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Obras: caos

sexta-feira 2 de fevereiro de 2024

  

Hemos hecho observar en otra parte que las fases de la iniciación, del mismo modo que las de la «Gran Obra» hermética, que no es en el fondo más que una de sus expresiones simbólicas, reproducen las del proceso cosmogónico (NA: Ver El Esoterismo de Dante  , concretamente pp. 63-64 y 94, (ed. francesa).); esta analogía, que se funda directamente sobre la del «microcosmos» con el «macrocosmos», permite, mejor que toda otra consideración, aclarar la cuestión de que se trata al presente. Se puede decir, en efecto, que las aptitudes o posibilidades incluidas en la naturaleza individual no son primeramente, en sí mismas, más que una materia prima, es decir, una pura potencialidad, donde no hay nada de desarrollado o diferenciado (NA: No hay que decir que, hablando rigurosamente, no es una materia prima más que en un sentido relativo, no en el sentido absoluto; pero esta distinción no importa bajo el punto de vista en el que nos colocamos aquí, y por lo demás es la misma cosa para la materia prima de un mundo tal como el nuestro, que, al estar ya determinada de una cierta manera, no es en realidad, en relación a la substancia universal, más que una materia secunda (cf. El Reino de la Cantidad y los Signos de los Tiempos, cap. II), de suerte que, incluso bajo esta relación, la analogía con el desarrollo de nuestro mundo a partir del caos inicial es verdaderamente exacta.); es entonces el estado caótico y tenebroso que el simbolismo iniciático hace corresponder precisamente al mundo profano, y en el que se encuentra el ser que no ha llegado todavía al «segundo nacimiento». Para que ese caos pueda comenzar a tomar forma y a organizarse, es menester que una vibración inicial le sea comunicada por las potencias espirituales, que el Génesis hebraico designa como los Elohim; esta vibración, es el Fiat Lux que ilumina el caos, y que es el punto de partida necesario de todos los desarrollos ulteriores; y, desde el punto de vista iniciático, esta iluminación está constituida precisamente por la transmisión de la influencia espiritual de la que acabamos de hablar (NA: De ahí vienen expresiones como las de «dar la luz» y «recibir la luz», empleadas para designar, en relación al iniciador y al iniciado respectivamente, la iniciación en el sentido restringido, es decir, la transmisión misma de que se trata aquí. Se observará también, en lo que concierne a los Elohim, que el número septenario que les es atribuido está en relación con la constitución de las organizaciones iniciáticas, que debe ser efectivamente una imagen del orden cósmico mismo.). Desde entonces, y por la virtud de esta influencia, las posibilidades espirituales de ser ya no son la simple potencialidad que eran antes; han devenido una virtualidad presta a desarrollarse en acto en las diversas etapas de la realización iniciática. 246 APERCEPCIONES SOBRE LA INICIACIÓN DE LAS CONDICIONES DE LA INICIACIÓN

