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SCS: ritos

quinta-feira 1º de fevereiro de 2024

  

¿Vale decir que el empleo del simbolismo sea una necesidad? Aquí es preciso establecer una distinción en sí y de manera absoluta, ninguna forma exterior es necesaria; todas son igualmente contingentes y accidentales con respecto a lo que expresan o representan. Así, según la enseñanza de los hindúes, una figura cualquiera, por ejemplo una estatua que simbolice tal o cual aspecto de la Divinidad, no debe considerarse sino como un "soporte", un punto de apoyo para la meditación; es, pues, un simple "auxiliar" y nada más. Un texto védico da a este respecto una comparación que aclara perfectamente este papel de los símbolos y de las formas exteriores en general: tales formas son como el caballo que permite a un hombre realizar un viaje con más rapidez y mucho menos esfuerzo que si debiera hacerlo por sus propios medios. Sin duda, si ese hombre no tuviese caballo a su disposición, podría pese a todo alcanzar su meta, pero ¡con cuánta mayor dificultad! Si puede servirse de un caballo, haría muy mal en negarse a ello so pretexto de que es más digno de él no recurrir a ayuda alguna: ¿no es precisamente así como actúan los detractores del simbolismo? Y aun, si el viaje es largo y penoso, aunque nunca haya una imposibilidad absoluta de realizarlo a pie, puede existir una verdadera imposibilidad práctica de llevarlo a cabo. Así ocurre con los ritos y símbolos: no son necesarios con necesidad absoluta, pero lo son en cierto modo por una necesidad de conveniencia, en vista de las condiciones de la naturaleza humana ( [Puede citarse un texto paralelo de Santo Tomás de Aquino  : "Para un fin cualquiera, se dice que algo es necesario de dos modos: de uno, como aquello sin lo cual no puede ser, tal el alimento necesario para la conservación de la vida humana; de otro, como aquello por lo cual de modo mejor y más conveniente se alcanza ese fin, tal el caballo es necesario para el camino" (Summa Theol., III, q. 1, a. 2, respondeo). Esto hacía escribir al P. Anizan: "’Sicut equus necessarius est ad iter’, dicen los Veda   y la Suma Teológica" (Reg., enero de 1927, pág. 136]). 20 SFCS   EL VERBO Y EL SIMBOLO

Siendo así, ciertas dificultades aparentes quedan inmediatamente resueltas, o, por mejor decir, se advierte que son inexistentes: así, no cabe preguntarse cuál puede ser la situación, con respecto a la ortodoxia cristiana entendida en sentido ordinario de una línea de transmisión fuera de la "sucesión apostólica" como aquella de que se habla en ciertas versiones de la leyenda del Graal; si se trata de una jerarquía iniciática, la jerarquía religiosa no podría en modo alguno ser afectada por su existencia, de la cual, por lo demás, no tiene por qué tener conocimiento "oficialmente", si así puede decirse, ya que ella misma no ejerce jurisdicción legítima sino en el dominio exotérico. Análogamente, cuando se trata de una fórmula secreta en relación con ciertos ritos, hay, digámoslo francamente, una singular ingenuidad en quienes se preguntan si la pérdida o la omisión de esa fórmula no arriesga impedir que la celebración de la misa pueda ser considerada válida: la misa, tal cual es, es un rito religioso, y aquello es un rito iniciático: cada uno vale en su orden, y, aun si ambos tienen en común un carácter "eucarístico", ello en nada altera esa distinción esencial, así como el hecho de que un mismo símbolo pueda ser interpretado a la vez desde ambos puntos de vista, exotérico y esotérico, no impide a ambos ser enteramente distintos y pertenecientes a dominios totalmente diversos; cualesquiera que puedan ser a veces las semejanzas exteriores, que por lo demás se explican en virtud de ciertas correspondencias, el alcance y el objetivo de los ritos iniciáticos son enteramente diferentes de los de los ritos religiosos. Con mayor razón, no cabe indagar si la fórmula misteriosa de que se trata podría identificarse con una fórmula en uso en tal o cual Iglesia dotada de un ritual más o menos especial; en primer lugar, en tanto que se trate de Iglesias ortodoxas, las variantes de ritual son por completo secundarias y no pueden en modo alguno recaer sobre nada esencial; además, esos diversos rituales jamás pueden ser sino religiosos, y, como tales, son perfectamente equivalentes, sin que la consideración de uno u otro nos acerque más al punto de vista iniciático. ¡Cuántas investigaciones y discusiones inútiles se ahorrarían si se estuviera, antes que nada, bien informado sobre los principios! 69 SFCS EL SANTO GRAAL

En el texto coránico que hemos reproducido como lema, se considera que el término es-saffât designa literalmente a los pájaros, pero a la vez se aplica simbólicamente a los ángeles (el-malá’-ikah); y así, el primer versículo significa la constitución de las jerarquías celestes o espirituales (La palabra saff, ’orden, fila’, es de aquellas, por lo demás numerosas, en las cuales algunos han querido encontrar el origen   de los términos sûfi y tasáwwuf; aunque esta derivación no parezca aceptable desde el punto de vista lingüístico, no por eso es menos verdadero que, al igual que muchas otras del mismo género, representa una de las ideas realmente contenidas en dichos términos, pues las "jerarquías espirituales" se identifican esencialmente con los grados de iniciación). El segundo versículo expresa la lucha de los ángeles con los demonios, de las potencias celestes contra las potencias infernales, es decir, la oposición entre estados superiores y estados inferiores (Esta oposición se traduce en todo ser por la de las dos tendencias, ascendente y descendente, llamadas sattva y tamas por la doctrina hindú. Es también lo que el mazdeísmo simboliza por el antagonismo de la luz y las tinieblas, personificadas respectivamente en Ormuzd y Ahrimán); es, en la tradición hindú, la lucha de los Deva contra los Asura, y también, según un simbolismo enteramente semejante al que estamos tratando aquí, la lucha del Gáruda contra el Nâga, en el cual encontramos, por lo demás, la serpiente o el dragón de que se ha hablado líneas antes; el Gáruda es el águila, y en otros casos está reemplazado por otras aves, como el ibis, la cigüeña, la garza, todos enemigos y destructores de los reptiles (Véanse, a este respecto, los notables trabajos de L. Charbonneau-Lassay   sobre los símbolos animales de Cristo [cf. Le Bestiaire du Christ). Importa notar que la oposición simbólica del ave y la serpiente no se aplica sino cuando esta última está encarada según su aspecto maléfico; al contrario; según su aspecto benéfico, se une a veces al ave, como en la figura del Quetzalcóhuatl de las antiguas tradiciones americanas; por lo demás, también se encuentra en México el combate del águila contra la serpiente. Se puede recordar, para el caso de la asociación de la serpiente y el ave, el texto evangélico: "Sed, pues, prudentes como serpientes y sencillos como palomas" (San Mateo, X, 16)). Por último, en el tercer versículo se ve a los ángeles recitar el dhikr, lo cual, en la interpretación más habitual, se considera que indica la recitación del Corán, no, ciertamente, del Corán expresado en lenguaje humano, sino de su prototipo eterno inscripto en la "tabla guardada" (el-lawhu-1-mahfûz), que se extiende de los cielos a la tierra como la escala de Jacob, o sea a través de todos los grados de la Existencia universal (Sobre el simbolismo del Libro, al cual esto se refiere directamente, ver Le Symbolisme de la Croix  , cap. XIV). Análogamente, en la tradición hindú se dice que los Deva, en su lucha contra los Ásura, se protegieron (achhan dayan) por medio de la recitación de himnos del Veda y que por tal razón estos himnos recibieron el nombre de chhanda, palabra que designa propiamente el ’ritmo’. La misma idea está, por lo demás, contenida en la palabra dhikr, que, en el esoterismo islámico  , se aplica a fórmulas ritmadas correspondientes de modo exacto a los mantra hindúes, fórmulas cuya repetición tiene por objeto producir una armonización de los diversos elementos del ser y determinar vibraciones capaces, por su repercusión a través de la serie de estados, en jerarquía indefinida, de abrir una comunicación con los estados superiores, lo cual constituye por otra parte, de modo general, la razón de ser esencial y primordial de todos los ritos. 107 SFCS EL LENGUAJE DE LOS PÁJAROS

