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Obras: ascensión

sexta-feira 2 de fevereiro de 2024

  

Este punto central, por el cual se establece, para el ser humano, la comunicación con los estados superiores o «celestes», es también la «puerta estrecha» del simbolismo evangélico, y se puede desde ahora comprender lo que son los «ricos» que no pueden pasar por ella: Son los seres atados a la multiplicidad, y que, por consecuencia, son incapaces de elevarse del conocimiento distintivo al conocimiento unificado. Este vinculamiento (o atadura), en efecto, es directamente contrario al desligamiento (o desvinculamiento) que ha sido cuestión más atrás, como la riqueza es contraria a la pobreza, y encadena el ser a la serie indefinida de los ciclos de manifestación (NA: es el samsâra buddhico, la rotación indefinida de la «rueda de la vida» de la que el ser debe liberarse para alcanzar el Nirvâna.). El vinculamiento a la multiplicidad es también, en un cierto sentido, la «tentación Bíblica», que, haciendo gustar al ser el fruto del «Árbol de la Ciencia del bien y del mal», es decir, del conocimiento dual y distintivo de las cosas contingentes, le aleja de la unidad central original y le impide alcanzar el fruto del «Árbol de la Vida»; y es por ahí, en efecto, que el ser está sometido a la alternancia de las mutaciones cíclicas, es decir, al nacimiento y a la muerte. El recorrido indefinido de la multiplicidad es figurado precisamente por las espiras de la serpiente enrollada alrededor del árbol que simboliza el «Eje del Mundo»: Es el camino de los «extraviados» (Ed-dâllîn), de aquellos que están en el «error» en el sentido etimológico de esta palabra, por oposición al «camino recto» (Eç-çirâtul-mustaqîm), en ascensión vertical siguiendo el eje mismo, de quien se habla en la primera sûrat del Qorân (NA: este «camino recto» es idéntico al Te o Rectitud de Lao-tseu, que es la dirección que un ser debe seguir para que su existencia sea según la «Vía» (Tao), o, en otros términos, en conformidad con el Principio.). 34 Apercepciones sobre el esoterismo islámico   y el taoismo Et-Faqru

Naturalmente, todo aquello de lo que se trata está confinado en un cierto dominio puramente psíquico, y, por eso mismo, no podría tener ninguna relación con la verdadera iniciación, puesto que ésta es al contrario de orden esencialmente espiritual; en todo eso se habla mucho de «magia», y, como ya lo hemos explicado suficientemente, las operaciones mágicas de un género cualquiera no constituyen de ninguna manera un proceso iniciático. Por otra parte, encontramos esta singular creencia de que toda la iniciación debe reposar sobre el despertar y la ascensión de la fuerza sutil que la tradición hindú designa bajo el nombre de Kundalinî, mientras que, de hecho, eso no es más que un método propio de algunas formas iniciáticas muy particulares; por lo demás, no es la primera vez que hemos tenido que constatar, en lo que llamaríamos de buena gana las leyendas antiiniciáticas, una suerte de obsesión de Kundalinî que es por lo menos curiosa, y cuyas razones, en general, no aparecen muy claramente. Aquí, la cosa se encuentra ligada bastante estrechamente a una cierta interpretación del simbolismo de la serpiente, tomado en un sentido exclusivamente «maléfico»; el autor parece no tener la menor idea de la doble significación de algunos símbolos, cuestión muy importante que ya hemos tratado en otra parte (NA: Ver El Reino de la Cantidad y los signos de los Tiempos, cap. XXX. ). Sea como sea, el Kundalinî Yogâ, tal como se practica sobre todo en la iniciación tántrica, es ciertamente algo muy diferente de la magia; pero lo que se considera abusivamente bajo este nombre, en el caso que nos ocupa, puede muy bien no ser más que eso; si no se tratara más que de pseudoiniciación, sería incluso mucho menos que eso, es decir, una ilusión «psicológica» pura y simple; pero, si la contrainiciación interviene a algún grado, puede tratarse muy bien de una desviación real, e incluso de una suerte de «inversión», que desemboca en una toma de contacto, no con un principio transcendente o con los estados superiores del ser, sino simplemente con la «luz astral», diríamos más bien con el mundo de las «influencia errantes», es decir, en suma con la parte más inferior del dominio sutil. El autor, que acepta la expresión de «luz astral» (NA: El origen   de esta expresión se remonta a Paracelso  , pero, de hecho, es conocida sobre todo por las divagaciones ocultistas a las que ha servido de pretexto.), designa este resultado bajo el nombre de «iluminación», que deviene así curiosamente equívoco; en lugar de aplicarse a algo de orden puramente intelectual y a la adquisición de un conocimiento superior, como debería aplicarse normalmente si se tomara en un sentido iniciático legítimo, no se refiere más que a fenómenos de «clarividencia» o a otros «poderes» de la misma categoría, muy poco interesantes en sí mismos, y, por lo demás, sobre todo negativos en este caso, ya que parece que sirven finalmente para hacer al que está afligido por ellos accesible a las sugestiones que emanan de pretendidos «Maestros» desconocidos, los cuales, ocurre que no son más que siniestros «magos negros». 834 APERCEPCIONES SOBRE LA INICIACIÓN INICIACIÓN Y «PASIVIDAD»

Los «misterios menores» comprenden todo lo que se refiere al desarrollo de las posibilidades del estado humano considerado en su integridad; por consiguiente, terminan en lo que hemos llamado la perfección de este estado, es decir, en lo que se designa tradicionalmente como las restauración del «estado primordial». Los «misterios mayores» conciernen propiamente a la realización de los estados suprahumanos: tomando al ser en el punto donde le han dejado los «misterios menores», y que es el centro del dominio de la individualidad humana, le conducen más allá de este dominio, y a través de los estados supraindividuales, pero todavía condicionados, hasta el estado incondicionado, que es el único que es la verdadera meta, y que se designa como la «Liberación final» o como la «Identidad Suprema». Para caracterizar respectivamente estas dos fases, aplicando el simbolismo geométrico (NA: Ver la exposición que hemos hecho de ello en El Simbolismo de la Cruz  .), se puede hablar de «realización horizontal» y de «realización vertical», donde la primera debe servir de base a la segunda; esta base se representa simbólicamente por la tierra, que corresponde al dominio humano, y la realización suprahumana se describe entonces como una ascensión a través de los cielos, que corresponden a los estados superiores del ser (NA: Hemos explicado más ampliamente esta representación en El esoterismo de Dante  .). Por lo demás, es fácil comprender por qué la segunda presupone necesariamente la primera: el punto central del estado humano es el único donde es posible la comunicación directa con los estados superiores, puesto que ésta se efectúa según el eje vertical que encuentra en este punto al dominio humano; así pues, es menester haber llegado primeramente a este centro para poder después elevarse, según la dirección del eje, a los estados supraindividuales; y es por eso por lo que, para emplear el lenguaje de Dante, el «Paraíso terrestre» no es más que una etapa en la vía que conduce al «Paraíso celeste» (NA: En la tradición islámica, los estados en los que terminan respectivamente los «misterios menores» y los «misterios mayores» se designan como el «hombre primordial» (el-insân el-qâdim) y el «hombre universal» (el-insân el-kâmil); estos dos términos corresponden así propiamente al «hombre verdadero» y al «hombre transcendente» del Taoísmo, que ya hemos recordado en una nota precedente.). 894 APERCEPCIONES SOBRE LA INICIACIÓN MISTERIOS MAYORES Y MISTERIOS MENORES