Nos es menester insistir todavía a este respecto sobre un punto capital: el vinculamiento de que se trata debe ser real y efectivo, y que un supuesto vinculamiento «ideal», tal como algunos se han complacido a veces en considerarle en nuestra época, es enteramente vano y de efecto nulo (NA: Para algunos ejemplos de este supuesto vinculamiento «ideal», por el cual algunos llegan hasta pretender hacer revivir formas tradicionales enteramente desaparecidas, ver El Reino de la Cantidad y los Signos de los Tiempos, cap. XXXVI; por lo demás, volveremos sobre ello un poco más adelante.). Eso es fácil de comprender, puesto que se trata propiamente de la transmisión de una influencia espiritual, que debe efectuarse según leyes definidas; y esas leyes, aunque son evidentemente diferentes de aquellas que rigen las fuerzas del mundo corporal, no son por eso menos rigurosas, y presentan incluso con estas últimas, a pesar de las diferencias profundas que las separan, una cierta analogía, en virtud de la continuidad y de la correspondencia que existen entre todos los estados o los grados de la Existencia universal. Esta analogía es la que nos ha permitido, por ejemplo, hablar de «vibración» a propósito del Fiat Lux por el que es iluminado y ordenado el caos de las potencialidades espirituales, aunque no se trate en modo alguno de una vibración de orden sensible como las que estudian los físicos, como tampoco la «luz» de la que se habla puede ser identificada a la que es aprehendida por la facultad visual del organismo corporal (NA: Por lo demás, expresiones como las de «Luz inteligible» y «Luz espiritual», u otras expresiones equivalentes a esas, son bien conocidas en todas las doctrinas tradicionales, tanto occidentales como orientales; y, a este propósito, recordaremos solamente, de una manera más particular, la asimilación en la tradición islámica, del Espíritu (NA: Er-Rûh), en su esencia misma, a la luz (NA: En-Nûr).); pero estas maneras de hablar, aunque son necesariamente simbólicas, puesto que están fundadas sobre una analogía o sobre una correspondencia, por eso no son menos legítimas ni están menos justificadas, ya que esta analogía y esta correspondencia existen muy realmente en la naturaleza misma de las cosas y van incluso, en un cierto sentido, mucho más lejos de lo que se podría suponer (NA: Es la incomprehensión de una tal analogía, tomada equivocadamente por una identidad, la que, junto a la constatación de una cierta similitud en los modos de acción y los efectos exteriores, ha llevado a algunos a hacerse una concepción errónea y más o menos groseramente materializada, no solo de las influencias psíquicas o sutiles, sino de las influencias espirituales mismas, asimilándolas pura y simplemente a fuerzas «físicas», en el sentido más restringido de esta palabra, tales como la electricidad o el magnetismo; y de esta misma incomprehensión ha podido venir también, al menos en parte, la idea demasiado extendida de buscar establecer aproximaciones entre los conocimientos tradicionales y los puntos de vista de la ciencia moderna y profana, idea absolutamente vana e ilusoria, puesto que son cosas que no pertenecen al mismo dominio, y puesto que, por lo demás, el punto de vista profano en sí mismo es propiamente ilegítimo. — Cf. El Reino de la Cantidad y los Signos de los Tiempos, cap. XVII.). Tendremos que volver de nuevo más ampliamente sobre estas consideraciones cuando hablemos de los ritos iniciáticos y de su eficacia; por el momento, basta con retener que en eso hay leyes que es menester tener en cuenta forzosamente, a falta de lo cual el resultado apuntado no podría ser alcanzado, de la misma manera que un efecto físico no puede ser obtenido si uno no se coloca en las condiciones requeridas en virtud de las leyes a las que está sometida su producción; y, desde que se trata de operar efectivamente una transmisión, eso implica manifiestamente un contacto real, cualquiera que sean por lo demás las modalidades por las que pueda ser establecido, modalidades que estarán determinadas naturalmente por esas leyes de acción de las influencias espirituales a las cuales acabamos de hacer alusión. 256 APERCEPCIONES SOBRE LA INICIACIÓN DE LA REGULARIDAD INICIÁTICA

Se puede ir más lejos: si es imposible que haya sincretismo en las doctrinas tradicionales mismas, es igualmente imposible que lo haya entre aquellos que las han comprendido verdaderamente, y que, por eso mismo, han comprendido forzosamente también la vanidad de un tal procedimiento, así como la de todos aquellos que son lo propio del pensamiento profano, y no tienen, por lo demás, ninguna necesidad de recurrir a ellos. Todo lo que está realmente inspirado por el conocimiento tradicional procede siempre «del interior» y no «del exterior»; quienquiera que tiene consciencia de la unidad esencial de todas las tradiciones puede, para exponer e interpretar la doctrina, hacer llamada, según los casos, a medios de expresión provenientes de formas tradicionales diversas, si estima que haya en eso alguna ventaja; pero en eso no habrá nunca nada que pueda ser asimilado de cerca o de lejos a un sincretismo cualquiera o al «método comparativo» de los eruditos. Por un lado, la unidad central y principial aclara y domina todo; por el otro, estando ausente esta unidad, o para decirlo mejor, oculta a las miradas del «buscador» profano, éste no puede más que buscar a tientas en las «tinieblas exteriores», agitándose vanamente en medio de un caos que únicamente podría ordenar el Fiat Lux iniciático que, a falta de «cualificación», jamás será proferido para él. 288 APERCEPCIONES SOBRE LA INICIACIÓN SÍNTESIS Y SINCRETISMO

