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Obras: mitología

sexta-feira 2 de fevereiro de 2024

  

Las consideraciones que acabamos de exponer nos conducen de manera bastante natural a examinar otra cuestión conexa, la de las relaciones del símbolo con lo que se llama el «mito»; sobre este tema, debemos hacer observar primeramente que nos ha ocurrido a veces hablar de una cierta degeneración del simbolismo como habiendo dado nacimiento a la «mitología», tomando esta última palabra en el sentido que se le da habitualmente, y que es en efecto exacto cuando se trata de la antigüedad llamada «clásica», pero que quizás no podría aplicarse válidamente fuera de ese periodo de las civilizaciones griega y latina. Así pues, pensamos que, para todas las demás partes, conviene evitar el empleo de este término, que solo puede dar lugar a equívocos fastidiosos y a asimilaciones injustificadas; pero, si el uso impone esta restricción, es menester decir no obstante que la palabra «mito», en sí misma y en su significación original, no contiene nada que marque una tal degeneración, bastante tardía en suma, y debida únicamente a una incomprehensión más o menos completa de lo que subsistía de una tradición muy anterior. Conviene agregar que, si se puede hablar de «mitos» en lo que concierne a esta tradición misma, a condición de restablecer el verdadero sentido de la palabra y de desechar todo lo que se le agrega frecuentemente de «peyorativo» en el lenguaje corriente, no habría entonces, en todo caso, «mitología», puesto que ésta, tal como la entienden los modernos, no es nada más que un estudio emprendido «desde el exterior», y que implica por consiguiente, se podría decir, una incomprehensión de segundo grado. 511 APERCEPCIONES SOBRE LA INICIACIÓN MITOS, MISTERIOS Y SÍMBOLOS

No creemos pues, para las cosas de este orden, en las «invenciones de los poetas» a las cuales el Sr. Waite parece dispuesto a dar importancia; estas invenciones, lejos de tratar de lo esencial, no hacen más que disimularlo, voluntariamente o no, envolviéndolo de apariencias engañosas de una «ficción» cualquiera; y a veces lo hacen muy bien, pues en tanto que se hacen tan abusivas, acaba por llegar a ser casi imposible descubrir el sentido profundo y original; ¿no es así como, en el mundo griego, el simbolismo degeneró en «mitología»? Este peligro va en aumento puesto que el poeta mismo no tiene consciencia del valor real de los símbolos, pues es evidente que este caso puede presentarse; el apólogo de «el asno que lleva las reliquias» se aplica aquí como en muchos otros casos y el poeta, entonces, jugará en suma un papel análogo al del pueblo profano, conservando y transmitiendo a su antojo los legados iniciáticos, como lo hemos dicho antes. La cuestión se plantea aquí muy particularmente: ¿los de los romances del Grial estuvieron en este último caso o por el contrario fueron conscientes, en uno u otro grado, del sentido profundo de lo que expresaban? No es fácil responder con certeza, pues, ahí también, las apariencias pueden engañar: en presencia de una mezcla de elementos insignificantes e incoherentes, se está tentado de pensar que el autor no sabía de qué hablaba; sin embargo no es forzosamente así, pues ocurre a menudo que las oscuridades e incluso las contradicciones son perfectamente voluntarias, y que los detalles inútiles tengan expresamente por finalidad desviar la atención de los profanos, de la misma manera que un símbolo puede ser disimulado intencionadamente en un motivo ornamental más o menos complicado; en la Edad Media sobre todo, los ejemplos de este género abundan, tanto como en Dante   y los «Fieles de Amor». El hecho de que el sentido superior sea menos transparente en Chretien de Troyes, por ejemplo, que en Robert de Boron, no prueba necesariamente que el primero haya sido menos consciente que el segundo; aún menos habría que concluir que este sentido esté ausente de sus escritos, lo que sería un error comparable al que consiste en atribuir a los antiguos alquimistas preocupaciones de orden únicamente material, por la única razón de que ellos no han juzgado conveniente escribir claramente que su ciencia era en realidad de naturaleza espiritual. (NA: Si el Sr. Waite cree, como así parece, que algunas cosas son muy «materiales» para ser compatibles con la existencia de un sentido superior en los textos en que se encuentran, podríamos preguntarle lo que piensa, por ejemplo de Rabelais   o de Boccaccio.) Por lo demás, la cuestión de la «Iniciación» de los autores de romances tiene quizá menos importancia de la que podría creerse en principio, puesto que de todas maneras no cambia nada las apariencias bajo las cuales está presentado el tema; en cuanto a que se trata de una «exteriorización» de legados esotéricos, lo que no podría ser de ninguna manera una « vulgarización», es fácil de comprender que debe ser así. Iremos más lejos: un profano puede incluso, por tal «exteriorización», haber servido de «portavoz» a una organización, que lo habría elegido a este efecto simplemente por sus cualidades de poeta o escritor, o por otra razón contingente. Dante escribió con perfecto conocimiento de causa; Chretien de Troyes, Robert de Boron y muchos otros fueron probablemente mucho menos conscientes de lo que expresaban y quizá incluso algunos de ellos no lo fueron en absoluto; pero poco importa en el fondo, pues, si existía tras de ellos una organización iniciática, fuera la que fuese, el peligro de una deformación debida a su incomprensión se encontraba por ello mismo descartada, pudiendo esta organización guiarles constantemente sin que se dieran cuenta, ya fuese por intermedio de algunos de sus miembros que les facilitasen los elementos a introducir en su obra, ya fuese por sugerencias o influencias de otro género, más sutiles y menos «tangibles», pero no menos reales ni menos eficaces. Se comprenderá sin esfuerzo que esto no tiene nada que ver con la supuesta «inspiración» poética, tal como la entienden los modernos, y que no es en realidad más que imaginación pura y simple, ni con la «literatura», en el sentido profano de la palabra; y añadiremos enseguida que no se trata tampoco de «misticismo»; pero este último punto toca directamente otras cuestiones que consideraremos en la segunda parte de este estudio. 1386 ESOTERISMO CRISTIANO EL SANTO GRIAL

