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Obras: Evola

sexta-feira 2 de fevereiro de 2024

  

Bajo este título: La Tradizione Ermetica nei suoi Simboli, nella sua Dottrina e nella sua «Ars Regia (I Vol. G. Laterza, Bari, 1931. Esta obra ha aparecido después de entonces en traducción francesa. )», M. J. Evola   acaba de publicar una obra interesante a muchos respectos, pero que muestra una vez más, si había necesidad de ello, la oportunidad de lo que hemos escrito recientemente sobre las relaciones de la iniciación sacerdotal y de la iniciación real (Ver Apercepciones sobre la Iniciación, cap. XL. ). Reencontramos ahí en efecto esa afirmación de independencia de la segunda, a la cual el autor quiere precisamente vincular el hermetismo, y esa idea de dos tipos Tradicionales distintos, hasta incluso irreductibles, contemplativo el uno y activo el otro, que serían, de una manera general, respectivamente característicos de oriente y de occidente. También debemos hacer ciertas reservas sobre la interpretación que se da al simbolismo hermético, en la medida en que la misma está influenciada por una tal concepción, aunque, por otra parte, muestra bien que la verdadera alquimia   es de orden espiritual y no material, lo que es la exacta verdad y una verdad muy frecuentemente desconocida o ignorada de los modernos que tienen la pretensión de tratar estas cuestiones. Formas Tradicionales y Ciclos Cósmicos : LA TRADICIÓN HERMÉTICA

Aprovecharemos de esta ocasión para precisar todavía algunas nociones importantes, y en primer lugar la significación que conviene atribuir al término «hermetismo» en sí mismo, que algunos de nuestros contemporáneos parecen emplear un poco a diestro y siniestro. Este término indica que se trata esencialmente de una Tradición de origen   egipcio, revestida después de una forma helenizada, sin duda en la época alejandrina, y transmitida bajo esta forma, en la Edad Media, a la vez al mundo islámico y al mundo cristiano, y, agregaremos que al segundo en gran parte por la intermediación del primero, como lo prueban los numerosos términos árabes o arabizados adoptados por los hermetistas europeos, comenzando por el término mismo de «alquimia» (el-Kimia) (Este término es árabe en su forma, pero no en su raíz; deriva verosímilmente del nombre de Kémi o «Tierra negra» dado al antiguo Egipto. ). Sería pues del todo ilegítimo extender esta designación a otras formas Tradicionales, como lo sería otro tanto por ejemplo, llamar «Qabbalah  » a otra cosa que el esoterismo hebraico; no es, bien entendido, que no existan equivalencia de ello en otras partes, y existen incluso, de suerte que esta ciencia Tradicional que es la alquimia tiene su exacta correspondencia en doctrinas como las de la India, del Tíbet y de la China, aunque con modos de expresión y métodos de realización naturalmente bastante diferentes; pero desde que se pronuncia el nombre de «hermetismo», se especifica por ahí mismo una forma claramente determinada cuya proveniencia no puede ser más que greco-egipcia. En efecto, la doctrina así designada es por ello mismo atribuida a Hermes, en tanto que éste era considerado por los griegos como idéntico al Thoth egipcio; y haremos destacar de inmediato que esto va contra la tesis de M. Evola, al presentar esta doctrina como esencialmente derivada de una enseñanza sacerdotal, ya que Thoth, en su función de conservador y de transmisor de la Tradición, no es otra cosa que la representación misma del antiguo sacerdocio egipcio, o antes, para hablar más exactamente, del principio de inspiración de quien éste tenía su autoridad y en el nombre del cual formulaba y comunicaba el conocimiento iniciático. Formas Tradicionales y Ciclos Cósmicos : LA TRADICIÓN HERMÉTICA