En los altos grados de la Masonería escocesa, hay dos divisas cuyo sentido se refiere a algunas de las consideraciones que hemos expuesto precedentemente: una es Post Tenebras Lux, y la otra es Ordo ab Chao; y, a decir verdad, su significación es tan estrechamente conexa que es casi idéntica, aunque la segunda sea quizás susceptible de una aplicación más extensa (NA: Si se pretende que, históricamente, esta divisa Ordo ab Chao ha expresado simplemente primero la intención de poner el orden en el «caos» de los grados y de los «sistemas» múltiples que habían visto la luz durante la segunda mitad del siglo XVIII, eso no constituye en modo alguno una objeción válida contra lo que decimos aquí, ya que, en todo caso, en eso no se trata más que de una aplicación muy especial, que no impide la existencia de otras significaciones más importantes.). En efecto, una y otra se refieren a la «iluminación» iniciática, la primera directamente y la segunda por vía de consecuencia, puesto que es la vibración original del Fiat Lux la que determina el comienzo del proceso cosmogónico por el que el «caos» será ordenado para devenir el «cosmos» (NA: Cf. El Reino de la Cantidad y los Signos de los Tiempos, cap. III.). Las tinieblas representan siempre, en el simbolismo tradicional, el estado de las potencialidades no desarrolladas que constituyen el «caos» (NA: Hay también otro sentido superior del simbolismo de las tinieblas, que se refiere al estado de no manifestación principial; pero aquí no vamos a considerar más que su sentido inferior y propiamente cosmogónico.); y, correlativamente, la luz se pone en relación con el mundo manifestado, en el que estas potencialidades serán actualizadas, es decir, el «cosmos» (NA: La palabra sánscrita Loka, «mundo», derivada de la raíz Lok que significa «ver», tiene una relación directa con la luz, como lo muestra por lo demás la aproximación con el latín lux; por otra parte, la vinculación de la palabra «Logia» a loka, verosímilmente posible por la intermediación del latín locus que es idéntica a ésta, está lejos de estar desprovista de sentido, puesto que la Logia se considera como un símbolo del mundo o del «cosmos»: es propiamente, por oposición a las «tinieblas exteriores» que corresponden al mundo profano, «el lugar iluminado y regular», donde todo se hace según el rito, es decir, conformemente al «orden» (rita).), siendo esta actualización determinada o «medida» a cada momento del proceso de manifestación, por la extensión de los «rayos solares» salidos del punto central donde ha sido proferido el Fiat Lux inicial. 1012 APERCEPCIONES SOBRE LA INICIACIÓN SOBRE DOS DIVISAS INICIÁTICAS

Por otra parte, el «cosmos», en tanto que «orden» o conjunto ordenado de posibilidades, no sólo es sacado del «caos» en tanto que estado «no ordenado», sino que es producido propiamente también a partir de éste (ab Chao), donde estas mismas posibilidades están contenidas en el estado potencial e «indistinguido», y que es así la materia prima (en un sentido relativo, es decir, más exactamente y en relación a la verdadera materia prima o substancia universal, la materia secunda de un mundo particular) (NA: Cf. El Reino de la Cantidad y los Signos de los Tiempos, cap. II.) o el punto de partida «substancial» de la manifestación de este mundo, del mismo modo que el Fiat Lux es, por su lado, su punto de partida «esencial». De una manera análoga, el estado del ser anteriormente a la iniciación constituye la substancia «indistinguida» de todo lo que él podrá devenir efectivamente a continuación (NA: Es propiamente la «piedra bruta» (rough ashlar) del simbolismo masónico.), puesto que, así como ya lo hemos dicho precedentemente, la iniciación no puede tener como efecto introducir en él posibilidades que no hubieran estado latentes en él (y, por lo demás, esa es la razón de ser de las cualificaciones requeridas como condición previa), de la misma manera que el Fiat Lux cosmogónico no agrega «substancialmente» nada a las posibilidades del mundo para el que se profiere; pero estas posibilidades aún no se encuentran en él más que en el estado «caótico y tenebroso» (NA: O «informe y vacío», según otra traducción, por lo demás casi equivalente en el fondo, del thohû va-bohû del Génesis, que Fabre de Olivet traduce por «potencia contingente de ser en una potencia de ser», lo que, en efecto, expresa bastante bien el conjunto de las posibilidades particulares contenidas y como enrolladas, en el estado potencial, en la propia potencialidad misma de este mundo (o estado de existencia) considerado en su integralidad.), y es menester la «iluminación» para que puedan comenzar a ordenarse y, por eso mismo, a pasar de la potencia al acto. En efecto, debe comprenderse bien que este paso no se efectúa instantáneamente, sino que se prosigue en el curso de todo el trabajo iniciático, del mismo modo que, desde el punto de vista «macrocósmico», este paso se prosigue durante todo el curso del ciclo de manifestación del mundo considerado; el «cosmos» o el «orden» no existe todavía más que virtualmente por el hecho del Fiat Lux inicial (que, en sí mismo, debe ser considerado como teniendo un carácter propiamente «intemporal», puesto que precede al desarrollo del ciclo de manifestación y, por consiguiente, no puede situarse en el interior de éste), y, del mismo modo, la iniciación no está cumplida más que virtualmente por la comunicación de la influencia espiritual cuya luz es en cierto modo su «soporte» ritual. 1016 APERCEPCIONES SOBRE LA INICIACIÓN SOBRE DOS DIVISAS INICIÁTICAS

