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SCS: "solar"

quinta-feira 1º de fevereiro de 2024

  

La representación más sencilla de la idea que acabamos de formular es el punto en el centro del círculo (fig. 1): el punto es el emblema del Principio, y el círculo el del Mundo. Es imposible asignar al empleo de esta figuración ningún origen   en el tiempo, pues se la encuentra con frecuencia en objetos prehistóricos; sin duda, hay que ver en ella uno de los signos que se vinculan directamente con la tradición primordial. A veces, el punto está rodeado de varios círculos concéntricos, que parecen representar los diferentes estados o grados de la existencia manifestada, dispuestos jerárquicamente según su mayor o menor alejamiento del Principio primordial. El punto en el centro del círculo se ha tomado también, probablemente desde una época muy antigua, como una figura del sol, porque éste es verdaderamente, en el orden físico, el Centro o el "Corazón del Mundo"; y esa figura ha permanecido hasta nuestros días como signo astrológico y astronómico usual del sol. Quizá por esta razón los arqueólogos, dondequiera encuentran ese símbolo, pretenden asignarle una significación exclusivamente "solar", cuando en realidad tiene un sentido mucho más vasto y profundo; olvidan o ignoran que el sol, desde el punto de vista de todas las tradiciones antiguas, no es él mismo sino un símbolo, el del verdadero "Centro del Mundo" que es el Principio divino. 120 SFCS   LA IDEA DEL CENTRO EN LAS TRADICIONES ANTIGUAS

Entre las figuras que incluyen un número mayor de radios debemos mencionar especialmente las ruedas o "ruedecillas", que tienen habitualmente seis u ocho (figs. 3 y 4). La "ruedecilla céltica", que se ha perpetuado a través de casi todo el Medioevo, se presenta en una de esas dos formas; estas mismas figuras, sobre todo la segunda, se encuentran también muy a menudo en los países orientales, particularmente en Caldea y en Asiria, en la India (donde la rueda se llama chakra) y en el Tíbet. Por otra parte, existe estrecho parentesco entre la rueda de seis rayos y el crisma ( [Aquí el autor hacía referencia a su artículo de Reg., noviembre de 1925, sobre "Le Chrisme et le Coeur dans les anciennes marques corporatives" (’El Crisma y el Corazón en las antiguas marcas corporativas’), texto no incluido en la presente recopilación, pero retomado por el autor en dos artículos de É. T. que forman aquí los caps. L ("Los símbolos de la analogía") y LXVII ("El ’cuatro de cifra’").]), el cual, en suma, no difiere de aquélla sino en el hecho de que la circunferencia a que pertenecen las extremidades de los rayos no está trazada de ordinario; ahora bien: la rueda, en lugar de ser simplemente un signo "solar", como se enseña comúnmente en nuestra época, es ante todo un símbolo del Mundo, lo que podrá comprenderse sin dificultad. En el lenguaje simbólico de la India, se habla constantemente de la "rueda de las cosas" o de la "rueda de la vida", lo cual corresponde netamente a esa significación; y también se encuentra la "rueda de la Ley", expresión que el budismo ha tomado, como tantas otras, de las doctrinas anteriores, y que por lo menos originariamente se refiere sobre todo a las teorías cíclicas. Debe agregarse aún que el Zodíaco también está representado en forma de una rueda, de doce rayos, naturalmente, y que, por otra parte, el nombre que se le da en sánscrito significa literalmente "rueda de los signos"; se podría también traducirlo por "rueda de los números", según el sentido primero de la palabra râçi, con que se designan los signos zodiacales (Notemos igualmente que la "rueda de la Fortuna", en el simbolismo. de la antigüedad occidental, tiene relaciones muy estrechas con la "rueda de la Ley" y también, aunque ello quizá no aparezca tan claro a primera vista, con la rueda zodiacal). 125 SFCS LA IDEA DEL CENTRO EN LAS TRADICIONES ANTIGUAS

Una de las figuras más notables, en la que se resumen las ideas que acabamos de exponer, es la del svástika (figs. 5 y 6), que es esencialmente el "signo del Polo" ( [La mayoría de las siguientes consideraciones sobre el svástika han sido retomadas, con nuevos desarrollos, en Le Roi du Monde, cap. II, y Le Symbolisme de la Croix  , cap. X; la unidad del contexto nos obliga a mantenerlas, con excepción, empero, de algunas notas de pie de página que serían superfluas ahora]); creemos, por otra parte, que en la Europa moderna nunca se ha hecho conocer hasta ahora su verdadera significación. Se ha tratado inútilmente de explicar este símbolo por medio de las teorías más fantasiosas; hasta se ha llegado a ver en él el esquema de un instrumento primitivo destinado a la producción del fuego; en verdad, si a veces existe en efecto alguna relación con el fuego, es por razones muy diferentes. Lo más a menudo, se hace del svástika un signo "solar"; si ha podido llegar a serlo, solo pudo ocurrir accidentalmente y de un modo muy indirecto: podríamos repetir aquí lo que decíamos antes acerca de la rueda y del punto en el centro del círculo. Más cerca de la verdad han estado quienes han visto en el svástika un símbolo del movimiento, pero esta interpretación es aún insuficiente, pues no se trata de un movimiento cualquiera, sino de un movimiento de rotación que se cumple en torno de un centro o de un eje inmutable; y precisamente el punto fijo es el elemento esencial al cual se refiere directamente el símbolo en cuestión. Los demás significados que comporta la misma figura derivan todos de aquél: el Centro imprime a todas las cosas el movimiento y, como el movimiento representa la vida, el svástika se hace por eso mismo un símbolo de la vida o, más exactamente, del papel vivificador del Principio con respecto al orden cósmico. 130 SFCS LA IDEA DEL CENTRO EN LAS TRADICIONES ANTIGUAS

Según lo que acabamos de decir, se ve que la repartición de las castas en la ciudad sigue exactamente la marcha del ciclo anual, que normalmente comienza en el solsticio de invierno; cierto es que algunas tradiciones hacen principiar el año en otro punto solsticial o equinoccial, pero se trata entonces de formas tradicionales en relación más particular con ciertos períodos cíclicos secundarios; la cuestión no se plantea para la tradición hindú, que representa la continuación más directa de la tradición primordial y que además insiste muy especialmente en la división del ciclo anual en sus dos mitades, ascendente y descendente, las cuales se abren, respectivamente, en las dos "puertas" solsticiales de invierno y verano, punto de vista que puede llamarse propiamente fundamental a este respecto. Por otra parte, el norte, considerado como el punto más elevado (úttara) y correspondiente también al punto de partida de la tradición, conviene naturalmente a los brahmanes; los kshátriya se sitúan en el punto inmediato siguiente de la correspondencia cíclica, es decir, en el este, lado del sol levante; de la comparación de ambas posiciones, podría inferirse legítimamente que, mientras que el carácter del sacerdocio es "polar" el de la realeza es "solar", lo cual se vería confirmado también por muchas otras consideraciones simbólicas; y quizá, incluso, ese carácter "solar" no deje de estar en relación con el hecho de que los Avatára (Avatâra: en la tradición hindú, descenso de un dios, que asume forma humana, para restaurar el orden cíclico; ver cap. XXII y cap. LVI, n. 3. (N. del T)) de los tiempos "históricos" procedan de la casta de los kshátriya. Los vaiçya, ubicados en el tercer lugar, se sitúan en el sur, y con ellos termina la sucesión de las castas de los "nacidos dos veces"; no queda para los çûdra sino el oeste, que en todas partes se considera como el lado de la oscuridad. 197 SFCS EL ZODIACO Y LOS PUNTOS CARDINALES