Ahora se plantea una cuestión: ¿Constituye lo que se ha mantenido bajo ese nombre de «hermetismo» una doctrina Tradicional completa? La respuesta no puede ser más que negativa, ya que no se trata estrictamente más que de un conocimiento de orden no metafísico, sino solamente cosmológico (entendiéndole por lo demás en su doble aplicación «macrocósmica» y «microcósmica»). No es pues admisible que el hermetismo, en el sentido que este término ha tomado desde la época alejandrina y que ha guardado constantemente desde entonces, represente la integralidad de la Tradición egipcia; aunque, en ésta, el punto de vista cosmológica parece haber sido particularmente desarrollado, y aunque sea en todo caso lo que hay de más visible en todos los vestigios que de la misma subsisten, ya sea que se trate de textos o de monumentos; es menester no olvidar que jamás puede ser más que un punto de vista secundario y contingente, una aplicación de la doctrina al conocimiento de lo que podemos denominar el «mundo intermediario». Sería interesante, pero sin duda bastante difícil, buscar cómo esta parte de la Tradición egipcia ha podido encontrarse en cierto modo aislada y conservarse de una manera aparentemente independiente, y después incorporarse al esoterismo islámico   y al esoterismo cristiano de la Edad Media (lo que no hubiera podido hacer una doctrina completa), hasta el punto de devenir verdaderamente parte integrante de uno y otro, y de proveerles todo un simbolismo que, por una transposición conveniente, ha podido incluso servir en los mismos a veces de vehículo a verdades de un orden más elevado. No es éste el lugar de entrar en estas consideraciones históricas muy complejas, pero, sea como fuere, debemos decir que el carácter propiamente cosmológico del hermetismo, si no justifica la concepción de M. Evola, la explica al menos en una cierta medida, ya que las ciencias de este orden son efectivamente las que, en todas las civilizaciones Tradicionales han sido sobre todo el patrimonio de los kshatriyas o de sus equivalentes, mientras que la metafísica pura era el de los brâhmanes. Es por lo que, por un efecto de la revuelta de los kshatriyas contra la autoridad espiritual de los brâhmanes, se han podido ver constituirse a veces corrientes Tradicionales incompletas, reducidas a esas solas ciencias separadas de su principio, e incluso desviadas en el sentido «naturalista», por negación de la metafísica y desconocimiento del carácter subordinada de la ciencia «física», tanto (y las dos cosas van estrechamente unidas) como del origen sacerdotal de toda enseñanza iniciática, incluso más particularmente destinada al uso de los kshatriyas, así como lo hemos explicado en diversas ocasiones. No es decir, ciertamente, que el hermetismo constituye en sí mismo una tal desviación o que implica esencialmente algo ilegítimo (lo que habría vuelto imposible su incorporación a formas Tradicionales ortodoxas); pero es menester en efecto reconocer que pueden prestarse bastante fácilmente por su naturaleza misma (y está ahí, más generalmente, el peligro de todas las ciencias Tradicionales) a la desviación considerada, en cuanto que son cultivadas en cierto modo para ellas mismas, lo que expone a perder de vista su vinculamiento al orden principal. La alquimia, que podría definirse como siendo por así decir la «técnica» del hermetismo, es muy realmente un «arte real», si se entiende por ahí un modo de iniciación más especialmente apropiado a la naturaleza de los kshatriyas; pero eso mismo marca su lugar exacto en el conjunto de una Tradición regularmente constituida, y, además, es menester no confundir los medios de una realización iniciática, cualesquiera que puedan ser, con su meta final, que es siempre de conocimiento puro. Formas Tradicionales y Ciclos Cósmicos : LA TRADICIÓN HERMÉTICA

Otro punto que nos parece contestable en la tesis de M. Evola, es la asimilación que tiende casi constantemente a establecer entre el hermetismo y la «magia»; es verdad que parece tomar ésta en un sentido bastante diferente de aquel en el que se la entiende de ordinario, pero mucho nos tememos que eso mismo no pueda sino provocar confusiones ante todo enojosas. Inevitablemente, en efecto, desde que se habla de «magia», se piensa en una ciencia destinada a producir fenómenos más o menos extraordinarios, concretamente (pero no exclusivamente) en el orden sensible; cualesquiera que haya podido ser el origen del término, esta significación le ha devenido de tal modo inherente que conviene dejársela. No es entonces más que la parte inferior de todas las aplicaciones del conocimiento Tradicional, incluso podríamos decir que la más despreciada, cuyo ejercicio es abandonado a aquellos a los que sus limitaciones individuales hacen incapaces para desarrollar otras posibilidades; no vemos ninguna ventaja en evocar la idea de la misma cuando se trata en realidad de cosas que, incluso todavía contingentes, son empero notablemente más elevadas; y, si no hay en eso más que una cuestión de terminología, es menester convenir que sin embargo tiene su importancia. Por lo demás, puede que haya ahí algo más: Ese término de «magia» ejerce sobre algunos, en nuestra época, una extraña fascinación, y, como lo hemos ya anotado en nuestro precedente artículo al cual hacíamos alusión en el comienzo, la preponderancia acordada a un tal punto de vista, aunque no estuviera siquiera más que en la intención, está todavía ligada a la alteración de las ciencias Tradicionales separadas de su principio metafísico, y está sin duda ahí el escollo en el cual se tropieza toda tentativa de reconstitución de tales ciencias, si no se comienza por lo que es verdaderamente el comienzo bajo todas las relaciones, es decir, por el principio mismo, que es también el fin en vistas del cual todo lo demás debe ser normalmente ordenado. Formas Tradicionales y Ciclos Cósmicos : LA TRADICIÓN HERMÉTICA

