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Obras: cuadradas

sexta-feira 2 de fevereiro de 2024

  

No obstante, la representación geométrica que se encuentra más frecuentemente en la tradición extremo oriental es la que refiere las formas circulares al Cielo y las formas cuadradas a la Tierra, así como ya lo hemos explicado en otra parte (NA: El Reino de la Cantidad y los Signos de los Tiempos, cap. XX.); sobre este punto, recordaremos solo que la marcha descendente del ciclo de la manifestación (y esto en todos los grados de mayor o menor extensión en que un tal ciclo puede ser considerado), al ir desde su polo superior que es el Cielo a su polo inferior que es la Tierra (o lo que los representa desde un punto de vista relativo, si no se trata más que de un ciclo particular), puede ser considerada como partiendo de la forma menos «especificada» de todas, que es la esfera, para concluir en la que es al contrario la más «fijada», y que es el cubo (NA: En la geometría de tres dimensiones, la esfera corresponde naturalmente al círculo y el cubo al cuadrado.); y se podría decir también que la primera de estas dos formas tiene un carácter eminentemente «dinámico» y que la segunda tiene un carácter eminentemente «estático», lo que corresponde todavía a lo activo y a lo pasivo. Por lo demás, se puede vincular de una cierta manera esta representación a la precedente, si se considera en ésta la línea horizontal como la huella de una superficie plana (cuya parte «medida» será un cuadrado (NA: Es menester aproximar a esto el hecho de que, en los símbolos de algunos grados masónicos, la abertura del compás, cuyos brazos corresponden a los lados laterales del triángulo de la figura 7, mide un cuarto del círculo, cuya cuerda es el lado del cuadrado inscrito.)), y la línea vertical como el radio de una superficie hemisférica, que encuentra el plano terrestre según la línea del horizonte. En efecto, es en su periferia o en sus confines más alejados, es decir, en el horizonte, donde el Cielo y la Tierra se juntan según las apariencias sensibles; pero es menester observar aquí que la realidad simbolizada por estas apariencias debe tomarse en sentido inverso, ya que, según esta realidad, se unen al contrario por el centro (NA: Es por una aplicación similar del sentido inverso por lo que el Paraíso terrestre, que es también el punto de comunicación del Cielo y de la Tierra, aparece a la vez como situado en la extremidad del mundo según el punto de vista «exterior» y en su centro según el punto de vista «interior» (ver El Reino de la Cantidad y los Signos de los Tiempos, cap. XXIII).), o, si se les considera en el estado de separación relativa necesaria para que el Cosmos pueda desarrollarse entre ellos, se comunican por el eje que pasa por este centro (NA: Este eje se identifica naturalmente con el rayo vertical de la figura precedente; pero, desde este punto de vista, este rayo, en lugar de corresponder al Cielo mismo, representa solo la dirección según la cual la influencia del Cielo actúa sobre la Tierra.), y que precisamente los separa y los une a la vez, o que, en otros términos, mide la distancia entre el Cielo y la Tierra, es decir, la extensión misma del Cosmos según el sentido vertical que marca la jerarquía de los estados de la existencia manifestada, ligándolos uno a otro a través de esta multiplicidad de estados, que aparecen a este respecto como otros tantos escalones por los que un ser en vía de retorno hacia el Principio puede elevarse de la Tierra al Cielo (NA: Por eso es por lo que, como lo veremos más adelante, el eje vertical es también la «Vía del Cielo» (NA: Tien-Tao).). 2670 LA GRAN TRÍADA CIELO Y TIERRA

A propósito de lo que acabamos de decir del carácter de la Maestría, haremos incidentalmente una precisión: este carácter, que pertenece al último grado de la Masonería propiamente dicha, concuerda bien con el hecho de que, como lo hemos indicado en otra parte (NA: Apercepciones sobre la Iniciación, cap. XXXIX.), las iniciaciones de oficio y las que se derivan de ellas se refieren propiamente a los «misterios menores». Por lo demás, es menester agregar que, en lo que se llama los «altos grados», y que está formado de elementos de proveniencias bastante diversas, hay algunas referencias a los «misterios mayores», entre las cuales hay al menos una que se vincula directamente a la antigua Masonería operativa, lo que indica que ésta abría al menos algunas perspectivas sobre lo que está más allá del término de los «misterios menores»: queremos hablar de la distinción que se hace, en la Masonería anglosajona, entre la Square Masonry y el Arch Masonry. En efecto, en el paso «from square to arch», o, como se decía de una manera equivalente en la Masonería francesa del siglo XVIII, «del triángulo al círculo» (NA: El triángulo ocupa aquí el lugar del cuadrado, puesto que como él es una figura rectilínea, y esto no cambia nada el simbolismo que se trata.), se encuentra la oposición entre las figuras cuadradas (o más generalmente rectilíneas) y las figuras circulares, en tanto que éstas corresponden respectivamente a la Tierra y al Cielo; así pues, en eso no puede tratarse más que de un paso del estado humano, representado por la Tierra, a los estados suprahumanos, representados por el Cielo (o los Cielos) (NA: En todo rigor, no se trata aquí de los mismos términos que son designados así en la Gran Tríada, sino de algo que se les corresponde en un cierto nivel y que está comprendido en el interior del Universo manifestado, como en el caso del Tribhuvana, pero con la diferencia de que la Tierra, en tanto que representa el estado humano en su integralidad, debe considerarse como comprendiendo a la vez la Tierra y la Atmósfera o «región intermedia» del Tribhuvana.), es decir, de un paso del dominio de los «misterios menores» al dominio de los «misterios mayores» (NA: La bóveda celeste es la verdadera «bóveda de perfección» a la que se hace alusión en algunos grados de la Masonería escocesa; por lo demás, esperamos poder desarrollar en otro estudio las consideraciones de simbolismo arquitectónico que se refieren a esta cuestión.). 2815 LA GRAN TRÍADA ENTRE LA ESCUADRA Y EL COMPÁS