Volvamos ahora a la forma de la letra nûn, que da lugar a una observación importante desde el punto de vista de las relaciones existentes entre los alfabetos de las diversas lenguas tradicionales: en el alfabeto sánscrito, la letra correspondiente, na, reducida a sus elementos geométricos fundamentales, se compone igualmente de una semicircunferencia y de un punto; pero aquí, estando la convexidad vuelta hacia lo alto, es la mitad superior de la circunferencia, y no ya su mitad inferior, como en el nûn árabe. Es, pues, la misma figura colocada en sentido inverso, o, para hablar con más exactitud, son dos figuras rigurosamente complementarias entre sí; en efecto, si se las reúne, los dos puntos centrales se confunden, naturalmente, y se tiene el círculo con el punto en el centro, figura del ciclo completo, que es a la vez el símbolo del Sol en el orden astrológico y el del oro en el orden alquímico (Se podrá recordar aquí el simbolismo del "Sol espiritual" y del "Embrión de Oro" (Hiranyagarbha) en la tradición hindú; además, según ciertas correspondencias, el nûn es la letra planetaria del Sol). Así como la semicircunferencia inferior es la figura del arca, la superior es la del arco iris, el cual es el análogo de aquélla en la acepción más estricta de la palabra, o sea con la aplicación del "sentido inverso"; son también las dos mitades del "Huevo del Mundo", una "terrestre", en las "aguas inferiores", y otra "celeste", en las "aguas superiores"; y la figura circular, que estaba completa al comienzo del ciclo, antes de la separación de esas dos mitades, debe reconstituirse al fin de él (Cf. Le Roi du Monde, cap. XI). Podría decirse, pues, que la reunión de las dos figuras de que se trata representa el cumplimiento del ciclo, por la unión de su comienzo y de su fin, tanto más cuanto que, si se las refiere más particularmente al simbolismo "solar", la figura del na sánscrito corresponde al sol levante y la del nûn árabe al sol poniente. Por otra parte, la figura circular completa es habitualmente el símbolo del número 10, siendo 1 el centro y 9 la circunferencia; pero aquí, al obtenérsela por la unión de dos nûn, vale 2 X 50=100=102, lo que indica que dicha unión debe operarse en el "mundo intermedio"; ella, en efecto, es imposible en el mundo inferior, que es el dominio de la división y la "separatividad", y, al contrario, es siempre existente en el mundo superior, donde está realizada de modo principial, permanente e inmutable, en el "eterno presente". 306 SFCS LOS MISTERIOS DE LA LETRA NÛN

Pero volvamos al nombre de la Vârâhî, que da lugar a observaciones particularmente importantes: se la considera como un aspecto de la Çakti [energía, aspecto "femenino"] de Vishnu, y mas especialmente en relación con su tercer avatâra, lo cual, dado el carácter "solar" del dios, muestra inmediatamente que ella es idéntica a la "tierra solar" o "Siria" primitiva, de que hemos hablado en otras oportunidades (Ver "La Ciencia de las letras" [aquí cap. VI] y "La Tierra del Sol" [aquí cap. XII]), y que es además una de las designaciones de la Tula hiperbórea, es decir, del centro espiritual primordial. Por otra parte, la raíz var-, para el nombre del jabalí, se encuentra en las lenguas nórdicas con la forma bor- (De ahí el inglés boar y también el alemán Eber); el exacto equivalente de Vârâhî es, pues, "Bórea"; y lo cierto es que el nombre habitual de "Hiperbórea" solo fue empleado por los griegos en una época en que habían perdido ya el sentido de esa antigua designación; valdría más, pues, pese al uso desde entonces prevaleciente, calificar a la tradición primordial, no de "hiperbórea", sino simplemente de "bórea", afirmando así sin equívoco su conexión con la "Bórea" o "tierra del jabalí". 313 SFCS EL JABALI Y LA OSA

En lo que acabamos de decir, se ha podido notar la unión de los simbolismos "polar" y "solar"; pero, en lo que concierne propiamente al jabalí, importa el aspecto "polar" sobre todo; y ello resulta, por lo demás, de este hecho: el jabalí representaba antiguamente la constelación llamada más tarde la Osa Mayor (Recordaremos que esta constelación ha tenido además muchos otros nombres, entre otros el de La Balanza (Libra); pero estaría fuera de nuestro propósito ocuparnos ahora de ello). En esta sustitución de nombres hay una de las señales de lo que los celtas simbolizaban precisamente por la lucha del jabalí y la osa, es decir, la rebelión de los representantes del poder temporal contra la supremacía de la autoridad espiritual, con las diversas vicisitudes que de ello se siguieron en el curso de las épocas históricas sucesivas. Las primeras manifestaciones de esta rebelión, en efecto, se remontan mucho más lejos que la historia ordinariamente conocida, e inclusive más lejos que el comienzo del Kali-Yuga, en el cual adquirió su máxima extensión; por eso el nombre de bor pudo ser transferido del jabalí al oso (En inglés bear, en alemán Bär), y la "Bórea" misma, la "tierra del jabalí", pudo convertirse luego, en un momento dado, en la "tierra del oso", durante un período de predominio de los kshátriya al cual, según la tradición hindú, puso fin Páraçu Râma (Ya hemos tenido ocasión de señalar a este respecto que Fabre d’Olivet   y sus seguidores, como Saint-Yves d’Alveydre, parecen haber cometido una confusión harto extraña entre Páraçu-Rârna y Râma-Chandra, o sea entre el sexto y el séptimo avatâra de Vishnu). 315 SFCS EL JABALI Y LA OSA