Por otra parte, no es difícil constatar que Virgilio mismo, en cuanto a lo que nos ocupa, ha tenido predecesores en los Griegos, y recordar a este propósito el viaje de Ulises al país de los Cimmerios, así como el descenso de Orfeo a los Infiernos; ¿pero la concordancia que se observa en todo esto no prueba nada más que una serie de apropiaciones o de imitaciones sucesivas? La verdad es que lo que se trata tiene la relación más estrecha con los misterios de la antigüedad, y que estos diversos relatos poéticos o legendarios no son más que traducciones de una misma realidad: la rama de oro que Eneas, conducido por la Sibila, va a coger primero al bosque (esa misma «selva selvaggia» donde Dante sitúa también el comienzo de su poema), es la rama que llevaban los iniciados de Éleusis, y que recuerda también la acacia de la Masonería moderna, «prenda de resurrección y de inmortalidad». Pero hay más, y el Cristianismo mismo nos presenta también un simbolismo parecido: en la liturgia católica, es por la fiesta de los Ramos (El nombre latino de esta fiesta es Dominica in Palmis; la palma y la rama no son evidentemente más que una sola y misma cosa, y la palma tomada como emblema de los mártires tiene igualmente la significación que indicamos aquí. — Recordaremos también la denominación popular de «Pascua florida», que expresa de una manera muy clara, aunque inconsciente en aquellos que la emplean hoy día, la relación del simbolismo de esta fiesta con la resurrección.) como se abre la semana santa, que verá la muerte de Cristo y su descenso a los Infiernos, después su resurrección, que pronto será seguida de su ascensión gloriosa; y es precisamente el lunes santo cuando comienza el relato de Dante, como para indicar que ha sido al ir a la búsqueda de la rama misteriosa cuando se ha extraviado en el bosque obscuro donde va a encontrar a Virgilio; y su viaje a través de los mundos durará hasta el domingo de Pascua, es decir, hasta el día de la resurrección. 1562 EL ESOTERISMO DE DANTE   CAPÍTULO V

Muerte y descenso a los Infiernos por un lado, resurrección y ascensión a los Cielos por el otro, son como dos fases inversas y complementarias, de las que la primera es la preparación necesaria de la segunda, fases que se encontrarían igualmente sin esfuerzo en la descripción de la «Gran Obra» hermética; y la misma cosa se afirma claramente en todas las doctrinas tradicionales. Es así como en el Islam encontramos el episodio del «viaje nocturno» de Mohammed  , viaje que comprende igualmente el descenso a las regiones infernales (isrâ), y después el ascenso a los diversos paraísos o esferas celestes (mirâj); y algunos relatos de este «viaje nocturno» presentan con el poema de Dante similitudes particularmente sorprendentes, a tal punto que algunos han querido ver en él una de las fuentes principales de su inspiración. Don Miguel Asín Palacios ha mostrado las múltiples relaciones que existen, en cuanto al fondo e incluso en cuanto a la forma, entre la Divina Comedia (sin hablar de algunos pasajes de la Vita Nuova y del Convito), por una parte, y por otra, el Kitâb el-isrâ (Libro del Viaje nocturno) y los Futûhât el-Mekkiyah (Revelaciones de la Meca) de Mohyiddin ibn Arabi  , obras unos ochenta años anteriores, y concluye que esas analogías son más numerosas ellas solas que todas las que los comentadores han llegado a establecer entre la obra de Dante y todas las demás literaturas de todos los países (Miguel Asín Palacios. La Escatología musulmana en la Divina Comedia, Madrid, 1919. — Cf. también Blochet, les Sources orientales de «la Divine Comédie», París, 1901. ). He aquí algunos ejemplos de ello: «en una adaptación de la leyenda musulmana, un lobo y un león cortan la ruta al peregrino, como la pantera, el león y la loba hacen retroceder a Dante... Virgilio es enviado a Dante y Gabriel a Mohammed por el Cielo; ambos, durante el viaje, satisfacen la curiosidad del peregrino. El Infierno es anunciado en las dos leyendas por signos idénticos: tumulto violento y confuso, ráfagas de fuego... La arquitectura del Infierno dantesco está calcada sobre la del Infierno musulmán: los dos son una gigantesca tolva formada por una serie de pisos, de grados o escalones circulares que descienden gradualmente hasta el fondo de la tierra; cada uno de ellos encierra una categoría de pecadores, cuya culpabilidad y cuya pena se agravan a medida que los mismos habitan un círculo más hundido. Cada piso se subdivide en otros diferentes, afectos a categorías variadas de pecadores; finalmente, estos dos Infiernos están situados debajo de la ciudad de Jerusalem... A fin de purificarse al salir del Infierno y de poder elevarse al Paraíso, Dante se somete a una triple ablución. Una misma triple ablución purifica las almas en la leyenda musulmana: antes de penetrar en el Cielo, son sumergidas sucesivamente en las aguas de los tres ríos que fertilizan el jardín de Abraham... La arquitectura de las esferas celestes a través de las cuales se cumple la ascensión es idéntica en las dos leyendas; en los nueve cielos están dispuestas, según sus méritos respectivos, las almas bienaventuradas que, finalmente, se juntan todas en el Empíreo o última esfera... Lo mismo que Beatriz se desvanece ante San Bernardo   para guiar a Dante en las últimas etapas, de igual modo Gabriel abandona a Mohammed cerca del trono de Dios a donde será atraído por una guirnalda luminosa... La apoteosis final de las dos ascensiones es la misma: los dos viajeros, elevados hasta la presencia de Dios, nos describen a Dios como un foco de luz intensa, rodeado de nueve círculos concéntricos formados por las filas cerradas de innumerables espíritus angélicos que emiten rayos luminosos; una de las filas circulares más próximas del foco es la de los Querubines; cada círculo rodea al círculo inmediatamente inferior, y los nueve giran sin tregua alrededor del centro Divino... Los pisos infernales, los cielos astronómicos, los círculos de la rosa mística, los coros angélicos que rodean el foco de la Luz divina, los tres círculos que simbolizan la trinidad de personas, están tomados palabra a palabra por el poeta florentino a Mohyiddin ibn Arabi (A. Cabaton, «la Divine Comédie» et l’Islam, en la Revue de l’Histoire des Religions, 1920; este artículo contiene un resumen del trabajo de M. Asín Palacios.)». 1564 EL ESOTERISMO DE DANTE CAPÍTULO V