Nos vemos, pues, reconducidos, como se observará, a lo que decíamos al comienzo sobre el "lenguaje de los pájaros", que podemos llamar también "lengua angélica", y cuya imagen en el mundo humano es el lenguaje ritmado, pues sobre la "ciencia del ritmo" que comporta por lo demás múltiples aplicaciones, se basan en definitiva todos los medios que pueden utilizarse para entrar en comunicación con los estados superiores. Por eso una tradición islámica dice que Adán, en el Paraíso terrestre, hablaba en verso, en decir, en lenguaje ritmado; se trata de esa "lengua siríaca" (logah sûryâniyah) sobre la cual hemos hablado en nuestro precedente estudio sobre la "ciencia de las letras" ( [Véase supra, cap. VI]), y que debe considerarse como traducción directa de la "iluminación solar" y "angélica" tal como se manifiesta en el centro del estado humano. Por eso también los libros sagrados están escritos en lenguaje ritmado, lo cual, como se ve, hace de ellos otra cosa que los simples "poemas" en el sentido puramente profano del término que quiere ver el prejuicio antitradicional de los "críticos" modernos; y, por lo demás, la poesía no era originariamente esa vana "literatura" en que se ha convertido por una degradación cuya explicación ha de buscarse en la marcha descendente del ciclo humano, y tenía un verdadero carácter sagrado (Puede decirse, por otra parte, de manera general, que las artes y las ciencias no se han hecho profanas sino en virtud. de tal degradación, la cual las ha despojado de su carácter tradicional y, por consiguiente, de toda significación de orden superior; nos hemos explicado sobre este asunto en L’Ésotérisme de Dante  , cap. II, y en La Crise du monde moderne, cap. IV. [Cf. también La Régne de la quantité et les signes des temps, cap. VIII]). Pueden encontrarse rastros de ello hasta en la antigüedad occidental clásica, en la cual la poesía era llamada aún "lengua de los Dioses", expresión equivalente a las que hemos indicado, pues los "Dioses", es decir los Deva (El sánscrito Deva y el latín Deus son una sola y misma palabra) son, como los ángeles, la representación de los estados superiores. En latín, los versos se llamaban carmina, designación referente a su uso en el cumplimiento de los ritos, pues la palabra carmen es idéntica al sánscrito karma, que debe tomarse aquí en su sentido particular de "acción ritual" (La palabra "poesía" deriva también del verbo griego poieîn, el cual tiene la misma significación que la raíz sánscrita kr. de donde proviene Karma, y que se encuentra también en el verbo latino creare entendido en su acepción primitiva; en el origen se trataba, pues, de algo muy distinto que de la simple producción de una obra artística o literaria, en el sentido profano, único que Aristóteles parece haber tenido presente al hablar de lo que él ha llamado "ciencias poéticas"); y el poeta mismo, intérprete de la "lengua sagrada" a través de la cual se transparentaba el Verbo divino, era el vates, palabra que lo caracterizaba como dotado de una inspiración en cierto modo profética. Más tarde, por otra degradación, el vates no fue sino un vulgar "adivino" (La palabra "adivino" misma no está menos desviada de su sentido, pues etimológicamente tiene relación directa con divinus, y significa entonces "intérprete de los dioses". Los "arúspices" (de aves spicere, ’observar las aves’) extraían presagios del vuelo y el canto de las aves, lo cual es de relacionar más especialmente con el "lenguaje de los pájaros", entendido aquí en el sentido más material, pero identificado aun así con la "lengua de los dioses", pues se consideraba que éstos manifestaban su voluntad por medio de tales presagios, y las aves desempeñaban entonces un papel de "mensajeros" análogo al que se atribuye generalmente a los ángeles (de donde su nombre mismo, pues es precisamente el sentido propio de la palabra griega ángelos), bien que tomado en un aspecto muy inferior); y el carmen (de donde la voz francesa charme, ’encanto’), un "encantamiento", es decir, una operación de baja magia; es éste otro ejemplo de que la magia, e incluso la hechicería, constituye lo que subsiste como último vestigio de las tradiciones desaparecidas" ( [Sobre este asunto de los orígenes de la magia y de la hechicería. véase infra, cap. XX, "Shet", último párrafo]). 108 SFCS EL LENGUAJE DE LOS PÁJAROS

Estas pocas indicaciones bastarán, creemos, para mostrar cuánto se equivocan quienes se burlan de los relatos en que se habla del "lenguaje de los pájaros"; es en verdad demasiado fácil y harto simple tratar desdeñosamente de "superstición" todo aquello que no se comprende; pero los antiguos, por su parte, sabían muy bien lo que decían cuando empleaban el lenguaje simbólico. La verdadera "superstición", en el sentido estrictamente etimológico (quod superstat), es lo que se sobrevive a sí mismo, o sea, en una palabra, la "letra muerta"; pero inclusive esta conservación, por poco digna de interés que pueda parecer, no es empero cosa tan desdeñable, pues el espíritu, que "sopla donde quiere" y cuando quiere, puede siempre venir a revivificar los símbolos y los ritos y a restituirles, con el sentido que habían perdido antes, la plenitud de su virtud originaria. 109 SFCS EL LENGUAJE DE LOS PÁJAROS

