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Obras: Creación

sexta-feira 2 de fevereiro de 2024

  

No sin razón el R. P. Anizán, al principio de cuyo artículo nos referimos en todo momento, recordaba las primeras palabras del Evangelio de San Juan: "En el principio era el Verbo". El Verbo, el Logos, es a la vez Pensamiento y Palabra: en sí, es el Intelecto divino, que es el "lugar de los posibles"; con relación a nosotros, se manifiesta y se expresa por la Creación, en la cual se realizan en existencia actual algunos de esos mismos posibles que, en cuanto esencias, están contenidos en Él desde toda la eternidad. La Creación es obra del Verbo; es también, por eso mismo, su manifestación, su afirmación exterior; y por eso el mundo es como un lenguaje divino para aquellos que saben comprenderlo: Caeli enarrant gloriam Dei (Ps. XIX, 2). El filósofo Berkeley   no se equivocaba, pues, cuando decía que el mundo es "el lenguaje que el Espíritu infinito habla a los espíritus finitos"; pero erraba al creer que ese lenguaje no es sino un conjunto de signos arbitrarios, cuando en realidad nada hay de arbitrario ni aun en el lenguaje humano, pues toda significación debe tener en el origen   su fundamento en alguna conveniencia o armonía natural entre el signo y la cosa significada. Porque Adán había recibido de Dios el conocimiento de la naturaleza de todos los seres vivientes, pudo darles sus nombres (Génesis, II, 19-20); y todas las tradiciones antiguas concuerdan en enseñar que el verdadero nombre de un ser es uno con su naturaleza o esencia misma. 2002 EMS IV: EL VERBO Y EL SÍMBOLO

El Verbo divino se expresa en la Creación, decíamos, y ello es comparable, analógicamente y salvadas todas las proporciones, al pensamiento que se expresa en formas (no cabe ya aquí distinguir entre el lenguaje y los símbolos propiamente dichos) que lo velan y lo manifiestan a la vez. La Revelación primordial, obra del Verbo como la Creación, se incorpora también, por así decirlo, en símbolos que se han transmitido de edad en edad desde los orígenes de la humanidad; y este proceso es además análogo, en su orden al de la Creación misma. Por otra parte, ¿no puede verse, en esta incorporación simbólica de la tradición "no humana", una suerte de imagen anticipada, de "prefiguración", de la Encarnación del Verbo? ¿Y ello no permite también percibir, en cierta medida, la misteriosa relación existente entre la Creación y la Encarnación que la corona? 2005 EMS IV: EL VERBO Y EL SÍMBOLO

Pero volvamos a las significaciones del Centro, pues hasta ahora no hemos expuesto, en suma, sino la primera de todas, la que hace de él la imagen del Principio; encontraremos otra en el hecho de que el Centro es propiamente el "medio", el punto equidistante de todos los puntos de la circunferencia, y divide todo diámetro en dos partes iguales. En lo que precede, se consideraba el Centro, en cierto modo, antes que la circunferencia, la cual no tiene realidad sino por la irradiación de aquél; ahora, se lo encara con respecto a la circunferencia realizada, es decir que se trata de la acción del Principio en el seno de la Creación. El medio entre los extremos representado por puntos opuestos de la circunferencia es el lugar donde las tendencias contrarias, llegando a esos extremos, se neutralizan, por así decirlo, y se hallan en perfecto equilibrio. Ciertas escuelas de esoterismo musulmán, que atribuyen a la cruz un valor simbólico de la mayor importancia, llaman "estación divina" (el-maqâmu-l-ilâhî) al centro de esa cruz, al cual designan como el lugar en que se unifican todos los contrarios, en que se resuelven todas las oposiciones. La idea que se expresa más particularmente aquí es, pues, la de equilibrio, y esa idea se identifica con la de la armonía; no son dos ideas diferentes, sino solamente dos aspectos de la misma. Hay aún un tercer aspecto de ella, más particularmente vinculado con el punto de vista moral (aunque capaz de recibir otras significaciones), y es la idea de justicia; se puede así relacionar lo que estábamos diciendo con la concepción platónica según la cual la virtud consiste en un justo niedio entre dos extremos. Desde un punto de vista mucho más universal, las tradiciones extremo-orientales hablan sin cesar del "Invariable Medio", que es el punto donde se manifiesta la "Actividad del Cielo", y, según la doctrina hindú, en el centro de todo ser, como de todo estado de existencia cósmica, reside un reflejo del Principio supremo. 2062 EMS VIII: LA IDEA DEL CENTRO EN LAS TRADICIONES ANTIGUAS