Las demás consideraciones que se pueden deducir aún de la divisa Ordo ab Chao se refieren más bien al papel de las organizaciones iniciáticas con respecto al mundo exterior: puesto que, como acabamos de decirlo, la realización del «orden», en tanto que no constituye más que uno con la manifestación misma en el dominio de un estado de existencia tal como nuestro mundo, se prosigue de una manera continua hasta el agotamiento de las posibilidades que están implicadas en ella (agotamiento por el que se alcanza el extremo límite hasta donde puede extenderse la «medida» de este mundo), todos los seres que son capaces de tomar consciencia de ello deben, cada uno en su sitio y según sus posibilidades propias, concurrir efectivamente a esta realización, que se designa también, en el orden general y exterior, como la realización del «plan del Gran Arquitecto del Universo», al mismo tiempo que cada uno de ellos, por el trabajo iniciático propiamente dicho, realiza en sí mismo, interiormente y en particular, el plan que corresponde a éste desde el punto de vista «microcósmico». Se puede comprender fácilmente que esto sea susceptible, en todos los dominios, de aplicaciones diversas y múltiples; así, en lo que concierne más especialmente al orden social, aquello de lo que se trata podrá traducirse por la constitución de una organización tradicional completa, bajo la inspiración de las organizaciones iniciáticas que, al constituir su parte esotérica, serán como el «espíritu» mismo de todo el conjunto de esta organización social (NA: Es lo que, en conexión con la divisa de la que hablamos al presente, se designa en la Masonería escocesa como el «reino del Sacro Imperio», por un recuerdo evidente de la constitución de la antigua «Cristiandad», considerada como una aplicación del «arte real» en una forma tradicional particular.); y esto representa bien, en efecto, incluso bajo el aspecto exotérico, un «orden» verdadero, por oposición al «caos» representado por el estado puramente profano al cual corresponde la ausencia de una tal organización. 1018 APERCEPCIONES SOBRE LA INICIACIÓN SOBRE DOS DIVISAS INICIÁTICAS

Mencionaremos también, sin insistir más en ello, otra significación de un carácter más particular, que, por lo demás, se relaciona bastante directamente con la que acabamos de indicar en último lugar, ya que se refiere en suma al mismo dominio: esta significación se refiere a la utilización, para hacerlas concurrir a la realización del mismo plan de conjunto, de organizaciones exteriores, inconscientes de este plan como tales, y aparentemente opuestas las unas a las otras, bajo una dirección «invisible» única, que está ella misma más allá de todas las oposiciones; ya hemos hecho alusión a ello precedentemente, al señalar que esto había encontrado su aplicación, de una manera particularmente clara, en la tradición extremo oriental. En sí mismas, las oposiciones, por la acción desordenada que producen, constituyen en efecto una suerte de «caos» al menos aparente; pero se trata precisamente de hacer servir a este «caos» mismo (tomándolo en cierto modo como la «materia» sobre la cual se ejerce la acción del «espíritu» representado por las organizaciones iniciáticas del orden más elevado y más «interior») a la realización del «orden» general, del mismo modo que, en el conjunto del «cosmos», todas las cosas que parecen oponerse entre sí por eso no son menos realmente, en definitiva, elementos del orden total. Para que sea efectivamente así, es menester que lo que preside el «orden» desempeñe, en relación al mundo exterior, la función del «motor inmóvil»: éste, al estar en el punto fijo que es el centro de la «rueda cósmica», es por eso mismo como el quicio alrededor del cual gira esta rueda, la norma sobre la que se regula su movimiento; no puede serlo sino porque él mismo no participa en ese movimiento, y lo es sin tener que intervenir en él expresamente, y, por consiguiente, sin mezclarse de ninguna manera con la acción exterior, que pertenece toda entera a la circunferencia de la rueda (NA: Es la definición misma de la «actividad no actuante» de la tradición taoísta, y es también lo que hemos llamado precedentemente una «acción de presencia».). Todo lo que es arrastrado en las revoluciones de ésta no son más que modificaciones contingentes que cambian y pasan; únicamente permanece lo que, estando unido al principio, está invariablemente en el centro, inmutable como el Principio mismo; y el centro, al que nada puede afectar en su unidad indiferenciada, es el punto de partida de la multitud indefinida de estas modificaciones que constituyen la manifestación universal; y es también, al mismo tiempo, su punto de conclusión, ya que es en relación a él como se ordenan todas finalmente, del mismo modo que las potencias de todo ser se ordenan necesariamente en vista de su reintegración final a la inmutabilidad principial. 1020 APERCEPCIONES SOBRE LA INICIACIÓN SOBRE DOS DIVISAS INICIÁTICAS

