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SCS: loto

quinta-feira 1º de fevereiro de 2024

  

Otro símbolo que con frecuencia equivale al de la copa es un símbolo floral: la flor, en efecto, ¿no evoca por su forma la idea de un "receptáculo", y no se habla del "cáliz" de una flor? En Oriente, la flor simbólica por excelencia es el loto; en Occidente, la rosa desempeña lo más a menudo ese mismo papel. Por supuesto, no queremos decir que sea ésa la única significación de esta última, ni tampoco la del loto, puesto que, al contrario, nosotros mismos habíamos antes indicado otra; pero nos inclinaríamos a verla en el diseño bordado sobre ese canon de altar de la abadía de Fontevrault ( [Ver Reg., enero de 1925, figura pág. 106]), donde la rosa está situada al pie de una lanza a lo largo de la cual llueven gotas de sangre. Esta rosa, aparece allí asociada a la lanza exactamente como la copa lo está en otras partes, y parece en efecto recoger las gotas de sangre más bien que provenir de la transformación de una de ellas; pero, por lo demás, las dos significaciones se complementan más bien que se oponen, pues esas gotas, al caer sobre la rosa, la vivifican y la hacen abrir. Es la "rosa celeste", según la figura tan frecuentemente empleada en relación con la idea de la Redención, o con las ideas conexas de regeneración y, de resurrección; pero esto exigiría aún largas explicaciones, aun cuando nos limitáramos a destacar la concordancia de las diversas tradiciones con respecto a este otro símbolo ( [Sobre el simbolismo floral véase infra, cap. IX]). 43 SFCS   EL SAGRADO CORAZON Y LA LEYENDA DEL SANTO GRAAL

Hay además cierta conexión entre la rueda y diversos símbolos, florales ( [Véase cap. IX: "Las flores simbólicas" y L: "Los símbolos de la analogía".]); habríamos podido hablar, inclusive, para ciertos casos al menos, de una verdadera equivalencia (Entre otros indicios de esta equivalencia, por lo que se refiere al Medioevo, hemos visto la rueda de ocho rayos y una flor de ocho pétalos figuradas una frente a otra en una misma piedra esculpida encastrada en la fachada de la antigua iglesia de Saint-Mexme de Chinon, piedra que data. muy probablemente de la época carolingia). Si se considera una flor simbólica como el loto, el lirio o la rosa (El lirio tiene seis pétalos; el loto, en las representaciones de tipo más corriente, tiene ocho; las dos formas corresponden, pues, a ruedas de seis y ocho rayos, respectivamente. En cuanto a la rosa, se la figura con número de pétalos variable, que puede modificar su significación o por lo. menos matizarla diversamente. Sobre el simbolismo de la rosa, véase el interesantísimo articulo de L. Charbonneau-Lassay   (Reg., marzo de 1926)) su abrirse representa, entre otras cosas (pues se trata de símbolos de significaciones múltiples), y por una similitud bien comprensible, el desarrollo de la manifestación; ese abrirse es, por lo demás, una irradiación en torno del centro, pues también en este caso se trata de figuras "centradas", y esto es lo que justifica su asimilación a la rueda (En la figura del crisma con rosa, de época merovingia, que ha sido reproducida por L. Charbonneau-Lassay (Reg., marzo de 1926, pág. 298), la rosa central tiene seis pétalos orientados según las ramas del crisma; además, éste está encerrado en un círculo, lo que hace aparecer del modo más neto posible su identidad con la rueda de seis rayos). En la tradición hindú, el Mundo se representa a veces en forma de un loto en cuyo centro se eleva el Meru, la Montaña sagrada que. simboliza al Polo. 126 SFCS LA IDEA DEL CENTRO EN LAS TRADICIONES ANTIGUAS