La segunda parte está consagrada a la Kabbala   hebraica, lo que podría sorprender si uno no conociera las ideas del autor sobre este punto: Para él, en efecto, la Tradición hebraica ha salido directamente de la Tradición egipcia, las mismas son como «dos eslabones consecutivos de una misma cadena». Hemos dicho ya lo que pensamos de ello, pero precisaremos todavía: El autor tiene seguramente razón en admitir que la Tradición egipcia fue derivada de la Atlántida (que por otra parte, podemos declararlo más claramente de lo que él lo hace, no fue ella misma por eso la sede de la Tradición Primordial), pero ella no fue la única, y la misma cosa parece verdad concretamente de la Tradición Caldea; la enseñanza árabe sobre los «tres Hermes», de la cual hemos hablado en otra ocasión, indica con bastante claridad este parentesco; pero, si la fuente principal es así la misma, la diferencia de estas formas fue probablemente determinada sobre todo por el encuentro con otras corrientes, viniendo una del Sur para Egipto, y la otra del Norte para Caldea. Ahora bien, la Tradición hebraica es esencialmente «abrahámica», y por tanto, de origen Caldeo; la «readaptación» operada por Moisés ha podido sin duda, a consecuencia de las circunstancias de lugar, ayudarse accesoriamente de elementos egipcios, sobre todo en lo que concierne a algunas ciencias Tradicionales más o menos secundarias; pero la misma no podría de ninguna manera haber tenido por efecto hacer salir a esta Tradición de su línea propia, para trasladarla a otra línea, extranjera al pueblo al cual estaba expresamente destinada y en la lengua del cual debía ser formulada. Por lo demás, desde que se reconoce la comunidad de origen y de fondo de todas las doctrinas Tradicionales, la constatación de ciertas similitudes no entraña de ningún modo la existencia de una filiación directa: La cosa es así, por ejemplo, en relaciones como las que el autor quiere establecer entre los Sephiroth y la «Eneada» egipcia, ello, admitiendo que las mismas estén justificadas; y, en rigor, incluso si se estima que se trata de semejanzas incidentes sobre puntos muy particulares como para remontarse hasta la Tradición Primordial, el parentesco de las Tradiciones egipcia y caldea bastaría en todo caso ampliamente para rendir cuenta de ello. En cuanto a pretender que la escritura hebraica primitiva fue sacada de los jeroglíficos, es esa una hipótesis del todo gratuita, dado que, de hecho, nadie sabe con justeza lo que era esta escritura; todos los indicios que pueden encontrarse a este respecto tienden inclusive antes bien a hacer pensar lo contrario; y, además, uno no ve del todo como la asociación de los números a las letras, que es esencial en lo que concierne al hebreo, habría en efecto podido ser tomada al sistema jeroglífico. Además, las similitudes estrechas que existen entre el hebreo y el árabe, y a las cuales no se hace aquí la menor alusión, van todavía manifiestamente a la contra de esta hipótesis, pues sería sin embargo bien difícil de sostener seriamente que la Tradición árabe también ha debido salir de Egipto! Pasaremos rápidamente sobre la tercera parte, donde se encuentran primero pareceres sobre el