Los Cielos son los estados superiores del ser; los Infiernos, como su nombre mismo lo indica por lo demás, son los estados inferiores; y, cuando decimos superiores e inferiores, eso debe entenderse en relación al estado humano o terrestre, que se toma naturalmente como término de comparación, porque es el que debe servirnos forzosamente de punto de partida. Puesto que la iniciación verdadera es una toma de posesión consciente de los estados superiores, es fácil comprender que sea descrita simbólicamente como una ascensión o un «viaje celeste»; pero uno podría preguntarse por qué esta ascensión debe ser precedida de un descenso a los Infiernos. Para eso hay varias razones, que no podríamos exponer completamente sin entrar en desarrollos muy largos, lo que nos llevaría muy lejos del tema especial de nuestro presente estudio; diremos solo esto: por una parte, este descenso es como una recapitulación de los estados que preceden lógicamente al estado humano, que han determinado sus condiciones particulares, y que deben participar también en la «transformación» que va a cumplirse; por otra, permite la manifestación, según ciertas modalidades, de las posibilidades de orden inferior que el ser lleva todavía en él en el estado no desarrollado, y que deben ser agotadas por él antes de que le sea posible llegar a la realización de los estados superiores. Por lo demás, es menester precisar bien que no puede tratarse para el ser de retornar efectivamente a estados por los que ya ha pasado; no puede explorar esos estados más que indirectamente, tomando consciencia de las huellas que han dejado en las regiones más obscuras del estado humano mismo; y por eso es por lo que los Infiernos son representados simbólicamente como situados en el interior de la Tierra. Por el contrario, los Cielos son muy realmente los estados superiores, y no solo su reflejo en el estado humano, cuyos prolongamientos más elevados no constituyen más que la región intermediaria o el Purgatorio, es decir, la montaña en la cima de la cual Dante coloca el Paraíso terrestre. La meta real de la iniciación, no es solo la restauración del «estado edénico», que no es más que una etapa sobre la ruta que debe conducir mucho más arriba, puesto que es más allá de esta etapa donde comienza verdaderamente el «viaje celeste»; esta meta, es la conquista activa de los estados «suprahumanos», ya que, como Dante lo repite según el Evangelio, «Regnum coelorum violenzie pate...» (Paradiso, XX, 94.), y esa es una de las diferencias esenciales que existen entre los iniciados y los místicos. Para expresar las cosas de otro modo, diremos que el estado humano debe ser llevado primero a la plenitud de su expansión, mediante la realización integral de sus posibilidades propias (y esta plenitud es lo que es menester entender aquí por el «estado edénico»); pero, lejos de ser el término, esto no será todavía más que la base sobre la que el ser se apoyará para «salire alle stelle» (Purgatorio, XXXIII, 145. — Es notable que las tres partes del poema se terminan todas por la misma palabra stelle, como para afirmar la importancia muy particular que tenía para Dante el simbolismo astrológico. Las últimas palabras del Infierno, «riveder le stelle», caracterizan el retorno al estado propiamente humano, desde donde es posible percibir como un reflejo de los estados superiores; las del Purgatorio son las mismas que explicamos aquí. En cuanto al verso final del Paraíso: «L’Amor che muove il Sole e l’altre stelle», designa, como término último del «viaje celeste», el centro divino que está más allá de todas las esferas, y que es, según la expresión de Aristóteles, el «motor inmóvil» de todas las cosas; el nombre de «Amor» que se le atribuye podría dar lugar a interesantes consideraciones, en relación con el simbolismo propio a la iniciación de las Órdenes de caballería.), es decir, para elevarse a los estados superiores, que figuran las esferas planetarias y estelares en el lenguaje de la astrología, y las jerarquías angélicas en el lenguaje de la teología. Así pues, hay que distinguir dos periodos en la ascensión, pero el primero, a decir verdad, no es una ascensión más que en relación a la humanidad ordinaria: la altura de una montaña, cualquiera que sea, es siempre nula en comparación de la distancia que separa la Tierra de los Cielos; en realidad, es pues más bien una extensión, puesto que es el completo florecimiento del estado humano. El despliegue de las posibilidades del ser total se efectúa así primero en el sentido de la «amplitud», y después en el de la «exaltación», para servirnos de términos tomados al esoterismo islámico; y agregaremos también que la distinción de estos dos periodos corresponde a la división antigua de los «misterios menores» y de los «misterios mayores». 1586 EL ESOTERISMO DE DANTE CAPÍTULO VI

Así pues, el centro de la tierra representa el punto extremo de la manifestación en el estado de existencia considerado; es un verdadero punto de detención, a partir del cual se produce un cambio de dirección, donde la preponderancia pasa de la una a la otra de las dos tendencias adversas. Por eso es por lo que, desde que se ha alcanzado el fondo de los Infiernos, comienza la ascensión o el retorno hacia el principio, ascensión que sucede inmediatamente al descenso; y el paso de un hemisferio al otro se hace rodeando el cuerpo de Lucifer, de una manera que hace pensar que la consideración de este punto central no deja de tener ciertas relaciones con los misterios masónicos de la «Habitación del Medio», donde se trata igualmente de muerte y de resurrección. Por todas partes y siempre, encontramos igualmente la expresión simbólica de las dos fases complementarias que, en la iniciación o en la «Gran Obra» hermética (lo que no es en el fondo más que una sola y misma cosa), traducen estas mismas leyes cíclicas, universalmente aplicables, y sobre las cuales, para nos, reposa toda la construcción del poema de Dante. 1656 EL ESOTERISMO DE DANTE CAPÍTULO VIII

