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EH: Mêru

quinta-feira 1º de fevereiro de 2024

  

Por consiguiente, para nosotros, la verdadera India no es esa India más o menos modernizada, es decir, occidentalizada, con la que sueñan algunos jóvenes alumnos en las universidades de Europa y de América, los cuales, por orgullosos que se sientan del saber enteramente exterior que hayan adquirido de aquella, no son no obstante, desde el punto de vista oriental, otra cosa que perfectos ignorantes, y constituyen, bajo ese mismo punto de vista y a pesar de sus pretensiones, todo lo contrario de una elite intelectual en el sentido en que nosotros la entendemos. La India verdadera, es la que permanece siempre fiel a la enseñanza que su elite se transmite a través de los siglos, es la que conserva integralmente el depósito de una tradición cuya fuente se remonta más alto y más allá de la humanidad; es la India de Manu y de los Rishis, la India de Shrî Râma y de Shrî Krishna. Sabemos que no siempre estuvo al frente de lo que se designa hoy por el nombre de elite; sin duda siquiera que después de la estancia ártica primitiva de la que habla el Vêda, la elite ocupó sucesivamente muchas situaciones geográficas diferentes; y quizás que ocupará otras todavía, pero poco importa, ya que la elite estará siempre allí donde esté el asiento de esta gran tradición cuyo mantenimiento entre los hombres es su misión y su razón de ser. Por la cadena ininterrumpida de sus Sabios, de sus Gurús y de su Yogîs, la misma subsiste a través de todas las vicisitudes del mundo exterior inconmovible como el Mêru; durará tanto como el Sanâtana Dharma (NA: que se podría traducir por Lex perennis, tan exactamente como lo permite una lengua occidental), y jamás cesará de contemplar las cosas todas, mediante el ojo frontal de Shiva, en la serenidad inmutable del eterno presente. Todos los esfuerzos hostiles se quebrarán finalmente contra la sola fuerza de la verdad como las nubes se disipan delante del sol, inclusive aún cuando hayan llegado a oscurecerle momentáneamente a nuestras miradas. La acción destructiva del tiempo no deja subsistir más que lo que es superior al tiempo: devorará a todos aquellos que hayan limitado su horizonte al mundo del cambio y puesto toda realidad en el devenir, a aquellos que se han hecho una religión de lo contingente y de lo transitorio, ya que «aquél que sacrifica a un dios devendrá el alimento de ese dios»; ¿pero qué podría el tiempo contra aquellos que llevan en ellos mismos la consciencia de la Eternidad? ESTUDIOS SOBRE HINDUISMO  : EL ESPIRITU DE LA INDIA ( [Publicado en Le Monde Nouveau, de junio de 1930.)

Dicho esto, es fácil concebir que haya en el ser humano «centros» que se correspondan respectivamente a cada uno de los grupos de tattwas que hemos enumerado, y que los centros en cuestión, aunque perteneciendo esencialmente a la forma sutil (NA: sûkshma-sharîra), puedan en un cierto sentido ser «localizados» en la forma corpórea o grosera (NA: sthûla-sharîra), o, para decirlo mejor, no siendo en realidad esas «localizaciones», en relación a las diferentes partes de esta forma corpórea, otra cosa que una manera de expresar correspondencias tales como las que acabamos de cuestionar, correspondencias que implican, por lo demás muy realmente, un lazo especial entre tal centro sutil y tal porción determinada del organismo corpóreo. Es así que los seis centros nerviosos de lo que se trata ahora son referidos a las divisiones de la columna vertebral, denominada Mêru-danda porque constituye el eje del cuerpo humano, de igual modo que, bajo el punto de vista «macrocósmico», el Mêru es el «eje del mundo» [Es muy extraño que el autor no haya señalado la relación de esto con el simbolismo del bastón brâhamanico (NA: Brahma-danda), y ello tanto más cuando que hace alusión en varias ocasiones al simbolismo equivalente del caduceo.]: los cinco primeros centros, en el sentido ascendente, corresponden respectivamente a las regiones coxígea, sacra, lumbar y cervical, y el sexto centro corresponde a la parte encefálica del sistema nervioso central; pero debe ser bien comprendido que los mismos no son en punto ninguno centros nerviosos, en el sentido fisiológico de ese término, y que tampoco debe uno asimilarlos a diversos plexos como algunos lo han pretendido (NA: lo que por lo demás queda en contradicción formal con su «localización» en el interior de la columna vertebral misma), pues que no es en punto ninguno de una identidad que se trata, no, sino solamente de una relación entre dos órdenes diferentes de manifestación, relación que está por lo demás suficientemente justificada por el hecho de que es precisamente mediante el sistema nervioso que se establece uno de los enlaces más directos del estado corpóreo con el estado sutil (NA: El autor hace observar muy justamente cuán erróneas son las interpretaciones dadas de ordinario por los occidentales, los que, confundiendo ambos órdenes de manifestación, quieren llevar todo lo que es cuestión aquí a un punto de vista puramente anatómico y fisiológico: Es así que los orientalistas, que ignoran toda ciencia tradicional, creen que aquí no se trata más que de una descripción más o menos fantástica de algunos órganos corpóreos; los ocultistas, de su lado, si admiten la existencia distinta del organismo sutil, se la imaginan como una especie de doble cuerpo, sometido a las mismas condiciones que éste, lo que no es apenas más exacto y no puede conducir todavía más que a representaciones del mismo groseramente materializadas; y, a ese último propósito, el autor muestra con algún detalle cuán alejadas quedan, de la verdadera doctrina hindú, las concepciones teosofistas en las que se centra en particular.). ESTUDIOS SOBRE HINDUISMO: KUNDALINÎ-YOGA [Publicado en V.J., octubre y noviembre de 1933]