arte que, si contienen a despecho de todo cosas justas, por ello no parten menos de una afirmación más que contestable; no es posible decir, al menos sin precisar más, que «no hay más que un arte», ya que es demasiado evidente que la unidad de fondo, es decir, de las ideas expresadas simbólicamente, no excluye de ningún modo la multiplicidad de las formas. En los capítulos siguientes, el autor da una apercepción, no de las ciencias Tradicionales auténticas como uno habría podido desearlo, sino de algunos residuos más o menos deformados que de las mismas han subsistido hasta nuestra época, sobre todo bajo el aspecto «adivinatorio»; la influencia que ejercen sobre él las concepciones «ocultistas» se muestra aquí de una manera particularmente enojosa. Agregamos también que es del inexacto decir que algunas de las ciencias que eran enseñadas en los templos antiguos equivalían pura y simplemente a las ciencias modernas y «universitarias»; en realidad, incluso ahí donde puede haber una aparente similitud de objeto, el punto de vista no era por ello menos totalmente diferente, y hay siempre un verdadero abismo entre las ciencias Tradicionales y las ciencias profanas. En fin, no podemos dispensarnos de revelar algunos errores de detalle, pues los hay que son verdaderamente sorprendentes; ¡Así, la imagen bien conocida del «batimiento del mar» es dada por la de un «dios Samudra Mutu» (sic)! Pero eso es quizás todavía más excusable que las faltas concernientes a cosas que deberían ser más familiares al autor que la Tradición hindú, y especialmente la lengua hebraica. No hablamos de lo que no es más que un asunto de transcripción, aún cuando que ésta esté terriblemente «descuidada»; pero, ¿cómo se puede llamar constantemente Ain Bekar lo que es en realidad Aiq Bekar (sistema criptográfico conocido en árabe tanto como en hebreo, y donde podría verse el prototipo de los alfabetos masónicos), confundir además, en cuanto a sus valores numéricos, la forma final del kaph con la del noun, y mencionar todavía por añadidura un «samek final» que jamás ha existido y que no es otra cosa que un mem? ¿Cómo puede uno asegurar que los traductores del Génesis han traducido thehôm por las «aguas», en un lugar donde el término que se encuentra en el texto hebreo es maim y no en punto ninguna thehôm, o que «Ain Soph significa literalmente el Antiguo de los Años», cuando es que la traducción estrictamente literal de este nombre es «sin límite»? Ietsirah es «Formación» y no «Creación» (que se dice Beriah); Zohar   no significa «Carro celeste» (confusión evidente con Merkabah), sino «Esplendor»; el autor parece ignorar completamente lo que es el Talmud  , dado que le considera como formado del Notarikon, de la Temourah y de la Gematria, que por lo demás no son «libros» como dice, sino métodos de interpretación kabbalística! Nos detendremos ahí; pero se convendrá en que semejantes errores no invitan apenas a aceptar ciegamente las aserciones del autor sobre puntos menos fácilmente verificable y a acordar una confianza sin reserva a sus teorías egiptológicas... 2604 Formas Tradicionales y Ciclos Cósmicos RESEÑAS: ENEL: A Message from the Sphinx (Rider and Co, London).

