Schuon Critérios de Valor

FRITHJOF SCHUON — ESOTERISMO COMO PRINCÍPIO E COMO VIA

Critérios de valortópicos
Em que consiste o valor espiritual efetivo — não somente virtual — de um homem a quem a questão pode ou deve-se colocar? Na sua inteligência, no seu discernimento, no seu conhecimento metafísico? Evidentemente que não, se esse conhecimento não se combinar com uma vontade realizadora e com uma virtude global que sejam pelo menos suficientes. Na sua vontade realizadora, no seu poder de concentração? Não, se estas não se combinarem com o mínimo necessário de conhecimento doutrinal e de virtude. E o valor espiritual não consiste mais na virtude, se esta não se fizer acompanhar de uma compreensão doutrinal, pelo menos satisfatória, ou de um esforço realizador equivalente.

Tudo isso equivale a dizer que o valor espiritual de um homem não está num grau eminente de discernimento, de concentração ou, ainda, de virtude, mas num grau pelo menos suficiente dessas três capacidades. Esse grau suficiente implica que a capacidade ofereça o essencial: consequentemente, é preciso que o conhecimento, por ser suficiente, contenha o que é indispensável; o mesmo se diga do esforço e da virtude, mutatis mutandis.
-Em que consiste o valor espiritual efetivo de um homem?
-Da capacidade de conhecimento, de concentração e de virtude
-O valor de um homem é sempre manifesto?
-Dos fundamentos da vocação humana: compreensão doutrinal, tensão realizadora e conformidade moral


Jean-Claude Larchet: TERAPÊUTICA DAS DOENÇAS ESPIRITUAIS

En el origen de la cenodoxia, dice Juan el Solitario, se encuentra «la ignorancia de esta vida» que es la que funda la ilusión de la cual es víctima el vanidoso. Éste, en efecto, ignora el valor verdadero de las cosas (de las cuales saca gloria) y de esa misma gloria. Les concede una realidad y una importancia de las cuales están verdaderamente desprovistas. Hace como si tuvieran un valor absoluto y verdadero, cuando que ellas son eminentemente frágiles, provisorias. Ignora que sólo la gloria divina es perfecta y eterna, y que los motivos espirituales de glorificación en Dios son los únicos auténticamente reales. Juan el Solitario escribe: «Dado que los hombres no comprenden la fragilidad de los bienes (de esta vida) ni la vanidad de la gloria que proviene de ellos, y porque no perciben la excelencia de las obras de Dios, ni la sabiduría de su Providencia, ni la pequeñez de la naturaleza de los hombres, que antes de florecer se marchitan, antes de llegar a la consistencia se disuelven y antes de elevarse son humillados, cuya condición natural está sujeta a toda mutación, y todo lo que hace consagrado a la disolución; y porque no se ponen a meditar estas cosas, son sorprendidos por el amor de la alabanza recíproca, sobre todo, dado que el hombre no reflexiona bastante para decirse: ¿qué valor tiene esta vanidad que me cautiva? al punto de que la visión de los hombres me sea preferible a la visión de Dios, y que yo me encuentre aficionado a sus elogios y no a los elogios de Dios, como si la gloria que viene de ellos fuera superior para mí a la gloria que viene del Amo universal, como si yo tuviera el honor de los hombres por equivalente al honor de los ángeles». El nombre mismo de cenodoxia indica su carácter vano, fútil, frágil, fugaz, superficial, como el del mundo cuya figura pasa (1 Co 7, 31) de donde ella saca su alimento y que los Padres, siguiendo al profeta Isaías, comparan a la flor de la hierba (Is. 40, 6-7) o también a un sueño y a toda suerte de otras realidades sin duración ni consistencia. «¿Por qué — pregunta s. Juan Crisóstomo — corres detrás de una sombra en lugar de apoderarte de la verdad? ¿Por qué buscas lo que es perecedero, y no lo que permanece? (…) Abandona el humo, la pura sombra, la hierba vil, las telas de araña. Imposible encontrar una palabra que exprese como es debido esta miserable inconsistencia». «Las cosas humanas — dice también — no son sino polvo y ceniza; es un polvo que el viento disipa, es una sombra, un humo; es una hoja, juguete del viento, es una flor, un sueño, un ruido que pasa, un aire ligero que se desvanece al azar; es una pluma sin consistencia que vuela, es el agua que se escurre, es menos que todo esto». Y subraya, en relación con estas constataciones, el carácter patológico del apego a vanas realidades carnales. «La gloria es un título, y nada más que un título (…) ¿Quién es el hombre insensato que se apega a títulos sin realidad, a quimeras de las que debería huir? (…) También el Profeta gime al ver tanta sinrazón en nuestra vida. Lo mismo que a un hombre que, viendo a alguien huir de la luz y buscar las tinieblas, le dijera ¿Por qué haces esta locura?», así el Profeta nos pregunta «por qué aman la vanidad y buscan la mentira



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