Página inicial > René Guénon > Obras: videntes

Obras: videntes

sexta-feira 2 de fevereiro de 2024

  

VIDE: curandeiros

Se sabe que los espiritistas reconocen diferentes tipos de médiums, que clasifican y designan según la naturaleza especial de sus facultades y de las manifestaciones que producen; naturalmente, la enumeraciones que dan son bastante variables, ya que se pueden dividir y subdividir casi indefinidamente. He aquí una de estas enumeraciones, que es bastante completa: «Hay los médiums de efectos físicos que provocan fenómenos materiales, tales como ruidos o golpes en la paredes, apariciones (NA: Este caso, que es el de los «médiums de materializaciones», se separa frecuentemente de los otros, que se consideran como más comunes y como no exigiendo facultades tan desarrolladas.), desplazamientos de objetos sin contacto, aportes, etc. (NA: Sería menester unir a esta lista los fenómenos de levitación.); los médiums sensitivos, que sienten, por una vaga impresión, la presencia de los espíritus; los médiums auditivos, que oyen las voces de los “desencarnados”, ora claras, distintas, como las de las personas vivas, ora como susurros íntimos en su fuero interior; los médiums habladores (NA: Es lo que se llama más frecuentemente «médiums de encarnaciones».) y los médiums escritores, que transmiten, por la palabra o la escritura, y siempre con una pasividad completa, absoluta, las comunicaciones de ultratumba; los médiums videntes, que en el estado de vigilia, ven a los espíritus; los médiums músicos, los médiums dibujantes, los médiums poetas, los médiums curanderos, etc., cuyos nombres designan suficientemente la facultad dominante» (NA: Félix Fabart, Histoire philosophique et politique de l’Occulte, p. 133.). Es menester agregar que varios géneros de mediumnidad pueden encontrarse reunidos en un mismo individuo, y también que la mediumnidad tipo es la que se llama «de efectos físicos», con las diversas variedades que implica; casi todo el resto es asimilable a simples estados hipnóticos, así como ya lo hemos explicado, pero no obstante hay algunas categorías de las cuales conviene hablar y poco más especialmente, tanto más cuanto que algunos les atribuyen una gran importancia.