Uno de sus sentidos principales es el que se refiere al principio femenino o pasivo de la manifestación, es decir a Prákrti, la sustancia universal; y a este respecto la flor equivale a cierto número de otros símbolos, entre los cuales uno de los más importantes es la copa. Como ésta, en efecto, la flor evoca por su forma misma la idea de un "receptáculo" como lo es Prákrti para los influjos emanados de Púrusha, y también se habla corrientemente del "cáliz" de una flor. Por otra parte, el abrirse de la flor representa a la vez el desarrollo de la manifestación misma, considerada como producción de Prákrti; este doble sentido está particularmente neto en un caso como el del loto, que es en Oriente la flor simbólica por excelencia y que tiene como carácter especial abrirse en la superficie de las aguas, la cual, según hemos explicado en otro lugar, representa siempre el dominio de determinado estado de manifestación, o el plano de reflexión del "Rayo celeste" que expresa el influjo de Púrusha en acto de ejercerse sobre ese dominio para realizar las posibilidades contenidas potencialmente en él, envueltas en la indiferenciación primordial de Prákrti (Véase Le Symbolisme de la Croix  , cap. XXIV). 140 SFCS LAS FLORES SIMBOLICAS

En el mito de Adonis (cuyo nombre, por otra parte, significa "el Señor"), cuando el héroe es herido de muerte por el colmillo de un jabalí, que desempeña aquí el mismo papel que la lanza ( [Sobre el simbolismo del jabalí y sobre su carácter "polar", que lo pone precisamente en relación también con el "Eje del Mundo", véase cap. XI:, "El Jabalí y la Osa"]), su sangre, derramándose en tierra, da nacimiento a una flor; y sin duda es encontrarían con facilidad otros ejemplos similares. Esto se encuentra igualmente en el simbolismo cristiano; así, L. Charbonneau-Lausay ha señalado "un hierro para hostias, del siglo XII, donde se ve la sangre de las llagas del Crucificado caer en pequeñas gotas que se transforman en rosas, y el vitral del siglo XIII, de la catedral de Angers, donde la sangre divina, manando en arroyuelos, se expande también en forma de rosas" (Reg., enero de 1925. Señalemos también, como referida a un simbolismo conexo, la figuración de las cinco llagas de Cristo por cinco rosas, situada una en el centro de la cruz y las otras cuatro entre los brazos de ella, conjunto que constituye igualmente uno de los principales símbolos de los :Rosacruces). La rosa es en Occidente, junto con el lirio, uno de los equivalentes más habituales de lo que es en Oriente el loto; aquí, parece por lo demás que el simbolismo de la flor esté referido únicamente a la producción de la manifestación (Debe quedar bien claro, para que esta interpretación no dé lugar a ninguna clase de objeciones, que existe una relación muy estrecha entre "Creación" y "Redención", las cuales no son en suma sino dos aspectos de la operación del Verbo divino) y que Prákrti se encuentre más bien representada por el suelo mismo que la sangre vivifica; pero hay también casos en que parece ser de otro modo. En el mismo artículo que acabamos de citar, Charbonneau-Lassay reproduce un diseño bordado en un canon de altar de la abadía de Fontevrault, que data de la primera mitad del siglo XVI y se conserva hoy en el museo de Nápoles, donde se ve la rosa al pie de una lanza puesta verticalmente y a lo largo de la cual llueven gotas de sangre. Esa rosa aparece allí asociada a la lanza exactamente como la copa lo está en otros casos, y parece ciertamente recoger gotas de sangre más bien que provenir de la transformación de una de ellas; por lo demás, es evidente que las dos significaciones no se oponen en modo alguno sino más bien se complementan, pues las gotas, al caer sobre la rosa, la vivifican y la hacen abrirse; y va de suyo que este papel simbólico de la sangre tiene, en todos los casos, su razón de ser en la relación directa de ella con el principio vital, transpuesto aquí al orden cósmico. Esa lluvia de sangre equivale también al "rocío celeste" que, según la doctrina cabalística, emana del "Árbol de Vida", otra figura del "Eje del Mundo", y cuyo influjo vivificante está principalmente vinculado con las ideas de regeneración y resurrección, manifiestamente conexas con la idea de Redención cristiana; y el rocío desempeña también importante papel en el simbolismo alquímico y rosacruz ( "Cf. Le Roi du Monde, cap. III. La similitud existente entre el nombre del rocío (ros) y el de la rosa (rosa) no puede, por otra parte, dejar de ser notada por quienes saben cuán frecuente es el empleo de cierto simbolismo fónico). 142 SFCS LAS FLORES SIMBOLICAS