La espada se asimila simbólicamente no solo al rayo sino también, lo mismo que la flecha, al rayo solar; a esto se refiere visiblemente el hecho de que, en el primero de los dos pasajes apocalípticos recién citados, aquel de cuya boca sale la espada tiene el rostro brillante "como el sol". Es fácil, por otra parte, establecer en este aspecto una comparación entre Apolo que mata la serpiente Pitón con sus flechas e Indra que mata al dragón Vrtra con su vajra; y esta relación no puede dejar duda alguna sobre la equivalencia de ambos aspectos del simbolismo de las armas, que no son en suma sino dos modos diferentes de expresión para la misma cosa ( [Ver nota 16 del cap. XXVI]). Por otra parte, importa observar que la mayoría de las armas simbólicas, y en particular la espada y la lanza, son también con mucha frecuencia símbolos del "Eje del Mundo"; se trata entonces de un simbolismo "polar" y no ya de un simbolismo "solar", pero, si bien estos dos puntos de vista no deben ser nunca confundidos, hay no obstante entre ellos ciertas relaciones que permiten lo que podría llamarse "transferencias" de uno a otro, pues el eje mismo se identifica a veces con el "rayo solar" (Sin poder insistir aquí sobre este asunto, debemos recordar por lo menos, a título de ejemplo, la vinculación de ambos puntos de vista en el simbolismo griego del Apolo hiperbóreo). En esta significación "axial", las dos puntas opuestas del vajra se refieren a la dualidad de los polos, considerados como los dos extremos del eje, mientras que, en el caso de las armas de doble filo, la dualidad, al estar señalada en el sentido mismo del eje, se refiere más directamente a las dos corrientes inversas de la fuerza cósmica, representadas también en otros casos por símbolos tales como las dos serpientes del caduceo; pero, como esas dos corrientes están en relación respectiva con los dos polos y los dos hemisferios (Sobre este punto también, remitiremos a La Grande Triade, cap. V), puede verse que, pese a su diferente apariencia, las dos figuraciones en realidad coinciden en cuanto a su significación esencial (Ver "Les Armes symboliques" [aquí, cap. XXVI; "Las armas simbólicas"]). 356 SFCS SAYFU-L-ISLÂM

Karneîos es el dios del Karn, es decir, del "alto lugar" que simboliza la Montaña sagrada del Polo, y que entre los celtas estaba representado sea por el tumulus, sea por el cairn, o montón de piedras que ha conservado aquel nombre. La piedra, por lo demás, está a menudo en relación directa con el culto de Apolo, como se advierte en particular por el Ómphalos de Delfos y también por el cubo de piedra que servía de altar en Delfos, cuyo, oráculo ordenó duplicarle el volumen; pero, por otro lado, la piedra tenía también una relación particular con Cronos; hay en ello una nueva relación que no podemos más que. indicar de paso, pues es un punto que merecería tratamiento aparte (Se atribuye generalmente a los "betilos", asimilables al Ómphalos, una significación "solar"; pero ésta ha debido superponerse en determinado período a una significación "polar" primitiva, y puede que haya ocurrido lo mismo con Apolo. Notemos además que Apolo está representado como el protector de las fuentes (el Borvo céltico le ha sido asimilado a este respecto); y las fuentes están también en relación con la piedra, que es uno de sus equivalentes en el simbolismo "polar"). 363 SFCS EL SIMBOLISMO DE LOS CUERNOS

Cabe notar, en efecto, que los cuernos, en su empleo simbólico, revisten dos formas principales: la de los cuernos de carnero, que es propiamente "solar", y la de los de toro, que, al contrario, es "lunar", como que, por lo demás, recuerdan la forma de una media luna (A esta distinción corresponde la de las dos formas que dan los alquimistas al signo del mercurio: la forma lunar está aquí referida al "mercurio vulgar", y la solar al "mercurio de los sabios"). También, acerca de esto, sería posible referirse a las respectivas correspondencias de los signos zodiacales de Aries (el Carnero) y Taurus (el Toro); pero ello daría lugar sobre todo, por la aplicación que podría hacerse al predominio de una u otra forma en las diferentes tradiciones, a consideraciones "cíclicas" en que no podemos entrar por el momento. 367 SFCS EL SIMBOLISMO DE LOS CUERNOS

Por último, importa señalar que los dos "nacimientos" de que hemos hablado, siendo dos fases sucesivas de la iniciación completa, son también, por eso mismo, dos etapas por una misma vía, y que esta vía es esencialmente "axial", como lo es igualmente, en su simbolismo, el "rayo solar" al cual nos referíamos poco antes, el cual señala la "dirección" espiritual que el ser debe seguir, elevándose constantemente, para finalmente llegar a su verdadero centro (Cf. "es-sirâtu-l-mustaqîm" [’la vía recta’] en la tradición islámica). En los límites del microcosmo, esta dirección "axial" es la de la sushumnâ [una "arteria" sutil], que se extiende hasta la coronilla, a partir de la cual se prolonga "extraindividualmente", podría decirse, en el "rayo solar" mismo, recorrido remontándose hacia su fuente; a lo largo de la sushumnâ se encuentran los chakra, centros sutiles de la individualidad, a algunos de los cuales corresponden las diferentes posiciones del lûz o "núcleo de inmortalidad" a las que nos hemos referido anteriormente, de modo que esas posiciones mismas, o el "despertar" sucesivo de los correspondientes chakra, son siempre asimilables igualmente a etapas situadas en la misma vía "axial". Por otra parte, como el "Eje del Mundo" se identifica naturalmente con la dirección vertical, que responde muy bien a la idea de vía ascendente, la abertura superior, que corresponde "microcósmicamente", según lo hemos dicho, a la coronilla, deberá situarse normalmente, a este respecto, en el cenit de la caverna, es decir, en la sumidad de la bóveda. Empero, la cuestión presenta de hecho algunas complicaciones, debido a que pueden intervenir dos modalidades diferentes de simbolismo, una "polar" y otra "solar"; por eso, en lo que concierne a la salida de la caverna, cabe aportar aún otras precisiones, que darán a la vez un ejemplo de las relaciones que pueden mantener entre sí esas dos modalidades, cuyo predominio respectivo se refiere originariamente a períodos cíclicos diferentes, pero que ulteriormente se han asociado y combinado a menudo de múltiples maneras. 413 SFCS LA CAVERNA Y "EL HUEVO DEL MUNDO