Hemos hecho alusión hace un momento al acto del Verbo que produce la «iluminación» que está en el origen   de toda manifestación, y que se encuentra analógicamente en el punto de partida del proceso iniciático; esto, aunque esta cuestión pueda parecer un poco fuera del tema principal de nuestro estudio (pero, en razón de la correspondencia de los puntos de vista «macrocósmico» y «microcósmico», eso no es más que una apariencia), nos lleva a señalar la estrecha conexión que existe, desde el punto de vista cosmogónico, entre el sonido y la luz, y que se expresa muy claramente por la asociación e incluso la identificación establecida en el comienzo del Evangelio de San Juan, entre los términos Verbum, Lux et Vita (NA: No carece de interés notar a este propósito que, en las organizaciones masónicas que han conservado más completamente las antiguas formas rituales, la Biblia   colocada sobre el altar debe estar abierta precisamente en la primera página del Evangelio de San Juan.). Se sabe que la tradición hindú, que considera la «luminosidad» (taijasa) como caracterizando propiamente al estado sutil (y veremos enseguida la relación de ésta con el último de los tres términos que acabamos de recordar), afirma por otra parte la primordialidad del sonido (shabda) entre las cualidades sensibles, como correspondiendo al éter (âkâsha) entre los elementos; así enunciada, esta afirmación se refiere inmediatamente al mundo corporal, pero, al mismo tiempo, es susceptible también de transposición a otros dominios (NA: Por lo demás, esto resulta evidentemente por el hecho de que la teoría sobre la que reposa la ciencia de los mantras (mantra-vidyâ) distingue diferentes modalidades del sonido: parâ o no manifestado, pashyantî y vaikharî, que es la palabra articulada; únicamente esta última se refiere propiamente al sonido como cualidad sensible, perteneciente al orden corporal.), ya que, en realidad, no hace más que traducir, al respecto de este mundo corporal que no representa en suma más que un simple caso particular, el proceso mismo de la manifestación universal. Si se considera ésta en su integridad, esta misma afirmación deviene la de la producción de todas las cosas en cualquier estado que sea, por el Verbo o la Palabra Divina, que está así en el comienzo o, para decirlo mejor (puesto que en eso se trata de algo esencialmente «intemporal»), en el principio de toda manifestación (NA: Son las primeras palabras mismas del Evangelio de San Juan: In principio erat Verbum.), lo que se encuentra también indicado expresamente en el comienzo del Génesis hebraico, donde se ve, así como ya lo hemos dicho, que la primera palabra proferida, como punto de partida de la manifestación, es el Fiat Lux por el que es iluminado y organizado el caos de las posibilidades; esto establece precisamente la relación directa que existe, en el orden principial, entre lo que puede designarse analógicamente como el sonido y la luz, es decir, en suma, aquello de lo que el sonido y la luz, en el sentido ordinario de estas palabras, son las expresiones respectivas en nuestro mundo. 1026 APERCEPCIONES SOBRE LA INICIACIÓN «VERBUM, LUX ET VITA»

El título mismo del presente volumen requiere algunas explicaciones que debemos proporcionar ante todo, a fin de que se sepa bien cómo lo entendemos y de que no haya a este respecto ningún equívoco. Que se pueda hablar de una crisis del mundo moderno, tomando esta palabra de «crisis» en su acepción más ordinaria, es una cosa que muchos ya no ponen en duda, y, a este respecto al menos, se ha producido un cambio bastante sensible: bajo la acción misma de los acontecimientos, algunas ilusiones comienzan a disiparse, y, por nuestra parte, no podemos más que felicitarnos por ello, ya que en eso, a pesar de todo, hay un síntoma bastante favorable, el indicio de una posibilidad de enderezamiento de la mentalidad contemporánea, algo que aparece como un débil vislumbre en medio del caos actual. Es así como la creencia en un «progreso» indefinido, que hasta hace poco se tenía todavía por una suerte de dogma intangible e indiscutible, ya no se admite tan generalmente; algunos entrevén más o menos vagamente, más o menos confusamente, que la civilización occidental, en lugar de continuar siempre desarrollándose en el mismo sentido, podría llegar un día a un punto de detención, o incluso zozobrar enteramente en algún cataclismo. Quizás esos no ven claramente dónde está el peligro, y los miedos quiméricos o pueriles que manifiestan a veces, prueban suficientemente la persistencia de muchos errores en su espíritu; pero en fin, ya es algo que se den cuenta de que hay un peligro, incluso si le sienten más de lo que le comprenden verdaderamente, y que lleguen a concebir que esta civilización de la que los modernos están tan infatuados no ocupa un sitio privilegiado en la historia del mundo, que puede tener la suerte que tantas otras que ya han desaparecido en épocas más o menos lejanas, y de las cuales algunas no han dejado tras de ellas más que rastros ínfimos, vestigios apenas perceptibles o difícilmente reconocibles. 1055 LA CRISIS DEL MUNDO MODERNO PREFACIO

Bajo esta relación también, la misma cosa se produce en el orden científico: es la investigación por la investigación, mucho más todavía que por los resultados parciales y fragmentarios en los que desemboca; es la sucesión cada vez más rápida de teorías y de hipótesis sin fundamento, que, apenas edificadas, se vienen abajo para ser reemplazadas por otras que durarán menos todavía, verdadero caos en medio del cual sería vano buscar algunos elementos definitivamente adquiridos, si no es una monstruosa acumulación de hechos y de detalles que no pueden probar ni significar nada. Aquí hablamos, bien entendido, de lo que concierne al punto de vista especulativo, en la medida en que subsiste todavía; en lo que concierne a las aplicaciones prácticas, hay al contrario resultados incontestables, y eso se comprende sin esfuerzo, puesto que estas aplicaciones se refieren inmediatamente al dominio material, y puesto que este dominio es precisamente el único donde el hombre moderno pueda jactarse de una superioridad real. Así pues, es menester esperar que los descubrimientos o más bien las invenciones mecánicas e industriales vayan aún desarrollándose y multiplicándose, cada vez más rápido ellas también, hasta el fin de la edad actual; ¿y quién sabe si, con los peligros de destrucción que llevan en sí mismas, no serán uno de los principales agentes de la última catástrofe, si las cosas llegan a un punto tal que ésta no pueda ser evitada? 1123 LA CRISIS DEL MUNDO MODERNO CAPÍTULO III