Hay cierto número de problemas que constantemente han preocupado a los hombres, pero quizás ninguno ha parecido generalmente tan difícil de resolver como el del origen del Mal, con el que han topado, como con un obstáculo infranqueable, la mayoría de los filósofos y sobre todo los teólogos: "Si Deus est, unde Malum? Si non est, unde Bonum?" ( "¿Si Dios es, entonces de dónde el Mal, si no es, entonces de dónde el Bien?". (N. del T.)). Este dilema es, en efecto, insoluble para aquellos que consideran la Creación como la obra directa de Dios, y que, en consecuencia, están obligados a hacerle responsable del Bien y del Mal. Se dirá sin duda que esta responsabilidad es atenuada, en cierta medida, por la libertad de las criaturas; pero, si las criaturas pueden escoger entre el Bien y el Mal, es que uno y otro existen ya, al menos en principio; y si son susceptibles de decidirse a veces en favor del Mal en lugar de estar siempre inclinadas siempre hacia el Bien, es que son imperfectas; ¿cómo entonces Dios, si es perfecto, ha podido crear seres imperfectos? 4239 MISCELÁNEA EL DEMIURGO

Esto nos lleva a considerar al Demiurgo como un reflejo tenebroso e invertido del Ser, pues no puede ser otra cosa en realidad. Por tanto no es un ser; pero, según lo dicho anteriormente, puede considerarse como la colectividad de los seres en la medida en que son distintos, o si se prefiere, en tanto que tienen una existencia individual. Somos seres distintos en tanto que creamos nosotros mismos la distinción, que sólo existe en la medida en que la creamos; y en tanto que lo hacemos somos elementos del Demiurgo, y, como seres distintos, pertenecemos al dominio de este Demiurgo, que es lo que se denomina la Creación. 4274 MISCELÁNEA EL DEMIURGO

Todos los elementos de la Creación, es decir las criaturas, están pues contenidas en el Demiurgo, y en efecto, sólo las puede extraer de sí mismo puesto que la creación ex nihilo es imposible. Considerado como Creador, el Demiurgo produce primero la división, y no es realmente distinto de ella, ya que sólo existe en tanto que la división misma existe; después, como la división es la fuente de la existencia individual y ésta viene definida por la forma, el Demiurgo debe ser considerado como formador y entonces es idéntico al Adam Protoplastos, tal como hemos visto. Podemos decir aún que el Demiurgo crea la Materia, entendiendo por esta palabra el caos primordial que es la reserva común de todas las formas; después organiza esta Materia caótica y tenebrosa donde reina la confusión, haciendo surgir de ella las múltiples formas cuyo conjunto constituye la Creación. 4278 MISCELÁNEA EL DEMIURGO

¿Se debe decir entonces que esta Creación es imperfecta? Sin duda no se la puede considerar como perfecta; pero, desde el punto de vista Universal, no es más que uno de los elementos constitutivos de la Perfección total. Sólo es imperfecta cuando la consideramos analíticamente, como separada de su Principio, y lo es en la misma medida que constituye el dominio del Demiurgo. Pero, si lo imperfecto sólo es un elemento de lo Perfecto, no es verdaderamente imperfecto, y de ahí resulta que en realidad el Demiurgo y su dominio no existen desde el punto de vista universal, como tampoco la distinción entre Bien y Mal. Igualmente resulta que, desde el mismo punto de vista, la Materia no existe: la apariencia material no es más que ilusión, de donde no hay que sacar la conclusión, por otro lado, de que los seres que tienen esta apariencia no existan, pues sería caer en otra ilusión: la de un idealismo exagerado y mal entendido. 4280 MISCELÁNEA EL DEMIURGO

Hemos dicho, en nuestro estudio sobre el Demiurgo, que la distinción de la que nace la existencia individual es el punto de partida de la Creación; en efecto, ésta existe en la medida en que el conjunto de los seres individuales, caracterizados por el número cinco, se considera como distinto de la Unidad, lo que da nacimiento al número seis. Este número puede, como ya hemos visto anteriormente, considerarse como formado por dos ternarios de los que uno es el reflejo invertido del otro; esto es lo que representan los dos triángulos del Sello de Salomón, símbolo del Macrocosmos o del Mundo creado. 4654 MISCELÁNEA OBSERVACIONES SOBRE LA PRODUCCION DE LOS NUMEROS

Las cosas son distintas de nosotros en la medida en que nosotros las distinguimos; en esta misma medida devienen exteriores a nosotros y al mismo tiempo devienen también distintas entre sí; aparecen entonces como revestidas de formas, y esta Formación, que es la consecuencia inmediata de la Creación, se caracteriza por el número que sigue al Senario, es decir, por el Septenario. No haremos más que indicar la concordancia de lo que precede con el primer capítulo del Génesis: las seis fases de la Creación, y el papel formador de los siete Elohim, representando el conjunto de las fuerzas naturales, y simbolizados por las siete esferas planetarias, que también se podrían hacer corresponder a los siete primeros números, designándose la esfera inferior, que es la de la Luna, como el Mundo de la Formación. 4658 MISCELÁNEA OBSERVACIONES SOBRE LA PRODUCCION DE LOS NUMEROS

