el punto de partida de toda tradición, que tiene en su centro la fuente única de la que parten los cuatro ríos hacia los cuatro puntos cardinales (NA: Esta fuente es idéntica a la «fuente de enseñanza» a la que hemos tenido la ocasión de hacer diferentes alusiones (NA: ver p. 29).) y que es también la «morada de inmortalidad» como es fácil de comprender remontándose a los primeros capítulos del Génesis. (NA: Es por eso que la «fuente de enseñanza» es al mismo tiempo la «fuente de la juventud» (NA: fons juventutis), porque el que bebe es liberado de la condición temporal; ella está además situada al pie del «Árbol de la Vida» (NA: ver más adelante nuestro estudio sobre El lenguaje secreto de Dante   y de los «Fieles de Amor») y sus aguas se identifican evidentemente con el «elixir de la larga vida» de los hermetistas (NA: la idea de «longevidad» tiene aquí el mismo significado que en las tradiciones orientales), o del «brebaje de inmortalidad», el cual es objeto de diferentes denominaciones.) 1297 ESOTERISMO CRISTIANO LOS GUARDIANES DE TIERRA SANTA

No podemos volver aquí sobre todas las cuestiones que conciernen al Centro supremo y que además ya hemos tratado mas o menos completamente: su conservación de una manera mas o menos oculta según los períodos, del comienzo al fin de un ciclo, es decir, desde el «Paraíso terrenal» hasta la «Jerusalén celestial» que representan las dos fases extremas; los nombres múltiples bajo los cuales es designado, como los de Tula, Luz, Salem, Agartha; los diferentes símbolos que lo representan, como la montaña, la caverna, la isla y bastantes otros, en conexión inmediata, la mayor parte, con el simbolismo del «Polo» o del «Eje del Mundo». A estas representaciones podemos añadir las de una ciudad, una ciudadela, un templo o un palacio según el aspecto bajo el cual se lo considere más especialmente; he aquí la ocasión de recordar, al mismo tiempo, que el Templo de Salomón que se relaciona más directamente con nuestro tema, y su triple recinto, del que hemos hablado recientemente, representa la jerarquía iniciática de ciertos centros tradicionales (NA: Ver nuestro artículo sobre El triple recinto druídico, en Le Voile d’Isis, de junio de 1929; hemos señalado precisamente la relación de esta figura bajo sus dos formas, circular y cuadrada, con el simbolismo del «Paraíso terrenal» y de la «Jerusalén celestial».) y también el misterioso laberinto que, bajo una forma más compleja, se refiere a una concepción similar, con la diferencia de que lo que es puesto en evidencia es la idea de un «encaminamiento» hacia el centro escondido. (NA: El laberinto cretense era el palacio de Minos  , nombre idéntico al de Manu, que designa al Legislador primordial. Por otra parte se puede comprender por lo que decimos aquí, la razón por la cual el recorrido del laberinto trazado sobre el enlosado de ciertas iglesias en la Edad Media, era considerado como sustituto del peregrinaje a Tierra Santa para aquellos que no podían cumplirlo; es necesario recordar que el peregrinaje es precisamente una de las representaciones de la iniciación, de manera que el «peregrinaje a Tierra Santa» es, en el sentido esotérico lo mismo que la «búsqueda de la Palabra perdida» o la «conquista del Santo Grial».) 1298 ESOTERISMO CRISTIANO LOS GUARDIANES DE TIERRA SANTA

Eso no podría ser verdaderamente el «secreto del Santo Grial», ni tampoco ningún otro secreto iniciático real; si se quiere saber dónde se encuentra ese secreto, es necesario referirse a la constitución muy «positiva» de los centros espirituales, como ya lo hemos indicado bastante explícitamente en nuestro estudio sobre El Rey del Mundo. Nos limitaremos, a este respecto, a remarcar que el Sr. Waite toca a veces cosas cuyo alcance parece escapársele: así, llega a hablar diversas veces de cosas «sustituidas», que pueden ser palabras u objetos simbólicos; así, esto puede referirse ya sea a los diversos centros secundarios en tanto que son imágenes o reflejos del Centro supremo, ya sea a las fases sucesivas del «oscurecimiento» que se produce gradualmente, en conformidad con las leyes cíclicas en la manifestación de esos mismos centros respecto al mundo exterior. Además, el primero de esos dos casos entra en cierta forma en el segundo, pues la constitución de los centros secundarios corresponde a formas tradicionales