Capítulo VI — El caos social 1173 LA CRISIS DEL MUNDO MODERNO CAPÍTULO VI

Estas pocas reflexiones nos parecen suficientes para caracterizar el estado social del mundo contemporáneo, y para mostrar al mismo tiempo que, en este dominio tanto como en todos los demás, no puede haber más que un solo medio de salir del caos: la restauración de la intelectualidad y, por consiguiente, la reconstitución de una élite, que, actualmente, debe considerarse como inexistente en Occidente, ya que no se puede dar este nombre a algunos elementos aislados y sin cohesión, que no representan en cierto modo más que posibilidades no desarrolladas. En efecto, estos elementos no tienen en general más que tendencias o aspiraciones, que les llevan sin duda a reaccionar contra el espíritu moderno, pero sin que su influencia pueda ejercerse de una manera efectiva; lo que les falta, es el verdadero conocimiento, son los datos tradicionales que no se improvisan, y a los cuales una inteligencia librada a sí misma, sobre todo en circunstancias tan desfavorables a todos los respectos, no puede suplir sino muy imperfectamente y en una medida muy débil. Así pues, no hay más que esfuerzos dispersos y que frecuentemente se extravían, a falta de principios y de dirección doctrinal: se podría decir que el mundo moderno se defiende por su propia dispersión, a la que sus adversarios mismos no llegan a sustraerse. Ello será así mientras éstos se queden sobre el terreno «profano», donde el espíritu moderno tiene una ventaja evidente, puesto que es ese su dominio propio y exclusivo; y, por lo demás, si se quedan ahí, es porque este espíritu tiene todavía sobre ellos, a pesar de todo, una fortísima presa. Por eso es por lo que tantas gentes, animadas no obstante de una buena voluntad incontestable, son incapaces de comprender que es menester necesariamente comenzar por los principios, y se obstinan en malgastar sus fuerzas en tal o cual dominio relativo, social u otro, donde en estas condiciones, no puede llevarse a cabo nada real ni duradero. La élite verdadera, al contrario, no tendría que intervenir directamente en esos dominios ni mezclarse con la acción exterior; dirigiría todo por una influencia inasequible al vulgo, y tanto más profunda cuanto menos aparente fuera. Si se piensa en el poder de las sugestiones de las que hablábamos más atrás, y que sin embargo no suponen ninguna intelectualidad verdadera, se puede sospechar lo que sería, con mayor razón, el poder de una influencia como esa, ejerciéndose de una manera todavía más oculta en razón de su naturaleza misma, y tomando su fuente en la intelectualidad pura, poder que, por lo demás, en lugar de ser disminuido por la división inherente a la multiplicidad y por la debilidad que conlleva todo lo que es mentira o ilusión, sería al contrario intensificado por la concentración en la unidad principial y se identificaría a la fuerza misma de la verdad. 1187 LA CRISIS DEL MUNDO MODERNO CAPÍTULO VI