Debemos añadir aún que los ocultistas de los que hemos hablado añaden a la doctrina geocéntrica su acompañamiento habitual, la creencia en la interpretación literal y vulgar de las Escrituras; no pierden ninguna ocasión de mofarse públicamente de los triples y séptuples sentidos de los esoteristas y de los kabalistas (Eso no les impide querer hacer algunas veces Kábala a su manera: es así como hemos visto que contaban hasta 72 Sephiroth; ¡y son esos los que osan acusar a otros de fantasear!). Luego, según su teoría, conforme a la traducción exotérica de la Biblia  , en el origen, el hombre, "saliendo de las manos del Creador" (pensamos que no podrá negársenos que eso sea antropomorfismo) fue "situado sobre la Tierra para "cultivar su jardín", es decir, según ellos, para "evolucionar la materia física", supuestamente más sutil por entonces que ahora. Por el "hombre", hay que entender aquí la colectividad humana entera, la totalidad del género humano, de tal suerte que "todos los hombres", sin ninguna excepción, y en número desconocido, pero sin duda muy grande, fueron primero encarnados al mismo tiempo sobre la Tierra (Esa no es la opinión de algunas otras escuelas de ocultismo, que hablan de las "diferencias de edad de los espíritus humanos" con relación a la existencia terrestre, e incluso de los medios para determinarlas, hay también quienes buscan fijar el número de las encarnaciones sucesivas.). En esas condiciones, no podía evidentemente producirse ningún nacimiento, puesto que no había ningún hombre no encarnado, y fue así en tanto que el hombre no murió, es decir, hasta la "caída", entendida en su sentido exotérico, como un hecho histórico (Sobre la interpretación esotérica y metafísica de la "caída original" del hombre, véase "Le Démiurge".), pero que se considera sin embargo como "pudiendo representar toda una serie de acontecimientos que han debido desarrollarse en el curso de un período de varios siglos". Se consiente pues con todo en ampliar un poco la cronología bíblica ordinaria, en la que resulta difícil situar toda la historia, no solamente de la Tierra, sino del mundo, desde la Creación hasta nuestros días, en una duración total de un poco menos de seis mil años (algunos llegan sin embargo hasta cerca de diez mil) (No contradiríamos sin embargo la opinión que asignaría al Mundo una duración de diez mil años, si se quisiera tomar ese número "diez mil", no en sentido literal, sino como designando la indefinidad numérica. (Véase «Remarques sur la Notation mathématique»).). 5133 MISCELÁNEA LA GNOSIS Y LAS ESCUELAS ESPIRITUALISTAS

Hemos visto que, en Clemente de Alejandría  , se habla de seis fases del tiempo, que corresponden respectivamente a las seis direcciones del espacio: son, como lo hemos dicho, seis periodos cíclicos, subdivisiones de otro periodo más general, y a veces representados como seis milenarios. El Zohar, del mismo modo que el Talmud, divide en efecto la duración del mundo en periodos milenarios. "El mundo subsistirá durante seis mil años a los cuales hacen alusión las seis primeras palabras del Génesis" ( Siphra di-Tseniutha: Zohar, II, 176 b. ); y estos seis milenarios son análogos a los seis "días" de la Creación ( Recordaremos aquí la palabra bíblica: "Mil años son como un día a la mirada del Señor". ). El séptimo milenario, como el séptimo "día", es el Sabbath, es decir, la fase de retorno al Principio, que corresponde naturalmente al centro, considerado como la séptima región del espacio. Hay ahí una suerte de cronología simbólica, que evidentemente no debe tomarse al pie de la letra, como tampoco las que se encuentran en otras tradiciones; Josefo ( Antigüedades judaicas, I, 4. ) destaca que seis mil años forman diez "grandes años", siendo el "gran año" de seis siglos ( éste es el Naros de los caldeos ); pero, en otras partes, lo que se designa por esta misma expresión es un periodo mucho más largo, diez o doce mil años entre los griegos y los persas. Por lo demás, eso no importa aquí, donde no se trata de ningún modo de calcular la duración real de nuestro mundo, lo que exigiría un estudio profundo de la teoría hindú de los Manvantaras; como no es eso lo que nos proponemos al presente, basta tomar estas divisiones con su valor simbólico. Así pues, solo diremos que puede tratarse de seis fases indefinidas, y, por consiguiente, de una duración indeterminada, más una séptima que corresponde al acabamiento de todas las cosas y a su restablecimiento en el estado primero ( Este último milenario es sin duda asimilable al "Reino de mil años" del que se habla en el Apocalipsis. ). 6072 EL SIMBOLISMO DE LA CRUZ   IV