En un libro reciente (W. F. Jackson Knight, Cumaean Gates, a reference of the Sixth "Aeneid" to Initiation Pattern, Basil B1ackwell, Oxford), W. F. Jackson Knight expone interesantes investigaciones que tienen por punto de partida el pasaje del libro VI de la Eneida donde se describen las puertas del antro de la Sibila de Cumas: ¿por qué el laberinto de Creta y su historia están figurados en esas puertas? El autor se niega con razón a ver en ello, como lo han hecho algunos que no van más allá de las concepciones "literarias" modernas, una simple digresión más o menos inútil; estima, al contrario, que ese pasaje debe tener un valor simbólico real, fundándose en una estrecha relación entre el laberinto y la caverna, vinculados ambos con la misma idea de un viaje subterráneo. Esta idea, según la interpretación que el autor da de hechos concordantes pertenecientes a épocas y regiones muy diversas, habría estado originariamente en relación con los ritos funerarios y luego, en virtud de cierta analogía, habría sido transportada a los ritos iniciáticos; volveremos más en particular sobre este punto en lo que sigue, pero debemos antes formular algunas reservas sobre el modo en que el autor concibe la. iniciación. Parece, en efecto, encararla únicamente como un producto del "pensamiento humano", dotado por otra parte de una vitalidad que le asegura una especie de permanencia a través de las edades, aun si a veces no subsiste, por así decirlo, sino en estado latente; no tenemos necesidad alguna, después de todo cuanto hemos ya expuesto acerca de este asunto, de mostrar una vez más la insuficiencia de ese punto de vista, ya por el solo hecho de que no tiene en cuenta los elementos "sobrehumanos", que en realidad constituyen precisamente lo esencial. Insistiremos solo en esto: la idea de una subsistencia en estado latente trae aparejada la hipótesis de una conservación en un "subconsciente colectivo", tomada de ciertas teorías psicológicas recientes; como quiera que se opine acerca de éstas, hay en todo caso, en la aplicación así efectuada, un completo desconocimiento de la necesidad de la "cadena" iniciática, es decir, de una transmisión efectiva e ininterrumpida. Cierto es que hay otra cuestión que es preciso guardarse de confundir con aquélla: ha podido ocurrir a veces que cosas de orden propiamente iniciático llegaran a expresarse a través de individualidades que no eran conscientes en modo alguno de su verdadera significación, y nos hemos explicado anteriormente sobre ello con motivo de la leyenda del Graal ( [Ver caps. III y IV]); pero, por una parte, eso nada tiene que ver con lo que es la realidad de la iniciación misma, y, por otra, no podría entenderse así el caso de Virgilio, en quien hay, como en Dante, indicaciones demasiado precisas y demasiado manifiestamente conscientes para que sea posible admitir que haya sido extraño a toda vinculación iniciática efectiva. Aquello de que aquí se trata nada tiene que ver con la "inspiración poética" tal como se la entiende en la actualidad, y a este respecto Jackson Knight está por cierto demasiadamente dispuesto a compartir los puntos de vista "literarios" a los cuales, sin embargo, su tesis se opone en lo demás; pero no por eso hemos de desconocer todo el mérito que corresponde a un autor universitario por tener el valor de abordar ese tema, e incluso, simplemente, de hablar de iniciación. 372 SFCS LA CAVERNA Y EL LABERINTO

El laberinto, como bien lo ha visto Jackson Knight, tiene una doble razón de ser, en cuanto permite o veda, según los casos, el acceso a determinado lugar donde no todos pueden penetrar indistintamente; solo los que están "cualificados" podrán recorrerlo hasta el fin, mientras que los otros se verán impedidos de penetrar o extraviarán el camino. Se ve inmediatamente que hay aquí la idea de una "selección", en relación evidente con la admisión a la iniciación misma: el recorrido del laberinto no es propiamente, pues, a este respecto, sino una representación de las pruebas iniciáticas; y es fácil comprender que, cuando servía efectivamente como medio de acceso a ciertos santuarios, podía ser dispuesto de tal manera que los ritos correspondientes se cumplieran en ese trayecto mismo. Por otra parte, se encuentra también la idea de "viaje", en el aspecto en que esa idea se asimila a las pruebas mismas, como puede verificárselo aún hoy en ciertas formas iniciáticas, la masonería por ejemplo, donde cada una de las pruebas simbólicas se designa, precisamente, como un "viaje". Otro simbolismo equivalente es el de la "peregrinación"; y recordaremos a este respecto los laberintos que se trazaban otrora en las lajas del piso de ciertas iglesias, cuyo recorrido se consideraba como un 14 sustituto" del peregrinaje a Tierra Santa; por lo demás, si el punto en el que termina ese recorrido representa un lugar reservado a los "elegidos", ese lugar es real y verdaderamente una "Tierra Santa" en el sentido iniciático de la expresión: en otros términos, ese punto no es sino la imagen de un centro espiritual, como todo lugar de iniciación lo es igualmente (Jackson Knight menciona estos laberintos. pero no les atribuye sino una significación simplemente religiosa; parece ignorar que su trazado no pertenecía en modo alguno a la doctrina exotérica, sino exclusivamente al simbolismo de las organizaciones iniciáticas de constructores). 377 SFCS LA CAVERNA Y EL LABERINTO

Va de suyo, por otra parte, que el empleo del laberinto como medio de protección o defensa admite aplicaciones diversas, fuera del dominio iniciático; así, el autor señala particularmente su empleo "táctico" a la entrada de ciertas ciudades antiguas y otros lugares fortificados. Solo que es un error creer que en este caso se trate de un uso puramente profano, el cual incluso hubiera sido cronológicamente el primero, para sugerir luego la idea de una utilización ritual; hay en esta idea, propiamente, una inversión de las relaciones normales, conforme, por otra parte, a las concepciones modernas pero solo a ellas, y que por lo tanto es enteramente ilegítimo atribuir a las civilizaciones antiguas. De hecho, en toda civilización de carácter estrictamente tradicional, todas las cosas comienzan necesariamente por el principio o por lo que es más próximo a él, para descender luego a aplicaciones cada vez más contingentes; y, además, inclusive estas últimas no se encaran jamás desde un punto de vista profano, que no es, según lo hemos explicado a menudo, sino el resultado de una degradación por la cual se ha perdido la conciencia de la vinculación de esas aplicaciones con el principio. En el caso de que se trata, podría fácilmente percibirse que hay algo distinto de lo que verían los "tácticos" modernos, por la simple observación de que ese modo de defensa, "laberíntico", no se empleaba solamente contra los enemigos humanos sino también contra los influjos psíquicos hostiles, lo que indica a las claras que debía tener por sí mismo un valor ritual (No insistiremos, para no apartarnos demasiado de nuestro asunto, sobre la marcha "laberíntica" de ciertas procesiones y "danzas rituales", que, presentando ante todo el carácter de ritos de protección, o "apotropaicos", como dice el autor, se vinculan directamente y por eso al mismo orden de consideraciones: se trata esencialmente de detener y desviar los influjos maléficos, por una "técnica" basada en el conocimiento de ciertas leyes según las cuales aquéllos ejercen su acción). Pero hay más todavía: la fundación de las ciudades, la elección de su sitio y el plan según el cual se las construía se hallaban sometidos a reglas pertenecientes esencialmente a la "ciencia sagrada" y, por consiguiente, estaban lejos de responder solo a fines "utilitarios", por lo menos en el sentido exclusivamente material que se da actualmente a esa palabra; por completamente extrañas que sean estas cosas a la mentalidad de nuestros contemporáneos, es preciso sin embargo tomarlas en cuenta, sin lo cual quienes estudian los vestigios de las civilizaciones antiguas jamás podrán comprender el verdadero sentido y la razón de ser de lo que observan, aun en lo que corresponde simplemente a lo que se ha convenido en llamar hoy el dominio de la "vida cotidiana", pero que entonces tenía también, en realidad, un carácter propiamente ritual y tradicional. 378 SFCS LA CAVERNA Y EL LABERINTO