Los médiums sensitivos, videntes y auditivos, que se pueden reunir en un solo grupo, no son llamados médiums por los espiritistas más que en virtud de sus ideas preconcebidas: son individuos que se supone dotados de algunos “sentidos hiperfísicos”, para tomar una expresión que ha sido empleada por algunos; hay quienes llaman a eso el «sexto sentido», sin hacer más distinciones, mientras que otros enumeran, como otros tantos sentidos diferentes, la «clarividencia», la «clariaudiencia», y así sucesivamente. Hay escuelas que pretenden que el hombre, además de sus cinco sentidos externos, posee siete sentidos internos (NA: Hacemos alusión aquí a algunas organizaciones que se pretenden «rosicrucianas», pero que no tienen la menor relación histórica o doctrinal con el rosicrucianismo auténtico; como hemos tenido la ocasión de hacerlo destacar en otra parte (NA: El Teosofismo, pp. 40 y 222, ed. francesa), esta denominación es una de esas de las que más se abusa en nuestra época; los ocultistas de toda escuela no tienen absolutamente ningún derecho a reclamarse del rosicrucianismo, como tampoco de todo lo que presenta, bajo cualquier relación que sea, un carácter verdaderamente tradicional, esotérico o iniciático.); a decir verdad, son extensiones un poco abusivas de la palabra «sentido», y no vemos que se pueda considerar otro «sentido interno» que lo que se llamaba antaño sensorium commune, es decir, en suma, la «mente» en su función centralizadora y coordinadora de los datos sensibles. Admitimos de buena gana que la individualidad humana posee algunas facultades extracorporales, que están en todos en el estado latente, y que pueden estar más o menos desarrolladas en algunos; pero estas facultades no constituyen verdaderamente sentidos, y, si se habla de ellas por analogía con los sentidos corpóreos, es porque sería difícil hablar de ellas de otro modo; esta asimilación, cuando se toma al pie de la letra, implica una amplia parte de ilusión, que proviene de que aquellos que están dotados de estas facultades, para expresar lo que perciben así, están forzados a servirse de términos que están hechos para designar normalmente las cosas del orden corporal. Pero hay todavía otra causa de ilusión más completa y más grave: es que, en los medios espiritistas y en otras escuelas «neoespiritualistas», se ejercitan de buena gana para adquirir o desarrollar facultades de este género; sin hablar de los peligros que son inherentes a esos «entrenamientos psíquicos», muy propios para desequilibrar a aquellos que se libran a ellos, es evidente que, en estas condiciones, se está expuesto a tomar muy frecuentemente por una «clarividencia» real lo que no es más que el efecto de una sugestión pura y simple. En algunas escuelas, como el teosofismo, la adquisición de la «clarividencia» parece ser considerada en cierto modo como la meta suprema; la importancia acordada a estas cosas prueba todavía que las escuelas en cuestión no tienen absolutamente nada de «iniciático», a pesar de sus pretensiones, ya que en eso no se trata más que de contingencias que aparecen como muy desdeñables a todos aquellos que tienen conocimientos de un orden más profundo; todo lo más es un «resultado colateral» que se guardan bien de buscar especialmente, y que, en la mayor parte de los casos, representa más bien un obstáculo que una ventaja. Los espiritistas que cultivan estas facultades se imaginan que lo que ven y oyen, son los «espíritus», y es por eso por lo que consideran eso como una mediumnidad; en las demás escuelas, se piensa lo más frecuentemente en ver y oír cosas completamente diferentes, pero cuyo carácter no es apenas menos fantasioso; en suma, es siempre una representación de las teorías de la escuela donde se producen estos hechos, y esa es una razón suficiente para que se pueda afirmar, sin temor a equivocarse, que la sugestión juega ahí un papel preponderante, cuando no exclusivo. Se puede tener más confianza en lo que cuentan los «videntes» aislados y espontáneos, los que no pertenecen a ninguna escuela y que jamás se han sometido a ningún entrenamiento; pero, aquí todavía, hay muchas causas de error: está primeramente la imperfección inevitable del modo de expresión que emplean; están también las interpretaciones que mezclan a sus visiones, involuntariamente y sin darse cuenta de ello, ya que eso no ocurre jamás sin tener al menos algunas vagas ideas preconcebidas; y es menester agregar que estos «videntes» no tienen generalmente ninguno de los datos de orden teórico y doctrinal que les permitirían reconocerse a sí mismos y que les impedirían deformar las cosas al dejar intervenir en ellas la imaginación, que, desafortunadamente tienen frecuentemente muy desarrollada. Cuando los «videntes» son místicos ortodoxos, sus tendencias naturales a la divagación se encuentran en cierto modo comprimidas y reducidas al mínimo; a excepción de éstos, se dan libre curso, y el resultado de ello es frecuentemente un revoltijo casi inextricable; los «videntes» más incontestables y más célebres como Swedenborg   por ejemplo, están lejos de estar exentos de este defecto, y no se podrían tomar demasiadas precauciones si se quiere desprender lo que sus obras pueden contener de realmente interesante; así pues, vale más recurrir a fuentes más puras, ya que, después de todo, no hay nada en ellos que no pueda encontrarse en otra parte, en un estado menos caótico y bajo formas más inteligibles.