No sin razón han podido recordarse ( (Cf. R. P. Anizan, al comienzo del artículo de Reg., noviembre de 1925)) a propósito del simbolismo las primeras palabras del Evangelio de San Juan: "En el principio era el Verbo". El Verbo, el Logos, es a la vez Pensamiento y Palabra: en sí, es el Intelecto divino, que es el "lugar de los posibles"; con relación a nosotros, se manifiesta y se expresa por la Creación, en la cual se realizan en existencia actual algunos de esos mismos posibles que, en cuanto esencias, están contenidos en Él de toda eternidad. La Creación es obra del Verbo; es también, por eso mismo, su manifestación, su afirmación exterior; y por eso el mundo es como un lenguaje divino para aquellos que saben comprenderlo: Caeli enarrant gloriam Dei (Ps. XIX, 2). El filósofo Berkeley no se equivocaba, pues, cuando decía que el mundo es "el lenguaje que el Espíritu infinito habla a los espíritus finitos"; pero erraba al creer que ese lenguaje no es sino un conjunto de signos arbitrarios, cuando en realidad nada hay de arbitrario ni aun en el lenguaje humano, pues toda significación debe tener en el origen su fundamento en alguna conveniencia o armonía natural entre el signo y la cosa significada. Porque Adán había recibido de Dios el conocimiento de la naturaleza de todos los seres vivientes, pudo darles sus nombres (Génesis, II, 19-20); y todas las tradiciones antiguas concuerdan en enseñar que el verdadero nombre de un ser es uno con su naturaleza o esencia misma. 6623 SFCS   EL VERBO Y EL SIMBOLO

El Verbo divino se expresa en la Creación, decíamos, y ello es comparable, analógicamente y salvadas todas las proporciones, al pensamiento que se expresa en formas (no cabe ya aquí distinguir entre el lenguaje y los símbolos propiamente dichos) que lo velan y lo manifiestan a la vez. La Revelación primordial, obra del Verbo como la Creación, se incorpora también, por así decirlo, en símbolos que se han transmitido de edad en edad desde los orígenes de la humanidad; y este proceso es además análogo, en su orden al de la Creación misma. Por otra parte, ¿no puede verse, en esta incorporación simbólica de la tradición "no humana", una suerte de imagen anticipada, de "prefiguración", de la Encarnación del Verbo? ¿Y ello no permite también percibir, en cierta medida, la misteriosa relación existente entre la Creación y la Encarnación que la corona? 6626 SFCS EL VERBO Y EL SIMBOLO

Pero volvamos a las significaciones del Centro, pues hasta ahora no hemos expuesto, en suma, sino la primera de todas, la que hace de él la imagen del Principio; encontraremos otra en el hecho de que el Centro es propiamente el "medio", el punto equidistante de todos los puntos de la circunferencia, y divide todo diámetro en dos partes iguales. En lo que precede, se consideraba el Centro, en cierto modo, antes que la circunferencia, la cual no tiene realidad sino por la irradiación de aquél; ahora, se lo encara con respecto a la circunferencia realizada, es decir, que se trata de la acción del Principio en el seno de la Creación. El medio entre los extremos representados por puntos opuestos de la circunferencia es el lugar donde las tendencias contrarias, llegando a esos extremos, se neutralizan, por así decirlo, y se hallan en perfecto equilibrio. Ciertas escuelas de esoterismo musulmán, que atribuyen a la cruz un valor simbólico de la mayor importancia, llaman "estación divina" (el-maqâmu-l-ilâhi) al centro de esa cruz, al cual designan como el lugar en que se unifican todos los contrarios, que se resuelven todas las oposiciones ( (Cf. Le Symbolisme de la Croix, cap. VII)) La idea que se expresa más particularmente aquí es, pues, la de equilibrio, y esa idea se identifica con la de la armonía; no son dos ideas diferentes, sino sólo dos aspectos de una misma. Hay aún un tercer aspecto de ella, más particularmente vinculado con el punto de vista moral (aunque capaz de recibir otras significaciones), y es la idea de Justicia; se puede así relacionar lo que estábamos diciendo con la concepción platónica según la cual la virtud consiste en un justo medio entre dos extremos. Desde un punto de vista mucho más universal, las tradiciones extremo-orientales hablan sin cesar del "Invariable Medio", que es el punto donde se manifiesta la "Actividad del Cielo", y, según la doctrina hindú, en el centro de todo ser, como de todo estado de existencia cósmica, reside un reflejo del Principio supremo. 6721 SFCS LA IDEA DEL CENTRO EN LAS TRADICIONES ANTIGUAS

