Frithjof Schuon — Em busca dos vestígios da religião perene
SÍNTESE E CONCLUSÃO
Resumo
-Perspectiva de transcendência e Perspectiva de Imanência
-Vincit omnia veritas, Vincit omnia sanctitas
Dos enunciaciones dominan y resumen el pensamiento vedántico: «El mundo es falso, Brahma es verdadero»; y «Tú eres Esto», a saber, Brahma o atman. Perspectiva de trascendencia en el primer caso, y perspectiva de inmanencia en el segundo.
Las dos ideas dan cuenta, cada una en su lugar y a su manera, del misterio de la Unidad, una expresando la Unicidad y, la otra, la Totalidad; hablar de la Realidad una es decir que ella es a la vez única y total. La Unidad es el en-sí —o la quididad— de lo Real absoluto; ahora bien, cuando consideramos éste en el aspecto de la transcendencia y en relación con las contingencias, aparece como Unicidad, pues excluye todo lo que no es é1 y cuando lo consideramos en el aspecto de la inmanencia y en relación con sus manifestaciones, aparece como Totalidad, pues incluye a todo lo que lo manifiesta, luego a todo lo que existe. Por una parte, el Principio, que es «objeto» en relación con nuestra cognición, está «encima» de nosotros, es transcendente; por otra parte, el Sí, que es «sujeto» en relación con nuestra existencia objetiva, puesto que la «piensa» o la «proyecta», está «dentro de nosotros», es inmanente. Esto es decir que los fenómenos son, bien «ilusiones» que velan la Realidad, bien, al contrario —pero una cosa no excluye a la otra—, «manifestaciones» que la revelan prolongándola por medio de un lenguaje alusivo y simbólico.
Ciertamente, la transcendencia se afirma, a priori, en el mundo objetivo, mientras que la inmanencia determina, ante todo, al mundo subjetivo; pero esto no quiere decir que la transcendencia sea ajena al mundo de la subjetividad y que, inversamente, no haya inmanencia en el mundo de la objetividad, que nos rodea y al que pertenecemos por nuestro aspecto de exterioridad. La inmanencia concierne, en efecto, a los fenómenos objetivos por el hecho de que éstos «contienen» una Presencia divina existenciante, sin lo cual no podrían subsistir un solo momento; asimismo e inversamente, la transcendencia concierne al microcosmo subjetivo en el sentido de que el divino Sí, Esencia de toda subjetividad, permanece con toda evidencia transcendente con respecto al yo.
No sería, en absoluto, forzar las cosas el decir que el misterio de la trascendencia se refiere en cierto modo al Absoluto, y el misterio de inmanencia, al Infinito; pues los elementos de rigor, de discontinuidad o de separatividad derivan incontestablemente del primero de estos dos aspectos divinos fundamentales, mientras que los elementos de dulzura, de continuidad o de unidad derivan del segundo.
La perspectiva de trascendencia exige que, en la evaluación habitual de los fenómenos, no perdamos de vista ni los grados de realidad ni la escala de los valores; es decir, que nuestro espíritu esté modelado por la conciencia de la primacía del Principio, lo que en el fondo es la definición misma de la inteligencia. De modo análogo, la perspectiva de inmanencia exige que no perdamos el contacto con nuestra subjetividad transpersonal, la cual es el puro Intelecto, que desemboca en el divino Sí; y exige igualmente, ipso facto, que veamos algo del Sí en los fenómenos, lo mismo que, inversamente, la perspectiva de transcendencia exige que tengamos conciencia de la inconmensurabilidad, no sólo entre el Principio y la manifestación, Dios y el mundo, sino también entre el Sí inmanente y el ego.
Si el Principio transcendente domina, extingue, excluye o aniquila a la manifestación, el Sí inmanente, por el contrario, atrae, penetra y reintegra al yo; no a tal o cual yo, sin duda, sino al yo como tal, es decir, al ego-accidente en cuanto consigue incorporarse de una manera suficiente al ego-substancia, es decir, al «hombre interior» que vive del puro intelecto y está liberado de la tiranía de las ilusiones.
Teniendo en cuenta las afinidades por así decirlo «tipológicas», la perspectiva de trascendencia —que coincide, a priori, con la visión «objetiva» del universo— implica el discernimiento especulativo y, en función de éste, una cierta contemplación intelectiva; por el contrario, la concentración operativa, y con ella la asimilación «cardíaca» o mística, se refiere, desde el punto de vista del género, a la perspectiva de inmanencia —o a la realización «subjetiva»—. Además, diremos que la concentración atañe, a priori, a la voluntad, y el discernimiento a la inteligencia; dos facultades que resumen a su manera todo el hombre.
Discernimiento y contemplación; también podríamos decir por analogía: certidumbre y serenidad. Certidumbre del pensamiento y serenidad de la mente en primer lugar, pero también certidumbre y serenidad del corazón; derivada, pues, no sólo de la visión intelectual de lo transcendente, sino también de la actualización mística de lo inmanente. Realizadas en el corazón, la certidumbre y la serenidad se convierten respectivamente en la fe unitiva y el recogimiento contemplativo y extintivo [[La fe no en el sentido de la simple creencia religiosa ni del piadoso esfuerzo de creer, sino en el sentido de una asimilación cuasi existencial —e iluminada ab intra— de la certeza doctrinal. Se podría decir igualmente que el recogimiento está íntimamente en relación con el sentido de lo sagrado, como la serenidad por su lado resulta del sentido para lo trascendente. ]]; la Vida y la Paz en Dios y por Él; o sea, la unión con Dios.
La perspectiva objetiva, centrada en la transcendencia y el Principio, desemboca necesariamente en la perspectiva subjetiva, centrada en la inmanencia y el Sí, pues la unicidad del objeto conocido exige la totalidad del sujeto conocedor; no se puede conocer a Lo único que es sino con todo lo que se es. Y esto es lo que indica y prueba que la espiritualidad, en la medida de su profundidad y su autenticidad, no puede dejar nada fuera de sí; que engloba no sólo a la verdad, sino también a la virtud y, por extensión, al arte; en una palabra, a todo lo que es humano.
Vincit omnia ventas; habría que añadir: Vincit omnia sanctitas. verdad y santidad: todos los valores están en estos dos términos; todo lo que debemos amar y todo lo que debemos ser.