Los defectos que acabamos de indicar alcanzan su grado más alto en los «videntes» iletrados y librados a sí mismos, sin la menor dirección, como ese campesino del Var, Louis Michel de Figanières, cuyos escritos (NA: Clé de la Vie; Vie universelle; Réveil des peuples.) causan la admiración de los ocultistas franceses. Éstos ven en ellos las «revelaciones» más extraordinarias, y es en eso donde es menester buscar, en una buena parte, el origen   de la «ciencia viva», una de sus principales ideas fijas; ahora bien, esas pretendidas «revelaciones» expresan, en una jerga tremebunda, las concepciones o más bien las representaciones más groseramente antropomórficas y materializadas que jamás se haya hecho nadie de Dios, a quien se llama el «gran hombre infinito» y el «presidente de la vida» (NA: sic), y del Universo, que se ha juzgado bueno denominar «omniverso» (NA: Las diferentes parte del «omniverso» son llamadas «universo, biniverso, triniverso, cuadriverso», etc.); en todo eso no se trata más que de «vertederos», de «talleres», de «digestiones», de «aromas», de «fluidos», y así sucesivamente. He ahí lo que los ocultistas nos alaban como una cosmogonía sublime; entre otras cosas maravillosas, hay una historia de la formación de la tierra que Papus ha adoptado y difundido lo mejor que ha sabido; puesto que no queremos entretenernos en este tema, pero teniendo que dar no obstante una idea de esas elucubraciones, citaremos solo el resumen que ha hecho de ello el espiritista belga Jobard (NA: Este resumen se encuentra en uno de los artículos que han sido reproducidos en cabeza de la Clé de la Vie.), donde el lenguaje especial del original ha sido conservado cuidadosamente: «Nuestro globo es relativamente nuevo; está construido con viejos materiales reamasados en el gran vertedero del omniverso, de viejos restos de planetas reunidos por la atracción, la incrustación, la anexión en un solo todo de cuatro satélites de un planeta anterior, que, al haber llegado al estado de madurez, fue cortado por el gran Jardinero para ser conservado en sus graneros y servir para su alimentación material. Ya que, así como el hombre cosecha los frutos maduros de su jardín terrestre, el gran hombre infinito cosecha los frutos maduros de su jardín omniversal, que sirven igualmente a su alimentación. Es lo que explica la desaparición de un cierto número de astros del gran parterre de los cielos, observado desde hace dos siglos. ¿Qué es la digestión de un fruto maduro en el estómago del deículo terrestre (NA: Es decir, del hombre: si Dios es un «gran hombre, el hombre es un «deículo»; si se encuentran expresiones del mismo género en otras partes, en Swedenborg por ejemplo, al menos pueden entenderse simbólicamente, mientras que aquí todo debe tomarse al pie de la letra.), sino el despertar y la partida de las poblaciones hominiculares caídas en catalepsia o éxtasis de felicidad sobre los mondículos que ellos (NA: sic) han formado y conducido en armonía por sus trabajos inteligentes?... Volvamos de nuevo a la formación de nuestro planeta incrustativo por la anexión simultánea de los cuatro antiguos satélites: Asia, África, Europa y América, puestos en catalepsia magnética por el alma colectiva celeste de nuestra tierra encargada de esta operación, tan difícil como la unión de varios pequeños reinos en uno solo, de pequeñas explotaciones en una grande. No fue sin largas conversaciones con las almas colectivas espirituales caídas de los cuatro satélites en cuestión como la fusión pudo cumplirse. Únicamente la luna, quinto satélite y el más fuerte tanto como el más malo, resistió a todas las solicitaciones, e hizo así al mismo tiempo su desdicha y la de la aglomeración terrestre, donde su sitio permaneció reservado en el centro del Océano Pacífico (¡Otros han insistido todavía sobre esta historia pretendiendo que la luna, después de haber ocupado primeramente su sitio como los demás satélites, se había escapado un poco más tarde, pero no había podido huir completamente de la atracción de la tierra, a cuyo alrededor fue condenada a girar en castigo de su rebelión!). Pero las almas de astros, buenas o malas, tienen como la unidad humana su libre albedrío y disponen de su destino en bien o en mal... Para hacer esta sublime y sensible operación de la incrustación menos penosa, el alma celeste de la tierra, o buen germen fluídico del injerto incrustativo, comenzó, digamos, por cataleptizar magnéticamente el mobiliario (NA: sic) de los cuatro antiguos satélites de buena voluntad. De este injerto, el Asia era la buena planta material mucho más avanzada que los otros tres, puesto que había vivido ya buen número de siglos con su mobiliario todo despertado, cuando los otros dormían todavía en parte. Los hombres, los animales y todos los gérmenes vivos fueron puestos en estado de anestesia completa durante esta sublime operación de cuatro globos confundidos bajo la presión de las manos de Dios, de sus grandes Mensajeros, sus entrañas, su corteza, sus caras, sus aguas, sus atmósferas, sus almas colectivas». Podemos detenernos aquí; pero esta cita no era inútil para mostrar dónde van a beber los ocultistas su pseudotradición y su esoterismo de pacotilla. Agregamos que a Louis Miguel no debe hacérsele el único responsable de las divagaciones que se han publicado bajo su nombre: él no escribía, sino que dictaba lo que le inspiraba un «espíritu superior», y sus «revelaciones» eran recogidas y arregladas por sus discípulos, el principal de los cuales era un cierto Charles Sardou; naturalmente, el medio donde todo eso fue elaborado estaba fuertemente imbuido de espiritismo (NA: Los delirios de Louis Michel han sido desarrollados abundantemente también, en numerosas obras, por Arthur de Anglemont.).