Cuando la flor se considera como representación del desarrollo de la manifestación, hay también equivalencia entre ella y otros símbolos, entre los cuales ha de destacarse muy especialmente el de la rueda, que se encuentra prácticamente en todas partes, con número de rayos variables según las figuraciones, pero siempre con un valor simbólico particular de por sí. Los tipos más habituales son las ruedas de seis y de ocho rayos; la "ruedecilla" céltica, que se ha perpetuado, a través de casi todo el Medioevo occidental, se presenta en una u otra de estas formas; las mismas figuras, y sobre todo la segunda, se encuentran con gran frecuencia en los países orientales, particularmente en Caldea y Asiria, en la India y en Tíbet. Ahora bien; la rueda es siempre, ante todo, un símbolo del Mundo; en el lenguaje simbólico de la tradición hindú, se habla constantemente de la "rueda de las cosas" o de la "rueda de la vida", lo que corresponde netamente a dicha significación; y las alusiones a la "rueda cósmica" no son menos frecuentes en la tradición extremo-oriental. Esto basta para establecer el estrecho parentesco de tales figuras con las flores simbólicas, cuyo abrirse es igualmente, además, una irradiación en torno del centro, ya que ellas son también figuras "centradas"; y sabido es que en la tradición hindú el Mundo se representa a veces en forma de un loto en cuyo centro se eleva el Meru, la "montaña polar". Hay, por otra parte, correspondencias manifiestas, que refuerzan aún esa equivalencia, entre el número de pétalos de algunas de esas flores y el de los rayos de la rueda: así, el lirio tiene seis pétalos y el loto, en las representaciones de tipo más común, ocho, de modo que corresponden respectivamente a las ruedas de seis y de ocho rayos a que acabamos de referirnos (Hemos registrado, como ejemplo muy neto de tal equivalencia en el Medioevo, la rueda de ocho rayos y una flor de ocho pétalos figuradas una frente a otra en una misma piedra esculpida, encastrada en la fachada de la antigua iglesia de Saint-Mexme de Chinon, que data muy probablemente de la época carolingia. La rueda, además, se encuentra muy a menudo figurada en las iglesias románicas, y la misma roseta gótica, cuyo nombre la asimila a los símbolos florales, parece derivada de aquélla, de suerte que se vincularía así, por una filiación ininterrumpida, con la antigua "ruedecilla" céltica). En cuanto a la rosa, se la figura con número de pétalos variable; haremos notar solamente a este respecto que, de modo general, los números cinco y seis se refieren respectivamente al "microcosmo" y al "macrocosmo"; además, en el simbolismo alquímico, la rosa de cinco pétalos, situada en el centro de la cruz que representa el cuaternio de los elementos, es también, como lo hemos señalado en otro estudio, el símbolo de la "quintaesencia", la cual, por lo demás, desempeña con respecto a la manifestación corporal un papel análogo al de Prákrti ( "La Théorie hindoue des cinq éléments" [É. T., agosto-septiembre de 1935]). Por último, mencionaremos aún el parentesco de las flores de seis pétalos y de la rueda de seis rayos con algunos otros símbolos no menos difundidos, tales como el del "crisma", sobre el cual nos proponernos volver en otra oportunidad (L. Charbonneau-Lassay ha señalado la asociación entre la rosa y el crisma (Reg., número de marzo de 1926) en una figura de ese tipo que ha reproducido según un ladrillo merovingio; la rosa central tiene seis pétalos, orientados según las ramas del crisma; además, éste se halla encerrado en un círculo, lo cual muestra del modo más neto posible su identidad con la rueda de seis rayos. [Sobre este punto de simbólica, véase también cap. VIII: "La idea del Centro en las tradiciones antiguas", L: "Los símbolos de la analogía", y LXVII: "El ’cuatro de cifra’"]). Por esta vez, nos bastará haber mostrado las dos similitudes más importantes de los símbolos florales: con la copa en cuanto se refieren a Prákrti, y con la rueda en cuanto se refieren a la manifestación cósmica; por otra parte, la relación entre estas dos significaciones es en suma una relación de principio a consecuencia, ya que Prákrti es la raíz misma de toda manifestación. 143 SFCS LAS FLORES SIMBOLICAS