M. Dumézil ha partido de un punto de vista completamente profano, pero le ha sucedido, en el curso de sus búsquedas, encontrar algunos datos Tradicionales, y él ha sacado de los mismos unas deducciones que no carecen de interés, pero que no siempre están justificadas y que no podrían aceptarse sin reservas, tanto más cuanto que se esfuerza casi constantemente en apoyarlas sobre consideraciones lingüísticas de las cuales lo menos que puede decirse es que son muy hipotéticas. Como por lo demás estos datos son forzosamente muy fragmentarios, se ha «fijado» exclusivamente y en cierto modo sistemáticamente sobre algunas cosas tales como la división «tripartita», que quiere reencontrar por todas partes, y que existe en efecto en muchos casos, pero que no es sin embargo la única de la que haya lugar a tener constancia, incluso limitándose al dominio en el que se ha especializado. En este volumen, ha emprendido resumir el estado actual de sus trabajos, ya que es menester reconocer que, al menos, no tiene la pretensión de haber llegado a resultados definitivos, y por lo demás sus descubrimientos sucesivos le han conducido ya a modificar sus conclusiones en varias ocasiones. De lo que se trata esencialmente, es de desprender los elementos que en la Tradición romana, parezcan remontarse directamente a la época en que los pueblos que se ha convenido en llamar «indoeuropeos» no se habían todavía dividido en varias ramas distintas, de las cuales cada una debía después proseguir su existencia de una manera independiente de las demás. En la base de su teoría está la consideración del ternario de divinidades constituido por Júpiter, Marte y Quirinus, que él mira como correspondiendo a tres funciones sociales; parece por lo demás que busca en demasía reducirlo todo al punto de vista social, lo que se arriesga a arrastrar bastante fácilmente una inversión de las relaciones reales entre los principios y sus aplicaciones. Hay incluso en él una cierta manera de ver las cosas ante todo «jurídica» que limita manifiestamente su horizonte; no sabemos por otra parte si la ha adquirido consagrándose sobre todo al estudio de la civilización romana, o si es al contrario porque ya tenía esta tendencia por lo que ésta le ha atraído más particularmente, pero en todo caso las dos cosas nos parecen no estar enteramente sin relación entre ambas. No podemos entrar aquí en el detalle de las cuestiones que son tratadas en este libro, pero debemos al menos señalar una precisión verdaderamente curiosa, tanto más cuanto que es sobre la misma que se basan una notable parte de estas consideraciones; es la de que muchos de los relatos que se presentan en otras partes como «mitos» se reencuentran, con todos sus rasgos principales, en lo que es dado como la historia de los primeros tiempos de Roma, de donde sería menester concluir que los romanos han transformado en «historia antigua» lo que primitivamente era en realidad su «mitología». A juzgar por los ejemplos de ello que da M. Dumézil, bien parece que haya algo de verdad en eso, aunque sea menester quizás no abusar de esta interpretación generalizándola en medida de más; verdad es que uno podría preguntarse también si la historia, sobre todo cuando se trata de «historia sagrada», no puede, en ciertos casos, reproducir efectivamente el mito y ofrecer del mismo como una imagen «humanizada», pero no hay que decir que una tal cuestión, que en suma no es otra que la del valor simbólico de los hechos históricos, ni siquiera puede plantearse al espíritu moderno. 2624 Formas Tradicionales y Ciclos Cósmicos RESEÑAS: GEORGES DUMÉZIL: La Herencia indo-europea en Roma. (Gallimard, París).