Cuando Kundalinî es «despertada» por las prácticas apropiadas, en la descripción de las cuales no nos entretendremos, penetra en el interior de sushumnâ y, en el curso de su ascensión, «horada» sucesivamente los diferentes «lotos», que florecen a su paso; y, a medida que alcanza así cada centro, reabsorbe en ella, como ya lo hemos dicho, los diversos principios de la manifestación individual que se hallan especialmente conectados al centro en cuestión, y que, llevados de este modo al estado potencial, son arrastrados con ella en su movimiento hacia el centro superior. Son estos otros tantos estados del laya-yoga; a cada uno de esos estados es atribuida también la obtención de ciertos «poderes» (NA: siddhis) particulares, pero importa precisar que no es de ningún modo esto lo que constituye lo esencial, y uno no sabría insistir en ello sin que fuera demasiado, ya que la tendencia general de los occidentales es la de atribuir a esa especie de cosas, como por lo demás a todo lo que sean «fenómenos», una importancia que no tienen y que no pueden tener en realidad. Es así, que como lo hace observar muy justamente el autor, el yogî (NA: o, para hablar más exactamente, aquel que está en vía de devenir tal) no aspira a la posesión de ningún estado condicionado, ni tan siquiera a un estado superior o «celeste», por elevado que el mismo pudiera ser, no, sino que aspira únicamente a la «liberación»; si es ello así, con mayor razón no podría vincularse a los «poderes» cuyo ejercicio releva enteramente del dominio de la manifestación más exterior. Aquel que busca los «poderes» en cuestión por ellos mismos y que hace de esto el fin de su desarrollo, en lugar de no ver en ellos más que simples resultados accidentales, no será jamás un verdadero yogî, ya que esos «poderes» constituirán para él obstáculos infranqueables que le habrán de impedir el continuar en seguir la vía ascendente hasta su último término; toda su «realización» no consistirá pues jamás en otra cosa que en algunas extensiones de la individualidad humana, resultado cuyo valor es rigurosamente nulo al respecto del fin supremo. Normalmente, los «poderes» en cuestión no deben ser miradas más que como signos que indican que el ser ha alcanzado efectivamente tal o cual estado; son, si se quiere, un medio exterior de control; pero lo que importa realmente, en cualquier estadio que esto sea, un cierto «estado de consciencia», representado, así como ya lo hemos dicho, por una «deidad» (NA: devâtâ), a la cual el ser se ha identificado en ese grado de «realización»; y esos estados en ellos mismos no valen más que como preparación gradual a la «unión» suprema, que con ellos no guarda medida común ninguna, pues que no podría haberla entre lo condicionado y lo incondicionado. 2287 ESTUDIOS SOBRE HINDUISMO   KUNDALINÎ-YOGA (Publicado en V.J., octubre y noviembre de 1933)

«Sube de la Tierra al Cielo, y redesciende del Cielo a la Tierra; recibe por ello la virtud y la eficacia de las cosas superiores e inferiores»: estas palabras de la Tabla de Esmeralda hermética puede aplicarse muy exactamente al Hombre en tanto que término mediano de la Gran Tríada, es decir, de una manera más precisa, en tanto que es propiamente el «mediador» por el que se opera efectivamente la comunicación entre el Cielo y la Tierra (NA: Se puede ver también en estas palabras, desde el punto de vista propiamente iniciático, una indicación muy clara de la doble realización «ascendente» y «descendente»; pero se trata de un punto que no podemos pensar desarrollar al presente.). Por lo demás, la «subida de la Tierra al Cielo» es representada ritualmente, en tradiciones muy diversas, por la ascensión a un árbol o a un poste, símbolo del «Eje del Mundo»; por esta ascensión, que es seguida forzosamente de un redescenso (y este doble movimiento corresponde también a la «solución» y a la «coagulación»), aquel que realiza verdaderamente lo que está implicado en el rito se asimila las influencias celestes y las trae en cierto modo a este mundo para unirlas aquí a las influencias terrestres, en él mismo primeramente, y después, por participación y como por «irradiación», en el medio cósmico todo entero (NA: A este propósito, haremos observar incidentalmente que, puesto que el descenso de las influencias celestes se simboliza frecuentemente por la lluvia, es fácil comprender cual es en realidad el sentido profundo de los ritos que tienen como meta aparente «hacer lluvia»; este sentido es evidentemente completamente independiente de la aplicación «mágica» que ve en ellos el vulgo, y que, por lo demás, no se trata de negar, sino solo de reducirla a su justo valor de contingencia de un orden muy inferior. — Es interesante notar que este simbolismo de la lluvia ha sido conservado, a través de la tradición hebraica, hasta en la liturgia católica misma: «Rorate Coeli desuper, et nubes pluant Justum» (NA: Isaías 45:8); el «Justo» de que se trata aquí puede ser considerado como el «mediador» que «redesciende del Cielo a la Tierra», o como el ser que, teniendo efectivamente la plena posesión de su naturaleza celeste, aparece en este mundo como el Avatâra.). 2801 LA GRAN TRÍADA EL MEDIADOR