En el mito de Adonis (cuyo nombre, por otra parte, significa "el Señor"), cuando el héroe es herido de muerte por el colmillo de un jabalí, que desempeña aquí el mismo papel que la lanza ( (Sobre el simbolismo del jabalí y sobre su carácter "polar", que lo pone precisamente en relación también con el "Eje del Mundo", véase cap. XI:, "El Jabalí y la Osa")), su sangre, derramándose en tierra, da nacimiento a una flor; y sin duda es encontrarían con facilidad otros ejemplos similares. Esto se encuentra igualmente en el simbolismo cristiano; así, L. Charbonneau-Lausay ha señalado "un hierro para hostias, del siglo XII, donde se ve la sangre de las llagas del Crucificado caer en pequeñas gotas que se transforman en rosas, y el vitral del siglo XIII, de la catedral de Angers, donde la sangre divina, manando en arroyuelos, se expande también en forma de rosas" (Reg., enero de 1925. Señalemos también, como referida a un simbolismo conexo, la figuración de las cinco llagas de Cristo por cinco rosas, situada una en el centro de la cruz y las otras cuatro entre los brazos de ella, conjunto que constituye igualmente uno de los principales símbolos de los :Rosacruces). La rosa es en Occidente, junto con el lirio, uno de los equivalentes más habituales de lo que es en Oriente el loto; aquí, parece por lo demás que el simbolismo de la flor esté referido únicamente a la producción de la manifestación (Debe quedar bien claro, para que esta interpretación no dé lugar a ninguna clase de objeciones, que existe una relación muy estrecha entre "Creación" y "Redención", las cuales no son en suma sino dos aspectos de la operación del Verbo divino) y que Prákrti se encuentre más bien representada por el suelo mismo que la sangre vivifica; pero hay también casos en que parece ser de otro modo. En el mismo artículo que acabamos de citar, Charbonneau-Lassay   reproduce un diseño bordado en un canon de altar de la abadía de Fontevrault, que data de la primera mitad del siglo XVI y se conserva hoy en el museo de Nápoles, donde se ve la rosa al pie de una lanza puesta verticalmente y a lo largo de la cual llueven gotas de sangre. Esa rosa aparece allí asociada a la lanza exactamente como la copa lo está en otros casos, y parece ciertamente recoger gotas de sangre más bien que provenir de la transformación de una de ellas; por lo demás, es evidente que las dos significaciones no se oponen en modo alguno sino más bien se complementan, pues las gotas, al caer sobre la rosa, la vivifican y la hacen abrirse; y va de suyo que este papel simbólico de la sangre tiene, en todos los casos, su razón de ser en la relación directa de ella con el principio vital, transpuesto aquí al orden cósmico. Esa lluvia de sangre equivale también al "rocío celeste" que, según la doctrina cabalística, emana del "Árbol de Vida", otra figura del "Eje del Mundo", y cuyo influjo vivificante está principalmente vinculado con las ideas de regeneración y resurrección, manifiestamente conexas con la idea de Redención cristiana; y el rocío desempeña también importante papel en el simbolismo alquímico y rosacruz ( "Cf. Le Roi du Monde, cap. III. La similitud existente entre el nombre del rocío (ros) y el de la rosa (rosa) no puede, por otra parte, dejar de ser notada por quienes saben cuán frecuente es el empleo de cierto simbolismo fónico). 6736 SFCS LAS FLORES SIMBOLICAS