A este respecto, conviene señalar que entre las dos formas, circular y cuadrada, de la figura de los tres recintos existe un matiz importante de diferenciar: se refieren, respectivamente, al simbolismo del Paraíso terrestre y al de la Jerusalén celeste, según lo que hemos explicado en una de nuestras obras (Le Roi du Monde, cap. XI; sobre las relaciones entre el Paraíso terrestre y la Jerusalén celeste, véase también L’Ésotérisme de Dante  , cap. VIII). En efecto, hay siempre analogía y correspondencia entre el comienzo y el fin de un ciclo cualquiera; pero, en el fin, el círculo se reemplaza por el cuadrado, y esto indica la realización de lo que los hermetistas designaban simbólicamente como la "cuadratura del círculo" (Esta cuadratura no puede obtenerse en el "devenir" o en el movimiento mismo del ciclo, puesto que expresa la fijación resultante del "paso al límite", y, siendo todo movimiento cíclico propiamente indefinido, el límite no puede alcanzarse recorriendo sucesiva y analíticamente todos los puntos correspondientes a cada momento del desarrollo de la manifestación): la esfera, que representa el desarrollo de las posibilidades por expansión del punto primordial central, se transforma en un cubo cuando ese desarrollo ha concluido y el equilibrio final ha sido alcanzado por el ciclo que se considera (Sería fácil establecer aquí una relación con el símbolo masónico de la "piedra cúbica", que se refiere igualmente a la idea de terminación y perfección, es decir, a la realización de la plenitud de las posibilidades implicadas en determinado estado. [Cf. cap. XLVIII: "Piedra negra y piedra cúbica"]). Para aplicar más particularmente estas observaciones a la cuestión que ahora nos ocupa, diremos que la forma circular debe representar el punto de partida de una tradición, tal como es el caso en lo que concierne a la Atlántida (Por otra parte, hay que dejar establecido que la tradición atlantea no es empero la tradición primordial para el presente Manvántara, y que no es sino secundaria con respecto a la tradición hiperbórea; solo relativamente se la puede tomar como punto de partida, en lo que concierne a determinado período, que no es sino una de las subdivisiones del Manvántara. [Manvántara: un ciclo total de "humanidad", dividido en 4 períodos, según la tradición hindú. (N. del T).]), y la forma cuadrada, su punto terminal, correspondiente a la constitución de una forma tradicional derivada de aquélla. En el primer caso, el centro de la figura sería entonces la fuente de la doctrina, mientras que en el segundo sería más propiamente su depósito, teniendo en tal caso la autoridad espiritual un papel sobre todo de conservación; pero, naturalmente, el simbolismo de la "fuente de enseñanza" se aplica a uno y otro caso (La otra figura que hemos reproducido supra (fig. 8) se presenta a menudo también con forma circular: es entonces una de las variedades más habituales de la rueda, y esta rueda de ocho rayos es en cierto sentido un equivalente del loto de ocho pétalos, más propio de las tradiciones orientales, así como la rueda de seis rayos equivale al lirio de seis pétalos (véanse nuestros artículos sobre "Le Chrisme et le Coeur dans les anciennes marques corporatives" y "L’idée du Centre dans les traditions antiques", en Reg., noviembre de 1925 y mayo de 1926 [en esta compilación, respectivamente, cap. L: "Los símbolos de la analogía", y VIII, con el mismo título citado])). 157 SFCS EL TRIPLE RECINTO DRUÍDICO

Es de advertir, por otra parte, que su forma es también el esquema de la concha (çankha), la cual está evidentemente en relación directa con las Aguas y se representa igualmente como receptáculo de los gérmenes del ciclo futuro durante los períodos de prálaya o "disolución exterior" del mundo. Esa concha encierra el sonido primordial e imperecedero (ákshara), el monosílabo Om, que es, por sus tres elementos sonoros (mâtrâ), la esencia del triple Veda  ; y es así cómo el Veda subsiste perpetuamente, siendo en sí mismo anterior a todos los mundos, pero en cierto modo oculto o envuelto durante los cataclismos cósmicos que separan los diferentes ciclos, para ser luego manifestado de nuevo al comienzo de cada uno de éstos (La afirmación de la perpetuidad del Veda debe vincularse directamente a la teoría cosmológica de la primordialidad del sonido (çabda) entre las cualidades sensibles (como cualidad propia del Éter, Akâça, que es el primero de esos elementos); y esta teoría a su vez debe ser puesta en relación con la de la "creación por el Verbo" en las tradiciones occidentales: el sonido primordial es la Palabra divina "por la cual todas las cosas han sido hechas"). Por otra parte, el esquema puede completarse como representación del ákshara mismo: la línea recta (a) recubre y encierra la concha (u), que contiene en su interior el punto (m) o principio esencial de los seres (Por una concordancia muy notable, este esquema es igualmente el de la oreja humana, órgano de la audición, que debe, efectivamente, si ha de ser apta para la percepción del sonido, tener una disposición conforme a la naturaleza de éste); la línea recta representa entonces al mismo tiempo, por su sentido horizontal, la "superficie de las Aguas", es decir, el medio, sustancial en el que se producirá el desarrollo de los gérmenes (representado en el simbolismo oriental por el abrirse de la flor de loto) después de finalizado, el período de oscurecimiento intermedio (sandhyá) entre dos ciclos. Se tendrán entonces, prosiguiendo con la misma representación esquemática, una figura que podrá describirse como la concha dada vuelta y abriéndose para dejar salir los gérmenes, siguiendo la línea recta ahora orientada en el sentido vertical descendente, que es el del desarrollo de la manifestación a partir de su principio no-manifestado (Esta nueva figura es la que se da en el Arqueómetra para la letra het, letra zodiacal de Cáncer). 262 SFCS EL JEROGLIFICO DE CÁNCER

