René Guénon — O ESPAÇO
LAS DIRECCIONES DEL ESPACIO
Hemos tenido la ocasión de señalar en otra parte la importancia atribuida por las doctrinas orientales a estas siete regiones del espacio, así como a su correspondencia con ciertos periodos cíclicos1; creemos útil reproducir aquí un texto que hemos citado entonces y que muestra que la misma cosa se encuentra también en las tradiciones occidentales; “Clemente de Alejandría dice que de Dios, “Corazón del Universo”, parten las extensiones indefinidas que se dirigen, una hacia lo alto, otra hacia abajo, ésta a la derecha, esa a la izquierda, una adelante y otra hacia atrás; dirigiendo su mirada hacia estas seis extensiones como hacia un número siempre igual, acaba el mundo; él es el comienzo y el fin ( el alfa y el omega ); en él se acaban las seis fases del tiempo, y es de él de quien reciben su extensión indefinida; éste es el secreto del número 7″2.
Este simbolismo es también el de la Qabbalah hebraica, que habla del “Santo Palacio” o “Palacio interior” como situado en el centro de las seis direcciones del espacio. Las tres letras del Nombre divino Jehowah 3, por su séxtuple permutación según estas seis direcciones, indican la inmanencia de Dios en el seno del mundo, es decir, la manifestación del Logos en el centro de todas las cosas, en el punto primordial del que las extensiones indefinidas no son más que la expansión o el desarrollo: “Él formó del Tohu ( vacío ) algo e hizo de lo que no era lo que es. Él talló grandes columnas del éter inaprehensible4. El reflexionó, y la Palabra ( Memra ) produjo todo objeto y todas las cosas por su Nombre Uno” ( Sepher Ietsirah, IV, 5. ). Éste punto primordial desde donde se profiere la Palabra divina no se desarrolla solo en el espacio como acabamos de decirlo, sino también en el tiempo; él es el “Centro del Mundo” bajo todos los aspectos, es decir, que está a la vez en el centro de los espacios y en el centro de los tiempos. Esto, bien entendido, si se toma en el sentido literal, no concierne más que a nuestro mundo, el único cuyas condiciones de existencia sean directamente expresables en lenguaje humano; es únicamente el mundo sensible el que está sometido al espacio y al tiempo; pero, como se trata en realidad del Centro de todos los Mundos, se puede pasar al orden suprasensible efectuando una transposición analógica en la que el espacio y el tiempo ya no guardan más que una significación puramente simbólica.
Hemos visto que, en Clemente de Alejandría, se habla de seis fases del tiempo, que corresponden respectivamente a las seis direcciones del espacio: son, como lo hemos dicho, seis periodos cíclicos, subdivisiones de otro periodo más general, y a veces representados como seis milenarios. El Zohar, del mismo modo que el Talmud, divide en efecto la duración del mundo en periodos milenarios. “El mundo subsistirá durante seis mil años a los cuales hacen alusión las seis primeras palabras del Génesis” ( Siphra di-Tseniutha: Zohar, II, 176 b. ); y estos seis milenarios son análogos a los seis “días” de la Creación5 (v. RELATO DOS SEIS DIAS). El séptimo milenario, como el séptimo “día”, es el sabbath, es decir, la fase de retorno al Principio, que corresponde naturalmente al centro, considerado como la séptima región del espacio. Hay ahí una suerte de cronología simbólica, que evidentemente no debe tomarse al pie de la letra, como tampoco las que se encuentran en otras tradiciones; Josefo ( Antigüedades judaicas, I, 4. ) destaca que seis mil años forman diez “grandes años”, siendo el “gran año” de seis siglos ( éste es el Naros de los caldeos ); pero, en otras partes, lo que se designa por esta misma expresión es un periodo mucho más largo, diez o doce mil años entre los griegos y los persas. Por lo demás, eso no importa aquí, donde no se trata de ningún modo de calcular la duración real de nuestro mundo, lo que exigiría un estudio profundo de la teoría hindú de los Manvantaras; como no es eso lo que nos proponemos al presente, basta tomar estas divisiones con su valor simbólico. Así pues, solo diremos que puede tratarse de seis fases indefinidas, y, por consiguiente, de una duración indeterminada, más una séptima que corresponde al acabamiento de todas las cosas y a su restablecimiento en el estado primero6.
- El Rey del Mundo, capítulo VII.[↩]
- P. Vulliaud, La Qabbalah judía, t. I, pp. 215-216.[↩]
- Este nombre está formado de cuatro letras, iod, he, vau, he, pero entre las cuales no hay más que tres distintas, puesto que la letra he se repite dos veces.[↩]
- Se trata de las “columnas” del árbol sefirótico: columna del medio, columna de la derecha y columna de la izquierda; volveremos sobre ello más adelante. Es esencial observar, por otra parte, que el “éter” de que se trata aquí no debe entenderse solo como el primer elemento del mundo corporal, sino también en un sentido superior obtenido por transposición analógica, como sucede igualmente para el Akasha de la doctrina hindú ( ver El Hombre y su devenir según el Vêdânta, capítulo III ).[↩]
- Recordaremos aquí la palabra bíblica: “Mil años son como un día a la mirada del Señor”.[↩]
- Este último milenario es sin duda asimilable al “Reino de mil años” del que se habla en el Apocalipsis.[↩]