Los «videntes» tienen tendencia frecuentemente a formar escuelas, o inclusive las mismas se forman a veces alrededor suyo sin que su voluntad intervenga en ello para nada; en este último caso, ocurre que sean verdaderas víctimas de su entorno, que les explota consciente o inconscientemente, como lo hacen los espiritistas con todos aquellos en quienes descubren algunas facultades mediúmnicas; cuando hablamos aquí de explotación, eso debe entenderse sobre todo en el sentido psíquico, pero las consecuencias no son por ello menos desastrosas. Para que el «vidente» pueda instituirse como «jefe de escuela» en realidad, y no solo en apariencia, no basta con que tenga el deseo de ello; es menester también que tenga, sobre sus «discípulos», alguna otra superioridad que la que le confieren sus facultades anormales; no era ese el caso de Louis Miguel, pero eso se ha visto algunas veces en el espiritismo. Así, hubo antaño en Francia una escuela espiritista de un carácter bastante especial, que fue fundada y dirigida por una «vidente», Mlle Lucie Grange, que se designaba bajo el nombre «místico» de Habimélah, o Hab por abreviación; este nombre le había sido dado, parece, por Moisés en persona. En esta escuela, se tenía una veneración particular por el famoso Vintras, que era calificado allí de «profeta» (NA: Ver un folleto titulado Le Prophète de Tilly.); y el órgano del grupo, La Luz, que comenzó a aparecer en 1882, contó entre sus colaboradores, en su mayor parte ocultos bajo seudónimos, con más de un personaje sospechoso. Mlle Grange se ocupaba mucho de «profecías», y consideraba como tales las «comunicaciones» que recibía; reunió en un volumen (NA: Prophètes et Prophéties.) un gran número de esas «producciones psicográficas, psicofónicas y de clarividencia natural», así como las nombra para indicar los diversos géneros de mediumnidad que ella poseía (NA: escritura, audición y visión). Esas «comunicaciones» están firmadas por Cristo, por la Virgen María, por los arcángeles Miguel y Gabriel (NA: Mlle Couédon, la «vidente» de la calle de Paradis, que tuvo su hora de celebridad, se creía inspirada por el arcángel Gabriel; su facultad había tenido como origen la frecuentación de sesiones espiritistas habidas en casa de una cierta Mme Orsat; naturalmente, los puros espiritistas consideraban al supuesto arcángel Gabriel como un simple «desencarnado», y a su intérprete como un «médium de encarnaciones».), por los principales santos del Antiguo y del Nuevo Testamento, por hombres ilustres de la historia antigua y moderna; algunas firmas son más curiosas todavía, como la de «la sibila Pasipea, de la Gruta del Creciente», o la de «Rafana, alma del planeta Júpiter». En una «comunicación», San Luis nos enseña que él fue el rey David   reencarnado, y que Juana de Arco fue Thamar, hija de David; y Hab agrega esta nota: «Una aproximación significativa: David ha sido la cepa de una familia predestinada, y fue la de nuestros últimos reyes. San Luis ha presidido en las primeras enseñanzas espiritistas y se ha hecho, en nombre de Dios, Padre del cristianismo regenerado, por su protección especial sobre Allan Kardec». Tales aproximaciones son sobre todo «significativas» en cuanto a la mentalidad de los que las hacen, pero tienen un sentido bastante claro para quien conoce los fondos político religiosos de algunos medios: en ellos se preocupaban mucho de la cuestión de la «supervivencia» de Luis XVII; por otra parte, también se anunciaba, como más o menos inminente, una segunda venida de Cristo; ¿se quería pues insinuar que éste se reencarnaría en la nueva «raza de David», y que sería quizás el «Gran Monarca» anunciado por la «profecía de Orval  » y algunas otras predicciones más o menos auténticas? No queremos decir, por lo demás, que esas predicciones estén, en sí mimas, totalmente desprovistas de valor; pero, como están formuladas en términos poco comprehensibles, cada uno las interpreta a su manera, y hay cosas muy extrañas en el partido que algunos pretenden sacar de ellas. Más tarde, Mme Grange fue «guiada» por un supuesto «espíritu» egipcio, que se presentaba bajo el nombre compuesto de Salem-Hermès, y que le dictó todo un volumen de «revelaciones»; pero eso es mucho menos interesante que las manifestaciones que tienen un lazo más o menos directo con el asunto de Luis XVII, y cuya lista, que comienza desde los primeros años del siglo XIX, sería demasiado larga, pero también muy instructiva para aquellos que tienen la curiosidad bien legítima de investigar las realidades disimuladas bajo ciertas fantasmagorías.

[El Error Espírita]