Hemos explicado anteriormente que el eje solsticial del Zodíaco, relativamente vertical con respecto al eje de los equinoccios, debe considerarse como la proyección, en el ciclo solar anual, del eje polar norte-sur; según la correspondencia del simbolismo temporal con el simbolismo espacial de los puntos cardinales, el solsticio de invierno es en cierto modo el polo norte del año y el solsticio de verano su polo sur, mientras que los dos equinoccios, el de primavera y el de otoño, corresponden respectivamente, y de modo análogo, al este y al oeste (En el día, la mitad ascendente es de medianoche a mediodía, la mitad descendente de mediodía a medianoche: medianoche corresponde al invierno y al norte, mediodía al verano y al sur; la mañana corresponde a la primavera y al este (lado de la salida del sol), la tarde al otoño y al oeste (lado de la puesta del sol). Así, las fases del día, como las del mes, pero en escala aún más reducida, representan analógicamente las del año; ocurre lo mismo, de modo más general, para un cielo cualquiera, que, cualquiera fuere su extensión, se divide siempre naturalmente según la misma ley cuaternaria. De acuerdo con el simbolismo cristiano, el nacimiento del Avatâra ocurre no solamente en el solsticio de invierno, sino también a medianoche; está así, pues, en doble correspondencia con la "puerta de los dioses". Por otra parte, según el simbolismo masónico, el trabajo iniciático se cumple "de mediodía a medianoche", lo que no es menos exacto si se considera el trabajo como una marcha efectuada de la "puerta de los hombres" a la "puerta de los dioses"; la objeción que se podría estar tentado de hacer, en razón del carácter "descendente" de este período, se resuelve por una aplicación del "sentido inverso" de la analogía, como se verá más adelante). Empero, en el simbolismo védico, la puerta del deva-loka [’mundo de los dioses’] está situada al noreste, y la del pitr-loka al sudoeste; pero esto debe considerarse solo como una indicación más explícita del sentido en que se efectúa la marcha del ciclo anual. En efecto, conforme a la correspondencia recién mencionada, el período "ascendente" se desarrolla de norte a este y luego de este a sur; análogamente, el período "descendente" se desarrolla de sur a oeste y luego de oeste a norte (Esto está en relación directa con la cuestión del sentido de las "circumambulaciones" rituales en las diferentes formas tradicionales: según la modalidad "solar" del simbolismo, ese sentido es el que indicamos aquí, y la "circumambulación" se cumple teniendo constantemente a la derecha el centro en torno del cual se gira; según la modalidad "polar", se cumple en sentido opuesto al anterior, o sea teniendo el centro siempre a la izquierda. El primer caso es el de la pradákshinâ, tal como está en uso en las tradiciones hindú y tibetana; el segundo se encuentra particularmente en la tradición islámica; quizá no carezca de interés señalar que el sentido de esas "circumambulaciones", respectivamente de izquierda a derecha y de derecha a izquierda, corresponde igualmente a la dirección de la escritura en las lenguas sagradas de dichas formas tradicionales. En la masonería, en su forma actual, el sentido de las "circumambulaciones" es solar; pero parece, al contrario, haber sido "polar" en el antiguo ritual "operativo", según el cual el "trono de Salomón" estaba además situado a occidente y no a oriente); podría decirse, pues, con mayor precisión aún, que la "puerta de los dioses" está situada al norte y vuelta hacia el este, que se considera siempre como el lado de la luz y de la vida, y que la "puerta de los hombres" está situada al sur y vuelta hacia el oeste, que, análogamente, se considera como el lado de la sombra y la muerte; y así quedan exactamente determinadas las dos vías permanentes, la una clara, la otra oscura, del mundo manifestado; por la una, no hay retorno (de lo no-manifestado a lo manifestado); por la otra, se vuelve atrás (a la manifestación) (Bhágavad-Gitâ, VIII, 26. Puede observarse que la "claridad" y la "oscuridad", que caracterizan respectivamente a estas dos vías, corresponden exactamente a los dos principios complementarios, yang y yin, de la tradición extremo-oriental). 425 SFCS LAS PUERTAS SOLSTICIALES

Falta aún, empero, resolver una apariencia de contradicción, a saber: el norte se designa como el punto más alto (úttara), y, por lo demás, hacia este punto se dirige el curso ascendente del sol, mientras que su curso descendente, se dirige hacia el sur, que aparece así como el punto más bajo; pero, por otra parte, el solsticio de invierno, que corresponde al norte en el año y señala el inicio del movimiento ascendente, es en cierto sentido el punto más bajo, y el solsticio de verano, que corresponde al sur, donde ese movimiento ascendente concluye, es, en el mismo respecto, el punto más alto, a partir del cual comenzará en seguida el movimiento descendente, que concluirá en el solsticio de invierno. La solución de esta dificultad reside en la distinción que cabe establecer entre el orden "celeste", al cual pertenece el curso del sol, y el orden "terrestre", al cual pertenece, al contrario, la sucesión de las estaciones; según la ley general de la analogía, ambos órdenes deben, en su correlación misma, ser mutuamente inversos, de modo que el más alto para un orden es el más bajo para el otro, y recíprocamente; así, según la expresión hermética de la Tabla de Esmeralda, "lo que está arriba (en el orden celeste) es como lo que está abajo (en el orden terrestre)", o también, según las palabras evangélicas, "los primeros (en el orden principial) serán los postreros (en el orden manifestado)" (A este doble punto de vista corresponde, entre otras aplicaciones, el hecho de que en figuraciones geográficas o de otro orden el punto situado arriba pueda ser el norte o el sur; en China es el sur, y en el mundo occidental ocurrió lo mismo entre los romanos y durante parte del Medioevo; este uso, en realidad, según lo que acabamos de decir, es el más correcto en lo que concierne a la representación de las cosas terrestres, mientras que al contrario, cuando se trata de las cosas celestes, el norte debe normalmente situarse arriba; pero va de suyo que el predominio de uno u otro de esos dos puntos de vista, según las formas tradicionales o según las épocas, puede determinar la adopción de una disposición única para todos los casos indistintamente; y, a este respecto, el hecho de situar el norte o el sur arriba aparece generalmente vinculado sobre todo con la distinción de las dos modalidades, "polar" y "solar", siendo el punto que se sitúa en lo alto el que se tiene orientándose según una u otra de ellas, como lo explicaremos en la nota siguiente). No por eso es menos cierto, por lo demás, que en lo que concierne a los "influjos" vinculados a esos puntos siempre el norte permanece "benéfico", ya se lo considere como el punto hacia el cual se dirige el curso ascendente del sol en el cielo o, con relación al mundo terrestre, como la entrada del deva-loka; y análogamente, el sur permanece siempre "maléfico", ya se lo considere como el punto hacia el cual se dirige el curso descendente del sol en el cielo, o, con relación al mundo terrestre, como la entrada del pitr-loka (Señalemos, incidentalmente, otro caso en que un mismo punto conserva también una significación constante a través de ciertos cambios que constituyen aparentes inversiones: la orientación puede tomarse según una u otra de las dos modalidades, "polar" y "solar’, del simbolismo; en la primera, mirando hacia la estrella polar, o sea volviéndose hacia el norte, se tiene el este a la derecha; en la segunda, mirando el sol sobre el meridiano, o sea, volviéndose al sur, se tiene el este a la izquierda; las dos modalidades han estado en uso, particularmente, en China en épocas diferentes; así, el lado al cual se dio la preeminencia fue a veces la derecha y a veces la izquierda, pero, de hecho, fue siempre el este, o sea el "lado de la luz". Agreguemos que existen además otros modos de orientación, por ejemplo volviéndose hacia el sol levante; a éste se refiere la designación sánscrita del sur como dákshina o ’lado de la derecha’; y es también el que, en Occidente, fue utilizado por los constructores de la Edad Media para la orientación de las iglesias. [Sobre todas las cuestiones de orientación de que se trata en este capítulo, se remite a La Grande Triade, cap. VII]). Ha de agregarse que el mundo terrestre puede considerarse aquí, por transposición, como una representación del "cosmos" en conjunto, y que entonces el cielo, según la misma transposición, representará el dominio "extracósmico"; desde este punto de vista, la consideración del "sentido inverso" deberá aplicarse al orden "espiritual", entendido en su acepción más elevada, con respecto no solamente al orden sensible sino a la totalidad del orden cósmico (Para dar un ejemplo de esta aplicación, por lo demás en relación estrecha con aquello de que aquí se trata, si la "culminación" del sol visible ocurre a mediodía, la del "sol espiritual" podrá considerarse simbólicamente como ubicada a medianoche; por eso se dice de los iniciados en los "grandes misterios" de la Antigüedad que "contemplaban el sol a medianoche"; desde este punto de vista, la noche no representa ya la ausencia o privación de la luz, sino su estado principal de no-manifestación, lo que por lo demás corresponde estrictamente a la significación superior de las tinieblas o del color negro como símbolo de lo no-manifestado; y también en este sentido deben entenderse ciertas enseñanzas del esoterismo islámico   según las cuales "la noche es mejor que el día". Se puede notar además que, si el simbolismo "solar" tiene una relación evidente con el día, el simbolismo "polar", en cambio, tiene cierta relación con la noche; y es también muy significativo a este respecto que el "sol de medianoche" tenga literalmente, en el orden de los fenómenos sensibles, su representación en las regiones hiperbóreas, es decir, allí mismo donde se sitúa el origen de la tradición primordial). 426 SFCS LAS PUERTAS SOLSTICIALES

