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Obras: arcángel

sexta-feira 2 de fevereiro de 2024

  

Decíamos hace un momento que la iniciación debe tener un origen   «no humano», ya que, sin eso, no podría alcanzar de ninguna manera su meta final, que rebasa el dominio de las posibilidades individuales; es por eso por lo que los verdaderos ritos iniciáticos, como lo hemos indicado precedentemente, no pueden ser referidos a autores humanos, y, de hecho, nunca se les conocen tales autores (NA: Algunas atribuciones a personajes legendarios, o más exactamente simbólicos, no podrían considerarse de ninguna manera como teniendo un carácter «histórico», sino que, al contrario, confirman plenamente lo que decimos aquí.), como tampoco se conocen inventores de los símbolos tradicionales, y por la misma razón, ya que los símbolos son igualmente «no humanos» en su origen y en su esencia (NA: Las organizaciones esotéricas islámicas se transmiten un signo de reconocimiento que, según la tradición, fue comunicado al Profeta por el arcángel Gabriel mismo; no se podría indicar más claramente el origen «no humano» de la iniciación.); y, por lo demás, entre los ritos y los símbolos, hay unos lazos muy estrechos que examinaremos más tarde. En todo rigor, se puede decir que, en casos como esos, no hay origen «histórico», puesto que el origen real se sitúa en un mundo al que no se aplican las condiciones de tiempo y de lugar que definen los hechos históricos como tales; y es por eso por lo que estas cosas escaparán siempre inevitablemente a los métodos de investigación profanos, que, en cierto modo por definición, no pueden dar resultados relativamente válidos más que en el orden puramente humano (NA: Observamos a este propósito que aquellos que, con intenciones «apologéticas», insisten sobre lo que ellos llaman, con un término por lo demás bastante bárbaro, la «historicidad» de una religión, hasta el punto de ver en ello algo completamente esencial e incluso de subordinarle a veces las consideraciones doctrinales (mientras que, al contrario, los hechos históricos mismos no valen verdaderamente sino en tanto que pueden ser tomados como símbolos de realidades espirituales) cometen un grave error en detrimento de la «transcendencia» de esa religión. Un error tal, que, por lo demás, da testimonio de una concepción fuertemente «materializada» y de la incapacidad de elevarse a un orden superior, puede ser considerado como una perniciosa concesión al punto de vista «humanista», es decir, individualista y antitradicional, que caracteriza propiamente el espíritu occidental moderno.). 321 APERCEPCIONES SOBRE LA INICIACIÓN DE LA TRANSMISIÓN INICIÁTICA

Pero esto no es todo: de la idea de un Dios "en devenir", que no les pertenece exclusivamente y de la que se puede encontrar más de un ejemplo en el pensamiento moderno, los Mormones han pasado pronto a la de una pluralidad de dioses que forman una jerarquía indefinida. En efecto, le fue revelado a Smith "que nuestra actual Biblia   sólo era un texto truncado y pervertido, al cual tenía la misión de devolver su pureza original", y que el primer versículo del Génesis debía ser interpretado así: "el Dios jefe engendró a los demás dioses con el cielo y la tierra". Además, "cada uno de estos dioses es el Dios especial de los espíritus de toda carne que habita en el mundo que él ha formado". Finalmente, cosa aún más extraordinaria, una revelación de Brigham Young, en 1853, nos enseña que el Dios de nuestro planeta es Adán, que no es más que otra forma del arcángel Miguel: "Cuando nuestro padre Adán vino a Edén, trajo consigo a Eva, una de sus mujeres. Él ayudó a la organización de este mundo. Él es Miguel, el Anciano de los Días. Él es nuestro padre y nuestro Dios, el único Dios con el que nosotros tenemos relación". En estas fantásticas historias hay dos cosas que nos recuerdan ciertas especulaciones rabínicas, mientras que, por otra parte, no podemos dejar de pensar en el "pluralismo" de William James  ; ¿no estarán los Mormones entre los primeros en haber formulado el concepto, caro a los pragmatistas, de un Dios limitado, el "Invisible Rey" de Wells? 5066 MISCELÁNEA LOS ORÍGENES DEL MORMONISMO