Por el contrario, donde estamos enteramente de acuerdo con M. Evola, y donde vemos incluso el mayor mérito de su libro, es cuando insiste sobre la naturaleza puramente espiritual e «interior» de la verdadera alquimia, que nada en absoluto tiene que ver con las operaciones materiales de una «química» cualquiera, en el sentido natural de este término; casi todos los modernos están extrañamente equivocados sobre esto, tanto los que han querido mostrarse defensores de la alquimia como los que se han hecho sus detractores. Es empero fácil ver en qué términos los antiguos hermetistas hablan de los «sopladores» y «quemadores de carbón», en los cuales es menester reconocer a los verdaderos precursores de los químicos actuales, por poco halagüeño que esto sea para estos últimos; y, en el siglo XVIII todavía, un alquimista como Pernéty no se priva de subrayar la diferencia de la «filosofía hermética» y de la «química vulgar». Así, lo que ha dado nacimiento a la química moderna, no es en punto ninguna la alquimia, con la que no tiene en suma ninguna relación (como tampoco la tiene por lo demás con la «hiperquímica» imaginada por algunos ocultistas contemporáneos); es solamente una deformación o una desviación de aquella, salida de la incomprensión de los que, incapaces de penetrar el verdadero sentido de los símbolos, tomaron todo al pie de la letra y, creyendo que no se trataba en todo eso más que de operaciones materiales, se lanzaron a una experimentación más o menos desordenada. En el mundo árabe igualmente, la alquimia material ha sido siempre muy poco considerada, a veces incluso asimilada a una especia de brujería, mientras que se tenía allí muy en honor la alquimia espiritual, la única verdadera, frecuentemente designada bajo el nombre de Kimia es-saâdah o «alquimia de la felicidad» (Existe un tratado de El-Ghazâli que lleva este título. ). Formas Tradicionales y Ciclos Cósmicos : LA TRADICIÓN HERMÉTICA

No es decir, por lo demás, que sea menester negar por eso la posibilidad de las transmutaciones metálicas, que representan la alquimia a los ojos del vulgo; pero es menester no confundir cosas que son de orden completamente diferente, y uno no ve siquiera, «a priori», por qué tales transmutaciones no podrían ser realizadas por procedimientos que relevan simplemente de la química profana (y, en el fondo, la «hiperquímica» a la cual hacíamos alusión hace un momento no es otra cosa que eso). Hay empero otro aspecto de la cuestión, que M. Evola señala muy justamente: El ser que ha llegado a la realización de ciertos estados interiores puede, en virtud de la relación analógica del «microcosmo» con el «macrocosmo», producir exteriormente unos efectos correspondientes; es pues admisible que el que ha llegado a un cierto grado en la práctica de la alquimia espiritual sea capaz por ello mismo de cumplir transmutaciones metálicas, pero eso a título de consecuencia del todo accidental, y sin recurrir a ninguno de los procedimientos de la pseudo-alquimia material, sino únicamente por una especie de proyección al exterior de las energías que lleva en sí mismo. Hay aquí una diferencia comparable a la que separa la «teurgia» o la acción de las «influencias espirituales» de la magia e inclusive de la brujería: Si los efectos visibles son a veces los mismos de una y otra parte, las causas que los provocan son totalmente diferentes. Agregaremos por lo demás que los que poseen realmente tales poderes no hacen generalmente ningún uso de los mismos, al menos fuera de ciertas circunstancias muy particulares en las que su ejercicio se encuentra legitimado por otras consideraciones. Sea como fuere, lo que jamás hay que perder de vista, y lo que está en la base misma de toda enseñanza verdaderamente iniciática, es que toda realización digna de este nombre es de orden esencialmente interior, ello, aún cuando que la misma es susceptible de tener repercusiones en el exterior; el hombre no puede encontrar los principios y los medios para ella más que en sí mismo, y puede porque lleva en sí la correspondencia de todo lo que existe: el-insânu ramzul-wujûd, «el hombre es un símbolo de la Existencia universal»; y, si llega a penetrar hasta el centro de su propio ser, alcanza por ahí mismo el conocimiento total, con todo lo que implica por añadidura: man yaraf nafsahu yaraf Rabbahu, «el que conoce su Sí mismo conoce su Señor» y conoce entonces todas las cosas en la suprema unidad del Principio mismo, fuera del cual nada hay que pueda tener el menor grado de realidad. Formas Tradicionales y Ciclos Cósmicos : LA TRADICIÓN HERMÉTICA