En razón de su simbolismo "celeste", el parasol es una de las insignias de la realeza; es, inclusive, propiamente hablando, un emblema del Chakravarti o monarca universal (Recordaremos, a este respecto, que la designación misma de Chakravarti se refiere al simbolismo de la rueda) y, si se lo atribuye también a los soberanos ordinarios, es solo en cuanto éstos representan en cierto modo a aquél, cada uno en el interior de su propio dominio, participando así de su naturaleza e identificándosele en su función cósmica (Hemos aludido anteriormente a la función cósmica reconocida al Emperador por la tradición extremo-oriental; va de suyo que aquí se trata de lo mismo; y, en conexión con lo que acabamos de decir sobre la significación del parasol, haremos notar que en China el cumplimiento de los ritos integrantes del "culto del Cielo" estaba reservado al Emperador exclusivamente [cf. La Grande Triade, cap. XVII]). Ahora, importa señalar que, por una estricta aplicación del sentido inverso de la analogía, el parasol, en el uso ordinario que de él se hace en el "mundo de abajo", es una protección contra la luz, mientras que, en cuanto representa al cielo, sus varillas son, por el contrario, los rayos de la luz mismos; y, por supuesto, en este sentido superior debe entendérselo cuando es atributo de realeza. Una observación semejante se aplica también al ushnîsha, entendido en su sentido primitivo como un tocado: éste tiene comúnmente por función proteger contra el calor, pero, cuando se lo atribuye simbólicamente al sol, representa, inversamente, lo que irradia el calor (y este doble sentido está contenido en la etimología misma de la palabra ushnîsha); agreguemos que precisamente según su significación "solar" el ushnîsha, que es propiamente un turbante y puede ser también una corona, lo que en el fondo es la misma cosa (En la tradición islámica, el turbante, considerado más en particular como marca distintiva del sheij (sea en el orden exotérico o en el esotérico) se designa corrientemente como tâdj el-Islâm; es, pues, una corona (tâdj), la cual en este caso constituye un signo, no del poder temporal, como la de los reyes, sino de una autoridad espiritual. Recordemos también, con motivo de la relación entre la corona y los rayos solares, la estrecha vinculación existente entre su simbolismo y el de los cuernos, del cual ya hemos hablado, [cap. XXVIII]), constituye igualmente, como el parasol, una insignia de la realeza; una y otro están así asociados al carácter de "gloria" inherente a ésta, en vez de responder a una simple necesidad práctica, como en el hombre ordinario. 468 SFCS LA CÚPULA Y LA RUEDA

Encontramos otras indicaciones interesantes en las significaciones de la palabra árabe rukn, ’ángulo’, ’esquina’; esa palabra, como designa las extremidades de una cosa, es decir, sus partes más retiradas y, por consiguiente, más escondidas (recondita et abscondita, podría decirse en latín), toma a veces un sentido de ’secreto’ o ’misterio’; y, a este respecto, su plural arkàn es de vincular con el latín arcanum, que tiene igualmente el mismo sentido, y con el cual presenta una similitud notable; por lo demás, en el lenguaje de los hermetistas por lo menos, el empleo del término "arcano" ha sido influido ciertamente de modo directo por esa palabra árabe (Podría resultar de interés investigar si puede existir un parentesco etimológico real entre la palabra árabe y la latina, incluso en el uso antiguo de esta última (por ejemplo, en la disciplina arcani de los cristianos de los primeros tiempos), o si se trata solo de una "convergencia" producida solo ulteriormente, entre los hermetistas medievales). Además, rukn significa también ’base’ o ’fundamento’, lo que nos reconduce a la corner-stone entendida como la "piedra fundamental"; en la terminología alquímica, el-arkàn, cuando esta designación se emplea sin precisar más, son los cuatro elementos, es decir, las "bases" sustanciales de nuestro mundo, asimilados así a las piedras de base de los cuatro ángulos de un edificio, pues sobre ellos se construye en cierto modo todo el mundo corpóreo (representado también por la forma cuadrada) (Esta asimilación de los elementos a los cuatro ángulos de un cuadrado está también en relación, naturalmente, con la correspondencia que existe entre esos elementos y los puntos cardinales); y por aquí llegamos también directamente al simbolismo que ahora nos ocupa. En efecto, no hay solamente esos cuatro arkàn o elementos "básicos", sino además un quinto rukn, el quinto elemento o "quintaesencia" (es decir el éter, el-athîr); éste no está en el mismo "plano" que los otros, pues no es simplemente una base, como ellos, sino el principio mismo de este mundo (Estaría en el mismo plano (en su punto central) si este plano se tomara como representación de un estado de existencia íntegro; pero no siempre es el caso aquí, pues el edificio total es una imagen del mundo. Observemos, a este respecto, que la proyección horizontal de la pirámide a que nos referíamos más arriba está constituida por el cuadrado de la base con sus diagonales, y las aristas laterales se proyectan según las diagonales y el vértice en el punto de encuentro de estos elementos, o sea en el centro mismo del cuadrado); será representado, pues, por el quinto "ángulo" del edificio, que es su sumidad; y a este "quinto", que es en realidad el "primero", conviene, propiamente la designación de ángulo supremo, de ángulo por excelencia o "ángulo de los ángulos" (rukn el-arkàn), puesto que en él la multiplicidael de los demás ángulos se reduce a la unidad (En el sentido de "misterio", que hemos indicado, rukn el-arkàn equivale a sirr el-asrâr [’misterio de los misterios’, ’misterio supremo’], representado, según lo hemos explicado en otra oportunidad, por el extremo superior de la letra álif; como el álif mismo figura el "Eje del Mundo", esto, según se verá en seguida, corresponde con toda exactitud a la posición de la keystone). Puede observarse aún que la figura geométrica obtenida reuniendo esos cinco ángulos es la de una pirámide de base cuadrangular: las aristas laterales de la pirámide emanan de su vértice como otros tantos rayos, así como los cuatro elementos ordinarios, que están representados por los extremos inferiores de esas aristas, proceden del quinto y son producidos por él; y también en el sentido de las aristas, que intencionalmente hemos asimilado a rayos por esta razón (y también en virtud del carácter "solar" del punto de que parten, según lo que hemos dicho respecto del "ojo" del domo), la "piedra angular" de la sumidad se "refleja" en cada una de las "piedras fundamentales" de los cuatro ángulos de la base. Por último, en lo que acabamos de decir está la indicación bien neta de una correlación entre el simbolismo alquímico y el simbolismo arquitectónico, lo que se explica por su común carácter "cosmológico", es también éste un punto importante, sobre el cual hemos de volver con motivo de otras relaciones del mismo orden. 494 SFCS LA "PIEDRA ANGULAR"