En efecto, es muy evidente que, si la caverna es el lugar en que se cumple la iniciación misma, el laberinto, lugar de las pruebas previas, no puede ser sino el camino que conduce a ella, a la vez que el obstáculo que veda el acercamiento a los profanos "no cualificados". Recordaremos, por otra parte, que en Cumas el laberinto estaba representado en las puertas, como si, de alguna manera, esa figuración sustituyera al propio laberinto (Un caso similar, a este respecto, es el de las figuras "laberínticas" trazadas en paredes, en Grecia antigua, para vedar el acceso de los influjos maléficos a las casas); y podría decirse que Eneas, mientras se detiene a la entrada para contemplarla, recorre en efecto el laberinto, mental ya que no corporalmente. Por otra parte, no parece que ese modo de acceso haya sido siempre exclusivamente reservado para santuarios establecidos en cavernas o asimilados simbólicamente a ellas, pues, como lo hemos explicado ya, no se trata de un rasgo común a todas las formas tradicionales; y la razón de ser del laberinto, tal como la hemos definido antes, puede convenir igualmente a los aledaños de todo lugar de iniciación, de todo santuario destinado a los "misterios" y no a los ritos públicos. Formulada esta reserva, hay sin embargo una razón para suponer que, en el origen por lo menos, el empleo del laberinto haya de haber estado más particularmente vinculado con la caverna iniciática: pues uno y otra parecen haber pertenecido al comienzo a las mismas formas tradicionales, las de esa época de los "hombres de piedra" a que aludíamos poco ha; habrían comenzado, pues, por estar estrechamente unidos, aunque no lo hayan quedado invariablemente en todas las formas ulteriores. 380 SFCS LA CAVERNA Y EL LABERINTO

Es fácil advertir, en primer lugar, que las dos partes de la estructura recién descripta figuran la tierra y el cielo, a los cuales corresponden respectivamente, en efecto, la forma cuadrada y la forma circular (o esférica, en una construcción de tres dimensiones); y, aunque esta correspondencia se encuentre indicada con mayor insistencia en la tradición extremo-oriental, está muy lejos de serle propia y exclusiva (En la iniciación masónica, el paso from square to arch [del cuadrado al arco] representa un paso "de la Tierra al Cielo" (de donde el término de exaltation para designar la admisión al grado de Royal Arch), es decir, del dominio de los "pequeños misterios" al de los "grandes misterios", con el doble aspecto sacerdotal y real para estos últimos, pues el título completo correspondiente es Holy (and) Royal Arch, aunque, por razones históricas que no hemos de examinar aquí, el "arte sacerdotal" haya acabado borrarse ante el "arte real". Las formas circular y cuadrada están aludidas también por el compás y la escuadra, que sirven para trazarlos respectivamente y que se asocian como símbolos de dos principios complementarios, según efectivamente lo son el Cielo y la Tierra [cf. Le Régne de la quantité et les signes des temps, cap. XX, y La Grande Triade., cap. III]). Puesto que acabamos de aludir a la tradición extremo-oriental, no carece de interés señalar a este respecto que en China la vestidura de los antiguos emperadores debía ser redonda por lo alto y cuadrada por lo bajo; esa vestidura, en efecto, tenía una significación simbólica (lo mismo que todas las acciones de su vida, reguladas siempre según los ritos), y esa significación era precisamente la misma que aquella cuya realización arquitectónica encaramos aquí (El Emperador mismo, así vestido, representaba al "Hombre verdadero", mediador entre el Cielo y la Tierra, cuyas respectivas potencias une en su propia naturaleza; y exactamente en este mismo sentido un maestro masón (que debería ser también un "Hombre verdadero" si hubiese realizado su iniciación de modo efectivo) "se encuentra siernpre entre la escuadra y el compás". Señalemos también, acerca de esto, uno de los aspectos del simbolismo de la tortuga: la parte inferior del caparazón, que es plana, corresponde a la Tierra, y la superior, que es arqueada en forma de cúpula, corresponde al Cielo; el animal mismo, entre ambas partes, figura al Hombre entre el Cielo y la Tierra, completando así la "Gran Tríada", que desempeña un papel especialmente importante en el simbolismo de las organizaciones iniciáticas taoístas [cf. La Grande Triade, cap. XVI]). Agreguemos en seguida que, si en ésta se considera la construcción íntegra como un "hipogeo", según a veces lo es en efecto, literalmente en ciertos casos y simbólicamente en otros, nos encontramos reconducidos al simbolismo de la caverna como imagen del "cosmos" en conjunto. 457 SFCS EL SIMBOLISMO DE LA CÚPULA

Dicho esto, volvamos a la estructura vertical: como lo hace notar Coomaraswamy, ésta debe considerarse íntegramente en relación con un eje central; lo mismo ocurre, evidentemente, en el caso de una cabaña, cuyo techo en forma de domo está soportado por un poste que une la sumidad del techo con el suelo, y también el de ciertos stûpa cuyo eje está figurado en el interior, y a veces incluso se prolonga por lo alto más allá de la cúpula. Empero, no es necesario que ese eje esté siempre representado así materialmente, tal como tampoco lo está en realidad, en ningún lugar, el "Eje del Mundo", del cual aquél es imagen; lo que importa es que el centro del suelo ocupado por el edificio, es decir, el punto situado directamente debajo de la sumidad de la cúpula, se identifica siempre virtualmente con el "Centro del Mundo"; éste, en efecto, no es un "lugar" en el sentido topográfico y literal del término, sino en un sentido trascendente y principial, y, por consiguiente, puede realizarse en todo "centro" regularmente establecido y consagrado, de donde la necesidad de los ritos que hacen de la construcción de un edificio una verdadera imitación de la formación misma del mundo (A veces, la cúpula misma puede no existir en la construcción sin que empero se altere el sentido simbólico de ella; queremos aludir al tipo tradicional de casa dispuesta en cuadrado en torno de un patio interior; la parte central está entonces a cielo abierto, pero, precisamente, la bóveda celeste misma desempeña en este caso el papel de una cúpula natural. Diremos de paso, a este respecto, que hay cierta relación, en una forma tradicional dada, entre la disposición de la casa y la constitución de la familia; así, en la tradición islámica, la disposición cuadrilátera de la casa (que normalmente debería estar enteramente cerrada hacia afuera, abriéndose las ventanas hacia el patio, interior) está en relación con la limitación del número de esposas a cuatro como máximo, teniendo entonces cada una de ellas por dominio propio uno de los lados del cuadrilátero). El punto de que se trata es, pues, un verdadero ómphalos (nâbhih prthivyâ [sánscrito: ’ombligo de la tierra’]), en muchísimos casos, allí se sitúa el altar o el hogar, según se trate de un templo o de una casa; el altar, por lo demás, es, también en realidad un hogar, e, inversamente, en una civilización tradicional, el hogar debe considerarse como un verdadero altar doméstico; simbólicamente, en él se cumple la manifestación de Agni, y recordaremos a este respecto lo que hemos dicho acerca del nacimiento del Avatâra en el centro de la caverna iniciática, pues es evidente que la significación también aquí es la misma, siendo diferente solo la aplicación. Cuando se practica una abertura en la sumidad del domo, por ella escapa afuera el humo que se eleva del hogar; pero esto también, lejos de no tener sino una razón puramente utilitaria, como podrían imaginarlo los modernos, tiene, al contrario, un sentido simbólico muy profundo, que examinaremos a continuación, estableciendo aún con más precisión el significado exacto de esa sumidad del domo en los dos órdenes, "macrocósmico" y "microcósmico". 460 SFCS EL SIMBOLISMO DE LA CÚPULA