M. Massis la emprende contra lo que llama «propagandistas orientales», expresión que encierra en sí misma una contradicción, puesto que el espíritu de propaganda, ya lo hemos dicho muy frecuentemente, es algo completamente occidental; y eso solo ya indica claramente que ahí hay algo equivocado. De hecho, entre los propagandistas señalados, podemos distinguir dos grupos, el primero de los cuales está constituido por puros occidentales; sería verdaderamente cómico, si no fuera el signo de la más deplorable ignorancia de las cosas de Oriente, ver que se hace figurar a Alemanes y a Rusos entre los representantes del espíritu oriental; el autor hace a su respecto observaciones de las que algunas son muy justas, pero, ¿por qué no los muestra claramente como lo que son en realidad? A este primer grupo agregamos también los «teosofistas» anglosajones y todos los inventores de otras sectas del mismo género, cuya terminología oriental no es más que una máscara destinada a imponerse a los ingenuos y a las gentes mal informadas, y que no recubre más que algunas ideas tan extrañas a Oriente como queridas al Occidente moderno; por lo demás, esos son más peligrosos que los simples filósofos, en razón de sus pretensiones a un «esoterismo» que no poseen tampoco, pero que simulan fraudulentamente para atraer hacia ellos a los espíritus que buscan otra cosa que especulaciones «profanas» y que, en medio del caos presente, no saben donde dirigirse; por nuestra parte, nos extrañamos un poco de que M. Massis no diga casi nada al respecto. En cuanto al segundo grupo, encontramos en él algunos de esos orientales occidentalizados de los que hemos hablado hace un momento, y que, dado que son tan ignorantes como los precedentes de las verdaderas ideas orientales, serían muy incapaces de extenderlas en Occidente, suponiendo que tuviesen la intención de ello; por lo demás, la meta que se proponen realmente es completamente contraría a eso, puesto que es destruir esas mismas ideas en Oriente, y presentar al mismo tiempo a los occidentales su Oriente modernizado, acomodado a las teorías que se les han enseñado en Europa o en América; verdaderos agentes de la más nefasta de todas las propagandas occidentales, de la que ataca directamente a la inteligencia, es para el Oriente para el que son un peligro, y no para el Occidente del cual no son más que el reflejo. En lo que concierne a los verdaderos orientales, M. Massis no menciona ni uno solo, y le hubiera costado mucho trabajo hacerlo, ya que ciertamente no conoce a ninguno; la imposibilidad en que se encontraba para citar el nombre de un solo oriental que no estuviera occidentalizado hubiera debido darle que reflexionar y hacerle comprender que los «propagandistas orientales» son perfectamente inexistentes. 1223 LA CRISIS DEL MUNDO MODERNO CAPÍTULO VIII

Las tres fases a las cuales se refieren respectivamente las tres partes de la Divina Comedia pueden explicarse también por la teoría hindú de los tres gunas, que son las cualidades o más bien las tendencias fundamentales de las que procede todo ser manifestado; según que una u otra de estas tendencias predomine en ellos, los seres se reparten jerárquicamente en el conjunto de los tres mundos, es decir, de todos los grados de la existencia universal. Los tres gunas son: sattwa, la conformidad a la esencia pura del Ser, que es idéntica a la luz del Conocimiento, simbolizado por la luminosidad de las esferas celestes que representan los estados superiores; rajas, la impulsión que provoca la expansión del ser en un estado determinado, tal como el estado humano, o, si se quiere, el despliegue de este ser en un cierto nivel de la existencia; finalmente, tamas, la obscuridad, asimilada a la ignorancia, raíz tenebrosa del ser considerado en sus estados inferiores. Así, sattwa, que es una tendencia ascendente, se refiere a los estados superiores y luminosos, es decir, a los Cielos, y tamas, que es una tendencia descendente, se refiere a los estados inferiores y tenebrosos, es decir, a los Infiernos; rajas, que se podría representar por una extensión en el sentido horizontal, se refiere al mundo intermediario, que es aquí el «mundo del hombre», puesto que es nuestro grado de existencia el que tomamos como término de comparación, y que debe ser considerado como comprendiendo la Tierra con el Purgatorio, es decir, el conjunto del mundo corporal y del mundo psíquico. Se ve que esto corresponde exactamente a la primera de las dos maneras de considerar la división de los tres mundos que hemos mencionado precedentemente; y el paso de uno a otro de estos tres mundos puede ser descrito como resultando de un cambio en la dirección general del ser, o de un cambio del guna que, al predominar en él determina esta dirección. Existe precisamente un texto vêdico en el que los tres gunas son presentados así como convirtiéndose el uno en el otro procediendo en ello según un orden ascendente: «Todo era tamas: Él (el Supremo Brahma) ordenó un cambio, y tamas tomó el tinte (es decir, la naturaleza) de rajas (intermediario entre la obscuridad y la luminosidad); y rajas, habiendo recibido de nuevo un mandato, revistió la naturaleza de sattwa». Este texto da como un esquema de la organización de los tres mundos, a partir del caos primordial de las posibilidades, conformemente al orden de generación y de encadenamiento de los ciclos de la existencia universal. Por lo demás, cada ser, para realizar todas estas posibilidades, debe pasar, en lo que le concierne particularmente, por los estados que corresponden respectivamente a estos diferentes ciclos, y es por eso por lo que la iniciación, que tiene como meta el cumplimiento total del ser, se efectúa necesariamente por las mismas fases: el proceso iniciático reproduce rigurosamente el proceso cosmogónico, según la analogía constitutiva del Macrocosmo y del Microcosmo (Puesto que la teoría de los tres gunas se refiere a todos los modos posibles de la manifestación universal, es naturalmente susceptible de aplicaciones múltiples; una de estas aplicaciones, que concierne especialmente al mundo sensible, se encuentra en la teoría cosmológica de los elementos; pero aquí no teníamos que considerar más que su significación general, puesto que se trataba solo de explicar la repartición de todo el conjunto de la manifestación según la división jerárquica de los tres mundos, y de indicar el alcance de esta repartición desde el punto de vista iniciático.). 1588 EL ESOTERISMO DE DANTE   CAPÍTULO VI