En la tradición islámica, se encuentra también una figura de disposición análoga, que comprende el nombre del Profeta en el centro y el de los cuatro primeros califas en los ángulos; también aquí, el Profeta, al aparecer como rukn el-arkàn, debe considerarse, del mismo modo que Cristo en la figuración precedente, como situado en otro nivel que el de la base y, por consiguiente, corresponde también en realidad a la "piedra angular" de la sumidad. Por otra parte, debe notarse que, desde los dos puntos de vista que acabamos de indicar en lo que concierne al cristianismo, esta figuración recuerda directamente la que considera a San Pedro como la "piedra de fundación", pues es evidente que San Pedro, según ya lo hemos dicho, es también el jalîfa, es decir, el ’vicario’ o ’sustituto’ de Cristo. Solo que en este caso no se considera sino una sola "piedra de fundación", es decir, aquella de las cuatro piedras de base de los ángulos que está colocada en primer lugar, sin llevar más lejos las correspondencias, mientras que el símbolo islámico de que se trata incluye esas cuatro piedras de base; la razón de esta diferencia es que los cuatro primeros califas tienen, en efecto, un papel especial desde el punto de vista de la "historia sagrada", mientras que, en el cristianismo, los primeros sucesores de San Pedro no poseen ningún carácter que pueda, de modo comparable, distinguirlos netamente de todos los que siguieron después. Agregaremos aún que, en correspondencia con esos cinco arkàn manifestados en el mundo terrestre y humano, la tradición islámica considera también cinco arkàn celestes o angélicos, que son Djibrìl, Rufa’îl, Mika’îl, Isrâfîl y por último er-Rûh (respectivamente: ’Gabriel’, ’Rafael’, ’Miguel’, ’Serafín(?)’ y ’el Espíritu’); este último, que, según hemos explicado en otras ocasiones, es idéntico a Metatrón, se sitúa igualmente en un nivel superior a los otros cuatro, que son como sus reflejos parciales en diversas funciones menos principiales o más particularizadas, y, en el mundo celeste, él es propiamente rukn el-arkàn, aquel que ocupa, en el límite que separa el Jalq (’la Creación’) de el-Haqq (’el Creador’), el "lugar" mismo solo por el cual puede efectuarse la salida del Cosmos. 7103 SFCS El-ARKAN

Para comprender bien tal relación, hay que referirse ante todo a la doctrina hindú que da al corazón, en cuanto centro del ser, el nombre de "Ciudad divina" (Brahma-pura) y que — cosa muy notable — aplica a esta "Ciudad divina" expresiones idénticas a algunas de las que se emplean en el Apocalipsis para describir la "Jerusalén celeste" (Cf. L’Homme et son devenir selon le Vêdânta, cap. III). El Principio divino, en cuanto reside en el centro del ser, es a menudo designado simbólicamente como el "Éter en el corazón", tomándose, naturalmente, para representar el Principio, el elemento primordial del cual todos los demás proceden; y este "Éter" (Âkâça) es la misma cosa que el ’Avîr hebreo, de cuyo misterio brota la luz (’ôr) que realiza la extensión por su irradiación externa (Cf. Le Règne de la quantité et les signes des temps, cap. III), "haciendo del vacío (tohû) un algo y de lo que no era lo que es" (Es el Fiat Lux (Yehi ’or) del Génesis, primera afirmación del Verbo divino en la obra de la Creación; vibración inicial que abre la vía al desarrollo de las posibilidades contenidas potencialmente, en estado "informe y vacío" (tohû va- bohû), en el caos originario (cf. Aperçus sur l’Initiation, cap. XLVI)), mientras que, por una concentración correlativa con respecto a esta expansión luminosa, permanece en el interior del corazón como el yod, es decir, "el punto escondido hecho manifiesto", uno en tres y tres en uno (Cf. Le Symbolisme de La Croix, cap. IV). Pero dejaremos ahora este punto de vista cosmogónico para referirnos de preferencia al punto de vista concerniente a un ser particular, como el ser humano, aunque cuidando señalar que entre los dos puntos de vista, "macrocósmico" y,"microcósmico" hay una correspondencia analógica en virtud de la cual siempre es posible una transposición del uno al otro. 7350 SFCS EL GRANO DE MOSTAZA