En razón de su simbolismo "celeste", el parasol es una de las insignias de la realeza; es, inclusive, propiamente hablando, un emblema del Chakravarti o monarca universal (Recordaremos, a este respecto, que la designación misma de Chakravarti se refiere al simbolismo de la rueda) y, si se lo atribuye también a los soberanos ordinarios, es solo en cuanto éstos representan en cierto modo a aquél, cada uno en el interior de su propio dominio, participando así de su naturaleza e identificándosele en su función cósmica (Hemos aludido anteriormente a la función cósmica reconocida al Emperador por la tradición extremo-oriental; va de suyo que aquí se trata de lo mismo; y, en conexión con lo que acabamos de decir sobre la significación del parasol, haremos notar que en China el cumplimiento de los ritos integrantes del "culto del Cielo" estaba reservado al Emperador exclusivamente [cf. La Grande Triade, cap. XVII]). Ahora, importa señalar que, por una estricta aplicación del sentido inverso de la analogía, el parasol, en el uso ordinario que de él se hace en el "mundo de abajo", es una protección contra la luz, mientras que, en cuanto representa al cielo, sus varillas son, por el contrario, los rayos de la luz mismos; y, por supuesto, en este sentido superior debe entendérselo cuando es atributo de realeza. Una observación semejante se aplica también al ushnîsha, entendido en su sentido primitivo como un tocado: éste tiene comúnmente por función proteger contra el calor, pero, cuando se lo atribuye simbólicamente al sol, representa, inversamente, lo que irradia el calor (y este doble sentido está contenido en la etimología misma de la palabra ushnîsha); agreguemos que precisamente según su significación "solar" el ushnîsha, que es propiamente un turbante y puede ser también una corona, lo que en el fondo es la misma cosa (En la tradición islámica, el turbante, considerado más en particular como marca distintiva del sheij (sea en el orden exotérico o en el esotérico) se designa corrientemente como tâdj el-Islâm; es, pues, una corona (tâdj), la cual en este caso constituye un signo, no del poder temporal, como la de los reyes, sino de una autoridad espiritual. Recordemos también, con motivo de la relación entre la corona y los rayos solares, la estrecha vinculación existente entre su simbolismo y el de los cuernos, del cual ya hemos hablado, [cap. XXVIII]), constituye igualmente, como el parasol, una insignia de la realeza; una y otro están así asociados al carácter de "gloria" inherente a ésta, en vez de responder a una simple necesidad práctica, como en el hombre ordinario. 468 SFCS LA CÚPULA Y LA RUEDA

La "piedra angular", tomada en su verdadero sentido de piedra "cimera", se designa en inglés a la vez como keystone, como capstone (que a veces se encuentra escrito también capestone), y como copestone (o copingstone); el primero de estos términos es fácilmente comprensible, pues constituye el exacto equivalente de nuestra "clave de bóveda" (o "de arco", pues la palabra puede aplicarse en realidad a la piedra que forma la sumidad de una arcada tanto como la de una bóveda); pero los otros dos exigen algo más de explicación. En capstone, la palabra cap es evidentemente el latín caput, ’cabeza’, lo que nos reconduce a la designación de esa piedra como la "cabeza del ángulo"; es, propiamente, la piedra que "acaba" o "corona" un edificio; y es también un capitel, el cual es, igualmente, el "coronamiento" de una columna (El término de "coronamiento" ha de relacionarse aquí con la designación de la "coronilla" craneana, en razón de la asimilación simbólica, que hemos señalado anteriormente, entre el "ojo" de la cúpula y el Brahmarandhra [séptimo y último chakra, o sea "órgano o centro sutil", cuyo "despertar" corresponde a la culminación del Kundalinî-Yoga]; sabido es, por lo demás, que la corona, como los cuernos, expresa esencialmente la idea de elevación. Cabe notar también a este respecto que el juramento del grado de Royal Arch contiene una alusión a la "coronilla" (the crown of the skull), la cual sugiere una relación entre la apertura de ésta (como en los ritos de trepanación póstuma) y el acto de quitar (removing) la keystone; por lo demás, de modo general, las llamadas "penalidades" formuladas en los juramentos de los diferentes grados masónicos, así como los signos que a ellas corresponden, se refieren en realidad a los diversos centros sutiles del ser humano). Acabamos de hablar de "acabamiento", y, emparentadas con ésta, las palabras "cap" y "cabeza" o "cabecera" son, en efecto, etimológicamente idénticas (En la significación de la palabra "acabar", o en la expresión equivalente "llevar a cabo", la idea de "cabeza" [caput] está asociada a la de "fin", lo que responde perfectamente a la situación de la "piedra angular", conocida a la vez como "piedra cimera" y como "última piedra" del edificio. Mencionaremos aún otro término derivado de caput: en francés se llama chevet (’cabecera’) —y en español "cabecera" o "testero"— de una iglesia a la extremidad oriental donde se encuentra el ábside, cuya forma semicircular corresponde, en el plano horizontal, a la cúpula en elévación vertical, según lo hemos explicado en otra ocasión); la capstone es, pues, la "cabeza" o "cabecera" de la "obra", y, en razón de su forma especial, que requiere, para tallarla, conocimientos o capacidades particulares, es también a la vez una "obra capital" u "obra maestra" (chef-d’oeuvre), en el sentido que tiene esta expresión en el Compagnonnage (La palabra "obra" se emplea a la vez en arquitectura y en alquimia  , y se verá que no sin razón relacionamos ambas cosas: en arquitectura, la conclusión de la obra es la "piedra angular", y en alquimia, la "piedra filosofal"); por ella el edificio queda completamente terminado, o, en otros términos, es finalmente llevado a su "perfección" (Es de notar que, en ciertos ritos masónicos, los grados que corresponden más o menos exactamente a la parte superior de la construcción de que aquí se trata (decimos más o menos exactamente, pues a veces hay en todo ello cierta confusión) se designan precisamente con el nombre de "grados de perfección". Por otra parte, el vocablo "exaltación", que designa el acceso al grado de Royal Arch, puede entenderse como una alusión a la posición elevada de la keystone). 495 SFCS LA "PIEDRA ANGULAR"