Así pues, cuando el Wang que ha recibido el «mandato del Cielo» directa o indirectamente, se identifica al eje considerado en el sentido ascendente, ya sea como en el primer caso, efectivamente y por sí mismo (y recordaremos aquí los ritos que representan esta ascensión y que hemos mencionado precedentemente), ya sea como en el segundo caso, virtualmente y solo por el cumplimiento de su función (y es evidente que, concretamente, un rito tal como el del sacrificio al Cielo actúa en una dirección «ascensional»), deviene por así decir el «canal» por el que las influencias descienden del Cielo hacia la Tierra (NA: Al hablar aquí de «canal», hacemos alusión a un simbolismo que se encuentra expresamente en diferentes tradiciones; recordaremos a este respecto, no solamente los nâdîs o «canales» por los que, según la tradición hindú, las corrientes de la fuerza sutil circulan en el ser humano, sino también y sobre todo, en la Kabbala   hebraica, los «canales» del árbol sefirótico, por los que, precisamente, las influencias espirituales se difunden y se comunican de un mundo a otro.). Se ve aquí, en la acción de estas influencias espirituales, un doble movimiento alternativo, sucesivamente ascendente y descendente, al que corresponde, en el orden inferior de las influencias psíquicas o sutiles, la doble corriente de la fuerza cósmica de que hemos hablado más atrás; pero es menester tener buen cuidado de precisar que, en lo que concierne a las influencias espirituales, este movimiento se efectúa según el eje mismo o la «Vía del Medio», ya que, como lo dice el Yi-king  , «la Vía del Cielo es yin con yang», estando entonces los dos aspectos complementarios indisolublemente unidos en esta misma dirección «central», mientras que, en el dominio psíquico, que está más alejado del orden principial, la diferenciación del yang y del yin determina la producción de dos corrientes distintas, representadas por los diversos símbolos de los que ya hemos hablado, y que pueden ser descritas como ocupando respectivamente la «derecha» y la «izquierda» en relación a la «Vía del Medio» (NA: La «Vía del Medio» corresponde, en el orden «microcósmico», a la arteria sutil sushumnâ de la tradición hindú, que acaba en el Brahma-randhra (representado por el punto donde el mástil del carro sale del palio, o el pilar central del stûpa de la cúpula), y, en el orden «macrocósmico», al «rayo solar» llamado igualmente sushumna y con el que esta arteria está en comunicación constante; las dos corrientes contrarias de la fuerza cósmica tiene como correspondencia en el ser humano, como ya lo hemos dicho, las dos nâdîs de la derecha y de la izquierda, idâ y pingalâ (cf. El Hombre y su devenir según el Vêdânta, cap. XX). — Se podría hacer también una aproximación con la distinción de las dos «vías» tántricas de la derecha y de la izquierda de las que hemos hablado a propósito del vajra, y que, siendo representadas por una simple inclinación del símbolo axial en un sentido o en el otro, aparecen así como no siendo en realidad más que especificaciones secundarias de la «Vía del Medio».). 2841 LA GRAN TRÍADA EL «WANG» O EL REY-PONTÍFICE

Terminaremos este estudio por una última precisión al respecto de la «Vía del Medio»: hemos dicho que ésta, identificada a la «Vía del Cielo», es representada por el eje vertical considerado en el sentido ascendente; pero hay lugar a agregar que esto corresponde propiamente al punto de vista de un ser que, colocando en el centro del estado humano, tiende a elevarse desde ahí a los estados superiores, sin haber llegado todavía a la realización total. Al contrario, cuando este ser se ha identificado con el eje por su «ascensión», según la dirección de éste, hasta el «techo del Cielo», por así decir ha llevado por eso mismo el centro del estado humano, que ha sido su punto de partida, a coincidir para él con el centro del ser total. En otros términos, para un tal ser, el polo terrestre no es sino uno con el polo celeste; y, en efecto, ello debe ser necesariamente así, puesto que ha llegado finalmente al estado principial que es anterior (si se puede emplear todavía en parecido caso una palabra que evoca el simbolismo temporal) a la separación del Cielo y de la Tierra. Desde ese entonces, ya no hay eje hablando propiamente, como si este ser, a medida que se identificaba al eje, en cierto modo lo hubiera «reabsorbido» hasta reducirle a un punto único; pero, bien entendido, ese punto es el centro que contiene en sí mismo todas las posibilidades, ya no solo las de un estado particular, sino las de la totalidad de los estados manifestados y no manifestados. Solo para los demás seres el eje subsiste tal cual era, puesto que no ha cambiado nada en su estado y puesto que han permanecido en el dominio de las posibilidades humanas; así pues, no es sino en relación a ellos como se puede hablar de «redescenso» como lo hemos hecho, y desde entonces es fácil comprender que este «redescenso» aparente (que, no obstante, es también una realidad en su orden) no podría afectar de ninguna manera al «hombre transcendente» mismo. 2924 LA GRAN TRÍADA LA VÍA DEL MEDIO