La representación del vajra ofrece múltiples variantes; Ananda K. Coomaraswamy ha señalado (Elements of Buddhist Iconography) que la forma más habitual, con triple punta en cada extremo, está por eso estrechamente emparentada con el triçûla o tridente, otra arma simbólica muy importante pero cuyo estudio especial nos apartaría demasiado de nuestro tema (En este caso, la doble triplicidad de las ramas y de las raíces recuerda aún más exactamente la de las dos extremidades del vajra. [Sobre esto, véase infra, cap. LII: "El árbol y el vajra"]. Sabido es, por otra parte, que el triçûla, como atributo de Çiva, se refiero a menudo al "triple tiempo" (trikâla), es decir a las tres modalidades del tiempo, como pasado, presente y futuro; habría también aquí vinculaciones que establecer con lo que se encuentra en el mismo orden de cosas en otras tradiciones, por ejemplo con ciertos aspectos del simbolismo de Jano); observaremos solamente que, mientras que la punta medial es la terminación del eje mismo, las dos puntas laterales pueden ser referidas también a las dos corrientes, de derecha y de izquierda, ya aludidas, y que, por esta misma razón, tal triplicidad se encuentra en otros casos de simbolismo "axial", por ejemplo en ciertas figuraciones del "Árbol del Mundo". A. K. Coomaraswamy ha mostrado igualmente que el vajra se asimila tradicionalmente a otros símbolos conocidos del "Eje del Mundo", como el eje del carro, cuyas dos ruedas corresponden al Cielo y la Tierra, lo que explica, por lo demás, en particular, ciertas representaciones del vajra como "soportado" por un loto, sobre el cual está puesto verticalmente. En cuanto al cuádruple vajra, formado por la reunión de dos vajra ordinarios dispuestos en cruz, si se lo considera situado en un plano horizontal, como lo sugiere su designación de Karma-vajra, está muy próximo a símbolos tales como el svástika y el chakra (No se trata ya, pues, del eje vertical, como antes, sino de los dos ejes horizontales de la representación geométrica que hemos expuesto en Le Symbolisme de la Croix); nos limitaremos aquí a estas diferentes indicaciones, sobre las cuales tendremos quizá oportunidad de volver en otros estudios, pues es un tema de aquellos que no podría tenerse la pretensión de agotar. 343 SFCS LAS ARMAS SIMBÓLICAS