Empero, antes de llegar a ello, nos falta elucidar una cuestión accesoria: acabamos de decir que la "piedra cimera" puede no ser una "clave de bóveda" en todos los casos, y, en efecto, no lo es sino en una construcción cuya parte superior es en forma de cúpula; en cualquier otro caso, por ejemplo el de un edificio coronado por un techo en punta o en forma de tienda, no deja de haber una "última piedra" que, colocada en la sumidad, desempeña a este respecto el mismo papel que la "clave de bóveda" y, por consiguiente, corresponde también a ésta desde el punto de vista simbólico, sin que empero sea posible designarla con ese nombre; lo mismo ha de decirse del caso especial del pyramídion, al cual hemos aludido ya en otra ocasión. Debe quedar bien claro que, en el simbolismo de los constructores medievales, que se apoya en la tradición judeocristiana y se vincula con la construcción del Templo de Salomón como su prototipo (Las "leyendas" del Compagnonnage [’compañerazgo’, organización artesanal de origen medieval, emparentada con la masonería], en todas sus ramas, dan fe de ello, así como las "superviviencias" propias de la antigua masonería operativa, que hemos considerado aquí), consta, en lo que concierne a la "piedra angular", que es una "clave de bóveda"; y, si la forma exacta del Templo de Salomón ha podido dar lugar a discusiones desde el punto de vista histórico, es seguro, en todo caso, que esa forma no era la de una pirámide; son éstos hechos que hay que tener necesariamente en cuenta en la interpretación de los textos bíblicos referentes a la "piedra angular" (Así, pues, no podría tratarse de ningún modo, como algunos pretenden, de una alusión a un incidente ocurrido durante la construcción de la "Gran Pirámide" y con motivo del cuál ésta habría quedado inconclusa, lo que, por otra parte, es una hipótesis harto dudosa en sí y una cuestión histórica probablemente insoluble; además esa "inconclusión" misma estaría en contradicción directa con el simbolismo según el cual la piedra que había dido rechazada toma finalmente su lugar eminente como "cabeza del ángulo"). El pyramídion, es decir, la piedra que forma la punta superior de la pirámide, no es en modo alguno una "clave de bóveda"; no por eso deja de ser el "coronamiento" del edificio, y cabe señalar que reproduce su forma íntegra en modo reducido, como si todo el conjunto de la estructura estuviera así sintetizado en esa piedra única; la expresión "cabeza de ángulo", en sentido literal, le conviene perfectamente, así como el sentido figurado del nombre hebreo del "ángulo" para designar el "jefe" o "cabeza", tanto más cuanto que la pirámide, partiendo de la multiplicidad de la base para culminar gradualmente en la unidad de la cúspide, se toma a menudo como el símbolo de una jerarquía. Por otra parte, según lo que hemos explicado anteriormente acerca del vértice y los cuatro ángulos de la base en conexión con el significado de la palabra árabe rukn, podría decirse que la forma de la pirámide está contenida implícitamente en toda estructura arquitectónica; el simbolismo "solar" de esta forma, que hemos indicado en esa oportunidad, se encuentra aún más particularmente expresado en el pyramídion, como lo muestran diversas descripciones arqueológicas citadas por Coomaraswamy: el punto central o el vértice corresponde al sol mismo, y las cuatro caras (cada una comprendida entre dos "rayos" extremos que delimitan el dominio representado por ella) corresponden a otros tantos aspectos secundarios del mismo sol, en relación con los cuatro puntos cardinales, hacia los cuales las cuatro caras se orientan respectivamente. Pese a todo ello, no es menos verdad que el pyramídion constituye solamente un caso particular de "piedra angular" y no la representa sino en una forma tradicional especial, la de los antiguos egipcios; para responder al simbolismo judeocristiano de dicha piedra, que pertenece a otra forma tradicional sin duda alguna muy distinta de aquélla, le falta un carácter esencial, que es el de ser una "clave de bóveda". 498 SFCS LA "PIEDRA ANGULAR"

Hay más aún: el diamante se considera como la "piedra preciosa" por excelencia; y esta "piedra preciosa" es también, como tal, un símbolo de Cristo, que se encuentra aquí identificado a su otro símbolo, la "piedra angular"; o, si se prefiere, ambos símbolos están así reunidos en uno. Podría decirse entonces que esa piedra, en cuanto representa un "acabamiento" o un "cumplimiento" (Desde el punto de vista "constructivo", es la "perfección" de la realización del plan del arquitecto; desde el punto de vista alquímico, es la "perfección" o fin último de la "Gran Obra"; hay exacta correspondencia entre uno y otro), es, en el lenguaje de la tradición hindú, un chintàmani, lo que equivale a la expresión alquímica de Occidente "piedra filosofal" (El diamante entre las piedras y el oro entre los metales son lo más precioso, y tienen además un carácter "luminoso" y "solar"; pero el diamante, al igual que la "piedra filosofal", a la cual se asimila aquí, se considera como más precioso aún que el oro); y es muy significativo a este respecto que los hermetistas cristianos hablen a menudo de Cristo como la verdadera "piedra filosofal", no menos que como la "piedra angular" (El simbolismo de la "piedra angular" se encuentra expresamente mencionado, por ejemplo, en diversos pasajes de las obras herméticas de Robert Fludd  , citados por A. E. Waite, The Secret Tradition in Freemasonry, pp. 27-28; por otra parte, debe señalarse que tales pasajes contienen esa confusión con la "piedra fundamental" de que hablábamos al principio, lo que el autor que los cita dice por su cuenta acerca de la "piedra angular" en varios lugares del mismo libro tampoco es muy adecuado para esclarecer el punto, y no puede sino contribuir más bien a mantener la confusión indicada). Nos vemos reconducidos así a lo que decíamos anteriormente, con motivo de los dos sentidos en que puede entenderse la expresión árabe rukn el-arkàn, sobre la correspondencia existente entre el simbolismo arquitectónico y el alquímico; y, para terminar con una observación de alcance muy general este estudio ya largo, pero sin duda aún incompleto, pues el tema es de aquellos que son casi inagotables, podemos agregar que dicha correspondencia no es, en el fondo, sino un caso particular de la que existe análogamente, aunque de un modo quizá no siempre tan manifiesto, entre todas las ciencias y todas las artes tradicionales, pues en realidad todas ellas son otras tantas expresiones y aplicaciones diversas de las mismas verdades de orden principial y universal. 500 SFCS LA "PIEDRA ANGULAR"