Según el simbolismo védico, tal como le encontramos en varios textos de las Upanishads   ( Chhândogya Upanishad, 4 Prapâthaka, 15 Khanda, shrutis 5 y 6, y 5 Prapâthaka, 10 Khanda, shrutis 1 y 2; Kaushîtakî Upanishad, 1er Adhyâya, Shruti 3; Brihad-Âranyaka Upanishad, 5 Adhyâya, 10 Brâhmana, shruti 1, y 6 Adhyâya, 2 Brâhmana, shruti 15. ), el ser que cumple el dêva-yâna, al abandonar la Tierra ( Bhû, es decir, el mundo corporal o el dominio de la manifestación grosera ), es conducido primero a la luz ( archis ), por la cual es menester entender aquí el Reino del Fuego ( Têjas ), cuyo Regente es Agni, llamado también Vaishwânara, en una significación especial de este nombre. Por lo demás, es menester destacar bien que, cuando encontramos en la enumeración de estas etapas sucesivas la designación de los elementos, ésta no puede ser más que simbólica, puesto que los bhûtas pertenecen todos propiamente al mundo corporal, que está representado todo entero por la Tierra ( la cual, en tanto que elemento, es Prithwî ); así pues, se trata en realidad de diferentes modalidades del estado sutil. Del Reino del Fuego, el ser es conducido a los diversos dominios de los regentes ( dêvatâs, "deidades" ) o distribuidores del día, de la semi-lunación clara ( periodo creciente o primera mitad del mes lunar ) ( Este periodo creciente de la lunación se llama pûrva-paksha, "primera parte", y el periodo decreciente uttara-paksha, "última parte" del mes. — Estas expresiones pûrva-paksha y uttara-paksha tienen también otra acepción completamente diferente: en una discusión, designan respectivamente una objeción y su refutación. ), de los seis meses de ascensión del sol hacia el norte, y finalmente del año, y todo esto debe entenderse de la correspondencia de estas divisiones del tiempo ( los "momentos" de los que habla la Bhagavad-Gîtâ ) transpuestas analógicamente a los prolongamientos extracorporales del estado humano, y no de estas divisiones mismas, que no son literalmente aplicables más que al estado corporal ( NA: Podría ser interesante establecer la concordancia de esta descripción simbólica con las que dan otras doctrinas tradicionales ( cf. concretamente el Libro de los Muertos de los antiguos egipcios y la Pistis Sophia de los gnósticos   alejandrinos, así como el Bardo-Thodol tibetano ); pero eso nos llevaría demasiado lejos. — En la tradición hindú, Ganêsha, que representa el Conocimiento, es designado al mismo tiempo como el "Señor de las deidades"; su simbolismo, en relación con las divisiones temporales que acabamos de tratar, daría lugar a unos desarrollos extremadamente dignos de interés, y también a unas aproximaciones muy instructivas con antiguas tradiciones occidentales; todas estas cosas, que no pueden encontrar sitio aquí, serán quizás retomadas en alguna otra ocasión. ). De ahí, pasa al Reino del Aire ( Vâyu ), cuyo Regente ( designado por el mismo nombre ) le dirige por el lado de la Esfera del Sol ( Sûrya o Âditya ), a partir del límite superior de su dominio, por un pasaje comparado al núcleo de la rueda de un carro, es decir, a un eje fijo alrededor del cual se efectúa la rotación o la mutación de todas las cosas contingentes ( es menester no olvidar que Vâyu es esencialmente el principio "moviente" ), mutación a la que el ser va a escapar en adelante ( NA: Para emplear el lenguaje de los filósofos griegos, se podría decir que va a escapar a la "generación" ( genesis ) y a la "corrupción" ( phdora ), términos que son sinónimos de "nacimiento" y de "muerte" cuando estas últimas palabras se aplican a todos los estados de manifestación individual; y, por lo que hemos dicho de la Esfera de la Luna y de su significación, se puede comprender también lo que querían decir estos mismos filósofos, concretamente Aristóteles, cuando enseñaban que solo el mundo sublunar está sometido a la "generación" y a la "corrupción": en efecto, este mundo sublunar representa en realidad la "corriente de las formas" de la tradición extremo oriental, y los Cielos, que son los estados informales, son necesariamente incorruptibles, es decir, que ya no hay disolución o desintegración posible para el ser que ha alcanzado esos estados. ). Seguidamente pasa a la Esfera de la Luna ( Chandra o Soma ), donde no permanece como el que ha seguido el pitri-yâna, sino desde donde sube a la región del relámpago ( vidyut ) ( NA: Esta palabra vidyut parece estar también en relación con la raíz vid, en razón de la conexión de la luz y de la vista; su forma está muy próxima de la de vidya: el relámpago ilumina las tinieblas; éstas son el símbolo de la ignorancia ( avidya ), y el conocimiento es una "iluminación" interior. ), por encima de la cual está el Reino del Agua Ap, cuyo Regente es Varuna ( NA: Hacemos destacar, de pasada, que este nombre es manifiestamente idéntico al griego Ouranos, aunque algunos filólogos hayan querido, no se sabe bien por qué, contestar esta identidad; el Cielo, llamado Ouranos, es en efecto la misma cosa que las "Aguas superiores" de las que habla el Génesis, y que reencontramos aquí en el simbolismo hindú. ) ( como analógicamente, el rayo estalla por debajo de las nubes de lluvia ). Aquí se trata de las Aguas superiores o celestes, que representan el conjunto de las posibilidades informales ( NA: Las Apsarâs son las Ninfas celestes, que simbolizan también estas posibilidades informales; corresponden a las Hûries del Paraíso islámico ( El-Jannah ), que, salvo en las transposiciones de las que es susceptible desde el punto de vista esotérico y que le confieren significaciones de orden más elevado, es propiamente el equivalente del Swarga hindú. ), por oposición a las Aguas inferiores, que representan el conjunto de las posibilidades formales; ya no puede tratarse de estas últimas desde que el ser ha rebasado la Esfera de la Luna, puesto que ésta es, como lo decíamos hace un momento, el medio cósmico donde se elaboran los gérmenes de toda la manifestación formal. Finalmente, el resto del viaje se efectúa por la región luminosa intermediaria ( Antariksha, de la cual hemos hablado precedentemente en la descripción de los siete miembros de Vaishwânara, pero con una aplicación algo diferente ) ( Hemos dicho entonces que es el medio de elaboración de las formas, porque, en la consideración de los "tres mundos", esta región corresponde al dominio de la manifestación sutil, y se extiende desde la Tierra hasta los Cielos; aquí, al contrario, la región intermediaria de que se trata está situada más allá de la Esfera de la Luna, y por consiguiente en lo informal, y se identifica al Swarga, si se entiende por esta palabra, no ya los cielos o los estados superiores en su conjunto, sino solamente su porción menos elevada. A propósito de esto, se destacará todavía cómo la observación de algunas relaciones jerárquicas permite la aplicación de un mismo simbolismo a diferentes grados. ), que es el Reino de Indra ( Indra, cuyo nombre significa "poderoso", es designado también como el Regente del Swarga, lo que se explica por la identificación indicada en la nota precedente; este Swarga es un estado superior, pero no definitivo, y todavía condicionado, aunque informal. ), y que está ocupada por el Éter ( Âkâsha, que representa aquí el estado primordial de equilibrio indiferenciado ), hasta el Centro espiritual donde reside Prajâpati, el "Señor de los seres producidos", que es, como ya lo hemos indicado, la manifestación principial y la expresión directa de Brahma mismo en relación al ciclo total o al grado de existencia al que pertenece el estado humano, ya que éste debe considerarse todavía aquí, aunque solo en principio, como el estado donde el ser ha tomado su punto de partida, y con el que, incluso una vez salido de la forma o de la individualidad, guarda algunos lazos mientras no ha alcanzado el estado absolutamente incondicionado, es decir, mientras, para él, la "Liberación" no es plenamente efectiva. 3418 HDV XXI

Hemos constatado en diversas ocasiones que algunos hacían entre los términos de «ascético» y de «místico» una aproximación bastante poco justificada; para disipar toda confusión a este respecto, basta con darse cuenta de que el término «ascesis» designa propiamente un esfuerzo metódico para alcanzar una cierta meta, y más particularmente una meta de orden espiritual (NA: Quizás no es inútil decir que la palabra «ascesis», que es de origen griego, no tiene ninguna relación etimológica con el latín ascendere, pues hay quien se deja confundir a este respecto por una similitud puramente fonética y completamente accidental entre esas dos palabras; por lo demás, incluso si la ascesis apunta a obtener una «ascensión» del ser hacia estados más o menos elevados, es evidente que el medio no debe ser confundido en ningún caso con el resultado. ), mientras que el misticismo, en razón de su carácter pasivo, implica más bien, como ya lo hemos dicho frecuentemente, la ausencia de todo método definido (NA: Ver Apercepciones sobre la Iniciación, págs. 12-l3 de la edic. francesa. ). Por otra parte, la palabra «ascético» ha tomado un sentido más restringido que el de «ascesis», ya que se aplica casi exclusivamente en el dominio religioso, y es quizás eso lo que explica hasta un cierto punto la confusión de que hablamos, pues no hay que decir que todo lo que es «místico», en la acepción actual de esta palabra, pertenece también a este mismo dominio; pero es menester guardarse bien de creer que, inversamente, todo lo que es de orden religioso está por eso mismo más o menos estrechamente emparentado al misticismo, lo que es un extraño error cometido por algunos modernos, y sobre todo, es bueno anotarlo, por aquellos que son más abiertamente hostiles a toda religión. 4091 Iniciación y Realización Espiritual ASCESIS Y ASCETISMO