En el estudio antes citado, A. Coomaraswamy dice que "lo esencial, en el sacrificio, es en primer lugar dividir, y en segundo lugar reunir"; comporta, pues, dos fases complementarias, de "desintegración" y "reintegración", que constituyen el conjunto del proceso cósmico: el Púrusha, "siendo uno, se hace muchos, y siendo muchos, torna a ser uno". La reconstitución del Púrusha se opera simbólicamente, en particular, en la construcción del altar védico, que comprende en sus diversas partes una representación de todos los mundos (Ver "Ianua caeli" [aquí, cap. LVIII]); y el sacrificio, para realizarse correctamente, exige una cooperación de todas las artes, lo que asimila al sacrificador al mismo Viçvakarma (Cf. A. K. Coomaraswamy, Hinduism and Buddhism, p. 26 [cf. p. 71 de la traducción francesa, colección "Tradition", Gallimard, París]). Por otra parte, como toda acción ritual, es decir, en suma, toda acción verdaderamente normal y conforme al orden (rta), puede considerarse como dotada en cierto modo de un carácter "sacrificial", según el sentido etimológico de este término (sacrum facere), lo que es válido para el altar védico lo es también, de alguna manera y en algún grado, para toda construcción edificada, conforme a las reglas tradicionales, las cuales proceden siempre, en realidad, de un mismo "modelo cósmico", según lo hemos explicado en otras ocasiones (Los ritos de fundación de un edificio incluyen generalmente, por lo demás, un sacrificio o una oblación en el sentido estricto de estos términos; inclusive en Occidente. cierta forma de oblación se ha mantenido hasta nuestros mismos días en los casos en que la colocación de la primera piedra se cumple según los ritos masónicos). Se ve que esto se encuentra en relación directa con un simbolismo "constructivo" como el de la masonería; y, por otra parte, inclusive en el sentido más inmediato, el constructor efectivamente reúne los materiales dispersos para formar un edificio que, si es verdaderamente lo que debe ser, tendrá una unidad "orgánica"’ comparable a la de un ser viviente, si se adopta el punto de vista "microcósmico", o a la de un mundo, si se adopta el punto de vista "macrocósmico". 525 SFCS "REUNIR LO DISPERSO"

Ahora bien; no es dudoso que, en virtud de las leyes cíclicas, pueblos "prehistóricos", como los que erigieron los monumentos megalíticos, y cualesquiera hayan podido ser, se hallaban necesariamente en un estado más próxímo del principio que los pueblos que los sucedieron; ni tampoco que ese estado no podía perpetuarse indefinidamente, sino que los cambios que sobrevenían en las condiciones de la humanidad en las diferentes épocas de su historia debían exigir adaptaciones sucesivas de la tradición, lo cual, inclusive, pudo ocurrir en el curso de la existencia de un mismo pueblo sin que haya habido en éste ninguna solución de continuidad, como lo muestra el ejemplo de los hebreos, que acabamos de citar. Por otra parte, es igualmente verdad, y lo hemos señalado en otra parte, que entre los pueblos sedentarios la sustitución de las construcciones de madera por las de piedra corresponde a un grado más acentuado de "solidificación", en conformidad con las etapas del "descenso" cíclico; pero, desde que tal modo de construcción se hacía necesario por las nuevas condiciones del medio, era preciso, en una civilización tradicional, que por ritos y símbolos apropiados recibiera de la tradición misma la consagracion sin la cual no podía ser legítimo ni integrarse a esa civilización, y, precisamente por eso hemos hablado de adaptación a ese respecto. Tal legitimación implicaba la de todas las artesanías y oficios, empezando por la de la talla de las piedras requeridas para esas construcciones, y no podía ser realmente efectiva sino a condición de que el ejercicio de cada una de esas artesanías estuviera ligado a una iniciación correspondiente, ya que, conforme a la concepción tradicional, tal artesanía debía representar la aplicación regular de los principios en su orden contingente. Así fue siempre y en todas partes, salvo, naturalmente, en el mundo occidental moderno cuya civilización ha perdido todo carácter tradicional, y ello no solo es cierto de las artesanías de la construcción, que aquí consideramos de modo particular, sino igualmente de todas las demás cuya constitución fue igualmente hecha necesaria por ciertas condiciones de tiempo y lugar; e importa señalar que esa legitimación, con todo lo que implica, fue siempre posible en todos los casos, salvo para los oficios puramente mecánicos, que no se originaron sino en la época moderna. Ahora bien; para los canteros, y para los constructores que empleaban los productos de ese trabajo, la piedra bruta no podía representar sino la "materia prima" indiferenciada, o el "caos", con todas las correspondencias tanto microcósmicas como macrocósmicas, mientras que, al contrario, la piedra completamente tallada en todas sus caras representaba el cumplimiento o perfección de la "obra". He aquí la explicación de la diferencia existente entre el significado simbólico de la piedra bruta en casos como los de los monumentos megalíticos y los altares primitivos, y el de esa misma piedra bruta en la masonería. Agregaremos, sin poder insistir aquí en ello, que esa diferencia corresponde a un doble aspecto de la "materia prima", según que ésta se considere como la "Virgen universal" o como el "caos" que está en el origen de toda manifestación; en la tradición hindú igualmente, Prátkrti, al mismo tiempo que es la pura potencialidad que está literalmente por debajo de toda existencia, es también un aspecto de la Çakti, o sea de la "Madre divina"; y, por supuesto, ambos puntos de vista no son en modo alguno excluyentes, lo cual, por lo demás, justifica la coexistencia de los altares de piedra bruta con los edificios de piedra tallada. Estas breves consideraciones mostrarán una vez más que, para la interpretación de los símbolos como para cualquier otra cosa, siempre hay que saber situar todo en su lugar exacto, sin lo cual se arriesga caer en los más burdos errores. 546 SFCS PIEDRA BRUTA Y PIEDRA TALLADA

Hemos mencionado anteriormente ( [Cap. XLI: "La Puerta estrecha".]) el simbolismo conservado entre los indios de América del Norte, según el cual los diferentes mundos se representan como una serie de cavernas superpuestas y los seres pasan de un mundo a otro subiendo a lo largo de un árbol central. Un simbolismo semejante se encuentra realizado, en diversos casos, por ritos en los cuales el hecho de trepar a un árbol representa el ascenso del ser según el "eje"; tales ritos son védicos tanto como "shamánicos", y su difusión misma es un indicio de su carácter verdaderamente "primordial". 583 SFCS EL SIMBOLISMO DE LA ESCALA

Por eso, sobre todo cuando la escala se emplea como elemento de ciertos ritos iniciáticos, sus peldaños se consideran expresamente como representación de los diversos cielos, es decir, de los estados superiores del ser; así, especialmente, en los misterios de Mithra, la escala tenía siete peldaños puestos en relación con los siete planetas, y, según se dice, hechos de los metales correspondientes respectivamente a aquellos; el recorrido de tales peldaños figuraba el de otros tantos grados sucesivos de iniciación. Esta escala de siete peldaños se encuentra también en ciertas organizaciones iniciáticas medievales, de donde pasó sin duda, más o menos directamente, a los altos grados de la masonería escocesa, segun lo hemos señalado al hablar de Dante (L’Ésotérisme de Dante, caps. II y III); aquí los peldaños están referidos a otras tantas "ciencias", pero esto no implica en el fondo diferencia alguna, ya que, según Dante mismo, esas "ciencias" se identifican con los "cielos" (Convivio, II, XIV). Va de suyo que, para corresponder así a estados superiores y a grados de iniciación, esas ciencias no podían ser sino ciencias tradicionales entendidas en su sentido más profundo y más propiamente esotérico, y ello inclusive para aquellas cuyos nombres, para los modernos, no designan ya, en virtud de la degradación a que hemos aludido repetidamente, sino ciencias o artes profanas, es decir algo que, con relación a aquellas verdaderas ciencias, no es en realidad nada mas que una cascara huera y un "residuo" privado de vida. 587 SFCS EL SIMBOLISMO DE LA ESCALA