Hemos hablado ya, en diversas ocasiones, del "Árbol del Mundo" y su simbolismo "axial" (Ver particularmente Le Symbolisme de la Croix, caps. IX y XXV); sin volver aquí sobre lo que hemos dicho entonces, agregaremos algunas observaciones referentes a ciertos puntos más particulares de ese simbolismo, y en especíal sobre los casos en que el árbol aparece invertido, es decir, con las raíces hacia arriba y las ramas hacia abajo, cuestión a la cual Ananda K. Coomaraswamy ha dedicado un estudio especial, The Inverted Tree (En L’Homme et son devenir selon le Vêdânta, cap. V, hemos citado los textos de la Katha-Upánishad, VI, 1, y de la Bhágavad-Gitâ XV, 1, donde el árbol está presentado en este aspecto; Coomaraswamy cita además varios otros que no son menos explícitos, especialmente Rg-Veda  , I, 24, 7, y Maitri-Upánishad’ VI, 4). Es fácil comprender que, si así ocurre, es ante todo porque la raíz representa el principio mientras que las ramas representan el despliegue de la manifestación; pero, a esta explicación general, cabe añadir ciertas consideraciones de carácter más cornplejo, que por lo demás reposan siempre sobre la aplicación del "sentido inverso" de la analogía, al cual esa posición invertida del árbol se refiere de modo manifiesto. A este respecto, hemos indicado ya que el esquema del árbol de tres ramas y tres raíces se construye precisamente sobre el símbolo de la analogía propiamente dicho, es decir, sobre la figura de seis radios cuyos extremos se agrupan en dos ternarios mutuamente inversos; y ese esquema puede encararse, por otra parte, en dos sentidos opuestos, lo que muestra que las dos posiciones correspondientes del árbol deben referirse a dos puntos de vista diferentes y complementarios, según que se lo mire, en cierto modo, de abajo arriba o de arriba abajo, es decir, en suma, según se adopte el punto de vista de la manifestación o el del Príncipio (Hemos señalado en otro lugar que el árbol ternario puede considerarse corno símbolo de la unidad y la dualidad que, en el simbolismo bíblico, se representan respectivamente por el "Árbol de Vida" y el "Árbol de la Ciencia"; la forma ternaria se encuentra especialmente en las tres "columnas" del "árbol sefirótico" de la Cábala, y va de suyo que la propiamente "axial" es entonces la "columna del medio" (ver Le Symbolisme de la Croix, cap. IX); para reducir esta forma al esquema que acabamos de indicar, es preciso reunir las extremidades de las "columnas" laterales por dos líneas que se cruzan en el punto central de la "columna del medio", es decir, en Tif’éret [’Esplendor’], cuyo carácter "solar" justifica plenamente esa posición del centro "irradiante"). 561 SFCS EL "ÁRBOL DEL MUNDO"

De la relación estrecha entre el "licor de inmortalidad" y el "Árbol de Vida" resulta una consecuencia muy importante desde el punto de vista más particular de las ciencias tradicionales: el "elixir de vida" está más propiamente en relación con lo que puede llamarse el aspecto "vegetal" de la alquimia   (Este aspecto ha sido desarrollado sobre todo en la tradición taoísta, de modo más explícito que en ninguna otra), correspondiendo a lo que es la "piedra filosofal" en el aspecto "mineral" de aquélla; podría decirse, en suma, que el "elixir" es la "esencia vegetal" por excelencia. Por otra parte, no debe objetarse contra esto el empleo de expresiones tales como "licor de oro", la cual, exactamente como la de "rama de oro" a que nos referíamos antes, alude en realidad al carácter "solar" del objeto de que se trata; y recordaremos aún, a este respecto, la representacioón del sol como "fruto del Árbol de Vida", fruto que, por lo demás, se designa también, precisamente, como una "manzana de oro". Es claro que, pues encaramos estas cosas desde el punto de vista del principio, lo vegetal y lo mineral deben entenderse aquí simbólicamente sobre todo, es decir que se trata fundamentalmente de sus "correspondencias" o sea de lo que representan, respectivamente, en el orden cósmico; pero ello no impide en absoluto que pueda tomárselos también en sentido literal cuando se encaran ciertas aplicaciones particulares. A este respecto, no sería difícil encontrar también la oposición de que hemos hablado acerca de la doble naturaleza del vegetal: así, la alquimia vegetal, en la aplicación médica de que es susceptible, tiene por "reverso", si así puede decirse, la "ciencia de los venenos"; por lo demás, en virtud misma de dicha oposición, todo lo que es "remedio" en cierto aspecto es a la vez "veneno" en un aspecto contrario (En sánscrito, la palabra visha, ’veneno’ o ’bebida de muerte’, se considera como antónimo de ámrta o ’bebida de inmortalidad’). Naturalmente, no podemos desarrollar aquí todo lo que implica esta última observación; pero ella permitirá por lo menos entrever las aplicaciones precisas de que es capaz, en un dominio como el de la medicina tradicional, un simbolismo tan "principial" en sí mismo como lo es el del "Árbol de Vida" y el "Árbol de Muerte". 579 SFCS EL "ÁRBOL DE VIDA" Y EL LICOR DE INMORTALIDAD