Bajo la relación de la realización, lo que hay que retener sobre todo de estas consideraciones, si la realización se cumple a partir del estado humano, es que el cuerpo mismo es el que debe servirle de base y de punto de partida; el cuerpo es su «soporte» normal, contrariamente a algunos prejuicios corrientes en occidente, según los cuales no se querría ver en él más que un obstáculo o tratarle como «cantidad despreciable»; la aplicación al papel que juega un elemento de orden corporal en todos los ritos, en tanto que medios o auxiliares de la realización, es demasiado evidente como para que haya necesidad de insistir más en ello. Por lo demás, ciertamente habría que sacar de todo eso muchas otras consecuencias que no podemos desarrollar al presente; concretamente, ahí se puede entrever la posibilidad de algunas transposiciones y «transmutaciones» muy inesperadas para quien jamás ha pensado en ello; pero, bien entendido, no es concibiendo el cuerpo según las teorías «mecanicistas» y «psicoquímicas» de los modernos como será posible comprender nunca nada de él (NA: En la doctrina islámica, las dos «noches» de que hemos hablado se representan respectivamente por laylatul-qadr y laylatul-mirâj, correspondientes a un doble movimiento «descendente» y «ascendente»: la segunda es la ascensión nocturna del Profeta, es decir, un retorno al Principio a través de los diferentes «cielos» que son los estados superiores del ser; en cuanto a la primera, es la noche donde se cumple el descenso del Qorân, y esta «noche», según el comentario de Mohyiddin ibn Arabi, se identifica al cuerpo mismo del Profeta. Lo que hay que destacar particularmente aquí, es que la «revelación» se recibe, no en la mente, sino en el cuerpo del ser que es «enviado» para expresar el Principio: Et Verbum caro factum est, dice el Evangelio (caro y no mens), y hay ahí, muy exactamente, otra expresión, bajo la forma propia de la tradición cristiana, de lo que representa laylatul-qadr en la tradición islámica.). 4209 Iniciación y Realización Espiritual LAS DOS NOCHES

A estas diversas indicaciones agregaremos aún, para terminar, la de un simbolismo algo diferente que se encuentra también en ciertos rituales iniciáticos: el ascenso de una escalera en espiral; en este caso se trata, podría decirse, de una ascensión menos directa, puesto que, en vez de realizarse verticalmente según la dirección del eje mismo, se realiza según las vueltas de la hélice que se enrolla en torno del eje, de modo que su avance aparece más como "periférico" que como "central"; pero, en principio, el resultado final debe ser no obstante el mismo, pues se trata siempre de una subida a través de la jerarquía de los estados del ser, y las espiras sucesivas de la hélice son también, según lo hemos explicado ampliamente en otra ocasión (Ver Le Symbolisme de la Croix), una representación exacta de los grados de la Existencia universal. 7175 SFCS   EL SIMBOLISMO DE LA ESCALA

Los dos mundos representados por las dos orillas son, en el sentido más general, el cielo y la tierra, que al comienzo estaban unidos y fueron separados por el hecho mismo de la manifestación, cuyo dominio íntegro se asimila entonces a un río o a un mar que se extiende entre ellos (En toda aplicación más restringida de este simbolismo, se tratará siempre de dos estados que, para cierto "nivel de referencia", están entre sí en relación correspondiente a la de cielo y tierra). El puente equivale exactamente, pues, al pilar que une el cielo y la tierra a la vez que los mantiene separados; y a causa de esta significación, debe ser concebido esencialmente como vertical (A este respecto, y en relación con lo que acabamos de decir, recordaremos la "prueba de la cuerda", tan a menudo descrita, en la cual una cuerda lanzada al aire permanece o parece permanecer vertical, mientras un hombre o un niño trepa por ella hasta perderse de vista; aun si, al menos en la mayoría de los casos, se trata de un fenómeno de sugestión, ello importa poco desde el punto de vista en que aquí nos situamos, y, con igual título que la ascensión de un rnástil, no deja de ser una figuración muy significativa de lo que estamos tratando), lo mismo que todos los demás símbolos del "Eje del Mundo", por ejemplo el eje del "carro cósmico" cuando las dos ruedas de éste representan, del mismo modo, el cielo y la tierra (La señora Coomaraswamy señala que, si en algunos casos el puente se describe con forma de arco, lo que lo identifica más o menos explícitamente con el arco iris, esos casos están lejos en realidad de ser los más frecuentes en el simbolismo tradicional. Agregaremos que eso mismo, por otra parte, no está necesariamente en contradicción con la concepción del puente como vertical, pues, según lo hemos dicho con motivo de la "cadena de los mundos", una línea curva de longitud indefinida puede asimilarse en cada una de sus porciones a una recta que será siempre "vertical", en el sentido de que será perpendicular al dominio de existencia atravesado por ella; además, incluso cuando no hay identificación entre el puente y el arco iris, éste no deja de considerarse también, de modo muy general, como un símbolo de unión entre el cielo y la tierra); esto establece igualmente la identidad fundamental del simbolismo del puente con el de la escala, sobre el cual hemos hablado en otra oportunidad ( "Le symbolisme de l’échelle" (aquí, cap. LIV: "El simbolismo de la escala")). Así, el paso del puente no es, en definitiva, sino el recorrido del eje, único medio de unión mutua de los diferentes estados; la orilla de la cual parte es, de hecho, este mundo, o sea el estado en que se encuentra actualmente el ser que debe recorrerlo; y la orilla a la cual llega, después de haber atravesado los demás estados de manifestación, es el mundo principial; la primera de las orillas es el dominio de la muerte, donde todo se halla sometido al cambio, y la otra es el dominio de la inmortalidad (Es evidente que, en el simbolismo general del paso de las aguas, encarado como tránsito "de la muerte a la inmortalidad", la travesía por medio de un puente o de un vado no corresponde sino cuando ese paso se efectúa de una orilla a la otra, con exclusión de los casos en que se lo describe como el proceso de remontar una corriente hacia su fuente o, al contrario, como el descenso de la corriente al mar, en los cuales el viaje debe cumplirse necesariamente por otros medios, por ejemplo conforme al simbolismo de la navegación, que, por lo demás, es aplicable a todos los casos (ver "Le passage des eaux" (aquí, cap. LVI: "El paso de las aguas"))). 7249 SFCS EL SIMBOLISMO DEL PUENTE