31.- I Protocolli dei Savi Anziani di Sion. Versione italiana con appendice e introduzione (La Vita Italiana, Roma). La traducción italiana de los famosos Protocolos de los Sabios de Sión, publicada en por el Dr. Giovanni Preziosi, director de la "Vita Italiana", acaba de ser reeditada con una introducción de Julius Evola, quien intenta poner un poco de orden en las interminables discusiones a las cuales este "texto" ha dado y sigue dando lugar, distinguiendo dos cuestiones diferentes y que no necesariamente son solidarias, la de su "autenticidad" y la de su "veracidad", y esta última sería, según él, la más importante en realidad. Su autenticidad apenas es sostenible, y ello por múltiples razones que no examinaremos aquí; a este respecto, solamente llamaremos la atención sobre un punto que parece no haber sido suficientemente tomado en consideración, y que no obstante es quizá el más decisivo: y es que una organización verdadera y seriamente secreta, sea cual sea por otra parte su naturaleza, jamás deja tras de sí documentos escritos. El Teosofismo : RESEÑAS DE LIBROS - Enero de 1938

Por otra parte, se han indicado las "fuentes" de las cuales han sido obtenidos casi textualmente numerosos pasajes de los Protocolos: el Dialogue aux Enfers entre Machiavel et Montesquieu, de Maurice Joly, panfleto dirigido contra Napoleón III y publicado en Bruselas en 1865, y el discurso atribuido a un rabino de Praga en la novela Biarritz, publicada en por el escritor alemán Hermann Goedsche bajo el seudónimo de sir John Retcliffe. Todavía existe otra "fuente" que, según sepamos, jamás ha sido señalada: la novela titulada Le Baron Jéhova, de Sidney Vigneaux, publicada en París en 1886 y dedicada, lo cual es bastante curioso, "al muy gentilhombre A. de Gobineau, autor del Essai sur l’inégalité des races humaines, entrado en el Walhalla el 13 de octubre de 1882". Es de señalar también que, según una indicación dada en las Mémoires d’une aliénée de la Srta. Hersilie Rouy, publicadas por E. Le Normant des Varannes (París, 1886, pp. 308-309), Sidney Vigneaux era, así como este último, un amigo del Dr. Henri Favre, del cual hemos hablado anteriormente; se trata de una extraña historia en la que igualmente aparece el nombre de Jules Favre, quien por lo demás se encuentra mezclado en tantos asuntos del mismo género que es difícil ver en ello una simple coincidencia... Se puede leer en Le Baron Jéhova (pp. 59 a 87) un supuesto "Testamento de Ybarzabal" que presenta similitudes absolutamente notables con los Protocolos, pero con la importante particularidad de que los judíos aparecen solamente como el instrumento de ejecución de un plan que no ha sido ni concebido ni deseado por ellos. Se advierten además algunos rasgos semejantes en la introducción al Joseph Balsamo de Alexandre Dumas, aunque no se trate aquí en absoluto de los judíos, sino de una imaginaria asamblea masónica; añadiremos que esta asamblea no deja de tener cierta relación con el "Parlamento" pseudo-rosacruciano descrito, casi exactamente en la misma fecha, por el escritor americano George Lippard en "Paul Ardenheim, the Monk of the Wissahickon", extracto reproducido por el Dr. Swinburne Clymer en The Rosicrucian Fraternity in America. Está claro que todos estos escritos, en su forma más o menos "novelada", extraen en suma su inspiración general de una misma "corriente" de ideas, aprueben por otra parte o no sus autores estas ideas, y que, además, según sus tendencias o sus particulares prevenciones, atribuyen siempre su origen a los judíos, a los masones o a quien sea; lo esencial de todo ello, en definitiva, y lo que constituye, podría decirse, su