Hay aún otro aspecto importante, del cual no hemos hablado todavía, en el simbolismo del pâça: el que lo refiere más particularmente al "nudo vital" (Este símbolo, del "nudo vital", en los ritos del Compagnonnage, está representado por una corbata anudada en forma especial; es evidente la equivalencia con el nudo corredizo o el ojal del pâça [forma sánscrita correspondiente al pâli pâsa]), y nos falta mostrar cómo esto se relaciona de modo igualmente estricto con el mismo orden de consideraciones. En efecto, el "nudo vital" representa el vínculo que mantiene reunidos entre sí los diferentes elementos constitutivos de la individualidad; él es, pues, quien mantiene al ser en su condición de paçu, ya que, cuando ese vínculo se rompe o deshace, se sigue de ello la desagregación de dichos elementos, la cual es, propiamente, la muerte de la individualidad, que entraña el paso del ser a otro estado. Transponiendo esto al orden de la "Liberación" final, puede decirse que, cuando el ser alcanza a pasar por el ojal del pâça sin que éste se apriete y lo coja de nuevo, es como si ese ojal se desatara para él, y ello de modo definitivo; no son, en suma, sino dos maneras diferentes de expresar la misma cosa. No insistiremos aquí sobre este asunto del "nudo vital", que podría llevarnos a muchos otros desarrollos; hemos indicado en otro lugar ( [Ver el artículo "Cologne ou Strasbourg?", en V. I.. enero de 1927, texto que será incluido en la compilación póstuma Tradition primordiale et formes particulières]) cómo, en el simbolismo arquitectónico, tiene su correspondencia en el "punto sensible" del edificio, siendo éste la imagen de un ser viviente lo mismo que de un mundo, según se lo encare desde el punto de vista "microcósmico" o "macrocósmico"; pero, por el momento, lo que acabamos de decir basta para mostrar que la "disolución" de ese nudo, que es igualmente el "nudo gordiano" de la leyenda griega, constituye también, en el fondo, un equivalente del paso del ser a través de la "puerta solar". 597 SFCS EL "OJO DE LA AGUJA"

El primero, el del "remontar la corriente", es quizá el más notable en ciertos respectos, pues entonces siempre ha de concebirse el río como identificado con el "Eje del Mundo": es el "río celeste", que desciende hacia la tierra y que, en la tradición hindú, se designa con nombres tales como los de Gangâ [’Ganges’] y Sarásvatî, que son propiamente los nombres de ciertos aspectos de la Çakti. En la Cábala hebrea, ese "río de la vida" tiene su correspondencia en los "canales" del árbol sefirótico, por los cuales los influjos del "mundo de arriba" se transmiten al "mundo de abajo", y que están también en relación directa con la Shejináh [’Presencia divina’], que es en suma el equivalente de la Çakti; y en la Cábala se habla igualmente de las aguas que "fluyen hacia arriba", lo que es una expresión del retorno hacia la fuente celeste, representada entonces, no precisamente por el acto de remontar la corriente, sino por una inversión del sentido de esa corriente misma. En todo caso, se trata siempre de una "reversión" (retournement), que por lo demás, según lo señala Coomaraswamy, estaba figurada en los ritos védicos por la inversión del poste sacrificial, otra imagen del "Eje del Mundo"; y se ve inmediatamente así que todo ello se vincula íntimamente con el simbolismo del "árbol invertido", al cual nos hemos referido antes. 602 SFCS EL PASO DE LAS AGUAS

Hemos aludido a cierta relación existente entre la luz y la lluvia, en cuanto una y otra simbolizan igualmente los influjos celestes o espirituales ( [Cap. LIX: "Kâla-mukha"]). Esta significación es evidente. en lo que respecta a la luz; en lo que concierne a la lluvia, la hemos indicado en otro lugar (La Grande Triade, cap. XIV), señalando que entonces se trata sobre todo del descenso de esos influjos al mundo terrestre, y destacando que ese es en realidad el sentido profundo, enteramente independiente de cualquier aplicación "mágica", de los difundidos ritos que tienen por objeto "hacer llover" (Este simbolismo de la lluvia se ha conservado, a través de la tradición hebrea, hasta en la misma liturgia católica: Rorate Caeli desuper et nubes pluant Iustum (Isaías, XLV, 8)). Por otra parte, tanto la luz como la lluvia tienen un poder "vivificante", que representa con exactitud la acción de los influjos de que se trata (Ver a este respecto, en lo que concierne a la luz, Aperçus sur l’Initiation, cap. XLVII); con este carácter se vincula también, más en particular, el simbolismo del rocío, que, como es natural, se halla en estrecha conexión con el de la lluvia y es común a numerosas formas tradicionales, desde el hermetismo (La tradición rosacruz asocia muy en especial el rocío y la luz, estableciendo una relación por consonancia entre Rosa-Lux y Rosa-Crux) y la Cábala hebrea (Recordaremos, también, a este respecto, que el nombre Metatrón, por las diferentes interpretaciones que de él se dan, se vincula a la vez a la "luz" y a la "lluvia"; y el carácter propiamente "solar" de Metatrón pone a éste en relación directa con las consideraciones que desarrollaremos en seguida) hasta la tradición extremo-oriental (Ver Le Roi du Monde, cap. III, y Le Symbolisme de la Croix, cap. IX). 633 SFCS LA LUZ Y LA LLUVIA

Otro ejemplo notable, desde el punto de vista del simbolismo de los "encuadres", está dado por ciertos caracteres chinos que se referían primitivamente a ritos de fijación o estabilización (Estos ritos corresponden evidentemente a un caso particular de lo que en el lenguaje hermético se designa como "coagulación" (ver La Grande Triade, cap. VI)) consistentes en trazar círculos concéntricos o una espiral en torno de los objetos; el carácter heng, que designa tal rito, estaba formado en la escritura antigua por una espiral o dos círculos concéntricos entre dos rectas. En todo el mundo antiguo, las nuevas fundaciones, ya se tratara de campamentos, de ciudades o de aldeas, eran "estabilizadas" trazando espirales o círculos en torno de ellas (A. Waley  , "The Book of Changes  " en Bulletin of the Museum of Far Eastern Antiquities, nº 5, Estocolmo, 1934), y agregaremos que en ello puede verse también la identidad real de los "encuadres" con los laberintos. Con respecto al carácter chie (Escrito chieh4 en el sistema Wade; en otros sistemas, kie, o, raramente, kiái; jiè en la romanización actualmente en uso en China continental. El ideograma se compone de dos trazos verticales coronados por un ángulo en forma de alero. (N. del T)), que los comentaristas recientes traducen simplemente por ’grande’, el citado autor dice que denota la magia que asegura la integridad de los espacios "encuadrándolos" de signos protectores; tal es la finalidad de los dibujos de bordados en las antiguas obras de arte. Un chie-fu es una bendición que ha sido directa o simbólicamente "encuadrada" o "enmarcada" de ese modo; también una plaga puede ser "encuadrada" para impedir que se difunda. Tampoco aquí se trata explícitamente sino de "magia", o de lo que se supone tal; pero la idea de "fijación" o "estabilización" muestra con harta claridad lo que hay en el fondo: se trata de la función, que tiene esencialmente el "marco" o "encuadre", según lo hemos dicho antes, de reunir y mantener en su sitio los diversos elementos rodeados por él. Por otra parte, en Lao-tsë hay pasajes donde figuran esos caracteres y que son muy significativos a este respecto: "Cuando se hace de modo de encuadrar (o circunscribir, ying, carácter que evoca una idea similar a la de heng) los siete espíritus animales y de abarcar la Unidad, se puede ser cerrado, concluso e incorruptible" (Tao-te Kíng, cap. X, traducción inédita de Jacques Lionnet. [Texto levemente diferente en la edición publicada en 1962]. [Para éste como para el pasaje siguiente de Lao-tsë, se tendrá en cuenta que, por razones en parte filológicas, las traducciones existentes del Tao-te King divergen, de un modo a menudo muy extremo. (N. del T)]); y en otro lugar: "Gracias a un conocimiento convenientemente encuadrado (chie), marchamos a pie llano por la gran Vía" (Ibid., cap, LIII, misma traducción [y misma nota acerca de la edición de 1962]). En el primero de estos dos pasajes, se trata evidentemente de establecer o mantener el orden normal de los diversos elementos constitutivos del ser para unificarlo; en el segundo, un "conocimiento bien encuadrado" es propiamente un conocimiento en que cada cosa está puesta exactamente en el lugar que le conviene. Por lo demás, la significación cósmica del "marco" o "encuadre" no ha desaparecido en modo alguno en tal caso: en efecto, el ser humano, según todas las concepciones tradicionales, ¿no es el "microcosmo", y el conocimiento no debe también comprender en cierto modo el cosmos en su totalidad? 686 SFCS ENCUADRES Y LABERINTOS