No creemos, pues, acerca de este orden, en "invenciones de los poetas", a las cuales el señor Waite parece dispuesto a conceder gran intervención; tales invenciones, lejos de recaer en lo esencial, no hacen sino disimularlo, deliberadamente o no, envolviéndolo en las apariencias engañosas de una "ficción" cualquiera; y a veces éstas lo disimulan demasiado bien, pues, cuando se tornan demasiado invasoras, acaba por resultar casi imposible descubrir el sentido profundo y original; ¿no fue así cómo, entre los griegos, el simbolismo degeneró en "mitología"? Este peligro es de temer sobre todo cuando el poeta mismo no tiene conciencia del valor real de los símbolos, pues es evidente que puede darse este caso; el apólogo del "asno portador de reliquias" se aplica aquí como en muchas otras cosas; y el poeta, entonces, desempeñará, en suma, un papel análogo al del pueblo profano que conserva y transmite sin saberlo datos iniciáticos, según decíamos más arriba. La cuestión se plantea muy particularmente aquí: los autores de las novelas del Graal ¿estuvieron en este último caso, o, al contrario, eran conscientes, en mayor o menor grado, del sentido profundo de lo que expresaban? Por cierto, no es fácil responder con certeza, pues, también aquí, las apariencias pueden engañar: frente a una mezcla de elementos insignificantes e incoherentes, uno está tentado de pensar que el autor no sabía de qué hablaba; empero, no es forzosamente así, pues ha ocurrido a menudo que las oscuridades y aun las contradicciones sean enteramente deliberadas y que los detalles inútiles tengan expresamente por finalidad extraviar la atención de los profanos, de la misma manera que un símbolo puede estar intencionalmente disimulado en un motivo más o menos complicado de ornamentación; en la Edad Media sobre todo, los ejemplos de este género abundan, aunque más no fuera en Dante y los "Fieles de Amor". El hecho de que el sentido superior se hace menos transparente en Chrestien de Troyes, por ejemplo, que en Robert de Borron, no prueba, pues, necesariamente que el primero haya sido menos consciente del sentido simbólico que el segundo; aún menos debería concluirse que ese sentido esté ausente de sus escritos, lo cual representaría un error comparable al que consiste en atribuir a los antiguos alquimistas preocupaciones de orden únicamente material por la sola razón de que no hayan juzgado propio escribir literalmente que su ciencia era en realidad de naturaleza espiritual (Si el señor Waite cree, según parece, que ciertas cosas son demasiado "materiales" para resultar compatibles con la existencia de un sentido superior en los textos donde se encuentran, podríamos preguntarle qué piensa. por ejemplo, de Rabelais o de Boccaccio). Además, el asunto de la "iniciación" de los autores de esas novelas quizá tenga menos importancia de lo que podría creerse a primera vista, pues de todas maneras eso no hace cambiar nada a las apariencias bajo las cuales se presenta el tema; desde que se trata de una "exteriorización" de datos esotéricos, pero no en modo alguno de una "vulgarización", es fácil de comprender que deba ser así. Iremos más lejos: inclusive un profano puede, para tal "exteriorización", haber servido de "portavoz" a una organización iniciática, que lo haya escogido a tal efecto simplemente por sus cualidades de poeta o escritor, o por cualquier otra razón contingente. Dante escribía con perfecto conocimiento de causa; Chrestien de Troyes, Robert de Boron y muchos otros fueron probablemente mucho menos conscientes de lo que expresaban, y quizá, incluso, algunos de ellos no lo fueron en absoluto; pero poco importa en el fondo, pues, si había tras ellos una organización iniciática, cualquiera que ésta fuera, el peligro de una deformación debida a la incomprensión de ellos quedaba por eso mismo descartado, ya que tal organización podía dirigirlos constantemente sin que ellos lo supieran, sea por medio de algunos de sus miembros que les proveían de los elementos que elaborar, sea por sugerencias o influjos de otro género, más sutiles y menos "tangibles" pero no por eso menos reales ni eficaces. Se comprenderá sin dificultad que esto nada tiene que ver con la llamada "inspiración" poética tal como la entienden los modernos, y que no es sino pura y simple imaginación, ni con la "literatura" en el sentido profano del término, y agregaremos en seguida que no se trata tampoco de "misticismo"; pero este último punto toca directamente a otras cuestiones, que debemos encarar ahora de modo más especial. 6667 SFCS   EL SANTO GRAAL