Es interesante notar, en lo que concierne más especialmente al simbolismo heráldico, que los seis rayos constituyen una especie de esquema general según el cual han sido dispuestas en el blasón, las figuras más diversas. Obsérvese. por ejernplo, un águila o cualquier otra ave heráldica, y no será difícil advertir que se encuentra efectivamente esa disposición, correspondiendo, respectivamente, la cabeza, la cola y las extremidades de las alas y las patas a las puntas de los seis radios; obsérvese luego un emblema tal como la flor de lis, y se hará la misma comprobación. Poco importa, por lo demás, en este último caso, el origen   histórico del emblema, que ha dado lugar a muchas hipótesis diversas: ya sea la flor de lis verdaderamente una flor, lo que estaría de acuerdo, además, con la equivalencia de la rueda y de ciertos símbolos florales como, el loto, la rosa y el lirio (que, por lo demás, tiene en realidad seis pétalos); ya haya sido primitivamente un hierro de lanza, o un pajaro, o una abeja, el antiguo símbolo caldeo de la realeza (jeroglífico sâr), o inclusive un sapo (Esta opinión, por extraña que pueda parecer, debía de admitirse en época bastante antigua, pues en las tapicerías del siglo XV de la catedral de Reims el estandarte de Clodoveo lleva tres sapos. Por otra parte, es muy posible que primitivamente este sapo haya sido en realidad una rana, animal que, en razón de sus metamorfosis, es un antiguo símbolo de "resurrección", y que había mantenido esta significación en el cristianismo de los primeros siglos); o bien, como es más probable, resulte de una especie de "convergencia" o de fusión de varias de esas figuras, que no deja subsistir sino los rasgos comunes a ellas, en todo caso la flor de lis está en estricta conformidad con el esquema a que nos referíamos, y esto es lo que esencialmente importa para determinar su significación principal. 554 SFCS LOS SÍMBOLOS DE LA ANALOGÍA

Para volver al "Éter en el corazón", he aquí uno de los textos fundamentales a su respecto: "En esa residencia de Brahma (es decir, en el centro vital de que tratamos) hay un pequeño loto, una morada en la cual está una pequeña cavidad (dáhara) ocupada por el Éter (Âkâça); ha de buscarse lo que hay en ese lugar, y se lo conocerá" (Chhândogya-Upánishad, Prapàthaka 8º, Khanda 1º, çruti 2). Lo que así reside en este centro del ser no es simplemente el elemento etéreo, principio de los otros cuatro elementos sensibles; solo podrían creerlo así quienes se atuvieran al sentido más externo, es decir, al que se refiere únicamente al mundo corpóreo, en el cual dicho elemento desempeña ciertamente el papel de principio, ya que a partir de él, por diferenciación de las cualidades complementarias (convertidas apariencialmente en opuestas en su manifestación exterior) y por ruptura del equilibrio primordial en el que estaban contenidas en estado "indistinto", se han producido y desarrollado todas las cosas de este mundo (Ver nuestro estudio sobre "La Théorie hindoue des cinq élérnents" (É.T., agosto-septiembre de 1935)). Pero en tal caso no se trata sino de un principio relativo, como es relativo este mismo mundo, no siendo sino un modo especial de la manifestación universal; aunque eso no quita que tal papel del Éter, en cuanto primero de los elementos, sea lo que hace posible la transposición que importa efectuar; todo principio relativo, por lo mismo que no deja de ser verdaderamente principio en su orden, es una imagen natural, aunque más lejana, y como un reflejo del Principio absoluto y supremo. E, inclusive, solo con carácter de "soporte" para esta transposición se designa al Éter en ese texto, según el final del mismo lo indica expresamente, pues, si no se tratara sino de lo que las palabras empleadas expresan de modo literal e inmediato, evidentemente no habría nada que buscar; lo que debe buscarse es la realidad espiritual que corresponde analógicamente al Éter, y de la cual éste es, por así decirlo, la expresión con respecto al mundo sensible. El resultado de esa búsqueda es lo que se denomina propiamente "conocimiento del corazón" (hârda-vidyâ), y éste es al mismo tiempo el "conocimiento de la cavidad" (dáhârda-vidyâ ), equivalencia que se manifiesta en sánscrito por el hecho de que las palabras respectivas (hârda y dáhara [siendo â=a+a]) están formadas por las mismas letras dispuestas en orden diferente; es, en otros términos, el conocimiento de lo más profundo e interior en el ser (Con respecto a la cavidad o "caverna" del corazón, considerada más en particular como el "lugar" donde se cumple el nacimiento del Avatâra, ver también Aperçus sur l’Initiation, cap. XLVIII). 780 SFCS EL ÉTER EN EL CORAZÓN