elemento de "veracidad", es la afirmación de que toda la orientación del mundo moderno responde a un "plan" establecido e impuesto por alguna organización misteriosa; bien se sabe lo que nosotros pensamos a este respecto, y a menudo nos hemos explicado ya acerca del papel de la "contra-iniciación" como para no tener necesidad de insistir de nuevo. A decir verdad, no era en absoluto necesario ser un "profeta" para darse cuenta de estas cosas en la época en que fueron redactados los Protocolos, probablemente en 1901, ni tampoco en aquella a la que se remontan la mayor parte de las demás obras a las que hemos aludido, es decir, hacia la mitad del siglo XIX; ya entonces, aunque fuesen menos aparentes que hoy en día, era suficiente una observación un poco perspicaz; pero ahora debemos hacer una indicación que no hace honor a la inteligencia de nuestros contemporáneos: si alguien se limita a exponer "honestamente" lo que comprueba y lo que lógicamente deduce de ello, nadie le cree o ni siquiera le presta atención; si, por el contrario, presenta las mismas cosas como emanando de una organización imaginaria, estas adoptan rápidamente un aspecto "documental", y todo el mundo se pone en movimiento: extraño efecto de las supersticiones inculcadas en los modernos por el demasiado famoso "método histórico" y que forman parte, ellas también, de las indispensables sugestiones con vistas al cumplimiento del "plan" en cuestión. Debemos aún indicar que, según la "fabulación" de los propios Protocolos, la organización que inventa y propaga las ideas modernas, para alcanzar sus fines de dominación mundial, es perfectamente consciente de la falsedad de sus ideas; es evidente que, en efecto, debe ser realmente así, pues demasiado bien sabe a qué atenerse; pero entonces parece que la adopción de tal mentira no pueda ser, en sí misma, el verdadero y único objetivo que se propone, y esto nos conduce a considerar otro punto que, indicado por Evola en su introducción, ha sido retomado y desarrollado en el número de noviembre de la "Vita Italiana", en un artículo firmado por "Arthos" y titulado "Transformazioni del Regnum". En efecto, no solamente se encuentra en los Protocolos la exposición de una "táctica" destinada a la destrucción del mundo tradicional, lo que constituye su aspecto más negativo y corresponde a la fase actual de los acontecimientos; también se halla la idea del carácter simplemente transitorio de esta fase y del posterior establecimiento de un "Regnum" supranacional, idea que puede ser considerada como una deformación de la del "Sacro Imperio" y de otras concepciones tradicionales análogas que, como recuerda el autor del artículo, han sido expuestas por nosotros en Le Roi du Monde. Para explicar este hecho, "Arthos" apela a las desviaciones que, constituyéndose incluso en una verdadera "subversión", pueden sufrir ciertos elementos, auténticamente tradicionales en su origen, que se sobreviven en cierto modo a sí mismos, cuando el "espíritu" se ha retirado de ellos; y cita, en apoyo de esta tesis, lo que nosotros hemos dicho recientemente aquí con respecto a los "residuos psíquicos"; por otra parte, las consideraciones que aporta sobre las fases sucesivas de la desviación moderna y sobre la posible constitución, en tanto que último término de ésta, de una verdadera "contra-tradición", de la que el "Regnum" sería precisamente su expresión en el orden social, podrán quizá contribuir a elucidar más completamente este aspecto de la cuestión que, incluso totalmente aparte del caso especial de los Protocolos, no está ciertamente desprovisto de interés. El Teosofismo : RESEÑAS DE LIBROS - Enero de 1938