El conjunto de las posibilidades formales y el de las posibilidades informales son lo que las diferentes doctrinas tradicionales simbolizan respectivamente por las «Aguas inferiores» y las «Aguas superiores» ( La separación de las Aguas, bajo el punto de vista cosmogónico, se encuentra descrita concretamente al comienzo del Génesis ( I, 6-7 ). ); las Aguas de una manera general y en el sentido más extenso, representan la Posibilidad, entendida como la «perfección pasiva» ( Ver Le Symbolisme de la Croix  , cap. XXIII. ), o el principio universal que, en el Ser, se determina como la «substancia» ( aspecto potencial del Ser ); en este último caso, ya no se trata más que de la totalidad de las posibilidades de manifestación, puesto que las posibilidades de no manifestación están más allá del Ser ( Ver L’Homme et son devenir selon le Vêdânta, cap. V. ). La «superficie de las Aguas», o su plano de separación, que hemos descrito en otra parte como el plano de reflexión del «Rayo Celeste» ( Ver Le Symbolisme de la Croix, cap. XXIV.- Es también, en el simbolismo hindú, el plano según el cual el Brahmânda o «Huevo del Mundo», en cuyo centro del cual reside Hiranyagarbha o «Germen de Oro», se divide en dos mitades; este «Huevo del Mundo» es por lo demás representado frecuentemente como flotando en la superficie de las Aguas primordiales ( ver L’Homme et son devenir selon le Vêdânta, cap. V y XIII ). ), marca por consiguiente el estado en el que se opera el paso de lo individual a lo universal, y el símbolo bien conocido de «caminar sobre las Aguas» figura la liberación de la forma, o la liberación de la condición individual ( Nârâyana, que es uno de los nombres de Vishnu en la tradición hindú, significa literalmente «El que camina sobre las Aguas»; hay en eso una aproximación con la tradición evangélica que se impone por sí misma. Naturalmente, aquí como por todas partes, la significación simbólica no menoscaba en nada el carácter histórico que tiene en el segundo caso el hecho considerado, hecho que, por lo demás, es tanto menos contestable cuanto que su realización, que corresponde a la obtención de un cierto grado de iniciación efectiva, es mucho menos rara de lo que se supone de ordinario. ). El ser que ha llegado al estado que corresponde para él a la «superficie de las Aguas», pero sin elevarse todavía por encima de éste, se encuentra como suspendido entre dos caos, en los que, primeramente, todo es confusión y obscuridad ( tamas ), hasta el momento en el que se produce la iluminación que determina su organización armónica en el paso de la potencia al acto, y por la cual se opera, como por el Fiat Lux cosmogónico, la jerarquización que hará salir el orden del caos ( Ver Le Symbolisme de la Croix, XXIV y XXVII. ). 1858 EMS LOS DOS CAOS

Esta consideración a los dos caos, que corresponde a lo formal y a lo informal, es indispensable para la comprehensión de un gran número de figuraciones simbólicas y tradicionales ( Cf. concretamente el simbolismo extremo oriental del Dragón, que corresponde de una cierta manera a la concepción teológica occidental del Verbo como «el lugar de los posibles» ( Ver L’Homme et son devenir selon le Vêdânta, cap. XVI ). ); por eso es por lo que hemos tenido que mencionarla especialmente aquí. Por lo demás, aunque ya hayamos tratado esta cuestión en nuestro precedente estudio, se vinculaba muy directamente con nuestro tema presente como para que no nos fuera posible recordarla al menos brevemente. 1860 EMS LOS DOS CAOS

Hemos visto más atrás que la Tierra aparece por su cara «dorsal» y el Cielo por su cara «ventral»; por eso es por lo que el yin está «en el exterior», mientras que el yang está «en el interior» (NA: Expresada bajo esta forma, la cosa es inmediatamente comprehensible para la mentalidad extremo oriental; pero debemos reconocer que, sin las explicaciones que hemos dado precedentemente sobre este punto, el lazo así establecido entre las dos proposiciones tendría la naturaleza de desconcertar singularmente la lógica especial de los Occidentales.). En otros términos, las influencias terrestres, que son yin, son las únicas sensibles, y las influencias celestes, que son yang, escapan a los sentidos y no pueden ser aprehendidas más que por las facultades intelectuales. En eso reside una de la razones por las que, en los textos tradicionales, el yin se nombra generalmente antes que el yang, lo que puede parecer contrario a la relación jerárquica que existe entre los principios a los que corresponden, es decir, entre el Cielo y la Tierra, en tanto que son el polo superior y el polo inferior de la manifestación; esta inversión del orden de los dos términos complementarios es característica de un cierto punto de vista cosmológico, que es también el del Sânkhya hindú, donde Prakriti figura igualmente al comienzo de la enumeración de l