Hemos aludido a cierta relación existente entre la luz y la lluvia, en cuanto una y otra simbolizan igualmente los influjos celestes o espirituales ( [Cap. LIX: "Kâla-mukha"]). Esta significación es evidente. en lo que respecta a la luz; en lo que concierne a la lluvia, la hemos indicado en otro lugar (La Grande Triade, cap. XIV), señalando que entonces se trata sobre todo del descenso de esos influjos al mundo terrestre, y destacando que ese es en realidad el sentido profundo, enteramente independiente de cualquier aplicación "mágica", de los difundidos ritos que tienen por objeto "hacer llover" (Este simbolismo de la lluvia se ha conservado, a través de la tradición hebrea, hasta en la misma liturgia católica: Rorate Caeli desuper et nubes pluant Iustum (Isaías, XLV, 8)). Por otra parte, tanto la luz como la lluvia tienen un poder "vivificante", que representa con exactitud la acción de los influjos de que se trata (Ver a este respecto, en lo que concierne a la luz, Aperçus sur l’Initiation, cap. XLVII); con este carácter se vincula también, más en particular, el simbolismo del rocío, que, como es natural, se halla en estrecha conexión con el de la lluvia y es común a numerosas formas tradicionales, desde el hermetismo (La tradición rosacruz asocia muy en especial el rocío y la luz, estableciendo una relación por consonancia entre Rosa-Lux y Rosa-Crux) y la Cábala hebrea (Recordaremos, también, a este respecto, que el nombre Metatrón, por las diferentes interpretaciones que de él se dan, se vincula a la vez a la "luz" y a la "lluvia"; y el carácter propiamente "solar" de Metatrón pone a éste en relación directa con las consideraciones que desarrollaremos en seguida) hasta la tradición extremo-oriental (Ver Le Roi du Monde, cap. III, y Le Symbolisme de la Croix, cap. IX). 633 SFCS LA LUZ Y LA LLUVIA

Según la concepción ortodoxa, un ángel, en cuanto "intermediario celeste", no es en el fondo sino la expresion misma de un atributo divino en el orden de la manifestación no-formal, pues solo eso permite establecer, a través de él, una comunicación real entre el estado humano y el Principio mismo, del cual representa así un aspecto más particularmente accesible para los seres que están en ese estado humano. Es, por otra parte, lo que muestran con toda claridad los nombres angélicos mismos, que son siempre, en efecto, designación de atributos divinos; aquí sobre todo, efectivamente, el nombre corresponde de modo pleno a la naturaleza del ser y se identifica en realidad con su esencia misma. En tanto esta significacioón no se pierda de vista, las "raíces" no pueden, pues, estar "cortadas"; podría decirse, por consiguiente,. que a este respecto el error, consistente en creer que el nombre divino pertenece en propiedad al ángel como tal y en cuanto ser "separado", solo se hace posible cuando la inteligencia de la lengua sagrada viene a oscurecerse, y, si se advierte todo lo que esto implica en realidad, podrá comprenderse que esta observación admite un sentido mucho más profundo de lo que parecería a primera vista (Recordaremos a este respecto lo que indicábamos antes en cuanto a la correspondencia de los diversos grados del conocimiento con los sentidos más o menos "interiores" de las Escrituras sagradas; es evidente que se trata de algo sin nada en común con el saber enteramente externo, que es todo lo que puede dar el estudio de una lengua profana, e inclusive, agregaremos, el de una lengua sagrada por procedimientos tales como los de los lingüistas modernos). Estas consideraciones dan también todo su valor a la interpretación cabalística de Mal’ajì, ’Mi ángel’ o ’Mi enviado’ (Sabido es que la significación etimológica de la palabra "ángel" (griego ángelos) es ’enviado’ o ’mensajero’, y que la palabra hebrea correspondiente, mal’aj tiene también el mismo sentido), como "el ángel en el cual está Mi nornbre", es decir, en definitiva, en el cual está Dios mismo, por lo menos en alguno de sus aspectos "atributivos" (Cf. Le Roi du Monde, p. 33. Desde el punto de vista principial, es el ángel o más bien el atributo por el representado quien está en Dios, pero la relación aparece como invertida con respecto a la manifestación). Esta interpretación se aplica, en primer lugar y por excelencia, a Metatrón, el "Ángel de la Faz" (El nombre de Metatrón es numéricamente equivalente al nombre divino Shadday), o a Mîja’el [Miguel] (nombre del cual Mal’aji es un anagrama) en tanto que, en su papel "solar", se identifica en cierto modo con Metatrón; pero es aplicable también a cualquiera de los ángeles, pues éstos son verdaderamente, con respecto a la manifestación y en el sentido más riguroso del término, los "portadores" de otros tantos nombres divinos, e inclusive, visto del lado de la "Verdad" (el-Haqq) no son realmente nada sino esos nombres. La diferencia no es sino la que resulta de cierta jerarquía que puede establecerse entre los atributos divinos, según procedan más o menos directamente de la Esencia, de modo que su manifestación podrá considerarse como situada en niveles diferentes, y tal es, en suma, el fundamento de las jerarquías angélicas; tales atributos o aspectos deben necesariamente concebirse, por lo demás, como en multitud indefinida cuando se los encara "distintivamente", y a esto corresponde la multitud misma de los ángeles (Debe tenerse bien presente que se trata aquí de una multitud "trascendental" y no de una indefinitud numérica (cf. Les Principes du calcul infinitésimal, cap. III); los ángeles no son en modo alguno "enumerables", puesto que no pertenecen al dominio de existencia condicionado por la cantidad). 657 SFCS LAS "RAICES DE LAS PLANTAS"

Al referirnos, con motivo de "la luz y la lluvia" ( [Ver cap. LX]), a las representaciones del sol con rayos alternativamente rectilíneos y ondulados, señalábamos que estas dos clases de rayos se encuentran también, de modo por completo semejante, en ciertas figuraciones simbólicas del corazón; uno de los ejemplos más interesantes que pueden darse es el del corazón figurado en un pequeño bajo relieve de mármol negro, que data al parecer del siglo XVI, proviene de la Cartuja de Saint-Denis d’Orques, y ha sido estudiado por L. Charbonneau-Lassay   ( "Le Marbre astronomique de Saint-Denis d’Orques", en Reg., febrero de 1924 [retomado en Le Bestiaire du Christ, cap. X]). Este corazón irradiante se sitúa en el centro de dos círculos en los que se encuentran, respectivamente, los planetas y los signos del Zodíaco, lo que lo caracteriza expresamente como "Centro del Mundo", según la doble relación del simbolismo espacial y del temporal (Hay también, en la misma figuración, otros detalles de gran interés desde el punto de vista simbólico; así, en particular, el corazón lleva una herida o por lo menos lo que presenta la apariencia externa de tal, con la forma de un yod hebreo, lo que se refiere a la vez al "Ojo del corazón" y al "germen" avatárico que reside en el "centro", ya se entienda a éste en sentido macroscómico (como es manifiestamente el caso aquí), ya en sentido microcósmico (ver Aperçus sur l’Initiation, cap. XLVIII)); dicha figuración es evidentemente "solar", pero, por otra parte, el hecho de que el sol, entendido en el sentido "físico", se encuentre situado en el círculo planetario, como debe estarlo normalmente en el simbolismo astrológico, muestra a las claras que se trata propiamente en ese caso del "Sol espiritual". 704 SFCS EL CORAZON IRRADIANTE Y EL CORAZÓN EN LLAMAS