En otra oportunidad (Ver nuestro estudio sobre La ciencia de las letras (cap. VI de esta compilación)), en conexión con la designación de la lengua "adámica" como "lengua siríaca", hemos mencionado a la Siria primitiva, cuyo nombre significa propiamente la "tierra solar", y de la cual Homero   habla como de una isla situada "allende Ogigia", lo que no permite identificarla sino con la Thulê o Tula hiperbórea; y "allí están las revoluciones del Sol", expresión enigmática que, naturalmente, puede referirse al carácter "circumpolar" de esas revoluciones, pero que, a la vez, puede también aludir a un trazado del ciclo zodiacal sobre esta tierra misma, lo cual explicaría que tal trazado haya sido reproducido en una región destinada a ser una imagen de ese centro. Alcanzamos aquí la explicación de esas confusiones que señalábamos al comienzo, pues éstas han podido originarse, de manera en cierto modo normal, de la asimilación de la imagen al centro originario; y, especialmente, es muy difícil ver otra cosa que una confusión de este género en la identificación de Glastonbury con la isla de Ávalon (Se la ha querido identificar también con la "isla de vidrio" de que se habla en ciertas partes de la leyenda del Graal; es probable que también aquí se trate de una confusión con algún otro centro más oculto, o, si se quiere, más alejado en el espacio y en el tiempo, aunque esa designación no se aplica sin duda al centro primordial mismo). En efecto, semejante identificación es incompatible con el hecho de que esa isla se considera siempre como un lugar inaccesible; y, por otra parte, contradice igualmente la opinión, mucho más plausible, que ve en la misma región del Somerset el "reino de Logres", del cual se dice, en efecto, que estaba situado en Gran Bretaña; y pudiera ser que ese "reino de Logres", al cual se habría considerado territorio sagrado, derivase su nombre del Lug céltico, que evoca a la vez la idea de "Verbo" y la de "Luz". En cuanto al nombre de Ávalon, es visiblemente idéntico al de Ablun o Belen, es decir, al del Apolo céltico e hiperbóreo (Sabido es que el Mont-Saint-Michel se llamaba antiguamente Tombelaine, es decir el Tumulus o monte de Belen (y no la "tumba de Helena", según una interpretación por entero reciente y fantasiosa); da sustitución del nombre de Belen por el de un arcángel solar no altera en absoluto el sentido, como es evidente; y, cosa curiosa, también se encuentra "Saint Michael’s Hill" en la región correspondiente al antiguo "reino de Logres"), de suerte que la isla de Ávalon no es sino otra designación de la "tierra solar", que, por lo demás, fue transportada simbólicamente del norte al oeste en determinada época, en correspondencia con uno de los principales cambios sobrevenidos en las formas tradicionales en el curso de nuestro Manvántara (Esta transferencia, como así también la de Sapta-Rksha de la Osa Mayor a las Pléyades, corresponde particularmente a un cambio del punto inicial del año, primero solsticial y luego equinoccial. La significación de "manzana" dada al nombre de Ávalon, sin duda secundariamente, en las lenguas célticas, no está en modo alguno en oposición con lo que acabamos de decir, pues se trata entonces de las manzanas de oro del "Jardín de las Hespérides", es decir, de los frutos solares del "Árbol del Mundo". (Sobre el Sapta-Rksha, ver cap. XXIV. (N. del T))). 6777 SFCS   LA TIERRA DEL SOL

Acerca del doble sentido de los símbolos, es de notar que el número 666 tampoco tiene significación exclusivamente maléfica; si bien es "el número de la Bestia", es ante todo un número solar, y, como en otro lugar hemos dicho (Le Roi du Monde, cap. V), el de Hajatrî’el o "Ángel de la Corona". Por otra parte, el mismo número resulta del nombre Sôrat, que es, según los cabalistas, el demonio solar, opuesto como tal al arcángel Mîja’el, y esto se refiere a las dos caras de Metratón (Ibid., cap. III); Sôrat es, además, el anagrama de setûr, que significa "cosa escondida": ¿es éste el "nombre de misterio" de que habla el Apocalipsis? Pero, si satar significa ’ocultar’, significa también ’proteger’; y en árabe la misma palabra sátar evoca casi únicamente la idea de ’protección’, e incluso a menudo la de una protección divina y providencial (¿Se podría, sin exceso de fantasía lingüística, relacionar estas palabras con el griego sôtèr, ’salvador’? ¿Y ha de decirse, a este respecto, que puede y aun debe existir una singular semejanza entre las designaciones de Cristo (en árabe) (el-Messih) y del Anticristo (el MessÎj)? (Véase sobre este asunto Le Régne de la quantité et les signes des temps. cap. XXXIX)); también aquí las cosas son, pues, mucho menos simples de lo que las creen quienes no las ven sino de un lado. 6866 SFCS SHET