El loto tiene un simbolismo de múltiples aspectos, a algunos de los cuales nos hemos referido ya en otras ocasiones (Ver particularmente "Les fleurs symboliques" [aquí, cap. IX: "Las flores simbólicas"]); en uno de ellos, al cual alude el texto antes citado, se lo emplea para representar los diversos centros, inclusive secundarios, del ser humano, ya sea centros fisiológicos (plexos nerviosos en especial), ya sea, y sobre todo, centros psíquicos (correspondientes a esos mismos plexos en virtud de la vinculación existente entre el estado corpóreo y el estado sutil en el compuesto que la individualidad humana constituye propiamente). Esos centros, en la tradición hindú, reciben habitualmente el nombre de "lotos" (padma o kámala) y se los figura con diferente número de pétalos, números que tienen igualmente significado simbólico, así como los colores puestos además en relación con ellos (aparte de ciertos sonidos con los cuales se ponen también en correspondencia y que son los mantra pertenecientes a diversas modalidades vibratorias, en armonía con las facultades especiales respectivamente regidas por tales centros y procedentes, en cierto modo, de su irradiación, figurada por el abrirse de los pétalos) (Sobre todo esto, ver "Kundalini-Yoga" (É. T., octubre y noviembre de 1933)); también se les llama "ruedas" (chakra), lo cual, señalémoslo de paso, corrobora una vez más la estrechísima relación que, según hemos indicado en otro lugar, existe de modo general entre el simbolismo de la rueda y el de flores tales como el loto y la rosa. 782 SFCS EL ÉTER EN EL CORAZÓN

Se impone aún otra observación antes de ir más lejos: en este caso, como en todos los otros del mismo género, se erraría en extremo si se creyera que la consideración de los sentidos superiores se opone a la admisión del sentido literal, que aquélla anula a ésta o la hace falsa de algún modo: la superposición de una pluralidad de sentidos que, lejos de excluirse, se armonizan y completan, es, según lo hemos explicado harto a menudo, un carácter enteramente general del verdadero simbolismo. Si nos limitamos al mundo corpóreo, el Éter, en cuanto primero de los elementos sensibles, desempeña en él real y verdaderamente el papel "central" que debe reconocerse a todo lo que es principio en un orden cualquiera: su estado de homogeneidad y equilibrio perfecto puede representarse por el punto primordial neutro, anterior a todas las distinciones y a todas las oposiciones, del cual éstas parten y a donde vuelven finalmente para resolverse en él, en el doble movimiento alternativo de expansión y contracción, expiración y aspiiración, diástole y sístole, en que consisten esencialmente las dos fases complementarias de todo proceso de manifestación. Esto se encuentra con cabal exactitud, por lo demás, en las antiguas concepciones cosmológicas de Occidente, donde se han representado los cuatro elementos diferenciados como dispuestos en los extremos de los cuatro brazos de una cruz, oponiéndose así dos a dos: fuego y agua, aire y tierra, según su participación respectiva en las cualidades fundamentales igualmente opuestas por pares: cálido y frío, seco y húmedo, conforme a la teoría aristotélica (Sobre esto también remitiremos para más detalles a nuestro recién mencionado estudio sobre "La Théorie hindoue des cinq éléments"); y, en algunas de estas figuraciones, aquello que los alquimistas llamaban la "quintaesencia" (quinta essentia), es decir, el quinto elemento, que no es sino el Éter (primero en el orden de desarrollo de la manifestación, pero último en el orden inverso que es el de la reabsorción o del retorno a la homogeneidad primordial), aparece en el centro de la cruz en la forma de una rosa de cinco pétalos, que evidentemente recuerda, en cuanto flor simbólica, al loto de las tradiciones orientales (el centro de la cruz corresponde entonces a la "cavidad" del corazón, ya el simbolismo se aplique, por lo demás, al punto de vista "rnacrocósmico", ya al "microcósmico"), mientras que, por otra parte, el esquema geométrico según el cual está trazada la rosa no es sino la estrella pentagramática o pentalfa pitagórico (Recordaremos que tal figura, la cual es de carácter netamente hermético y rosacruz y es propiamente la de la Rota Mundi, ha sido puesta por Leibniz   como encabezamiento de su tratado De Arte Combinatoria (ver Les Principes du Calcul infinitésimal, Avant-propos)). Es ésta una aplicación particular del simbolismo de la cruz y su centro, perfectamente conforme a su significación general tal como la hemos expuesto en otro lugar (Ver Le Symbolisme de la Croix, cap. VII); y al mismo tiempo estas consideraciones relativas al Éter deben ponerse, naturalmente, en conexión también con la teoría cosmogónica de la Cábala hebrea en lo que concierne al ’Avîr, teoría que hemos recordado antes (Ver "Le grain de sénevé" [aquí. cap. LXXIII: "El grano de mostaza"]). 783 SFCS EL ÉTER EN EL CORAZÓN