Recordábamos hace un momento que el eje a la vez une y separa el cielo y la tierra; del mismo modo, si el puente es real y verdaderamente la vía que une las dos orillas y permite pasar de la una a la otra, sin embargo, puede ser también, en cierto sentido, como un obstáculo colocado entre ellas, y esto nos reconduce a su carácter "peligroso". Esto mismo está, por lo demás, implícito en la significación de la palabra setu, que es una ’ligadura’ en la doble acepción en que puede entendérsela: por una parte, lo que vincula dos cosas entre sí, pero también una traba en la cual se halla preso un ser; una cuerda puede servir igualmente a ambos fines, y el puente aparecerá así bajo uno u otro aspecto, o sea, en suma, como "benéfico"o como "maléfico", según que el ser logre franquearlo o no. Puede observarse que el doble sentido simbólico del puente resulta también de que se lo puede recorrer en las dos direcciones opuestas, aunque deba serlo, sin embargo, solo en una, en aquella que va de "esta ribera" a "la otra ribera", pues todo retroceso constituye un peligro de evitar (De ahí las alusiones, tan frecuentes en los mitos y las leyendas de toda procedencia, al peligro de volverse en medio del camino y de "mirar hacia atrás"), salvo en el caso único del ser que, liberado ya de la existencia condicionada, puede en adelante "moverse a voluntad" a través de todos los mundos, y para el cual tal retroceso no es, por lo demás, sino una apariencia ilusoria. En cualquier otro caso, la parte del puente ya recorrida debe normalmente "perderse de vista" y hacerse como si no existiera, del mismo modo que la escala simbólica se considera siempre como asentada en el dominio mismo donde se encuentra actualmente el ser que sube por ella, y su parte inferior desaparece para él a medida que efectúa su ascensión (Haya quí una "reabsorción" del eje por el ser que lo recorre, según lo hemos explicado ya en La Grande Triade, libro al cual remitiremos también para ciertos puntos conexos, en particular el de la identificación de ese ser con el eje mismo, cualquiera sea el símbolo que represente a este último, y en consecuencia también con el puente, lo que da el verdadero sentido de la función "pontifical", y a lo cual alude muy netamente, entre otras fórmulas tradicionales, esta frase del Mabinogion céltico citado como lema por la señora Coomaraswamy: "Quien quiera ser Jefe debe ser el Puente"). Mientras el ser no haya llegado al mundo principial, de donde podrá luego redescender a la manifestación sin ser de ninguna manera afectado por ello, la realización no puede cumplirse, en efecto, sino en sentido ascendente; y para aquel que se apegue a la vía por la vía misma, tomando así el medio por el fin, esa vía se convertirá verdaderamente en un obstáculo en lugar de llevarlo de modo efectivo a la liberación, la cual implica una destrucción continua de los vínculos que lo ligan a los estadios recorridos ya, hasta que el eje se reduzca finalmente al punto único que lo contiene todo y que es el centro del ser total. 7250 SFCS EL SIMBOLISMO DEL PUENTE

Sabido es que una de las principales significaciones simbólicas de la serpiente se refiere a las corrientes cósmicas a que aludíamos poco antes, corrientes que, en definitiva, no son sino el efecto y como la expresión de las acciones y reacciones de las fuerzas emanadas respectivamente del cielo y de la tierra (Ver La Grande Triade, cap. V). Esto da la única explicación plausible de la asimilación del arco iris a la serpiente, y tal explicación está en perfecto acuerdo con el carácter reconocido al arco iris, de ser el signo de unión del cielo y de la tierra, unión que, en efecto, está en cierto modo manifestada por esas corrientes, ya que éstas no podrían producirse sin aquélla. Ha de agregarse que la serpiente, en cuanto a este significado, está asociada con la mayor frecuencia a símbolos axiales como el árbol o el bastón, cosa fácil de comprender, pues la dirección misma del eje determina la de las corrientes cósmicas, sin que empero la de éstas se confunda en modo alguno con la de aquél, así como tampoco, para retomar el simbolismo correspondiente en su forma geométrica más rigurosa, una hélice trazada sobre un cilindro se confunde con el eje del cilindro mismo. Entre el símbolo del arco iris y el del puente, una conexión similar sería, en suma, la que podría considerarse como la más normal; pero, ulteriormente, esa conexión ha llevado en ciertos casos a una suerte de fusión de los dos símbolos, que no estaría enteramente justificada si no se considerara a la vez resuelta en la unidad de una corriente axial la dualidad de las corrientes cósmicas diferenciadas. Empero, ha de tenerse en cuenta también que las figuraciones del puente no son idénticas cuando se lo asimila al arco iris y cuando no, y, a este respecto, cabría preguntarse si entre el puente rectilíneo (Recordaremos que esta forma rectilínea y, naturalmente, vertical, es la que corresponde especialmente al sentido preciso de la expresión es-sirâtu-l-mustaqîm (’la vía recta’) en la tradición islámica (cf. Le Symbolisme de la Croix, cap. XXV)) y el puente en arco no existe, por lo menos en principio, una diferencia de significación correspondiente en cierto modo a la que hay, según hemos indicado antes, entre la escala vertical y la escalera en espiral (Ver "Le Symbolisme de l’échelle" (aquí, cap. LIV: "El simbolismo de la escala")), diferencia que es la de la vía "axial" que reconduce directamente el ser al estado principial y la vía más bien "periférica" que implica el paso distinto a través de una serie de estados jerarquizados, aunque, en un caso como en el otro, la meta final sea necesariamente idéntica (El uso iniciático de la escalera en espiral se explica por la identificación de los grados de iniciación con otros tantos estados diferentes del ser puede citarse como ejemplo, en el simbolismo masónico, la escalera de caracol (winding stairs) de 15 peldaños, distribuidos en 3+5+7, que conduce a la "Cámara del Medio". En el otro caso, los mismos estados jerárquicos se representan también por los peldaños, pero la disposición y la forma misma de éstos indican que no es posible detenerse en ellos y que no son sino el instrumento de una ascensión continua, mientras que es posible siempre permanecer un tiempo más o menos largo sobre los peldaños de una escalera, o por lo menos en los "descansos" existentes entre los diferentes tramos en que aquélla se divide). 7256 SFCS EL PUENTE Y EL ARCO IRIS