RENÉ GUÉNON — O SIMBOLISMO DA CRUZ
EL SIMBOLISMO METAFÍSICO DE LA CRUZ: AMPLITUD Y EXALTACIÓN
La mayoría de las doctrinas tradicionales simbolizan la realización del “Hombre Universal” por un signo que es por todas partes el mismo, porque, como lo decíamos al comienzo, es de aquellos que se vinculan directamente a la tradición primordial: es el signo de la cruz, que representa muy claramente la manera en que esta realización se alcanza por la comunión perfecta de la totalidad de los estados del ser, armónica y conformemente jerarquizados, en expansión integral en los dos sentidos de la “amplitud” y de la “exaltación” (v. Rosa-Cruz). En efecto, esta doble expansión del ser puede considerarse como efectuándose, por una parte, horizontalmente, es decir, en cierto nivel o grado de existencia determinado, y por otra, verticalmente, es decir, en la superposición jerarquizada de todos los grados. Así, el sentido horizontal representa la “amplitud” o la extensión integral de la individualidad tomada como base de la realización, extensión que consiste en el desarrollo indefinido de un conjunto de posibilidades sometidas a algunas condiciones especiales de manifestación; debe entenderse bien que, en el caso del ser humano, esta extensión no está limitada de ningún modo a la parte corporal de la individualidad, sino que comprende todas las modalidades de ésta, puesto que el estado corporal no es propiamente más que una de estas modalidades. El sentido vertical representa la jerarquía, indefinida también y con mayor razón, de los estados múltiples, cada uno de los cuales, considerado del mismo modo en su integralidad, es uno de estos conjuntos de posibilidades, que se refieren a otros tantos “mundos” o grados, y que están comprendidos en la síntesis total del “Hombre Universal”. En esta representación crucial, la expansión horizontal corresponde pues a la indefinidad de las modalidades posibles de un mismo estado de ser considerado integralmente, y la superposición vertical a la serie indefinida de los estados del ser total.
No hay que decir, por lo demás, que el estado cuyo desarrollo es figurado por la línea horizontal puede ser un estado cualquiera; de hecho será el estado en el que se encuentra actualmente, en cuanto a su manifestación, el ser que realiza el “Hombre Universal”, estado que es para él el punto de partida y el soporte o la base de esta realización. Todo estado, cualquiera que sea, puede proporcionar a un ser una tal base, así como se verá más claramente después; si consideramos más particularmente a este respecto el estado humano, es porque éste, siendo el nuestro, nos concierne más directamente, de suerte que el caso que vamos a tratar sobre todo es el de los seres que parten de este estado para efectuar la realización; pero debe entenderse bien que, desde el punto de vista metafísico puro, este caso no constituye de ningún modo un caso privilegiado.
Titus Burckhardt:
La teología islámica, al igual que la de los padres griegos, distingue dos formas de considerar la naturaleza divina: la “exaltación” o el “alejamiento” (al-tanzih), que niega toda similitud de Dios con las cosas y afirma así Su transcendencia, y la “comparación” o la “analogía” (al-tashbih), que por el contrario describe a Dios por medio de símbolos y manifiesta por ello mismo Su inmanencia con respecto a las cosas. Ambas perspectivas son en realidad complementarias, y el error doctrinal por excelencia consiste en aferrarse a una de ellas con exclusión de la otra; el “alejamiento” es superior a la “comparación” en el sentido de que la negación de toda determinación limitativa, luego la negación de toda negación, es la afirmación más universal; sin embargo, el “alejamiento” unilateral llega a excluir al mundo de la naturaleza divina y, por consiguiente, a limitar a ésta oponiendo Dios y el mundo; en cuanto al punto de vista de la “comparación”, es teóricamente inferior al primero, pero superior en su realización contemplativa, puesto que corresponde al asentimiento directo de lo increado en lo creado; a su vez, implica el peligro de limitar la naturaleza divina.
Jean-Claude Larchet: TERAPÊUTICA DAS DOENÇAS ESPIRITUAIS
El hombre estaba destinado a realizar esta elevación de sí mismo hacia Dios, en Dios, por la realización de la semejanza a Dios sobre la base de las virtudes que habían sido puestas en germen en su naturaleza, y por la apropiación progresiva de la gracia dada por el Espíritu. En la sinergía de sus propios esfuerzos y de la gracia divina, dicho de otro modo en colaboración o en cooperación con Dios, el hombre estaba destinado a elevarse. Esta exaltación de sí mismo debía realizarse en unión con su semejante, e integrar todo el cosmos, de manera de unirlo a Dios en él. Ahora bien, el hombre ha pervertido esta tendencia natural autoexaltándose, autodeificándose, queriendo llegar a ser, según la promesa de la Serpiente «como un dios», por sí mismo y sin Dios, por sus solas fuerzas y sin la gracia. Afirmándose y elevándose él mismo sin Dios, se ha afirmado y exaltado contra Dios. Por otra parte, en lugar de afirmarse y elevarse hacia Dios en comunión con su semejante, el hombre se ha afirmado y elevado contra él, dividiendo así la única naturaleza humana.