Volvemos a la cuestión del simbolismo, común a la mayoría de las tradiciones, de los edificios constituidos por una base de sección cuadrada coronada por un domo, o por una cúpula más o menos rigurosamente hemisférica. Las formas cuadradas o cúbicas se refieren a la tierra, y las formas circulares o esféricas al cielo; la significación de esas dos partes resulta inmediatamente de esto, y agregaremos que la tierra y el cielo no designan allí únicamente los dos polos entre los cuales se produce toda la manifestación, como ocurre particularmente en la Gran Tríada extremo-oriental, sino que comprenden también, como en el Tribhúvana hindú, los aspectos de esa manifestación misma que están más próximos, respectivamente, de dichos polos, y que, por esta razón, se denominan el mundo terrestre y el mundo celeste. Hay un punto sobre el cual hemos tenido oportunidad de insistir anteriormente, pero que merece tomarse en consideración: en cuanto el edificio representa la realización de un "modelo cósmico", el conjunto de su estructura, si se redujera exclusivamente a esas dos partes, sería incompleto en el sentido de que, en la superposición de los "tres mundos", faltaría un elemento correspondiente al "mundo intermedio". De hecho, este elemento existe también, pues el domo o la bóveda circular no puede reposar directamente sobre la base cuadrada, y para permitir el paso de uno a otra hace falta una forma de transición que sea, en cierto modo, intermedia entre el cuadrado y el círculo, forma que es generalmente la del octógono. 7067 SFCS   EL OCTÓGONO

Acerca de esta cuestión, conviene señalar aún lo siguiente: el fuego y el agua son dos elementos opuestos; pero esta oposición, por lo demás, no es sino la apariencia exterior de un complementarismo y, más allá del dominio donde se afirman las oposiciones, deben, como todos los contrarios, conciliarse y unirse de algún modo. En el Principio mismo, del cual el sol es una imagen sensible, ambos se identifican de cierta manera, lo que justifica aún más cabalmente la figuración que acabamos de estudiar; e inclusive en niveles inferiores a ése, pero correspondientes a estados de manifestación superiores al mundo corpóreo al cual pertenecen el fuego y el agua en su aspecto "denso" o "burdo" que da lugar propiamente a su mutua oposición, puede haber entre ellos una asociación equivalente, por así decirlo, a una identidad relativa. Esto es verdad de las "Aguas superiores", que son las posibilidades de manifestación no-formal, y que en cierto sentido están simbólicamente representadas por las nubes, de donde la lluvia desciende sobre la tierra (La lluvia, en efecto, para representar los influjos espirituales, debe ser considerada como un agua "celeste", y sabido es que los Cielos corresponden a los estados no-formales; la evaporación de las aguas terrestres por el calor solar es, por otra parte, la imagen de una "transformación" (en el sentido de "paso más allá de las formas"), de modo que hay en ello como un tránsito alternativo de las "aguas inferiores" a las "aguas superiores", e inversamente) al mismo tiempo que son residencia del fuego bajo el aspecto del rayo (Esto debe ponerse en relación con la observación que hemos formulado antes respecto del relámpago, y justifica de modo aún más cabal la similitud existente entre la representación de éste y el símbolo del agua. En el antiguo simbolismo extremo-oriental, no hay sino una leve diferencia entre la figuración del trueno (lei-wen) y la de las nubes (yün-wen); ambas consisten en series de espirales, a veces redondeadas y a veces cuadradas; se dice habitualmente que las primeras son yün-wen y las segundas lei-wen, pero existen formas intermediarias que hacen esa distinción muy poco sensible en realidad; y, adernás, unas y otras están igualmente en conexión con el simbolismo del Dragón (cf. H. G. Creel, Studies in Early Chinese Culture, pp. 236-37). Notemos también que esta representación del trueno por espirales confirma lo que decíamos antes sobre la relación existente entre el símbolo de la doble espiral y el del vajra (La Grande Triade, cap. VI)); y lo mismo ocurre, en el orden de la manifestación formal, con ciertas posibilidades pertenecientes al dominio "sutil". Resulta particularmente interesante observar, a este respecto, que los alquimistas "entienden por aguas, los rayos y el resplandor de su fuego" y que dan el nombre de "ablución", no a "la acción de lavar algo con el agua u otro licor", sino a una purificación que se opera por el fuego, de modo que "los antiguos han ocultado esta ablución bajo el enigma de la salamandra, de la cual dicen que se nutre en el fuego, y del lino incombustible (Este "lino incombustible" (ásbestos) es en realidad el asbesto o amianto), que en el fuego se purifica y blanquea sin consumirse (Dom A.-J. Pernéty, Dictionnaire mytho-hermétique, p. 2). Puede comprenderse con esto que en el simbolismo hermético se aluda frecuentemente a un "fuego que no quema" y a una "agua que no moja las manos", y también que el mercurio "animado", o sea vivificado por la acción del azufre, se describa como una "agua ígnea" y a veces, inclusive, como un "fuego líquido" (Ver La Grande Triade, cap. XII). 7222 SFCS LA LUZ Y LA LLUVIA