Esto no es todo, y hay aún algo quizá no menos importante, aunque el señor Deonna se haya negado a admitirlo: en el artículo al cual nos hemos referido, después de señalar que se ha querido "derivar esa marca del monograma constantiniano, ya libremente interpretado y desfigurado en los documentos merovingios y carolingios" (Por otra parte, habría que distinguir cuidadosamente entre las deformaciones accidentales, debidas a la incomprensión de los símbolos, y las deformaciones intencionales y significativas), dice que "esta hipótesis parece enteramente arbitraria" y que "no la impone ninguna analogía". Estamos lejos de compartir esta opinión; y, por otra parte, es curioso comprobar que entre los ejemplos reproducidos por ese autor mismo, hay dos que figuran el crisma completo, en el cual el P [’ro’] está reemplazado pura y simplemente por el "cuatro de cifra"; ¿no habría debido esto incitarle por lo menos a una mayor prudencia? Es menester observar también que se encuentran indiferentemente dos orientaciones opuestas del "cuatro de cifra" (Decimos indiferentemente, pero puede que ello haya correspondido a alguna diferencia de ritos o de corporaciones; de paso, agreguemos a este respecto que aun si la presencia de un signo cuaternario en las marcas indicaba la posesión del cuarto grado de una organización iniciática, lo que no es imposible aunque sea sin duda difícil de establecer, ello evidentemente en nada afectaba al valor simbólico inherente al signo); y, cuando está vuelto hacia la derecha en vez de hacia la izquierda según la posición normal del 4, presenta una similitud particularmente notable con el P. Hemos explicado ya ( "Les symboles de l’analogie" [aquí, cap. L: "Los símbolos de la analogía"]) que se distingue el crisma simple y el crisma llamado "constantiniano": el primero está formado por seis radios opuestos dos a dos a partir de un centro, es decir, por tres diámetros, uno vertical y los otros dos oblicuos, y, en cuanto "crisma" se lo considera formado por la unión de las letras griegas I y X; el segundo, que se considera análogamente como reunión de las letras griegas X y P, deriva inmediatamente de aquél por el agregado, en la parte superior del diámetro vertical, de un ojal que está destinado a transformar el I en P, pero que tiene también otras significaciones y se presenta, por lo demás en varias formas diversas (Hemos mencionado el caso en que este ojal del P [’ro’] toma la forma particular del símbolo egipcio del "ojal de Horus"; en tal caso, el P tiene al mismo tiempo una semejanza particularmente neta con ciertas agujas "prehistóricas" que, según lo ha señalado Coomaraswamy, en vez de estar perforadas, como lo estuvieron más tarde, presentaban simplemente recurvado uno de sus extremos, formando una especie de ojal por donde pasaba el hilo (cf. "Le ’trou de l’aiguille’" [aquí, cap. LV: "El ’ojo de la aguja’"])), lo que hace aún menos sorprendente su reemplazo por el "cuatro de cifra", el cual, en suma, no es sino una variante más (Acerca del "Crisma de Constantino", señalaremos que la reunión de las tres iniciales de la inscripción In hoc signo vinces que lo acompaña da IHSV, es decir, el nombre de Jesús; este hecho parece pasar generalmente inadvertido, pero está indicado expresamente en el simbolismo de la "Orden de la Cruz Roja de Roma y de Constantino", que es un side-degree, es decir, un "anexo" de los altos grados de la masonería inglesa). Todo esto se aclara, por otra parte, cuando se observa que la línea vertical, tanto en el crisma como en el "cuatro de cifra", es en realidad una figura del "Eje del Mundo"; en su extremo superior, el ojal del P es, como el "ojo" de la aguja, un símbolo de la "puerta estrecha"; y, en lo que concierne al "cuatro de cifra", basta recordar su relación con la cruz y el carácter, igualmente "axial" de ésta, y considerar además que el agregado de la línea oblicua que completa la figura uniendo las extremidades de dos de los brazos de la cruz y cerrando así uno de los ángulos de ella combina ingeniosamente con la significación cuaternaria, que no existe en el caso del crisma, el simbolismo idéntico de la "puerta estrecha"; y se reconocerá que hay en ello algo perfectamente apropiado para una marca del grado de maestro. 693 SFCS EL "CUATRO DE CIFRA"

"En el hombre, la fuerza centrífuga tiene por órgano el Cerebro, la fuerza centrípeta, el Corazón. El Corazón, sede y conservador del movimiento inicial, está representado en el organismo corpóreo por el movimiento de diástole y de sístole que devuelve continuarnente a su propulsor la sangre generadora de vida física y la rechaza para irrigar el campo de su acción. Pero el Corazón es además otra cosa. Como el sol, que, a la vez que difunde los efluvios de la vida, guarda el secreto de su realeza mística, el Corazón reviste funciones sutiles, no discernibles para quien no se ha inclinado hacia la vida profunda y no ha concentrado su atención en el reino interior del cual él es el Tabernáculo… El Corazón es, en nuestra opinión, la sede y el conservador de la vida cósmica. Las religiones lo sabían, cuando hicieron del Corazón el símbolo sagrado, y también los constructores de catedrales que erigieron el lugar santo en el corazón del Templo. Lo sabían también aquellos que en las tradiciones más antiguas, en los ritos más secretos, hacían abstracción de la inteligencia discursiva, imponían silencio a sus cerebros para entrar en el Santuario y elevarse más allá de su ser relativo hasta el Ser del ser. Este paralelismo del Templo y el Corazón nos reconduce al doble modo de movimiento, que, por una parte (modo vertical), eleva al hombre más allá de sí mismo y lo desprende del proceso propio de la manifestación, y por otra parte (modo horizontal o circular), le hace participar de esa manifestación íntegra". 718 SFCS CORAZON Y CEREBRO